lxvii. to kill the death
lxvii.
matar a la muerte
( tw: tortura )
Harry estaba obsesionado. Brigid lo veía en sus ojos, en el modo en que parecía aislarse de los otros tres, en cómo prácticamente había olvidado la caza de Horrocruxes. Solo parecía ser capaz de pensar en las Reliquias de la Muerte, convencido de que reunirlas le ayudaría a derrotar a Voldemort. Se había encerrado en sí mismo, perdido la mayor parte del tiempo en sus pensamientos.
Ron era el que había terminado tomando las riendas del equipo, proponiendo lugares que visitar en los que podrían estar los Horrocruxes y animándoles a seguir yendo de un lado para otro, incluso cuando la mayor parte del tiempo sentían que todo aquello era para nada.
Por las noches, Ron trataba de sintonizar con «Pottervigilancia», con Brigid junto a él proponiendo posibles contraseñas. No era sencillo, pero ninguno de los dos se desanimaba. Además, como había dicho Ron, tampoco tenían nada mejor que hacer.
Los días iban transcurriendo con lentitud, pero pasando pese a todo. Febrero llegó y se fue, dando paso a marzo. Celebraron una pequeña celebración para Ron y Brigid en el cumpleaños de ésta. No pudo evitar pensar en que Teddy cumplía dos años ese mismo día, o en que Medea había celebrado su primer año en el mundo tan solo unos antes. Aquella noche, mientras ella y Harry hacían guardia, decidió mencionarlo.
Llevaban media hora sentados en silencio, cada uno con la cabeza en diferentes asuntos. Brigid no dejaba de echar miradas de reojo a Harry. Le notaba distante, cada día más, y eso le preocupaba. No sabía hasta qué punto iba a llegar en su idea de reunir las reliquias, pero parecía casi haber olvidado los Horrocruxes. En más de dos meses, no habían avanzado nada en su búsqueda.
—¿Cómo crees que habrá sido el cumpleaños de Teddy? —preguntó con suavidad, volviéndose a mirarle—. Me gustaría saber qué habrán organizado Fred y George.
Por un momento, pensó que él no le respondería. Harry no se volvió a mirarla ni dio ninguna señal de haberla escuchado, pero al cabo de unos instantes dijo:
—Espero que haya sido maravilloso. Tanto por ella como por Vega. Y Jess. También fue su cumpleaños, hace un par de semanas. Y el de Medea. Pronto... Pronto será el de tío Remus, también. Y el de mi padre, a finales de mes. —Dejó escapar una débil risa—. Febrero y marzo son importantes en mi familia.
—Eso veo —respondió Brigid, aliviada ante su respuesta—. Espero que puedan celebrarlo.
—Sí, yo también —susurró Harry—. Ojalá poder estar. —Negó tristemente con la cabeza y finalmente se volvió a mirarla—. Al menos, este año sí he podido estar contigo en tu cumpleaños.
Le dirigió una sonrisa que Brigid acabó por imitarle. Harry se acercó a ella; habían estado sentados con algo de distancia entre ambos, pero se movió para quedar hombro con hombro. Su cercanía le resultó reconfortante.
—¿Cómo te hubiera gustado pasar tu cumpleaños, Bree? —quiso saber él con suavidad.
Brigid suspiró, mientras la mano de Harry buscaba la suya y entrelazaba sus dedos con los de ella. Brigid apoyó la cabeza en el hombro de él y dirigió la mirada al cielo estrellado, pensativa.
—Hubiera querido estar con mi padre. Es mi segundo cumpleaños con él aquí y no hemos podido celebrarlo ninguna de las dos veces. —Acarició el dorso de la mano de Harry—. Espero que el año que viene podamos pasarlo juntos.
—Tengo un regalo para ti —dijo entonces Harry, pillándola por sorpresa. Brigid le miró extrañada—. No es... Verás, fuimos a visitar a Bathilda Bagshot en Godric's Hollow, ya lo sabes. Aunque resultara ser Nagini. En su casa, estaba el manuscrito de un libro que aún no había terminado. No recuerdo exactamente qué dijo porque, bueno, no era Bathilda, pero le pregunté por él y te mencioné. —Silencio—. Lo tengo aquí, Bree. Me dijo que lo cogiera. No sé ni con qué intenciones. El caso es que lo tengo aquí y creo que la persona más adecuada para guardarlo eres tú. Más que yo, desde luego. —Brigid se había incorporado y lo miraba finamente, sin decir una palabra. Harry se subió las gafas, algo nervioso—. Sé que no es algo que te haya comprado yo, y lo siento, pero...
—¿Lo sientes? —repitió ella. Tragó saliva—. Harry, no sé ni qué decir ahora mismo. Un manuscrito de Bathilda Bagshot. ¿Sabes la locura que es eso? Es... Eso tiene un valor incalculable. Yo... ¡Más vale que no hayas perdido ni una página, por Merlín! —Le besó impulsivamente, mientras una sonrisa iba apareciendo en su rostro—. ¡Harry, no me lo creo!
A él se le escapó una carcajada al verla tan feliz. Le abrazó y besó, cosa que acabó por conseguir que ella también riera.
—Te lo daré para que lo cuides bien —prometió él, divertido—. Cuando volvamos...
—Hay que publicarlo. Ni siquiera lo he leído, pero es su primer libro en años, y lo último que dejó antes de fallecer. ¡Por Merlín! ¿Entiendes lo que es esto, Harry?
—Con que tú lo entiendas y eso te haga sonreír así, me vale —respondió Harry, conteniendo una nueva risa. Brigid parecía a punto de estallar de la emoción—. Feliz cumpleaños, Bree.
Ella dejó escapar un suspiro y se apoyó nuevamente en él, con una enorme sonrisa en el rostro.
—Gracias. Por ser tan maravilloso. —Dejó un beso en su mejilla—. Por favor, no cambies. Sigue siendo la persona que mejor me conoces. Sigue estando ahí para mí.
—Lo haré —susurró él, estrechándola entre sus brazos. Al cabo de unos segundos, esbozó una sonrisa pícara—. Aunque resulta raro que le digas eso a tu ex novio...
A Brigid se le escapó una carcajada.
—Eres tú quien le ha hecho un regalo de cumpleaños a su ex novia —acusó.
—Parece que ninguno estamos llevando bien la ruptura —bromeó Harry, dejando un beso en su coronilla—. Te quiero, Bree.
—Y yo a ti. Muchísimo.
Aquella noche debió de cambiar algo en Harry, porque Brigid comprobó con alegría que, durante los días siguientes, pareció aislarse menos en sí mismo. Hablaba más con ellos y parecía menos perdido en sus pensamientos. Se mostraba más de acuerdo con las propuestas de Ron. En ocasiones, seguía apartándose, pero resultaba tranquilizador ver que volvía a ser más él. También tenía ciertos detalles con Brigid: en uno de los pueblos, le consiguió un bolso de piel de moke para que guardara ahí el manuscrito de Bagshot. A partir de ese momento, Brigid no se separó de éste, llevándolo siempre colgado y con los pergaminos en su interior a buen recaudo, a no ser que estuviera leyéndolos.
La rutina adquirida en aquellos meses no desapareció. La mayoría de las noches, Ron y Brigid se sentaban con la radio y, mientras él daba toquecitos y probaba contraseñas, Brigid leía el manuscrito de Bathilda Bagshot y, en ocasiones, proponía alguna que otra palabra.
La famosa historiadora había escogido un tema para su libro que no dejó a Brigid indiferente, puesto que se había volcado en el estudio de los dones de magia y las maldiciones de sangre medievales. Aparecían algunos nombres que Brigid conocía bien: el ubi sunt, por ejemplo, era mencionado en la introducción, aunque aún no había llegado a la parte del libro en la que Bathilda investigaba sus orígenes. Era un manuscrito extenso, pero tan interesante que le dolía tener tan pocas oportunidades de leerlo seguidamente.
—No hay manera —se quejaba Ron a su lado. Harry le había comentado en alguna ocasión que no entendía cómo era capaz de leer con Ron protestando a cada rato a su lado y los programas de radio sonando de fondo. Lo cierto era que Brigid tampoco entendía cómo lo conseguía, pero se había acostumbrado ya a aquella dinámica—. ¿Alguna idea, Bree?
—¿Has probado con Aura o Jason? —Ron lo intentó, sin éxito—. ¿Dumbledore? O Albus. O su nombre completo, no recuerdo exactamente...
—¡Ya la tengo! —la interrumpió de pronto Ron, emocionado—. ¡Ya la tengo! ¡La contraseña era «Albus»! ¡Eres genial, Bree! ¡Ven, Harry!
Hermione, que había estado abrillantando la espada de Gryffindor junto a ellos, se quedó contemplando la radio con asombro. Harry, que había estado haciendo guardia en el exterior, entró en la tienda y tomó asiento en el suelo junto a Brigid, que guardó el manuscrito, animada ante aquel pequeño éxito.
«...que nos disculpéis por nuestra ausencia temporal en la radio, debida a las diversas visitas a domicilio que últimamente han realidad esos encantadores mortífagos en nuestra zona.»
—¡Pero si es Lee Jordan! —exclamó Hermione.
—¡Sí, es él! —asintió Ron, emocionado.
—Fue idea de Lee y los gemelos, querían hacer algo para ayudar —explicó Brigid.
—Qué pasada, ¿verdad? —comentó Ron.
«...Ya hemos encontrado otro refugio —continuó Lee—, y me complace comunicaros que esta noche me acompañan tres de nuestros colaboradores habituales. ¡Buenas noches, chicos, señorita!
«¡Hola!»
«Buenas noches, Río.»
«Es fantástico estar de vuelta.»
—¡Vega! —exclamó Harry. Todo su rostro se iluminó de felicidad. Brigid buscó su mano y la apretó, asintiendo con una sonrisa.
—«Río» es Lee —explicó Ron—. Usan todos los nombres en clave, pero normalmente sabes...
—¡Chisst! —le reprendió Hermione.
«Pero antes de escuchar a Regio, Romulus y Rhea, vamos a informar de estas muertes que la cadena Noticiario Radiofónico Mágico y El Profeta no consideran dignas de mención. Con enorme pesar hemos de informar a nuestros oyentes de los asesinatos de Ted Tonks y Dirk Cresswell.»
Brigid apretó con más fuerza la mano de Harry al escuchar el primer nombre. El padre de Tonks. Se había dado a la fuga, ella misma se lo había dicho. No esperaba que fuera a acabar así.
«También han matado a un duende llamado Gornuk. Todo parece indicar que Dean Thomas y Primrose Jones —siguió Lee. Hermione dejó escapar una exclamación—, hijos de muggles, y otro duende, los cuales presuntamente viajaban con Tonks, Cresswell y Gornuk, lograron huir. Si Dean y Primrose nos están escuchando, o si alguien tiene alguna idea de su paradero, que lo comunique, porque sus padres y hermanas están desesperados por saber algo de ellos.»
Hermione había palidecido. Brigid tomó aire lentamente. Era la primera noticia de Prim que tenía en meses. ¿Cómo había acabado con Dean, Ted Tonks, Dirk Cresswell y los duendes? ¿Estaría bien? ¿Estaría herida? Deseó que Lee dijera algo más sobre ella, pero era evidente que no sabían más que ellos. Lee procedió a informar del asesinato de una familia de cinco muggles y del hallazgo del cadáver de Bathilda Bagshot.
«Queridos oyentes: quiero invitaros a guardar con nosotros un minuto de silencio en recuerdo de Ted Tonks, Dirk Cresswell, Bathilda Bagshot, Gornuk y los muggles anónimos, pero no por ello menos recordados, asesinados por los mortífagos.»
Brigid sentía un nudo en el estómago. Aferró la mano de Harry con más fuerza. Éste le acarició el dorso con el pulgar suavemente.
«Gracias —dijo la voz de Lee—. Y ahora vamos a hablar con nuestro colaborador habitual, Regio, para que nos ponga al día de cómo el nuevo orden mágico está afectando al mundo de los muggles.»
«Gracias, Río», respondió una voz calmada que resultaba inconfundible.
—¡Es Kingsley! —exclamó Ron.
—¡Ya lo sabemos! —le respondió Hermione, muy tensa.
Brigid buscó algo de calma en las siempre bien pronunciadas frases de Kingsley, pero no podía apartar de sus pensamientos a Prim. Había debido huir de los mortífagos recientemente. Habría sido una situación comprometida, teniendo en cuenta que habían sufrido tres pérdidas. ¿Seguirían Dean y ella juntos? Confiaba en que sí. Podrían ayudarse. ¿Por qué no huían del país? ¿Tan arriesgado resultaba?
«Y ahora —escuchó decir a Lee, y trató de devolver su atención al programa—, Romulus presentará nuestro popular espacio "Amigos de Potter".»
«Gracias, Río», respondió una voz también familiar. Esta vez, fue Harry quien apretó la mano de Brigid, emocionado. Ron a punto estuvo de decir algo, pero Hermione le acalló con un:
—¡Ya sabemos que es Lupin!
«Dime, Romulus, ¿sostienes todavía, como has hecho todas las veces que has participado en nuestro programa, que Harry Potter está vivo?»
«Sí, así es —respondió Remus al momento—. No tengo ninguna duda de que los mortífagos divulgarían la noticia de su muerte por todo lo alto si se hubiera producido, porque eso asestaría un golpe brutal a la moral de los opositores al nuevo régimen. El niño que sobrevivió continúa siendo un símbolo de nuestra causa: el triunfo del bien, el poder de la inocencia y la necesidad de seguir resistiendo.»
Harry se apoyó contra Brigid. En su rostro, se apreciaban todo tipo de sentimientos.
«¿Y qué le dirías a Harry si supieras que nos está escuchando, Romulus?»
«Le aseguraría que estamos todos con él en espíritu. —Brigid rodeó a Harry con sus brazos al ver que estaba al borde del llanto—. Y le aconsejaría que obedeciera a sus instintos, que casi nunca fallan.»
Hermione tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Que casi nunca fallan —repitió ella.
«Todos nosotros confiamos en él —intervino Vega—. Debe saberlo. Y él mismo debe confiar en sus capacidades. Ha sobrevivido a mucho ya. Puede con esto.»
Brigid dejó un beso en la mejilla de Harry. Remus siguió hablando, informando sobre la reciente huida de Rubeus Hagrid, que había sido pillado dando una fiesta en honor a Harry. Pedía precaución a los oyentes, insistiendo en que no era buen momento para festejos de ese tipo y que, por encima de todo, estaba la seguridad.
«Tienes razón, Romulus —aceptó Lee—. ¡Así que os sugerimos que sigáis demostrando vuestra lealtad al chico de la cicatriz en forma de rayo escuchando "Pottervigilancia"! Aprovechando el tema de Hagrid, que ahora ha debido pasar a la clandestinidad, como tantos otros, le paso la palabra a nuestra colaboradora Rhea, experta en la sección de "Escondite con los mortífagos".»
«Gracias, Río —respondió la voz de Vega. Brigid no le quitaba el ojo de encima a Harry—. Desgraciadamente, cada vez más de los nuestros están teniendo que ocultarse para así sobrevivir. En estas últimas semanas, los constantes ataques y persecuciones tanto de mortífagos como Carroñeros han hecho que familias enteras tomen la decisión de esconderse o, al menos, la consideren. Por ello, nunca viene mal recordar los hechizos más efectivos de protección y ocultamiento...»
Mientras Vega iba recitando la lista y explicando brevemente los efectos de los encantamientos, Brigid susurró a Harry:
—¿Estás bien?
Él asintió lentamente.
—Es la primera vez que les escucho en más de medio año —susurró, con la voz tomada—. Es... Lo que ha dicho Remus... —Negó con la cabeza—. Les echo de menos.
—Lo sé —susurró Brigid—. Lo sé.
«Recuerdo que hay familias con residencias sin utilizar que están bien dispuestas a aceptar a necesitados y fugitivos. No duden en pedir ayuda a quienes sepan que son de fiar y, en caso de no atreverse, contacten con la Orden del Fénix para que puedan facilitarles ayuda. —Vega permaneció unos segundos en silencio antes de continuar—. También repito, como en cada programa, que aún hay magos y brujas desaparecidos que, sabemos, han sido secuestrados por mortífagos. Muchos han sido trasladados a Azkaban, pero una buena cantidad continúa en paradero desconocido. Pido ayuda a nuestros oyentes, para que comuniquen cualquier noticia o pista que puedan tener sobre ellos. Los nombres de éstos incluyen a Luna Lovegood, Altair Black...»
Harry apoyó la cabeza en el hombro de Brigid conforme Vega iba hablando. Ésta le rodeó con el brazo, acariciando su hombro y besándole en la coronilla para tratar de darle algo de consuelo.
—La encontrarán —susurró. Notó cómo asentía.
«Pedimos infinita atención a estas personas, por favor —dijo Lee—. Gracias una vez más, Rhea. ¿Hay algo más que quisieras decir?»
«Bueno... —Vega titubeó—. Mandar mucha fuerza a todo el mundo. Ninguno de nosotros está pasando por un momento fácil ahora mismo. Creo que es importante recordarnos que no estamos solos, que siempre podemos terminar encontrando alguien que nos ayude en esta situación. No podemos rendirnos, tenemos que seguir resistiendo. Todo esto llegará a su fin. Tan tenemos que sobrevivir hasta ese momento.»
«No olvidemos que hay muchos que están en la misma situación y en los que podemos apoyarnos —coincidió Lee—. Gracias de nuevo, Rhea. Y ahora, pasemos a las noticias relacionadas con otro mago que está demostrando ser tan escurridizo como Harry Potter. Nos gusta referirnos a él como el Gran Mortífago, y para ofrecer desde aquí sus opiniones sobre algunos de los más descabellados rumores que circulan sobre él, me gustaría presentar a un nuevo colaborador: Roedor.»
«¿Cómo que Roedor?», protestó una nueva voz.
—¡Es Fred! —exclamaron los cuatro a la vez.
—¿Seguro que no es George?
—Me parece que es Fred —respondió Ron, acercándose más a la radio.
«¡Me niego a que me llaméis Roedor! ¡Os dije que quería que me llamarais Rejón! ¿No es así, Rhea?»
«Creo que eso no es lo que has venido a discutir aquí, Roedor», dijo Vega, divertida.
«Me ofendes, mi queridísima Rhea», replicó éste. Ron se volvió a los demás con una sonrisa.
—Sí, es Fred.
«Está bien, está bien, pues Rejón —resolvió Lee—. Vamos a ver, ¿podrías abordar las diversas historias que hemos oído últimamente sobre el Gran Mortífago, por favor?»
«Claro que sí, Río. Como ya deben de saber nuestros oyentes, a menos que se hayan refugiado en el fondo del estanque de un jardín o en algún sitio por el estilo, la estrategia de Quien-vosotros-sabéis de permanecer oculto está creando un considerable clima de pánico. Pero, naturalmente, si diéramos crédito a todos los que aseguran haberlo visto, tendría que haber como mínimo diecinueve Quienes-vosotros-sabéis por ahí sueltos.»
«Y eso le conviene, por supuesto —intervino Kingsley—. Esa aureola de misterio está dando lugar a más terror que si se dejara ver.»
«Estoy de acuerdo —corroboró Fred—. Así que ya lo sabéis: hay que calmarse un poco. La cosa ya pinta bastante mal para que encima nos inventemos historias como, por ejemplo, ese nuevo rumor de que Quien-vosotros-sabéis es capaz de matar con una simple mirada. Eso lo hacen los basiliscos, queridos oyentes. Pero es fácil hacer la prueba: observad si ese personaje que os mira tiene piernas; si las tiene, no hay peligro de devolverle la mirada, aunque, si de verdad es Quien-vosotros-sabéis, probablemente eso será lo último que hagáis.»
«Un gran consuelo, sin duda, Rejón», escucharon decir a Vega. Harry dejó escapar una risa.
«¿Y esos rumores de que lo han visto en el extranjero?», preguntó Lee.
«Bueno, ¿a quién no le gustaría tomarse unas vacaciones después de haber estado tan atareado? —preguntó Fred—. Pero amigos, no os relajéis demasiado pensando en que se ha marchado del país. Quizá lo haya hecho, o quizá no, pero lo cierto es que, si quiere, puede desplazarse más rápido que Severus Snape cuando le enseñas una botella de champú. —A Brigid se le escapó una carcajada al escuchar aquello—. Así que, si planeáis correr algún riesgo, no contéis con que esté demasiado lejos. Nunca creí que diría algo así, pero ¡la seguridad es lo primero!»
«Muchas gracias por tus sabias palabras, Rejón —dijo Lee—. Queridos oyentes, con esta intervención llegamos al final de otro episodio de "Pottervigilancia". No sabemos cuándo podremos emitir de nuevo, pero os garantizamos que volveremos. No dejéis de buscarnos en el dial; la próxima contraseña será "Ojoloco". Protegeos unos a otros y no perdáis la fe. Buenas noches.»
El dial de la radio se giró solo y ésta se apagó. Los cuatro se miraron, intercambiando sonrisas. Para Brigid resultaba un consuelo escuchar voces amigas después de aquellos meses; no quería imaginar cómo sería para los otros, que llevaban más tiempo sin verles.
—Muy bueno, ¿verdad? —dijo un alegre Ron.
—¡Genial! —respondió Harry.
—¡Qué valientes son! —exclamó Hermione—. Si los encontraran...
—Bueno, no cesan de trasladarse, ¿no? —preguntó Ron—. Igual que nosotros.
—Pero ¿habéis oído a Fred? —dijo entonces Harry—. ¡Está en el extranjero! ¡Sigue buscando la varita! ¡Lo sabía!
La sonrisa de Brigid decayó. También la de Hermione.
—Harry...
—Vamos, Hermione, ¿por qué te empeñas en no admitirlo! ¡Vol...!
—¡¡No, Harry!!
—...demort va tras la Varita de Saúco!
—¡Ese nombre es tabú! —chilló Ron, poniéndose de pie bruscamente. A Brigid se le heló la sangre al escuchar un fuerte «¡crac!» en el exterior—. Te lo dije, Harry, te lo dije, ya no podemos pronunciarlo. Tenemos que volver a rodearnos de protección. ¡Rápido! Así es como encuentran...
Ron se interrumpió. La mirada de Brigid fue al chivatoscopio que Harry siempre mantenía encima de la mesa. Nunca había hecho ruido alguno... pero ahora se había encendido y giraba sobre ésta. Oyeron voces, cada vez más cerca. Ron apagó todas las luces con el desiluminador, pero Brigid sabía que ya era tarde.
—¡Salid de ahí con las manos arriba! —bramó una voz ronca—. ¡Sabemos que estáis ahí dentro! ¡Hay un montón de varitas apuntándoos y no nos importa a quien maldigamos!
Brigid tomó aire con lentitud y se volvió hacia las siluetas oscuras de sus amigos. Antes de darse cuenta, un destello de luz blanca alcanzó a Harry, que se dobló de dolor a su lado. Lo había lanzado Hermione. Brigid no tuvo tiempo para preguntar nada: unas manos la rodearon y alguien le golpeó con rudeza. Mientras le sujetaban los brazos hacia atrás y le arrastraban fuera, Brigid comprobó, aturdida, que le habían registrado los bolsillos y quitado la varita.
Los demás no habían tenido mejor suerte que ella y también habían sido sacados a la fuerza de la tienda, entre empujones y golpes. A Brigid le sabía la boca a metal, producto de un codazo que había recibido en pleno rostro.
—¡Suéltela! —escuchó gritar a Ron. A aquello le siguió el sonido de un puñetazo. Ron gruñó de dolor.
—¡No! —chilló Hermione—. ¡Déjenlo! ¡Déjenlo!
—A tu novio le va a pasar algo mucho peor si está en mi lista —le replicó una voz ronca, que le puso a Brigid la piel de gallina—. Vaya dos muchachas tan deliciosas... Qué maravilla... —Brigid tuvo que contener los deseos de gritar cuando sintió un dedo que más bien parecía una garra acariciarle la mejilla—. Me encanta la piel tan suave....
Brigid apenas podía respirar, mientras aquel dedo seguía en su cara. Una mano completa se le unió, colocándose debajo de su mentón y obligándole a levantar la cabeza; sus ojos lograron distinguir el rostro de Fenrir Greyback. El hombre lobo la contemplaba, casi relamiéndose los labios.
—¡Déjala en paz! —protestó Harry; recibió el mismo castigo que Ron al de unos segundos, pero al menos logró que el mortífago se alejara de Brigid y centrara su atención en él.
—Parece que tenemos otro novio heroico por aquí —dijo, burlón—. Ten cuidado o puede que acabes peor que tu chica.
—¡Registrad la tienda! —ordenó otra voz.
Harry y Ron fueron tirados al suelo, boca abajo, mientras Brigid y Hermione permanecían sujetas por aquellos hombres. Intercambiaron una mirada de pánico, mientras escuchaban un gran estruendo en el interior de la tienda.
—Y ahora, veamos a quién hemos pillado —dijo Greyback. Brigid logró distinguir cómo le daba la vuelta a Harry. Una varita iluminó su rostro: estaba hinchado y abultado. Parecía sufrir de una horrible reacción alérgica. Aquello debía haber sido aquel rayo blanco que Hermione le había lanzado. Ciertamente, era difícil reconocerle. Greyback se echó a reír—. Voy a necesitar cerveza de mantequilla para tragarme a éste... ¿Qué te ha pasado, patito feo? —Sus ojos fueron hacia Brigid—. ¿Realmente este es el que te gusta, preciosa? Creo que tu novia se ha equivocado al elegirte —añadió, regresando su atención a Harry, que no decía palabra—. Te he hecho una pregunta.
Brigid dejó escapar un grito de protesta cuando le propinó un golpe en el estómago a Harry, que se dobló de dolor. Los brazos que la sujetaban apretaron más y la echaron hacia atrás con brusquedad, casi arrancándole lágrimas por la fuerza ejercida.
—Me han picado unos insectos —logró decir Harry.
—Sí, eso parece —opinó una voz burlona.
—¿Cómo te llamas? —espetó el hombre lobo.
—Jason —mintió Harry.
—¿Y tu nombre de pila?
—Theodore. Theodore Jason.
—Busca en la lista, Scabior —ordenó Greyback, volviéndose hacia Ron—. ¿Y tú quién eres, pelirrojo?
—Stan Shunpike.
—¡Y un cuerno! —Fue Scabior quien habló—. Conocemos a Stan; ha hecho algún que otro trabajito para nosotros.
Se oyó otro puñetazo. Brigid gritó nuevamente.
—¡Dejadles ya en paz! —protestó, pese al terror que sentía.
—Será mejor que no sigas chillando, monada —le reprendió Greyback—. Es molesto. ¿Nunca te han dicho que estás más guapa callada?
Aquella pregunta le recordó tanto a la frase que Umbridge le había obligado a marcarse sobre la piel que no supo qué responder.
—Mejor así —asintió el hombre lobo, burlón—. Venga, Stan, dinos tu nombre de verdad.
—Me llamó Bardy —balbuceó Ron. La voz le salía extrañamente pastosa. Debía de haberse llenado la boca de sangre—. Bardy Weasley.
—Ajá, ¿un Weasley? —comentó Greyback—. Entonces, aunque no seas un sangre sucia, estás emparentado con traidores a la sangre. Bien, por último, veamos a vuestras preciosas cautivas... —Se aproximó a Hermione y Brigid con una sonrisa repugnante en el rostro.
Ambas contuvieron el aliento, mientras el hombre lobo las examinaba con gusto. Brigid retrocedió por instinto, pero el que la sujetaba la empujó en dirección del mortífago y a punto estuvo de chocar con él.
—Tranquilo, Greyback —avisó Scabior, sobre las risas de los demás.
—No te preocupes, todavía no voy a hincarles el diente. Comprobaremos si son más ágiles que Barny para recordar su nombre. Tú primero. —Miraba a Hermione—. ¿Cómo te llamas, monada?
—Penelope Clearwater —improvisó ella.
—¿Qué estatus de sangre tienes?
—Sangre mestiza.
—¿Y tú, preciosa? —inquirió el hombre lobo, volviéndose hacia Brigid—. Me resultas familiar. ¿Nos hemos visto antes?
—N-no creo. Soy Jessica Bones. —Soltó el primer nombre que se le ocurrió. La voz le salió algo aguda y pronunció las sílabas atropelladamente, pero se dijo que parecía convincente. Tan solo pensarían que estaba asustada, que no era mentira—. Sangre limpia.
—Será fácil comprobarlo —dijo Scabior—. Pero los cuatro parecen tener edad de estar todavía en Hogwarts.
—Nos hemos escapado —intervino Ron.
—¿Que os habéis escapado, pelirrojo? —preguntó Scabior—. ¿Para qué, para ir de acampada? Y no se os ocurrió nada mejor que hacer, para reíros un poco, que utilizar el nombre del Señor Tenebroso, ¿no?
—No nos estábamos riendo —protestó Ron—. Fue un accidente.
—¿Un accidente, pelirrojo? —Hubo risas y burlas. Ron no dijo más.
—¿Sabes a quiénes les gustaba utilizar el nombre del Señor Tenebroso, Weasley? —inquirió Greyback—. A los de la Orden del Fénix. ¿Te suena de algo?
—No.
—Pues bien, como no le muestran el respeto debido al Señor Tenebroso, hemos prohibido pronunciar su nombre, y de esa forma hemos descubierto a algunos miembros de la Orden. Bien, ya veremos. ¡Atadlos con los otros tres prisioneros!
Brigid fue arrastrada nuevamente, con tanta brusquedad como la vez anterior. Entre empujones y golpes, fue obligada a sentarse de espaldas a otras personas y atada. Quedó atrapada entre Harry y una persona desconocida.
—¿Alguien conserva su varita? —preguntó Harry, tan pronto como el que los había atado se alejó.
—No —respondieron ella, Ron y Hermione.
—Ha sido culpa mía. He pronunciado el nombre. Lo siento...
Brigid notó entonces a la persona a su derecha girarse bruscamente.
—Eh, ¿eres Harry? —dijo otra voz, que resultaba extrañamente familiar. Se trataba de la persona atada a la izquierda de Hermione.
—¡No me digas que eres Dean!
—¡Hola, amigo!
—Entonces... —Brigid se volvió hacia el desconocido a su derecha—. ¿Prim?
—Decidme que esto es una broma —respondió ésta, con voz ronca—. No puede estar pasando de verdad. ¿Estáis todos?
—Sí —susurró Ron—. ¡Por Merlín, Prim...!
—¿Y Hermione?
La respuesta tardó unos segundos en llegar.
—Sí —escucharon finalmente decir. Hermione tenía la voz tomada—. Estoy aquí.
—¡Si descubren a quién han atrapado...! —suspiró Dean—. Son Carroñeros y sólo buscan a alumnos que han hecho novillos para cobrar la recompensa.
—No está nada mal el botín, para una sola noche, ¿eh? —escucharon decir a Greyback. Oían más ruidos provenientes de la tienda. Seguían registrándola. Brigid advirtió que no habían encontrado el bolso en que guardaba el manuscrito de Bathilda Bagshot y respiró algo más tranquila—. Dos sangre sucia, un duende fugitivo y cuatro novilleros. ¿Has buscado ya sus nombres en la lista, Scabior?
—Sí. Aquí no aparece ningún Theodore Jason.
—Interesante —comentó Greyback—. Muy interesante.
Brigid se estremeció cuando el hombre lobo se agachó a su lado, justo frente a Harry. Volvió la cabeza hacia Prim, huyendo de la visión. Su amiga le dirigió una mirada comprensiva; ella también debía haber sufrido sus comentarios.
—Así que no te buscan, ¿eh, Theodore? ¿O figuras en esa lista con otro nombre? ¿En qué casa de Hogwarts estabas?
—En Slytherin.
—Qué curioso. Todos creen que eso es lo que queremos oír —rio Scabior—. Pero nadie es capaz de decirnos dónde está la sala común.
—Se halla en las mazmorras y se entra por la pared —dijo Harry sin vacilar—. Está llena de cráneos y cosas así, y como queda debajo del lago, la luz tiene un tono verdoso.
Silencio. Brigid sentía el corazón acelerado.
—Vaya, vaya, parece que esta vez hemos capturado a un verdadero Slytherin —comentó Scabior—. Bien hecho, Theodore, porque no hay muchos sangre sucia en esa casa. ¿Quién es tu padre?
—Trabaja en el ministerio —mintió Harry—. En el Departamento de Accidentes y Catástrofes en el Mundo de la Magia.
—¿Sabes qué, Greyback? —murmuró Scabior—. Me parece que es verdad que ahí trabaja un tal Jason.
—Vaya, vaya —comentó éste. Sonaba ligeramente preocupado—. Si nos estás diciendo la verdad, patito feo, no te importará que te llevemos al ministerio, ¿verdad? Espero que tu padre nos recompense por haberte recogido.
—Pero si usted nos deja...
—¡Eh! —escucharon—. ¡Mira esto, Greyback!
Alguien se acercó a toda prisa. Llevaba algo en la mano, algo que resplandeció ante la luz de las varitas. Brigid supo que estaba todo perdido.
—¡Muuuuy bonita! —exclamó Greyback, tomando la espada—. Ya lo creo, bonita de verdad. Parece obra de duendes. ¿De dónde habéis sacado esto?
—Es de mi padre —probó Harry—. La cogimos prestada para cortar leña.
—¡Un momento, Greyback! —exclamó Scabior—. ¡Mira qué dice aquí, en El Profeta! —Brigid notó a Harry tensarse a su lado—. «Hermione Granger, la sangre sucia que según todos los indicios viaja con Harry Potter.»
Brigid tragó saliva. Un breve silencio siguió a aquello. Greyback fue hacia Hermione y se agachó frente a ella.
—¿Sabes qué, muchachita? La chica de esta fotografía se parece mucho a ti.
—¡No soy yo! ¡No lo soy!
Sonó aterrada. Demasiado como para que se creyeran su mentira.
—«...que según todos los indicios viaja con Harry Potter» —repitió Greyback—. ¿Sabéis? La otra chica me sonaba de algo. Ahora sé de qué, la vi en Hogwarts cuando murió el viejo. Es la noviecita de Potter, la chica Black, ¿me equivoco, preciosa? —comentó, regresando junto a ésta.
Ninguno habló. Brigid estaba helada en el sitio. Los Carroñeros permanecieron silenciosos.
—Bueno, esto cambia las cosas, ¿no? —susurró el licántropo. Se agachó frente a Harry y Brigid—. ¿Qué tienes en la frente, Theodore?
—¡No me toque! —gritó Harry cuando éste le puso el dedo en la frente. Brigid detectó el dolor en su voz y se volvió a mirarle, preocupada.
—Creía que llevabas gafas, Potter —comentó Greyback.
—¡Las he encontrado! —exclamó otro—. Había unas gafas en la tienda, Greyback. Espera...
—¡Dejadle en paz! —protestó Brigid, mientras se las colocaban a Harry con brusquedad.
—¡Es él! —gritó Greyback, ignorándola—. ¡Hemos atrapado a Potter!
Brigid sentía a Harry temblar junto a ella, pero tenía la sensación de que poco o nada tenía que ver con los Carroñeros. Trató de inclinarse en su dirección, con dificultad por culpa de las ataduras. Sus captores no parecían hacerles caso en esos instantes.
—¿Qué es? —susurró. Harry tenía el rostro contraído por el dolor—. Harry, ¿qué pasa? —Él se estremeció.
—¿...al ministerio? —escuchó decir a uno.
—¡Al cuerno con el ministerio! —replicó Greyback—. Se pondrán ellos la medalla y a nosotros no nos reconocerán ningún mérito. Propongo que se lo llevemos directamente a Quien-vosotros-sabéis.
—¿Qué pretendes hacer? ¿Le avisarás, o lo harás venir aquí? —Scabior sonaba aterrado.
—No, yo no tengo... —La Marca Tenebrosa. Por muy mortífago que fuera, no se la habían concedido, comprendió Brigid—. Dicen que utiliza la casa de los Malfoy como cuartel general. Lo llevaremos allí.
Los temblores de Harry se intensificaron. Brigid miró a su alrededor, angustiada.
—Harry —llamó, pero no llegaba respuesta.
—¿...completamente seguro de que es él? Porque si no lo es, Greyback, estamos acabados.
—¿Quién manda aquí? —replicó el licántropo—. He dicho que es Potter, y él más su varita significan doscientos mil galeones. Súmale a su chica y consigues doscientos cincuenta mil. —Brigid se estremeció. ¿Le habían puesto un precio a su cabeza?—. Pero si alguno de vosotros es demasiado cobarde para acompañarme, que no lo haga. Me lo llevaré yo, y con un poco de suerte me regalarán a las otras dos chicas.
—¡De acuerdo! —decidió Scabior al de unos instantes—. ¡De acuerdo, iremos contigo! ¿Y los demás qué, Greyback? ¿Qué hacemos con ellos?
—Podríamos llevárnoslos a todos. Hay tres sangre sucia; eso significa quince galeones más. Y dame también la espada; si eso son rubíes, ganaremos una pequeña fortuna.
Les obligaron a ponerse en pie. Brigid chocó con Harry y Prim. Podía escuchar la respiración agitada de Hermione.
—Cogedlos fuerte y no los soltéis. Yo me encargo de Potter y su chica —ordenó Greyback. Sus dedos la rodearon por el brazo con fuerza, clavándole sus uñas largas—. ¡Voy a contar hasta tres! Uno... dos... ¡tres!
Brigid se quedó sin aliento al desaparecerse. Cerca estuvo de caer y arrastrar al resto de prisioneros al tocar suelo, pero Greyback la sostenía con demasiada fuerza como para que pudiera. Sus ojos enfocaron una verja de hierro frente a ellos. Uno de los Carroñeros fue hasta ella y la sacudió.
—¿Cómo entramos ahora? La verja está cerrada, Greyback, no puedo... ¡Maldita sea!
Se apartó a toda prisa, puesto que el hierro parecía haber cobrado vida. Se retorcía, formando lentamente un rostro horrible.
—¡Manifiesta tus intenciones! —pronunció una voz extrañamente metálica.
—¡Tenemos a Potter! —gritó Greyback—. ¡Hemos capturado a Harry Potter!
La verja se abrió.
—¡Vamos! —ordenó el hombre lobo.
Harry apenas era capaz de mantenerse en pie. Tropezaba constantemente. Brigid hizo lo que pudo por ayudarle, sin quitar la vista de él mientras caminaban por un sendero. Greyback tiraba de ambos y el resto de los hombres les empujaba por detrás. No se detuvieron hasta que una luz les apuntó.
—¿Qué queréis? —preguntó una voz de mujer.
—¡Hemos venido a ver a El-que-no-debe-ser-nombrado! —anunció Greyback.
—¿Quién eres tú?
—¡Usted ya me conoce! —protestó el hombre lobo—. ¡Soy Fenrir Greyback, y hemos capturado a Harry Potter!
Brigid dejó escapar un grito de protesta cuando agarró bruscamente a Harry y le arrastró hasta la luz, llevando con él al resto de prisioneros.
—¡Ya sé que está hinchado, señora, pero es él! —dijo Scabior—. Si se fija bien, le verá la cicatriz. La que está a su lado es su novia, a la que también buscan. Y esta chica es la sangre sucia que viajaba con él, señora. ¡No hay duda de que es él, y también tenemos su varita! ¡Mire, señora!
Brigid reconoció a Narcissa Malfoy al instante y algo le dijo que ella también supo quién era ella. La mujer examinó el rostro hinchado de Harry, mientras le entregaban su varita.
—Llevadlos dentro —ordenó.
Les hicieron subir mediante empujones y patadas la escalerilla de entrada, que les llevó al vestíbulo.
—Seguidme —dijo Narcissa—. Mi hijo Draco está pasando las vacaciones de Pascua en casa. Él nos confirmará si es Harry Potter.
Brigid se preguntó si Malfoy les ayudaría. Probablemente, a ella sí... Pero no al resto. Entraron en el iluminado salón con dificultad. Dos personas, sentadas en butacas ante la chimenea, se levantaron de inmediato al ver llegar a la comitiva.
—¿Qué significa esto? —preguntó Lucius Malfoy. Brigid contuvo el aliento.
—Dicen que han capturado a Potter —explicó Narcissa—. Ven aquí, Draco.
Brigid se volvió a mirar a Malfoy, con los ojos llenos pánico. Reconoció su rostro pálido, que la contemplaba con temor. Y, justo detrás de él, reconoció una silueta también muy conocida. Se quedó mirando, sin dar crédito, a Felicity Potter, que les contemplaba con la boca abierta.
Draco se acercó más. Felicity fue tras él, muda de horror. Malfoy lanzaba miradas furtivas a Brigid, que rogaba que no dijera nada. Y así fue, durante varios minutos. Draco se negaba a decir si reconocía a Harry o no. No dejaba de repetir que no sabía. Brigid llegó a pensar que aquella situación se mantendría indefinidamente, hasta que Greyback dijo:
—¿Y la chica Black y la sangre sucia qué?
Brigid vio un atisbo de duda en los ojos de Narcissa cuando iluminaron su rostro. Ya la había reconocido antes. Pero no parecía querer decirlo. No obstante, su marido asintió, triunfal.
—¡La hermana de Diggory! ¡Claro que es ella! ¿No crees, Draco?
—Pues... no sé. Sí, podría ser.
—¡Y esta es esa Granger! —añadió Lucius, emocionado—. ¡Pues entonces, ese otro tiene que ser el hijo de los Weasley! —Se colocó frente a Ron y asintió nuevamente—. ¡Son ellos, los amigos de Potter! Míralo, Draco. ¿No es el hijo de Arthur Weasley? ¿Cómo se llama?
—No sé —volvió a decir éste—. Podría ser.
Brigid escuchó la puerta del salón abrirse entonces. Estando de espaldas, no podía ver, pero escuchó una voz que incrementó su miedo.
—¿Qué significa esto? ¿Qué ha pasado, Cissy? —Bellatrix Lestrange. Brigid no necesitaba darse la vuelta, recordaba bien su timbre—. ¡Vaya! ¡Pero si es la sangre sucia! ¡Esa Granger!
—¡Sí, sí, es Granger! —asintió Lucius—. ¡Y creemos que quien está a su lado es Potter! ¡Son Potter y sus amigos! ¡Por fin hemos dado con ellos!
—¿Potter, Harry Potter? —repitió Bellatrix, yendo hacia él—. ¿Estás seguro? —Entonces, los ojos de la mujer recayeron en Brigid—. ¡Vaya, Cissy, si también ha venido de visita nuestra querida sobrina! —Una sonrisa pérfida apareció en su rostro—. ¡En ese caso, hay que informar de inmediato al Señor Tenebroso!
Levantó su manga izquierda, dejando a la vista la Marca Tenebrosa.
—¡Ahora mismo iba a llamarlo! —la frenó Lucius—. Yo lo llamaré, Bella. Han traído a Potter a mi casa, y por tanto tengo autoridad para...
—¿Autoridad, tú? —se burló Bellatrix—. ¡Se te acabó la autoridad cuando perdiste tu varita, Lucius! ¿Cómo te atreves? ¡Quítame las manos de encima!
—Tú no tienes nada que ver con esto. Tú no has capturado al chico, ni...
—Disculpe, señor Malfoy —dijo Greyback—, pero somos nosotros quienes capturamos a Potter, y el dinero de la recompensa...
—¡El dinero! —rio Bellatrix—. Quédate con el dinero, desgraciado, ¿para qué lo quiero yo? Yo sólo busco el honor de... de...
Brigid alcanzó a ver cómo Bellatrix se quedaba petrificada de golpe, cosa que Lucius aprovechó para dejar a la vista su propia Marca Tenebrosa.
—¡¡Quieto!! —chilló Bellatrix—. ¡No la toques! ¡Si el Señor Tenebroso viene ahora nos matará a todos!
Lucius se quedó inmóvil. Bellatrix fue a toda prisa en dirección a algo que Brigid no podía ver.
—¿Qué es esto? —la escuchó gritar.
—Una espada —respondió un Carroñero.
—¡Dámela!
—Esta espada no es suya, señora; es mía. La encontré yo.
Un destello de luz roja hizo saber a Brigid que Bellatrix le había dejado fuera de combate.
—¿A qué se cree que está jugando, señora? —preguntó furioso Scabior, sacando la varita.
—¡Desmaius! ¡Desmaius!
Pronto, los Carroñeros yacían inconscientes en el suelo. Obligaron a Greyback a arrodillarse con los brazos extendidos, mientras Bellatrix avanzaba hacia él, pálida y con la espada en la mano.
—¿De dónde has sacado esta espada? —preguntó, arrebatando al licántropo su varita.
—¿Cómo se atreve? —gruñó Greyback—. ¡Suélteme ahora mismo!
—¿Dónde has encontrado esta espada? —repitió—. ¡Snape la envió a mi cámara de Gringotts!
—Estaba en la tienda de campaña de esos chicos. ¡Le he dicho que me suelte!
Bellatrix lo hizo. El licántropo se puso en pie, pero se mantuvo a distancia.
—Llévate a esa escoria fuera, Draco —ordenó Bellatrix, señalando a los Carroñeros—. Si no tienes agallas para liquidarlos, déjalos en el patio y ya me encargaré yo de ellos.
—No te atrevas a hablarle a Draco como si... —intervino Narcissa.
—¡Cállate! —cortó su hermana—. ¡La situación es más delicada de lo que imaginas, Cissy! ¡Tenemos un problema muy grave! —Con la espada en la mano, se volvió a los prisioneros—. Si de verdad es Potter, no hay que hacerle daño. El Señor Tenebroso quiere deshacerse de él personalmente. Pero si se entera... Tengo... tengo que saber... —Se giró de nuevo hacia Narcissa—. ¡Llevad a los prisioneros al sótano mientras pienso qué podemos hacer!
—Ésta es mi casa, Bella. No consiento que nos des órdenes en...
—¡Haz lo que te digo! ¡No tienes ni idea del peligro que corremos!
Bellatrix estaba enloquecida de terror. Narcissa dudó, pero acabó diciendo:
—Llévate al sótano a estos prisioneros, Greyback.
—Un momento —intervino Bellatrix—. A todos excepto... excepto a mi sobrina.
Brigid tardó unos instantes en comprender que se refería a ella. Llevó la mirada, aturdida, a la expresión perturbadora de Bellatrix.
—No. —Harry habló, con voz ronca—. ¡No, no!
—¡Cójanme a mí! —intervino Ron.
Bellatrix le propinó una bofetada.
—Si muere durante el interrogatorio, tú serás el siguiente —le aseguró—. Te daré prioridad por encima de la sangre sucia, traidor. Pero tengo un asunto familiar que solucionar. Es una suerte que el Señor Tenebroso la quiera muerta.
—¡No! —bramó Harry, retorciéndose al lado de Brigid—. ¡No, diré todo! ¡Soy él, soy Potter! ¡No la necesitáis! ¡Dejadla!
Bellatrix esbozó una sonrisa estremecedora.
—Llévalos abajo, Greyback, y asegúrate de que están bien atados, pero no les hagas nada... de momento.
Devolvió al licántropo su varita y, sacando un puñal de plata, cortó las cuerdas que ataban a Brigid. Ésta se quedó de pie, aturdida, mientras se llevaban a los demás entre gritos y protestas. Escuchó las voces de Hermione y Prim uniéndose a las de Harry y Ron, pero pronto quedaron acalladas por la puerta al cerrarse.
Brigid pasó la mirada por el resto de la sala. La expresión ansiosa de Lucius, la seriedad absoluta de Narcissa, el temor palpable de Draco y el mudo horror de Felicity. Pero ninguna asustaba tanto como la locura de Bellatrix.
—Se ve el parecido, ¿no crees, Cissy? —comentó la mujer, paseándose como un depredador alrededor de Brigid—. Clavadita a su padre. Quién hubiera dicho que el pequeño Reggie acabaría siendo un traidor y su hija, otra.
Estaba a espaldas de ella cuando decidió acercarse. Brigid se quedó sin aliento cuando sintió la boca de Bellatrix junto a su oreja.
—Dime, sobrinita, ¿crees que papá llorará tu muerte? —Silencio. Brigid advirtió entonces que estaba temblando como una hoja—. ¿Traerás a tus amiguitos fantasmas para que te ayuden?
Brigid no respondió. Le hubiera gustado poder hacerlo, pero no sentía nada. Ninguna magia de muerte, ningún espíritu cercano. Su don parecía durmiente. Le había abandonado en el peor momento. O, tal vez, su propio miedo le estaba impidiendo usarlo.
—Draco, llévate a la escoria. Ya.
Su sobrino obedeció con rapidez. Sacó a los Carroñeros inconscientes flotando en el aire y cerró la puerta a su espalda. Fue entonces cuando Bellatrix se decidió a comenzar.
Brigid dejó escapar un agudo chillido cuando el rayo rojo de la maldición cruciatus la golpeó por primera vez. Cayó fulminada al suelo. El dolor cesó al momento, pero ni siquiera tuvo tiempo a recuperarse, puesto que Bellatrix se agachó sobre ella, sujetándola por la sudadera y obligándola a permanecer tumbada sobre el suelo.
—Brigid, ¿no? —susurró, divertida—. Vamos a pasar un agradable rato juntas. Puedes llamarme tita Bella si así lo deseas. —Silencio—. Dime, cariño, ¿de dónde sacasteis la espada? Recuerda que no está bien guardar secretos a la familia.
—L-la encontramos —tartamudeó Brigid. Entre el miedo y la asfixia, apenas era capaz de hablar.
—¡Mentira! —bramó Bellatrix, perdiendo al momento toda sonrisa. Sus dedos arañaron el pecho de Brigid a través de la ropa—. ¿De dónde la robasteis?
Brigid trató de tomar aire. El peso de la mujer sobre ella no ayudaba.
—Apareció —susurró—. En el bosque. No la robamos, no...
—¡Crucio!
Un alarido escapó de entre sus labios. El ardor punzante de la maldición recorrió todo su cuerpo, haciéndola temblar hasta los huesos. Las primeras lágrimas se le escaparon, mientras gritaba en el suelo. Bellatrix la sujetó con mayor fuerza mientras se retorcía de dolor, sonriendo con perversa satisfacción.
—Brigid, Brigid —canturreó. Paró la maldición, aunque la chica sabía que no duraría demasiado si no le daba las respuestas que quería. Y no podía dárselas—. Se me está acabando la paciencia. ¿No fuiste tú una de las que intentó robar la espada a principios de curso? ¿La trucaste de algún modo? ¿Encontraste la manera de sacarla de Gringotts sin que nadie lo supiera?
—N-no. —Brigid apenas podía pensar. Jadeó y trató de tomar aire, pero éste parecía negarse a bajar a sus pulmones—. No la robamos. No hicimos nada.
—¡Mentira! —bramó Bellatrix. Brigid se preparó para experimentar nuevamente aquel brutal dolor, pero este no llegó—. ¿Tienes miedo, querida? ¿No te gusta la maldición cruciatus? —Brigid no habló—. ¡Responde!
—No —susurró, cerrando los ojos—. No.
—Puede que te guste más esto. Dime qué opinas.
—¿Qué...?
A Brigid le ardió la garganta ante aquel nuevo grito. El puñal de plata atravesó la carne de su brazo con un corte recto y limpio. Brigid aulló de dolor, mientras Bellatrix se carcajeaba. Se inclinó más sobre ella, tan cerca de su rostro que sentía su aliento caliente. Brigid no podía ver nada. Tenía los ojos anegados en lágrimas.
—¡Te lo preguntaré una vez más! ¿De dónde sacasteis esta espada? ¿De dónde?
—No la robamos —sollozó Brigid—. Apareció, no hicimos... ¡No, por favor! ¡NO!
Descubrió que tenía fuerzas para gritar aún más cuando el cuchillo cortó nuevamente su brazo, una y otra vez. Brigid se retorció en el suelo, entre lágrimas. Bellatrix, no contenta con aquello, decidió emplear de nuevo la maldición cruciatus. Brigid chilló, sintiendo la garganta en carne viva. Su cuerpo se retorcía de dolor y temblaba incontroladamente por los sollozos. Bellatrix la tomó por la camiseta y tiró de ella, incorporándola. Dejó escapar un quejido.
—¡Mientes! —bramó. Brigid sollozó de nuevo—. ¡Eres una vergüenza para nuestra familia! ¡Traidora asquerosa! ¡Has entrado en mi cámara de Gringotts! ¡Di la verdad! ¡Confiesa!
—No he entrado —protestó ella débilmente—. No he hecho nada, yo...
—¡Crucio!
Brigid dejó escapar un alarido estremecedor, una mezcla de un grito y un sollozo. Bellatrix la soltó y se derrumbó nuevamente en el suelo, rota de dolor.
—¿Qué más os llevasteis de allí? ¿Qué más tenéis? ¡Dime la verdad o te juro que te atravieso con este puñal!
—¡Nada! —logró decir Brigid. De poco sirvió su esfuerzo, porque Bellatrix dirigió entonces el puñal a su otro brazo—. ¡Basta! ¡POR FAVOR!
No lograba distinguir nada con los ojos. Sentía la sangre caliente manando de las heridas que Bellatrix abría sin descanso, empapando sus brazos. No podía pensar, todo lo que había en su cabeza era dolor. Sollozó y gritó de nuevo cuando el cuchillo volvió a abrirle la piel.
—¿Qué más os llevasteis? ¿Qué más? ¡¡Contéstame!! ¡¡Crucio!!
Brigid aulló al recibir de nuevo la maldición. Sus músculos parecían fuego, parecían estar quemándole la piel desde dentro, derritiendo sus huesos. Chilló y tembló, mientras notaba los dedos de Bellatrix recorrerle la cara.
—¿Cómo entrasteis en mi cámara? ¿Os ayudó ese desgraciado duende que está en el sótano?
—¡Ni siquiera sé quién es! —sollozó Brigid—. Le hemos encontrado hoy. No hemos ido a Gringotts, no hemos hecho nada. La espada... La espada será falsa, no...
—¿Falsa? —le gritó Bellatrix, pegando su rostro al de ella. Brigid se estremeció—. ¿FALSA? ¿Qué hiciste con la espada cuando intentasteis robársela a Snape? ¿QUÉ HICISTE?
—¡Nada! ¡Ni siquiera conseguimos sacarla del despacho, no hicimos nada! ¡Esta tiene que ser falsa!
—¡Podemos comprobarlo fácilmente! —Brigid escuchó a Lucius hablar, aunque su voz sonaba lejana—. ¡Ve a buscar al duende, Draco; él sabrá decirnos si la espada es auténtica o no!
Brigid ni siquiera había advertido el regreso de Draco. Bellatrix se levantó y se alejó de ella unos instantes, dándole un pequeño respiro. Brigid se encogió en el suelo, abrazándose las piernas. No podía controlar los sollozos. Todo su cuerpo ardía de dolor. Sintió la sangre de sus heridas empapar su ropa, pero no le dio importancia alguna. Le costaba respirar, pero trató de hacerlo igualmente. Bellatrix iba a matarla. No le cabía duda alguna. Y no lo haría rápido, en absoluto. ¿Qué harían luego con ella? ¿Enviarían su cadáver a su padre? La idea le hizo sollozar más.
—Eres patética —escuchó decir a Bellatrix—. Una vergüenza para la noble casa Black, como tu padre, como su hermano. Sois todos patéticos.
Brigid no tenía fuerzas para responder. Se quedó inmóvil, tratando desesperadamente de tomar aire. Todo le daba vueltas. Ni siquiera era capaz de saber desde dónde había hablado Bellatrix.
Escuchó el sonido de la puerta al cerrarse nuevamente. Draco debía haber traído al duende. Tal vez, Bellatrix se olvidaría de ella un rato. Tal vez, se cansaría de jugar pronto. Si su intención era acabar con ella, en algún momento tendría que dar el golpe de gracia. No podía seguir torturándola eternamente. Brigid estaba bastante segura de que se volvería loca si lo hacía.
—¡Deja de retorcerte! —Bellatrix la levantó con brusquedad, sujetándola por los hombros—. Y pensar que por tus venas corre la misma sangre que por las mía... —Brigid jadeó, mientras Bellatrix la sacudía sin piedad—. Ojalá pudieras salir viva de aquí. Podrías darle mis saludos a papaíto. Tendrá que conformarse con tu cuerpo.
De modo que había acertado. Enviarían su cadáver a su padre. Brigid se encontró sonriendo sin saber siquiera el motivo. Bellatrix la inmovilizó contra el suelo. Brigid sintió la fría hoja de su cuchillo sobre su mejilla derecha.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Bellatrix, en un tono que le garantizaba que nada bueno iba a suceder—. Veo que tienes una sonrisa preciosa. Igualita a la de tu padre, ¿sabías?
Brigid jadeó, sin saber si debería responder o no. Bellatrix, desde luego, parecía querer que hablara, pero indudablemente solo para castigarla después. Pensó en sus amigos, abajo en el sótano. ¿Iba a morir sin poder despedirse de ellos? ¿Sin poder despedirse de Harry?
Un sonoro «¡crac!» resonó en el salón. El sonido que alguien producía al Aparecerse o Desaparecerse. Brigid frunció ligeramente el ceño. Había venido de abajo, o eso creía.
—¿Qué ha sido eso? —escuchó gritar a Lucius—. ¿Lo habéis oído? ¡Ese ruido en el sótano! ¡Draco! ¡No, llamad a Colagusano! ¡Que vaya él a ver qué pasa!
—Ojalá hayan escapado —susurró Brigid.
No se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta. Suspiró y cerró los ojos, relajándose sobre el suelo frío. Entonces, sintió cómo el puñal le atravesaba el rostro, desde la comisura de los labios hasta la altura de su ojo derecho, aunque afortunadamente sin llegar a éste.
Un aullido desgarrador salió de su garganta. Brigid se escuchó a sí misma gritar y apenas se reconoció a sí misma. Todo el lado derecho de su cara estaba lleno de sangre. Se le llenó de ésta la boca, le resbaló hacia la oreja, el pelo, el cuello. Gritó nuevamente, aunque esta vez la voz le salió como un graznido. Notó cómo la presión de Bellatrix sobre ella desaparecía.
—Toma, querida, creo que esta es tu varita —la escuchó decir, aunque sonaba a kilómetros de distancia—. Intenta curarte, si puedes, claro.
Algo ligero cayó sobre su pecho, pero no pudo sostener la varita. Resbaló al suelo y, aunque ella trató inútilmente de alcanzarla, se le escapó entre los torpes dedos. Bellatrix estaba burlándose de ella. Sabía perfectamente que no lograría usarla.
Brigid fue vagamente consciente de sus pasos alejándose, aunque el pitido en sus oídos parecía ahogar todo sonido. Creyó que perdería el conocimiento. Deseó que aquello sucediera, de hecho. Pero no fue así, puesto que aunque seguía inmóvil en el suelo, totalmente ajena a lo que sucedía entorno a ella, sabía que estaba despierta. El dolor se lo probaba. Sentía su mejilla abierta, latiendo violentamente. Sentía la sangre caer por su rostro sin descanso. También le dolían otras partes del cuerpo, todas si debía ser justa, pero el enorme quemazón de su rostro casi ahogaba las demás heridas.
Abrió los ojos, pero no era capaz de enfocar la vista en nada. Un débil sollozo la hizo temblar de pies a cabeza. Se dijo que aquello era todo. Su cuerpo no resistiría nada más. Se había acabado. Morrigan le concedería la muerte. Tenía que dársela. Lo rogó silenciosamente. Solo quería que terminara ya. Aquel dolor era enloquecedor.
Dejó escapar un débil quejido cuando unos brazos la levantaron de nuevo del suelo y las afiladas uñas de Bellatrix se le clavaron nuevamente en la piel. Brigid ni siquiera sacó fuerzas para gritar. Bellatrix le sujetó por la frente y le echó la cabeza hacia atrás. La mirada borrosa de Brigid trató de distinguir qué pasaba, pero no lograba ver nada.
—¡¡Deteneos o la mato!! —Las palabras de Bellatrix tardaron unos segundos en cobrar sentido—. Soltad las varitas. ¡Soltadlas si no queréis que le deje la otra mejilla a juego!
—¡Déjala! —Aquella voz sacudió algo en Brigid. Sus labios dejaron escapar un débil «Harry». Bellatrix se carcajeó.
—¿La oyes, Potter? Está llamándote —se burló—. Suéltala a no ser que quieras que la mate.
—No —gimió Brigid—. No.
—¿Escuchas? —Bellatrix parecía disfrutar enormemente—. No quiere morir, Potter. No quiere, ¿no es una pena?
—¡Suéltala! ¡Hemos dejado las varitas, suél...!
—Nunca dije que fuera a dejarla vivir, por desgracia. —Hubo un segundo de silencio. Brigid sintió la punta de una varita apoyarse en su sien—. ¡Avada kedavra!
Fue una sensación extraña la que experimentó cuando el rayo la golpeó. De un momento a otro, todo dolor desapareció. Brigid sintió su cuerpo flotar. Resultaba una sensación agradable. Placentera, después de todo lo vivido. Escuchó el grito de dolor de Harry y fue plenamente consciente de cómo Bellatrix la soltaba. Su cuerpo cayó derrumbado en el suelo y se quedó inmóvil sobre él.
Debería haber acabado ahí, pero Brigid aún sentía algo. Un cosquilleo, un susurro. Una promesa de que aquello no era el final. Y así se lo confirmó la voz de Morrigan.
Fue como regresar a ese momento en los jardines de Hogwarts, frente a Barty Crouch Jr. Brigid sintió la presencia de Morrigan, sintió la magia de la vieja hechicera en ella, pero como nunca antes la había experimentado. Brigid sentía la muerte en cada centímetro de su piel, su magia recorriendo sus venas.
No supo que se había puesto en pie hasta que sus ojos recuperaron la visión. Recorrió con la mirada el salón, siendo testigo de las expresiones de horror de todos los presentes. Los Malfoy parecían a punto de vomitar. Bellatrix Lestrange la contemplaba como quien ve un espejismo. Ron y Nova estaban pálidos como muertos. Y Harry...
Harry dejó a un lado su sorpresa y pánico para dejar ver una pequeña sonrisa. Brigid sintió algo cálido en el pecho, incluso cuando aquello no parecía posible en esa situación. La magia de Morrigan, la propia Morrigan, la envolvía. Un halo oscuro rodeaba su cuerpo. Sonreía.
—Bellatrix Lestrange. —La hechicera y ella pronunciaron las palabras a la vez, y lo hicieron con enorme satisfacción—. Eres patética.
—E-e-es imposible —tartamudeó la mujer—. Es...
—¿En serio creíste que podrías matar a la propia muerte? —Morrigan estaba disfrutando de ese momento. Brigid lo sabía—. Y yo que creía que no podías ser más estúpida.
—¡Bree —gritó Harry, atrayendo su atención. Estaba junto a Ron y Nova y llevaba al duende, Griphook, al hombro. A sus pies, Brigid distinguió a un elfo doméstico. Dobby—, tenemos que irnos!
Brigid dudó, pero Morrigan no estaba dispuesta a desaprovechar la oportunidad.
—Vas a pagar por lo que le has hecho a Brigid —aseguró la hechicera.
Brigid alzó las manos o, mejor dicho, lo hizo Morrigan. Toda la muerte que antes no había sentido vino a ella de golpe. Se preparó para traer a tantos espíritus como le fuera posible. Debía castigar, debía vengarse. Una carcajada cruel brotó de sus labios.
—¡BREE!
Por encima de todo lo demás, Brigid escuchó un grito que le hizo detenerse un momento. Sus ojos fueron a Harry, que corría hacia ella. Ron, Nova y el duende habían desaparecido, junto a Dobby. Los brazos de Harry le rodearon. Entonces, el elfo doméstico apareció a sus pies y ofreció a Harry su mano, que éste tomó sin dudar.
Sucedió en un fogonazo: Brigid vio el puñal volar hacia ellos, mientras los brazos de Harry la abrazaban con fuerza. Supo que se habían desaparecido. Escuchó la voz de Morrigan. «Te mantendré viva, pequeña mía. Nos cobraremos nuestra venganza, te lo aseguro.» Sintió a la hechicera marchándose nuevamente y, con ella, toda fuerza que había recuperado tras la tortura. Se desplomó en brazos de Harry. Sintió la muerte, acechando, muy cerca. Sintió el dolor. Y escuchó las palabras de su madre. «Descansa, mi Deneb. Te lo has ganado.»
pido perdón por adelantado por el capítulo larguísimo :)
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