
xvii. disastrous night
xvii.
noche desastrosa
—Espero que los otros estén bien —dijo Hermione después de un rato.
—Estarán bien —afirmó Ron.
—¿Te imaginas que el tío Jason atrapa a Lucius Malfoy? —dijo Harry, sentándose junto a Ron—. O Arthur. Siempre ha dicho que le gustaría pillarlo.
—Eso borraría la sonrisa de satisfacción de la cara de Draco —comentó Ron.
—Pero esos pobres muggles... —dijo Hermione con nerviosismo—. ¿Y si no pueden bajarlos?
—Podrán —le aseguró Ron—. Hallarán la manera.
—Espero que sí, porque si no... —murmuró Prim.
—Es una idiotez hacer algo así cuando todo el Ministerio de Magia está por allí —declaró Hermione—. Lo que quiero decir es que ¿cómo esperan salirse con la suya? ¿Creéis que habrán bebido, o simplemente...?
Pero de repente dejó de hablar y miró por encima del hombro. Harry, Ron, Prim y Brigid se apresuraron a mirar también. Parecía que alguien se acercaba hacia ellos dando tumbos. Brigid aferró la chaqueta de Harry con más fuerza.
Esperaron, escuchando el sonido de los pasos descompasados tras los árboles. Pero los pasos se detuvieron de repente.
—¿Quién es? —llamó Harry.
Solo se oyó el silencio. Harry se puso en pie y miró hacia el árbol, apuntando con su varita en aquella dirección. Estaba demasiado oscuro para ver muy lejos, pero tenía la sensación de que había alguien justo un poco más allá de donde llegaba su visión.
—¿Quién está ahí? —preguntó Harry.
Y entonces, sin previo aviso, una voz que a Brigid le dio deseos de echarse a llorar de nuevo desgarró el silencio. Y no lanzó un grito de terror, sino algo que parecía más bien un conjuro:
—¡MORSMORDRE!
Algo grande, verde y brillante salió de la oscuridad que los ojos de Brigid habían intentado penetrar en vano, y se levantó hacia el cielo por encima de las copas de los árboles.
—¿Qué...? —exclamó Ron, poniéndose en pie de un salto y mirando hacia arriba.
—¡No! —gritó Prim, que se había puesto pálida.
Brigid ahogó un grito al ver que se trataba de una calavera de tamaño colosal, compuesta de lo que parecían estrellas de color esmeralda y con una lengua en forma de serpiente que le salía de la boca. Mientras miraban, la imagen se alzaba más y más, resplandeciendo en una bruma de humo verdoso, estampada en el cielo negro como si se tratara de una nueva constelación. De pronto, el bosque se llenó de gritos.
Harry se había puesto muy tenso. La calavera ya se había elevado lo suficiente para iluminar el bosque entero como un horrendo anuncio de neón. Brigid buscó en la oscuridad a la persona que había hecho aparecer la calavera, pero no vio a nadie.
—¿Quién está ahí? —gritó de nuevo Harry.
—¡Harry, vamos, muévete! —Hermione lo había agarrado por la parte de atrás de la chaqueta, y tiraba de él—. ¡Es la Marca Tenebrosa, Harry! —gimió Hermione, tirando de él con toda su fuerza—. ¡El signo de Quien-Tú-Sabes! ¡Vamos, Harry!
Harry se volvió, viendo que Brigid había palidecido. Se agachó a su lado, aunque intentando mantener la distancia justa.
—¿Bree? —susurró, preocupado—. ¿Qué pasa?
—Es él, Harry —dijo ella, mirándolo fijamente, con los ojos llenos de lágrimas de nuevo—. Es... es...
Harry se puso de pie de inmediato.
—Bree, tenemos que movernos, ¿vale? —urgió, en un susurro—. Tenemos que salir de aquí.
Ella asintió y se puso de pie, aceptando la ayuda de Harry para ello.
Los cinco se dispusieron a cruzar el claro. Pero tan solo habían dado unos pocos pasos, cuando una serie de ruiditos anunció la repentina aparición, de la nada, de una veintena de magos que los rodearon. Brigid paseó la mirada por los magos y tardó menos de un segundo en darse cuenta de que todos habían sacado la varita mágica y que las veinte varitas los apuntaban.
—¡AL SUELO! —gritó Harry.
Brigid se vio arrastrada por él hacia el suelo. Ambos rodaron por la tierra, con Harry sobre Brigid, mientras Ron, Prim y Hermione se dejaban caer.
—¡Desmaius! —gritaron las veinte voces.
Hubo una serie de destellos cegadores, y Brigid sintió que el pelo se le agitaba como si un viento formidable acabara de barrer el claro. Al levantar la cabeza un centímetro, vio unos chorros de luz roja que salían de las varitas de los magos, pasaban por encima de ellos, cruzándose, rebotaban en los troncos de los árboles y se perdían luego en la oscuridad.
—¡Alto! —gritó una voz—. ¡ALTO! ¡Son mi hijo y mi sobrino!
—¡Es mi sobrino! —le corrigió otra voz—. Por Merlín, ¡Harry!
El pelo de Brigid volvió a asentarse. Levantó un poco más la cabeza. El mago que tenía delante acababa de bajar la varita. Al darse la vuelta vio al señor Bones, que iba hacia ellos con aspecto preocupado, y el señor Weasley, que avanzaba hacia ellos a zancadas, aterrorizado.
—Harry... —La voz de Jason sonaba bastante tranquila para la situación, pero las manos le temblaban—. ¿Estáis todos bien? ¿Y los demás?
—Apártate, Jason —dijo una voz fría y cortante—. Tú también, Arthur.
Era el señor Crouch. Él y los otros magos del Ministerio estaban acercándose. Harry se puso en pie de cara a ellos. Crouch tenía el rostro crispado de rabia.
—¿Quién de vosotros lo ha hecho? —dijo bruscamente, fulminándolos con la mirada—. ¿Quién de vosotros ha invocado la Marca Tenebrosa?
—¡Nosotros no hemos invocado eso! —exclamó Harry, señalando la calavera.
—¡No hemos hecho nada! —añadió Ron, frotándose el codo y mirando a su padre con expresión indignada—. ¿Por qué nos atacáis?
—¡No mienta, señor Potter! —gritó el señor Crouch. Seguía apuntando a Ron con la varita, y los ojos casi se le salían de las órbitas: parecía enloquecido—. ¡Lo hemos descubierto en el lugar del crimen!
—Barty... —susurró una bruja vestida con una bata larga de lana. A Brigid le resultaba vagamente familiar. Ella también había avanzado hacia ellos cinco—. Son niños, Barty. Nunca podrían haberlo hecho...
—No sabemos casi hechizos de combate, ¿cómo íbamos a saber...? —protestó Prim, con voz temblorosa.
Brigid recordó fugazmente su boggart: la propia Marca.
—Decidme, ¿de dónde ha salido la Marca Tenebrosa? —preguntó apresuradamente el señor Weasley.
—De allí —respondió Hermione temblorosa, señalando el lugar del que había partido la voz—. Estaban detrás de los árboles. Gritaron unas palabras... un conjuro.
—¿Con que estaban allí? —dijo el señor Crouch, volviendo sus desorbitados ojos hacia Hermione, con la desconfianza impresa en cada rasgo del rostro—. ¿Con que pronunciaron un conjuro? Usted parece muy bien informada de la manera en que se invoca la Marca Tenebrosa, señorita.
Pero, aparte del señor Crouch, ningún otro mago del Ministerio parecía creer ni remotamente que Harry, Ron, Prim, Hermione y Brigid pudieran haber invocado la calavera. Por el contrario, después de oír a Hermione habían vuelto a alzar las varitas y apuntaban a la dirección a la que ella había señalado, tratando de ver algo entre los árboles.
—Demasiado tarde —dijo sacudiendo la cabeza la bruja vestida con la bata larga de lana. Brigid recordó su nombre: Amelia Bones. La hermana de Jason Bones—. Se han desaparecido.
—No lo creo —declaró un mago de barba escasa de color castaño. Brigid se sobresaltó al descubrir que era su padre—. Nuestros rayos aturdidores penetraron en aquella dirección, así que hay muchas posibilidades de que los hayamos atrapado...
—¡Ten cuidado, Amos! —le advirtieron algunos de los magos cuando el señor Diggory alzó la varita, fue hacia el borde del claro y desapareció en la oscuridad.
Hermione se llevó las manos a la boca cuando lo vio desaparecer. Al cabo de unos segundos lo oyeron gritar:
—¡Sí! ¡Los hemos capturado! ¡Aquí hay alguien! ¡Está inconsciente! Es... Pero... ¡caray!
—¿Has atrapado a alguien? —le gritó el señor Crouch, con tono de incredulidad—. ¿A quién? ¿Quién es?
Oyeron chasquear ramas, crujir hojas y luego unos pasos sonoros hasta que el señor Diggory salió de entre los árboles. Llevaba en los brazos a un ser pequeño, desmayado. Era una elfina, la misma que habían visto antes en el bosque. El señor Crouch no se movió ni dijo nada mientras el señor Diggory depositaba a la elfina en el suelo, a sus pies. Los otros magos del Ministerio miraban al señor Crouch, que se quedó paralizado durante unos segundos, muy pálido, con los ojos fijos en la elfina. Luego pareció despertar.
—Esto... es... imposible —balbuceó—. No...
Rodeó al señor Diggory y se dirigió a zancadas al lugar en que este había encontrado a la elfina.
—¡Es inútil, señor Crouch! —dijo el padre de Brigid—. No hay nadie más.
Pero el señor Crouch no parecía dispuesto a creerle. Lo oyeron moverse por allí, rebuscando entre los arbustos.
—Es un poco embarazoso —declaró con gravedad el señor Diggory, bajando la vista hacia la inconsciente elfina—. La elfina doméstica de Barty Crouch... Lo que quiero decir...
—Déjalo, Amos —le dijo el señor Weasley en voz baja—. ¡No creerás de verdad que fue la elfina! La Marca Tenebrosa es una señal de mago. Se necesita una varita.
—Sí —admitió el señor Diggory—. Y ella tenía una varita.
—¿Qué? —exclamó el señor Weasley.
—Aquí, mira. —El señor Diggory cogió una varita y se la mostró—. La tenía en la mano. De forma que, para empezar, se ha quebrantado la cláusula tercera del Código de Uso de la Varita Mágica: "El uso de la varita mágica no está permitido a ninguna criatura no humana."
—Papá... —empezó Brigid, sin saber muy bien cómo iba a continuar la frase.
—Ahora no, Brigid —interrumpió Amos, en voz baja—. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está tu hermano?
—Le perdí en el bosque...
Entonces oyeron otro "¡plin!", y Ludo Bagman se apareció justo al lado del padre de Ron. Parecía despistado y sin aliento. Giró sobre sí mismo, observando con los ojos desorbitados la calavera verde.
—¡La Marca Tenebrosa! —dijo, jadeando, y casi pisa a la elfina al volverse hacia sus colegas con expresión interrogante—. ¿Quién ha sido? ¿Los habéis atrapado? ¡Barty! ¿Qué sucede?
El señor Crouch había vuelto con las manos vacías. Su cara seguía estando espectralmente pálida, y se le había erizado el bigote de cepillo.
—¿Dónde has estado, Barty? —le preguntó Bagman—. ¿Por qué no estuviste en el partido? Tu elfina te estaba guardando una butaca... ¡Gárgolas tragonas! —Bagman acababa de ver a la elfina, tendida a sus pies—. ¿Qué le ha pasado?
—He estado ocupado, Ludo —respondió el señor Crouch, hablando aún como a trompicones y sin apenas mover los labios—. Hemos dejado sin sentido a mi elfina.
—¿Sin sentido? ¿Vosotros? ¿Qué quieres decir? Pero ¿por qué...?
De repente, Bagman comprendió lo que sucedía. Levantó la vista hacia la calavera, luego la bajó hacia Winky y terminó dirigiéndola al señor Crouch.
—¡No! —dijo—. ¿Winky? ¿Winky invocando la Marca Tenebrosa? ¡Ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Para empezar, necesitaría una varita mágica!
—Y tenía una —explicó el señor Diggory—. La encontré con una varita en la mano, Ludo. Si le parece bien, señor Crouch, creo que deberíamos oír lo que ella tenga que decir.
Crouch no dio muestra de haber oído al señor Diggory, pero este interpretó su silencio como conformidad. Levantó la varita, apuntó a Winky con ella y dijo:
—¡Enervate!
Winky se movió lánguidamente. Abrió sus grandes ojos de color castaño y parpadeó varias veces, como aturdida. Ante la mirada de los magos, que guardaban silencio, se incorporó con movimientos vacilantes y se quedó sentada en el suelo. Vio los pies de Diggory y poco a poco, temblando, fue levantando los ojos hasta llegar a su cara, y luego, más despacio todavía, siguió elevándolos hasta el cielo. Brigid vio la calavera reflejada dos veces en sus enormes ojos vidriosos. Winky ahogó un grito, miró asustada a la multitud de gente que la rodeaba y estalló en sollozos de terror.
—¡Elfina! —dijo severamente el señor Diggory. Brigid apretó los labios al escuchar el tono en que lo decía—. ¿Sabes quién soy? ¡Soy miembro del Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas!
Winky se balanceó de atrás adelante sobre la hierba, respirando entrecortadamente.
—Como ves, elfina, la Marca Tenebrosa ha sido conjurada en este lugar hace tan solo un instante —explicó el señor Diggory—. ¡Y a ti te hemos descubierto un poco después, justo debajo! ¡Si eres tan amable de darnos una explicación...!
—¡Yo... yo... yo no lo he hecho, señor! —repuso Winky jadeando—. ¡Ni siquiera hubiera sabido cómo hacerlo, señor!
—¡Te hemos encontrado con una varita en la mano! —gritó el señor Diggory, blandiéndola ante ella.
Brigid se quedó desconcertada al ver que la varita se le hacía familiar.
—Harry —susurró, en tono urgente—, Harry, es mi varita.
Su voz se escuchó con demasiada claridad en medio del silencio. Todo el mundo los miró.
—¿Cómo has dicho? —preguntó el señor Diggory, sin dar crédito a sus oídos.
Brigid se quedó muda.
—Es su varita —dijo Harry, viendo que no hablaría—. E-ella me la dio antes. —Brigid miró a Harry, sin entender por qué mentía—. Debe habérseme caído.
—¿Que se te cayó? —repitió el señor Diggory, extrañado—. ¿Es eso una confesión? ¿La tiraste después de haber invocado la Marca?
—¡Papá! —protestó Brigid, a media voz.
—¡Amos, recuerda con quién hablas! —intervino el señor Bones, muy enojado—. ¿Te parece posible que Harry Potter invocara la Marca Tenebrosa? ¿O tu hija? Amos, por Merlín, piensa un poco...
—Eh... no, por supuesto —farfulló el señor Diggory—. Lo siento... Me he dejado llevar.
—Se me cayó a mí, no a Harry —susurró Brigid—. De todas formas, no fue ahí donde se me cayó. La eché en falta nada más internarnos en el bosque.
—Así que —dijo el señor Diggory, mirando con severidad a Winky, que se había encogido de miedo— la encontraste tú, ¿eh, elfina? Y la cogiste y quisiste divertirte un rato con ella, ¿eh?
—¡Yo no he hecho magia con ella, señor! —chilló Winky, mientras las lágrimas le resbalaban por ambos lados de su nariz, aplastada y bulbosa— .¡Yo... yo... yo solo la cogí, señor! ¡Yo no he conjurado la Marca Tenebrosa, señor, ni siquiera sabría cómo hacerlo!
—¡No fue ella! —intervino Hermione—. ¡Winky tiene una vocecita chillona, y la voz que oímos pronunciar el conjuro era mucho más grave! —Miró a Ron, Harry, Prim y Brigid, en busca de apoyo. Esta última apartó la mirada al instante—. No se parecía en nada a la de Winky, ¿a que no?
—No —confirmó Harry, negando con la cabeza—. Sin lugar a dudas, no era la de un elfo.
—No, era una voz humana —dijo Ron.
—De hombre, de hecho —añadió Prim.
—Es verdad, papá —casi susurró Brigid, consciente de que todas las miradas estaban en ella—. Yo... yo vi al mismo hombre antes, él... Él...
—Él llevaba una máscara de mortífago e intentó atacarnos —intervino Harry, notando que Brigid no iba a ser capaz de terminar de hablar.
—Bueno, pronto lo veremos —gruñó su padre, sin darles mucho crédito—. Hay una manera muy sencilla de averiguar cuál ha sido el último conjuro efectuado con una varita mágica. ¿Sabías eso, elfina?
Winky temblaba y negaba frenéticamente con la cabeza, batiendo las orejas, mientras el señor Diggory volvía a levantar su varita y juntaba la punta con el extremo de la varita de Brigid.
—¡Prior Incantato! —dijo con voz potente el señor Diggory.
Brigid oyó que Prim y Hermione ahogaban un grito, horrorizadas, cuando una calavera con lengua en forma de serpiente surgió del punto en que las dos varitas hacían contacto. Era, sin embargo, un simple reflejo de la calavera verde que se alzaba sobre ellos, y parecía hecha de un humo gris espeso: el fantasma de un conjuro.
—¡Deletrius! —gritó el señor Diggory, y la calavera se desvaneció en una voluta de humo—. ¡Bien! —exclamó con una expresión incontenible de triunfo, bajando la vista hacia Winky, que seguía agitándose convulsivamente.
—¡Yo no lo he hecho! —chilló la elfina, moviendo los ojos aterrorizada—. ¡No he sido, no he sido, yo ni siquiera sabría cómo hacerlo! ¡Soy una elfina buena, no uso varita, no sé cómo se hace!
—¡Te hemos atrapado con las manos en la masa, elfina! —gritó el señor Diggory—. ¡Te hemos cogido con la varita que ha obrado el conjuro!
—Amos —dijo en voz alta el señor Weasley—, piensa en lo que dices. Son poquísimos los magos que saben llevar a cabo ese conjuro... ¿Quién se lo podría haber enseñado?
—Quizá Amos quiere sugerir que yo tengo por costumbre enseñar a mis sirvientes a invocar la Marca Tenebrosa. —El señor Crouch había hablado impregnando cada sílaba de una cólera fría.
Se hizo un silencio muy tenso. Amos Diggory se asustó.
—No... no... señor Crouch, en absoluto...
—Te ha faltado muy poco para acusar a las tres personas de entre los presentes que son menos sospechosas de invocar la Marca Tenebrosa: a Harry Potter, a tu propia hija... ¡y a mí mismo! Supongo que conoces la historia del niño, Amos.
—Por supuesto... Todo el mundo la conoce... —musitó el señor Diggory, desconcertado.
—¡Y yo espero que recuerdes las muchas pruebas que he dado, a lo largo de mi prolongada trayectoria profesional, de que desprecio y detesto las Artes Oscuras y a cuantos las practican! —gritó el señor Crouch, con los ojos de nuevo desorbitados.
—Señor Crouch, yo... ¡yo nunca sugeriría que usted tuviera la más remota relación con este incidente! —farfulló Amos Diggory.
Su rala barba de color castaño conseguía en parte disimular su sonrojo.
—¡Si acusas a mi elfina me acusas a mí, Diggory! —vociferó el señor Crouch—. Y ya que casi has acusado a tu hija de conjurar la Marca, podríamos preguntarnos qué enseñas tú a tus hijos.
Brigid palideció al escuchar aquello.
—Señor Crouch, ella nunca hubiera...
—¿Dónde podría haber aprendido la invocación mi elfina? —interrumpió Crouch.
—Po... podría haberla aprendido... en cualquier sitio...
—Eso es, Amos... —repuso el señor Weasley—. En cualquier sitio. Winky —añadió en tono amable, dirigiéndose a la elfina, pero ella se estremeció como si él también le estuviera gritando—, ¿dónde exactamente encontraste la varita mágica?
Winky retorcía el dobladillo del paño de cocina tan violentamente que se le deshilachaba entre los dedos.
—Yo... yo la he encontrado... la he encontrado ahí, señor... —susurró— Ahí... entre los árboles, señor.
—¿Te das cuenta, Amos? —dijo el señor Weasley—. Quienesquiera que invocaran la Marca podrían haberse desaparecido justo después de haberlo hecho, dejando tras ellos la varita de Brigid. Una buena idea, no usar su propia varita, que luego podría delatarlos. Y Winky tuvo la desgracia de encontrársela un poco después y de haberla cogido.
—¡Pero entonces ella tuvo que estar muy cerca del verdadero culpable! —exclamó el señor Diggory, impaciente—. ¿Viste a alguien, elfina?
Winky comenzó a temblar más que antes. Sus enormes ojos pasaron vacilantes del señor Diggory a Ludo Bagman, y luego al señor Crouch. Tragó saliva y dijo:
—No he visto a nadie, señor... A nadie.
—Amos —dijo secamente el señor Crouch—, soy plenamente consciente de que lo normal, en este caso, sería que te llevaras a Winky a tu departamento para interrogarla. Sin embargo, te ruego que dejes que sea yo quien trate con ella.
El señor Diggory no pareció tomar en consideración aquella sugerencia, Brigid sabía que el señor Crouch era un miembro del Ministerio demasiado importante para decirle que no.
—Puedes estar seguro de que será castigada —agregó el señor Crouch fríamente.
—A... a... amo... —tartamudeó Winky, mirando al señor Crouch con los ojos bañados en lágrimas—. A... a... amo, se lo ruego...
El señor Crouch bajó la mirada, con el rostro tan tenso que todas sus arrugas se le marcaban profundamente. No había ni un asomo de piedad en su mirada.
—Winky se ha portado esta noche de una manera que yo nunca hubiera creído posible —dijo despacio—. Le mandé que permaneciera en la tienda. Le mandé permanecer allí mientras yo solucionaba el problema. Y me ha desobedecido. Esto merece la prenda.
—¡No! —gritó Winky, postrándose a los pies del señor Crouch—. ¡No, amo! ¡La prenda no, la prenda no!
Brigid sabía que la única manera de liberar a un elfo doméstico era que su amo le regalara una prenda de su propiedad. Daba pena ver la manera en que Winky se aferraba a su paño de cocina sollozando a los pies de su amo.
—¡Pero estaba aterrorizada! —saltó Hermione indignada, mirando al señor Crouch—. ¡Su elfina siente terror a las alturas, y los magos enmascarados estaban haciendo levitar a la gente! ¡Usted no le puede reprochar que huyera!
El señor Crouch dio un paso atrás para librarse del contacto de su elfina, a la que miraba como si fuera algo sucio y podrido que le podía echar a perder los lustrosos zapatos.
—Una elfina que me desobedece no me sirve para nada —declaró con frialdad, mirando a Hermione—. No me sirve para nada un sirviente que olvida lo que le debe a su amo y a la reputación de su amo.
Winky lloraba con tanta energía que sus sollozos resonaban en el claro del bosque. Se hizo un silencio muy desagradable al que puso fin el señor Bones diciendo con suavidad:
—Bien, creo que me llevaré a los míos a la tienda, si no hay nada que objetar. Amos, esa varita ya no nos puede decir nada más. Si eres tan amable de devolvérsela a Brigid...
Brigid tomó la varita que su padre le tendía, y ella se la guardó en el bolsillo.
—Amos, si así lo prefieres, me llevaré también a Brigid. Imagino que tendrás que quedarte aquí un rato...
—Está bien —respondió el señor Diggory, lanzándole una fugaz mirada a su hija—. Ve con tu hermano, Brigid. Ya hablaremos de esto.
Ella tragó saliva y asintió con la cabeza. Amos debió ver algo en su rostro que le hizo suavizar un poco el tono.
—¿Estás bien, Brigid? ¿Te han hecho algo?
Ella negó bruscamente, casi asustada de responder a aquella pregunta.
Se marchó con Harry, Prim, Ron, Hermione y los señores Bones y Weasley. Amelia Bones se acercó a decirle algo a Harry antes de que se marcharan.
Brigid guardó silencio absoluto en el camino, ignorando cualquier conversación. No fue hasta que llegaron a la tienda de los Bones y Harry le dijo algo que habló.
—Puedes quedarte esta noche —susurró él, sorprendiéndola—. En la tienda de las chicas, con Vega, Nova, Jess, Susan, Prim y Hermione. Cedric puede quedarse con tío Jason o volver a vuestra, pero si lo prefieres... Tía Amelia me ha dicho que no es prudente que nadie esté solo ahora mismo.
—Y-yo... —tartamudeó Brigid—. N-no creo que...
—Por favor, Bree —pidió Harry.
Más tarde, acostada en la litera que compartía con Vega y escuchando las respiraciones de las otras chicas en la tienda, Brigid admitió que aquella había sido una buena idea.
Eso no impidió que se durmiera con las mejillas húmedas por las lágrimas de terror y angustia acumuladas a lo largo de aquella desastrosa noche.
Y, para empeorar la situación, cuando rodeó su dedo anular, en busca del anillo que Harry le había regalado para tratar de distraerse observando las constelaciones, descubrió que éste había desaparecido.
—¿Bree? —la llamó la voz de Felicity.
Brigid guardó silencio. No quería hablar en aquel momento con nadie.
Felicity debió captar el mensaje, porque se marchó sin decir más, dejando de nuevo a Brigid y sus lágrimas.
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