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xxxi. broken home








xxxi.
hogar roto








Brigid no reconocía a la chica del espejo.

No solo se debía al cambio de color en sus ojos. Su piel estaba mucho más pálida que antes. Las sombras bajo sus ojos eran mucho más oscuras. Su rostro, mucho más delgado y puntiagudo. Su pelo, antes normalmente liso gracias a la poción alisadora, totalmente revuelto. Agradecía el llevar una camiseta ancha que le impedía ver su abdomen.

Contempló su reflejo por lo que pareció una eternidad. Creyó que se le llenarían los ojos de lágrimas, pero no fue así. Últimamente, llorar le era imposible.

Alguien llamó a la puerta de su dormitorio. Brigid inmediatamente se alejó del espejo y se sentó en la cama. Era raro que sus padres llamaran a su puerta, pero últimamente muchas cosas eran raras.

—Brigid, ya está la cena.

Brigid se mordió el labio inferior, tragándose cualquier réplica.

—No tengo hambre.

Casi imaginaba la expresión de su madre al otro lado de la puerta. Pero a Brigid no le importaba.

No le importaba en absoluto.

—Baja a cenar.

Tras esas palabras, escuchó los pasos de Charlotte alejándose. Brigid se restregó los ojos y trató de recogerse el pelo. Desistió al poco tiempo.

—Vete, Selena —dijo, notando la presencia incluso sin mirar en su dirección.

Muchas cosas habían cambiado desde el cementerio.

—No soy Selena.

Brigid levantó la vista. Lily Evans la observaba en silencio. Sus ojos verdes parecían muy vivos. Más que la propia Brigid. Muerta en vida sería una buena manera de describirla últimamente.

—¿Pasa algo? —preguntó Brigid.

Ni siquiera había visto a Lily desde el cementerio. Pero no le importaba cómo ni por qué estaba allí.

—Pasaba a saludar —respondió ella, sarcástica.

Brigid frunció el ceño.

—Ya lo has hecho. Puedes irte.

Lily suspiró.

—He venido porque Selena y Felicity están preocupadas por ti. No les dejas acercarse...

La castaña le miró con fijeza.

—Porque no quiero que se acerquen. Se lo dije ya. Lo siento, pero necesito estar sola. Lo digo en serio.

—Brigid...

Ella negó con la cabeza.

—Déjame sola, Lily, por favor.

Tras aquello, Brigid salió de su dormitorio y bajó las escaleras lentamente. Sus pies descalzos no producían ni un ruido contra el suelo.

Brigid se dirigió a la cocina sin mucho ánimo y menos hambre. Desde su regreso de Hogwarts, no usaban el comedor. Normalmente, ni siquiera comía al mismo tiempo que sus padres.

Ninguno quería estar demasiado tiempo con ella. Charlotte, al menos, le avisaba para las comidas. Amos apenas le había dirigido la palabra desde el funeral de Cedric.

Se detuvo en la puerta de la cocina. Sus padres comían en silencio. Brigid dudó en regresar a su dormitorio. Normalmente, bajaba a comer una hora después de que Charlotte le avisara. Pero la visita de Lily le había hecho olvidar aquello.

Amos notó su presencia y casi pegó un brinco en la silla. Brigid no necesitaba preguntar por qué: en medio de la penumbra debía de parecer, cuanto menos, un fantasma.

Fue a sentarse a la mesa, ignorando el hecho de que Amos apartó la mirada de ella al instante. Se sirvió la sopa en silencio y contempló su bol, sin nada de hambre.

Suspiró y levantó la cabeza hacia sus padres. Amos tenía la mirada fija en el plato. Brigid apretó los labios.

—¿Puedo usar la lechuza? —preguntó.

Su voz sonó chillona, para su molestia. Charlotte dudó.

—¿A quién vas a escribir?

—A Vega.

Advirtió la expresión de disgusto que apareció en el rostro de su padre, pero éste siguió sin mirarla.

—No creo que haya problema, ¿no, Amos? —preguntó Charlotte, girándose hacia su esposo.

El silencio de Amos hizo que Brigid se enfureciera.

—Por lo menos, podrías mirarme —espetó.

Ni el mínimo signo de reconocimiento. Brigid sentía la rabia creciendo en el interior de su pecho.

—¿No crees que ha sido ya suficiente tiempo ignorándome? —Silencio—. ¿Se supone que tengo que hacer o decir algo siquiera para que me mires?

Más silencio. La mirada de Charlotte iba, vacilante, de su esposo a su hija. Brigid apretó los puños.

—Solo tienes que decir que hubieras preferido que fuera yo la que muriera en aquel cementerio —soltó, en tono extrañamente tranquilo para lo que estaba diciendo—. Créeme, yo también lo hubiera preferido.

—¡Brigid! —exclamó Charlotte, horrorizada.

Pero ni siquiera aquello sacó una reacción de Amos. Brigid quería gritar de pura frustración.

—¿Quieres que pida perdón? —continuó, su voz aumentando en volumen—. Como si no lo hubiera hecho ya. Si me odias, al menos podrías decírmelo. No es como si yo no me odiara a mí misma.

—Brigid, todos estamos sufriendo, pero... —empezó Charlotte.

Aquello fue lo que hizo que Brigid explotara.

—¡Parece que no te importo en absoluto! —gritó, en dirección a Amos—. ¡Yo también estoy sufriendo, él era mi hermano! ¡Pero podrías al menos mirarme a la cara, soy tu hija!

La mirada que le dirigió Amos fue glacial.

—No, no lo eres.

Fue como si a Brigid le hubieran lanzado la maldición de parálisis. Se quedó totalmente inmóvil, con la boca levemente abierta. Todas las palabras que había planeado gritar se desvanecieron de su mente.

Pero Amos tenía mucho que decir.

—Estás exactamente igual que ella —empezó a decir, en tono muy bajo, pero cargado de rencor y rabia contenida—. Igual que ella después de que empezara a usar aquella magia oscura.

Brigid quería preguntar por quién se refería, pero las palabras no salían de su boca. Se dejó caer en su asiento en el más completo silencio.

—Pensé que tú no tenías culpa. Que podría tratar de arreglar el error que cometí con ella. Pero solo veía que me había equivocado mientras ibas creciendo.

—Amos... —trató de intervenir su mujer. Él no pareció siquiera escucharla.

—Gwen siempre tuvo algo oscuro dentro —dijo Amos, en voz baja—. Del mismo modo que su madre. Yo siempre lo supe. Mi padre también debía saberlo, pero lo ignoró. Él la amaba mucho más que en algún momento amó a mi madre. ¿Y Gwen? Gwen era la niña más perfecta que pudiera haber. Eso decían.

»Al menos, hasta que comenzó a juntarse con ese Black. Los Black nunca han sido buenas personas. Están malditos. No importa cuánto lo intenten, lo llevan en la sangre. Por eso nunca quise que C... —El nombre de su hijo se le atascó en la garganta—. Que él se acercara a Vega. Mira lo que traen los Black.

En sus ojos brillaba algo que Brigid no había visto nunca: puede que incluso una chispa de locura. El resentimiento que llevaba tantos años guardando no tenía cabida para más.

—Gwen también acabó mal por un Black. Él la dejó embarazada. Y la abandonó, como era de esperar. Regresó con su esposa, que estaba embarazada, y su hija. ¿Y Gwen? —Amos la miró fijamente—. Gwen se quedó sola.

A Brigid le temblaba el labio inferior. Cerró los puños, tratando de controlar el temblor de sus manos, antes de darse cuenta de que todo su cuerpo temblaba.

—Ella estaba embarazada —continuó Amos, en tono muy bajo. Charlotte le miraba, casi asustada—. Y tuvo una niña.

Brigid trató de encontrar su voz.

—¿Por qué no me lo dijisteis? —preguntó, casi en un susurro.

—Creí que sería mejor para ti crecer lejos de eso. —Amos la miraba con una expresión que claramente decía que se había equivocado al creer aquello.

La furia iba sustituyendo a la impresión poco a poco.

—¿Y por eso me habéis estado mintiendo durante quince años? —gritó, sin dar crédito—. ¡He estado toda mi vida haciendo lo posible por no decepcionaros, por ser una buena hija, por estar a la altura de Cedric! —El decir el nombre de su hermano le dolió, pero no tenía tiempo para aquello en ese momento.

Llevaba años sintiéndose inferior a su hermano. Nunca le había molestado que su padre le prefiriese a él. Había creído que ella tenía que hacer mejor las cosas. Que, aunque nunca llegara a estar a la altura de Cedric, él podría estar orgulloso de ella.

—Pero nunca me hubierais querido tanto como le queríais a él —continuó. Su voz ya no sonaba furiosa. Era plana, vacía—. Porque no soy vuestra hija de verdad. Siempre creí que había hecho algo mal, que podría esforzarme un poco más, pero... —Las palabras se le atascaron en la garganta—. Se suponía que teníais que quererme igual. Fuera vuestra hija o no.

—Tenías la magia de Gwen y de Black —respondió Amos, en tono duro—. Nunca hubiéramos podido cambiar eso.

—Es una mierda de excusa —escupió Brigid—. Podríais haber hecho las cosas mucho mejor.

—Brigid... —trató de decir Charlotte.

Pero ella ya se había levantado y salía de la cocina casi corriendo. Subió a su dormitorio a toda prisa y ni siquiera se molestó en cerrar la puerta al entrar en él. Sabía que sus padres no iban a seguirla.

Se sentó en la cama, con la respiración agitada. Creyó que lloraría, pero aquella vez las lágrimas tampoco aparecieron. Quería gritar. Quería golpear algo.

Trató de respirar y sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Brigid jadeó y cerró los ojos, tratando de que eso le ayudara a calmarse. Se echó hacia atrás en la cama y su mano derecha rozó un pergamino.

Brigid abrió los ojos y lo observó. Era la carta de Harry que no había querido abrir. Había llegado una semana antes.

Si no se hubiera sentido como en ese momento, probablemente no lo hubiera abierto. A Brigid le aterraba leer la carta y comprender que aquel Harry no era su Harry.

Aún seguía sin entender en absoluto qué había pasado, incluso pese a la visita de la chica rubia en la enfermería.

—A ver... Digamos que no soy de por aquí —le había dicho.

Y Brigid había puesto cara de profunda confusión. La otra había sonreído.

—¿Has leído algún cómic muggle de Marvel?

La expresión de Brigid no sufrió ningún cambio. La chica chasqueó la lengua.

—¿Sabes qué es el multiverso?

Brigid ni siquiera había podido responder. Ella se había desvanecido en el aire.

—A la mierda —masculló, abriendo la carta de Harry.

Si aquel no era su Harry, si era el de otro universo que no tenía nada que ver con el Harry a quien ella conocía, quería saberlo.

Ni siquiera sabía qué más cosas habían cambiado.

Querida Bree:

No sé siquiera si quieres que te escriba una carta, pero no puedo evitar preocuparme. Puedes ignorarme si quieres, lo entenderé, pero solo quiero asegurarme de que estás bien.

Felicity me ha dicho que no puede acercarse a ti. Tampoco Selena. Puede que, sabiendo esto, no sea la mejor idea escribirte, pero tengo que intentarlo. Solo para que, si lees esto, sepas que puedes escribirme para cualquier cosa que necesites. Si no quieres hablarme o verme, lo entenderé. Solo necesito que sepas esto.

Las cosas han cambiado. Se están complicando. Ahora mismo, estoy viviendo en Londres. En Islington, para ser exactos. Un gran cambio, supongo. Ya te lo he dicho, muchas cosas han cambiado. Es una larga historia.

Tampoco quiero aburrirte con eso. Solo recuerda que estoy aquí si me necesitas, ¿vale? Siempre voy a estar para ti. Cuídate mucho, Bree.

Con cariño,
Harry

Brigid dejó la carta sobre la cama. Frustrada, se puso en pie y caminó por su dormitorio. Observó el desastre que era éste. Acorde a su vida en aquel momento.

El de la carta parecía su Harry. Brigid casi podía imaginarlo mientras la escribía. Con el ceño levemente fruncido, concentrado. Distrayéndose jugueteando con la pluma. Releyéndola varias veces, para asegurarse de que estaba bien escrita.

Parecía su Harry. Pero ¿lo era realmente?

Sentía la cadena que él le había regalado alrededor de su cuello. La pequeña B de plata sobre su piel. Extrañaba el anillo de Harry incluso casi un año después de perderlo.

Miró por la ventana, tratando de organizar sus pensamientos.

Brigid quería ver a Harry. Quería salir de aquel dormitorio, de su casa. Quería alejarse de sus padres, quienes le habían estado mintiendo toda su vida. Quería entender qué estaba pasando con su vida en ese momento.

Quería dejar de pensar. Ya ni siquiera estaba segura de saber quién era ella. No se reconocía al mirarse en el espejo. Ahora, resultaba que sus padres biológicos eran la que siempre había pensado que era su tía y Sirius Black.

Sirius Black. Brigid no podía siquiera creérselo. Era imposible que él fuera su padre. Él había conocido a Gwen, pero... Brigid le había escuchado hablar de Aura. Recordaba su voz rota en la Casa de los Gritos. ¿Realmente habría sido capaz de engañarla?

—El álbum —masculló, recordando de pronto.

Sirius le había regalado un álbum de fotos en Navidad. Y la Navidades anteriores, había encontrado una foto de Sirius con Gwen en uno de los viejos álbumes de sus padres.

Abrió su baúl. Ni siquiera lo había deshecho desde que regresó de Hogwarts. Ni lo necesitaba ni quería hacerlo. Rebuscó por el fondo, desordenándolo todo en el proceso. No era algo que le importara, ni en ese momento ni luego.

Cuando por fin dio con el álbum, lo sacó y contempló en silencio la cubierta. Era simple, oscura y suave. Se preguntó si realmente quería abrirlo. ¿Aquella había sido la manera de Sirius de decirle que sabía quién era su verdadera madre o solo había sido porque creía que Gwen era su tía?

—Él no es mi padre —murmuró Brigid. Era imposible que lo fuera.

Dejó caer de nuevo el álbum en el baúl y soltó un largo suspiro. Brigid se sentía como si ni siquiera supiera quién era ella.

Del mismo modo en que tampoco sabía quién era Harry. Contempló la carta, que descansaba sobre la cama. Y tomó una decisión.

Sacó unos pantalones y una sudadera del baúl, luego lo cerró y se cambió rápidamente. No había nada que realmente necesitara en su habitación. Todo lo tenía dentro del baúl.

Se calzó, se aseguró de llevar la varita y tomó la misma mochila que había llevado en el viaje de regreso de Hogwarts con varias cosas que prefería no llevar en el baúl. Un par de libros, su monedero, una pluma, un tintero un paquete de grageas Berty Bott y una rana de chocolate. Brigid se recogió el pelo como pudo y luego observó su dormitorio.

Tras dudar un momento, guardó la carta de Harry y una foto de Cedric en su mochila. Luego, tomó su baúl por el asa y salió del dormitorio, cerrando la puerta tras ella.

No iba a discutir con Amos y Charlotte. Les iba a decir que se marchaba y así iba a hacerlo. ¿Quién sabe? Puede que ni siquiera les importara.

Brigid tragó saliva. Era consciente de que no estaba pensando con claridad. No le importaba. Solo quería marcharse de allí. Se detuvo en el vestíbulo, llena de dudas. ¿Realmente iba a hacer aquello? ¿Iba a marcharse?

Le hubiera gustado no haber echado a Lily antes. O que Felicity o Selena estuvieran allí.

Regresó a la cocina. Sus padres seguían allí sentados, en silencio. Brigid carraspeó.

—Me voy a Londres.

Charlotte se irguió al instante.

—Brigid, ¿no crees...?

—Déjala hacer lo que quiera, Lottie —cortó Amos.

Brigid tragó saliva al escuchar aquello. Podría decir muchas cosas en ese momento. Varias ideas pasaron por su cabeza. Quería gritar. Quería que reaccionaran de algún modo.

Sin embargo, se limitó a decir:

—Adiós.

Y regresó al vestíbulo, tomó el baúl y salió de la casa. Caminó, arrastrando sus pertenencias, hasta llegar a la carretera más cercana. No tenía claro cómo se llamaba al Autobús Noctámbulo, pero sujetó su varita y esperó que aquello funcionara.

No mucho después, el vehículo morado de tres plantas apareció frente a ella y Brigid aceptó la ayuda de Stan Shunpike, que le subió el baúl.

Miró por la ventana, con el corazón encogido. Se había ido de verdad.

—No tienes que sentirte culpable por irte y crecer —escuchó decir a alguien a su lado.

Selena. Brigid sonrió al verla junto a ella.

—Hola —saludó, en voz baja—. Me alegra verte.

—A mí también —respondió ésta—. Estaba preocupada.

—Yo también.

Felicity había aparecido a su otro lado. Brigid le sonrió a duras penas.

—Cuéntanos. ¿Qué has hecho? —quiso saber la hermana de Harry.

—Me he escapado de casa —masculló Brigid—. Resulta que mis padres no son mis padres biológicos.

Brigid realmente se alegraba de estar al final del autobús y apartada. Todos pensarían que estaba loca si la veían hablando sola. Aunque, siendo justa, nadie de los que iban montados parecía muy cuerdo.

—Gwendolyn Diggory es mi madre —murmuró—. Siempre creí que era mi tía. Y ahora...

—Siempre supe que tenías mucho de Gwen. Eso lo explica —dijo Selena. Por su expresión, aquello no parecía tomarle totalmente por sorpresa.

—Y Sirius es mi padre, por lo que sé.

Las caras de las dos fueron increíbles. Brigid escuchó, a su espalda, la exclamación de sorpresa de Lily.

—Eso es imposible —dijo la pelirroja, apareciendo junto a Selena—. Sirius nunca jamás le hubiera sido infiel a Aura. Ni muerto.

—Es lo que mi p... Amos dijo —murmuró Brigid—. ¿Sinceramente? Ya no sé ni qué creer. Pero necesitaba irme.

—Sabes dónde está Harry —afirmó Felicity. Brigid se encogió de hombros.

—Sé que es en Islington, pero apuesto a que es más grande que el pueblo al completo de Ottery St. Catchpole. Estoy preparada para perderme por Londres, no te preocupes.

Felicity casi sonrió, pero la ocasión no era la mejor y todas eran conscientes de ello.

—Avisaré a Harry. Pide que te bajen en Upper Street e irán a buscarte.

Brigid se quedó a solas con Selena y Lily, además de el resto de pasajeros y los dos trabajadores del autobús, pero ellos no eran importantes.

—¿Cómo estás? —preguntó Selena, con cariño.

Su tono era casi maternal. Bastó para hacer que Brigid agachara la cabeza.

—Mal —se limitó a decir—. No es que sea una sorpresa. Pero llevo semanas estando mal en el sentido de vacía. Sin fuerzas para nada. ¿Ahora? Ahora, estoy mal pero en el sentido de furiosa.

—Se nota —murmuró Lily, mirándola con compasión—. Pero no hay nada de malo en sentirse así.

Brigid suspiró.

—Ni siquiera sé con exactitud cómo me siento. Solo me gustaría saber en qué momento mi vida se convirtió en esto. T-todo estaba bien, ¿no? Luego, llegaron los Mundiales y los mortífagos, y todo empezó a irse a la mierda.

Se bajó por completo las mangas de la sudadera. La había cogido no porque tuviera frío —literalmente estaban viviendo el verano más caluroso en años—, sino para taparse las numerosas heridas que aún cubrían su cuerpo.

Sus brazos tenían varias, pero en el torso era donde más había. En su sien derecha tenía una cicatriz blanca. Todo ello, producto del laberinto y el cementerio.

Y Brigid sospechaba que de algo más, pero no quería siquiera saber si aquello era cierto. No creía ser capaz de afrontar la verdad.

—¿Dónde vas tú, chica? —preguntó Shunpike, después de un rato.

—Upper Street, Londres —respondió Brigid.

No cayó en la cuenta de que aquella calle era enormemente grande. Brigid, agobiada entre tanta gente y ruido, tomó su baúl y trató de salir del medio del paso más concurrido. Londres en la noche era demasiado para ella.

Arrastró el baúl hasta una calle cercana y más tranquila y se sentó sobre él a esperar. Se preguntó si Felicity la encontraría allí. De hecho, ni siquiera sabía quién iría a buscarla.

Recordaba vagamente a James y Ariadne Potter. Estaban vivos, de algún modo extraño. Brigid no estaba segura de si ella misma había tenido algo que ver o no pero, por lo que había dicho Nova, había sido ella misma la que le había guiado hasta ambos.

Brigid no recordaba nada de eso. Apenas había podido ver a los padres de Harry. Solo en un momento rápido, en la enfermería.

Nada había aparecido en los periódicos sobre ellos. Brigid suponía que estaban manteniéndolo todo en el más absoluto secreto. Era algo que ella haría al menos. En especial, ahora que Voldemort había regresado.

Había vuelto. Brigid no quería creer aquello, pero se había dado cuenta de que el no querer aceptar un suceso no lo hacía menos real. Ella lo había intentado con la muerte de su hermano.

Que ya ni siquiera era su hermano. Brigid se odió al pensar aquello. Era su primo. Y Cedric nunca lo supo. Nunca supo la verdad sobre los padres de Brigid.

En cierto modo, era mejor así. Nunca la había visto invocando a los muertos. Nunca le había visto cuando aquella sombra le había cubierto por completo. Cuando Harry había tratado de sacarla de allí y el simple contacto con la oscuridad que la rodeaba había hecho saltar chispas.

Sus ojos reflejaban las sombras que guardaba dentro.

—¡Eres tú otra vez!

Brigid levantó la mirada y se levantó de un salto de su baúl. La chica de la enfermería estaba allí.

—¡Pensaba que iba a ver al otro chico! —exclamó, sonriendo—. Dejé muchas cosas sin explicar, lo siento. Aún no tengo muy claro cómo funciona esto.

—¿Quién eres? —preguntó Brigid, intrigada. No se atrevía a acercarse demasiado a la otra.

La rubia, sin embargo, sonreía y no parecía en absoluto preocupada por lo que sucedía.

—He hablado con «Atlas». —Hizo las comillas con los dedos. Brigid entendió incluso—. No sabes quién es. Es otro chico. De otro universo, ¿sabes? Otro universo que se ha ido a la media un poco, ya sabes. Bueno, no puedo hablar de todo, no porque no quiera, porque no puedo. Las palabras no salen de mi boca, ¿sabes? Es incómodo. En fin, él me llama «Cassiopeia». No sé exactamente por qué, pero el nombre me gusta.

Brigid estaba igual o incluso más perdida que antes. Ella pareció notarlo.

—Vale, soy malísima explicando. Él lo diría mejor. Es que es complicado, verás...

—¡Eh, chica! ¿Qué estás haciendo aquí sola?

La chica frente a ella se esfumó en el aire. Brigid giró la cabeza en dirección a aquella voz. Un hombre que no parecía estar del todo sobrio se acercaba a ella. Brigid rápidamente agarró su baúl y tiró de él, de regreso a la calle.

¿Quién le mandaba a ella meterse en aquella callejuela? Olvidaba que ya no estaba en su pueblo. Londres era distinto.

—¿Ya te vas? —escuchó decir al hombre, que iba hacia ella—. ¿Por qué no te quedas un rato?

Brigid hizo una mueca.

—Déjeme en paz —bufó, tirando del baúl con más fuerza. Notó que alguien le ponía la mano en el hombro. Se giró—. ¡Suélteme!

—Cállate, niña —dijo el hombre, y al instante su expresión cambió—. Lo siento, eso ha sonado... Solo quiero...

La sensación de déjà vu fue inevitable. Brigid casi podía ver la máscara de mortífago sobre el rostro del hombre, sentir el hechizo silenciador sobre ella. El bosque estaba en silencio, y ella estaba sola.

Pero eso fue en los Mundiales. No ahora.

Brigid apartó al hombre de un empujón.

—Lárgate, idiota —espetó.

Éste retrocedió, tambaleante.

—No quería asustarte. ¿No tienes algo de dinero?

Brigid inspiró con fuerza. El hombre no parecía peligroso. Se alejó de todas maneras.

—No tengo nada —dijo—. Lo siento.

No mentía, después de todo. Para un muggle, un galeón no le servía de absolutamente nada.

—¿Estás segura de que no...?

Brigid deseó haber llevado una sudadera más abrigada. Hacía mucho frío en aquella calle. Mucho más que cuando se había sentado en el baúl...

Brigid se giró y notó el grito atascarse en su garganta al ver una silueta oscura surgiendo de entre las sombras.

Un dementor.

Un frío intenso se extendió por el callejón. Brigid fue consciente del aire que retenía en el pecho. Soltó el baúl al instante y buscó la varita en su bolsillo. La sacó con manos temblorosas. El frío penetró más allá de su piel, le penetró en el pecho, en el corazón...

Cerró los ojos. Le faltaba el aire, sentía que se asfixiaba. Era como si sus pulmones estuvieran llenos de agua, como si algo tirara de ella hacia abajo. Intentó respirar, pero parecía ser un esfuerzo inútil. El aire no llegaba a sus pulmones.

Brigid se recordaba ahogándose en el mar. Y, entonces, la conversación con Cedric tras el lago regresó a su mente. Ellos nunca habían ido a la playa. Aquello no era real. Cedric se lo había dicho.

Pero pensar en Cedric solo lo hizo todo peor. Sintió un doloroso pinchazo en el costado. No estaba respirando.

Algo la tiró al suelo de un empujón. El golpe le hizo reaccionar. Al parecer, el dementor no estaba solo. Había otro más con él, para horror de Brigid.

El muggle echó a correr, pero fue también derribado a los pocos segundos. Chilló algo, aterrorizado. Brigid trató de respirar. Se forzó a abrir los ojos y apuntar con su varita al dementor. El muggle tras ella decía algo ininteligible. Brigid notaba la garganta seca.

Nunca había intentado el encantamiento patronus. No sabía si iba a poder hacerlo. Si no lo hacía, el dementor, que cada vez se acercaba más, no tendría mucho problema contra ella. Si no podía...

Sus rodillas parecían ser incapaces de sostenerla más. El recuerdo del cuerpo inerte de Cedric no abandonaba su cabeza. Brigid trató de pronunciar las palabras, pero se sentía incapaz de hablar. La visión se le nubló y...

¡Expecto patronum!

El ciervo plateado arrolló al dementor más cercano a Brigid, que había extendido una de sus manos hacia ella. Ésta tomó una gran bocanada de aire casi instantáneamente, notando como la sensación de ahogo se desvanecía.

El patronus arrolló al segundo dementor, alejándole del muggle. Éste chilló algo. Brigid se giró hacia él, alarmada. Si el hombre alertaba a las personas de las casas, podrían tener serios problemas.

Harry no parecía preocupado por ello, sin embargo. Corrió hacia ella y se arrodilló a su lado. Rápidamente, le cogió por los hombros y le miró directamente a los ojos, queriendo asegurarse de que estuviera bien. Soltó un largo suspiro al ver que sí. Brigid respiraba de manera superficial y estaba empapada en sudor, pero el dementor no había llegado a hacerle un mal peor.

—Estás loca —soltó Harry, para luego abrazarla.

Ni siquiera tuvo que pensarlo: Brigid le devolvió el abrazo con fuerza e inspiró, tratando de tranquilizarse. Harry estaba ahí, abrazándola. Había ido a buscarla. Le había salvado. Los dementores no volverían. Él estaba allí para ayudarla.

No fue hasta unos segundos después que recordó que aquel, de hecho, no era Harry. No el mismo que ella conocía, al menos.

El muggle a su lado dijo algo ininteligible. Seguía señalando, incrédulo, al lugar donde antes había estado el ciervo.

—¡Harry! ¿Dónde te has...? —Una nueva voz se escuchó en el callejón—. ¿Es esa Brigid?

Harry se separó de ella y le ayudó a levantarse, pero se quedó cerca al notar el temblor de sus piernas. Jason Bones se acercaba hacia ellos con paso firme, varita en mano. Observó, frunciendo el ceño, al muggle.

—¿Qué has hecho esta vez? —preguntó, mirando a Harry.

—Había dos dementores, tío Jason —dijo Harry, con rostro tenso—. No tuve demasiadas opciones.

A su tío no le costó demasiado trabajo entender lo que había sucedido. Se dirigió al muggle, que gritó de nuevo, y le apuntó con la varita a la sien.

Después de desmemorizarle, se levantó y le dirigió un leve asentimiento de cabeza a Brigid, a modo de saludo. Echó un vistazo a toda la calle, asegurándose de que no había nadie más por allí.

—¿Alguna otra persona pudo ver el patronus? —preguntó. Los dos chicos negaron—. Bien. Brigid, ¿estás bien para andar? No te obligaría en condiciones normales, pero digamos que no vivimos la época más segura en los últimos años...

Brigid asintió, aunque estaba bastante segura de que su aspecto no corroboraba aquello. Jason torció el gesto.

—Harry, tú ayúdala. Yo llevaré el baúl.

Brigid ni siquiera tenía fuerza para discutir. Pasó el brazo por encima de los hombros de Harry y dejó que éste la sostuviera, mientras se dirigían al cuartel general —así lo llamó Jason, después de hacerle leer un pedazo de pergamino.

—Una de las casas de los Bones está literalmente aquí al lado, pero no es seguro —le explicó Harry, mientras le ayudaba a caminar. Apenas apartaba los ojos de ella, que estaba bastante pálida y evitaba por todos los medios mirarle a él—. ¿Ha pasado algo antes, Bree?

¿Que si había pasado algo? Brigid aguantó las ganas de soltar una risa sarcástica. Negó con la cabeza.

El número 12 de Grimmauld Place era un lugar digno de atención, sin duda. Pero Brigid no le prestó absolutamente ninguna. En cuanto vio a Sirius en el vestíbulo, se apartó de Harry y avanzó hasta él, con rostro muy serio.

—Necesito hablar contigo urgentemente —dijo, en voz baja.

Tenía que saber si realmente él era su padre o no. Brigid nunca había sido una persona que fuera directa al grano, pero aquella situación era una excepción en toda regla.

No quería ni siquiera pensar o dudar. Quería saberlo por Sirius y quería saberlo en ese preciso momento. El hombre, desconcertado, la llevó al salón, desierto en ese momento.

Brigid no quería sentarse, pero estaba demasiado cansada como para rechazar el sofá. Aunque éste tuviera aspecto de tener más de cinco décadas de antigüedad.

—¿Sucede algo? —quiso saber Sirius.

Brigid le miró con gravedad.

—¿Quién es mi padre?




















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