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IX - Inocencia

—Yo también sé jugar, Princesa—. La afilada punta del puñal apretaba y rasgaba su piel, haciéndole más daño aún que el causado por las heridas y moretones de la espada de Trant.

—Decidme, ¿por qué iba a engañaros?—. Preguntó la chica intentado mantener la calma, a la vez que usaba un tono dulzón y suave.

—No os caigo bien. Ambos lo sabemos desde el día en que nos conocimos. ¿Recordáis?

—Se llama estrategia, caballero. No debo dejar a la realeza que me vea junto a alguien como vos —Mayleen iba dejando un rastro de besos en la cara del hombre—. Se supone que debo guardarme para el matrimonio…

Bronn parecía dejarse sucumbir por la situación. La mezcla de la noche con el dulce sabor del vino, lo peligrosa que resultaba la escena lo hacía excitante. La idea de ser dos adolescentes que no podían verse e incumplían las reglas creaba la atmósfera perfecta en el aire cargado de la taberna. La sensualidad de la voz de la Lannister se convertía en deseo cuando sus palabras y sus labios se posaban en los oídos del hombre. La clara belleza de la joven era más notable aún cuando la luz de la luna se clavaba en ella y dejaba ver sus sonrosados labios, esperando a ser basados. La mirada profunda y llena de venganza, el escote perfecto, y verlo subir y bajar acorde su agitada respiración era hipnotizante. El olor que manaba de su cuerpo y pelo hacían volverse loco al mercenario, haciendo salir a la superficie los más primarios deseos de todos los animales. El conjunto creaba la escena ideal para caer en la trampa.

—Sois una chiquilla peligrosa—. Con estas palabras relajó la mano que sostenía el arma y decidió dejar caer uno de los tirantes de su vestido, dejando ver el primer golpe en la espalda.

—No sabéis cuánto, mi señor—. Notó los dedos de Bronn paseándose por la cicatriz de su brazo y luego apretando las marcas de golpes. May gimió.

—¿Habéis sido mala?

—Delante de demasiadas personas, me temo—. El erotismo del momento empezaba a ser palpable en el ambiente por lo que muchos del lugar desaparecieron dejándoles intimidad. Bronn sonreía lleno de lujuria, sabía que la dama debía seguir siendo doncella, que la iban a entregar al Greyjoy, luego sería toda suya.

—Aún sé un par de trucos, doncella —recalcó la última palabra para hacer entender a la joven de lo que hablaba. Ella sonrió hasta que vio al hombre descender entre sus faldas y entró en pánico—. Cuando consuméis matrimonio, seréis mía.

—Sólo os falta una cosa más —la mirada del caballero se posó en sus ojos una vez más a la espera de la condición—, tenéis que informarme de lo que Tyrion haga. Sin excepciones.

—Todo esto ¿ha sido para conseguir información?

—Hacedlo y, cuando me case, disfrutaréis todo de mí. Lo prometo—. Colocó ambas manos sobre las mejillas de Bronn y selló su palabra con un simple beso en la comisura de su boca. Se levantó y empezó a caminar de vuelta a palacio, le temblaban las piernas.

—¡Vuestro tío ha detenido a Pycelle! ¡Él es el topo! Está en las mazmorras. Ser Lancel Lannister le pasa información, Tyrion le amenaza con contar un secreto y… el pueblo comienza a creer que Joffrey y todos sois bastardos—. Mayleen se volvió una vez más, le miró y sonrío.

—Un placer, ser Bronn.

Estaba aterrada y orgullosa, pero el precio había sido demasiado alto. Después de todo sólo tenía quince años. Ya mismo dieciséis.

En cuanto salió de la vista del lord comandante echó a correr para ponerse a salvo entre las paredes de su cuarto. Allí donde no llegan las arañas, los topos o las sanguijuelas. Un lugar tranquilo donde refugiarse. En el camino empezó a sentirse mareada, y es que aún tenía en mente lo ocurrido. Las náuseas la siguieron y una vez en su dormitorio, vomitó sobre un cazo. No podía dejar de sentirse sucia, necesitaba darse una ducha, por lo que abrió el agua, llenó la bañera y con la misma esponja que Lyress usaba para frotar su espalda, comenzó a limpiar todo su cuerpo. Raspaba, pero continuaba apretando, era posible que Meñique al besarla hubiera sido más amable y respetuoso, ese Bronn no. Jamás la respetaría...

Mayleen salió del agua y se puso un camisón largo, se metió entre sus sábanas dejando caer todo su peso en el colchón. Se acurrucó y una vez relajada, cerró los ojos y comenzó a sollozar hasta sumirse en un silencioso y agónico llanto.

Al despertar a la mañana siguiente encontró un vestido oscuro colocado sobre la cama. Transmitía un aura deprimente, como toda su habitación. Aquella prenda sólo podía significar una cosa: Myrcella se marchaba ese día. May se levantó y se miró en un espejo, tenía los ojos hinchados y se vio obligada a esconder entre polvos y otras mezclas su tristeza. Más tarde, con ayuda de sus criadas se vistió y peinó. Le recogieron una trenza que rodeaba y recogía su cabellera por atrás, luego colocaron adornos sobre esta y la acompañaron al comedor a desayunar.

La sala estaba prácticamente vacía, tan solo estaba allí Tommen y parecía bastante perdido. Seguramente habría conseguido desacerse de sus niñeras. Cuando vio a su hermana mayor corrió hasta ella.

—¿Por qué hoy todo parece tan triste y aburrido? —Mayleen suspiró debido a la inocencia del pequeñín— ¡Incluso tú lo estás!

—Verás hermanito —se acuclilló para ponerse a su altura—, hoy es un momento un poco especial. Debemos despedirnos de Myrcella porque… bueno, porque la mandan a Dorne.

—¿Por qué?

—Porque va a conocer a un príncipe con el que tendrá que casarse algún día.

—¿No la volveremos a ver?—. Preguntó Tommen muy dolido, May le abrazó y cogió de la mano.

—¡Claro que sí! Va a ser muy feliz, además, ahora necesito que tú me protejas de los peligros. ¡Con seis años estás hecho todo un caballero!

—¡Tengo siete!—. Corrigió riendo el pequeño, a lo que Mayleen sonrió. Juntos desayunaron hasta que vislumbró un gran número de personas moverse, entre ellos al rey y a Cersei. Era hora de irse.

—¿Me echas una carrera hasta las caballerizas?—. Sin obtener respuesta alguna, el hermano pequeño empezó a correr y, como era de esperar, llegó primero al lugar. Allí estaban preparados muchos de los caballos que iban a salir a la despedida de Myrcella Baratheon.

Tommen subió en su nuevo poni, este era más alto que el anterior y May encontró a Chase paciendo hierba. Cuando los dos estuvieron listos se unieron al pelotón de la realeza, que iba rodeado de guardias.

—¿Dónde habéis estado?—. Preguntó Cersei cuando su hija se juntó a ella.

—Con Tommen, le encontré esta mañana sólo y sin saber qué ocurría—. Las miradas de ambas se centraron en el niño, pero su madre no hablaba de eso.

—Quiero decir, que dónde estábais anoche, hija.

—¿Ayer? Si no recuerdo mal, me encontraba en mi habitación. Sola y descansando, digiriendo la información sobre mi propuesta de mano sin haberme sido tan si quiera consultada—. Decidió sacar el tema, así Cersei se apiadaría un poco de ella y no acabaría llegando al fondo de la situación. Por fortuna, tuvo la reacción esperada.

Llegaron al puerto, una galera esperaba la subida de Myrcella a bordo junto con su guardia personal, Arys Oakheart. La chiquilla lloraba cada vez que las olas golpeaban contra la madera del barco, pero, había llegado el momento de partir.


Creo que todo esto puede ser descrito por una letra: F

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