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~°Cazame°~

Yeongyu
Smut
5.623 palabras

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Tu me miras y no puedo más
Haces que yo saque todo mi instinto animal
Tu me mirás, no sé qué pensar
Si me dejas libre o si me vas a devorar

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¿Todo en orden, Jun? —habló una voz a través de intercomunicador

Yeonjun se acomodó el auricular y sostuvo el volante del helicóptero con fuerza. Su postura era rígida y sus ojos vagaban por el panel de control corroborando que todo estuviera estabilizado.

—Todo en orden Soo.

Kai se emocionará cuando te vea.

—Sobre todo viéndome llegar en un helicóptero en la entrada de su universidad —bromeó con una sonrisa.

Hubieron unos segundos de silencio antes de que Soobin dijera con tono melancólico.

¿Puedes decirle que lamento no estar allí?

—Estoy seguro de que él lo entiende, no deberías preocuparte.

Un suspiro y Yeonjun agregó.

—Encargate de tu trabajo y ven lo antes posible, lo único que podría impresionarlo más que un helicóptero serían dos helicópteros.

Soobin soltó una carcajada.

Avisame cuando llegues a Hawaii.

—¡Señor sí señor!

La linea se cortó y Yeonjun siguió pendiente de las indicaciones marcadas en la pantallita del panel de control. A su vez, ojeaba el cielo lleno de nubes blancas y el azul extenso del Océano Pacífico.

Se supone que debía llegar en una hora a la graduación de Kai, justo después de que le dieran su diploma. Descendería sobre el campus y extendería sus brazos para que el menor corriera a abrazarlo después de tres años sin verse.

Tanto él como Soobin entraron al servicio militar cuando Kai estaba a mitad de carrera y, como ambos estuvieron dispuestos a formar definitivamente parte del ejercito, obtuvieron el mando de un escuadrón gracias a sus sobresalientes capacidades, el cual estaba siendo entrenado por Soobin en ese momento.

A Yeonjun le hubiera gustado intercambiar responsabilidades para que Soobin pudiera acompañar a su novio en ese momento tan importante de su vida, pero su capitán no consintió tal cosa.

En fin, algo era algo, y por supuesto que Kai estaría feliz viendo a su mejor amigo.

Yeonjun estaba de muy buen humor, a pesar de que la nave que le ofrecieron tuviera ciertas fallas difíciles de controlar. Pilotar era su especialidad, por lo que nadie más que él estaba capacitado para manejar ese viejo helicóptero.

Lo estaba llevando muy bien, le quedaban treinta minutos de viaje y su cuerpo entumecido ya estaba pensando en el banquete de carne que se iba a dar para apaciguar los gruñidos que su estomago producía.

Lo que él no esperó es que el clima estuviera en su contra, y que el panel de control enloqueceria un poco.

—Demonios —dijo en cuanto vio el conglomerado de nubes grises delante de él.

Lo idóneo sería rodearlas, buscar otra ruta, y eso fue exactamente lo que hizo, el problema, es que debido a ello el helicóptero empezó a presentar de nuevo sus fallas. No había estimado un retraso, y la nave ya no tenía las mismas capacidades que cuando estaba nueva. Quince minutos después empezó a pitar avisando de su falta de combustible, el evidente desnivel puso a Yeonjun alerta y gotas de sudor empezaron a resbalarse por su cara.

El miedo a caer del cielo siempre estaba presente en un piloto, pero, ante todo, debía mantenerse con la cabeza fría y enviar un mensaje a Soobin comunicándole el inconveniente.

El problema es que como el sistema de respaldo del helicóptero priorizaba las funciones importantes en situaciones de pánico, su auricular se había apagado y lo único que podía hacer era enviar una imprecisa señal de ayuda a la base.

Yeonjun ya no se sintió tan calmado cuando toda la nave empezó a temblar y a hacer ruidos de alarma. Se mantuvo firme a su volante y mantuvo sus ojos abiertos en el grave descenso.

Lo único que alcanzó a mirar fue el brillante color verde de la selva que se encontraba debajo de todas las nubes. Una isla perdida que no estaba en el mapa que él había estudiado.

Por lo menos no se hundiría en el mar y moriría ahogado...

Contuvo las lágrimas y tomó una última bocanada de aire esperando el impacto, pero en cambio, lo que sintió fueron las vueltas que dio el helicóptero al caer sobre un árbol de magnitudes gigantes repleto de gruesas lianas.

Las hélices y las alas se enredaron hasta quedarse trabadas. Meciéndose en lo alto Yeonjun quedó dentro del helicóptero boca abajo y con todo el rostro rojo por la sangre subiéndose a su cabeza.

Con erráticos movimientos de alivio se soltó el cinturón de seguridad y abrió la puerta de una patada.

Tampoco espero que el inútil paracaídas se activara en cuanto puso un pie fuera de la nave.

—¡Maldición!

La cosa se abrió de golpe, alzándolo entre las ramas pero luego provocando su inminente caída.

Su cuerpo fue azotado por las lianas que se enrredaban y desenrredaban. Una rama le cruzó el rostro, y un feo corte se trazó en su pómulo.

Después de lo que pareció una tortuosa eternidad el paracaídas se enganchó por completo en el árbol y su cuerpo quedó gindando a dos metros del suelo.

Yeonjun trató de safarse, pero le resultó imposible, por lo que solo podía gritar y dar patasdas al aire para que las lianas cedieran ante el peso.

No muy lejos de donde él estaba, en lo profundo de esa isla, había un extenso río.

Minutos antes cuando el helicóptero se precipitó quedando colgado del arbol, un individuo escuchó el escandalo de la maquina.

Sobre una canoa, un cuerpo delgado cubierto con piel de serpiente remaba lentamente tarareando una canción de palabras incomprensibles.

Se ajitó al escuchar el estruendo y el chillido de los pájaros huyendo. Pero en vez de sentir miedo a lo desconocido, la persona remando se aventuró a encontrar la causa. Cabello negro y desordenado se destapó de su cara cuando corrió entre la hierba.

Yeonjun escuchó pasos veloces acercándose y dejó de moverse, agudizando su oído. Estaba pensando en qué haría si se trataba de algún animal peligroso cuando un cuerpo se situó frente a él, colgado de cabeza como si se tratara de Tarzán o el hombre araña.

Lo escrutaron un par de ojos con largas pestañas; uno de color verde y otro de color azul. Heteronomía.

Un rostro andrógino sonrió a unos centímetros del suyo.

Quizás Yeonjun sí había muerto por una caída y estaba en el cielo, o se había golpeado la cabeza y se encontraba alucinando.

El extraño chico volteó y enderezó su cuerpo en la liana con una experiencia que Yeonjun solo había visto en bailarines de pole dance. Luego extendió una mano para tocar la mejilla lastimada del piloto.

La atmósfera mágica se disipó cuando el extraño lamió la herida cual gatito curioso, haciendo a Yeonjun estremecerse y patalear para alejarse.

—¿Quién eres tu? —inquirió con una expresión complicada.

El chico de coloridos ojos ladeó la cabeza con confusión.

Yeonjun lo señaló varias veces, tratando de preguntar por su nombre, pero todo lo que consiguió es que el pequeño pelinegro atajara su dedo y lo examinara con curiosidad.

Pronto todo se volvió todavía más raro. El chico olisqueo y examinó su cuerpo con la mirada, su rostro formando una sonrisa juguetona y sus manos tocando donde le daba la gana, sin que el otro pudiera retirarse.

—¿Qué- ¡Deja! ¡no hagas eso!

Pero Yeonjun explotó cuando una de sus nalgas fue pellizcada.

—¡Hey! —lo miró con rabia contenida. Todo lo que hizo el desaliñado pelinegro fue reír meloso.

Yeonjun se exasperó.

—¿Si vas a moletarme por lo menos podrías bajarme de aquí?

El chico no comprendió a la primera, pero Yeonjun señaló el enredo de cuerdas en el árbol y el mensaje quedó más que claro.

Sacando lo que parecía ser una navaja hecha a mano el chico se encaramó sobre las lianas arriba de él y cortó una por una con precisión, incluidas también las cuerdas del paracaídas.

Yeonjun exhaló agradecido y se balanceo una última vez para saltar y caer sobre el suelo.

—Gracias —dijo tanteando su cuerpo para comprobar que no se había fracturado nada durante la caída.

No dio ni un paso cuando cuatro extremidades se guindaron de su espalda y un rostro se encajo en su cuello, restregándose.

—¿Eres algún tipo de Mowgli? —preguntó medio incomodo pero con un deje de broma, recordando el personaje de El libro de la selva.

El chico no respondió, soltó un ronroneo.

—Parece que sí —concluyó.

Yeonjun caminó con el pelinegro enganchado a su espalda. Se encontró fácilmente con el río y la canoa tumbada en la orilla.

—¿Esto es tuyo?

El pelinegro sonrió y se bajó para arrastrar la canoa de vuelta al agua, luego tomó la mano de Yeonjun y lo guió a que se sentara en uno de los dos bordes.

Si al joven militar le hubieran dicho un par de horas antes que terminaría navegando una corriente junto a un chico de la selva seguramente se hubiera reído con ganas. Ahora, viendo al otro remando con una expresión emocionada, no le encontró lo gracioso.

Él esperaba, de verdad, que no fuera parte de una tribu de caníbales o una salvaje manada de lobos, o simios.

Aunque se veía demasiado inofensivo y adorable para que eso fuera verdad.

Trató de sacarle conversación, pero desistió al comprobar que el pelinegro no sabía hablar, o por lo menos no en una lengua que Yeonjun pudiera comprender.

Se limitó a mirarlo.

Ignorando el hecho de que su cabello era un desastre total, un poco largo y desaliñado, dándole una apariencia ciertamente salvaje, su cuerpo era delgado y a la vez musculoso en las zonas adecuadas. La piel de serpiente estaba sujeta en uno de sus hombros y caía hasta cubrir la mitad de sus muslos. Sus muñecas y tobillos tenían atados lazos de otro tipo de piel animal.

Su cara de bonitas facciones y rostro amigable era tan dulce, que acompañado de otra vestimenta, habría resultado jodidamente bonito, exactamente el tipo de chico con los que a Yeonjun le gustaba pasar el rato.

Tomando en cuenta que Yeonjun formaba parte del ejército y estaba rodeado de hombres muy musculosos y algo toscos cómo él mismo, obviamente se sentiría fascinado al ver a una belleza así, tan rara y perfecta, que se le acelerara un poco el corazón y el sudor perlaba su frente.

El chico se dio cuenta de su intensa mirada y le sonrió de nuevo, empeorando el estado en el que se encontraba.

Joder.

Ojala no fuera un salvaje...

Ojalá se lo hubiera encontrado en un bar. De esa forma Yeonjun le habría pedido su número y lo habría invitado a una cita.

—¿Qué edad tendrás? —preguntó en voz alta y con algo de lastima, a cuestas de que no obtendría respuesta.

El pelinegro notó su desánimo y, en busca de ponerlo contento, empezó a tararear una canción. Yeonjun no podía entender nada, pero quedó un poco embobado por la dulce melodía de su voz y se relajó.

No podía medir el tiempo exacto, pero media hora después se detuvieron al final del río. En la orilla habían chozas hechas de paja y un grupo de personas yendo y viniendo con atuendos similares de distintas pieles.

El pelinegro volvió a entrelazar sus manos y corriendo lo llevó dentro de la choza más grande, llamando la atención de algunos de los miembros de su tribu.

Dentro de la oscura choza había una anciana mujer con ojos ciegos de color blanco que estaba siendo peinada por un chico de cabello castaño. Él, al igual que el lindo pelinegro que lo dirigió allí, tenía cada ojo de diferente color.

La vieja señora al sentir la presencia de alguien más soltó unas palabras en un ingles tosco, tomando por sorpresa a Yeonjun.

—¿A quién traes contigo Beomgyu? —preguntó con la mirada perdida.

El chico de cabello castaño dejó de trenzar el cabello canoso y miró entre el pelinegro y el hombre imponente vestido con un tipo de ropa que jamás había visto, cosa que llamó instantáneamente su atención.

Él preguntó algo a la señora usando ese lenguaje que Yeonjun no podía entender.

—No son pieles, Taehyun —aclaro la anciana—. Es un extranjero.

El chico hizo otra pregunta.

—Sí. Hace años algunos vinieron aquí, pero solo se llevaron un par de minerales a cambio de un par de pobres enseñanzas.

El joven miró a Yeonjun con desconfianza y lanzó otra palabra en tono mordaz.

—Depende de cuales sean sus intenciones —la vieja le respondió tranquila.

Yeonjun escuchaba el intercambio confundido y desesperado.

Miró al pelinegro que sujetaba su mano, recordando que él no había pronunciado ninguna palabra todavía. Solo una canción.

—¿Cuáles son tus intenciones, extranjero? —interrogó ella.

Yeonjun redirigió su atención.

—Quiero salir de aquí, ¿pueden ayudarme?

—¿Salir de la isla?

La anciana observó a su pequeño nieto, a quien apodaban Gyu de cariño, encaprichado observando al extranjero, rodeando su brazo y prácticamente suspirando a su lado.

—Es muy fácil —dijo ella— si navegas un día entero hacia el sur encontrarás una isla de extranjeros.

Yeonjun pensó que probablemente se trataba de Hawaii.

—¿Podrían ayudarme a llegar hasta allá? —se atrevió a preguntar, esperanzado.

La señora alzó una ceja y procedió a decir algo en su extraño idioma, Beomgyu le prestó atención y sus ojos se abrieron, apretando el agarre en el brazo del piloto.

Negó erráticamente y de un salto volvió a colgarse del cuerpo de Yeonjun.

—Parece que mi nieto Beomgyu se ha encariñado contigo —comentó la vieja con diversión y el castaño detrás rió sardónico.

—Gyu, debemos ayudar al extranjero a irse —razonó la anciana dulcemente con el pelinegro.

Yeonjun tenía sentimientos encontrados, porque ese cuerpecito de aferraba a él como una sanguijuela. Se le hacía tan tierno.

Pero tenía una misión importante que cumplir que nada tenía que ver con su escuadrón; llegar a Hawaii lo antes posible, antes de que sus amigos y familia entraran en pánico y lo dieran por muerto como en las películas de náufragos.

—Puedes quedarte esta noche con nosotros y mañana por la mañana te será asignada una canoa para volver.

Ante esas palabras Yeonjun se relajó... Demasiado rápido.

—Pero —agregó ella— tendrás que darnos una ofrenda a cambio.

—Pueden quedarse con mi nave y todo lo que hay dentro, de todas formas no es como que pueda llevarmela, ya dio todo lo que pudo.

La señora asintió satisfecha, le hizo un ademán a Taehyun para que siguiera trenzando su cabello.

—Beomgyu puede darte de comer y mostrarte un sitio para que duermas —y agregó— o puedes acompañarnos en nuestro ritual nocturno.

—No, estoy bien, gracias.

Yeonjun no estaba interesado en esas cosas, pero por educación y gratitud hizo una reverencia y salió de la choza. Beomgyu le fue señalando a donde debían dirigirse y llegaron a una choza llena de canastas tejidas a mano, repletas de frutos y distintos tipos de hiervas.

Iba a coger una banana, pero Beomgyu le dio un golpecito en la mano y le pasó un puñado de frutos rojos parecidos a las uvas.

—¿Son buenas? —preguntó, a lo que Beomgyu solo le sonrió.

Se sentó a comer con las piernas cruzadas mientras que Beomgyu lo observó intensamente. El chico siguió cada movimiento e hizo ruiditos extraños cuando los labios de Yronjun chupaban, o cuando un poco de jugo se derramaba por su barbilla.

Una vez que acabó Yeonjun se relamio los labios y soltó un bostezo. No había descansado bien las últimas semanas. Antes esperaba poder ver a Kai y alquilar una habitación de hotel en Honolulu para dormir un día entero sin preocuparse por sus responsabilidades en el trabajo.

Como las cosas resultaron diferentes solo podía dejarse caer en el suelo y cerrar los ojos, confiando en que todo estaría bien.

Quizás estaba más tranquilo de lo que debería.

Cuando despertó se dio cuenta de que había cometido un grave error.

Una sensación de deja vu lo invadió cuando sintió la presión de cuerdas a su alrededor.

Su cabeza dolió por la acumulación de sangre dirigiéndose al hemisferio norte de su cuerpo suspendido del revés en el aire. Aunque en esta ocasión el suelo estaba casi al ras de su coronilla. El lugar en el que se encontraba era bastante similar a una cueva, o eso intuía por la poca iluminación.

Confiar en salvajes, ¡solo a él se le ocurría una cosa así!

Soobin había reprendido en múltiples ocasiones la absurda confianza que Yeonjun le otorgaba a los extraños, pero él a penas hizo algo para cambiarlo.

Si lo utilizaban de sacrificio para algún ritual macabro solo podía tragarse su orgullo y maldecirse a si mismo.

Suspiró, tratando de pensar en una salida, cuando escuchó pasos acercándose.

Se ajito cuando una luz lo cegó. Sus párpados se relajaron un minuto después y volvió a abrirlos. Se encontró con un Beomgyu muy sonriente a centímetros de su rostro sosteniendo una antorcha.

—¡Fuiste tu! ¡desatame! —gritó histerico.

Beomgyu arrugó su naricita y luego negó.

—¿Por qué? —dijo Yeon mortificado.

Dejando la antorcha en la pared de piedra Beomgyu se sentó en el suelo, el reflejo amarillo transformó el color de sus ojos es dos joyas impresionantes. Yeonjun tragó saliva, intimidado por lo que sea que el cerebro de ese salvaje, pero lindo chico, podría estar maquinando.

—¿No van a dejar que me vaya? ¿van a matarme? —acusó bruscamente, a lo que Beomgyu, a pesar de no comprender bien lo que implicaban sus palabras, negó.

—¿Entonces?

De piernas cruzadas el pelinegro se arrastró a su lado y le siguió observando. Una de sus manos trazó las líneas del rostro de Yeonjun con curiosidad y cuidado.

—¿Qué? ¿te gusto? —preguntó hastiado por la situación.

Beomgyu se detuvo y suspiró, haciendo ojitos y empleando un movimiento de hombros similar al que hacen las chicas cuando tratan de verse lindas.

—¿Es una broma? —los labios de Yeonjun temblaban.

Beomgyu pestañeo.

No, no lo era. Le gustaba al chico.

Con un chasquido barrió el ego que le causaba llamar la atención de un chico tan bonito. Estaba metido en una situación de supervivencia, debía pensar fríamente y no sentirse atraído por un humanito ignorante.

—Beomgyu, no puedo quedarme aquí, tengo que ver a alguien —trató de explicar con tono suave, pero Beomgyu seguía sin entender.

No sabía qué tan tarde era, pero Soobin seguro ya se había contactado con Kai, y este le habría dicho que Yeonjun jamás llegó a su graduación.

—Mi amigo Kai, tengo que verlo —repitió más explícitamente, luchando contra las lágrimas.

—¿Kai?

Yeonjun abrió los ojos al escuchar a Beomgyu pronunciar esa palabra. Se ajitó y asintió esperanzado.

—¡Sí! ¡Kai! ¡Mi amigo!

Entonces Beomgyu fruncio su ceño y negó.

Yeonjun frenó su escándalo.

La manito del pelinegro lo señaló, y luego se señaló a si mismo antes de cerrar su puño con fuerza en su pecho. Ese ademán significaba un rotundo, inminente, e inconfundible: Mío.

Yeonjun entró en pánico.

—¡No! ¡Kai es mi amigo! ¡A-mi-go! —trató de enmendar el mal entendido, pero mientras más hablaba la cara del chico se oscurecía más.

Beomgyu no se movió y Yeonjun terminó rindiéndose. Pensó con todas sus fuerzas y se detuvo a examinar nuevamente al chico salvaje.

Entonces tuvo una idea.

—¿Sabes?... Eres muy bonito —dijo suavemente, poniendo todo el peso de la oración en su tono, para que Beomgyu comprendiera lo que trataba de trasmitirle.

Básicamente iba a coquetear con él para que lo soltara, y luego huiría.

Beomgyu pestañeo, escuchando atentamente. Se notaba por su pequeña y tímida sonrisa que le gustaba la forma de hablar del piloto, grave y sensual.

—Tienes unos ojos muy lindos, Beomgyu —Yeonjun entrecerro sus ojos— y una boca muy bonita —se relamió los labios.

El aludido ladeó su cabeza, con ese gesto Yeonjun consiguió más cumplidos para darle.

—Tu cuello y tus hombros ¡no! Tus piernas, son tan largas y delgadas Gyu, me encantaría poder tocarlas...

Sin querer Yeonjun se dejó llevar un poco por sus divagaciónes, y Beomgyu caía muy bien en ellas porque nada de lo que soltaba donaba a una mentira, menos cuando dijo con voz ronca:

Todo tu cuerpo se ve tan follable.

Un estremecimiento recorrió a Beomgyu, como embrujado por la palabrería sexy del extraño que tanto le gustaba. Guiado por su lívido, sacó su navaja hecha a mano y terminó soltando las cuerdas que ataban al más alto, haciéndolo caer de bruces al duro suelo.

Yeonjun maldijo sacándose los nudos.

Beomgyu sonreía de oreja a oreja, esperando obtener más halagos por sacarlo de su incomoda posición, pero lo que ocurrió en un segundo fue que Yeonjun se levantó y salió corriendo frente a sus ojos.

Sí, el militar se había metido bastante en el engaño —que no era tanto un engaño— y por supuesto que Beomgyu le parecía una belleza y su jodida fantasía. ¡Pero un hombre debe poner su vida antes que el sexo siempre!

Sin dirección, trató de guiarse por su entrenamiento en campo cerrado para salir de la oscura cueva, esperando que el chico salvaje no lo siguiera.

Corrió todo lo que pudo en todas las direcciones, pero parecía tratarse de un laberinto, y diez minutos después estaba más perdido que nunca, incluso en comparación a sus misiones en el desierto.

Casi una hora después comprobó que estaba yendo en círculos, porque divisó a un par de metros la luz de la antorcha que Beomgyu había traído consigo.

A medida que se acercaba al punto de partida, derrotado, fue escuchando pequeños sollozos entrecortados provenientes de ese lugar. Su corazón se oprimió un poco, consiente de que solo podían pertenecer a su pequeño captor.

Encontró un cuerpecito hecho bolita junto a la pared de piedra, llorando con la cabeza enterrada en sus rodillas.

Al sentir la presencia de Yeonjun el llanto paró y un par de ojos cromáticos lo miraron como los de un cachorrito al que su amo acababa de azotar.

El piloto trato de acercarse y pedir perdón, pero el pelinegro se arrastró a un lado, alejándose y negando, pronunciando una palabra desconocida, pero que Yeonjun traducía como un: no.

—Por favor chiquito, no fue mi intensión lastimarte —dijo sintiéndose culpable por la evasiva actitud de Beomgyu—. Pero es que necesito irme, no puedo... No puedo quedarme aquí contigo.

Beomgyu solo siguió llorando.

Yeonjun medito que probablemente estaría anocheciendo afuera, y se resignó a que no podía hacer nada más que quedarse y calmar a Beomgyu, obtener de nuevo su confianza para que este le ayudara. Cosa que no sería sencilla después de actuar como un completo idiota.

Sabía que le gustaba al inocente niño salvaje, ¿y qué hizo él? Aprovecharse de eso y dejarlo tirado.

Nunca, desde que empezó a liarse con hombres esporádicamente, le había gustado lo típico de utilizar a las personas, y siempre había empleado el mínimo de cortesía óptimo con cada una de sus conquistas. Al menos despidiéndose a la mañana siguiente o dejando una nota que expresara lo bien que lo había pasado.

Solo porque Beomgyu no era un chico común, ¿eso justificaba que él pudiera tratarlo a su antojo? No.

Los humanos nos convertimos en bestias de verdad cuando perdemos la razón, pensamos en nosotros mismos, y descartamos los sentimientos de los demás.

Todo el rato estuvo pensando que Beomgyu era el salvaje, pero el verdadero salvaje en realidad era él. El pelinegro solo estaba jugando y actuando como un enamorado inocente.

Con cautela Yeonjun se situó frente al cuerpo tembloroso y acarició su cabeza, haciendo ruiditos como cuando llamamos a los animalitos, porque Beomgyu se veía tan indefenso que no pudo evitarlo.

—Perdoname corazón —dijo buscando su mirada, pero este no daba indicios de querer alzarse para verlo de nuevo—. Gyu, vamos, mírame.

Apropiándose lentamente del espacio personal del pelinegro Yeonjun fue acercando su rostro hasta que consiguió chocar nariz con nariz. Esta zona estaba húmeda, al igual que toda su cara.

Con sus pulgares secó sus mejillas y, tragando saliva, sin poder contenerse un minuto más, probó dando un beso sobre los labios temblorosos de Beomgyu, consiguiendo que este abriera sus ojos al fin y lo mirara con asombro y confusión.

Yeonjun dio besos cortos pero ruidosos con los labios cerrados. Beomgyu trató de imitar su acción y así se vieron envueltos poco a poco en un beso compartido. La química era tan sorprendentemente alta, que Yeonjun se aventuró a probar más y utilizó una técnica más hábil y explorativa, besuqueando el labio inferior y el superior.

Estos sabían a frutos tropicales, ligeramente dulce y ácido, como las parchitas frescas. Su boca estaba limpia, y antes cuando lo había visto sonreír, supo al instante por lo blanco y perfecto de su dentadura que de alguna manera su tribu salvaje si le ponía atención a cosas como la higiene bucal.

Bendito sea todo. Yeonjun no sabía a cuál dios agradecerle.

Beomgyu era como un jodido sueño perfecto.

¿Quizás no estaba tan mal sobrepasarse un poquito?

Fue dejando el cuerpo pequeño bajo el suyo, se quitó las muñequeras para pilotar y las tiró en la oscuridad para poder tocar a gusto la suave piel a su disposición. Entre sus besos torpes pero pasionales Beomgyu soltó jadeos y gemidos al ser acariciado y a veces pelliscado por las manos hábiles de Yeonjun en todas las zonas erógenas al alcance.

Pero Beomgyu también quería tocarlo.

Gruñó disgustado jalando el chaleco militar, Yeonjun soltó una risita y se adelantó a quitárselo, puesto que Beomgyu jamás sabría desabrochar ese tipo de cierre. Se sacó la camisa y dirigió las manitos del pelinegro a sus abdominales, dejándolo tocar a su gusto.

Beomgyu tragó saliva y lo besó debajo de su manzana de la Adán.

—Espera —lo detuvo Yeonjun soltando un jadeo pesado— dejame...

Beomgyu se dejó hacer cuando Yeonjun desamarró el nudo que ataba la piel de serpiente a su cuerpo. Pronto el pelinegro se hallaba desnudo recostado sobre estas.

Finalmente sus pechos se tocaron. Un grito de placer abandonó la boda de Beomgyu cuando Yeonjun tocó superficialmente la dura hombría del pelinegro con su mano, tanteando y llenándose del líquido preseminal.

—Estás tan mojado —gimio Yeonjun besando su quijada y lamiendo de vez en cuando— Eres tan bonito.

Otra vez volvía a soltar todo lo que opinaba sobre la belleza del pequeño niño salvaje. Ahora más que nunca podía dejarse ir todo lo que quisiera, mientras el pelinegro ronroneaba y se movía buscando más de sus atenciones.

Yeonjun apostaría a que en todo Hawaii no encontraría a alguien tan receptivo y tan bonito.

El juego previo se alargó un largo rato, puesto que en realidad Yeonjun no pretendía hacer nada más con el chico, solo manosear y probar un poco, respetando la desigualdad de experiencia y de conocimientos que implicaban una relación sexual más profunda. Pero fue Beomgyu el que en un momento, mientras Yeonjun dejaba chupones en su estomago, empezó a chupar sus propios dedos hasta empaparlos con su saliva, y luego, ante la expectante mirada del piloto, llevó sus dígitos a su entrada y empezó a dilatarla.

—...

¡¿Cómo?!

No podía ser que Beomgyu en realidad estuviera dispuesto a llegar más lejos. No podía ser posible que él supiera lo que estaba haciendo.

Beomgyu estaba allí, dándose placer a su mismo en ese lugar apretado que Yeonjun no se había permitido tocar para no asustarlo.

A la mierda todo.

Yeonjun lo detuvo sacando sus dedos. Beomgyu lo miró desconcertado, creyendo que había hecho algo mal. Yeonjun negó y depositó besitos en sus mejillas antes de agacharse a la altura de su culo y escupir en la zona de su entrada. Beomgyu se tensó, pero luego gritó cuando dos largos falanges de Yeonjun profanaron su agujero, llegando mucho más profundo y dando justo en ese punto al que a él tanto le costaba alcanzar.

—Entonces sabes más de esto de lo que pensaba —Yeonjun silbó, apreciando a Beomgyu retorcerse por el placer—. Dejame mostrarte un poco más.

Giró sus dedos y los abrió, abriendo paso para un tercero y un cuarto. Para ese punto Beomgyu se sujetaba a sus fuertes hombros con su boca abierta y piel empapada de sudor.

La polla de Yeonjun estaba que explotaba en sus pantalones. Tan incomodo, que tuvo que alejar sus manos un momento de Beomgyu para desabrocharselos y bajarlos a la mitad de sus muslos, liberándo su miembro rojizo y venoso.

Beomgyu se le quedó viendo como si fuera la octava maravilla del mundo, la cosa más exquisita que jamás había visto.

El plan de Yeonjun era restregar sus penes juntos mientras perforaba con sus dedos la apretada entrada del pelinegro, pero al parecer este tuvo otros planes.

Beomgyu se incorporó y tiró a Yeonjun de espaldas en el suelo donde estaban su chaleco y su camisa. Tomándolo por sorpresa se subió a su regazo y recargó sus brazos de su bien formado pecho mientras restregaba su culo contra la polla erecta del piloto.

Yeonjun estaba claramente estupefacto por esa salvaje iniciativa. Pero, tomando en cuenta que en realidad Beomgyu tendía a guiarse más por el instinto que por la razón, simplemente disfrutó de la vista de ese cuerpo meneando en ondas sus caderas.

Lo sujetó de la cintura y conectaron sus miradas. Los orbes de diferente matiz que antes le parecían tan puros ahora albergaban una lujuria imposibles de ignorar.

En un momento el pene de Yeonjun presionó en la entrada de Beomgyu y ambos gimieron.

—Maldicion —Yeonjun exclamó, y a penas tuvo tiempo de relamerse los labios por la gloriosa sensación cuando Beomgyu se auto penetró de golpe, introduciendo todo su miembro en su estrecha entrada hasta que sus bolas chocaron con sus nalgas.

El pelinegro se quejó por el dolor, cerrando sus ojos y con sus muslos temblando, pero no lo expresó tanto como Yeonjun esperó que lo hiciera.

—Dios, no puedes ser real —exclamó echando su cabeza hacia atrás, su pelvis moviéndose involuntariamente y su miembro siendo exprimido deliciosamente por esa estrechez ideal.

Beomgyu empezó a moverse sin darse ni un minuto más de recuperación, tratando de complacerse a si mismo y,  en consecuencia, provocándole a Yeonjun descargas y descargas de placer con sus bruscos saltitos.

Era jodidamente una locura lo bien que se movía, chillando de éxtasis y sin una gota de pudor. Incluso con la pobre iluminación de la antorcha, Yeonjun alcanzaba a ver sus lindas y sucias expresiones, su cabello alborotado que solo lo volvía más apetecible.

Cerca del clímax, Yeonjun extendió sus brazos y jaló los cabellos de Beomgyu para que descendiera y sus bocas se encontraran en un húmedo beso, sus pechos calientes se tocaron de nuevo. Yeonjun tensó sus talones en el suelo y apretó con ambas manos los glúteos de Beomgyu, abriéndolos, empezando a penetrar con duras y certeras embestidas su interior. Se tragó cada gritó de Beomgyu en el beso, y aumentó la intensidad cuando este empezó a soltar lágrimas incontenibles.

Todo el ruido que hacían rebotaba en la cueva haciendo eco, pero ninguno se comparó al grito producido por Beomgyu al llegar al orgasmo, tan desgarrador y provocativo que Yeonjun terminó en su interior instantes después, llenandolo con su semen hasta el borde.

Todavía después de eso los dos jaderon con fuertes respiraciones, enredados en un caos pegajoso.

Yeonjun no tenía palabras, no podía pensar.

Había sido la cogida más brutal de toda su jodida vida.

—Gyu...

El aludido estaba prácticamente inconsciente sobre su cuerpo. Yeonjun tomó una bocanada de aire y sacó su miembro de su agujero. Al instante pudo sentir su semen chorreando por los muslos de Beomgyu, cosa que lo hizo soltar un sollozo ahogado por lo sucio y excitante que le resultaba.

Se quedó allí, rodeando el cuerpo del pelinegro con sus brazos y recuperando la cordura, a la vez que el agotamiento lo sumergía de nuevo en un sueño profundo.

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Al despertar lo primero que vio no fue el oscuro techo de la cueva, sino un techo hecho de paja. Una sensación agradable en su espalda lo hizo removerse y bostezar.

Ya no más ataduras ni estar de cabeza.

Se alegró por esa forma tan agradable de despertar, pero todo fue eclipsado cuando notó que ya no había un cuerpo descansando sobre el suyo. Sus pantalones estaban bien puestos al igual que su camisa.

Estaba recostado sobre una pila de pieles suaves, al incorporarse descubrió que todo el suelo de la choza estaba cubierto por esa comoda alfombra hecha a mano.

—Beomgyu te trajo aquí anoche.

Yeonjun volteó y se encontró con la vieja de cabello ahora perfectamente trenzado, en una pose de meditación a un par de metros de distancia.

—¿Dónde está él?

—Preparando todo para tu viaje. Encontramos en tu nave algunas cosas que seguro no querrás perder.

La realidad golpeó a Yeonjun como una patada en el estomago.

Cierto, el tenía que ir a Hawaii a ver a Kai; volver a su vida de militar, con su escuadrón, sus amigos, y su familia. ¿Cómo se le había olvidado eso en menos de veinticuatro horas?

—Adaptamos una canoa más grande para que puedas navegar a tu casa —dijo la vieja casi arrastrando la palabras.

—Yo...

Yeonjun no podía controlar el pánico y los estridentes latidos de su corazón. No quería solo olvidarse de Beomgyu, no quería.

—Prometo que volveré... —murmuró agitado—. ¡Prometo que vendré a buscarlo en cuanto pueda!

La vieja de ojos como el cristal y mirada pérdida hizo el ademán de sonreír.

—Eso no va a ser necesario.

—¿Eh? —Yeonjun no entendió, pero el pánico se disipó de repente.

—Te vas a llevar a mi nieto contigo.

De repente una sombra entró a la choza dando saltitos.

—¡Amor! ¡Amor! —gritó una voz dulce.

Beomgyu hizo su aparición. Yeonjun lo observó vestir unas ropas diferentes. Llevaba una capa de grueso pelaje color marrón y su cabello estaba adornado con florecillas.

—¿A-amor? —Yeonjun no podía procesar nada. Ni la apariencia de Beomgyu, ni escucharlo pronunciar esa palabra.

—¡Amor! —repitió Beomgyu arrodillándose frente a él y acurrucandose en su pecho.

—Le enseñé a decir esa palabra en tu idioma esta mañana —mencionó la anciana con simpleza.

Yeonjun tragó saliva y miró desde arriba la carita emocionada de Beomgyu, llena de cariño y ternura.

—También le enseñé a decir otras cosas, por si las llega a necesitar.

Beomgyu susurró:

Te quiero mucho, me gustas.

El piloto casi sufre un infarto en ese instante.

—¿C-cómo es que él...? ¿Por qué...? ¿cuándo?

—¿Qué? —preguntó la anciana.

—Él es tan hábil en el sexo.

Eso no era exactamente lo que quería decir, no lo principal, pero fue lo primero que se escapó de su boca. Era un completo desastre.

—Nosotros le enseñamos a nuestros chicos y chicas lo que es el placer sexual en cuanto llegan a la adolescencia. Beomgyu ya es mayor de edad. No somos una tribu estricta ni mucho menos mojigata.

Vaya palabras sabías.

Yeonjun ya no le dio vueltas al asunto porque de todas formas él lo había comprobado por su cuenta. El punto era, en ese momento, que se podía llevar a Beomgyu consigo.

—Chiquito —le habló en susurros con sus rostros rozándose. La felicidad burbujeaba en su estomago—. Vamos a casa, amor.

Beomgyu asintió antes de repetir:

¡Amor!

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2/?

A la personita que me dejó este encargo ¿Qué tal estuvo? uwu

Espero que te guste el resultado y disculpa los errores ♡

En este caso el video me ayudó muchísimo a describir la atmósfera, lo vi muchísimas veces y le agarré el gusto a la canción a pesar de no escuchar música en español regularmente xd

Es un concepto genial, incluso para una historia extensa...

So

Para todos los demás que siguen esperando su pedido, les repito que esto lo hago para despejarme y entretenerme con sus ideas, por lo que puedo tardar bastante en realizarlos, una disculpa u.u

En fin

¡Les quiero mucho mucho!

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