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xxvi. little league








xxvi.
pequeña liga








El haber recuperado su amistad con Harry significaba volver a tener que escuchar sus bromas a cada rato, tener que soportarle en los cambios de clases y verse de nuevo envuelta en sus problemas.

Brigid había estado tan acostumbrada a ello que ya ni siquiera le molestaba. Selena comentaba, con burla, que Harry terminaría volviéndola una problemática.

Luego, llegó la carta de Sirius que consiguió preocupar a todos ellos.

Id al paso de la cerca que hay al final de la carretera que sale de Hogsmeade (más allá de Dervish y Banges) el sábado a las dos en punto de la tarde. Llevad toda la comida que podáis.

—Sigue siendo tan imprudente como cuando éramos chiquillos —suspiró Selena.

Brigid admitía que le costaba imaginarse a Sirius como adolescente.

—¿Crees que podrán atraparle? —quiso saber.

—¿A Black? No, ese condenado no es estúpido —se limitó a decir Selena.

—¿Estás hablando con Selena? —preguntó Harry, curioso.

—¿Con quién iba a hablar si no, genio? —le espetó Felicity.

—¡Podría haber encontrado otro fantasma con el que charlar! —protestó su hermano.

Brigid rio.

—No esta vez. Es Selena.

—Bueno, pues hola, madrina. Diría que es genial verte, pero como no puedo hacerlo... —dijo Harry, haciendo reír tanto a Brigid como a Felicity y Selena—. ¿Vendrás con nosotros a Hogsmeade, Bree?

Ella asintió sin dudar.

El sábado fue la visita al pueblo. Harry, Ron y ella pasaron las primeras horas paseando y entrando en las tiendas. Prim estaba enferma y se había quedado, a regañadientes, en Hogwarts, acompañada de Hermione.

Nova se reunió con ellos alrededor de la una.

—He tenido que dejar un poco tirada a tu hermana, Ron —comentó, con fastidio—. No creo que eso le haga mucha gracia.

—Lo superará —dijo el pelirrojo, quitándole importancia—. Además, eres tú. Te perdonará sin mucho esfuerzo.

Habían quedado con Vega sobre la una y media, cita a la que ella llegó puntual. Cuando ya estuvieron todos juntos, subieron por la calle principal, pasaron Dervish y Banges y salieron hacia las afueras del pueblo.

Brigid nunca había ido por allí. El ventoso callejón salía del pueblo hacia el campo sin cultivar que rodeaba Hogsmeade. Las casas estaban por allí más espaciadas y tenían jardines más grandes. Caminaron hacia el pie de la montaña que dominaba Hogsmeade, doblaron una curva y vieron al final del camino unas tablas puestas para ayudar a pasar una cerca. Con las patas delanteras apoyadas en la tabla más alta y unos periódicos en la boca, un perro negro, muy grande y lanudo, parecía aguardarlos. Lo reconocieron enseguida.

—Hola, Sirius —saludó Harry, cuando llegaron hasta él.

—¿Es raro si le digo papá a un perro? —quiso saber Nova, frunciendo el ceño. Brigid tuvo que hacer un esfuerzo por no reír ante aquello.

El perro olió con avidez la mochila de Harry, meneó la cola, y luego se volvió y comenzó a trotar por el campo cubierto de maleza que subía hacia el rocoso pie de la montaña. Harry, Ron y Brigid traspasaron la cerca y lo siguieron. Nova y Vega fueron detrás.

Sirius los condujo a la base misma de la montaña, donde el suelo estaba cubierto de rocas y cantos rodados, y empezó a ascender por la ladera: un camino fácil para él, con sus cuatro patas; pero los que eran humanos se quedaron pronto sin aliento. Siguieron subiendo tras Sirius durante casi media hora por el mismo camino pedregoso, empinado y serpenteante. El perro movía la cola mientras ellos sudaban bajo el sol.

A medio camino, Brigid ya estaba pensando si le convenía dar media vuelta. Aquello era horrible.

—¿Vas bien? —preguntó Harry, en un susurro.

Brigid jadeó a modo de respuesta. Él esbozó una sonrisa burlona.

—Venga, lenta —protestó, tomándole de la mano y tirando de ella.

El rubor se extendió por el rostro de Brigid, que aceptó el tirón de Harry y luego hizo lo posible por continuar sola y en silencio. Felicity y Selena rieron por su reacción.

Al final Sirius se perdió de vista, y, cuando llegaron al lugar en que había desaparecido, vieron una estrecha abertura en la piedra. Se metieron por ella con dificultad y se encontraron en una cueva fresca y oscura. Al fondo, atado a una roca, se hallaba el hipogrifo Buckbeak. Mitad caballo gris y mitad águila gigante, sus fieros ojos naranja brillaron al verlos. Los cinco se inclinaron notoriamente ante él, y, después de observarlos por un momento, Buckbeak dobló sus escamosas rodillas delanteras y permitió que Nova se acercara y le acariciara el cuello con plumas. Brigid, por otra parte, observaba a Sirius, que recuperaba su forma humana.

A todos les sorprendió bastante cuando Vega se abalanzó sobre él y le abrazó con fuerza, aunque ninguno pareció tan impresionado como el mismo Sirius, que dudó antes de rodear a su hija mayor entre sus brazos y sonreír.

—Recuerdo que solo guardaba esa sonrisa para Aura y las niñas —comentó Selena junto a Brigid. Ésta casi gritó por el susto.

—No pensé que vendrías —dijo, en voz muy baja.

—Quería ver a un viejo amigo —respondió ésta, observando a Sirius.

Llevaba puesta una túnica gris andrajosa, la misma que llevaba al dejar Azkaban, y estaba muy delgado. Tenía el pelo más largo, sucio y enmarañado, como el curso anterior.

—¡Pollo! —exclamó con voz ronca, después de haberse quitado de la boca los números atrasados de El Profeta y haberlos echado al suelo de la cueva.

Harry sacó de la mochila el pan y el paquete de muslos de pollo y se lo entregó.

—Gracias —dijo Sirius, que lo abrió de inmediato, cogió un muslo y se puso a devorarlo sentado en el suelo de la cueva—. Me alimento sobre todo de ratas. No quiero robar demasiada comida en Hogsmeade, porque llamaría la atención.

—Ya podría haberse comido a Pettigrew —comentó Felicity, no sin cierto asco.

Sirius sonrió a Vega, Nova y Harry, pero a éstos le costó esfuerzo devolverle la sonrisa. Brigid sintió náuseas. A pesar de que Buckbeak le ponía un poco —por no decir bastante— nerviosa, se apartó un poco con Ron, para darles privacidad a Sirius, Harry, Vega y Nova.

—¿Qué haces aquí, Sirius? —le preguntó Harry.

—Cumplir con mi deber de padrino —respondió Sirius, royendo el hueso de pollo de forma muy parecida a como lo habría hecho un perro—. No os preocupéis por mí: me hago pasar por un perro vagabundo de muy buenos modales.

—¿Que no nos preocupemos? —bufó Nova—. ¿Sabes que la peste negra vino de las ratas?

Al ver la cara de preocupación de los tres chicos, Sirius dijo más seriamente:

—Quiero estar cerca. Tu última carta, Harry... Bueno, digamos simplemente que cada vez me huele todo más a chamusquina. Voy recogiendo los periódicos que la gente tira, y, a juzgar por las apariencias, no soy el único que empieza a preocuparse.

—En eso tiene razón —comentó Selena, que se había inclinado sobre la pila de periódicos—. Mira, Brigid.

Señaló con la cabeza los amarillentos números de El Profeta que estaban en el suelo. Ron los cogió y los desplegó. Brigid se inclinó sobre ellos.

Los primos, sin embargo, siguieron mirando a Sirius.

—¿Y si te atrapan? —insistió Harry—. ¿Qué pasará si te descubren?

—Vosotros cinco, Hermione, Jason y Dumbledore sois los únicos por aquí que saben que soy un animago —dijo Sirius, encogiéndose de hombros y siguiendo con el pollo.

Ron le dio un codazo a Harry y le pasó los ejemplares de El Profeta. Vega y Nova se inclinaron sobre ellos, curiosas. Eran dos: el primero llevaba el titular «La misteriosa enfermedad de Bartemius Crouch»; el segundo, «La bruja del Ministerio sigue desaparecida. El ministro de Magia se ocupa ahora personalmente del caso».

Brigid había leído algo de aquello en los últimos meses. También recordaba haber escuchado a su padre comentarlo durante las vacaciones de verano. Se arrepentía de no haberle puesto tanta atención, pero le había sido difícil prestarle atención a muchas cosas tras los Mundiales de Quidditch.

—Suena como si se estuviera muriendo —comentó Harry—. Pero no puede estar tan enfermo si se ha colado en Hogwarts...

Harry ya le había puesto a Brigid al tanto de lo sucedido en las últimas semanas. La verdad era que a Brigid le había inquietado más el saber que Ojoloco Moody tenía ahora el mapa del merodeador que el hecho de que Crouch vagara por el castillo y registrara el despacho de Snape.

—Mi hermano es el ayudante personal de Crouch —informó Ron a Sirius— . Dice que lo que tiene Crouch se debe al exceso de trabajo.

—Eso sí, la última vez que lo vi de cerca parecía enfermo —añadió Harry pensativamente, sin dejar el periódico—. La noche en que salió mi nombre del cáliz...

—Nunca me gustó ese hombre —masculló Selena.

—Apuesto a que Hermione diría que eso es el karma por haber despedido a su elfina —comentó Nova, divertida.

Ron rio.

—Hermione está obsesionada con los elfos domésticos —le explicó a Sirius.

Pero Sirius parecía interesado.

—¿Crouch despidió a su elfina doméstica?

—Sí, en los Mundiales de quidditch —repuso Harry, y se puso a contar la historia de la aparición de la Marca Tenebrosa y de que habían encontrado a Winky con la varita de él en la mano, y del enojo del señor Crouch.

Cuando Harry hubo concluido, Sirius se puso de nuevo en pie y comenzó a pasear de un lado a otro de la cueva.

Brigid se revolvió, algo incómoda tras revivir aquella noche. Harry le dirigió una mirada. ¿Estás bien?, moduló. Ella asintió.

—A ver si lo he entendido todo bien —dijo después de un rato, blandiendo un nuevo muslo de pollo—. Primero visteis en la tribuna principal a la elfina, que le estaba guardando un sitio a Crouch, ¿no es así?

—Sí —respondieron todos al mismo tiempo.

—Pero Crouch no apareció en todo el partido.

—No —confirmó Harry—. Me parece que dijo que había estado muy ocupado.

Sirius paseó en silencio por la cueva. Luego preguntó:

—¿Cuándo perdiste la varita, Brigid?

Brigid fue consciente de que había palidecido. Recordó el terror que había sentido al no ser capaz de encontrar su varita en el bolsillo.

Harry apretó los labios al notar su reacción.

—La eché en falta al entrar en el bosque —murmuró Brigid.

—¿Crees que el que hizo aparecer la Marca Tenebrosa le robó la varita antes de entrar al bosque? —preguntó Vega, frunciendo el ceño.

—Tal vez —dijo Sirius—. ¿Hablaste con Crouch o su elfina en algún momento, Brigid?

—Sí —admitió ésta, haciendo memoria—. Mi padre se detuvo a hablar con Winky para preguntarle dónde estaba su amo.

—¿Quién más había cerca?

—Mucha gente —respondió Brigid, frunciendo el ceño al recordar—. Recuerdo a los Malfoy y...

—¡Los Malfoy! —exclamó Ron de repente, tan alto que su voz retumbó en la cueva. Buckbeak sacudió la cabeza nervioso—. ¡Seguro que fue Lucius Malfoy!

—Le veo capaz —murmuró Nova.

—No, ese imbécil arrogante no se arriesgaría tanto —comentó Selena, aunque había fruncido el ceño.

—¿Quién más?

—Ludo Bagman —recordó Brigid.

—No sé nada de Bagman, salvo que fue golpeador en las Avispas de Wimbourne —comentó Sirius, sin dejar de pasear—. ¿Cómo es?

—No tiene mucho cerebro —comentó Nova.

—Se empeña en ofrecerme ayuda para el Torneo de los tres magos —añadió Harry.

—¿De verdad? —El ceño de Sirius se hizo más profundo—. ¿Por qué lo hará?

—Dice que tiene debilidad por mí.

—Mmm. —Sirius se quedó pensativo.

Selena se aproximó a Brigid, también pensativa.

—¿Viste a Bagman en algún otro momento, Brigid? —le preguntó.

Ésta asintió, acordándose de golpe.

—Lo vimos en el bosque justo antes de que apareciera la Marca Tenebrosa —le dijo Brigid a Sirius. Por mucho que odiara recordar aquella noche, una vez empezaba, todas las memorias regresaban—. ¿Os acordáis? —añadió volviéndose a Ron y Harry.

—Es verdad, casi nos arrolló —dijo Felicity, extrañada.

—Sí, pero no se quedó en el bosque —observó Ron—. En cuanto le hablamos del altercado, se fue al campamento.

—¿Cómo lo sabes? —objetó Vega—. ¿Cómo sabes adónde fue al desaparecerse?

—¡Vamos! —exclamó Ron en tono escéptico—. ¿Es que crees que fue Bagman el que hizo aparecer la Marca Tenebrosa?

—Es más probable que fuera él que la elfina —comentó Vega, aunque ella tampoco parecía creer que Bagman hubiera hecho aquello.

—¿Qué hizo Crouch después de que apareció la Marca Tenebrosa y de que hubieron descubierto a su elfina con la varita de Brigid? —quiso saber Sirius.

—Se fue a mirar entre los arbustos —explicó Harry—, pero no encontró a nadie más.

—Claro —susurró Sirius, paseando de un lado a otro—, claro, quería encontrar a cualquier otro que no fuera su elfina doméstica... ¿Y entonces la despidió?

—Fue realmente injusto con ella —murmuró Brigid—. Ella solo estaba asustada.

Sirius negó con la cabeza.

—Si quieres saber cómo es alguien, mira de qué manera trata a sus inferiores, no a sus iguales —masculló, pensativo.

Selena sonrió junto a él.

—Veo que Black no ha dejado sus frases inspiradoras —murmuró, nostálgica.

Sirius, ajeno a aquello, se pasó una mano por la cara sin afeitar, intentando pensar. A Brigid le empezaba a resultar confuso ser la única que podía escuchar las aportaciones de Selena a la conversación.

—Todas esas ausencias de Barty Crouch... Se toma la molestia de enviar a su elfina doméstica para que le guarde un asiento en los Mundiales, pero no aparece para ver el partido; trabaja muy duro para reinstaurar el Torneo, y luego también se ausenta... Nada de eso es propio de él. Si antes de esto había dejado alguna vez de ir al trabajo por enfermedad, me como a Buckbeak.

—Ni se te ocurra tocarle —saltó Nova, poniéndose protectoramente frente al hipogrifo.

—¿Conoces a Crouch, entonces? —le preguntó Harry.

La cara de Sirius se ensombreció. De pronto pareció tan amenazador como la noche en que Brigid lo había visto por primera vez, cuando aún creía que era un asesino.

—Conozco a Crouch muy bien —dijo en voz baja—. Fue el que ordenó que me llevaran a Azkaban... sin juicio.

—¿Qué? —exclamaron a la vez Ron y Brigid.

—No me lo... —masculló Selena, abriendo mucho los ojos.

—Maldito... —empezó Vega.

—¿Lo matamos? —propuso Nova.

—¡Sí! —asintió Feliciy.

—¡Bromeas! —dijo Harry.

—No, no bromeo —respondió Sirius, arrancando otro bocado al muslo de pollo—. Crouch era director del Departamento de Seguridad Mágica, ¿no lo sabíais?

Nova, Harry, Ron y Brigid negaron con la cabeza. Sin embargo, Vega soltó una exclamación de sorpresa.

—¡Tío Jason me habló de ello en verano! —dijo, recordando. Frunció el ceño—. Fue él quien decretó que yo debía olvidar todo porque tú habías alterado mis recuerdos.

—Todos pensaban que sería el siguiente ministro de Magia —explicó Sirius, con rencor—. Barty Crouch es un gran mago y está sediento de poder. Ah, no, nunca apoyó a Voldemort —añadió, comprendiendo lo que significaba la expresión de Nova y Harry—. No, Barty Crouch fue siempre un declarado enemigo del lado tenebroso. Pero, entonces, un montón de gente que estaba también contra el lado tenebroso... Bueno, no lo entenderíais: sois demasiado jóvenes...

—Eso es lo que dijo mi padre en los Mundiales —dijo Ron con un dejo de irritación en la voz —. ¿Por qué no lo intentas?

—Es difícil hacer comprender a alguien que no vivió el horror de la guerra lo que ésta significó —murmuró Selena, mirando con gravedad a Brigid.

Sirius sonrió un instante y Brigid creyó por un momento que había escuchado a Selena, antes de darse cuenta de que era por lo que Ron había dicho.

—Vale, lo intentaré... —Paseó unos momentos por la cueva, y luego empezó a hablar—: Imaginaos que Voldemort está ahora mismo en su momento de máximo poder. No sabéis quiénes lo apoyan, no sabéis quién es de los suyos y quién no, pero sabéis que puede controlar a la gente para que haga cosas terribles sin poder evitarlo. Tenéis miedo por vosotros mismos, por vuestra familia y por vuestros amigos. Cada semana llegan las noticias de nuevas muertes, nuevas desapariciones, nuevas torturas... El Ministerio de Magia está sumido en el caos, no sabe qué hacer, intenta que los muggles no se den cuenta de nada, pero, entre tanto, también van muriendo muggles. El terror, el pánico y la confusión cunden por todas partes... Así estaban las cosas.

»Bueno, esas situaciones sacan a la luz lo mejor de algunas personas y lo peor de otras. Las intenciones de Crouch tal vez fueran buenas al principio, no lo sé. Ascendió rápidamente en el Ministerio y empezó a aplicar medidas muy duras contra los partidarios de Voldemort. Concedió nuevos poderes a los aurores: por ejemplo, permiso para matar en vez de capturar. Y yo no fui el único al que entregaron a los dementores sin juicio previo. Crouch empleó la violencia contra la violencia, y autorizó el uso de las maldiciones imperdonables contra los sospechosos. Diría que llegó a ser tan cruel y despiadado como los que estaban en el lado tenebroso. Tenía sus partidarios, por supuesto: mucha gente que pensaba que aquél era el mejor modo de hacer las cosas, y muchos magos y brujas pedían que asumiera el poder como nuevo ministro de Magia. Cuando desapareció Voldemort, parecía que era sólo cuestión de tiempo que Crouch ocupara el cargo más alto del escalafón, pero entonces sucedió algo bastante inoportuno. —Sirius sonrió con tristeza—. El propio hijo de Crouch fue descubierto con un grupo de mortífagos que se las habían arreglado para salir de Azkaban. Según parecía, buscaban a Voldemort para reinstaurar su poder.

—¿Pillaron al hijo de Crouch? —preguntó Brigid con voz entrecortada.

—Sí —contestó Sirius, tirándole a Buckbeak el hueso de pollo; luego se apresuró a coger la barra de pan y partirla por la mitad—. Un golpe duro para Barty, me imagino. Tal vez debería haber dedicado más tiempo a la familia, tal vez debería haber trabajado algo menos y vuelto a su casa antes, de vez en cuando, para conocer a su propio hijo.

—Los padres ausentes son los peores —masculló Nova.

No debió pensar lo que aquello significaba para Sirius hasta después de decirlo; el rostro de su padre se ensombreció y agachó la cabeza, herido.

Nova puso cara de horror.

—Yo no me refería... —empezó, y Brigid juraría que nunca le había visto tan arrepentida de algo. De hecho, Brigid nunca había visto a Nova arrepentida de nada.

—No importa —interrumpió Sirius, con voz ronca—. Tienes razón, después de todo.

—Oh, esto va a ponerse feo —dijo Felicity, haciendo una mueca—. Pobre Sirius. Y pobre Nova.

Empezó a devorar el pan a grandes bocados, aunque parecía haber perdido el apetito. Nova se quedó completamente callada y Brigid trató por todos los medios de no mirarle y darle algo de intimidad.

—¿Su propio hijo era un mortífago? —inquirió Harry, tras un incómodo silencio. Buscaba romper aquella tensión.

—No lo sé realmente —repuso Sirius, metiéndose más pan en la boca—. Yo ya estaba en Azkaban cuando lo llevaron. Éstas son cosas que en su mayor parte he averiguado después de haber salido. Desde luego, el muchacho fue descubierto en compañía de gente que me apostaría el cuello a que eran mortífagos, pero tal vez sólo estuviera en el lugar equivocado en el momento equivocado, como la elfina doméstica.

—¿Intentó liberar a su hijo? —susurró Brigid.

Sirius soltó una risa que sonó casi como un ladrido. Selena también rio, negando con la cabeza.

—Eres demasiado buena a veces, ¿sabes? —comentó ella.

—¿Liberar a su hijo? —repitió Sirius—. No, Brigid, ya sabemos que no era el padre del año. Quería apartar del camino todo lo que pudiera manchar su reputación; había dedicado su vida entera a escalar puestos para llegar a ministro de Magia. Ya lo viste despedir a su elfina doméstica porque lo había vuelto a asociar con la Marca Tenebrosa... ¿No te da eso a entender cómo es? El amor paternal de Crouch se limitó a concederle un juicio y, según parece, no fue más que una oportunidad para demostrar lo mucho que aborrecía al muchacho... Luego lo mandó derecho a Azkaban.

—¿Entregó a su propio hijo a los dementores? —preguntó Harry en voz baja.

—Sí —respondió Sirius, y ya no estaba nada sonriente—. Vi cuando los dementores lo condujeron, los vi a través de los barrotes de mi celda. Lo metieron en una cercana a la mía. No tendría más de diecinueve años. Al caer la noche gritaba llamando a su madre. Al cabo de unos días se calmó, sin embargo... Todos terminan calmándose... salvo cuando gritan en sueños.

Por un momento, al rememorar la prisión, la mirada triste de Sirius resultó más triste que nunca. Selena le puso una mano en el hombro a pesar de ser consciente de que no podía tocarle.

—Entonces, ¿sigue en Azkaban? —inquirió Harry.

—No —contestó Sirius con voz apagada—. No, ya no está allí. Murió un año después de entrar.

—¿Murió?

—No fue el único —dijo Sirius con amargura—. La mayoría se vuelven locos, y muchos terminan por dejar de comer. Pierden la voluntad de vivir. Se sabía cuándo iba a morir alguien porque los dementores lo sentían, se excitaban. El muchacho parecía bastante enfermo cuando llegó. Como Crouch era un importante miembro del Ministerio, él y su mujer pudieron visitarlo en el lecho de muerte. Fue la última vez que vi a Barty Crouch, casi llevando a rastras a su mujer cuando pasaron por delante de mi celda. Según parece, ella murió también poco después. De pena. Se consumió igual que el muchacho. Crouch no fue a buscar el cadáver de su hijo. Los propios dementores lo enterraron junto a la fortaleza: yo los vi hacerlo.

Sirius dejó a un lado el pan que acababa de levantar para llevárselo a la boca, y en su lugar cogió el frasco de zumo de calabaza y lo apuró.

—Y de esa forma Crouch lo perdió todo justo cuando parecía que ya lo había alcanzado —continuó, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Había sido un héroe, preparado para convertirse en ministro de Magia; y un instante más tarde su hijo había muerto, su mujer también, el nombre de su familia estaba deshonrado y, según he escuchado después de salir de la cárcel, su popularidad había caído en picado. Cuando el chico murió, a la gente empezó a darle pena y se preguntaron por qué un chico de tan buena familia se había descarriado de aquella manera. La respuesta que encontraron fue que su padre nunca se había preocupado mucho por él. Y por eso el cargo lo consiguió Cornelius Fudge, y a Crouch lo relegaron al Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

Hubo un prolongado silencio.

—Moody dice que Crouch está obsesionado con atrapar magos tenebrosos —le dijo Harry a Sirius.

—Sí, he oído que se ha convertido en una especie de manía suya — repuso Sirius, asintiendo con la cabeza—. Seguramente piensa que todavía tiene esperanzas de recobrar su antigua popularidad si atrapa algún mortífago.

—¡Y se coló en Hogwarts para registrar el despacho de Snape! —exclamó Ron eufórico.

—Podría tener razón —comentó Felicity.

Aquello no convencía en absoluto a Brigid.

—Sí, y eso no tiene ningún sentido —dijo Sirius.

—¡Claro que lo tiene! —exclamó Ron emocionado.

Pero Sirius negó con la cabeza.

—Mira, si Crouch quiere investigar a Snape, ¿por qué no va a las pruebas del Torneo? Sería una excusa ideal para hacer visitas regulares a Hogwarts y tenerlo vigilado.

—O sea, que crees que Snape se trae algo entre manos —dijo Harry.

—Snape no es mi persona favorita —comentó Vega, en voz baja—. Pero no tiene pinta de ser alguien que planea un complot contra Harry. Sé que es una mierda de persona, pero...

—En cuanto supe que Snape daba clase aquí me pregunté por qué Dumbledore lo había contratado. Snape siempre ha sentido fascinación por las artes oscuras; ya en el colegio era famoso por ello. Era un pelota empalagoso de pelo grasiento —comentó Sirius, y Harry y Ron se sonrieron el uno al otro. Nova ni siquiera fue capaz de sonreír ante aquello—. Cuando llegó al colegio conocía más maldiciones que la mayoría de los que estaban en séptimo, y formó parte de una pandilla de Slytherin que luego resultaron casi todos mortífagos. —Sirius levantó los dedos y comenzó a contar con ellos los nombres—. Rosier y Wilkes: a los dos los mataron los aurores un año antes de la caída de Voldemort; los Lestrange, que son matrimonio, están en Azkaban; Avery, del que he oído que se quitó de en medio diciendo que había actuado bajo los efectos de la maldición imperius, todavía anda suelto. Pero, que yo sepa, contra Snape no hubo denuncias. No es que eso signifique gran cosa: son muchos los que nunca fueron atrapados. Y desde luego Snape es lo bastante listo y astuto para mantenerse al margen de los problemas.

Casi pareció admitir lo último a regañadientes.

—Snape conoce muy bien a Karkarov, pero lo disimula —dijo Ron.

—¡Sí, tendrías que haber visto la cara que puso Snape cuando Karkarov entró ayer en Pociones! —se apresuró a añadir Harry—. Karkarov quería hablar con Snape, y lo acusó de estar evitándolo. Parecía realmente preocupado. Le mostró a Snape algo que tenía en el brazo, pero no vi qué era.

—¿Que le mostró a Snape algo que tenía en el brazo? —repitió Sirius, desconcertado. Se pasó los dedos distraídamente por el pelo sucio, y volvió a encogerse de hombros—. Bueno, no tengo ni idea de qué puede ser... pero si Karkarov está de verdad preocupado y acude a Snape en busca de soluciones... —Sirius miró la pared de la cueva, y luego hizo una mueca de frustración—. Aún queda el hecho de que Dumbledore confía en Snape, y ya sé que Dumbledore confía en personas de las que otros no se fiarían, pero no creo que le permitiera dar clase en Hogwarts si hubiera estado alguna vez al servicio de Voldemort.

—Permíteme dudar de eso —cortó Vega—. Dudo que incluso tú te lo creas. Venga ya, tío Jason me ha contado de Snape y mamá y más cosas. Era un mortífago. No tiene sentido que nos mientas, papá.

—Tan inteligente como su madre —murmuró Selena, con una débil sonrisa en los labios.

—Si lo fue, y no voy a decir si creo que lo fue o no, tuvo que dejarlo si Dumbledore le permite estar ahí —masculló Sirius, casi a regañadientes.

—Entonces, ¿por qué están tan interesados Moody y Crouch en su despacho? —insistió Ron.

—Bueno —dijo Sirius pensativamente—, no me extrañaría que Ojoloco hubiera entrado en el despacho de todos los profesores en cuanto llegó a Hogwarts. Se toma la Defensa Contra las Artes Oscuras muy en serio. No creo que confíe absolutamente en nadie, y no me sorprende después de todo lo que ha visto. Sin embargo, tengo que decir una cosa de Moody, y es que nunca mató si podía evitarlo: siempre cogía a todo el mundo vivo si era posible. Era un tipo duro, pero nunca descendió al nivel de los mortífagos. Crouch, en cambio, es harina de otro costal... ¿Estará de verdad enfermo? Si lo está, ¿cómo hace el esfuerzo de entrar en el despacho de Snape? Y si no lo está... ¿qué se trae entre manos? ¿Qué era tan importante en los Mundiales para que no apareciera en la tribuna principal? ¿Y qué ha estado haciendo mientras se suponía que tenía que juzgar las pruebas del Torneo?

Sirius se quedó en silencio, aún mirando la pared de la cueva. Buckbeak husmeaba por el suelo pedregoso, buscando algún hueso que hubiera pasado por alto.

Al cabo, Sirius levantó la vista y miró a Ron.

—Dices que tu hermano es el ayudante personal de Crouch... ¿Podrías preguntarle si ha visto a Crouch últimamente?

—Puedo intentarlo —respondió Ron dudando—. Pero mejor que no parezca que sospecho que Crouch puede estar tramando algo chungo. Percy lo adora.

—¿Y podrías intentar averiguar si tienen alguna pista sobre Bertha Jorkins? —dijo Sirius, señalando el segundo ejemplar de El Profeta.

—Bagman me dijo que no —observó Harry.

—Sí, lo citan en este artículo —dijo Sirius, señalando el periódico con un gesto de cabeza—. Se toma a broma lo de Bertha, y comenta su mala memoria. Bueno, puede que haya cambiado desde que yo la conocí, pero la Bertha de entonces no era nada olvidadiza, todo lo contrario. No tenía muchas luces, pero sí una memoria excelente para el chismorreo. Eso le daba un montón de problemas, porque nunca sabía tener la boca cerrada. Recuerdo que a Aura nunca le cayó bien. Me imagino que en el Ministerio de Magia sería más un estorbo que otra cosa. Tal vez por eso Bagman no se ha molestado demasiado en buscarla...

—Tampoco es que yo la adorara —comentó Selena—, pero sí que es extraño que haya desaparecido de ésta manera.

—Podría preguntarle a mi padre si sabe algo —dijo Brigid, sin demasiado entusiasmo.

—A Amos, ¿no? No, es mejor que no. —Sirius pareció tragarse todo tipo de comentarios—. Siempre me llevé mejor con su hermana que con él.

Brigid asintió; casi parecía aliviada. Sirius la miró por un momento, probablemente pensando en Gwen Diggory durante unos segundos. Luego, exhaló un profundo suspiro y se frotó los ojos.

—¿Qué hora es?

—Son las tres y media —informó Brigid.

—Será mejor que volváis al colegio —dijo Sirius, poniéndose en pie—. Ahora escuchad. —Le dirigió a Vega una mirada especialmente dura—. No quiero que os escapéis del colegio para venir a verme, ¿de acuerdo? Conformaos con enviarme notas. Sigo queriendo conocer cualquier cosa rara que ocurra. Pero no salgáis de Hogwarts sin permiso, en especial tú, Harry: resultaría una oportunidad ideal para atacarte.

—Nadie ha intentado atacarme hasta ahora, salvo un dragón y un par de grindylows —contestó Harry.

Pero Sirius lo miró con severidad.

—Me da igual... No respiraré tranquilo hasta que el Torneo haya finalizado, y eso no será hasta junio.

—Ya somos dos —masculló Vega.

Tres, en realidad, pensó Brigid. La idea de que el Torneo sería un evento divertido en el que su hermano participaría y dejaría en buen lugar a su casa había desaparecido hacía ya bastante tiempo.

—Y no lo olvidéis: si hablais de mí entre vosotros, llamadme Hocicos, ¿vale? —terminó Sirius.

Le entregó a Harry el frasco y la servilleta vacíos, y se despidió de Buckbeak dándole unas palmadas en el cuello.

—Iré con vosotros hasta la entrada del pueblo —dijo—, a ver si me puedo hacer con otro periódico.

Antes de salir de la cueva volvió a transformarse en el perro grande y negro, y todos juntos descendieron por la ladera de la montaña, cruzaron el campo pedregoso y volvieron al punto de la cerca donde estaban las tablas para pasarla con más facilidad.

Al llegar al punto donde se habían encontrado con Sirius, vieron que Vega y Nova planeaban quedarse un momento más con su padre. Ninguno dijo nada al respecto. Se despidieron de los Black y emprendieron el camino de regreso.

Harry le hizo un gesto a Brigid frente a una tienda de antigüedades y artículos de segunda mano.

—Aquí es donde encontré el anillo —dijo, orgullosamente—. Y el collar.

—Aún siento haberlo perdido —admitió Brigid, con cierta tristeza.

—No era nada importante —le respondió Harry, sin preocuparse demasiado por aquello.

—Para mí sí lo era —comentó Brigid, observando el escaparate.

Harry sonrió al escuchar aquello.

—Bueno, ya te encontraré alguno mejor. Puede que te lo regale por tu cumpleaños.

—¿El de boda?

Brigid se echó a reír al escuchar aquello. Harry suspiró y se giró hacia su hermana.

—Renueva tus chistes, ya no son graciosos.

—¿Y por qué Brigid se está riendo? —inquirió Felicity, insolente.

Ésta trató de mantener el rostro serio, pero su expresión se volvió tan ridícula que Harry también se echó a reír.

—Oye, he estado pensando —dijo Harry, tras unos instantes—. Prim me dijo que estaba deseando tener charlas sobre actrices muggle contigo, para saber tu opinión y ver si eres aceptable o no. La de Hermione y la mía se la sabe de memoria. Como consejo, te recomiendo no decirle nada en contra de Julia Roberts.

Brigid se echó a reír ante aquello.

—¿Y Ron no opina en cuanto a eso? —quiso saber—. ¡No me digáis que le excluís!

—Qué va, el no tiene demasiada opinión en ello. Prefiere a los jugadores de quidditch. También hablamos bastantes de esos, la verdad.

—Bueno, yo estoy dispuesta a hablar de actrices y jugadores de quidditch.

Harry la miró, levemente sorprendido. Prim había olvidado comentarle el pequeño detalle de que a Brigid no le interesaban únicamente las chicas. Una gran sonrisa apareció en su rostro.

—Me alegra escuchar eso —respondió, y realmente le alegraba—. Espero que tus gustos coincidan en algo con los míos, porque te garantizo que los que yo tengo son los mejores del mundo mágico y muggle.

Brigid se echó a reír al escuchar aquello.

—Ya veremos, Potter.

—¡Eh, vosotros dos! ¿Venís? —les gritó Ron, que se había adelantado varios metros sin ellos.

Harry y Brigid intercambiaron una mirada. Harry le ofreció el brazo y Brigid lo tomó sin dudar.

—Vamos.




















maratón 2/5

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