XI - Una parte que nadie conocía
La siguió de cerca, todo lo que pudo hasta que se encerró en su habitación y cerró de un estruendoso portazo. Mayleen tocó y abrió, cuando entró, Sansa no se había percatado de su presencia. Estaba tirada en el suelo, en medio de un ataque de pánico en el que casi ni respiraba. May corrió hasta ella y la socorrió.
—¡Tranquila, estoy aquí con vos! —levantó la cara de la Stark. Al mirarla vio como la tez estaba completamente blanca, labios, mejillas… toda—. Debéis quitaros el vestido, ¡soltad todo lo que os ocurra!
Sansa no respiraba, sólo cogía grandes bocanada de aire y parecía al borde del colapso. May le desató el corsé y le colocó un fino y ligero camisón de seda, recogió todo su suave pelo en una coleta y la sostuvo. Fue a por un barreño al baño y lo dejó cerca. A continuación se sentó junto a la pelirroja y comenzó a hablarle.
—Sé cómo os sentís. Respirad vamos, inspira, expira. Otra vez —marcó durante unos minutos las respiraciones a la vez que gesticulaba con sus manos arriba y abajo simulando el movimiento del pecho—. ¿Mejor?
Sansa asintió muy despacio y permaneció callada con los labios blancos y ojos llorosos. Estaba claro lo que iba a pasarle en pocos segundos por lo que la Lannister retiró el pelo de la chiquilla de su cara y le entregó el barreño. Vomitó. Una y dos veces. Luego empezó a llorar.
—Ya está. Todo va a salir bien —la joven Stark se echó sobre su amiga, abrazándola—. Yo estoy contigo.
Se quedaron así durante unos minutos. Quietas en el suelo, sin decir nada. No había nada que decir. Mayleen la ayudó a levantar y la acostó en la cama. Le pasó un paño mojado de agua fría por la frente y le limpió las comisuras de la boca, tiró el barreño con vómito y se sentó junto a su amiga en la cama.
—¿Por qué me habéis ayudado? Shae es mi criada. Estas cosas las hace ella—. Preguntó con los ojos cerrados y con un hilo de voz.
—Hay cosas que son mejor compartir con una amiga. Me puedo quedar aquí, si así lo deseas —Sansa asintió de nuevo, aunque esta vez se incorporó en el colchón para verla.
—¿Cómo estáis tan tranquila habiendo visto lo que hemos visto?
—Se acerca el invierno —respondió la rubia con una sonrisa irónica—. Ocurrirán más cosas. ¿Qué os atormenta tanto?
—No… no puedo cerrar los ojos sin revivir cada instante... —las lágrimas brotaban de nuevo—, ¡no me quito las caras de los tres hombres!
—Yo también sé… —cerró la boca y se deshizo de su experiencia. Volvió a mirar a la Stark a la espera del relato—, ¿cómo fue?
—Veía el odio en sus ojos. Las ganas de hacerme daño. ¡Yo no les he hecho nada! Eran tres. Me perseguían. Me caí del caballo y sentía que me derrumbaba a cada paso que daba, pero ver a esos hombres me impedía parar… —sollozó de nuevo—, ¡llegué a un callejón sin salida, era un patio cubierto! Quería defenderme, pero el primer hombre me golpeó la cara y me hizo caer. El otro me levantó la falda...
—No es necesario que sigáis si no queréis. Es comprensible—. A pesar de aquello, Sansa quiso deshacerse de toda su angustia contando el relato completo. Mayleen cerró los ojos.
—Lanzaban insultos contra la corte, contra Joffrey, contra vos. Se bajó los pantalones y los calzones, cuando pensaba que estaba perdida y que no tenía más probabilidades… llegó Sandor. Él me salvó de una pesadilla. Y se lo agradezco.
—¿Cómo os sentísteis?
—Antes de que llegara Sandor prefería haber estado muerta—. La pelirroja se secó los ojos e intentó sonreír. Había sobrevivido—. Y ¿vos? No os ha ocurrido nada, por suerte, hoy. Sin embargo, noto que estáis distinta.
La garganta de Sansa sonaba muy congestionada, grave. Estaba aún aterrada y Mayleen no quería narrar sus experiencias, no estaba preparada.
—Es cierto. No soy la misma, he descubierto la crueldad del mundo. Ningún hombre es de fiar, solo puedes creer en un número determinado. Se pueden contar con los dedos de una mano. Vuestro padre era uno de ellos—. May recogió sus piernas y apoyó la barbilla en las rodillas.
—¿Qué os ocurrió?
—Es demasiado… No estoy preparada para decirlo, lo siento Sansa. Ha sido agradable después de todo—. Se levantó de la cama para emprender su camino a la suya propia, no podía quitarse de la cabeza las imágenes propias besando a Meñique, encontrándose a escondidas con Bronn, aquel hombre en el pasadizo… Era demasiado. Sansa esbozó una sonrisa.
—Gracias a vos, Mayleen. Me estaba asfixiando y me habéis salvado—. Las palabras de Sansa no eran literales, tenían un significado más espiritual, más metafórico y por primera vez en su vida, Mayleen notó como algo en su pecho brotaba. Tal vez era amor, tal vez esperanza. Nunca había sentido algo así.
Llegó a la puerta y salió, quería llegar a su cuarto lo más rápido que pudiera, si era posible sin encontrarse a nadie. Esto último no se cumplió, al doblar una esquina le encontró. Bronn no paraba de cruzarse en su camino.
May prefirió ignorarlo, pero el mercenario la atrapó del brazo y la hizo volverse y mirarle.
—Queríais información, ¿no es así? —May asintió— Está bien, pues hace unos días él y yo visitamos a su Sapiencia Hallyn —remarcó el nombre del alquimista con un tono burlesco—, por lo visto vuestra madre le pedía fuego valyrio.
—¿Qué saco en claro de esto, ser?
—Ahora el alquimista fabrica el fuego para vuestro tío y… adivinad el resto—. El caballero alzó las cejas divertido.
—Debéis saber que odio los acertijos.
—Pensadlo un poco más—. Respondió Bronn muy seguro de sí mismo.
—Buenas noches—. Mayleen se giró deprisa para evitar ser vista, pero el caballero no estaba feliz por el trato recibido. Después de todo la recompensa por lo que estaba haciendo por Mayleen no se pagaba con oro, él las acumulaba para llegado el momento… Como consolación depositó un beso sobre la mejilla de la princesa. Algo furtivo, tan solo para mantener “viva” la promesa que May le juró la noche anterior. Una promesa que pasaría factura en el futuro.
La noche fue estresante, las pesadillas llegaron desde hacía un tiempo, pero se habían intensificado bastante. Comenzaron con Jaime y su encarcelamiento en el campamento norteño, luego con los de Stannis y…, bueno los de Stannis y ahora las malas pasadas de su mente: recordaba cada instante en las calles de Desembarco, de la historia de Sansa y su propio error con el mercenario.
No descansó bien aquella noche y se despertó con con dolor de cabeza, sumando a la llegada de su amiga pelirroja. Estaba aterrada y no parecía que hubiera persona en la tierra capaz de calmarla.
—¡Mayleen! ¡Necesito vuestra ayuda!—. Normalmente, tras haber pasado mala noche no existía un alma en la faz de Poniente que osara gritarle, sin embargo, aquello parecía más importante, quizás para ella.
Sin decir palabra se dirigió a la habitación con la chica y cuando vio la escena, comprendió el temor de Sansa: las sábanas estaban bañadas en sangre.
Se dio la vuelta para mirar a la chica, bajó sus ojos hasta la entrepierna de Sansa y estaban chorreantes. Aquello sólo significaba más problemas, el primero y más importante de todos: Sansa estaba preparada para casarse y parir a los herederos de Joffrey.
Sansa, Sansa... está preparada para casarse y, ¿qué quería decir Bronn con el fuego valyrio?
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