V - El Juego ha Empezado
Tenía la palabra de Shae, lo que no sabía era si sería una buena forma de obtener información. Por el bien de ambas lo esperaba.
Llegó al comedor, Cersei estaba presidiendo la mesa, a su lado Tommen y Myrcella pegada a este. En el otro lado, frente al chico, estaba Sansa y a su vera se encontraba el quinto plato, preparado para Mayleen. Al verla, aquellos que la esperaban la miraron.
—Tardábais mucho, ¿qué estábais haciendo?—. Preguntó la Reina regente a su hija mayor.
—No encontraba a Lyress ni a Nareen, preguntaba a los guardias, —tomó su asiento y cogió los cubiertos— no sabía que estábais esperando. Mis disculpas.
El ambiente se notaba cargado y tenso, pero al fin la princesa Myrcella se dignó a hablar. Primero se dirigió a su madre.
—Madre, ¿cuándo se casarán Joffrey y Sansa?
—No lo sabemos aún, depende de lo que se alargue esta guerra y, si no, la haremos igualmente, ¿verdad Sansa?—. La pequeña Stark asintió asustada y bajó la mirada a su comida. Myrcella volvió a hablar.
—¡Yo tendré un vestido precioso, Sansa! Aunque estoy segura de que el vuestro será mejor, vos seréis la novia —la pequeña miró a su hermana y sonrió—. ¿Amáis a Joffrey?
Las dos adultas se miraron y luego se centraron en la Stark que seguía sin hablar, lo que no significaba nada bueno para ella.
—Lady Sansa, la princesa os ha hecho una pregunta. Es descortés no responder—. Muy avergonzada levantó su vista y recitó de forma automática las palabras que aprendió de memoria.
—Joffrey es mi príncipe y le amaré siempre. Hasta el fin de mis días—. Mayleen reprimió la risa burlona, no le hacía reír la respuesta, sino sus propios pensamientos. No se observaba junto a un rey o caballero, yaciendo con él y pariendo sus herederos. No, ese no era el futuro que May se esperaba.
En la cena no ocurrieron muchos sucesos importantes, por lo que acabaron temprano y quedaba algo de tiempo libre a la joven. Se encerró en su cuarto y leyó los títulos de los libros que se encontraban en la estantería. Primero quiso leer algo entretenido, luego se decantó por algo que la pudiera llegar a ayudar en algún momento de su vida, por lo que empezó a leer el libro de Desembarco del Rey. No había otro mejor que ese si quería saberse aquella cuidad como la palma de su mano. Se centró en la Fortaleza Roja, si quería huir de esos muros, lo mejor que podía hacer era tantear el terreno. Y así descubrió que en los jardines se encontraban puertas de piedra aparentemente bloqueadas, pero estaban hechas a propósito por los Targaryen como ellos quisieron.
—En caso de una batalla o huir—. Leyó la chica en voz baja.
Siguió buscando pasadizos y encontró otro, que no era sino del que escuchó hablar a Petyr con Ned para llevarlo a las calles de Desembarco sin que nadie se enterase. Estaba poco vigilado y daba a una colina empinada y embarrada, lo que dificultaba una bajada a caballo. La última y más interesante se encontraba en una habitación y… no era una corriente, era la del mismísimo Varys. Esa araña siempre tenía escurridizas formas de llegar a su destino. No le importaba nada más, sólo podría escapar en caso de que atravesara la primera barrera de defensas. Una vez en las calles de la capital, podría huir sin problemas.
Estaba a punto de meterse en la cama cuando su puerta se abrió de un golpe seco. Shae estaba allí y no parecía contenta. Miró un par de veces atrás para comprobar que nadie la seguía.
—¿No os han enseñado a llamar? —Mayleen rodó los ojos y señaló una silla—. Es igual, sentaos.
—He descubierto lo que Tyrion planea. Mañana llevará a cabo su estrategia para ver si funciona, pero sé que a vos no… os gustará. Lo importante es que lo sé—. Repitió la mujer colocándose los mechones rizados del pelo que se le habían soltado.
—No me imagino cómo... decídmelo—. Shae empezaba a enfadarse, no tenía por qué soportar a aquella impertinente niña, sin embargo tanto su vida como la del hombre que la contrató corrían peligro si May abría la boca.
—Quiere hablar con Pycelle, Varys y Lord Baelish, a uno de ellos le confesará sus planes de casar a vuestra hermana Myrcella con el príncipe de Lanza del Sol… a vos con Theon Greyjoy —recordar ese nombre le produjo repulsión. Se acordaba del joven kraken que habitaba en Invernalia como rehén y luego pupilo de Eddard. Sería unos pocos años mayor que Robb Stark, pero la mirada llena de lujuria, orgullo y despotismo hicieron que Mayleen huyera completamente del tipo.—, a otro le dirá lo contrario, a vos con Trystane Martell y a Myrcella con el Greyjoy. Al último dirá de casar a vuestra hermana con Robin Arryn y a vos con…
—¡Suficiente! Muchas gracias, Shae. Os juro que no diré nunca nada, sólo... necesitaba saber eso. Ya podéis ir—. Calmada, la sirvienta de Sansa se fue de la habitación, dejando a la rubia pensando y bastante decepcionada. ¿Cómo podría su tío venderla así? ¿No era él su amigo? Estaba claro que no.
No podía confiar en nadie. Jaime era el único que le quedaba y… se encontraba en algún lugar de Aguasdulces o a saber, atrapado y en una celda vigilada por el mismísimo lobo del que se hacía llamar el Rey en el Norte.
Estaba sola.
Estar sola le hizo pensar en una locura: aceptar la ayuda de Meñique.
Quizás se había precipitado, pero una cosa sí era cierta, nadie la apoyaría para conseguir ser Reina. Y si ser ayudada por Baelish implicaba jugar al Juego de Tronos, su partida no había hecho nada más que empezar. Petyr la conocía, pero él no tenía en cuenta que Mayleen se había criado en ese castillo observando a cada uno de los ministros y averiguando quiénes eran y qué hacían cada uno. Él la vio crecer y cambiar, sin embargo, ella había aprendido mucho de y sobre Petyr:
1. Era un hombre peligroso
2. Sus actos siempre escondían intereses ocultos
3. Aprende a mentir
4. Jamás te fíes por completo de sus palabras
Con esas pocas normas, podías apañártelas con Meñique.
Volvía a brillar el sol en Desembarco mientras que para otros, el invierno se acercaba. Lo primero que hizo Mayleen fue ir en busca de su tío. La última vez que habló con él, el asunto no acabó demasiado bien y… ahora las cosas se pondrían incluso más tensas. Toda la corte sabía que May no quería casarse ni ser utilizada por otros.
Sin apenas fijarse en lo que la rodeaba, sus pasos la llevaron hasta la Torre de la Mano. Una vez en la puerta, pasó sin siquiera preguntar.
—¿Cómo habéis osado a utilizarme como moneda de cambio, Tyrion? —el hombrecillo giró la cabeza con un movimiento brusco. Sabía perfectamente de qué hablaba— ¡Pensaba que, al menos, os tenía a vos!
—¿Quién os lo ha dicho?
—¡Eso es lo que más os importa! ¿Quién os lo ha dicho? —repitió las palabras imitando el tono del enano. May estaba muy furiosa como para contenerse— ¿Por qué os lo iba a decir? ¿Haréis que lo cuelguen?
—Sobrina... debéis entender que estas paredes tienen ojos y oídos, no es…
—Vale, está bien —tragó saliva y suavizó la voz—, este lugar sólo es seguro para cuando vos os tiráis a vuestra prostituta. ¡No me usaréis!
—Mayleen, has de entender que alguien da la información privada a vuestra madre, lo cual dificulta el trabajo—. Se levantó de la silla para llenar una copa de vino y atenderle otra a su sobrina, aunque la rechazó de un manotazo.
—¡No seré esclava de ningún hombre! Ni del Greyjoy ni del Martell ni de nadie —la mirada entrecerrada y la repulsión y veneno que expulsaban sus movimientos era increíblemente feroz—. ¡No soy una marioneta para conseguir espadas en guerra!
—Lo siento… pero la decisión está tomada—. Las palabras eran sinceras, pero la rubia no era capaz de entenderle. Le odiaba y quería hacerle daño de cualquier forma.
—Está bien. Fue vuestra puta la que me dio la información, la misma a la que pagáis para que esté a vuestro lado. Buenos días, Tyrion Lannister.
Estaba demasiado furiosa para pensar en lo que decía, de cualquier forma, no iba a volver a pedir perdón. No después de venderla como una yegua de cría.
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