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xliii. you're on your own, kid








xliii.
estás por tu cuenta, niña








Brigid sentía que de un momento a otro el estrés la ganaría.

Prim le tendió un pedazo de pergamino. En él, podían verse palitos agrupados de cinco en cinco. Brigid llegó a contar treinta y dos. Miró a la rubia, interrogativa.

—¿Y esto?

—Es el número de veces que los profesores han dicho TIMOs hoy —bufó Prim—. Y ni siquiera hemos llegado al almuerzo.

—¿Qué tenemos ahora? —preguntó Ron, en tono abatido.

—Defensa Contra las Artes Oscuras. —Tan pronto como Prim lo dijo, Brigid deseó que algo terrible le pasara en ese momento y le sirviera para faltar a clase—. Antes he escuchado a Umbridge toser. Alguien debería ir a decirle que no tiene por qué sentirse obligada a venir a dar clase si no se encuentra bien.

—No voy a ser yo —masculló Brigid—. Pienso tratar de mantenerme lo más lejos posible de ella.

Si estaba cansada de la escuela, estaba tres veces más harta de Umbridge. El desprecio que sentía por la mujer solo había ido en aumento desde el incidente que había llevado a la disolución del ED.

Harry le había asegurado que había insistido en que ella nada tenía que ver con el nombre completo del grupo. Según le había dicho, el ministro no le había dado mucha importancia.

Harry había tenido un interrogatorio com Umbridge días antes en el que, según sospechaban, la nueva directora había tratado de darle Veritaserum y le había preguntado sobre Dumbledore y Brigid. Habían sido interrumpidos gracias a los Magifuegos Salvajes Weasley.

Los gemelos le habían declarado la guerra a Umbridge y Brigid los apoyaba completamente, al tiempo que los relojes de arena que recogían los puntos de las casas no hacían más que bajar, a excepción del de Slytherin.

Nova decía que la competencia desleal le quitaba la gracia a ganar. Malfoy le había llamado estúpida y Brigid le había replicado diciendo que al menos ella no tenía un pasado como hurón.

Aquello había acabado con el chivatazo de Malfoy a Umbridge y el posterior castigo a Brigid.

Calladita estoy más guapa. Brigid observó furiosamente las marcas en su mano. Habían profundizado después de haber sido obligada a copiar la misma frase un centenar de veces más.

Brigid sospechaba que aquello se debía en parte al desafortunado nombre del Ejército de Diggory.

Entró a la clase con la misma desgana que de costumbre: cada hora de Defensa Contra las Artes Oscuras era interminable y horrible. Brigid trataba de pasar inadvertida, pero Umbridge la bombardeaba a preguntas hasta que fallara una de ellas y, una vez la hacía, se encargaba de descontarle todos los puntos posibles.

Harry ya se había ganado más de un castigo por gritar a la profesora. Ron y Prim también. Susan le había cuestionado y rebatido de manera tan tajante que la mujer solo había reaccionado castigándola también.

Defensa Contra la Artes Oscuras era una tortura.

Cuando Umbridge entró en clase anunciando que realizarían ese día una prueba sorpresa de todos los contenidos dados aquel curso y que se comunicaría a sus familias por correo, a pesar de no ser reflejada en los TIMOs, Brigid tuvo que obligarse a respirar.

Apenas había dormido por haber estado practicando Encantamientos y tenía un dolor de cabeza horrible. Lo que menos necesitaba era aquello.

La clase inmediatamente se llenó de protestas. Brigid trató de mantener la calma, pero por el codazo y la sonrisa mal disimulada de Harry intuyó que se notaba perfectamente en su rostro lo poco que aquello le entusiasmaba.

—Es una estupidez —le susurró al azabache, cruzándose de brazos—. Voy a explotar. Estoy harta, de verdad.

—Ya verás que va bien —prometió Harry, acariciando el dorso de su mano. Acercándose un poco más a ella, le susurró al oído—: Solo tienes que hacerlo tan bien como en el ED.

—Esto no es el ED —masculló Brigid.

—No, pero sé que tendrás tan buena nota como en todo lo demás, cerebrito —rio Harry.

Brigid frunció los labios. Harry, riendo, la sorprendió depositando un beso en su frente. Sus mejillas ardieron tan rápido como si les hubieran prendido fuego. Escuchó una risita a su espalda.

A continuación, una tos falsa que hizo que se le pusieran los pelos de punta.

—¿Acaso están demasiado ocupados como para separarse como el resto de sus compañeros, señorita Diggory, señor Potter?

Harry abrió la boca, pero se tragó la réplica tan pronto como Brigid le dio un pisotón. Con el ceño fruncido, separó su pupitre del de Brigid y se colocó en posición para la prueba.

Con un movimiento de varita, los pergaminos que se habían apilado en la mesa de la profesora se distribuyeron por las de los alumnos. Brigid lo desenrolló con duda y no sin algo de temor.

—Espero, señorita Diggory —y el tono meloso de Umbridge la hizo quedarse inmóvil casi de inmediato—, que sea capaz de hacer esta prueba que ha calificado como estupidez de la mejor manera. No me gustaría tener que poner una mala nota a su nombre.

Brigid apretó los labios, agachó la cabeza y comenzó a leer las preguntas, esperando que la mujer se marchara y le dejara hacer la prueba con tranquilidad.

No fue así.

—Dígame, señorita Diggory —continuó diciendo—, ¿es tan quejica en su casa como aquí?

Había elevado el tono, por lo que la pregunta se escuchó con claridad en el aula. Los alumnos, que apenas le habían echado el primer vistazo a la prueba, dirigieron las miradas en su dirección, más interesados por aquello.

—Sí —terminó por mascullar Brigid, sin levantar la mirada. Los dedos llenos de anillos de Umbridge se apoyaron en su pupitre.

—¿Y sus padres no están hartos de usted?

Brigid parpadeó. El tono amable de la profesora no había cambiado, pero escuchó exclamaciones ahogadas a su alrededor. Notó sus mejillas arder, pero en aquella ocasión no tenía nada que ver con su sonrojo anterior.

Levantó la cabeza, retadora, y miró a la profesora directamente a los ojos.

—Sí.

La exclamación que siguió a aquello fue claramente de Hermione. Brigid frunció levemente el ceño, dejando entrever algo de la rabia que comenzaba a acumularse en su pecho. La sonrisa de Umbridge no hizo otra cosa que ensancharse.

—Eso creía. Una lástima, ¿no es cierto? Su padre siempre me habló muy bien de su hermano, pero parece ser que usted... —La profesora dejó la frase en el aire, tras haber soltado cada una de las palabras con una repulsiva satisfacción.

Brigid se puso en pie bruscamente, tomó su mochila y, esquivando a Umbridge, se dirigió a grandes zancadas a la salida del aula, sin atreverse a mirar a nadie a los ojos. Más murmullos, ahora en tono más elevado.

—¡Bree! —escuchó decir a Prim.

Pero no paró. Una vez frente a la puerta, extendió la mano hacia el pomo. Súbitamente, todos sus músculos se quedaron inmóviles. Brigid trató saliva como pudo, siendo consciente de que Umbridge acababa de petrificarla.

—¿Es consciente —empezó la mujer, en tono más seco. Brigid luchó por mover el brazo, inútilmente. No quería seguir aguantando aquello— de que está castigada por el resto del curso?

Brigid tensó la mandíbula.

—Sí.

Juraría que escuchó a alguien llamarla repelente. Juraría que había sido Zacharias Smith. Brigid no esperó más: abrió la puerta y salió de la clase lo más rápido que pudo.

Las voces se convirtieron en prácticamente gritos cuando ya se encontró en el pasillo. Ni se preocupó por aquello: si permanecía aunque fuera un momento más cerca de Umbridge, no sabía qué podría hacer.

Se tapó la boca para tratar de silenciar un sollozo. La mención de Cedric y Amos había sido la gota que había colmado el vaso. Si Brigid tenía que volver a pisar una sola clase de Defensa Contra las Artes Oscuras... El simple pensamiento le hizo sollozar con más intensidad, al tiempo que aceleraba el paso para llegar cuanto antes al baño.

—¿Brigid?

Ni siquiera se detuvo a ver quién le llamaba: Brigid echó a correr tan rápido como las piernas se lo permitían. Le daba igual la persona que fuera, lo que menos necesitaba era que alguien la viera llorando.

Se metió en el baño tan pronto llegó a él y tan solo segundos después se encerraba en un cubículo. Dejó caer con un golpe sordo su mochila cargada de libros. El sollozo resonó grotescamente en el eco del aseo. Apoyó la espalda en la puerta del cubículo y se deslizó hasta quedar sentada en el frío suelo, cubriéndose la cara con las manos en un intento por silenciar su llanto.

Sentía un pinchazo en las sienes. Cerró los ojos, jurando que el mundo giraba a su alrededor. Solo sentía... negro. ¿Siquiera eso tenía sentido? Brigid levantó la cabeza y sus ojos enrojecidos contemplaron con horror las sombras que se arremolinaban a su alrededor. Como en el cementerio. Como aquella vez con Harry.

Brigid pensó en chillar, pero no estaba asustada. Solo cansada. Se secó bruscamente las lágrimas y se puso en pie. Las sombras se arremolinaban con furia a su alrededor. Las miró con abatimiento. Inspiró hondo. Aquello no tenía que estar pasando.

No era capaz de recordar nada de lo que Thea le había enseñado. Debería poder recordarlo. El no poder solo le causó más frustración.

Respira, se dijo. Ella era quien dominaba a las sombras. No al revés. Eran solo una representación visual de su don. Como sus irises grises. Tenía que poder controlarlas, porque si no lo conseguía...

Brigid, Brigid, Brigid. Morrigan, Morrigan, Morrigan. Las voces se entremezclaron a su alrededor. Brigid jadeó y trató con todas sus fuerzas de no chillar. La cabeza parecía a punto de estallarle.

Cerró los ojos y apretó los puños. Ella las dominaba, no al revés. La última vez, Harry había tenido que ayudarla a controlarlo. Pero no podía depender de él para siempre. No con algo como aquello. Tenía que ser capaz de hacerlo sola.

Brigid chilló. Sus huesos ardían. Abrió los ojos.

El rostro frente a ella la dejó sin aliento. Brigid dejó caer los hombros. Las rodillas le flaquearon. Gwen Diggory extendió el brazo hacia ella, con una débil sonrisa en su rostro.

Brigid cayó al suelo como marioneta a la que los hilos le han sido cortados. Las sombras y la ilusión de su madre se desvanecieron en volutas de humo. La chica sollozó en silencio, sin ser capaz de entender qué acababa de pasar.

Había visto a Gwen. A su madre. Estaba segura de ello: no podía ser otra persona. Idéntica a las fotos que alguna vez había visto de ella. La pregunta era ¿cómo? O, más importante, ¿por qué?

Brigid se secó furiosamente las mejillas, aunque las lágrimas continuaban cayendo. ¿Gwen Diggory había estado ahí o solo se lo había imaginado? ¿Realmente acababa de ver a su madre o...?

—¡Brigid!

La voz de Anthea le hizo ponerse en pie con tanta brusquedad que casi se golpeó la espalda con el retrete. Miró a la guardiana, desconcertada.

—¿No deberías estar con Vega? —preguntó, su mente rápidamente poniéndose en lo peor. Anthea jamás se separaba de Vega; ella misma se lo había dicho, puesto que era la vida de la joven lo que permitía a la propia Thea caminar por el mundo de los vivos. Si estaba allí...—. ¿Le ha pasado algo? ¿O a la niña? ¿A los demás, a...?

—¡No estoy aquí por ellos, Brigid, estoy aquí por ti! —exclamó la guardiana, dejando escapar un jadeo incrédulo. Se le veía realmente asustada—. ¡Por Merlín, he sentido tu magia desde Londres! ¿Qué es lo que ha pasado?

Brigid vaciló. Se sentó sobre la tapa del retrete, agachando la cabeza. Por la cara de Thea, algo grave podía haber pasado. Brigid tragó saliva, incómoda. Había perdido el control, sí, pero había sido por una tontería. Así se sentiría cuando lo dijera en voz alta. Umbridge le había humillado. No era nada que no les pasara todos los días a otros alumnos. Como a Harry o Neville con Snape.

Pero solo ella, ella precisamente, que era la que tenía que controlar su don, ella perdía el control por completo.

—Lo siento —masculló Brigid, restregándose los ojos—. Lo siento, Thea, no he podido evitarlo. Lo he intentado, de verdad. Lo siento, lo siento.

Terminó murmurando lo siento tantas veces que no supo a quién se lo estaba diciendo realmente. Brigid se abrazó a sí misma y esperó a que la calma tras la tormenta llegara.

Aunque sospechaba que solo sería una leve pausa antes de que el temporal continuara.


























Harry no era tonto y tenía más que claro que algo mal estaba con Brigid. Le bastaba con echarle un vistazo para saberlo.

En cierto modo, estaba convencido de que no lo habría notado si no la conociera tan bien. Brigid se había esforzado por actuar como si nada pasara desde lo sucedido en Defensa Contra las Artes Oscuras el día anterior. Cuando estaban con los demás, casi nada parecía pasar.

Pero Harry, que no le quitaba el ojo de encima, había advertido la expresión cansada y triste que se le escapaba de cuando en cuando. Que estaba mucho más callada de lo normal. Que no hablaba con la vivacidad que acostumbraba. Que apenas levantaba la mirada del suelo.

Eran detalles que a Harry se le hacían demasiado llamativos, pero que luego comprendió que no era así para todos.

Lo peor era que no parecía poder tener ni un momento a solas con ella.

Harry y Brigid no habían dicho en ningún momento que estuvieran saliendo, por mucho que gran parte del colegio pensara que sí. Harry podía adivinar que Brigid no quería eso y, por tanto, él tampoco.

Pero sí habían dejado de actuar como pareja tan solo cuando estaban solos. Después de que Nova lo descubriera y, especialmente, tras lo sucedido aquella noche en el lago, simplemente habían empezado a mostrarse mucho más cercanos.

Harry en más de una ocasión había besado la mejilla —o la frente, aún más divertido por cómo reaccionaba ella— de Brigid en mitad del pasillo y luego continuado como si nada. La gente hablaba y era molesta. La propia Rita Skeeter había preguntado a Harry si algo iba en marcha con Brigid en aquella entrevista que habían tenido en Hogsmeade.

Pero a Harry solo le importaba si Brigid estaba de acuerdo con todo aquello. Y lo estaba.

—¿Te pasa algo, Harry?

Él negó mecánicamente con la cabeza. Hermione asintió lentamente, con los labios apretados. Harry le echó una mirada.

—¿Y a ti? Pensé que irías a ver a Prim al entrenamiento.

—Voy ahora —respondió rápidamente Hermione—. Pero quería hablar contigo.

Le cogió por el brazo y miró a su alrededor por precaución. Se le veía inquieta. Harry no entendía qué podía tenerla así.

—Ayer, cuando vosotros estabais en Defensa Contra las Artes Oscuras, yo tenía hora libre —explicó Hermione, tras vacilar—. Estaba pasando por vuestro pasillo cuando vi a Brigid salir corriendo de la clase. La llamé y solo huyó. La escuché sollozar y la seguí. Se encerró en un baño, Harry, y no sé qué hechizo hizo, pero tardé casi diez minutos en poder abrir la puerta para ver qué le pasaba...

Harry sintió un nudo en el estómago al escuchar aquello. Umbridge le había prohibido abandonar el aula y Harry se le había encarado, respaldado por Prim, Ron y Susan. También Daphne, Theo y Blaise le habían dicho alguna que otra cosa a la profesora. Tenía castigo al día siguiente, solo porque Umbridge no había querido que Harry y Brigid lo tuvieran al mismo tiempo.

Ella estaba en aquellos momentos en el despacho de la profesora y Harry no sabía qué sería lo que ella podría hacerle escribir a Brigid en su propia piel.

—Cuando pude entrar, la escuché llorar, Harry —susurró Hermione—. Estaba encerrada en un cubículo. No paraba de susurrar «lo siento». No sabía qué hacer. Intenté hablar con ella, pero me pidió que me fuera. —Se le veía algo avergonzada al admitir—: Lo hice porque no somos tan cercanas. Entendía que quisiera que me fuera. Sé que tendría que haberme quedado, pero...

—No te preocupes, Hermione —masculló Harry, aunque él sí hubiera preferido que su amiga se quedara con Brigid, antes que dejarla sola. Aunque puede que no estuviera sola. Felicity había estado con Harry, pero si Brigid hubiera estado hablando con Selena y Lily...—. Por lo menos, estuviste para preguntarle si estaba bien.

—No sé qué le pasa, Harry —dijo su amiga, apretando los labios—, pero sí sé que, si tiene que decírselo a alguien, será a ti. Está mal, y no quiero decirte esto para acusarte ni hacerte sentir culpable, solo... Brigid necesita ayuda y creo que solo aceptaría la tuya.

Harry suspiró.

—Vale. Lo sé. Tengo que hablar con ella. Aún no he podido.

Lo de Brigid era lo que más le preocupaba, pero llevaba todo el día con un quebradero de cabeza más. No sabía qué iba a decirle Snape si se enteraba de hasta dónde se había adentrado en el Departamento de Misterios en su último sueño. Las lecciones de Oclumancia solo le irritaban y agotaban. Odiaba hablar de ellas; sobretodo, con Brigid.

Se dio cuenta, algo arrepentido, de que no había practicado Oclumancia ni una sola vez desde la última clase, pero habían pasado demasiadas cosas desde que Dumbledore se había marchado; estaba seguro de que no habría podido vaciar su mente aunque lo hubiera intentado. Sin embargo, dudaba que Snape aceptara eso como excusa. Solo le llamaría estúpido de nuevo.

Harry se dirigió al despacho de Snape preparado para lo peor. Sin embargo, cuando cruzaba el vestíbulo, Cho Chang se le acercó corriendo. Harry siguió adelante como si no la hubiera visto: apenas había intercambiado más de una palabra con ella. Solo sabía que su mejor amiga, Marietta Edgecombe, era la chivata del ED y culpable parcial de gran parte de los problemas que Harry tenía en ese momento.

No tenía paciencia para escuchar las posibles justificaciones que Chang iba a buscar a la conducta de su amiga. Harry bajó la escalera hacia la mazmorra de Snape. Sabía por experiencia que a Snape le resultaría mucho más fácil entrar en su mente si llegaba enfadado y resentido, que era como se encontraba en ese momento. Ni siquiera trató de calmarse.

—Llegas tarde, Potter —se quejó Snape fríamente cuando Harry cerró la puerta tras él.

El profesor estaba de pie de espaldas a Harry, retirando algunos pensamientos de su mente, como de costumbre, y colocándolos con cuidado en el pensadero de Dumbledore. Dejó la última hebra plateada en la vasija de piedra y se volvió para mirar a Harry

—Bueno —dijo—. ¿Has practicado?

—Sí —mintió Harry fijando la vista en una de las patas de la mesa de Snape.

—Ahora lo veremos, ¿no? —comentó éste con voz queda—. Saca la varita, Potter. —Harry se colocó en la posición de siempre, frente al profesor, entre éste y su mesa. Estaba muy enfadado con Cho y muy preocupado por lo que Snape pudiera sacar de su mente—. Contaré hasta tres —anunció Snape perezosamente—. Uno, dos...

Pero de pronto se abrió la puerta y Draco Malfoy entró atropelladamente en el despacho.

—Profesor Snape, señor... ¡Oh, lo siento!

Malfoy se quedó mirando a Snape y a Harry, sorprendido. A sus espaldas, Harry escuchó una pedorreta. Felicity había llegado.

—No pasa nada, Draco —lo tranquilizó el hombre, y bajó la varita—. Potter ha venido a repasar pociones curativas.

Harry no había visto a Malfoy tan contento desde el día en que la profesora Umbridge se presentó para supervisar la clase de Hagrid.

—No lo sabía —masculló mirando con gesto burlón a Harry, que se había puesto muy colorado. Habría dado cualquier cosa por gritarle la verdad a Malfoy, o mejor aún, por echarle una buena maldición.

—¿Qué ocurre, Draco? —preguntó Snape.

—Es la profesora Umbridge, señor. Han encontrado a Montague, señor, ha aparecido dentro de un servicio del cuarto piso.

Harry recordaba vagamente a Jessica explicándole que Montague se había encarado con los gemelos, había tratado de restarles puntos y había añadido un par de amenazas a George en las que ella tenía que ver, además de haberla calificado de perra. Lo único que Jess lamentaba de la situación era que Callum Carrow no hubiera pasado por allí también.

—¿Cómo llegó allí?

—No lo sé, señor. Está un poco aturdido.

—Está bien, está bien. Potter —dijo Snape—, continuaremos la clase mañana por la noche.

Y tras pronunciar esas palabras Snape salió pisando fuerte del despacho. Cuando el profesor estaba de espaldas, Malfoy miró a Harry y, moviendo los labios sin emitir ningún sonido, dijo: «¿Pociones curativas?»; luego siguió a Snape. Felicity le hizo un gesto a Harry, marchándose tras ellos.

Harry, que hervía de rabia, se guardó la varita mágica en la túnica y se dispuso a abandonar el despacho. Al menos tenía veinticuatro horas más para practicar; sabía que debía estar agradecido por haberse salvado por los pelos, aunque fuera a costa de que Malfoy le contara a todo el colegio que necesitaba clases particulares de pociones curativas.

Sin embargo, cuando ya estaba a punto de marcharse, vio una mancha de luz temblorosa que danzaba en el marco de la puerta. Se detuvo y se quedó mirándola, y recordó algo... Entonces cayó en la cuenta: se parecía un poco a las luces que había visto en el sueño de la noche anterior, cuando entró en la segunda habitación, durante su incursión en el Departamento de Misterios.

Se dio la vuelta. La luz provenía del pensadero, que estaba encima de la mesa de Snape. Su contenido, de un blanco plateado, fluía y se arremolinaba. Los pensamientos de Snape... Lo que el profesor no quería que Harry viera si el chico le rompía accidentalmente las defensas... Harry se quedó mirando el pensadero, muerto de curiosidad. ¿Qué era aquello que Snape tanto quería ocultarle?

Tenía la sensación de que su cerebro esperaba algo... Sería una locura hacer lo que estaba tan tentado de hacer... Temblaba... Snape podía regresar en cualquier momento... Pero Harry pensó en la expresión vacía de Brigid al marcharse a su castigo con Umbridge y en el gesto burlón de Malfoy, y un coraje imprudente se apoderó de él.

Estaba enfadado. No sabía qué hacer para solucionar nada. Llevaba meses sintiéndose así y ya estaba harto. Así que, sí, tomó la decisión sin pensar y en caliente. Podía arrepentirse más tarde. Solo necesitaba distraerse con lo que fuera por unos minutos.

Inspiró hondo y hundió la cara en la superficie de los pensamientos de Snape. Inmediatamente, el suelo del despacho dio una sacudida y Harry cayó de cabeza dentro del pensadero.
Se precipitaba en una fría oscuridad, girando con furia sobre sí mismo, y entonces...

Harry se encontró, no sin cierta sorpresa, en un pasillo que conocía bien: era el que iba desde la sala común de Slytherin hasta la de Hufflepuff. Lo había recorrido tantas veces que podría hacerlo dormido.

Lo que no comprendía era por qué estaba allí. Miró, extrañado, a su alrededor. De uno de los pasillos laterales, que nadie usaba jamás, a no ser que fuera para esconderse, salían unas voces. Harry se acercó sin preocuparse por no hacer ruido: aquello era un recuerdo. No podían escucharle.

—Estoy haciendo lo que puedo, Potter. —La voz sonaba exasperada. También triste. Harry frunció el ceño al escuchar su propio apellido ser pronunciado—. Si no te cuento nada...

—El momento de los secretos acabó hace mucho, Weasley —replicó la otra persona. Harry llegó a la esquina del pasillo en el momento que intervenía y se encontró a un James Potter que solo podía ser un par de años mayor que Harry en aquel momento—. En el momento en que la vida de mi hermana está en peligro, ¿es que no lo entiendes?

—¡Claro que lo entiendo! —exclamó una joven Ariadne Potter, de soltera Weasley.

Harry observó a sus padres con fijeza, sin poder evitar compararles con cómo los conocía él en ese momento. Ninguno había cambiado demasiado, ignorando el hecho de que habían envejecido. James era ahora más ancho de hombros y llevaba el pelo más corto. Ariadne se había teñido el pelo de rubio, al menos la última vez que le había visto, y su versión más joven lo tenía pelirrojo. Resultaba raro verlos en uniformes escolares, pero aún más aparentando solo unos pocos años más que Harry.

Harry fácilmente pasaría por hermano menor de James, pero la diferencia más evidente entre ellos era la que todos siempre resaltaban: sus ojos. Los de Ariadne eran, en aquel momento, de un azul hielo. Harry los tenía algo más oscuros, o eso había visto en el espejo aquella mañana. Nunca sabía con qué tonalidad éstos podrían aparecer cuando se despertaba.

Ariadne apoyaba la espalda en la pared de piedra. Mantenía la vista fija en el suelo y, aunque su postura parecía tímida o avergonzada, su ceño fruncido rompía con aquello. James parecía exasperado. Si había algo que ambos compartían, era el cansancio claramente visible en sus rostros.

—Si lo entiendes —decía James, negando con la cabeza. Tenía las gafas mal colocadas y éstas amenazaban con resbalar de su nariz en cualquier momento—, ¿por qué nunca me dices nada? Ari, no te estoy preguntando por ti. Te estoy preguntando por Aura. Créeme, si pudiera hablarlo con cualquier otra persona, lo haría.

—Puedes hablarlo con otra persona —respondió Ariadne, en tono insolente—. Hay muchas personas en la Orden. Si tú no quieres hablar conmigo y yo no quiero hablar contigo...

—Tú fuiste la que intentó impedir que se llevaran a Aura y la que no pudo. —Harry notó, sorprendido, el desprecio que podía percibirse en la voz de su padre en ese momento—. Me lo debes. Además de lo del curso pasado.

—Creo recordar que te gustó bastante todo lo que sucedió el curso pasado —se burló Ariadne.

Harry era bien consciente de que aquello no era algo que debiera estar escuchando. Pero ignoró aquel pensamiento. A simple vista, cualquiera diría que sus padres se odiaban.

Para Harry, aquel pensamiento era inconcebible.

Ocupado como estaba tratando de entender la actitud de su madre, no advirtió el cambio en la postura de James hasta que éste habló.

—Ari, por favor... —La voz de su padre sonó desesperada. Rota.

Harry, que no perdía de vista el rostro de Ariadne, notó el cambio de expresión que ésta sufrió, antes de adoptar una de total indiferencia. Frunció el ceño, entendiendo cada vez menos.

—Está viva, Potter. Tiene más suerte que otros. Planean mantener con vida a la niña. Tenemos gente dentro. La sacarán. No puedo decirte mucho más.

La niña. Harry dejó escapar una exclamación ahogada de sorpresa al comprender que era de Vega de quien hablaban. Si sus padres aún seguían en Hogwarts, ella no podía haber nacido, pero estaba claro que algo le había sucedido a Aura Potter.

Qué había sido era la incógnita para Harry.

James miró directamente a los ojos a Ariadne por primera vez. Ella le sostuvo la mirada.

—¿Qué quiere decir que tiene más suerte que otros?

Harry podía temerse la respuesta. También parecía hacerlo James.

—James... —Ariadne suspiró y negó con la cabeza—. No necesitas saberlo.

—No. Mis padres no necesitan saberlo —respondió James, negando con la cabeza—. Pero yo estoy dentro de esto de un modo u otro y aún así no sé nada. No puedo seguir así, Ari. ¿Has visto a Sirius? ¿Has visto a Jason? ¿A Remus, Peter? Necesitamos saber algo. Por horrible que sea.

Harry pasó la vista del rostro de su padre al de su madre. De la expresión desesperada y suplicante a la indecisa y en conflicto.

—Ya te he dicho que ella y la niña están viva James —masculló Ariadne—. Planean que siga así, por el momento.

—Pero la están torturando, ¿verdad? —murmuró James.

El silencio de Ariadne fue suficiente respuesta. Harry observó con horror cómo su padre se apoyaba en la pared opuesta a Ariadne, con aspecto derrotado.

«No te quedes parada», quiso gritarle a su madre, «Haz algo, lo que sea». Harry no sabía cómo interpretar la relación de sus padres. Aquella conversación le estaba dejando completamente desorientado.

—Voy a averiguar cómo sacarla de ahí, James —masculló Ariadne, apretando los labios. Se apartó de la pared, aunque permaneció alejada de James, vacilante. En lo poco que la conocía, Harry nunca había visto a su madre vacilar—. Te lo prometo.

—¿Igual que prometiste cuidarla? —Una expresión herida apareció fugazmente en el rostro de Ariadne. James dejó caer los hombros y negó con la cabeza—. Lo siento, no pretendía...

Las gafas se le cayeron ante del movimiento. Ariadne se inclinó rápidamente a recogerlas, luego pareció arrepentirse de aquello al tenerlas en sus manos. Se las tendió a James, muy seria. Él las aceptó.

—Gracias —murmuró.

—No hay de qué —respondió escuetamente Ariadne—. Si ya he respondido a todas tus preguntas, Potter...

Hizo amago de irse. James dudó.

—¿Vamos a seguir así indefinidamente? —murmuró, aún con la tristeza impregnada en la voz.

—Ya respondí una vez a esa pregunta, James —dijo Ariadne, mirándole. Harry cada vez se sentía más intruso, pero quería seguir viendo aquello.

Quería entender qué era lo que había pasado entre sus padres. James parecía estar teniendo un conflicto interno.

—Dijiste que sí, pero como cambias cada cosa que dices...

Ariadne le observó, no sin algo de sorpresa. El leve rastro burlón en el tono de James se asemejaba al que solía emplear para hablar normalmente, Harry había aprendido a distinguirlo después de unas pocas conversaciones con su padre. Ariadne sonrió levemente y negó con la cabeza.

—Te dije que no quieres esto, Potter. Hay cosas que no sabes y que no voy a contarte. Serías un tonto si...

—Ya soy un tonto, Ari. —James dejó escapar una carcajada exasperada—. Me lo has dicho cientos de veces. Mi hermana está embarazada y desaparecida, no sé cómo actuar con mis amigos, que son con más tendría que contar ahora mismo, y sé que debería alejarme de ti y no volver a hablarte en mi vida, pero aquí estoy. Soy un tonto, Ari. No debería ni preocuparme por ti.

—No, no deberías —declaró Ariadne. James parecía querer decir algo y ella lo sabía perfectamente. Dudó, antes de añadir—: James, sabes que no puedo.

Pero su rostro no decía lo mismo. Ambos se habían quedado inmóviles, uno frente al otro. Lentamente, James extendió los brazos. Harry observó cómo abrazaba a Ariadne.

Por un momento, temió que su madre le apartara. Sin embargo, tras unos segundos en los que pareció casi quedarse paralizada, ella cerró los ojos y apoyó la mejilla en el hombro de James.

Harry se preguntó cómo un abrazo podía parecer tan íntimo.

—James... —murmuró Ariadne.

—¿Ari?

James, Ariadne y Harry se llevaron un buen sobresalto. Harry observó a su madre apartar a James rápidamente y girarse hacia el cruce del pequeño pasillo con el principal.

No había sido James quien había hablado. Había sido un pálido joven de cabello negro y grasiento al que Harry reconoció como un joven Severus Snape.

Las mejillas de Snape enrojecieron bruscamente al ver a James. La expresión de éste cambió instantáneamente a una de desprecio absoluto.

—¿Qué mierda haces aquí, Potter? —escupió Snape, observando a James del mismo modo en que solía mirar a Harry—. ¿Qué haces tú con él, Ari?

—No pasa nada, Sev —dijo ésta rápidamente. Ya se había separado de James. Estaba yendo hacia él. El Slytherin la observó, con el ceño fruncido—. Potter ya se iba.

Harry no pudo si no quedarse más confundido aún que antes.

—¿Por qué no te vas a amargar vidas a otro lado, Quejicus? —espetó James. Harry observó boquiabierto a su padre y su brusco cambio de actitud—. Nadie te quiere aquí.

—Creo que es al revés, Potter —replicó Snape, dando un paso al frente. Tomó a Ariadne del brazo y la empujó hacia atrás, quedando él frente a James—. No sé qué hacías hablando con mi novia, pero ni siquiera deberías estar en esta zona a estas horas. Podrías irte a lloriquear a otro lado, como llevas días haciendo.

Harry, que se había quedado totalmente inmóvil al escuchar a Snape decir que Ariadne era su novia, ahogó un grito cuando la varita de James apareció de la nada en su mano, apuntó a Snape y éste súbitamente estaba colgando cabeza abajo, como si una cuerda invisible le sujetara del tobillo.

Harry tuvo que apartar la vista al ver que la túnica escolar seguía las normas de la gravedad. Las piernas de Snape y su ropa interior —unos feos calzoncillos grises— quedaban a la vista.

—James —empezó Ariadne, en tono bajo pero peligroso. Él la ignoró.

—Me da la sensación de que ya pasamos por esto una vez, Quejicus —comentó, burlón—. No logro recordarlo, ¿llegué a quitarte los calzoncillos? Sorprendentemente, estos parecen los mismos que la última vez.

El otro le observó con rostro lívido.

—Bájame en este mismo momento, Potter —escupió.

—Tal vez lo haga luego —replicó éste, abandonando su sonrisa burlona y observando a Snape con una seriedad aterradora—. No sé. Lo tengo que pensar.

—James, déjale —advirtió Ariadne. Había una clara advertencia en su voz—. No me hagas repetirlo.

—Qué casualidad, esto me recuerda a cuando Evans intentaba lo mismo, ¿no, Quejicus? —James no perdía de vista a Snape—. ¿Qué tal te va con ella? Ah, cierto, te odia. ¿Por qué será?

—¡James! —exclamó Ariadne—. ¡No seas un imbécil!

La mirada de James fue hacia ella. Casi pareció vacilar. Harry dirigió su mirada horrorizada a Snape, que aún colgaba del techo. ¿A qué venía la reacción de su padre? Había sido tan... repentino.

—No te preocupes, Ari, solo voy a ver si Quejicus recuerda lo que pasó la última vez. —La expresión de James no auguraba nada bueno—. Igual si le quito los calzoncillos se le refresca la memoria...

Pero Harry no llegó a saber si James le quitó los calzoncillos a Snape o no, pues una mano se había cerrado alrededor de su brazo con la fuerza de unas tenazas. El chico hizo una mueca de dolor y giró la cabeza para ver quién lo estaba sujetando, y vio, con horror, al Snape adulto de pie detrás de él, lívido de rabia.

—¿Te diviertes?

Harry notó que se elevaba por el aire; el pasillo se desvanecía a su alrededor; subía flotando por una gélida oscuridad, y la mano de Snape seguía sujetándolo con fuerza por el brazo. Entonces, con la sensación de que caía en picado, como si hubiera dado una voltereta en el aire, sus pies dieron contra el suelo de piedra de la mazmorra de Snape, y se encontró de nuevo plantado ante el pensadero que había encima de la mesa del oscuro despacho del que, en la actualidad, era su profesor de Pociones.

—¿Y bien? —preguntó Snape; le apretaba tanto el brazo que a Harry empezó a dormírsele la mano—. ¿Te lo has pasado bien, Potter?

—N-no —contestó Harry al mismo tiempo que intentaba liberar su brazo.

Snape daba miedo: le temblaban los labios, estaba blanco como el papel y enseñaba los dientes.

—Tu padre era un tipo muy gracioso, ¿verdad? —dijo el profesor, y zarandeó a Harry hasta que le resbalaron las gafas por la nariz—. Aún lo es, por lo que sé.

—Yo... no...

Snape empujó a Harry con todas sus fuerzas y éste cayó estrepitosamente contra el suelo de la mazmorra.

—¡No le cuentes a nadie lo que has visto! —bramó Snape.

—No —repuso Harry, y se levantó tan lejos como pudo de Snape—. No, claro que no...

—¡Largo de aquí! ¡No quiero volver a verte jamás en este despacho!

Y cuando Harry salía disparado hacia la puerta, un tarro de cucarachas muertas se estrelló sobre su cabeza. Abrió la puerta de un tirón, echó a correr por el pasillo y no paró hasta que estuvo a tres pisos de distancia de Snape. Entonces se apoyó en la pared jadeando y se frotó el magullado brazo.

Suspiró y movió nerviosamente las manos de un lado a otro, sin saber qué hacer. Sacó de su bolsillo su pluma y empezó a pasársela de una mano a otra, con la vista perdida.

¿Qué acababa de ver?

—¿Harry?

Fue instintivo. La ilusión cayó sobre él a toda velocidad, haciéndole invisible a ojos de todos. Brigid se quedó inmóvil a unos pocos metros de él.

Ella asintió lentamente. Se tapaba el dorso de la mano con un pañuelo blanco manchado de sangre. Lentamente, fue a sentarse en el suelo, con la espalda apoyada en la pared opuesta a la de Harry. Dejó la mochila a su lado.

—Estoy aquí, ¿vale? —susurró.

La miró, levemente sorprendido. Brigid solo le decía aquello durante las tormentas. Cuando los peores truenos resonaban y los relámpagos más cegadores desgarraban el cielo, ella le sostenía y se lo repetía en voz baja, una y otra vez, convirtiéndose en lo único que conseguía tranquilizar lo suficiente a Harry.

Puede que no cayera lluvia de las nubes en ese momento, pero sus vidas sí estaban en medio de una tempestad. Aquella era Brigid ayudándole del mismo modo que llevaba ya dos años haciendo.

Harry sonrió, muy a su pesar. Deshizo la ilusión y observó a Brigid a través de los cristales de sus gafas. Ella ladeó levemente la cabeza, aunque sin sonreír.

—¿Qué ha sido? —preguntó Harry, señalando su mano.

Ella suspiró. Podía distinguirse en sus mejillas un rastro de lágrimas cuya simple visión hizo que Harry apretara los puños con furia.

—«Soy una decepción» —masculló, apartando momentáneamente la mirada de él—. ¿Tú?

Un destello peligroso apareció en los ojos de Harry.

—Es un poco más largo de explicar.

—Tengo tiempo —respondió Brigid, echando un vistazo a su alrededor.

Harry carraspeó. Brigid le miraba con rostro muy serio. Decidió dejar pasar lo de Umbridge por el momento, aunque no pensaba olvidarlo. En absoluto.

—Tengo que hablar con mis padres.




















me costó siglos lo del recuerdo porque no quería que se viera muy cursi todo con james y ari y harry ahí modo o.o JSBSJSBJS en fin, cómo andan?

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