1.00 La voluntad de los Dioses
━━ ❪ PRIMER ACTO ❫
La voluntad de los dioses.
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ㅤㅤㅤLa noche era oscura y fría, perfecta para un paseo nocturno por el bosque.
Allí fue donde todo comenzó, porqué los dioses así lo quisieron.
Recordaba sus zapatillas golpeando el suelo cubierto de hojas secas, crepitando con cada paso en la noche fresca. El aire frío y puro acariciaba su rostro, mientras la luz de la luna se filtraba sutilmente entre las imponentes copas de los árboles, creando sombras a su paso.
Una sonrisa emocionada estaba pintada en su rostro mientras se dirigía hacia su destino, la fiesta de la fraternidad.
Cuando todo comenzó, Sigulf y Kristoff se encontraban en una maldita fiesta.
Recordaba cómo su corazón latía con la emoción de la adrenalina al saber que estaba haciendo algo que no debería.
Ese mismo día su padre lo había llamado después de casi un mes sin lograr contactarse
La diferencia horaria y el valor de las llamadas a larga distancia eran problemas a tener en cuenta, Sigulf sabía que la comunicación con sus padres no era nada sencillo, así que cada llamada la apreciaba al máximo.
Recordó que habían hablado de tanto y de tan poco, las llamadas siempre se volvían recuerdos efímeros cuánto más tiempo pasaba, pero aún recordaba perfectamente cómo su padre le había dicho que se quede en casa aquél día.
No salgas, quédate en casa. No dejes que Kristoff salga tampoco, estarán más seguros allí adentro.
Su padre le había comentado que las cosas comenzarían a ponerse feas muy pronto, que él veía los noticieros y escuchaba a los locutores en la radio hablando de un posible virus que había comenzado a amenzar y que no era ningún juego de niños, era algo que lo cambiaría todo.
Prométeme que no saldrás. Había dicho su padre aquél día por la mañana, su voz distorsionada y metálica pero aún así fuerte y clara. Sigulf le había restado importancia, porque eso hacían los jovenes adultos para que sus padres no se preocupen demasiado.
Una promesa vacía que jamás olvidaría.
Allí estaba él, corriendo por el bosque con una emoción salvaje hasta que finalmente llegó una vez más a su destino, una cabaña a las afueras de Atlanta, donde una cantidad inadecuada de jovenes se encontraban bebiendo y divirtiéndose ahora que en el aire se alzaba la promesa del fin del mundo como lo conocían.
Esa fue la tercera vez que había llegado corriendo a la cabaña, la música electrónica que se escuchaban en los parlantes impacientaba a Sigulf, quién rebosante de energía prefirió salir a correr mientras el grupo se divertía.
Cuando llegó a la mesa una vez más, se sentó junto a Kristoff y se dió un tiempo para recuperar el aire, prestándole atención a la conversación.
Se reían de las noticias, sus risas resonaban en el aire nocturno. Sigulf recordó la conversación que tuvo con su padre pero rápidamente la alejó cuando un vaso rojo de plástico le fue entregado en manos.
Comentarios de incredulidad se escuchaban a cada par de frases, desechando las historias de las noticias como algo imposible, ridículo e impensable.
Sus voces se mezclaban con la música estridente, mientras creaban teorías acerca de dónde había salido exactamente todo aquél escándalo falso.
Sigulf se recordó a sí mismo haciendo algunos comentarios sobre "La prueba de los dioses", de la que tanto había escuchado en su ciudad natal. El grupo que se encontraba a su alrededor no pudo evitar soltar una carcajada colectiva cuando lo mencionó.
Se encontraban, en su mayoría, sentados en una mesa de cámping afuera de la cabaña hablando y riendo, los parlantes a cada lado de la casa ambientaba el bosque con música electrónica que se podría escuchar a kilómetros de distancia, había gente bailando en una pista de baile improvisada no muy lejos de la mesa de madera.
El sonido de los vasos rojos chocando entre sí llenaba el aire, mientras los jóvenes reían y charlaban animadamente, creando una sinfonía caótica de celebración y despreocupación.
Sigulf recordó observar la mirada de su amigo Kristoff, quien se encontraba bastante silencioso.
Esa actitud no era muy usual en Kristoff, ya que a su amigo le gustaba divertirse en aquellos lugares, gritando, riendo y tomando como un auténtico vikingo, pero ese día se encontraba inusualmente callado.
Sigulf también le había restado importancia, y ese fue su segundo error de la noche, el primero fue por supuesto: desobedecer a su padre.
Kristoff siempre había tenido esa habilidad para presentir los desastres inminentes y Sigulf tenía la habilidad de pasar por alto las advertencias de su mejor amigo.
—Creo que deberíamos irnos a casa bror, tal vez debimos hacerle caso a tu padre. —le había dicho Kristoff aquella noche, apoyando un brazo sobre el hombro de Sigulf e inclinándose más cerca de su rostro para que pueda ser escuchado por sobre la música y las conversaciones.
Sigulf le había dirigido una sonrisa divertida, sus cejas se fruncieron en confusión mientras ladeaba la cabeza para observar mejor a su amigo.
—¿De qué hablas? ¿Es por las noticias? No te preocupes, es todo una exageración. —Sigulf le respondió despreocupado, llevando el vaso rojo a sus labios y bebiendo el alcohol como si se tratara de agua.
Kristoff se mantuvo inquieto a su lado pero no había dicho más. Pronto uno de sus brazos se encontró rodeando a Sigulf por los hombros y lo acercó a su cuerpo en un agarre protector.
Ambos amigos estaban tan acostumbrados al contacto físico que Sigulf le restó importancia, riéndose con los comentarios que hacían las chicas frente a ellos.
Por supuesto, cuando un tipo mordió a una chica en el cuello y la sangre comenzó a brotar sin control sobre las hojas secas que habían caído de los árboles, ya era demasiado tarde.
Recordó cómo la música se escuchaba aún por encima de los gritos aterrados.
Sigulf no podía olvidar la manera en que una chica estaba siendo devorada por todo un grupo de personas justo frente a él, sobre la pista de baile improvisada.
Pero ya no eran personas, no le tomó más de un minuto decifrarlo, no lo eran, por supuesto que no, eran otra cosa, algo mucho peor.
Las cosas comenzarán a ponerse feas Sigulf, no salgas de casa.
La voz de su padre resonaba en su mente mientras se movía inestable por el bosque. Podía imaginarse la mirada recriminatoria del hombre con tan solo un parpadeo.
También debió haber prestado atención a la angustia de Kristoff aquella noche, tan discordante con la emoción que su mejor amigo siempre solía tener en aquellos eventos.
Pero por supuesto, no se daría cuenta hasta que fuera muy tarde.
Recordó la mano de Kristoff tirando de su camisa con fuerza al verlo tropezar con sus propios pies. El agarre en su hombro era tan fuerte que hasta podía sentir cómo las uñas se clavaban en su piel. Recordó a medias la conversación a gritos mientras escapaban del lugar, dispuestos a regresar a la ciudad siendo empujado por un Kristoff alarmado.
La ciudad seguía tan concurrida como cuando se habían marchado al bosque temprano en la tarde. Sigulf y Kristoff seguían corriendo y sabían que no se detendrían hasta llegar a casa, esquivaban peatones y automóviles, sin prestar atención a semáforos ni a los gritos de algunos peatones que fueron empujados en el camino.
Casi se sentía como un sueño lo que habían visto en el bosque. La mirada aterrada en el rostro de Kristoff fue lo único que podía asegurarle que él mismo no se encontraba alucinando, que realmente estaba sucediendo.
Era el destino, la voluntad de los dioses.
Una vez que llegaron a la casa que ambos compartían y se aseguraron de que las puertas y ventanas estuvieran bien cerradas, ambos amigos se desplomaron pesadamente sobre el sillón, con respiraciones pesadas que no lograban aliviar.
En esos momentos, Sigulf recordó nuevamente las palabras de su padre de ese mismo día, como ecos constantes que estarían allí para atormentarlo, porque así lo había merecido.
¿Recuerdas lo que tu abuelo decía? Llegaría el día en que los dioses nos pongan una prueba definitiva para evaluar nuestra valía.
Nuestro coraje, nuestra lealtad al prójimo y a los dioses serán puestas en duda y tendremos que ser valientes para demostrar quiénes somos.
Sigulf... Tengo el presentimiento de que todo eso está a punto de comenzar... Todas esas historias, las leyendas que nunca creímos que serían nuestra realidad, nuestro destino... Pero aquí estamos ahora.
Las advertencias comenzaron a dejarse oír en el aire, pronto el mundo dejará de ser lo que alguna vez fue.
No salgas, quédate en casa. No dejes que Kristoff salga tampoco, estarán más seguros allí adentro.
Sobrevivan, aún cuándo creas que no queda nada, debes ser el que sobrevive.
Oh, si tan sólo hubiera escuchado.
Ahora lo sabía. Su padre tenía razón, el día había llegado. Aún cuándo todos en la ciudad parecían ignorarlo, él ya no pudo hacerlo.
Kristoff había encendido la radio y, tal como ambos habían esperado, seguían apareciendo noticias de gente enferma que comía carne humana.
Algunos decían que eran una secta de caníbales, otros aseguraban que no tenía sentido que siguieran con vida después del daño que se les causaba.
Policías hablaban de que solo una bala en la cabeza lograba detenerlos y que eran sumamente peligrosos, recomendaban no acercarse si lograban identificar a uno de estos enfermos. Comentaban que todo se detenía con la mordida de uno de ellos, una fiebre mortal que más tarde los traería de vuelta.
Pero de esa noche escuchando las noticias en la radio ya había pasado demasiado tiempo y ahora no eran nada más que solo recuerdos.
Recuerdos que se desvanecieron de su mente cuando sintió cómo tiraban de su cabello con fuerza para levantar su cabeza en dónde se había acomodado para un pequeño descanso.
Sigulf gruñó entre dientes, intentando moverse para apartar la mano de su cabello pero sólo logró que el agarre se vuelva más fuerte.
El olor a humedad y moho impregnó el ambiente, mezclado con un rastro de podredumbre que emanaba de los muertos encerrados en la habitación posterior.
Sigulf inhaló una buena bocanada de aire sintiéndose de vuelta en el presente aunque realmente nunca se había ido de allí, solo fueron recuerdos a los que intentaba apegarse para no pensar en su situación actual.
—Despierta. —una voz gruñó contra su oído, cargada de desdén y diversión a partes iguales.
No le tomó más de dos segundos identificar al portador de aquella voz: Merle Dixon.
El hombre que los había metido en todo esto.
Sigulf se movió en su lugar, incorporándose en la silla de madera y mirando desafiante al hombre que finalmente soltó su cabello.
—Buenos días, bella durmiente. —saludó sonriente Merle, dejando caer su mano abierta en una fuerte cachetada justo en donde tenía un moretón que aún no se había terminado de curar.
El impacto de la cachetada hizo que Sigulf cerrara los ojos con fuerza, intentando contener un gruñido de dolor que amenazaba con escapar de sus labios. Un agudo ardor se extendió rápidamente por la mitad de su rostro ya adolorido, haciendo que su mandíbula se tensara involuntariamente.
La herida latía dolorosamente, y pensó que los colores que cubrían su rostro podrían ir de entre un rojo escarlata a un morado intenso, por supuesto no podía decirlo con precisión, Merle no haría algo como prestarle un espejo para que vea las deplorables condiciones en las que lo mantenían.
Apretando los dientes, Sigulf luchó por mantener la compostura, pero su ceño fruncido y sus manos apretadas en puños revelaban toda la inconformidad que no podía expresar con palabras.
Más tarde que temprano había descubierto que no valía la pena esforzarse en intentar hablar y que le jugaría más en su contra que a su favor.
Sigulf no había estado durmiendo desde que fueron ambos encerrados allí, no había tenido tiempo de todos modos, demasiado ocupado siguiendo las exigencias del dictador.
—Ya ponte a trabajar. Debiste entregar esa mierda ayer. No me des más razones para moler a golpes a tu amiguito de allá atrás, ya sabes las reglas ricitos de oro, desearía que esto no fuera así pero así es y no hay otro modo. No quiero tener que volver aquí y repetirtelo, ¿está claro?
Sigulf se escuchó a si mismo suspirar, afirmando con la cabeza y estirándose en su lugar todo lo que aquellos alambres le permitieron moverse.
Sus manos se movieron sobre las piezas encima de la mesa el tiempo suficiente para que el tipo se aburra y finalmente salga de la habitación.
Kristoff todavía se encontraba inconsciente.
Con un destornillador Sigulf marcó un día más que estaban allí encerrados. Un total de setenta y cuatro días.
Según los cálculos de Sigulf, los muertos se habían despertado hace poco más de doscientos días y contando.
Kristoff y Sigulf los llamaron los draugr, diferían de muchas características pero se asimilaban muchas otras. Los draugr se convirtieron en los primeros caminantes, portadores de muerte y terror.
Su existencia fue una manifestación divina y también una advertencia para los mortales, de en que se convertirían si no lograban vencer la prueba de los dioses.
Los draugr eran la personificación del desafío divino.
Y Sigulf jamás se había echado atrás ante ningún desafío.
Le demostrarían a los dioses que ellos son los que sobreviven.
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¡Buenas tardes!
Esto más que un primer capítulo, funciona como una introducción y un primer vistazo a lo que fue al primer encuentro de Sigulf y Kristoff con los caminantes y también a en dónde se encuentran ahora.
¿Qué les pareció la introducción? ¿Por qué Kristoff estará inconsciente? Pareciera que Sigulf se encuentra trabajando, ¿Qué le harán hacer? ¿Les gusta la portada?
gif made by -elliesknife
¡Los leo en los comentario!
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