xviii. my brother can win
xviii.
mi hermano puede ganar
Los últimos días de vacaciones no fueron los mejores para Brigid. Su padre no estuvo demasiado por casa, por suerte, ya que seguía enfadado y decepcionado con ella por haber terminado en aquella complicada situación en los Mundiales.
Tampoco era que ella quisiera hablar con él, ni con nadie. Había tenido pesadillas desde lo sucedido en el bosque y agradecía volver al colegio, lo que significaría compartir dormitorio con otras cuatro chicas.
Por una vez en su vida, Brigid estaba deseando tener que dormir en su dormitorio de la casa Hufflepuff. Si eso significaba compañía, le bastaba. Hubiera podido dormir con Cedric en su casa, pero sabía que él comenzaría a preocuparse y no quería eso.
Había recibido dos cartas de Harry y una visita de Felicity desde que se despidieron al día siguiente de los Mundiales y, si Brigid era sincera, ver a Harry era lo que más deseaba en aquel momento.
Él había estado ahí después de ahuyentar al hombre y la había calmado cuando ella no podía hacer otra cosa que gritar y llorar en completo silencio por culpa del hechizo. Le había hecho sentir algo mejor, a pesar de todo el miedo que sentía en ese momento. Se había preocupado por ella, le había dejado su chaqueta, le había protegido delante del Ministerio y no había querido que pasara la noche sola.
Brigid prácticamente se sentía en deuda con él. No sabía qué habría pasado si no hubiera aparecido y no quería imaginárselo.
Amos no pudo acompañarlos a la estación por un problema surgido con Ojoloco Moody, así que solo Charlotte fue con Cedric y Brigid a King's Cross. Ambos se despidieron de su madre y subieron al Expreso de Hogwarts.
Brigid se despidió de su hermano, que se marchó al vagón de prefectos, y fue en busca de un buen sitio. Era bastante pronto, por lo que imaginó que no habría llegado nadie aún y se sentó sola en un compartimento. La puerta se abrió al de unos minutos y la cabeza de Nova Black se asomó al compartimento.
—¡Sabía que estarías aquí! —exclamó, arrastrando su baúl tras ella—. ¡Hola, Bree, me alegra verte!
—Hola, Brigid —añadió Susan, entrando tras ella.
La nombrada sonrió, con cierta timidez.
—Yo también me alegro de veros. Pero ¿cómo sabías que estaría aquí?
—No lo sabía —apuntó Susan—. Ha gritado eso en cada compartimento que hemos probado antes de ver quién había. Se negaba a mirar antes por el cristal.
—El teñido se ha molestado bastante —rio Nova, sentándose frente a Brigid—. Le he dejado una bengala del doctor Filibuster de recuerdo. Pero iba buscando alguna cara amable y aquí está, ¿no?
Brigid soltó una carcajada. A Brigid le hubiera encantado tener algo del atrevimiento de Nova.
—Bree, dinos que tú sabes qué va a pasar este curso —rogó Nova—. Nos estamos desesperando. ¿Sabes qué me ha dicho tío Jason? Que nos veríamos antes de lo que yo esperaba. Y tía Amelia dijo que este año va a ser muy emocionante.
—Mi padre ha estado diciendo cosas de ese estilo en la cena —admitió Brigid—. Pero no tengo ni idea. No ha querido decir más. Ni yo he preguntado.
—Y tío Remus tampoco me ha dicho nada —gruñó Nova—. ¡Y el teñido lo sabe! Le he estado escuchando presumiendo con sus gorilas... antes de lanzarle la bengala.
—Seguro que tiene que ver algo con el vestido que han pedido —comentó Susan—. ¿Tú lo tienes, Brigid?
Ella asintió.
—Busqué entre los viejos vestidos de mi tía. Tenía muchísimos y son de mi talla. Había cosas preciosas y encontré uno bonito. ¿Vosotras?
—El mío está bien —asintió Nova, sonriendo—. Ya lo veréis. Y el de Sue es genial porque se lo elegí yo.
La pelirroja rio.
—Es bonito, eso seguro. Lo que me gustaría saber es para qué será.
Las tres pasaron un buen rato tratando de adivinar qué pasaría aquel año, con ideas cada vez más disparatadas. Brigid poco a poco fue sintiéndose algo más cómoda, hasta el punto de decir alguna que otra idea graciosa, aunque Nova superaba a todas las que se le pudieran ocurrir.
Cuando ésta sugirió que tal vez iban a usar a Snape como maniquí y probarle todos los vestidos —no conseguía olvidar el boggart de Neville Longbottom—, decidieron que era mejor comprarle algo a la bruja del carrito y jugar una partida al snap explosivo.
—¡Eh, ahí está Harry! —exclamó Nova en mitad de la partida.
Susan y Brigid miraron a la puerta, que se abría en ese momento. Harry asomó la cabeza.
—Eh, Nov, ¿quieres un pastel de caldero? —preguntó tendiéndole uno a su prima—. A nosotros nos sobran. ¿Queréis vosotras también? —Miró a Brigid y sonrió—. ¡Bree! Te estaba buscando.
—Hola, Harry —saludó ella, poniéndose de pie de un salto.
Aquella vez, ella fue la primera en abrazarle. A Harry eso le pilló un poco por sorpresa, pero se apresuró a dejar los pasteles de caldero en el asiento y le devolvió el abrazo, riendo.
—¿Cómo estás? —preguntó en un susurro.
Brigid bajó la mirada.
—Mejor —se limitó a decir, lo que era verdad.
Que tuviera miedo a dormir sola era mejor que pasarse todas las noches llorando. Había estado cuatro días seguidos así. Seguía asustada. Pero estaba mejor, sin duda.
Nova cogió uno de los pasteles y le dio un mordisco.
—Podéis comer, no está envenenado —dijo, tras tragar—. Gracias, Potty.
—De nada, Altair —respondió, en tono burlón.
Ella abrió la boca, indignada.
—¡Oh, te has ganado una bomba fétida, Cara Rajada!
—¿Y si mejor te doy otro pastel? —preguntó él, divertido.
Nova pareció pensativa.
—De acuerdo. Eh, coge tú también si quieres, Bree, o me los termino yo. Y tú también, Sue.
La castaña rio y cogió uno de los que le tendía Harry.
—Gracias —dijo, en voz baja.
—No es nada —respondió él, guiñándole el ojo—. ¿Te veo luego?
—Supongo que sí —asintió Brigid.
Tras aquello, se marchó y Nova se apresuró a cerrar la puerta y girarse hacia Brigid con una sonrisa que no presagiaba nada bueno.
—¿Qué? —preguntó Brigid, frunciendo el ceño.
—¿Piensas lo mismo que yo, Sue? —dijo la morena, girándose hacia Susan.
—Cuidado con lo que dices, Nov —advirtió ella, sonriendo un poco.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Brigid, desconfiada.
—La última vez que puso esa cara, fue cuando decidió apostar por que Oliver Wood y Percy Weasley tendrían una relación —comentó Susan, divertida—. Ten cuidado con lo que diga, Brigid.
—Podría hacer lo mismo contigo y Harry —dijo Nova, pensativa—. Tú y mi primo sois amigos y realmente os entendéis, y ¿has visto cómo te mira? ¡Prácticamente nos ha ignorado a Susan y a mí! En poco tiempo, empezará a circular el dinero y nos haremos de oro, otra vez. ¡Además, si sales con Harry, tú y yo seremos doblemente familia!
Brigid se había quedado de piedra. Susan negaba con la cabeza y reía.
—No le hagas caso, es lo mejor —le aconsejó la pelirroja—. Nova tiene esos ataques de locura que le dan la mayoría del tiempo. Muy pocas veces, es completamente normal.
—Admítelo, Sue, harían buena pareja —protestó Nova.
Susan le dirigió una mirada a Brigid y debió sentir compasión por ella, porque se limitó a encogerse de hombros.
—Quizás.
La castaña se sonrojó.
—Harry es mi amigo. —Y ella realmente apreciaba eso—. Nada más.
—Suenas como mi hermana buscando excusas el año pasado para negar que tu hermano le gustaba. Y míralos ahora. Asquerosamente enamorados. Tengo buen ojo para las parejas.
—Nova, dale un respiro —protestó Susan—. Eh, ¿no es Ginny Weasley la que acaba de pasar?
—¡Gin! —exclamó Nova, abriendo la puerta del compartimento y yendo en busca de su amiga.
Susan miró a Brigid, sonriendo.
—Nova es intensa, pero no quería incomodarte, lo digo en serio.
—Lo sé, lo sé —dijo Brigid, sonriéndole también—. No te preocupes, Susan.
—Eso no quita que tenga razón —añadió la pelirroja, en tono de broma. Brigid se sonrojó y se apresuró a negar la cabeza—. No me refiero a que hagáis buena pareja, sino que a Harry le importas. No es alguien que deje que muchas personas se acerquen a él, en contra de lo que pueda parecer con la familia que tenemos. Realmente, tienes que ser importante para él.
Brigid asintió pensativa e, inconscientemente, buscó el anillo que Harry le había regalado, incluso aunque sabía que ya no estaba ahí. Tendría que decírselo.
—Yo... No sé, Susan —admitió, tímidamente.
Ella asintió.
—Dejemos ese tema. ¿Otra partida al snap?
El viaje pasó tranquilamente. Nova regresó un par de horas después y las tres se pusieron las túnicas del colegio. Fueron de las primeras en bajar al andén, donde descubrieron que llovía. Se apresuraron a subir a uno de los carruajes que llevaban a Hogwarts.
Al llegar al castillo y entrar en el vestíbulo, alguien las recibió con un globo de agua, que impactó en la cabeza de Nova. La chica soltó un chillido de indignación.
—¡PEEVES! —gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!
Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall.
—¡Peeves, baja aquí AHORA! —bramó la profesora McGonagall, enderezando su sombrero puntiagudo y mirando hacia arriba a través de sus gafas de montura cuadrada.
—¡No estoy haciendo nada! —contestó Peeves entre risas, arrojando un nuevo globo lleno de agua a varias chicas de quinto, que gritaron y corrieron hacia el Gran Comedor—. ¿No estaban ya mojadas? ¡Esto son unos chorritos! ¡Ja, ja, ja! —Y dirigió otro globo hacia un grupo de segundo curso que acababa de llegar.
—¡Llamaré al director! —gritó la profesora McGonagall—. Te lo advierto, Peeves...
Peeves le sacó la lengua, tiró al aire los últimos globos —uno de ellos salpicó parcialmente a Susan y Brigid— y salió zumbando escaleras arriba, riéndose como loco.
—¡Bueno, vamos! —ordenó bruscamente la profesora McGonagall a la empapada multitud—. ¡Vamos, al Gran Comedor!
—Qué bonita bienvenida —ironizó Nova, empapada de pies a cabeza—. ¿Sabéis? Me sentaré con vosotras hasta que vea a Astoria. No aguanto demasiado tiempo callada, ya sabéis.
Las tres se sentaron juntas en un extremo de la mesa de Hufflepuff. Ambas estaban mojadas, pero no tanto como Nova, que tiritaba desde su asiento.
—¿Quieres que te seque con un hechizo? —preguntó Brigid, tras dudar un poco—. Podrías pillar un buen resfriado.
—Déjalo. Con un poco de suerte, tendré una excusa para perderme la clase de Pociones si tenemos mañana —dijo Nova, divertida—. No quiero ver a Quejicus.
—¿Quejicus? —repitió Susan, riendo.
—Un mote nuevo que me enseñaron —respondió ella, mirando a su alrededor. Le guiñó un ojo a Brigid—. ¿No es fantástico?
Nova se cambió de mesa cuando la sala comenzó a llenarse. Minutos después, McGonagall entró acompañando a los empapados alumnos de primer curso y trayendo con ella el Sombrero Seleccionador que, como de costumbre, cantó su canción antes de empezar con la ceremonia.
En el Gran Comedor resonaron los aplausos cuando terminó de cantar el Sombrero Seleccionador. La Selección dio comienzo. Brigid se dedicó a aplaudir cada vez que un nuevo alumno era seleccionado en Hufflepuff, sin escuchar apenas el nombre.
Una vez la ceremonia concluyó, el profesor Dumbledore se puso en pie. Sonreía a los alumnos, con los brazos abiertos en señal de bienvenida.
—Tengo solo dos palabras que deciros —dijo, y su profunda voz resonó en el Gran Comedor—: ¡A comer!
No necesitó repetirlo dos veces: todos obedecieron al instante.
—Me gustaría comer la comida de los banquetes todos los días —suspiró Susan, llenando su plato de cosas—. Siempre está todo delicioso.
—Sí, y los caramelos de menta le dan un toque especial a la cena —rio Brigid, colocando un par de ellos sobre su servilleta—. Sigo sin saber por qué los ponen.
—¿Qué más da? —preguntó una voz a su espalda—. Están buenos.
Brigid se giró, intrigada, encontrándose a Harry en la misma posición que ellas, solo que en su mesa. Al ser contiguas las mesas de Gryffindor y Hufflepuff, estaba lo bastante cerca como para que pudieran hablar sin gritar.
—Pues quédate los míos entonces, Harry —replicó Susan, tendiéndole un puñado de caramelos.
Él los aceptó, divertido.
—Gracias, Sue. Esto es casi tan bueno como tu regalo de cumpleaños.
La pelirroja rio. Brigid saludó a Ron, Prim y Hermione, que estaban junto a Harry.
—¿Quieres caramelos de menta, Bree? —preguntó el chico, divertido—. Al parecer, Susan los detesta, pero no me importa compartirlos contigo.
La chica sonrió.
—Muy generoso —comentó, aceptando uno de los caramelos que le tendía.
Una vez terminados los postres y cuando los últimos restos desaparecieron de los platos, dejándolos completamente limpios, Albus Dumbledore volvió a levantarse. El rumor de charla que llenaba el Gran Comedor se apagó al instante, y solo se oyó el silbido del viento y la lluvia golpeando contra los ventanales.
—¡Bien! —dijo Dumbledore, sonriéndoles a todos—. Ahora que todos estamos bien comidos, debo una vez más rogar vuestra atención mientras os comunico algunas noticias:
»El señor Filch, el conserje, me ha pedido que os comunique que la lista de objetos prohibidos en el castillo se ha visto incrementada este año con la inclusión de los yoyós gritadores, los discos voladores con colmillos y los bumeranes-porrazo. La lista completa comprende ya cuatrocientos treinta y siete artículos, según creo, y puede consultarse en la conserjería del señor Filch.
La boca de Dumbledore se crispó un poco en las comisuras.
—Apuesto a que Nova añade algunos objetos más a la lista —rio Harry—. Creo que tenía un disco volador con colmillos reservado para una ocasión especial.
Brigid se tapó la boca para no reír. Susan no fue tan discreta, pero se las arregló para no hacer tanto ruido. El director prosiguió:
—Como cada año, quiero recordaros que el bosque que está dentro de los terrenos del castillo es una zona prohibida a los estudiantes. Otro tanto ocurre con el pueblo de Hogsmeade para todos los alumnos de primero y de segundo.
»Es también mi doloroso deber informaros de que la Copa de quidditch no se celebrará este curso.
Brigid perdió la sonrisa al instante y abrió los ojos como platos. Buscó con la mirada a su hermano, que no estaba sentado demasiado lejos. ¿Por qué no habría Copa de quidditch aquel curso?
Dumbledore continuó:
—Esto se debe a un acontecimiento que dará comienzo en octubre y continuará a lo largo de todo el curso, acaparando una gran parte del tiempo y la energía de los profesores... pero estoy seguro de que lo disfrutaréis enormemente. Tengo el gran placer de anunciar que este año en Hogwarts...
Pero en aquel momento se escuchó un trueno ensordecedor, y las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe.
En la puerta apareció un hombre que se apoyaba en un largo bastón y se cubría con una capa negra de viaje. Todas las cabezas en el Gran Comedor se volvieron para observar al extraño, repentinamente iluminado por el resplandor de un rayo que apareció en el techo. Se bajó la capucha, sacudió una larga melena en parte cana y en parte negra, y caminó hacia la mesa de los profesores.
Un sordo golpe repitió cada uno de sus pasos por el Gran Comedor. Llegó a un extremo de la mesa de los profesores, se volvió a la derecha y fue cojeando pesadamente hacia Dumbledore. El resplandor de otro rayo cruzó el techo. Brigid ahogó un grito, y no fue la única.
Cada centímetro de la piel del rostro del hombre parecía una cicatriz. La boca era como un tajo en diagonal, y le faltaba un buen trozo de la nariz. Pero lo que lo hacía verdaderamente terrorífico eran los ojos.
Uno de ellos era pequeño, oscuro y brillante. El otro era grande, redondo como una moneda y de un azul vívido, eléctrico. El ojo azul se movía sin cesar, sin parpadear, girando para arriba y para abajo, a un lado y a otro, completamente independiente del ojo normal... y luego se quedaba en blanco, como si mirara al interior de la cabeza.
El extraño llegó hasta Dumbledore. Le tendió una mano tan toscamente formada como su cara, y Dumbledore la estrechó, murmurando palabras que Vega no consiguió oír. Parecía estar haciéndole preguntas al extraño, que negaba con la cabeza, sin sonreír, y contestaba en voz muy baja. Dumbledore asintió también con la cabeza, y le mostró al hombre el asiento vacío que había a su derecha.
El extraño se sentó y sacudió su melena para apartarse el pelo entrecano de la cara; se acercó un plato de salchichas, lo levantó hacia lo que le quedaba de nariz y lo olfateó. A continuación se sacó del bolsillo una pequeña navaja, pinchó una de las salchichas por un extremo y empezó a comérsela. Su ojo normal estaba fijo en la salchicha, pero el azul seguía yendo de un lado para otro sin descanso, moviéndose en su cuenca, fijándose tanto en el Gran Comedor como en los estudiantes.
—Os presento a nuestro nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —dijo animadamente Dumbledore, ante el silencio de la sala—: el profesor Moody.
Lo normal era que los nuevos profesores fueran recibidos con saludos y aplausos, pero nadie aplaudió aquella vez, ni entre los profesores ni entre los alumnos, a excepción de Hagrid y Dumbledore. El sonido de las palmadas de ambos resonó tan tristemente en medio del silencio que enseguida dejaron de aplaudir. Todos los demás parecían demasiado impresionados por la extraña apariencia de Moody para hacer algo más que mirarlo.
Hasta Nova, a quien veía sentada junto a Astoria en la mesa de Slytherin, se había quedado muda, algo bastante extraño.
El hombre parecía totalmente indiferente a aquella fría acogida. Haciendo caso omiso de la jarra de zumo de calabaza que tenía delante, volvió a buscar en su capa de viaje, sacó una petaca y echó un largo trago de su contenido.
Dumbledore volvió a aclararse la garganta.
—Como iba diciendo —siguió, sonriendo a la multitud de estudiantes que tenía delante, todos los cuales seguían con la mirada fija en Ojoloco Moody—, tenemos el honor de ser la sede de un emocionante evento que tendrá lugar durante los próximos meses, un evento que no se celebraba desde hacía más de un siglo. Es un gran placer para mí informaros de que este curso tendrá lugar en Hogwarts el Torneo de los tres magos.
—¡Se está quedando con nosotros! —dijo Fred en voz alta.
Repentinamente se quebró la tensión que se había apoderado del Gran Comedor desde la entrada de Moody. Casi todo el mundo se rió, y Dumbledore también, como apreciando la intervención de Fred.
—No me estoy quedando con nadie, señor Weasley —repuso—, aunque, hablando de quedarse con la gente, este verano me han contado un chiste buenísimo sobre un trol, una bruja y un leprechaun que entran en un bar...
La profesora McGonagall se aclaró ruidosamente la garganta.
—Eh... bueno, quizá no sea este el momento más apropiado... No, es verdad —dijo Dumbledore—. ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí, el Torneo de los tres magos! Bien, algunos de vosotros seguramente no sabéis qué es el Torneo de los tres magos, así que espero que los que lo saben me perdonen por dar una breve explicación mientras piensan en otra cosa.
»EI Torneo de los tres magos tuvo su origen hace unos setecientos años, y fue creado como una competición amistosa entre las tres escuelas de magia más importantes de Europa: Hogwarts, Beauxbatons y Durmstrang. Para representar a cada una de estas escuelas se elegía un campeón, y los tres campeones participaban en tres pruebas mágicas. Las escuelas se turnaban para ser la sede del Torneo, que tenía lugar cada cinco años, y se consideraba un medio excelente de establecer lazos entre jóvenes magos y brujas de diferentes nacionalidades... hasta que el número de muertes creció tanto que decidieron interrumpir la celebración del Torneo.
»En todo este tiempo ha habido varios intentos de volver a celebrar el Torneo —prosiguió Dumbledore—, ninguno de los cuales tuvo mucho éxito. Sin embargo, nuestros departamentos de Cooperación Mágica Internacional y de Deportes y Juegos Mágicos han decidido que este es un buen momento para volver a intentarlo. Hemos trabajado a fondo este verano para asegurarnos de que esta vez ningún campeón se encuentre en peligro mortal.
»En octubre llegarán los directores de Beauxbatons y de Durmstrang con su lista de candidatos, y la selección de los tres campeones tendrá lugar en Halloween. Un juez imparcial decidirá qué estudiantes reúnen más méritos para competir por la Copa de los tres magos, la gloria de su colegio y el premio en metálico de mil galeones.
En cada una de las mesas, Brigid veía a estudiantes que miraban a Dumbledore con expresión de arrebato, o que cuchicheaban con los vecinos completamente emocionados. Susan observaba al director, interesada. Dumbledore volvió a hablar, y en el Gran Comedor se hizo otra vez el silencio.
—Aunque me imagino que todos estaréis deseando llevaros la Copa del Torneo de los tres magos —dijo—, los directores de los tres colegios participantes, de común acuerdo con el Ministerio de Magia, hemos decidido establecer una restricción de edad para los contendientes de este año. Solo los estudiantes que tengan la edad requerida (es decir, diecisiete años o más) podrán proponerse a consideración. Esta —Dumbledore levantó ligeramente la voz debido a que algunos hacían ruidos de protesta en respuesta a sus últimas palabras, especialmente los gemelos Weasley, que parecían de repente furiosos— es una medida que estimamos necesaria dado que las tareas del Torneo serán difíciles y peligrosas, por muchas precauciones que tomemos, y resulta muy improbable que los alumnos de cursos inferiores a sexto y séptimo sean capaces de enfrentarse a ellas. Me aseguraré personalmente de que ningún estudiante menor de esa edad engañe a nuestro juez imparcial para convertirse en campeón de Hogwarts. —Sus ojos de color azul claro brillaron especialmente cuando los guiñó hacia los rostros de Fred y George, que mostraban una expresión de desafío—. Así pues, os ruego que no perdáis el tiempo presentándoos si no habéis cumplido los diecisiete años.
»Las delegaciones de Beauxbatons y Durmstrang llegarán en octubre y permanecerán con nosotros la mayor parte del curso. Sé que todos trataréis a nuestros huéspedes extranjeros con extremada cortesía mientras están con nosotros, y que daréis vuestro apoyo al campeón de Hogwarts cuando sea elegido o elegida. Y ya se va haciendo tarde y sé lo importante que es para todos vosotros estar despiertos y descansados para empezar las clases mañana por la mañana. ¡Hora de dormir! ¡Andando!
Dumbledore volvió a sentarse y siguió hablando con Ojoloco Moody. Los estudiantes hicieron mucho ruido al ponerse en pie y dirigirse hacia la doble puerta del vestíbulo.
Brigid terminó viéndose entre Susan y Nova, que había corrido hacia ellas con una sonrisa pícara en el rostro.
—Dime que no vas a intentar participar —dijo Susan, mirando la expresión de la morena.
—No, creo que mejor organizaré apuestas para ver quién ganará —respondió ella, pensativa—. Solo me molesta no poder entrar en el equipo de quidditch este año.
—Podrás al siguiente —recordó Brigid—. Apuesto a que consigues entrar.
Nova se giró hacia ella. Una sonrisa apareció en su rostro.
—¡Esa es la confianza que alguien tenga en mí que necesito! Toma nota, Susan.
La nombrada negó con la cabeza, riendo.
—¿Quién crees que será el campeón o campeona de Hogwarts, Nova? Ya que eres adivina de parejas, puede ser que adivines esto.
—Debería decir alguien de Slytherin, pero la mayoría de los cursos superiores no me cae bien —admitió Nova—. ¿Te imaginas que sea Warrington? Preferiría morir antes que ver a ese idiota fanfarroneando por la sala común. Ojalá alguien de Hufflepuff. Si ganara, por fin os tomarían un poco en serio —dijo Nova. Miró a Brigid, con expresión de haber tenido una gran idea de pronto—. ¿Tú hermano tiene la edad?
—Los cumplirá pronto. —Sonrió al pensar en su hermano como campeón—. Ojalá salga él. Quiero decir, va a haber seguridad. No le pasará nada, ¿no? Y sé que mi hermano puede ganar.
—Empezaré a apostar por Cedric, entonces —declaró Nova—. ¡Eh, vosotros! ¿Quién creéis que será el campeón? ¿Warrington? Ni hablar, yo digo que Diggory. ¿Cuánto apostáis?
Brigid soltó una risa. Susan, divertida, rodó los ojos. Cogió a Nova del brazo y la arrastró lejos, ignorando las protestas de su amiga.
—¡Sue! —dijo Nova, furiosa—. ¡Iba a sacarles unos cuantos galeones!
—Nada de apuestas el primer día, Black —declaró Susan, divertida—. Guárdalas para mañana.
—Eres una mala amiga.
—Sí, yo también te quiero. Ahora, márchate a tu sala común antes de que te metas en problemas. Se supone que el primer día es el tranquilo, ¿no?
Nova suspiró.
—Lo que digas, mamá. Nos vemos, Brigid. Iré a buscar a Tori.
Susan y Brigid se dirigieron al sótano a un paso más moderado que el de Nova, que salió corriendo en busca de su amiga. Antes de bajar las escaleras, Brigid se giró y echó un vistazo al vestíbulo, que comenzaba a vaciarse. Un grupo retrasado de Gryffindor salía de él y Brigid distinguió entre ellos a Harry.
—¿Espiando a mi hermano? —escuchó decir a alguien a su izquierda.
Brigid sonrió al ver a Felicity y negó con la cabeza. No iba a comenzar a hablar con ella, no delante de Susan.
—¿Todo bien, Bree? —preguntó Felicity, sonriendo.
Brigid asintió.
Volver a Hogwarts se sentía mejor de lo que hubiera esperado.
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