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vi. good luck








vi.
buena suerte







Harry no se sentía capaz de jugar el partido.

El primer motivo era que no había dormido nada. Absolutamente nada. Había mentido cuando le dijo a Brigid que regresaría a su sala común y descansaría un poco. Él nunca podía dormir después de una tormenta.

El segundo motivo era, por supuesto, la tormenta en sí. Los truenos retumbaban por encima de su cabeza, el viento golpeaba con fuerza en la ventana de su dormitorio, la luz de los rayos se colaba a través de las cortinas de su cama y Felicity aparecía y desaparecía constantemente, como siempre que él perdía el control de sus emociones.

Harry terminó pasando el resto de la noche encerrado en un armario, para no hacer ruido y despertar a sus compañeros de dormitorio, permitiendo que el pánico recorriera su cuerpo y cualquier rastro de razón desapareciera. Durante las tormentas, su cerebro se quedaba en blanco. No era capaz de recordar nada con exactitud, solo se quedaba temblando y asustado en un rincón hasta que la tempestad pasaba.

Harry lo odiaba. Odiaba sentirse tan débil ante algo tan absurdo. ¿Quién, además de los niños, les tenía miedo a las tormentas? Le resultaba absurdo que fuera incapaz de aguantar unos pocos truenos sin echarse a temblar.

Si temblar fuera lo único que las tormentas producían en él, no le hubiera importado. Pero era mucho más que eso.

Harry ni siquiera comprendía por qué tenían ese efecto en él. Siempre había sido así, desde que tenía memoria. En el orfanato, siempre se escondía debajo de su cama cuando había tormentas. En Bones House, en la pequeña alacena que había bajo las escaleras, su escondite preferido de la casa. En Hogwarts, en un armario que había en su dormitorio. Era una suerte que sus compañeros tuvieran el sueño tan profundo.

Felicity siempre trataba de calmarlo, aunque era complicado. Ella no tenía control alguno sobre sus apariciones cuando él se encontraba así. Sumado al hecho de que no podía tocarlo —algo que Harry odiaría por toda su vida, pues deseaba poder abrazar alguna vez a su hermana—, solo hablarle, y que Harry se cubría los oídos con las manos, se volvía algo imposible.

Pero Brigid Diggory había podido tranquilizarlo, recordó.

A Harry la tímida Hufflepuff le había caído bien desde que la conoció en el Expreso de Hogwarts. Le divertía verla sonrojarse, le había sorprendido que se preocupara por comprarle cosas en Hogsmeade y había odiado ver su boggart y, sobretodo, como ella había reaccionado a él. Le había parecido bastante dulce y amable, aunque excesivamente vergonzosa, y se había sentido a gusto hablando con ella.

Nunca pensó en revelarle —o, mejor dicho, que ella descubriera— su secreto. Nadie sabía de ello, nadie a excepción de Felicity, pero no era como si ella pudiera contarlo. Ni Vega, ni Nova, ni Jason, ni Remus, mi Mary, ni Jessica, ni Susan, ni Prim, ni Ron, ni Hermione. Nadie de las personas en las que
confiaba lo sabía.

Y Brigid Diggory estaba al corriente de ello. No solo eso, sino que lo había visto en el peor momento de la tormenta y había podido calmarlo lo suficiente como para que él corriera a la Torre Gryffindor y se refugiara en ella.

Harry tenía demasiada experiencia para creer que se cancelaría el partido. Los partidos de quidditch no se cancelaban por nimiedades como una tormenta. ¿Qué se suponía que haría él?

Un nuevo trueno se escuchó y Harry gimió, aún escondido dentro del armario, sabiendo qué iba a pasar. Él no iba a poder jugar ese partido.

Brigid, sin embargo, no estaba de acuerdo con él. Había estado desde que se despidió de Harry hasta el amanecer en la biblioteca, gracias a una súbita idea, buscando en libros de encantamientos algún hechizo que permitiera bloquear sonidos fuertes. No podía hacer que bloqueara totalmente la audición, porque Harry necesitaba escuchar para poder jugar, pero sí tenía que hacer que los truenos no se escucharan.

No podía hacer nada con los relámpagos, al menos, no con las escasas horas que tenía. Pero si conseguía algo que volviera a Harry sordo a los truenos, tal vez, él podía apañárselas y mantenerse sobre la escoba todo el partido.

Estás ayudando al enemigo, pensó, irónica, en cierto momento de su búsqueda.

Ni siquiera estaba segura de que un hechizo así existiera. Lo que ella necesitaba era bastante exacto, y los libros de la biblioteca ofrecían muchos diferentes, pero que no eran lo que ella necesitaba. Podía pasarse días buscando entre los libros hasta dar con lo que necesitaba.

Aunque, tras dos cursos enteros refugiándose en la biblioteca y los libros que esta ofrecía, tenía una vaga idea sobre los tomos que debía consultar y los que no. Era una ventaja, pero no le aseguraba un éxito. Seguían siendo decenas los libros en los que podría encontrar aquello y no había apenas tiempo para encontrarlos en la penumbra, con la única luz de su varita, mucho menos para consultarlos todos.

Pero Brigid estaba decidida a encontrar algo, lo que fuera, que permitiera jugar a Harry. Y no solo eso, sino que también le ayudara cuando hubiera tormenta. Haberlo visto en ese estado realmente le había afectado. Ella no soportaba ver a otros sufrir. Él iba a poder jugar el partido. Estaba decidida a conseguirlo.

Fue un libro de texto de Encantamientos el que finalmente atrajo su atención. Estaba lleno de anotaciones, y aunque en un principio Brigid se indignó por ello —¿qué clase de monstruo escribía en los libros de la biblioteca?—, pronto notó que no era uno de préstamo, sino que en su momento había pertenecido a algún alumno, que lo dejó allí por algún motivo.

Era el mismo que Cedric usaba en quinto, aunque con algunos años de antiguedad. Las iniciales de su dueño estaban escritas en la cubierta, pero apenas eran legibles. Sin embargo, las inscripciones en las páginas sí que se entendían, con bastante facilidad.

Brigid lo hubiera apartado pronto si no hubiera descubierto junto al encantamiento silenciador una anotación donde venía explicado cómo invertirlo y cambiar el grado de bloqueo de sonidos. No pudo evitar sentir sorpresa. Era exactamente lo que estaba buscando.

Bajo el encantamiento, habían escrito una breve frase que Brigid se quedó un largo —o eso le pareció a ella— rato contemplando.

Para peleas en casa.

Apretó los labios, incómoda. Una cosa era mirar anotaciones en el libro. Otra, ver eso. Brigid ignoraba quién era la persona que había escrito aquello, pero sintió una gran compasión por ella. Tener que crear un hechizo para bloquear peleas en casa daba a entender que los gritos eran bastante comunes en aquel hogar.

Un trueno que retumbó con fuerza le hizo recordar que ella no estaba allí para compadecerse de una persona de la que ni siquiera sabía el nombre. Eran las cinco y media y aún tenía que practicar un hechizo que no le enseñarían hasta que llegara a quinto. Más le valía aprovechar el tiempo.

De modo que empezó a probar el hechizo sobre sí misma. Cualquier persona cuerda se hubiera horrorizado ante ello —¿quién en su sano juicio usaba un hechizo desconocido en sí mismo?—, pero estaba falta de tiempo y no tenía nadie en quien probarlo.

Además, si algo salía mal, prefería ser ella la que pagara las consecuencias y no otra persona.

Cada vez que probaba el hechizo, aguardaba hasta que un trueno retumbaba y eso le indicaba que lo había hecho mal y debía seguir intentándolo. El tiempo pasaba rápidamente, pero Brigid se las arreglaba para mantener la calma. Estaba mejorando, ¿no? Acabaría haciéndolo bien. Estaba segura de ello.

O, al menos, intentaba estarlo.

La parte positiva era que no parecía estar teniendo efectos secundarios. No le gustaría ir a la enfermería con la piel verde, calva o sin dientes. Cosas peores había visto en clase de Transformaciones, de todos modos. Sin embargo, eso sería perder el tiempo. Y ella no tenía demasiado.

Brigid era tenaz cuando se lo proponía y estaba decidida a ayudar a Harry. Era extraño, pero sentía que, por una vez, podía estar haciendo algo de verdad útil para otra persona. No una tontería como comprar golosinas en Honeydukes.

Ella quería sentirse útil. En ocasiones, pensaba que realmente no hacía nada que valiera la pena. Sí, tenía trece años, pero era como si lo único que pudiera hacer era sacar buenas notas y poco más. Era útil para tener un futuro trabajo, pero no para ayudar a otros.

Brigid prefería ser considerada buena persona a una cerebrito, por mucho que su padre dijera que las buenas notas eran lo primordial. Realmente, ella no era considerada ni una ni otra por sus compañeros, pensó con ironía. Era bastante con que supieran su nombre.

Al menos, aquel curso nadie le había preguntado si era nueva. Era un avance, después de todo. Aquella anécdota le perseguiría toda la vida.

Soltó una carcajada al recordar aquello, alegrándose de que no hubiera nadie en la biblioteca. Cualquiera hubiera pensado que estaba loca por reírse sola de ese modo.

Solo esperaba que Harry no intentara aprovecharse de su ayuda o algo similar. No parecía ser ese tipo de persona y Brigid lo notaba cada vez más, pero no podía evitar sentirse algo nerviosa por lo que estaba haciendo. No sería la primera vez que ayudaba a alguien con algo y, desde ese momento, la otra persona solo le hablaba cuando quería un favor.

Céntrate en lo que estás haciendo, se dijo, apartando esos pensamientos, y olvida lo demás.

Y eso hizo. Cuando su reloj indicaba que ya era la hora del desayuno, ya que era imposible saber si había amanecido o no, debido al cielo cubierto de nubes, Brigid lo consiguió, apenas sin darse cuenta de ello.

Un relámpago iluminó todo y ella esperó pacientemente al trueno. Aguardó hasta que vio un nuevo relámpago, lo que le extrañó. Fue entonces cuando comprendió que no había escuchado el trueno.

Soltó una exclamación de alegría. La voz de la bibliotecaria la sorprendió al regañarla por gritar, lo que le sirvió para saber que el hechizo no bloqueaba todos los sonidos, solo algunos.

Tras disculparse con Madame Pince —¿cuándo había llegado la mujer?—, Brigid recogió la mesa que había utilizado a toda prisa, dejó el libro de Encantamientos en la estantería de la que lo había recogido y se apresuró a dirigirse a la Torre Gryffindor, donde suponía que Harry seguiría.

Casi se olvidó de deshacer el hechizo sobre ella antes de marcharse. Prefería tener toda su audición por el momento.

—Eh, Diggory, ¿dónde vas?

Brigid se detuvo en mitad de las escaleras que subían a la sala común de Gryffindor. Giró la cabeza y vio a Vega Black observándola desde unos escalones atrás.

La prefecta parecía curiosa, mas no enfadada. Aún así, Brigid no pudo evitar ponerse algo nerviosa.

—Yo... A la sala común —murmuró, evitando mirarla a los ojos.

—Curioso que estés subiendo las escaleras, teniendo en cuenta que nuestra sala común está en las cocinas —comentó Vega, casi divertida.

Brigid se sonrojó.

—A la sala común de Gryffindor —se corrigió.

En lugar de castigarla, como cualquier otro prefecto hubiera hecho, Vega asintió y se puso a su lado.

—Vamos, entonces.

Brigid se sorprendió.

—¿Va-vamos? —tartamudeó—. Pero está prohibido...

—Mi hermana y mi primo vienen a nuestra sala común casi todos los días y yo voy a la suya más o menos lo mismo. Si yo no cumplo las normas, ¿por qué tendría que castigar a otros por hacer lo mismo?

Brigid sonrió sin poder evitarlo, respondiendo a la sonrisa que había aparecido en el rostro de Vega.

—¿Para qué vas a la sala común de Gryffindor, por cierto? —preguntó Vega, una vez reemprendieron la subida—. Si no te importa decirlo, claro.

Brigid volvió a sonrojarse.

—Bueno, yo iba a ver a... —Su voz fue bajando gradualmente mientras hablaba, de modo que las últimas palabras no fueron apenas audibles.

Vega la miró, confundida.

—Perdón, ¿qué has dicho?

—Que iba a ver a... Harry. —Brigid se odió al notar que lo último sonó como una pregunta—. Para desearle suerte, para el partido y eso.

—¿A Harry? —Vega camufló su expresión sorprendida rápidamente, pero Brigid llegó a captarla—. No sabía que erais amigos.

Yo tampoco, pensó Brigid, aunque no compartió sus pensamientos en voz alta y se limitó a encogerse de hombros. Realmente, no tenía claro aún si Harry era su amigo. Hasta que él no le dijera claramente que lo eran, prefería no asumir nada.

Las amistades eran algo complicado. Para Brigid, eran casi un misterio. No quería creer que Harry era su amigo y luego llevarse una decepción.

Miró a Vega, dudando sobre qué haría al llegar a la sala común para poder hablar a solas con Harry, pero el problema se arregló fácilmente. Los gemelos Weasley casi saltaron sobre Vega cuando ésta entró a través del retrato y eso le dio la excusa perfecta para escabullirse disimuladamente hacia las escaleras de los dormitorios.

Primrose Jones apareció frente a ella casi de la nada. La rubia, que acababa de bajar por una de las dos escaleras, se quedó muy sorprendida al ver ahí a la Hufflepuff, como su expresión delató. Brigid esbozó una sonrisa tímida.

—Diggory, ¿qué haces aquí? —preguntó la rubia, una vez se recuperó de la sorpresa.

Brigid estuvo a punto de decir ¿Y qué haces tú aquí?, en un intento por evadir la pregunta, antes de recordar que aquella era la sala común de la rubia.

—Bueno, yo... —Brigid le echó una fugaz mirada a Vega, que seguía hablando con los gemelos—. Venía a darle una cosa a Harry.

Primrose se llevó una sorpresa de nuevo.

—¿A Harry? —repitió. Brigid asintió y esperó que ella no le preguntara qué. No lo hizo—. Estará aún en su dormitorio. Sube por esa escalera, pone tercer año en la puerta, no tiene pérdida.

Brigid asintió y, tras agradecerle en un susurro, fue hacia las escaleras. ¿Qué estás haciendo?, se dijo. ¿En serio iba a subir a los dormitorios de chicos de una casa que no era la suya? Por Merlín, debía estar volviéndose loca.

Sus mejillas se encendieron solo de pensarlo y vaciló un momento antes de comenzar a subir las escaleras. Había estado toda la noche buscando un hechizo que ayudara a Harry. No iba a rendirse por vergüenza.

Tras golpear la puerta del dormitorio de tercero un par de veces, la abrió y se encontró con Ron Weasley, que no debía llevar demasiado tiempo levantado. Ya se había vestido para el partido, pero su pelo despeinado y su expresión adormilada delataban que se había despertado hacía poco.

El pelirrojo la miró, sorprendido, y al instante se sonrojó hasta las orejas. Brigid también se puso colorada.

—Hola, Weasley —saludó, echando un rápido vistazo al dormitorio. No había rastro de Harry—. Eh... ¿está Harry?

Había hablado con más personas en los últimos diez minutos que en un día normal completo. Si no hubiera visto a Harry tan mal, pensó, él tendría que pagarme por esto. Estaba muriéndose de vergüenza ahí parada, en la puerta del dormitorio. Por fortuna, aún era pronto y los otros tres chicos seguían durmiendo.

—No, no está aquí —respondió Ron, aunque eso era evidente para ambos—. Estaba a punto de ir a buscarle... Puede que esté en el Gran Comedor.

Pero un movimiento a la derecha de Brigid llamó la atención de la chica. Felicity estaba junto a un gran armario, haciéndole señas.

Por Merlín. ¿Era posible que Harry se hubiera metido dentro?

Por la expresión del rostro de Felicity, sí.

Brigid miró a Ron, sin saber qué hacer. El pelirrojo parecía incluso más desconcertado que ella, aunque resultaba obvio que no veía a Felicity.

—Primrose está abajo —terminó diciendo Brigid, al recordar su breve encuentro con la rubia—. Creo que te espera.

—Oh. —Ron miró a su alrededor, confuso y sin saber qué decir—. Voy, entonces. —Tras vacilar, añadió—: ¿Vienes con nosotros? Puede que Harry esté en el Gran Comedor.

Brigid sabía bien que Harry no estaba en el Gran Comedor, pero no podía decir nada. Sonrió a Ron y asintió, asegurándose de dejar caer su varita al abandonar el dormitorio. En cuanto llegó al último escalón, fingió notar que había perdido su varita y se apresuró a subir a buscarla, dejando a unos confundidos Ron y Primrose debajo. No me esperéis, les dijo, antes de perderlos de vista.

Brigid maldijo para sí misma mientras volvía a entrar en el dormitorio de tercer año. En ese momento, hubiera deseado ser de las personas que se hacen a un lado cuando ven a otro mal. Sería mucho más sencillo todo para ella. Pero se conocía lo suficiente como para saber que se sentiría culpable durante semanas si no ayudaba a Harry a jugar el partido.

Ojalá fuera más fácil ignorar toda aquella situación.

Felicity ya no estaba junto al armario, pero Brigid lo abrió de todos modos y descubrió a Harry en su interior, en posición similar a como lo había encontrado en el pasillo. No se tapaba los oídos en aquella ocasión, pero sí abrazaba sus rodillas con excesiva fuerza y temblaba.

Ay, no, pensó Brigid, echando una fugaz mirada al dormitorio, otra vez no. Los compañeros de Harry seguían dormidos, por fortuna, pero no sabía cuánto tardarían en despertarse. Brigid había tardado un rato en calmar a Harry en el pasillo. No sabía cuánto tiempo le costaría aquella vez.

Se sentó junto a Harry y puso la mano en el hombro del chico, para que éste notara su presencia. Harry pegó un brinco y levantó un momento la mirada, pero al verla, la apartó de inmediato. No antes de que Brigid distinguiera en sus ojos vergüenza, además de pánico.

Brigid se mordió el labio, nerviosa. ¿Qué hacía para calmarlo? Estuvo un par de minutos en silencio, pensando en qué decir, mientras Harry se estremecía a cada trueno que sonaba. Finalmente, optó por hablar después de uno de éstos.

—Harry —llamó. Él no la miró, pero Brigid esperó que estuviera escuchándola—. Harry, escúchame, por favor. Sé un hechizo que puede ayudarte.

Silencio. Brigid se puso de pie y se posicionó justo frente a Harry, agachándose para quedar a la altura de sus ojos. Él desvió la mirada, pero ella decidió ignorar aquello. Quería que él notara que hablaba en serio.

—Harry —repitió, esta vez con voz más firme de la que esperaba—. He estado en la biblioteca. He encontrado un hechizo que te ayudará a jugar el partido y cuando haya tormenta.

—¿En serio? —preguntó él. Su voz era un susurro.

—En serio. Bloquea los ruidos más fuertes, pero te deja escuchar los demás. No oirás los truenos.

Ahí, Harry pareció mostrar interés de verdad. Levantó la cabeza y la miró por primera vez a los ojos, sorprendido, además de asustado.

—¿De verdad? ¿Eso existe?

—Es una variación de un hechizo que encontré escrita en un libro de quinto año, debe de haberla escrito algún estudiante hace años. La he probado y parece segura, de modo que...

Harry había fruncido el ceño a medida que ella iba explicándole. Brigid notó que había comenzado a hablar cada vez más rápido.

—¿Quinto año? —preguntó, susurrando.

—Eh... sí. Pero te prometo que lo he practicado y no ha pasado nada.

Él la miró fijamente durante un par de segundos y Brigid se llevó una sorpresa al ver que una diminuta sonrisa aparecía en sus labios.

—Luego dirás que eres una estúpida.

Brigid se sonrojó al recordar la pequeña charla que tuvieron en el Gran Comedor el día que Sirius Black se coló en el castillo.

—Yo... —Pero un nuevo trueno resonó y Harry de inmediato cerró los ojos y escondió la cara entre sus rodillas.

Brigid apretó los labios y sujetó su varita con decisión. Era mejor dejar la charla para más tarde.

—Harry, voy a hacer el hechizo, ¿vale? —dijo, tratando de hablar con suavidad—. ¿Me dejas?

Él asintió una sola vez, pero a Brigid le bastó. Esperando que saliera bien, igual que en la biblioteca, se apartó y aguardó.

Cuando el siguiente trueno sonó, Harry no hizo nada. No tembló, no se tapó los oídos ni se tensó. Permaneció inmóvil. Aguardando.

Tampoco reaccionó al que fue después de aquel. Ni al tercero. Después de éste, Brigid sonrió, aliviada. Había salido bien.

—Harry —llamó, para asegurarse de que él sí escuchaba algo.

Él levantó la cabeza al escucharla, expectante.

—¿Ha funcionado?

Brigid asintió. La expresión de Harry pasó de asustada a sorprendida. Brigid le tendió la mano y tiró de él cuando éste la aceptó para sacarlo del armario y ayudarlo a ponerse en pie.

—Mira y espera —le dijo, señalando la ventana.

No mucho después, la luz del relámpago brilló en el cielo. Harry se tensó al verla y Brigid notó que le apretaba la mano que aún le sujetaba, pero no hizo movimiento alguno cuando el trueno retumbó pocos segundos después. Su ceño fue frunciéndose mientras esperaba, hasta que un nuevo relámpago rasgó el cielo y comprendió lo sucedido.

Miró a Brigid, impresionado. Ella sonrió y se apartó de él un poco, soltando sus manos.

—¿Crees que podrás jugar así el partido?

Harry asintió, con decisión.

—Gracias —dijo, y sonaba sincero de verdad.

—No ha sido nada.

Se miraron durante unos segundos, sin saber qué hacer a continuación. Brigid no podía negar que los ojos de Harry, que en ese momento estaban más claros que cuando había llegado, le ponían nerviosa. Casi sentía como si pudiera leer a través de ella.

Un ronquido se escuchó y Brigid recordó que los compañeros de dormitorio de Harry seguían allí, dormidos. Aunque lo más probable era que no tardaran mucho en despertarse.

—Dejaré que te prepares —dijo al fin, dando un paso atrás—. Tengo que ir a mi sala común a recoger mis cosas.

—Sí, probablemente Wood me matará por llegar tarde —rio Harry, echándole una mirada al reloj.

Ella asintió. Notaba que seguía asustado. Cerró bruscamente los ojos cuando un nuevo relámpago iluminó la habitación. Pero se las arregló para sonreír a Brigid.

—Buena suerte —deseó ella, mientras se dirigía a la puerta—. Pero no le digas a mi hermano que he dicho eso.

Harry rio.

—No lo haré. —La observó un momento, con esos chispeantes ojos azules cargados de alivio y gratitud—. Aunque, en realidad, no creo en la suerte.

—Yo tampoco —admitió Brigid—. Nos vemos, Harry.

Y salió de la habitación, justo a tiempo para escuchar la voz adormilada de Seamus Finnigan diciendo ¿Hablabas con alguien, Harry?. Sonriendo para sí misma, se apresuró a bajar a la sala común, donde vio a Vega aún con los gemelos Weasley y Lee Jordan, que se había unido al grupo.

—¿Te marchas, Diggory? —Le sorprendió que Vega le hablara, pero asintió rápidamente.

—He olvidado recoger algo de la sala común.

La mayor la miró con suspicacia, pero se limitó a asentir y Brigid abandonó la sala de Gryffindor.

Cuando estuvo sola, sonrió. Había podido ayudar a Harry y se había sentido bien de verdad. Recordó el alivio y la gratitud en los ojos del azabache. Cómo había sonreído al saber que no escuchaba los truenos.

Estaba cansada y necesitaba un café con urgencia, pero había valido la pena. Había hecho algo bien y no podía evitar sentirse feliz por ello.

—¡Bree, aquí estás!

La voz de su hermano fue lo primero que escuchó al entrar en su sala común. Cedric fue directo hacia ella, claramente aliviado. Brigid no pudo evitar sentirse algo culpable. Le había dicho a Cedric que estaría poco tiempo en la biblioteca y había terminado pasando toda la noche fuera.

—Hola, Ced —saludó, echando una mirada a su uniforme de quidditch—. ¿Ya estás listo?

—¿Dónde te habías metido?

—Me quedé dormida en la biblioteca —dijo Brigid, avergonzada—. Lo siento.

Cedric soltó un suspiro y negó con la cabeza.

—Me preocupaste, Bree. Acabo de ir a tu dormitorio a buscarte y no estabas. Creí que te había pasado algo. Con lo de Black, yo...

—Lo siento —repitió Brigid, sincera—. De verdad. No volverá a pasar, lo prometo.

Él asintió y suspiró de nuevo. Le revolvió un poco el pelo, haciéndola reír.

—Está bien. Tengo que ir al Gran Comedor, el resto del equipo ya está allí. Nos vemos luego, ¿vale?

—Vale —respondió Brigid, sonriéndole—. Buena suerte.

Cedric salió de la sala común y Brigid lo hizo diez minutos después, tras pasar por su dormitorio, asearse y cambiarse de ropa. Susan Bones les prestó pintura de cara a todas y las cinco se dibujaron en las mejillas una raya amarilla y otra negra, los colores de su casa, antes de ir al Gran Comedor.

Brigid amaba la expectación que había en el colegio antes de los partidos de quidditch. Los miembros de las casas rivales se dirigían malas miradas —sobretodo, cuando era un Gryffindor contra Slytherin—, y las que no competían apoyaban a una u otra y hacían apuestas.

La mayoría de los de Slytherin llevaban los colores de Hufflepuff, a excepción de Nova Black, que vestía de Gryffindor y sonreía con satisfacción ante las miradas de desprecio de algunos de sus compañeros de casa. Otros, sin embargo, parecían divertidos por la actitud de la niña, que no dudó en burlarse de Malfoy y su supuesto brazo herido cuando éste trató de meterse con ella.

Brigid se marchó pronto al estadio, llevando un paraguas con ella para protegerse de la lluvia, y se sentó en lo más alto de las gradas, uno de sus sitios favoritos por lo solitario que solía ser. Los asientos se llenaron con rapidez. Vega Black y Jessica Bones se sentaron un poco más adelante que Brigid.

Los jugadores no tardaron en salir, siendo presentados por Lee Jordan. Brigid fijó su mirada en Harry unos segundos, para asegurarse de que estaba bien. No parecía precisamente tranquilo, pero esperaba que fuera capaz de sobrevivir a aquello. Luego, gritó como loca para animar a su casa, en especial a su hermano. Le encantaba sentir la euforia de los partidos de quidditch.

El juego comenzó poco después y Brigid comenzó a seguir el vuelo de la quaffle con la mirada, aunque era complicado verla a través de la lluvia. No notó la presencia de Felicity a su lado hasta que ésta habló.

—Gracias por ayudar a mi hermano.

Brigid casi dejó caer su paraguas. Se giró hacia la chica fantasmal y se quedó boquiabierta al ver que había cambiado. Su cabello ya no brillaba como el fuego, sino que había adoptado un tono castaño rojizo, mucho menos deslumbrante. Sus ojos, antes azules, se habían vuelto de un bonito color avellana. Seguía teniendo una luz rodeándola, pero era más débil que la última vez que la vio.

Felicity pareció notar en qué pensaba.

—Depende del día y la noche —explicó.

—¿Por la noche brillas y por el día no?

—Exacto.

Brigid no se había parado a pensar demasiado en la hermana fantasma de Harry la noche anterior, pero en ese momento notó que tenía muchas preguntas.

Preguntas que no haría, claro, porque no tenía ni idea de qué podía ofender a un fantasma.

—¿Por qué estás aquí? —se limitó a preguntar—. Creía que tenías que estar con Harry.

—Solo cuando él me llama. La mayor parte del tiempo, estoy con él, pero también me gusta explorar Hogwarts y ver qué hacen los vivos. Es bastante entretenido.

Felicity no sonaba triste, pero Brigid pensó que debía ser una existencia bastante aburrida y deprimente.

—Pero es genial poder hablar con alguien aparte de él —continuó diciendo—. Además, no pareces idiota y has ayudado a mi hermano.

—¿Cómo está él? —preguntó Brigid, distraídamente. Volvió la mirada al campo. Gryffindor acababa de meter un tanto—. ¿Le va bien el hechizo?

—No habría podido haber jugado este partido si no le hubieras ayudado —dijo Felicity, con sinceridad—. Le has ayudado mucho. Nunca antes había podido calmarse durante una tormenta.

Brigid sonrió un poco y un leve rubor cubrió sus mejillas. Felicity rio.

No hablaron demasiado más durante el resto del partido. Brigid no sabía muy bien qué decir, pero Felicity parecía encontrarse cómoda ahí y, en ocasiones, soltaba algún comentario sobre el partido.

Principalmente, decía que Harry parecía perdido y que dudaba que pudiera ver nada con las gafas y la lluvia.

Wood pidió un descanso después tras notarlo y Felicity se despidió de Brigid diciendo que volvería en seguida, para luego ir a los vestuarios de Gryffindor.

Brigid aguardó pacientemente. Observó a su alrededor, mientras esperaba a que el partido se reanudara, y se llevó una buena sorpresa al ver gran un perro negro a no demasiada distancia de ella.

Abrió la boca, pensando en avisar a alguien. ¿Qué hacía un perro en Hogwarts? ¿Y subido a las gradas? Brigid no lo comprendía.

Antes de poder hacer nada, el silbato de la señora Hooch anunció que el partido se reanudaba. A Brigid le pareció que el perro le miraba con fijeza, antes de alejarse tranquilamente. Aquello desconcertó aún más a Brigid.

La llegada de Felicity le hizo olvidar al perro y volver a prestar atención al partido. Harry parecía estar jugando y no tan perdido. Felicity le dijo que Hermione le había hecho un encantamiento a sus gafas para que repelieran el agua y Brigid no pudo evitar sentirse impresionada.

—¿Usó impervius? —preguntó, sorprendida—. Wow.

—Sí, supongo que bastante impresionante. —Felicity se encogió de hombros—. Mientras Harry no se caiga de la escoba, me sirve.

Brigid miró al lugar donde antes había estado el perro negro. No esperaba verlo, pero descubrió que había regresado. El animal no la miraba, sino que mantenía la vista fija en los jugadores. Casi parecía sonreír. Después, la mirada del can bajó hasta Vega, que gritaba emocionada junto a Jessica.

El perro pareció notar que Brigid lo observaba y giró la cabeza hacia ella. Brigid frunció el ceño. Sin duda, había algo extraño en aquel perro. Le hubiera gustado marcharse, pero no podía hacerlo en ese momento.

El animal volvió a mirar al partido, al parecer decidiendo ignorar a Brigid. Ella frunció el ceño. Súbitamente sentía frío, de modo que se cerró más el abrigo. El aire se había vuelto más gélido. La mano con la que sujetaba el paraguas comenzó a temblarle violentamente.

—¡MIERDA! —gritó Felicity, distrayendo a Brigid.

Un instante después, ya no estaba a su lado. Brigid se giró a tiempo para ver cómo Harry caía de su escoba a una velocidad vertiginosa, rodeado por decenas de dementores.

Muchos en el estadio soltaron gritos ahogados. Delante de Brigid, Vega sacó la varita y apuntó a su primo, mientras Jessica se ponía de pie con brusquedad.

¡Arresto Momentum! —gritó la Black, con voz ahogada.

La caída de Harry, que sin duda hubiera sido mortal, se ralentizó de inmediato. Brigid soltó un suspiro de alivio. Vega se apresuró a bajar de las gradas, seguida de Jessica.

En medio del caos que se formó entre los espectadores, en especial cuando Dumbledore conjuró un patronus que ahuyentó a los dementores, Brigid notó dos cosas.

La primera era que el perro había desaparecido una vez más, sin que ella se diera cuenta de ello.

La segunda era que Cedric, que bajaba a tierra rápidamente tras ver que Harry había caído, había atrapado la snitch.

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