II - Cartas
Las noticias no eran las que Joffrey deseaba oír, ni por asomo. Estaba aturdido y conmocionado sobre esas horripilantes palabras escritas de su tío Stannis. ¿Cómo podía afirmar a todo el Reino que los hijos de Cersei eran bastardos creados del incesto?
El enano, el Rey y la Princesa fueron en busca de la Reina Madre, que se encontraba junto a Lord Varys tratando algún que otro oscuro asunto.
—Os veo bien hermana, el tiempo siempre es agradecido con vos. Cómo podéis ver, sigo vivo—. Dijo burlón Tyrion haciendo una falsa reverencia. Cersei le miró.
—¿Qué hacéis aquí?—. Respondió ella enfurecida clavando sus intensos ojos verdes en los de su hermano.
—Padre me ha enviado y encomendado la tarea de Mano del Rey hasta que vuelva de ganar esta guerra por él —señaló a Joffrey—, sólo será por un tiempo.
—También viene a calmar unos rumores un tanto desconcertantes e inquietantes, madre —habló Mayleen mostrando una carta. La llegada de Stannis Baratheon desde Rocadragón—, ¿sabéis qué dice?
—¡Quiero ver muerto a mis tíos Stannis y Renly! Ambos se han vuelto contra mí porque aclaman que soy un bastardo —miró asustado de la respuesta a la regente— ¿¡Lo soy!?
—Claro que no, hijo. Vuestro padre fue Robert.
—¿No entendéis que ambos quieren vuestro puesto, hermano? —las miradas de los tres presentes se centraron en Mayleen—. Cualquiera querría sentarse en el Trono de Hierro. El poder hace a la gente estúpida, inventando toda clase de conspiraciones y teorías. ¿Aún creéis en esas mentiras? Confirmadlas ante toda la población y… me temo que vuestro reinado será el más corto del que nunca antes se haya recordado.
—Queréis decir que ¿Stannis está en lo cierto?—. La voz de Joffrey era completamente fría y amenazante.
—Lo que digo es que expandir ese rumor creará grietas y las grietas provocan debilidad. La debilidad hace caer las estructuras—. Tyrion miró a Cersei sonriendo asombrado ante el conocimiento de su sobrina mayor.
—Os lo pregunto a vos, madre. Sed sincera, os lo ordeno, ¿son los rumores reales?
—No. Sois tan hijo de Robert como la Guardia de la Noche viste el negro—. La serena respuesta de la mujer calmó por completo a Joff y le dio la confianza de volver a disfrutar de las justas que quedaban. Los tres que quedaban le vieron salir de la sala y, una vez desapareció, volvieron a hablar.
—Sois una gran mentirosa, hermana —miró a continuación a Mayleen— y vos sois ocurrente y manipuladora. Es magnífico.
—Lo sé, Tyrion. No hacía falta que me lo dijeran. Soy consciente de lo que hago—. Respondió duramente sin mirarle, si lo hacía le dolería mucho más al ver su expresión.
—¡Vos deberíais estar en el lugar de Jaime y él aquí!
—Hermana, en lo que respecta a belleza, él me gana; sin embargo, en lo que respecta a cabeza, Jaime no la usa mucho. Serviré bien, lo juro...
Antes de poner el ambiente más ardiente, Mayleen se dirigía a la sala del trono, la cual estaba en obras y cientas de personas trabajan a merced de Joffrey.
—¿Qué hacéis?—. Dijo la chica a la vez que su madre que justo había entrado unos metros atrás que ella
—¡Decorarla como un conquistador! He pensado en los cráneos de dragones que padre quitó de aquí y eso me ha llevado a pensar, ¿puedo preguntaros algo, madre?—. A decir verdad, Mayleen no tenía nada de interés en escuchar más al chico, por lo que se largó de allí—. ¿Buscó padre a otras a las que follarse cuando se cansaba de ti…?
Las últimas palabras sonaron débiles, un golpe le hizo callar. Quería reír, pero las palabras de su hermano la dejaban intranquila. Si había bastardos y los buscaban, ¿darían con el herrero con el que tanto había tratado? ¿Al joven al que le gustaba hacer enfadar? El herrero al que no volvería a ver jamás.
Mayleen fue hasta el campo de tiro. La noche había caído y el lugar estaba desierto. Tan sólo se encontraban un arco, varias flechas y tres dianas distintas: una con forma de persona, otra con forma de conejo y una diana normal.
La chica cargó una de las flechas, apuntó al hombre y dio directa al corazón. Repitió él movimiento, apuntó al centro del círculo de la diana común y contuvo el aire. Era algo innato, cada vez que se concentraba para tirar aguantaba la respiración y sólo la retomaba al soltar. Las tres oportunidades fueron perfectas. Al apuntar a "conejo" fue un reto aún mayor. Hicieron falta cuatro tiros para acertar en la cabeza. Las otras dieron en los cuartos traseros, las orejas y una simplemente le rozó. La cuarta sería, en uno real, la que provocaría una muerte instantánea.
—Buena puntería, Lady Mayleen—. La afilada voz del hombrecillo era inconfundible. Una sombra respingona se dejó ver de entre las puertas.
—Lord Baelish, hace una noche preciosa, ¿qué os trae por aquí?—. Preguntó sin entusiasmo May mientras dejaba el arco en el sitio donde lo encontró al inicio.
—Escuché que una punta de metal cortaba el aire y no tuve duda de que os encontraría a vos. No me equivocaba—. Respondió sin dejar de acercarse.
—¿Qué deseáis? Nunca me atendéis sin un motivo.
—Mañana se reúne el Consejo Privado y me gustaría que os presentárais. Tenéis más poder del que queréis hacer ver a los demás. Sé que en el fondo ansiáis la corona que vuestro hermano carga—. Petyr estaba en lo cierto, pero ella no dio muestras de sorpresa.
—Me encantará ir y, sí, es cierto que cuento con poder, pero no quiero el poder de Joffrey —la joven empezó a meterse en el juego de Meñique y dio otro paso adelante, más cerca aún del Consejero de la Moneda—, soy más de mover los hilos desde atrás, ¿os suena?—. El brillo de los ojos de Mayleen hicieron sonreír a Baelish, que se llevó una mano a su puntiaguda barba.
—Os parecéis más a mí de lo que queréis aceptar. Una corona es lo único que necesitáis para derrocar a Joffrey y juntos podemos hacerlo. El pueblo no quiere a vuestro hermano. Es cierto que sois manipuladora, sin embargo la gente os quiere. Si os unís a mí, lo conseguiremos, ¿no es eso lo que siempre habéis buscado?—. A esas alturas, los cuerpos de ambos no podían estar más cerca el uno del otro y ninguno parecía tener prisa por irse.
—Manipulador, retorcido y de poco fiar —Mayleen alargó el cuello rozando sus labios con la piel de la mejilla del hombre—, decidme Lord Petyr Baelish, ¿por qué iba yo a confiar en el hombre que traicionó al único señor honrado y honorable de esta fortaleza?—. Meñique echó su cabeza atrás para poder volver a hacer contacto visual con la chica.
—Porque sabéis que soy vuestra última oportunidad, Princesa—. Llevó su mano a la barbilla de la chica y la levantó para tenerla a su altura. Se miraron a los ojos unos segundos bastantes tensos. Finalmente la dejó ir.
—Tened buena noche, Meñique—. Murmuró la joven escrutando la mirada y girando la cabeza con un rápido movimiento. El hombre no respondió, pero Mayleen era capaz de notar la mirada sobre ella desde la lejanía. Petyr estaba en lo cierto en muchas cosas de las que había dicho, aunque de lo que no estaba segura era de si Meñique sería su única solución. Nadie la iba a apoyar para hacerla reina.
A la mañana siguiente, May fue directamente al Consejo, nadie se opuso a su presencia, todos se preguntaban quién la había invitado. Petyr observaba con una media sonrisa la escena. Lord Varys sacó tres cartas de las cuales, la hija de Cersei hubo leído dos: la de Robb y la Guardia de la Noche.
—“Los muertos caminan” —repitió el Gran Maestre Pycelle— ¿no hablarán en serio de los Caminantes Blancos? ¡No existe amenaza de ellos desde hace años!
—Calmaos, son sólo palabras para aterrorizar al pueblo. No hay riesgo real, tampoco más hombres que enviar al Muro—. Declaró Cersei sin ponerse nerviosa.
—Siento discrepar, hermana, pero el propio Jon Nieve acabó con uno que casi mata a Jeor Mormont.
—¡Ese hombre es viejo y vivir tantos años en la nieve le han vuelto loco!—. Saltó Pycelle en defensa de la Reina.
—No tenemos nada que hacer frente a este supuesto problema, ¿qué dice la carta del joven Stark?—. Preguntó Baelish cruzándose resignado de brazos.
—Son las condiciones que quiere a cambio de los rehenes, entre ellos Jaime Lannister—. Habló por primera vez Mayleen desconcertando a todos los presentes.
—Fuisteis vos quien abrió la carta antes que el Consejo —acusó Varys dejando ver el lacre abierto sobre la mesa— ¿cómo?
—Los cuervos son fácilmente manipulables, volviendo al tema, pide la emancipación del Norte como un reino independiente, la devolución de sus dos hermanas y los huesos de su padre. A cambio de los rehenes y el fin de esta guerra—. Soltó la chica sin prisa, aunque sin pausa.
—¡Ese precio es demasiado caro, Alteza! —gritó Pycelle de nuevo—, no podéis aceptarlo. ¿Qué opina Joffrey de esto?
—Mi sobrino no tiene conocimiento de estrategia. Le dará igual que las tropas de mi padre hallan perdido las tres batallas. No entenderá que su abuelo está de camino a Harrenhall para reponer sus filas. Hay muchas cosas que se escapan de su poder. Como Mano opino que la tregua no debe aceptarse.
—¿No debería acudir a estas asambleas el joven?—. Preguntó sin maldad Varys.
—¿Para qué? Su contribución sería decir que lo único que quiere es ver la cabeza del Joven Lobo clavada en una pica—. De adelantó Mayleen sin pensar en sus palabras, a lo que todos la miraron atónitos.
—Y ¿qué queréis vos?—. Dijo Meñique aprovechando la situación. Se hizo un silencio.
—Establecer la paz del Rey, por supuesto.
Buenas noches lectores. Aquí os dejo un capítulo dulce a la vez que intrigante...
Espero que os guste ese amargor que deja el final
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