xxxvi. looking at the flames
xxxvi.
mirando a las llamas
Querido Hocicos:
Espero que estés bien. Los primeros días aquí han sido terribles, y por eso me alegro de que
haya llegado el fin de semana.
Tenemos una profesora nueva de Defensa Contra las Artes Oscuras, la profesora Umbridge. Es tan encantadora como tu madre. Te escribo porque eso que te conté en verano volvió a pasarme anoche mientras estaba cumpliendo un castigo con Umbridge.
¿Podrías enviarme algún libro de los que comentamos en verano? Ya sabes cómo es Brigid, le encanta leer y se ha quedado ya sin lecturas. Pregúntale a la cocinera si tiene alguno.
Todos echamos de menos a nuestro gran amigo, pero esperamos que vuelva pronto.
Contéstame rápido, por favor.
Un abrazo,
Harry
Brigid levantó la mirada de la carta y asintió lentamente.
—Umbridge es Umbridge, te dolió la cicatriz, queremos un libro de mi madre que nos ayude a entender todo lo de los dones y maldiciones de sangre y queremos saber de Hagrid —enumeró Harry, en voz baja—. ¿Crees que alguien podría entenderlo?
Brigid negó después de un momento.
—Si Sirius no entiende lo del libro, tu madre lo hará —afirmó—. Espero que respondan pronto.
Desde que Harry le dijo que le había dolido la cicatriz, al día siguiente de que Brigid perdiera el control, ella no había podido dejar de pensar en aquello.
—Voy a llevarla a la Lechucería —respondió Harry, metiendo la carta en un sobre.
Tras mirar un momento a su alrededor y asegurarse de que la sala común de Hufflepuff estaba totalmente desierta, Harry depositó un corto beso en los labios de Brigid y luego se marchó con una gran sonrisa en el rostro.
Brigid se quedó sonriendo como una tonta durante un momento, antes de recoger sus cosas y ponerse en pie. Ya había amanecido y escuchaba a la gente preparándose ya para bajar de los dormitorios e ir a desayunar.
Susan Bones fue la primera en llegar a la sala común. Le dirigió una amplia sonrisa, a pesar de que se le veía algo cansada.
—¿Vienes al Gran Comedor?
Brigid aceptó. Prim y Ron bajaron segundos después, de modo que los cuatro se dirigieron juntos hacia el vestíbulo y luego entraron a desayunar.
—Hoy tenemos entrenamiento —masculló Ron, algo abatido. Aunque Brigid sabía lo mucho que había querido entrar al equipo de Hufflepuff, aquello había desaparecido para ser sustituido por numerosas preocupaciones cuando le habían dado el puesto—. ¿Creéis que irá bien?
—Estoy convencida de que sí —afirmó Prim.
Ella había entrado al equipo casi en su mayor parte por apoyar a Ron, sin esperar que luego entraría en el equipo. No muchos habían querido hacer las pruebas para buscador. Nadie se sentía con ánimos de robar el puesto de Cedric. De hecho, Prim le había preguntado a Brigid si le parecía bien que se presentara.
—¿Por qué no vamos luego a verlo? —propuso Susan—. Sería divertido.
—Me parece bien —asintió Brigid, sonriendo.
Alguien apartó un ejemplar de El Profeta con desgana a su lado. Brigid, tras dudar un momento, lo tomó. Hacía tiempo que no lo leía: se dedicaba a desacreditar a Harry y a Dumbledore. Pero había visto algo que había atraído su atención.
—«Según una información obtenida por el Ministerio de Magia de fuentes fidedignas, Sirius Black, el famoso asesino... bla, bla, bla... ¡está escondido en Londres!» —leyó en voz baja, levantando la cabeza para mirar a los tres que estaban a su lado.
—¿Cómo dices?
Vega y Jessica acababan de tomar asiento frente a ellas. La primera le miraba, con los ojos muy abiertos. Brigid le pasó el periódico.
—«... El Ministerio advierte a la comunidad de magos que Black es muy peligroso... mató a treinta personas... se fugó de Azkaban...» —continuó Vega, frunciendo el ceño. Ella y Jessica intercambiaron una mirada—. No podrá volver a salir de la casa —susurró, con pesar—. Lo va a odiar.
—Pero ahí está seguro —respondió Jessica, también susurrando—. Le veremos en Navidad, ¿no?
Vega asintió con pesadez y le devolvió el periódico a Brigid, que se lo pasó a Susan. Ella encontró un artículo que hablaba del arresto de Sturgis Podmore, un miembro de la Orden que debería haberles acompañado a la estación el primer día.
—Qué raro —dijo Prim, frunciendo el ceño—. ¿Intentó entrar al Ministerio? No tiene sentido.
—Podría preguntarle a mi padre —respondió Susan, dubitativa—. Le preguntaré si vendrá a la próxima salida a Hogsmeade.
Al final, Brigid no fue al entrenamiento de Hufflepuff: el propio Ron les pidió a ella y a Susan que no lo hicieran.
De modo que ambas se quedaron haciendo los cientos de deberes que tenían atrasados en la sala común, tratando de ignorar las miradas de los demás. Brigid prefería generalmente hacer la tarea en la biblioteca, porque allí la gente no hacía comentarios. En la sala común no era así.
Pero la biblioteca estaba llena, de modo que Brigid se veía obligada a inclinarse sobre su pergamino e ignorar los susurros perfectamente audibles que decían que estaba loca.
Los rumores no habían cesado desde los primeros días del curso. Todo lo contrario. Había quiénes decían que Brigid había provocado la muerte de su hermano por celos y que por eso no parecía afectada. Los había que simplemente pensaban que ella no había hecho nada más que meterse donde no la llamaban, pero que no le importaba Cedric en lo más mínimo y por eso no se pasaba el día llorando.
Los había que opinaban que ella había corrompido a Harry; otros que decían que él le había arrastrado a ella al laberinto. Todo eran enormes tonterías, pero que terminaban afectando.
Aunque Brigid se odiara por dejar que aquello le hiciera daño, no podía evitarlo. Pero simplemente fingía no escuchar y continuaba con sus deberes. Una lágrima cayó sobre su pergamino, pero Susan no la advirtió, por suerte.
Harry y Nova aparecieron al rato y se sentaron junto a ellas. Él también se puso a hacer la tarea y Nova se quedó jugando con una snitch: la dejaba escapar y a los pocos segundos la atrapaba.
—Tío James me la regaló en verano —le explicó a Brigid, en un susurro.
La aparición de ambos hizo acallar los murmullos y eso permitió que Brigid continuara con sus deberes sin más distracción que la de Harry —que tampoco era poca.
—¿Todo bien? —le susurró él en cierto momento.
Brigid se limitó a asentir, sin siquiera mirarle. Harry la observó, preocupado. Parecía buscar las palabras adecuadas que decir. Brigid suspiró.
—Solo... —empezó a explicar, antes de que él dijera algo más—. Me gustaría que la gente dejara de hablar de lo que no tiene idea.
—Ya —murmuró Harry—. A mí también.
Muchos calificaban a Harry de loco. Brigid también había escuchado bastante sobre aquello.
—Vaya mierda —suspiró Brigid.
Harry medio sonrió.
—Sigue siendo gracioso cuando dices palabrotas —se burló—. Pero sí, vaya mierda.
Prim y Ron, acompañados por Hermione, llegaron del entrenamiento con aspecto derrotado. Brigid se preguntó cómo de mal habría estado.
—¿Cómo ha ido el entrenamiento? —preguntó Susan, en tono cauteloso.
—Ha sido... —empezó a decir Prim.
—Un desastre total —se le adelantó Ron con voz apagada, y se desplomó en una butaca junto a Brigid.
—Bueno, sólo ha sido el primero —dijo Hermione, buscando consolarle—, supongo que te costará cierto tiempo...
—¿Quién ha dicho que haya sido un desastre total por mi culpa? —la interrumpió Ron.
—Nadie —contestó Hermione, sorprendida—. Creí que...
—Estabas convencida de que iba a hacerlo mal, ¿no?
—¡No, nada de eso! Mira, como tú has dicho que había sido un desastre total...
—Ron —dijo Prim, en tono de advertencia.
Él suspiró.
—Voy a empezar a hacer los deberes —dijo Ron y se fue dando zancadas hacia la la entrada a los dormitorios de los chicos.
Hermione miró a Prim y le preguntó:
—¿Lo ha hecho mal o no? No ha querido decir nada de camino a aquí, pero...
—No —respondió Prim manteniéndose leal. Hermione arqueó las cejas—. Bueno, digamos que los dos podríamos haber jugado mejor —murmuró—, pero sólo ha sido la primera sesión de entrenamiento, como tú has dicho... Y Malfoy y compañía han ido a joder...
—Qué pesados —masculló Nova—. Tendré que intercambiar unas palabras con mi querido primo.
Brigid miró a Nova con incredulidad.
—¿Malfoy es tu primo? —exclamó, sin dar crédito. Había olvidado aquello por completo.
Harry no sabía si mirarla con horror o echarse a reír. De todos allí, era el único que comprendía la reacción de Brigid ante aquello.
—Su madre es prima de mi padre, así que somos primos segundos, pero sí. —Nova hizo una mueca—. Que Malfoy aparezca en el árbol genealógico y yo no me parece un insulto. Soy mucho mejor que él.
—¿Por qué no bajas un poco el volumen, Nova? —le dijo Vega desde el otro lado de la sala común. Miraba con severidad a su hermana pequeña, probablemente temiendo que revelara por accidente algo de Grimmauld Place.
—¡Lo siento! —respondió tranquilamente ella.
Aquella noche ni Prim ni Ron adelantaron mucho los deberes. Ambos parecían aún afectados por el entrenamiento.
Ellos dos, junto a Brigid y Susan todo el domingo en la sala común, rodeados de libros, mientras a ratos la estancia se llenaba de alumnos y otras veces se quedaba vacía. Harry se unió a ellos y Nova vino con él, aunque ella terminó todo con bastante rapidez. Vega y Jessica también estaban allí haciendo deberes, pero se mantenían aparte.
Hacía un día bonito y despejado, y la mayoría de sus compañeros de Hufflepuff estuvieron al aire libre, en los jardines, disfrutando de lo que bien podía ser uno de los últimos días soleados del año. Al anochecer, Brigid tenía la sensación de que alguien había estado golpeándole el cerebro contra las paredes internas del cráneo.
—Nunca más dejaré todo para el último día —declaró, agotada.
—Mirad, creo que deberíamos intentar hacer más deberes durante la semana —les comentó Harry cuando finalmente terminaron la larga redacción para la profesora McGonagall sobre el hechizo Inanimatus Conjurus y, abatidos, empezaron otra igual de larga para la profesora Sinistra sobre las lunas de Júpiter.
Por suerte, Brigid ya había hecho aquella el día anterior. Cerró el libro y suspiró, aliviada por ya haber acabado.
—Sí —respondió Ron frotándose los enrojecidos ojos y arrojando al fuego la quinta hoja de pergamino descartada—. Oye, Brigid, ¿nos dejas echar un vistazo a tus trabajos?
Ella se lo pasó todo tranquilamente. A Brigid no le importaba dejar copiar a sus amigos. Si le hubiera pedido ayuda Zacharias Smith, hubiera sido muy diferente.
Harry, Ron y Prim siguieron trabajando mientras Susan y Brigid salían a dar una pequeña vuelta. Fuera, el cielo se oscurecía cada vez más. Se encontraron a Hermione y le propusieron que fuera un rato a su sala común. Las tres se quedaron aparte charlando y Hermione comenzó a hablarles de los gorros que ella misma hacía con lana para los elfos domésticos. Brigid se tragó todas sus opiniones con respecto a aquello y cambió el tema de conversación.
A las once y media, las tres se acercaron a Harry, Prim y Ron, que aún continuaban escribiendo. A Brigid le pesaban los párpados y Hermione bostezaba.
—¿Ya habéis terminado? —preguntó Hermione.
—No —contestó Ron con aspereza.
—No os quedará mucho ya —trató de animarles Brigid.
—No sé yo —masculló el pelirrojo.
—Ron...
—No tengo tiempo para escuchar tus sermones, Hermione, ya estoy harto de...
—No, Ron, ¡mira!
Hermione señalaba la ventana más cercana. Todos los demás miraron hacia allí. Una bonita lechuza se había posado en el alféizar y miraba a Ron.
—¿No es Hermes? —preguntó Hermione, asombrada.
—¡Vaya, sí! —exclamó Ron, que dejó su pluma y se levantó—. ¿Para qué me habrá escrito Percy?
Fue hacia la ventana y la abrió, y Hermes entró en la habitación, aterrizó sobre la redacción de Ron y extendió la pata en la que llevaba atada una carta. Ron cogió la carta y la lechuza se marchó sin perder tiempo, dejando huellas de tinta en el dibujo que el chico había hecho de la luna Ío.
—Sí, es la letra de Percy —observó Ron sentándose en la butaca y leyendo lo que había escrito en la parte exterior del rollo de pergamino: «Ronald Weasley, Casa de Hufflepuff, Hogwarts.» Luego miró a sus amigos y añadió—: ¿Qué creéis que será?
—¡Ábrela! —le ordenó Hermione con impaciencia, y Harry asintió con la cabeza.
—Es raro, ¿no? —comentó Prim, mirando a Nova y Susan—. Igual va a felicitarte por entrar al equipo. Puede que alguien se lo haya dicho.
Ron desenrolló el pergamino y empezó a leer. Cuanto más avanzaba, más ceñuda era su expresión. Después, cuando con aspecto indignado terminó la lectura, les pasó la carta a Harry y a Hermione, que se pusieron el uno al lado del otro para leerla juntos. Prim se acercó a ellos, al igual que Susan.
Brigid, sin embargo, se quedó mirando a Ron.
—¿Tan malo es? —quiso saber, notando su expresión.
Ron bufó.
—Ni te lo imaginas. No pierdas el tiempo leyendo esa mierda.
Harry levantó la cabeza y miró a Ron.
—Bueno —dijo intentando que pareciera que se había tomado aquella carta como una broma—, si quieres... ¿Cómo era?... —volvió a mirar la carta de Percy—. ¡Ah, sí! «Cortar los lazos» conmigo, te juro que no me pondré violento.
—¿Es ha dicho? —preguntó Brigid, con incredulidad.
—Dámela —le pidió Ron tendiéndole una mano—. Es un completo... —añadió entrecortadamente mientras rompía la carta de Percy por la mitad—, absoluto... la rompió en cuatro trozos—, y rematado... —la cortó en ocho trozos— imbécil. —Y los arrojó al fuego—. Démonos prisa, hemos de terminar esto antes del amanecer —le dijo con brusquedad a Prim y Harry, y cogió otra vez la redacción para la profesora Sinistra.
Hermione miraba a Ron con una extraña expresión en la cara.
—Venga, dádmelas —dijo de pronto.
—¿Qué? —se extrañó Ron.
—Dádmelas, las repasaré y las corregiré —afirmó.
—¿Lo dices en serio? ¡Oh, Hermione, eres nuestra salvación! —exclamó Ron—. ¿Qué puedo...?
—Podéis decir esto: «Prometemos que nunca volveremos a dejar nuestros deberes para el último momento» —recitó ella tendiéndoles ambas manos para que le entregaran las redacciones, aunque con aire divertido.
—¿Te vale si te doy un beso? —propuso Prim, sonriendo.
Hermione contuvo la risa.
—Igual sí —susurró.
Y Prim, echando un vistazo a la sala, en la que solo estaban Jessica y Vega aparte de ellos, le dio un beso.
—Un millón de gracias, Hermione —dijo Harry con un hilo de voz mientras le pasaba su redacción, y volvió a hundirse en su butaca frotándose los ojos—. Espero que no te moleste si yo no te beso.
—Ni pienses en ello, Potter —fingió ofenderse Prim.
Brigid se sentó a su lado y él la rodeó con el brazo. Ya era más de medianoche, y en la sala común sólo estaban ellos cinco, Nova, que dormitaba en un sofá, Vega y Jessica, que continuaban haciendo deberes, y Aslan. Susan se había ido a dormir.
El gato subió de un salto al regazo de Harry y éste lo acarició distraídamente. Lo único que se oía era el rasgueo de las plumas de Vega, Jessica y Hermione y el ruido que hacían al pasar las páginas de los libros de consulta que había esparcidos sobre la mesa cuando buscaba algún dato en ellos.
Harry estaba agotado. Brigid lo notaba. Y sabía que no era solo por haber estado todo el día con los deberes.
—Sea lo que sea que Percy haya dicho —le susurró—, ni una palabra es verdad. Lo sabes, ¿no?
Él suspiró.
—Lo sé. Pero eso no quita que sea malo. —Suspiró—. Me gustaría poder hablar con Sirius. Creo que él es el que mejor podría entender esto, ¿sabes?
Brigid asintió lentamente y se recostó junto a él.
—Bueno, ya puedes pasarla a limpio —le dijo Hermione a Ron acercándole su redacción y una hoja con lo que ella había escrito—; luego añade las conclusiones que he redactado yo.
—En serio, Hermione, eres la persona más maravillosa que he conocido jamás —repuso Ron con timidez—, y si vuelvo a ser maleducado contigo...
—... sabré que vuelves a ser el de siempre —terminó Hermione.
—Deja de coquetear con mi novia, Weasley —bromeó Prim, dándole un codazo.
Hermione rio al devolverle su redacción.
—Solo te falta poner las conclusiones. Mira las de Ron y cámbialas un poco. Harry, la tuya está bien, excepto este trozo del final. Creo que no oíste bien lo que decía la profesora Sinistra: Europa está cubierta de hielo, no de pelo. ¿Me oyes, Harry?
Brigid, que casi se había quedado dormida, se habían despertado bruscamente cuando Harry se había levantado de la butaca. Estaba arrodillado en la chamuscada y raída alfombra que había delante de la chimenea, contemplando las llamas.
—Harry —dijo Ron, desconcertado—. ¿Qué haces ahí?
—¿Harry? —masculló Brigid, medio dormida—. ¿Pasa algo?
—Acabo de ver la cabeza de Sirius en el fuego —explicó Harry.
Lo dijo con mucha calma. Brigid creyó que debía haber imaginado lo que acababa de escuchar. Sin embargo, Vega ya caminaba hacia Harry. Debía haberse enterado de todo.
—¿Lo dices en serio? —preguntó, y Brigid vio un atisbo de sonrisa en su rostro iluminado por las llamas.
Harry asintió.
—¿La cabeza de Sirius? —repitió Hermione—. ¿Como aquella vez que quería hablar contigo durante el Torneo de los tres magos? Pero no creo que vaya a hacerlo ahora, sería demasiado... ¡Sirius!
La chica dio un grito ahogado y se quedó mirando el fuego mientras Ron soltaba la pluma. Nova abrió los ojos al instante y miró a su alrededor, desorientada, solo para gritar al ver la chimenea. En medio de las llamas, efectivamente, estaba la cabeza de Sirius, con el largo y oscuro cabello enmarcando su sonriente rostro.
—Empezaba a pensar que subiríais a acostaros antes de que se hubieran marchado los demás —dijo —. He venido a vigilar todas las horas.
Jessica se había acercado lentamente. Arqueaba las cejas. Claramente, aquello no era algo que hubiera esperado que pasara.
—¿Has aparecido en el fuego hora tras hora? —le preguntó Harry conteniendo la risa.
—Sólo unos segundos, para comprobar si había moros en la costa.
—No me lo puedo creer —rio Vega—. ¿Y tío James y tía Aria te han dejado?
—Gané yo el sorteo, así que era yo quien iba a hablar con vosotros, pero ellos están conmigo —aclaró Sirius.
—Pero ¿y si llega a verte alguien? —dijo Hermione con nerviosismo.
—Bueno, creo que antes me ha visto una chica que debía de ser de primero, por la pinta que tenía, pero no os preocupéis —se apresuró a añadir Sirius al ver que Hermione se llevaba una mano a la boca —, desaparecí en cuanto volvió a mirarme, y estoy seguro de que pensó que sólo era un tronco con forma rara o algo así.
—Pero Sirius, esto es muy arriesgado... —empezó Hermione.
—Es lo más seguro que se me ocurre, dadas las circunstancias —comentó Nova, que se había deslizado desde el sofá hasta el suelo y ahora se aproximaba a la chimenea—. Hola, papá.
—No puede pasar nada malo, Herms —dijo Prim, tomando su mano.
—Pero... —empezó ésta.
—Me recuerdas a Molly —repuso Sirius—. Ésta ha sido la única manera que se me ha ocurrido de contestar a la carta de Harry sin recurrir a un código. Además, los códigos pueden descifrarse.
Cuando Sirius mencionó la carta de Harry, todos excepto Brigid giraron la cabeza y se quedaron observando al chico.
—¡No nos dijiste que habías escrito a Sirius! —protestó Hermione.
—Se me olvidó —repuso Harry—. No me mires así, Hermione, era imposible que alguien obtuviera información secreta de esa carta, ¿verdad, Sirius? Bree y yo nos aseguramos de ello.
—Sí, era muy buena —confirmó éste sonriendo—. Bueno, será mejor que nos demos prisa, por si alguien nos molesta. A ver, tu cicatriz...
—¿Qué pasa con...? —empezó a decir Ron, pero Hermione lo interrumpió.
—Ya te lo contaremos más tarde, Ron. Sigue, Sirius.
—Espera, ¿te ha dolido la cicatriz? —preguntó Vega, girándose hacia Harry.
Él asintió.
—Fue en un castigo con Umbridge, cuando ella me tocó la mano —aclaró él.
Brigid esbozó una mueca, recordando la herida en la mano de Harry. Las cicatrices no se marchaban, pero él las ocultaba con una ilusión.
—Mira, ya sé que no tiene ninguna gracia que te duela, pero no creemos que sea algo por lo que
debamos preocuparnos —respondió Sirius—. El año pasado te dolía continuamente, ¿no?
—Sí, y Dumbledore dijo que sucedía cada vez que Voldemort sentía una intensa emoción —explicó
Harry—. Quizá sólo se tratara de que Voldemort estaba..., no sé, muy enfadado o algo así la noche de mi castigo.
—Bueno, ahora que ha regresado, es lógico que te duela más a menudo —afirmó Sirius.
—Entonces, ¿no crees que tenga nada que ver con el hecho de que la profesora Umbridge me tocara mientras estaba cumpliendo el castigo con ella? —inquirió Harry.
—Lo dudo. No la conozco personalmente, pero sé la fama que tiene y estoy seguro de que no es una mortífaga.
—Pues es lo bastante repugnante para serlo —opinó Harry con desánimo.
—Que sea una arpía no significa que siga los ideales de Voldemort —comentó Vega.
—Probablemente los siga —añadió Nova—. Pero no tiene nada que ver con que sea una arpía.
—El mundo no está dividido en buenas personas y mortífagos —asintió Sirius con una sonrisa irónica—. De todos modos, ya sé que es una imbécil. Deberíais oír a Jason y Remus hablar de ella.
—¿Tío Jason y tío Remus la conocen? —preguntó Harry rápidamente.
—Remus no —respondió Sirius—, pero hace dos años ella redactó el borrador de una ley antihombres lobo, y por culpa de esa ley, Remus tiene muchos problemas para conseguir trabajo. Jason hizo todo lo posible por tirarla abajo, pero solo pudo modificar pequeñas partes.
—¿Qué tiene contra los hombres lobo? —preguntó Hermione, enojada.
—Miedo —respondió Brigid, en voz baja—. Te sorprendería la cantidad de magos y brujas que ocultan su miedo con desprecio. Eso le pega a Umbridge. Escuché a Amos hablar de ella alguna vez.
—Por lo visto odia a los semihumanos —asintió Sirius—; el año pasado hizo una campaña para reunir a toda la gente del agua y etiquetarla. Imaginaos, perder el tiempo y la energía persiguiendo a la gente del agua, cuando hay tantos sinvergüenzas sueltos, como Kreacher.
Ron y Nova rieron, pero Hermione estaba muy enfadada.
—¡Sirius! —exclamó en tono de reproche—. En serio, si te esforzaras un poco con Kreacher, estoy segura de que él reaccionaría. Después de todo, eres el único miembro de la familia que conoció que le queda, y el profesor Dumbledore dijo que...
—Cállate, Hermione —le espetó Nova—. Ni que conocieras a Kreacher mejor que él.
Sirius pareció agradecer aquello.
—Bueno, ¿qué tal son las clases con Umbridge? —preguntó, cambiando de tema—. ¿Qué hace, os entrena a todos para exterminar híbridos?
—No —contestó Harry—. ¡No nos deja hacer magia!
—Lo único que hacemos es leer esos estúpidos libros de texto —añadió Ron.
—Con nosotros, tuvo un gran problema cuando uno sacó la varita —asintió Jessica, esbozando una mueca.
—Ya, no me extraña —dijo Sirius—. Según hemos sabido por las fuentes que tenemos en el Ministerio, Fudge no quiere que recibáis entrenamiento para el combate.
—¿Entrenamiento para el combate? —repitió Harry, incrédulo—. ¿Qué piensa que hacemos aquí, formar una especie de ejército mágico?
—Eso es exactamente lo que piensa que hacéis —confirmó Sirius—, o, mejor dicho, eso es exactamente lo que teme que hace Dumbledore: formar su ejército privado, con el que podrá enfrentarse al Ministerio de Magia.
Se produjo una pausa, y luego Ron dijo:
—Es la cosa más estúpida que he oído en mi vida, incluidas todas las tonterías que dice Luna Lovegood.
—Luna no dice tantas tonterías —protestó Nova—. Es muy inteligente... Pero, sí, lo que acabas de decir, papá, es una completa gilipollez.
—Entonces ¿no nos dejan aprender Defensa Contra las Artes Oscuras porque Fudge teme que utilicemos los hechizos contra el Ministerio? —preguntó Hermione, furiosa.
—Exacto —afirmó Sirius—. Fudge cree que Dumbledore no se detendrá ante nada con tal de alcanzar el poder. Cada día que pasa está más paranoico con él. Sólo es cuestión de tiempo que dé la orden de detenerlo bajo alguna acusación falsa.
—¿Sabes si mañana va a salir algo sobre Dumbledore en El Profeta? —preguntó Harry—. Percy, el hermano de Ron, dice que sí...
—No lo sé —repuso Sirius—. No he visto a nadie de la Orden en todo el fin de semana; andaban todos muy ocupados. Hemos estado solos Kreacher, James, Ari y yo...
La voz de Sirius tenía un claro deje de amargura.
—Al menos, estáis juntos —trató de consolarle Vega—. Ojalá yo pudiera estar allí...
—Nos veremos pronto, estrellita —aseguró Sirius—. No queda tanto para Navidad.
Vega sonrió.
—Entonces ¿tampoco has tenido noticias de Hagrid? —quiso saber Harry.
—Ah... —dijo Sirius—, bueno, ya tendría que haber vuelto, nadie sabe con certeza qué le ha pasado. —Entonces, al ver los acongojados rostros de los chicos, se apresuró a añadir—: Pero Dumbledore no está preocupado, así que no os pongáis nerviosos. Estoy seguro de que Hagrid está bien.
—Pero si ya tendría que haber vuelto... —insistió Hermione con un hilo de voz.
—Madame Maxime estaba con él; hemos hablado con ella y dice que se separaron en el viaje de regreso a casa, pero nada indica que pueda estar herido o... Bueno, nada indica que no esté perfectamente bien. —Los otros, poco convencidos, intercambiaron miradas de preocupación—. Mirad, será mejor que no hagáis muchas preguntas sobre Hagrid —continuó Sirius—. Con eso sólo conseguiréis atraer la atención hacia el hecho de que no ha vuelto, y sé que a Dumbledore no le interesa. Hagrid es un tipo duro, seguro que está bien. —Y como no pareció que sus palabras animaran a los chicos, añadió—: Por cierto, ¿cuándo es vuestra próxima excursión a Hogsmeade? Se me ha ocurrido que ya que nos salió bien lo del disfraz de perro en la estación, podríamos...
—¡NO! —saltaron Vega, Harry y Hermione a la vez, gritando.
—Sirius, ¿acaso no lees El Profeta? —le preguntó Hermione muy angustiada.
—Hablaron de ti, papá —añadió Vega—. Creo que es mejor que no salgas por el momento. Si ellos supieron de ti...
—¡Oh, El Profeta! —exclamó Sirius sonriendo—. Les encantaría saber por dónde ando, pero en realidad no tienen ni idea...
—Ya, pero creemos que esta vez sospechan algo —intervino Harry—. Algo que comentó Malfoy en el tren, utilizando la palabra «perro», nos hizo pensar que sabía que eras tú, y su padre estaba en el andén, Sirius, ya sabes, Lucius Malfoy, así que sobre todo no te acerques por aquí. Si Malfoy vuelve a reconocerte...
—De acuerdo, de acuerdo —repuso Sirius con aire muy contrariado—. Sólo era una idea, pensé que os gustaría que nos viéramos.
—¡Claro que me gustaría, pero no quiero que vuelvan a encerrarte en Azkaban! —aclaró Vega, y sus palabras produjeron un profundo silencio en la sala.
—Allí no hay horario de visitas —añadió Nova, aunque se le veía algo apenada—. ¿Prefieres estar con tío James y tía Aria o con Crouch?
Hubo una pausa durante la cual Sirius se quedó mirando a sus hijas desde el fuego, frunciendo el entrecejo.
—No os parecéis a vuestra madre tanto como yo creía —comentó entonces con frialdad—. Para Aura, el riesgo habría valido la pena si eso significaba poder vernos.
Los rostros de Vega y Nova lo dijeron todo. El de Harry también. Brigid sintió una chispa de rabia crecer en ella.
—Papá... —intentó la menor, a quien se veía claramente herida.
—Bueno, tengo que marcharme. Oigo a Kreacher bajando por la escalera —dijo Sirius, pero todos sabían que mentía—. Ya os escribiré diciéndoos a qué hora puedo volver a aparecer en el fuego, ¿vale? Si no lo encontráis demasiado arriesgado, claro...
—No seas un imbécil, Sirius —soltó Brigid, y todos los ojos se volvieron hacia ella, totalmente sorprendidos.
El propio Sirius fue quien se llevó una mayor sorpresa.
—¿Cómo dices?
Brigid no sabía en qué momento las palabras habían salido de su boca, pero ya era tarde para callarse.
—Que unos adolescentes se estén preocupando por ti y tú reacciones así... —Brigid negó con la cabeza—. No sé, piénsalo.
Vega se había levantado y observaba con frialdad la chimenea.
—Lo siento por no ser mamá —respondió, con voz vacía—. Pero que nos lo eches así en cara, en especial cuando te niegas a hablarnos de ella casi todo el tiempo... Es un golpe bajo, papá.
Vega dio media vuelta y se dirigió con decisión a su dormitorio, sin mirar atrás. Todos la vieron irse en silencio.
Nova se levantó también.
—Creo que deberíamos irnos ya, Harry, es tarde —comentó, sin mirar el rostro de su padre—. ¿Vienes, Hermione?
—Sí, claro —asintió ella, levantándose también—. Esto... Ya nos veremos.
Los tres se marcharon. Jessica murmuró una despedida y fue en busca de Vega. Ron y Prim se miraron, incómodos.
—Nos vemos, Sirius —terminó diciendo la rubia, poniéndose en pie—. ¿Vienes, Bree?
—Ahora voy —respondió ella, que seguía contemplando fijamente a las llamas.
Cuando se quedaron a solas, Brigid se arrodilló frente a la chimenea.
—Necesito que Ariadne me explique qué está pasando conmigo, porque no sé nada de lo que me está pasando y voy a provocar un desastre un día de estos —dijo, en voz baja.
Sirius asintió lentamente.
—Le preguntaré.
Ambos se quedaron mirando, en silencio. Brigid suspiró.
—No siento lo que he dicho. Tenías que escucharlo.
—Lo sé.
Entonces se oyó un débil «¡Pum!», y donde antes estaba la cabeza de Sirius volvieron a verse sólo llamas.
—¿Sabes? —Y Brigid no necesitó girarse para saber quién había hablado—. Me gusta cuando te pones así. Impones, ¿sabías?
—¿Yo? Sí, claro —rio Brigid, girándose—. Pensaba que te habías ido.
—Olvidé mi sudadera, pero ahora que veo que la llevas tú, creo que puedes quedártela —rio Harry, que había apoyado su hombro derecho en la pared y mantenía los brazos cruzados—. Te queda mejor que a mí.
Brigid dudaba aquello. Las manos ni siquiera le sobresalían por las mangas y le quedaba excesivamente grande. Sin embargo, le encantaba llevarla.
—¿No quedará muy descarado si me quedo tu sudadera? —quiso saber.
—Bree, acabas de quedarte dormida abrazada a mí —repuso Harry—. ¿Hablas de ser descarados? Quédatela, venga. Sé que lo estás deseando.
Brigid rio.
—Vale —aceptó.
—Sin embargo, a cambio me gustaría... —canturreó Harry, acercándose a ella.
El beso no duró mucho, pero bastó para que Brigid se sonrojara y la sonrisa en el rostro de Harry se ampliara.
—Buenas noches, Bree —se despidió él, tomando su mano y depositando otro beso en el dorso de ésta.
Brigid rio con ganas.
—Buenas noches, Harry.
Brigid subió a su dormitorio casi dando saltitos. El corazón le latía con fuerza y sabía que tenía una gran sonrisa en el rostro. Al llegar arriba, la voz adormilada de Prim le recibió:
—Bonita sudadera —le escuchó decir.
Brigid decidió ignorar aquello, en especial su tono burlón.
—Buenas noches, Prim.
No le sorprendió demasiado encontrarse a Selena y Lily allí: había sentido su presencia antes incluso de verlas. Se había acostumbrado de cierto modo a ambas.
—¿Pasa algo? —quiso saber, adormilada.
Ambas intercambiaron una mirada.
—No sabes la de cosas que estás provocando, Brigid —terminó diciendo Selena, lentamente.
—¿Y eso es malo?
—Estamos por descubrirlo —respondió Lily.
Y eso le bastó a una agotada Brigid para no darle importancia por el momento a aquella breve conversación.
Aquella noche, durmió con la sudadera puesta y una gran sonrisa en el rostro, libre de pesadillas y malos recuerdos.
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