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xlv. let me go








xlv.
déjame ir








Brigid corría por el pasillo a toda velocidad que sus piernas le permitían y, no valía la pena negarlo, con lágrimas en los ojos.

Después de que Harry dijera aquello, todo se había vuelto un caos. Brigid se negaba a aceptar aquello: ¿cómo podía Voldemort haber capturado a Ariadne Potter? ¿Cómo había podido suceder aquello? ¿Dónde estaban James y Sirius, por qué ella había abandonado Grimmauld Place?

Había tenido que alejarse a toda prisa al sentir que el pánico la invadía y, con ello, su magia se descontrolaba. Selena y Lily trataban de hablarle, pero era como si Brigid fuera incapaz de escuchar sus voces. No había ni rastro de Felicity.

—¡No te preocupes por mí! —había sido lo último que le había dicho a Harry, antes de irse a toda prisa.

Se apoyó en la pared, jadeante. Se sentía agotada por la falta de sueño y la carrera que acababa de pegarse: Thea le había advertido que sus poderes podrían debilitarse con el cansancio. Era por ello que había echado a correr hasta que apenas le quedaba aire en los pulmones.

Apoyó la espalda en la pared, jadeante. Sentía su magia más débil, pero aún había algo a su alrededor. Se congregaba formando aquello que había denominado sombras, pero que eran simplemente magia de muerte adoptando su aspecto visible.

Los rostro de Selena y Lily se difuminaban frente a ella. Brigid cerró los ojos e inspiró hondo. Escuchaba voces a su alrededor, pero que cuyas palabras no era capaz de comprender. Aquellos sonidos la descolocaban y la aterraban.

«Respira, Brigid. Lo tienes bajo control. Eres tú la que lo tiene que dominar.»

Al abrir los ojos, distinguió con claridad a Selena y Lily. Así como a un grupo de personas congregadas a su alrededor. Brigid casi chilló al advertir que no eran personas. Al menos, no personas vivas.

Los muertos le devolvieron una mirada imperturbable. Brigid tuvo que recordar que debía respirar; Selena y Lily no tardaron en comprender lo que sucedía.

—Es algo común aquí, en Hogwarts —se apresuró a explicar la madre de Susan, advirtiendo que Brigid había palidecido—. Pero no es eso lo que importa ahora.

Brigid le miró con apatía. Lily asintió lentamente.

—Ariadne —masculló la castaña, restregándose los ojos con la mano. Sentía que en cualquier momento caería dormida—. Sirius y James tienen que saber algo, ellos... ¿Cómo podemos hablarles? ¿Cómo...? —Calló bruscamente, casi quedándose sin aliento. Acababa de recordar algo que ni siquiera era consciente de tener en la memoria—. ¡El espejo!

—¿El qué? —repitió Lily, desconcertada—. ¿Cómo un espejo...?

Pero Brigid ya había echado a correr nuevamente, impulsada por aquella idea. Ignorando a los muertos que continuaban apareciendo por los pasillos de Hogwarts, estando bastante segura de que nunca antes los había visto, se dirigió tan rápido le fue posible a la sala común de Slytherin.

Tenía que funcionar. Ni siquiera sabía a ciencia cierta cuándo Ariadne le había hablado de aquel artefacto, pero estaba convencida de que no lo había soñado. ¿Harry lo había recordado? ¿Siquiera lo había usado, cuando no había hablado de él ni una vez desde Navidad?

La horrible sensación de que no era así le inquietó y le hizo apretar el paso. Se detuvo bruscamente cuando un desconcertado Michael Nott se interpuso en su camino y la obligó a detenerse.

—¿Dónde se supone que vas, Diggory? —preguntó, alterado. Brigid frunció el ceño—. ¿No sabes lo que está pasando?

—Tengo que entrar en tu sala común, Nott —dijo Brigid, ignorando por completo la última pregunta—. Es urgente.

—¿Qué...?

—Déjala, Mickey. —Theodore Nott acababa de doblar la esquina, con expresión seria. Blaise Zabini le acompañaba—. Potter confía en ella. Ve a ocuparte tú de Weasley y los otros. Blaise y yo la metemos; estará vacía ahora.

—¿Por qué? —preguntó instantáneamente la Hufflepuff—. ¿Les ha pasado algo?

—Les tiene la Brigada Inquisitorial —masculló Michael, con clara irritación—. Se han colado en el despacho de Umbridge.

—¿Que han...? —Brigid se obligó a mantener la calma—. Está bien. Iré en cuanto haga lo que tengo que hacer, pero...

—No se hable más —declaró Blaise Zabini, tomándola del brazo—. Vamos, Theo. Michael, vamos ahora.

A Brigid le desconcertó un poco que ninguno de los dos Slytherin le cuestionaran siquiera por qué necesitaba hacer eso. Ante su mirada interrogativa, Theo Nott rio por lo bajo.

—Si compartieras dormitorio con Potter y llevaras tres cursos completos escuchándole hablar de ti sin parar, harías lo mismo.

Y pese a que no era el lugar ni el momento, Brigid se ruborizó.

Theo y Blaise le introdujeron en la sala común de Slytherin con la mayor naturalidad del mundo. Cuando Brigid les susurró que necesitaba ir al dormitorio de Harry, le guiaron sin hacer preguntas. Nadie les dirigió ni una mirada.

Brigid se abalanzó a abrir el baúl de Harry tan pronto como lo vio. Rebuscó entre sus cosas sin cuidado alguno —se disculparía más tarde—, aunque ya de por sí estaban bastante desordenadas. El espejo tenía que estar por algún lado.

—Iremos a ayudar a Michael —le dijo Theo, que se había quedado incómodamente observándola junto a Blaise—. Nos vemos ahora.

Ella se había limitado a asentir.

—Brigid, ahí —señaló Selena, haciéndole notar el envoltorio de papel de regalo que se veía entre unos jerséis.

Lo sacó con el corazón latiendo a toda prisa y lo abrió sin siquiera preocuparse por ver dónde acababan los trozos de papel de regalo. Lo sostuvo entre sus manos, sin saber exactamente qué hacer con él.

Se veía a ella, reflejada en él. La imagen casi le asustó: su rostro pálido y huesudo, sus ojos color tormenta bajo los que destacaban sus profundas ojeras, el terror y el cansancio grabado en sus facciones. Trató de ignorar la mirada que su reflejo le devolvía.

—¿Sirius? —dijo, en voz alta. Casi se sintió estúpida al hacerlo, pero recordó que, si veía y hablaba con fantasmas que nadie más percibía, aquello no podía ser peor—. ¿James? ¿Ariadne? ¿Alguien?

Casi dejo caer el artefacto cuando su reflejo se convirtió en el rostro desconcertado de la mismísima Vega. La otra chica soltó una exclamación ahogada de asombro.

—¿Brigid?

—¡Vega! —El alivio inundó el pecho de Brigid—. ¡Por Merlín, Vega! ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Estáis bien? ¿Ariadne...?

—¡Respira, Brigid! —se apresuró a decir Vega, quien parecía no comprender nada—. ¿De qué estás hablando?

—¡Voldemort tiene a Ariadne!

—¿Que Voldemort qué? —Vega la observó como esperando a que dijera que era una broma. Al ver que aquello no sucedía, gritó—: ¡Tía Aria, ven!

Cuando Ariadne Potter apareció en el cristal del espejo, Brigid tuvo la certeza de que algo muy malo iba a suceder. Aquello lo confirmó tan pronto como un hermoso ciervo plateado apareció en mitad del dormitorio. Alzando su cabeza y su magnífica cornamenta, dijo, con la voz de Harry:

Lo siento, Bree. Hemos tenido que irnos. No podíamos esperar. Lo siento mucho.


























—No vas a venir.

La manera en la que Brigid contempló a Jason Bones tras aquellas palabras estaba cerca de aterrar. La joven no podía creer lo que estaba escuchando en ese momento.

—¿Mis amigos están allí arriesgando su vida y yo tengo que quedarme esperando? ¡Ni de coña! —escupió, muy enfadada—. Ya me he enfrentado a Voldemort, sé luchar y...

—Brigid —cortó Jason, en tono que no admitía réplica—. Yo estuve envuelto en una guerra a tu edad y, créeme, no es algo por lo que desee que pases. Me da igual que sepas luchar o no. Nadie merece eso y voy a hacer todo lo posible por mantenerte lo más alejada posible de el horror que es. Susan, Harry, Nova y más chiquillos corren ahora mismo un enorme riesgo de muerte. No puedo perder el tiempo discutiendo contigo. Lo siento, pero no vas a ir. No, en realidad, no lo siento. Créeme cuando te digo que es lo mejor.

Brigid agachó la cabeza, sintiendo sus ojos picar por las lágrimas. Aquello no podía estar pasando. Harry, Nova, Susan, Ron, Prim, Hermione, Neville, Luna, Ginny... Todos ellos no podían haber ido directos a la boca del lobo. Peor, ella no podía estar allí, sin la posibilidad de hacer nada por ayudar, sin saber qué estaba sucediendo.

—Por favor —rogó, con la voz ligeramente rota.

Pese a que la expresión severa de Jason se suavizó, no cambió de idea.

—Te juro que los sacaré de ahí a todos sanos y salvos, Brigid —prometió el hombre. Y aunque ella le creía, aquello no era suficiente.

El traslador se activó antes de que pudiera decir nada más. Instantes después, Jason Bones y el libro de Encantamientos que sostenía se habían desvanecido.

Brigid miró a Lily, desolada. Ella mantenía los labios apretados y, pese a que no dijera nada, era evidente que estaba de acuerdo con Jason. Selena se había marchado: deseaba estar junto a Susan.

—¿Qué puedo hacer ahora? —masculló.

—Fácil. —La voz de Michael Nott le hizo girarse bruscamente. Había abierto la puerta entornada del despacho de Minerva McGonagall tan pronto como Jason había desaparecido—. Usar la chimenea de Umbridge.

La Hufflepuff le dirigó una mirada cargada de duda.

—¿Funcionará?

Linette Carrow apareció junto a Michael en ese momento, con expresión muy seria.

—Solo hay un modo de comprobarlo. Confiemos en que los idiotas de la Brigada se hayan largado.

—Confiemos en que Theo y Blaise los hayan distraído —asintió Michael.

Brigid no dudó en seguir a los dos alumnos de Slytherin. ¿Qué otra opción tenía? Sabía que iba a cometer un error, pero no podía simplemente quedarse allí y esperar a que llegaran noticias. Lily le susurró que iría a ver cómo iban las cosas en el Ministerio y Brigid se despidió de ella con un simple asentimiento de cabeza.

Sentía su magia más despierta de la costumbre, recorriendo su cuerpo y cosquilleándole en la punta de los dedos. Recordó lo que había sentido el día en que Jason casi había muerto. Que aún no hubiera sucedido nada similar era bueno, ¿no? Seguían vivos. Tenían que mantenerse así.

—¿Vais a venir conmigo? —preguntó Brigid a medio camino, cayendo de pronto en aquello.

—Por supuesto —respondió Michael, como si la pregunta ofendiera—. No vamos a dejarte ir sola. También tenemos amigos allí, ¿sabes? Sé que mi padre irá con la Orden.

—También irán Jess y Vega —añadió Linette—. No se quedarán sabiendo que Harry, Nova y Susan están en peligro.

—¿Llegaremos antes que la Orden? —dudó Brigid.

El silencio de sus dos acompañantes le hizo comprender que ellos tampoco tenían idea. Brigid tragó saliva y continuaron su camino. El trayecto hasta el despacho de Umbridge se le hizo mucho más largo de lo que recordaba.

Tardó unos minutos en darse cuenta de que estaba aterrada. Apenas había salido con vida de aquel cementerio que aún aparecía de vez en cuando en sus pesadillas. Donde había perdido a Cedric y casi había perdido a Harry. Los pelos se le pusieron de punta.

¿En qué pensaba, metiéndose voluntariamente en algo así? ¿Acaso se estaba volviendo loca?

Advirtió que estaba girando nerviosamente su anillo, el que Harry le había regalado en ya dos ocasiones. Contempló el aro de plata con tristeza. Si hubiera sabido todo lo que hacerse amiga de Harry Potter traería...

Brigid ni siquiera terminó de formularse aquella pregunta. ¿En qué estaba pensando? Conocer a Harry era de las mejores cosas que le había pasado en la vida. Brigid no dudaba de eso. Le había ayudado a conocerse mejor, a abrirse a otros, a crecer como persona, le había sostenido cuando ella lo necesitaba, del mismo modo en que ella había estado ahí para él...

Si Brigid se paraba a pensar en todo lo que había vivido junto a Harry y en lo agradecida que estaba por todos esos momentos, por todas las personas que había conocido gracias a él, comprendía perfectamente por qué estaba dispuesta a cometer aquella locura.

Los que estaban en peligro eran sus amigos. Era el chico del que estaba enamorada. ¿Cómo siquiera podría quedarse y aguardar a ver si salían de allí con vida? Jamás. Nunca pensó que arriesgaría su vida de aquel modo por nadie, pero mucho había cambiado en Brigid.

Ya ni siquiera era la Brigid Diggory que había iniciado su tercer año en Hogwarts teniendo como único amigo a su hermano. Ella ya no era esa persona. Ya no tenía a Cedric, pero tenía amigos, personas que se preocupaban por ella, que la querían. Tenía a Harry. No estaba dispuesta a perder a nadie más.

—Está abierta —avisó Michael, deteniéndose frente a la puerta entreabierta de Umbridge—. ¿Vamos?

Ambas asintieron. Nott fue el primero en atravesar el umbral. Brigid le siguió sin dudar, siendo golpeada por un encantamiento a los pocos segundos. Tanto ella como Michael fueron derribados y rodaron por el suelo.

Brigid levantó la mirada y observó, maldiciendo en su interior, a Callum Carrow perezosamente sentado en una de las butacas que Umbridge tenía en el despacho. Sujetaba su varita entre los dedos y sonreía juguetonamente.

—Vaya, Diggory, ya decía yo que era raro no haberte visto con Potter y compañía —saludó, burlón—. A quien no esperaba ver por aquí era a Nott, pero supongo que no debe ser una sorpresa después de que su hermano haya venido por aquí a llevarse al resto de bobos de la Brigada.

—Call, no... —empezó Linette, que había sacado la varita y apuntaba con ella a su mellizo.

—¿Vas a desarmarme otra vez, Lin? —cortó éste, en el mismo tono de voz—. ¿Acaso lo que te hizo escribir Umbridge no te ha corregido? Vaya, vaya. Madre estará decepcionada.

—Como si a mí me importara algo lo que madre piense —espetó la joven, aunque su mano temblaba. Brigid comenzó a ponerse de pie, pero cayó de bruces nuevamente. Callum rio.

—Ni lo intentes, Diggory. Ahora mismo, cada músculo de tu cuerpo está cerca de ser gelatina. —Regresó su mirada a Linette—. No me digas que piensas ir con estos patéticos al rescate de Potter. ¿Todo por la puta de Black?

—No te atrevas a hablar así de Vega —bufó Linette, apretando los labios.

—¿Tiene un hijo con el tonto de Diggory y aún así piensas que te querrá? Das pena, hermanita. ¿No sabes que, si vas, te encontrarás a madre?

La mano de Linette tembló aún más. Brigid volvió a tratar de ponerse en pie, pese a saber que no serviría de nada. La expresión de Callum daba miedo cuando se puso en pie, pasó despreocupadamente junto a su hermana y se arrodilló al lado de Brigid. Michael bufó algo y Callum se limitó a darle una patada.

—Me pregunto —canturreó Carrow— si de este modo, el don despertará. ¿Quieres que lo comprobemos, Diggory? ¿O debería decirte Black?

Michael soltó una exclamación de sorpresa. Linette apretó aún más los labios. Brigid miró a Callum, sin vacilar.

—Inténtalo —se limitó a decir—. No funcionará.

—Así que te has tomado la poción —comentó, en apariencia decepcionado—. Tendremos que recurrir a métodos más tradicionales. Por lo que tengo entendido, sabes de qué va la maldición imperius.

La expresión de Brigid cambió instantáneamente. Callum rio.

—Parece ser que sí, de modo que...

¡Depulso!

Linette finalmente reaccionó. Con expresión de profunda tristeza, observó a su hermano salir despedido, chocar contra la pared y caer al suelo, inconsciente. Brigid dejó escapar el aliento que había contenido. Linette deshizo el encantamiento que los inmovilizaba y Michael ayudó a Brigid a ponerse en pie.

—¿Estás bien? —preguntó Nott a la Slytherin. Ésta se limitó a asentir.

—Cada día, me convenzo más de que lo que hizo nuestra madre no tiene solución —se limitó a decir. Sacudió la cabeza y señaló a la chimenea—. Vamos. No tenemos tiempo.

Michael prendió la chimenea con un sencillo encantamiento. Linette tomó los polvos Flu y los lanzó a las llamas, que se tornaron de inmediato de un verde esmeralda. Brilló tomó aire.

—Iré yo primera —se limitó a decir.

Creyó que se opondrían, argumentando algo sobre su edad. Pero no eran Jason; se limitaron a asentir. Brigid avanzó, preguntándose en qué se había convertido para hacer algo así. Entró en la chimenea y, con decisión, pronunció «¡Ministerio de Magia!».

Ya no había vuelta atrás.


























Harry sabía bien que había cometido un gravísimo error. Su corazón latía tan rápido que creía que se le saldría del pecho. Estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la calma, por tratar de convencerse de que saldrían todos con vida de allí, pero lo cierto era que estaba aterrado.

Sujetaba la mano de Nova con fuerza. Solo podía pensar en Hermione inconsciente, Ron siendo atacado por los cerebros, Ginny con el tobillo roto, Prim gritando mientras un mortífago la derribaba, los seguidores de Voldemort por todos lados...

¿Dónde estaban Susan, Neville, Luna? ¿Les habían capturado? ¿Habían conseguido escapar? Harry no lo sabía y aquello le estaba volviendo loco.

—¡Harry, cuida...!

Él y Nova cayeron rodando por los altos escalones de piedra, rebotaron en cada uno de ellos hasta llegar al final y allí sufrieron un fuerte impacto que les cortó la respiración. Quedó tumbado boca arriba en el foso donde se alzaba el arco sobre su tarima.

Nova ahogó un gemido de dolor y trató de incorporarse, con dificultad. Las risas de los mortífagos resonaban en la sala. Harry miró hacia arriba y vio que los cinco que lo habían perseguido desde la Estancia de los Cerebros bajaban hacia donde él se hallaba, mientras muchos mortífagos más entraban por diferentes puertas y empezaban a saltar de una grada a otra. Harry se levantó del suelo, aunque le temblaban tanto las piernas que apenas lo sostenían. Aún tenía la profecía, intacta, en la mano izquierda, y la varita fuertemente agarrada con la derecha. Era un milagro que la esfera de cristal no se hubiera roto. Retrocedió mientras miraba a su alrededor intentando mantener a todos los mortífagos dentro de su campo visual. Entonces dio con la parte de atrás de las piernas contra algo sólido: había llegado a la tarima donde estaba el arco. Sin girarse, subió a ella y arrastró a Nova junto a él.

Ese arco le había puesto los pelos de punta cuando habían entrado por primera vez en aquella sala. Harry sentía que algo raro estaba relacionado con él, lo que no sabía era qué. Aún no olvidaba la expresión embelesada que su prima había puesto mientras lo contemplaban.

—Nova —susurró, con urgencia—, quédate a mi lado, ¿vale?

—No pienso ir a ningún sitio, primo —masculló ella, más seria de lo que jamás le había visto. Mantenía la mandíbula tensa y Harry, vagamente, advirtió lo mucho que se parecía a Vega en ese momento.

Si Vega estuviera allí...

Los mortífagos se habían quedado quietos y los miraban. Algunos jadeaban tanto como Harry y Nova. Había uno que sangraba mucho; Dolohov, libre ya de la maldición de la inmovilidad total, reía socarronamente mientras apuntaba a la cara de Harry con su varita mágica. Nova quiso ponerse en medio, pero su primo la echó a un lado con fuerza.

—Se acabó la carrera, Potter —dijo Lucius Malfoy arrastrando las palabras, y se quitó la máscara—. Ahora sé bueno y entrégame la profecía.

—¡Aléjate! —gritó Nova, apuntándole con la varita y con un destello peligroso en la mirada. Media docena de varitas la apuntaron de inmediato.

—¡Deje... deje marchar a los demás y se la daré! —exclamó Harry, desesperado. Unos cuantos mortífagos rieron.

—No estás en situación de negociar, Potter —replicó Lucius Malfoy, y el placer que sentía hizo que el rubor coloreara su pálido rostro—. Verás, nosotros somos diez, y tú estás solo... ¿Acaso Dumbledore no te ha enseñado a contar?

—¿Y acaso a ti no te enseñaron tampoco a contar, Malfoy? —gruñó Nova—. Me tiene a mí.

Una risa de mujer sonó tras Lucius. Maya Carrow se adelantó, sin la máscara cubriendo sus facciones. Harry se estremeció y asió con más fuerza la profecía.

—Seguís siendo dos y, sí, cariño, estáis solos —dijo la mujer, burlona—. ¿Qué vais a hacer sin nadie más para salvaros?

—¡No están solos! —gritó una voz en la parte más alta de la sala—. ¡Todavía me tienen a mí!

A Harry le dio un vuelco el corazón: Neville bajaba como podía hacia ellos por los escalones de piedra, con la varita mágica de Hermione firmemente agarrada con una temblorosa mano.

—No, Neville, no... Vuelve con Ron y Prim...

¡DESMAIUS! —volvió a gritar Neville apuntando uno a uno a los mortífagos con la varita—. ¡DESMAIUS! ¡DESMA...!

Uno de los mortífagos más corpulentos agarró a Neville por detrás, le sujetó los brazos y lo inmovilizó. Neville forcejeaba y daba patadas; los mortífagos reían.

—¡DEJADLE EN PAZ! —chulo inmediatamente Nova. La varita de Maya, súbitamente en su garganta, la frenó antes siquiera de que empezara a andar.

—Ése es Longbottom, ¿verdad? —preguntó Lucius Malfoy con desdén—. Bueno, tu abuela ya está acostumbrada a perder a miembros de la familia a favor de nuestra causa... Tu muerte no la sorprenderá demasiado.

—¿Longbottom? —repitió Bellatrix, y una sonrisa verdaderamente repugnante se dibujó en su descarnado rostro—. Vaya, yo tuve el placer de conocer a tus padres, chico.

—Podría decirse que yo también —dijo un encapuchado. Tras unos segundos, Harry reconoció la voz y sintió que le hervía la sangre de rabia.

Aquel era Barty Crouch Jr.

—¡Ya lo sé! —rugió Neville, y forcejeó con tanto ímpetu para intentar soltarse de su captor que el mortífago gritó:

—¡Que alguien lo aturda!

—No, no, no —repitió Bellatrix, que estaba extasiada; miró arrebatada a Harry y luego a Neville—. No, vamos a ver cuánto tarda Longbottom en derrumbarse como sus padres... A menos que Potter quiera entregarnos la profecía. Si no surte efecto, pasaremos a usar a mi querida sobrina.

—¡NO SE LA DES! —bramó Neville, que estaba fuera de sí, dando patadas y retorciéndose mientras Bellatrix se le acercaba con la varita en alto—. ¡NO SE LA DES POR NADA DEL MUNDO, HARRY!

Bellatrix levantó la varita y exclamó:

—¡Crucio!

Neville soltó un aullido y encogió las piernas hacia el pecho, de modo que el mortífago que lo sujetaba tuvo que mantenerlo en el aire unos instantes. Luego el hombre soltó a Neville, que cayó al suelo mientras se retorcía y chillaba de dolor. Nova chilló, pero Maya aún la inmovilizaba.

—¡Eso no ha sido más que un aperitivo! —exclamó Bellatrix al tiempo que levantaba de nuevo la varita. Neville dejó de chillar y se quedó tumbado a sus pies, sollozando. La mortífaga se dio la vuelta y miró a Harry—. Y ahora, Potter, danos la profecía o tendrás que contemplar la lenta muerte de tu amiguito.

Harry no tuvo siquiera tiempo de estirar el brazo para tenderle la profecía a Malfoy. Una nueva voz se escuchó en la sala e hizo a los mortífagos girarse de inmediato hacia lo alto de los escalones.

¡Impedimenta!

Michael Nott era quien había lanzado el conjuro, que había alcanzado a Bellatrix de lleno. No estaba solo; Brigid y Linette Carrow iba con él. También Susan, herida después del primer enfrentamiento con los mortífagos, pero en pie y con la varita apuntándoles.

—¡Bree! —gritó Harry, sin siquiera desearlo. En la distancia, Harry no distinguía del todo bien su expresión, pero le sorprendió ver lo decidida que parecía.

—Vaya, vaya —empezó Malfoy. Los mortífagos ahora dudaban entre a quién apuntar, si a Harry, Nova y Neville o a los recién llegados—. No os esperábamos.

—Espera siempre lo inesperado —masculló Michael, muy serio. Lucius Malfoy rio, despectivo.

—¿A qué se debe que tu padre no esté aquí esta noche, Nott? —preguntó, en tono peligroso—. Y, Maya, ¿me equivoco al decir...?

—Linette —cortó ésta de inmediato. Aún mantenía la varita peligrosamente cerca del cuello de Nova, pero se había girado hacia su hija—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Ésta no respondió. Brigid dio, para sorpresa de Harry, un paso al frente.

—Tenéis dos opciones —empezó a decir. Harry se sentía cada vez más desconcertado—. O nos dejáis ir o se repetirá lo que sucedió en aquel cementerio. No sabéis la cantidad de magia de muerte que hay en ese lugar. ¿Qué elegís?

Harry podría haber pensado muchas cosas, empezando por «¿Qué bicho le ha picado para que actúe así?» o algo por el estilo.

Y, sin embargo, lo único que pudo pensar es «Estoy enamorado de esa chica». Y ese pensamiento le reconfortó mucho más de lo que esperaba.

Aprovechando la distracción, Harry saltó de la tarima y se apartó con rapidez, arrastrando a Nova con él. Escogió el momento oportuno, porque los miembros de la Orden del Fénix escogieron ese instante para aparecer. Harry se permitió sentir algo más de alivio al distinguir a sus padres, Jason, Sirius y Remus entre la multitud.

Éstos comenzaron a acribillarles a hechizos desde arriba mientras descendían por las gradas hacia el foso. Entre cuerpos que corrían y destellos luminosos, Nova se tiró a tierra, llevando a Harry tras ella, y ambos fueron a toda prisa hacia Neville.

—¿Estás bien? —le gritó mientras un hechizo pasaba rozándoles la cabeza.

—Sí —contestó Neville, e intentó incorporarse.

—¿Y los demás?

—Creo que está bien. Cuando lo he dejado seguía peleando con el cerebro. Prim estaba mareada, pero si se recupera, le ayudará.

En ese momento, un hechizo dio contra el suelo entre ellos tres, produjo una explosión y dejó un cráter justo donde Neville tenía la mano hasta unos segundos antes. Se alejaron de allí arrastrándose; pero entonces un grueso brazo salió de la nada, agarró a Harry por el cuello y tiró de él hacia arriba. Harry apenas tocaba el suelo con las puntas de los pies.

—¡Dámela! —le gruñó una voz al oído—. ¡Dame la profecía!

El hombre le apretaba el cuello con tanta fuerza que Harry no podía respirar. Con los ojos llorosos, vio que Sirius se batía con un mortífago a unos tres metros de distancia; Kingsley peleaba contra dos a la vez; Tonks, que todavía no había llegado al pie de las gradas, le lanzaba hechizos a Bellatrix; Ariadne iba directa hacia Maya; James peleaba espalda contra espalda con Jason. Por lo visto, nadie se había dado cuenta de que Harry se estaba muriendo.

Nadie excepto Brigid.

—¡DESMAIUS!

El mortífago se desplomó hacia atrás y la máscara le resbaló por la cara: era Macnair, el que había intentado matar a Buckbeak. Tenía un ojo hinchado e inyectado en sangre. Brigid miró a Harry, muy pálida y jadeando.

—Hola —dijo, con voz débil.

—Hola —murmuró Harry, apartándose a toda prisa de Sirius y su adversario, que pasaban a su lado en una mancha borrosa de hechizos.

Entonces Harry tocó con el pie algo redondo y duro y resbaló. Al principio creyó que se le había caído la profecía, pero entonces vio que el ojo mágico de Moody rodaba por el suelo.

Su propietario estaba tumbado sobre un costado sangrando por la cabeza, y su agresor arremetía en ese momento contra Harry y Brigid: era Dolohov, a quien el júbilo crispaba el alargado y pálido rostro.

—¡Tarantallegra! —gritó apuntando con la varita a Brigid. Harry gritó:

—¡Protego!

—¡Desmaius! —contraatacó Brigid, pero el mortífago desvió su hechizo. Dolohov volvió a levantar la varita.

¡Flipendo! —Pero no había sido Dolohov quien lo había lanzado.

Desde dos escalones más arriba, Crouch bajaba directo hacia ellos. Brigid, que había recibido el hechizo por la espalda, apretaba los dientes desde el suelo, tratando de contener un grito de dolor. Harry se quitó de encima a Dolohov, aprovechando la distracción, y se colocó de inmediato frente a Brigid, de cara a Crouch.

¡Accio profe...! —exclamó éste, pero entonces Sirius surgió de improviso, empujando a Crouch con el hombro y desplazándolo varios metros.

—¡No te acerques a ella, desgraciado! —le escuchó Harry gritar.

La esfera había vuelto a resbalar hasta las yemas de los dedos de Harry, pero él había conseguido sostenerla. En esos momentos, Sirius y Crouch peleaban; sus varitas brillaban como espadas, y por sus extremos salían despedidas chispas.

Harry le tendió la mano a Brigid y la ayudó a ponerse en pie; ella le aferró con quizás demasiada fuerza, con los ojos fijos en el duelo de Sirius y Crouch. Harry decidió acudir en ayuda de su padrino.

—¡Petrificus totalus!

Las piernas y los brazos de Crouch se juntaron y el mortífago cayó hacia atrás desplomándose en el suelo con un fuerte estruendo. Brigid apartó la mirada de él y lanzó un par de hechizos a uno de los encapuchados que trataba de acercarse a ellos, aún aferrándose a Harry.

Éste decidió no soltar su mano.

—¡Bien hecho! —gritó Sirius, y les hizo agachar la cabeza al ver que un par de hechizos aturdidores volaban hacia ellos—. Ahora quiero que salgáis de...

Volvieron a agacharse, pues un haz de luz verde había pasado rozando a Sirius. Harry vio que Tonks se precipitaba desde la mitad de las gradas, y su cuerpo inerte golpeó los bancos de piedra mientras Bellatrix, triunfante, volvía al ataque.

—¡Harry, sujeta bien la profecía, coged a Neville y Nova y corred! —gritó Sirius, y fue al encuentro de Bellatrix. Harry no vio lo que pasó a continuación, pero ante su vista apareció Kingsley que, aunque se tambaleaba, estaba peleando con Rookwood, quien ya no llevaba la máscara y tenía el marcado rostro al descubierto. Otro haz de luz verde pasó rozándole la cabeza a Harry.

Buscó a Neville y su prima con la mirada y les encontró con dos mortífagos rodeándoles. Neville parecía haber sido víctima del encantamiento tallantallegra y únicamente Nova estaba haciendo frente a los adversarios en ese momento.

—¡Desmaius! —gritó Harry.

—¡Flipendo! —exclamó Brigid.

Ambos rayos salieron desde la punta de sus varitas y acertaron a los que amenazaban a Nova y Neville. Brigid le dirigió a Harry una mirada.

—Ayúdales —ordenó—. Buscaré a Susan, Michael y Linette. Tenemos que salir de aquí.

—Ten cuidado —pidió Harry.

Brigid se limitó a sonreír y echar a correr hacia Susan, cuya cabellera roja era fácilmente reconocible, por fortuna. Brigid lanzó una maldición aturdidora al mortífago que planeaba atacarla por la espalda, derribándolo de inmediato, y se lanzó hacia ella. Susan apretó los labios al verla llegar, al tiempo que alejaba a otro de sus atacantes.

—¡Salgamos de aquí! —exclamó la castaña—. ¿Dónde están Michael y Linette?

¡PROTEGO!

Jessica se interpuso entre ellas y la maldición que otro mortífago trataba de lanzarles. La mayor de las Bones las observó con pánico.

—¡Salid de aquí!

—¿Qué estás haciendo aquí? —chilló Susan; Brigid tuvo que tirar de ella hacia el suelo para evitar que le alcanzara un rayo violeta—. ¿Vega ha venido también?

Brigid soltó un grito y saltó hacia atrás tan pronto como vio un hechizo dirigirse a ellas. Susan se abalanzó sobre Jessica para apartarla. Brigid perdió pie y rodó por los escalones hasta llegar casi al último de ellos. Cerró los ojos un instante al escuchar un crujido, haciendo lo posible por no gritar de dolor.

—¡Agáchate!

La voz de Thea le advirtió justo a tiempo; Brigid evitó el nuevo hechizo por los pelos. Un corte se abrió en su mejilla, al no darse la suficiente prisa. Apretó los dientes y trató de ignorar la sangre que comenzaba a manar de la herida.

¡Crucio!

Un grito de dolor e incredulidad, a partes iguales, escapó de sus labios. Brigid ni siquiera tuvo oportunidad de incorporarse, antes de ser nuevamente derribada. Sus ojos se volvieron, frenéticos, hacia su atacante, pese a que había reconocido su voz al instante.

Bartemius Crouch Jr. le contemplaba con una sádica sonrisa.

—Ya creería que te irías sin saludar —dijo, inclinándose a su lado. Brigid trató de retroceder cuando Crouch acarició su mejilla con el dedo; el mortífago rio con ganas—. ¿Qué pasa, niña? ¿No te gusta?

—¡No me toques! —farfulló una aterrada Brigid, apartándose con esfuerzo—. ¡No...!

¡Depulso!

—¡Petrificus totalus!

Los dos hechizos, uno lanzado por Ariadne y otro por James, alcanzaron a Crouch en el pecho y le lanzaron con fuerza varios metros más lejos.

—¡Vamos, tienes que salir de aquí!

Ariadne había corrido hasta ella. La tomó del brazo y la puso en pie, sujetándola al ver que se tambaleaba. Mantenía la varita en alto, pero rodeó los hombros de Brigid con su brazo izquierdo y le permitió usarla de apoyo.

—¿Te has roto algo? —quiso saber, en tono apremiante.

—Solo me duele, no creo que esté roto —masculló Brigid.

—Vale. Vamos a sacarte de aquí —resolvió Ariadne—. ¡Protego! ¡Desmaius! ¡Incendio!

Si Brigid hubiera tenido que describir a Ariadne con una palabra en ese preciso instante, hubiera sido «temible». Pese a que Brigid le ralentizaba, Ariadne no se detuvo en ningún momento, lanzando hechizos sin detenerse, mientras avanzaba junto a Brigid. Ningún mortífago se atrevía a acercarse demasiado a ellas y, si lo intentaban, eran rápidamente rechazados.

Brigid, cojeando junto a ella, no podía evitar sentirse admirada.

—¡Ari! —llamó de pronto James, señalando hacia arriba. Ambas levantaron la mirada de inmediato.

Albus Dumbledore, con la varita en alto, pálido y encolerizado, acababa de llegar al lugar. Brigid respiró, aliviada, al ver que el director pasaba a toda prisa junto a Harry, Nova y Neville. Estaban a salvo.

Dumbledore había llegado al pie de las gradas cuando los mortífagos que estaban más cerca se percataron de su presencia y avisaron a gritos a los demás. Uno de ellos intentó huir trepando como un mono por los escalones del lado opuesto a donde se encontraban. Sin embargo, el hechizo de Dumbledore lo hizo retroceder con una facilidad asombrosa, como si lo hubiera pescado con una caña invisible.

—Sal de aquí —advirtió Ariadne, para luego echar a correr hacia una de las parejas que aún luchaban.

Tanto Sirius y Bellatrix como Vega y Maya continuaban sus duelos, ignorantes de la llegada del director. Brigid ahogó un grito al ver un rayo verde pasar demasiado cerca de Vega, que se lanzó al suelo para esquivarlo y respondió con uno morado instantáneamente, logrando derribar a la mortífaga. Al mismo tiempo, Sirius esquivaba el haz de luz roja de Bellatrix y se reía de ella.

—¡Vamos, tú sabes hacerlo mejor! —le gritó Sirius, y su voz resonó por la enorme y tenebrosa habitación. El segundo haz le acertó de lleno en el pecho.

Él no había dejado de reír del todo, pero abrió mucho los ojos, sorprendido.

Brigid la sintió, del mismo modo en que la había sentido desde el momento en que entró en aquella sala: la Muerte. Quiso gritar, pero solo pudo observar con mudo horror lo que sucedía ante sus propios ojos.

Dio la impresión de que Sirius tardaba una eternidad en caer: su cuerpo se curvó describiendo un majestuoso círculo, y en su caída hacia atrás atravesó el raído velo que colgaba del arco.

Éste se agitó un momento como si lo hubiera golpeado una fuerte ráfaga de viento y luego quedó como al principio. Al menos, en apariencia.

Brigid perdió la noción del tiempo y el espacio. Fue como si algo explotara en la sala, pero únicamente ella lo percibiera. Las rodillas se le doblaron. Sintió la magia recorrer su cuerpo, esta vez con una fuerza mayor.

Muerte. Aquel arco, ya de por sí cargado de ella, no había sino aumentado su fuerza tras atravesarlo Sirius. Brigid deseó gritar, pero sentía como si sus pulmones estuvieran llenos de agua.

—¡Brigid! —gritó Thea, que sonó tan lejana, tan irreal, que apenas prestó atención a sus palabras.

Estaba aterrada. Desconocía qué le sucedía. Trató de tomar aire, temiendo estar ahogándose. Súbitamente, comprendió que no estaba quedándose sin aire, sin fuerzas.

Todo lo contrario. Se sentía más poderosa que nunca. La magia de muerte la rodeaba, salía del arco para ir hacia ella, como si una fuerza magnética la atrajera hacia Brigid. Pero aquella atracción no era unidireccional.

Brigid escuchó una llamada. Se quedó inmóvil, sus ojos cerrados, mientras aquello la atraía como el canto de una sirena. El arco estaba esperándola; éste y todo lo que había tras él.

Supo que debía hacer. No era algo complicado, después de todo.

Ven, Brigid.

Sin dudar, echó a andar hacia el velo por el que Sirius acababa de caer. Con los ojos fijos en las sombras que tras él se arremolinaban, avanzó con decisión hacia el arco. Alguien le puso la mano en el hombro, en un intento por detenerla.

—No hay nada que hacer, Brigid. —Nunca había escuchado a James Potter sonar tan derrotado—. Se ha ido.

Ella no respondió. Hizo un movimiento brusco con el brazo para liberarse del agarre y, para sorpresa del hombre, éste se vio empujado hacia atrás con más fuerza de la que Brigid podía tener.

—¡Brigid! —Esta vez, fue Jason quien trató de frenarla—. Espera.

Brigid también le apartó con mayor fuerza de la esperada. Después de aquello, todo se volvió un poco borroso. Brigid era consciente de que varios le gritaban que se detuviera y trataban de frenarla, sujetándola o incluso lanzándole hechizos, pero nada parecía funcionar.

Nada parecía frenarla.

Estás muy cerca ya.

Brigid no aumentó ni disminuyó la velocidad en ningún momento. Pronto, se encontró frente al sombrío arco de piedra. La llamada la conducía allí. Brigid confiaba plenamente en ello.

La fuerza de la magia de muerte no hizo sino aumentar conforme avanzaba. Brigid respiró hondo, sintiendo la gelidez del aire entrar en sus pulmones. Aquel lugar estaba repleto de Muerte pero, comprendió, era porque también estaba lleno de Vida. El contraste fortalecía a la primera.

Recordaba cómo había sido cuando Jason había estado a punto de perder la vida a manos de Nagini, cómo le había sentido inclinándose entre la Vida y la Muerte, aquella balanza que se inclinaría hacia un lado de un momento a otro, aquel hilo que podía romperse en cualquier instante.

No es así ahora.

No podía estar equivocándose. Brigid se dijo que era imposible que fallara en algo así: en su fuero interno, sabía que estaba en lo correcto.

Extendió una mano y rozó la tela negra. El frío la hizo estremecerse, pero no evitó que diera un paso más al frente.

—¡BREE!

La voz de Harry la escuchó alta y clara. Sintió su mano cerrándose en torno a su muñeca, casi como si le quemara la piel. Brigid se detuvo, momentáneamente, pero sin girarse a mirarle.

Ven.

—Déjame ir, Harry —se escuchó decir, en tono frío y bajo.

Todo irá bien, mi niña.

Su cuerpo atravesó el velo y lo último que llegó a escuchar antes de que el silencio, la oscuridad y el frío se tragaran todo fueron los gritos distorsionados de aquellos que la vieron cruzarlo.




















siento que el capítulo quedó un poco meh, pero no se me ocurre otro modo de mejorarlo así que equis, espero que lo disfrutéis (es el penúltimo cap de este acto jsjs)

ale.

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