1.01 No todo está perdido
ㅤㅤㅤㅤPor muy bienvenidos que el gobernador había dicho que eran, por impresionante que haya sido ver aquél pueblo lleno de sobrevivientes, la mirada en los ojos de Merle Dixon pareciendo tan divertido de que el destino los había vuelto a unir en aquél lugar y la manera en que el líder se consideraba a si mismo un gobernador fueron sutiles advertencias de por qué Sigulf nunca pudo sentirse cómodo cuando llegaron.
Como si Dixon supiera perfectamente que estaban metiéndose junto a él en la boca del lobo y se regocijaba de no ser el único en ese lugar.
Woodbury, liderado por el maldito gobernador.
Despiadado, sádico, ambicioso, corrupto, salvaje e implacable, características que uno no esperaría de un hombre que los recibió con los brazos abiertos y promesas de un mundo mejor, de vuelta a la civilización.
Sigulf no cometería el mismo error una vez más, cuando miró la sospecha en los ojos de Kristoff decidió que no podían quedarse allí mucho tiempo, prometía ser un desastre inminente del que ninguno de los dos deseaba ser parte.
Cuando decidieron que lo mejor sería irse siempre habría una buena excusa para quedarse, como si el pueblo estuviera destinado a necesitarlos.
Necesitaban la fuerza de Kristoff para cargar suministros dos calles más arriba, necesitaban del ingenio de Sigulf para reparar los generadores, pero sea como sea eran necesarios.
Solo de una cosa estaba Sigulf seguro y era de que el gobernador no los había matado hasta ahora por una razón.
Ni aún teniendo al sabelotodo de Milton podía estar conforme, necesitaba también del maldito sabelotodo de Sigulf y él mismo se odio y no por primera vez por tener las capacidades que en algún momento lo habrían hecho sentir orgulloso.
Sigulf era imprescindible para el gobernador, y la única manera en la que podían asegurar su cooperación era teniendolos allí encadenados, porque el gobernador sabía que los amigos querían escaparse tan pronto como llegaron y no podía permitirlo.
El destino que les aguardaba era oscuro y desafiante, superando cualquier expectativa que hubieran imaginado la primera vez que las puertas de Woodbury se abrieron ante ellos.
Pero, para Sigulf, lo difícil de la situación era precisamente el punto: todo parecía desesperanzador para poner a prueba su lealtad a los Dioses. Si él dejaba de creer en ellos, significaría que habría fallado en la prueba, condenándose a Helheim, el infierno reservado para traidores, criminales y en general mortales sin honor.
A pesar de los incesantes castigos y la brutalidad de su encarcelamiento, Sigulf no renunciaría a sus dioses y sabía que su mejor amigo tampoco lo haría, eran los dioses quiénes lograban darles paz en los días más oscuros y tormentosos, cuando toda esperanza parecía perdida siempre habría una pista que les susurre que los dioses estaban allí, que Odín mismo estaba con ellos, cuidándolos y sosteniendo sus manos temblorosas por la temporada invernal.
Sigulf se encontraba sentado en una silla de madera, atado por alambres a una mesa frente a él, para la comodidad y explotación del gobernador.
Por otro lado, Kristoff no había tenido tanta suerte, como su gran fortaleza ya no fue requerida ahora sólo se encontraba sentado en el pavimento frío, con su espalda contra un incómodo poste y con cadenas de metal que le helaban la piel descubierta y lo aprisionaban contra el poste.
Si Sigulf algún día no se encontraba con animos de cooperar, el gobernador o alguno de sus secuaces golpearía a Kristoff hasta la inconsciencia, y si aún su mejor amigo no estaba muerto era porque el gobernador había encontrado una manera para aprovecharse de su vida y de la amistad que ambos tenían.
—¿Crees que hoy tendremos algo de comida? —preguntó Kristoff, del otro lado de la habitación.
Sigulf tamborileó la mesa de madera con sus manos, finalmente desviando la vista de las dos piezas que se suponía debería estar ensamblando, -esa mañana le habían pedido que repare un par de comunicadores para que el gobernador pueda informarse de todo a la distancia- y en cambio volteó a ver a su amigo, sintiendo el tirón constante de los alambres en sus muñecas heridas.
—¿Tal vez si dejamos que Merle vuelva a contarnos lo que le sucedió en ese techo en Atlanta? —sugirió Sigulf, escuchando el resoplido de risa por parte de Kristoff, quién negó con la cabeza.
—Tengo tanta hambre que aceptaría escuchar como el sheriff amigable golpeó al pobrecito y desarmado Merle y lo encadenó como a un perro en el techo sólo por un poco de comida. ¡Maldito sheriff amigable, habría preferido que mates a Merle en vez de dejarlo allí arriba!
Sigulf asintió de acuerdo, dándole un rápido vistazo a los moretones que su mejor amigo tenía por todo el cuerpo, asegurándose que ninguno se encuentre en algún estado lo suficientemente alarmante como para llamar una vez más al guardia de turno para que ayuden a su amigo.
Moretones adornaban la piel descubierta de Kristoff, una paleta de colores variado entre el morado, rojo, amarillo y azul. El cuerpo de su amigo era un recordatorio constante de la brutalidad del gobernador y sus secuaces.
—Deja de mirarlos, no vas a lograr que se curen con tu visión mortal. —se quejó Kristoff, moviéndose entre las cadenas que lo sostenían al poste de metal.
—No hay mucho más para hacer que mirarte. —se encogió de hombros Sigulf.
—Podríamos volver a escaparnos, volver a intentarlo.
Sigulf soltó un suspiro agotado al escuchar nuevamente la propuesta en labios de su mejor amigo, no fue la primera vez que surgió en el aire la idea de escapar y tampoco sería la primera vez que fallen en hacerlo.
Ingenuamente, cuando fueron encadenados por primera vez, el primero en proponer el escape fue Sigulf. Fue fácil liberarse de los alambres que lo ataban a la mesa y también fue relativamente sencillo abrir el candado que sostenía las cadenas de Kristoff, lo verdaderamente difícil fue abrir la puerta sin que un par de armas estén apuntandoles, dispuestas a disparar al más mínimo movimiento.
El castigo que siguió después aún Sigulf podía recordarlo, tan vividamente cómo aquella primera joven que vio siendo deborada por los draugr en la fiesta de la fraternidad.
—Es verdad, podríamos. Pero no puedo arriesgarme a que vuelvas a estar en peligro, bror. Si volvemos a intentarlo y fallamos, ellos van a volver a herirte. Si no construyo lo que ellos quieren, van a volver a herirte. Incluso aunque no hagamos nada y nos quedemos aquí toda la vida si los llegamos a mirar mal, volverán a herirte. Mírate Kris, ya no te entra ningún golpe más, no puedo seguir poniéndote en peligro. —murmuró Sigulf frustrado.
Kristoff lo miró en silencio durante unos segundos, sus ojos cargados de indignación e incredulidad a partes iguales, cómo si le costara creer las palabras que habían escapado de los labios de su mejor amigo.
—Espera espera... ¿Quién te dijo que eres responsable de mí? —comenzó Kristoff, su voz demostraba exactamente las mismas emociones que su rostro—. ¿Qué te dió la idea de que tú eres el que me pone a mi en peligro? Por favor Sigulf, nosotros estamos juntos en esto y no puedes engañarme, no a mí. Sé que tienes miedo, puedo verlo en tus ojos. Sé que muchas veces hablamos de los dioses y dijiste que seguías creyendo en ellos pero-
—Lo hago. —lo interrumpió Sigulf—. Por supuesto que creo que los Dioses están aquí. Pero eso no tiene nada que ver, el gobernador es un hombre con el que deberíamos tener cuidado...
Sigulf estaba por dar terminada la conversación justo allí, pero Kristoff levantó la barbilla con una nueva determinación, como si aún faltaran palabras por ser dichas.
—¡Es sólo un mortal! —exclamó su amigo sin reparos, aún sabiendo que del otro lado de la puerta podrían ser escuchados—. Un mortal cómo tú y como yo. No es ningún oponente para nosotros, no más.
»—Lo permitimos durante mucho tiempo, y no debimos hacerlo porque ahora se cree invencible, tal vez tú mismo ahora crees que es invencible pero no lo es, solo es un humano común y corriente. Yo mismo lo mataré, con mis propias manos si hace falta. —Kristoff prometió, y Sigulf sabía perfectamente que las promesas de su mejor amigo nunca fueron sólo palabras arrojadas al aire que luego quedarían en el olvido.
Les gustaba hablar de la muerte cómo si alguna vez la hubieran visto.
Hablar de matar cómo si alguna vez hubiesen tomado una vida en sus manos.
No era así, parte de sobrevivir en el fin del mundo y demostrarle a los dioses su valía consistió en no caer en la facilidad de matar, de ser despiadado sólo por el placer de serlo en un mundo que no vería razones ni daría consencuencias.
Esas últimas semanas sin embargo, tanto Sigulf como Kristoff enumeraban nombres, prometían al aire, la propuesta de venganza los llenaba de esperanza en las noches de desvelo.
—Me gustaría creer que vamos a escapar, que lo vamos a lograr y que los vamos a matar a todos. Que se arrepientan del modo en que Loki se arrepintió de matar a Balder y que tengan el mismo castigo que él recibió. Me gustaría creer, pero bror... Ahora mismo no veo la manera de que todo eso pase y no es por falta de esperanza. —aseguró Sigulf, mirando la obstinación en la mirada de Kristoff y sabiendo que en los ojos de su amigo se reflejaba su propia determinación.
—¿Y qué vamos a hacer? ¿Quedarnos sentados hasta que finalmente descubran que no eres lo suficientemente util y nos maten? ¡No! Vamos a escaparnos Sigg y funcionará. Esta vez sí que lo hará. —gruñó Kristoff audible, fuerte y claro, moviéndose entre las cadenas que tintineaban cada vez que chocaban contra el poste—. Puedo ver la mirada en tus ojos Sigg, estás perdiendo la esperanza y sé que seguro te niegas a verlo, siempre logras convencer al resto pero nunca lo hiciste conmigo. Puedo ver en tus ojos la verdad, sé que estás desesperanzado pero no te lo puedo permitir, nosotros no estamos destinados a morir en este lugar, así que empieza a despertar. Solo hay un modo en que todo esto termine y es con nosotros escapandonos de aquí.
»—Debes recuperar esa determinación, bror, dijiste que esta era una prueba de los dioses, dijiste que tu padre tenía razón. ¿Cómo puedes atreverte a no honrar las palabras de tu padre y pensar en darte por vencido después de todo lo que pasamos? ¿De qué manera crees que estás honrando a los dioses de esta forma? Puedes pensarlo y puedes decir que crees en ellos pero son solo palabras, mientras tus acciones no demuestran otra cosa que derrota. Jamás le tuvimos miedo a nada y hoy sólo puedo verte asustado, ya es hora bror, las cosas tienen que comenzar a cambiar. No todo está perdido, no cuando estamos juntos.
Sigulf escuchó y sintió cada palabra.
El tono apasionado de Kristoff pintando cada oración y llenando el aire de algo que Sigulf no creía que había perdido hasta que su amigo le gritó en la cara que así parecía, y lentamente, Sigulf identificó qué era lo que había comenzado a desvanecerse de su mente: la ilusión, la esperanza.
Aún cuando Kristoff había concluido su pequeño discurso, las palabras seguían resonando en la mente de un silencioso Sigulf.
Su determinación comenzando a reavivarse como una llama que había estado a punto de extinguirse sin que él mismo fuera consciente de ello.
Miró a su amigo, lleno de gratitud y admiración. Sus ojos brillaron con el agradecimiento que no supo expresar con palabras, asintiendo en silencio para hacerle saber a Kristoff que sus palabras llegaron fuerte y claro, que había dado justo en el clavo y que las agradecía aún cuándo no las había esperado.
¿Cómo puedes atreverte a no honrar las palabras de tu padre y pensar en darte por vencido después de todo lo que pasamos?
No pudo evitar recordar las primeras noches de insomnio cuando ya todo había comenzado, fueron esas noches las más difíciles de todas.
Los recuerdos lo perseguían cuál fantasmas en su memoria, reviviendo las palabras y advertencias de su padre, la decepción que durante mucho tiempo permaneció hacia sí mismo por no haber cumplido una promesa.
Aquellas noches que no podía dormir, demasiado angustiado por lo que sucedía en las calles y con la incertidumbre de cómo se encontraría su familia a días de distancia, Kristoff había logrado calmarlo.
Le demostro la valentía que Sigulf tenía en su interior, aquella que pensó que no existía en su ser y que lo haría incapaz de afrontarse a las adversidades que el nuevo mundo les presentó, el nuevo mundo del que habían sido advertidos y Sigulf ingenuamente había ignorado las señales.
Aquella noche, mientras hacían guardia a las puertas de un hotel abandonado, las palabras de Kristoff habían fortalecido a Sigulf de una manera que creyó imposible.
Ahora y una vez más Kristoff lo había logrado, mientras se encontraba encadenado y con más golpes de los que cualquier hombre podría haber soportado, había devuelto a Sigulf una esperanza que no sabía que estaba perdiendo.
Observó las cadenas de acero que encadenaron a Kristoff, rodeaban su torso y brazos en al menos tres vueltas y se cerraban con un fuerte candado en su espalda.
Sigulf ya había logrado abrir ese candado una vez y el mismísimo Helheim se había desatado debajo de ellos.
Las palabras de Kristoff se repitieron en su mente sin descanso, esta vez sí que lo hará, y Sigulf no pudo evitar ilusionarse una vez más.
Tanto Sigulf como Kristoff habían sido criados con una obstinación de carácter digna de cualquier vikingo.
Incluso en las situaciones más difíciles, cuando el mundo pareció haber llegado a su fin y la esperanza parecía perdida por completo, su voluntad, su valentía y su determinación siempre los habían impulsado a seguir adelante.
Esto es la prueba de los dioses, Sigulf no podía olvidar eso.
Los dioses jamás le darían algo que él no pueda manejar, no podía permitirse la rendición.
No cuando la ilusión en los ojos de Kristoff brillaron con tal intensidad con aquella promesa de libertad que ambos tanto anhelaban.
Como dignos descendientes de Odín y de todos los aesir, estaban dispuestos a sobrevivir aún en el fin de los tiempos.
Ambos se miraron como si fuese una promesa el volver a intentarlo, sellado con miradas de ojos vidriosos y palabras que no hacían falta ser dichas para el entendimiento mutuo.
Nunca se dieron por vencidos antes y no lo harían ahora, Kristoff tenía toda la razón.
—Y por cierto, sabes bien que Loki jamás se arrepintió por la muerte de Balder, creo que en el Ragnarok demostró que tan poco le había importado. —comentó Kristoff divertido, cómo si él también estuviera reviviendo la conversación que aún no habían acabado—. Pero puede ser que el Gobernador se esté buscando la misma fama que él, eso te lo acepto.
—Mhm... No creo que esté buscando esa fama, recuerda que cuándo llegamos insistió en ser la dulzura personificada pero sí... Para todos los que no son parte de su pueblo lleno de mentiras, él es simplemente una burda imitación de Loki.
—¿Tal vez sí es Loki viniendo a divertirse un rato con los mortales? No me sorprendería. ¿Quién carajos hace una cosa así? Nos prometen un paraíso de mentiras pero si no queremos formar parte de ellos nos fuerzan de todos modos a quedarnos aquí.
—Sí bueno... Supongo que no les convendría a ellos que escapemos sabiendo su ubicación. Tal vez todo quién llegue aquí no puede irse a menos que mueran. —comentó Sigulf un poco decaído.
Kristoff asintió con pesar, pero pronto una pequeña sonrisa volvió a formarse en su rostro.
—Pero no importa bror, tal vez hayan muchos que no lograron escaparse de aquí pero tú y yo no seremos uno de ellos. Te lo prometo Sigg, los Dioses nos van a dar la fuerza suficiente para escaparnos de aquí y cuando eso suceda... Bueno, tal vez en algún momento podríamos regresar y vengarnos de esta falsa imitación de Loki.
—Pero por favor que no sea al estilo Heimdall, prefiero vivir para contarlo. —admitió Sigulf, escuchando la carcajada de Kristoff.
—Sí, apoyo la idea... Solo sé que pagarán, deben hacerlo después de todo lo que nos hicieron a nosotros...
—Todo lo que te hicieron a tí. —Sigulf corrigió, sabiendo que él la había tenido fácil en comparación con Kristoff.
Ambos se quedaron en un silencio contemplativo, hasta que finalmente Kristoff asintió de acuerdo.
—Solo nos queda esperar bror... Somos imparables vikingos y ya sea pronto o más tarde, el gobernador se va a arrepentir de haberse metido con nosotros. —aseguró Kristoff, seguido de un largo bostezo que se escapó de sus labios.
No tenían las mejores condiciones a la hora de dormir, Sigulf en una silla y Kristoff aún peor con el poste atravesado por la espalda, pero aún así, ambos llegaron a la conclusión de que dormirían un poco antes de que Merle llegue para molestar una vez más.
—Encontraremos la manera... Nosotros siempre lo hacemos. —concluyó Sigulf con una pequeña sonrisa, dándole un último vistazo a Kristoff y observando como su amigo asentía antes de volver a acomodarse en la silla.
Solo hay que esperar el momento indicado.
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