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lx. young and sad








lx.
joven y triste








Los recuerdos que siguieron al ataque sorpresa en la boda se mantuvieron difusos durante los días siguientes. Tras recibir un golpe en la cabeza que la había dejado fuera de juego con rapidez, tanto ella como el resto de invitados que se habían quedado atrás fueron interrogados durante horas.

Brigid había sido consciente a medias de todo aquello. Había preguntado por Prim, que debía haber sido capaz de huir en mitad del combate. Había sido atendida, en la manera de lo posible, por Jessica. Había descubierto que Sirius y Remus se las habían arreglado para no ser atrapados. Había respondido con monosílabos a preguntas que no terminaba por entender. Y también había recibido una fuerte bofetada como consecuencia, que no hizo sino empeorar su mareo y lograr fuertes protestas por parte de Vega y Nova, a quienes habían llevado a una de las salas junto a ella.

Finalmente y tras horas interminables, fueron libres de marcharse. Vega tomó a Brigid del brazo y le dijo que lo mejor sería que pasara la noche en su casa. No se lo discutió.

No fue hasta que Vega le dio una poción curativa y la dejó dormir varias horas que por fin pudo librarse de aquel mareo y ordenar algo mejor sus pensamientos. Lo primero que hizo al despertar a la mañana siguiente fue enviarle un patronus a su padre, que sabía que estaría en una de las propiedades de la familia Black, lejos de Londres. Habían acordado que era más seguro para ambos alejarse de la capital durante un tiempo. Brigid había pasado las últimas semanas viviendo allí junto a su padre y Kreacher.

Se preguntó si sería buena idea tratar de contactar con Prim. No tenía idea de dónde podría estar y eso le inquietaba. Era hija de muggles y, aunque aún no había recibido demasiadas noticias sobre la política adoptada por el ministerio tras la caída de Scrimgeour, no creía que fuera a ser especialmente benevolente con los que tachaba de «sangre sucia».

Terminó enviándole un patronus, esperando que con éste no fuera a ponerla en peligro o algo similar. No quería imaginarse a Prim siendo perseguida por mortífagos o algo similar y que, de pronto, apareciera una cierva plateada para darle un mensaje.

«No digas tonterías. Estará escondida. Estará bien.» O eso esperaba.

Se marchó a casa con su padre aquella misma tarde, sin noticias de Prim. Vega y Fred le dijeron que podría quedarse otro día si así lo quería, pero ella insistió en que no era necesario. Veía a ambos tan agotados como ella misma estaba. No necesitaba causar más complicaciones, no cuando ya tenían bastante con ellos mismos y Teddy.

Encontró a su padre en la biblioteca de la casa. No le había avisado de que llegaría tan pronto, pero Regulus rápidamente dejó en lo que estaba trabajando, lo que le hizo preguntarse si tenía tan mala cara.

—¿Todo bien? —preguntó su padre, al tiempo que le abrazaba. Brigid contuvo un suspiro.

—Solo estoy cansada. Y no por la fiesta, precisamente —respondió, tratando de bromear. El intento no le salió especialmente bien—. No pasa nada.

Regulus le miró de arriba a abajo. Ante la falta de otra ropa que ponerse, habiendo dejado todo en la Madriguera, Vega le había dejado una camiseta y unos vaqueros, pero iba descalza y llevaba el vestido y los tacones de la boda bajo el brazo. Lo cierto era que no debía tener buen aspecto.

—¿Y si vas a dejar las cosas y ducharte mientras yo preparo algo de comer? —propuso Regulus.

Brigid arqueó las cejas.

—¿Cocinas?

—He tenido que practicarlo un poco ahora que Kreacher está en Grimmauld Place —admitió él, encogiéndose de hombros. El elfo había decidido permanecer en la residencia de Londres, aunque no había sido hasta que Brigid le había hecho la pregunta directamente que había confesado aquello—. Pero sé lo suficiente como para no envenenarte.

—Me parece bien —respondió Brigid, sonriendo ligeramente—. Bajo ahora.

Tan solo usaban cuatro habitaciones en la casa: la cocina, la biblioteca y dos dormitorios, con sus respectivos cuartos de baño. Ambos estaban en la primera planta, de modo que Brigid subió pesarosamente las escaleras hasta el suyo y dejó sobre la cama. Buscó ropa limpia en el armario y una toalla antes de dirigirse al baño.

Pese a estar en pleno agosto, Brigid estaba helada. Su temperatura corporal era baja por lo general. Según su padre, era una consecuencia de su don; a Gwen también le pasaba. Se quedó bajo el agua caliente durante más minutos de los requeridos, disfrutando del ardor en su piel y el vapor que se iba formando. Al cerrar el grifo, tomó la toalla y secó rápidamente, ocupándose del pelo con un hechizo.

Ahora que estaba más corto, era bastante más cómodo. Observó su reflejo en el espejo, desde el cabello teñido de rubio hasta las ojeras bajo sus ojos. Su rostro estaba excesivamente pálido. Negó, esbozando una mueca. Al menos, no quedaba rastro de la herida que le habían infringido.

Una vez vestida, salió del dormitorio y se dirigió de nuevo a la planta baja, de la que llegaba un olor que no supo identificar. Pasó la mirada por los retratos que decoraban el pasillo y que, por fortuna, no gritaban tanto como el de su abuela. Algunos, tenían nombres escritos en placas. Sus ojos recayeron, como siempre, en aquel cuya leyenda rezaba «Anthea Black». Sin embargo, como siempre, no había rastro de la mujer retratada.

Pensativa, dejó sus ojos vagar por el pasillo oscuro, mientras se dirigía hacia la cocina. Fue entonces cuando dio con una figura que la hizo detenerse al momento, casi sin aliento. Como todas y cada una de las veces anteriores, creyó que se le detendría el corazón al ver a un inmóvil Barty Crouch Jr. entre las sombras.

Brigid tomó aire despacio y cerró los ojos, deseando que cuando los abriera ya no estuviera allí. Sabía que no sucedería. Nunca era así. Pero no podía dejar de intentarlo.

—¿Deneb? —Brigid apretó los labios. Era Regulus quien le había llamado. Sonaba más cerca de lo que le gustaría en aquella situación—. ¿Vienes ya?

—Un momento —respondió ella, con voz estrangulada. Se animó a abrir los ojos y suspiró al ver que Crouch seguía allí, mirándola fijamente. No era un fantasma, o al menos estaba bastante segura de ello. No sentía su presencia, nada de él, simplemente le veía. Nunca había hablado, nunca se había movido. Se limitaba a mirarla—. Y-ya voy.

Pero su débil respuesta no debió ser suficiente para su padre, porque Regulus apareció en el pasillo tan solo dos segundos después, con expresión preocupada. Brigid tragó saliva.

—No pasa nada —dijo, echando a andar hacia él. Nadie más que ella veía a Crouch. Su padre no tenía por qué enterarse. No le gustaba marcharse sabiendo que seguía ahí, pero no podía quedarse en mitad del pasillo y pretender que todo iba bien—. Vamos a...

—Deneb —la interrumpió su padre, que se había quedado inmóvil a pocos pasos de ella—. ¿Por qué Crouch está aquí?

Brigid parpadeó.

—¿Le ves?

Regulus, con la mirada fija en Crouch, asintió despacio. Brigid se quedó sin saber qué decir. Tragó saliva.

—¿Por qué está aquí, Deneb? —repitió Regulus.

—No lo sé —susurró ella—. Llevo semanas viéndole. No hace nada. Solo... Se queda ahí.

Los ojos de su padre fueron hasta ella. Regulus soltó un suspiro y asintió.

—¿No puedes hacer que se vaya?

Brigid negó con la cabeza. Regulus volvió a mirar a Crouch y entonces, apretando la mandíbula, avanzó hacia su hija y le tendió la mano.

—Venga, vamos a la cocina —le propuso.

Brigid se mordió el labio, nerviosa.

—No quiero irme si él sigue ahí.

—Ya no está.

Cuando Brigid se volvió a mirar de nuevo al fallecido mortífago, descubrió que era verdad. Se quedó contemplando el lugar donde antes había estado durante unos segundos. Luego, tomó la mano que su padre le tendía.

Ambos fueron a la cocina y Regulus le hizo un gesto a Brigid para que tomara asiento. Ella obedeció.

—Papá...

—No hace falta que expliques nada, Deneb.

—Le maté. —Lo soltó antes siquiera de que su padre acabara de hablar. Sus voces se superpusieron y luego la cocina quedó en silencio. Brigid miró fijamente a su padre—. Lo maté. De un modo horrible. Y le envié a un lugar incluso peor. El sitio donde tú estuviste, de donde os saqué a Sirius y a ti. Él no podrá salir nunca. Morrigan le condenó a ello. Me lo dijo. También me dijo cómo moriste. Lo sé todo. Sé lo del Horrocrux falso. Sé que intentaste matar a Voldemort. Tú no lo sabes, creo, pero... Pero creo que si te lo digo, tú...

Regulus se dejó caer en la silla frente a ella. Brigid se quedó en silencio. Parpadeó. Acababa de decirlo todo. Tomó aire despacio y lo dejó salir antes de atreverse a hablar.

—Papá...

—El lago —interrumpió él, entonces. Cerró los ojos y esbozó una mueca, como si el recuerdo le produjera algún tipo de dolor—. El guardapelo. Los inferi. Ya me acuerdo.

Brigid se quedó en silencio, sin saber qué podía decir al respecto. Regulus negó con la cabeza, perdido en sus pensamientos.

—Sabía que no volvería. Le dejé una carta a Gwen... —La voz se le rompió al pronunciar el nombre de la madre de Brigid—. F-fui a ver a Ariadne y... —Sus ojos adquirieron un matiz de sorpresa. Dejó morir la frase ahí—. Llevé a Kreacher. Le dije que se fuera. Y luego...

Brigid lo había visto. Se había pasado meses soñando con ello. Los inferi habían arrastrado a su padre, que por aquel entonces era poco mayor que ella, al lago. Le habían llevado al fondo. Y ahí se había ahogado, convencido de que había logrado debilitar al que alguna vez fue su señor.

—Estuve en un sitio oscuro mucho tiempo —continuó diciendo Regulus, negando—. Sé que ahí debían suceder cosas horribles, pero yo nunca...

—Morrigan te protegió —aclaró Brigid. Fue como si las palabras fueran susurradas en su oído por la hechicera—. Por Gwen, por mamá. Por mí. Debía de saber que habría un momento en el que yo podría sacarte de allí.

—¿Y Barty está ahora allí?

—Sí. Morrigan quiso castigarle.

—Morrigan nunca... —Los ojos de su padre se abrieron al instante. Dirigió la mirada hacia ella entonces. Brigid pudo distinguir en sus facciones la ira y mezclada con el más puro horror—. Te hizo algo, ¿no es así?

—Él... —Las palabras se atascaron en su garganta. La vista se le nubló.

Antes de darse cuenta, estaba llorando abrazada a su padre. Regulus soltó un suspiro y acarició su espalda, mientras dejaba que se desahogara; llevaba demasiado tiempo necesitándolo. Contarle a su padre aquello. Hablarle de Crouch, de Morrigan, de su propia muerte. No había sabido cómo hacerlo, pero la aparición del mortífago le había dado la oportunidad perfecta.

Su padre la acompañó a su dormitorio un rato después, cuando Brigid había dejado de llorar pero quedaba a la vista que no sería capaz de probar bocado. Regulus le sugirió que lo mejor sería que descansara un poco. En la cama, sin embargo, Brigid no fue capaz de hacer otra cosa que dar vueltas y vueltas, incapaz de conciliar el sueño.

Cuando finalmente lo logró, tras lo que parecieron horas, sufrió una serie de pesadillas cortas y confusas que se disiparon tan pronto como el rostro de Cassiopeia apareció frente a ella. La joven, que había visto siempre con una sonrisa en el rostro y con ganas de bromear, parecía inusualmente seria.

—Hola —le saludó. Parecía tan cansada como la propia Brigid se sentía—. Esto es un asco, ¿no es así?

—Sí —masculló Brigid, sacudiendo la cabeza. Al mirar a su alrededor, advirtió que no reconocía el lugar—. No hemos causado el fin del mundo aún, ¿no?

—No, lo estamos haciendo bien —bromeó Cassiopeia, negando—. No sé por qué estás aquí, de hecho.

—¿Aquí? —repitió Brigid, frunciendo el ceño. Echando un nuevo vistazo al lugar, comprendió lo que sucedía. Se encontraba en lo que debía ser el dormitorio de Cassiopeia. La chica estaba sentada en la cama deshecha. Había caos allá donde mirara. Sobre la mesilla de noche, localizó una foto de ella con Harry. No era el Harry que ella conocía, se obligó a recordar, pero le fue imposible encontrar una diferencia entre ambos, más allá del color de ojos: los de aquel Harry eran gris plata, nada que ver con el azul cambiante del Harry que conocía—. Nunca antes había podido ver tu universo.

—Ya lo sé, y me extrañaría más si no estuviera tan cansada —masculló Cassiopeia, masajeándose las sienes—. Llevamos un par de días complicados por aquí.

—Ya, te entiendo —negó Brigid—. Bastante, de hecho. Mi Harry se ha ido.

Cassiopeia le dirigió una larga mirada y, tras unos instantes, asintió.

—El mío también.

Brigid suspiró y se sentó en la cama junto a ella. Cassiopeia tenía la mirada perdida.

—No sé cómo vamos a salir de esta —dijo, despacio—. Tengo la sensación de que el final de la guerra también será el final de la unión entre nosotros tres. Y no puedo dejar de pensar en las palabras de Atlas.

La muerte era la aparente respuesta. Puede que la de uno de ellos, o la de los tres. No podían saberlo.

—¿Atlas no ha tenido ninguna visión sobre eso últimamente?

—Llevo sin verle el mismo tiempo que a ti —aclaró Cassiopeia, encogiéndose de hombros—. No lo sé.

Alguien llamó a la puerta y la rubia gritó «Adelante». A punto estuvo de soltar Brigid un grito de sorpresa al ver entrar a Sirius Black. Idéntico al que ella conocía, pero siendo otra persona. Aquello era de locos.

—Bells, nos iremos pronto —le dijo el hombre a Cassiopeia. Ésta asintió—. ¿Qué vas a hacer?

—No lo sé —respondió ésta, negando—. Yo... Sé que tenéis prisa. Baja, ahora iré yo.

Sirius la miró un momento, dudando en qué decir. Dio la impresión de que se tragó sus palabras, porque asintió y se marchó sin decir más, cerrando la puerta a sus espaldas.

Cassiopeia suspiró y se dejó caer hacia atrás en la cama, negando con la cabeza.

—Estoy harta. Cansada. Jamás pensé que realmente me tocaría vivir una situación así.

—Lo sé —susurró Brigid, tumbándose junto a ella—. No sé cómo vamos a sobrevivir a ella. No solo tú y yo, sino también toda la gente que me importa. Estoy aterrada.

—Créeme —masculló Cassiopeia—. Yo también.


























Brigid se despertó con un pensamiento desagradable en la cabeza: ni ella ni Harry habían podido desearse feliz cumpleaños el día correcto. Ninguno había pasado su diecisiete cumpleaños con el otro. No habían podido disfrutar su mayoría de edad juntos, ni siquiera darse un regalo.

Teniendo en cuenta de que existía la posibilidad de que no vivieran para el siguiente cumpleaños, le disgustaba ver cómo no habían podido aprovechar sus respectivos cumpleaños mejor.

Ni siquiera sabía de dónde había surgido esa idea, pero le bastó para bajar a desayunar arrastrando los pies y con más bien poco apetito. Sin embargo, su padre se aseguró de que comiera algo antes de dejarla regresar a su dormitorio. Aún no tenía noticias de Prim. Ni de nadie, de hecho.

Cuando su padre le pasó El Profeta en la cocina, con expresión lúgubre en el rostro, supo que se avecinaban nuevas y terribles noticias. Pero eso no evitó que un grito ahogado de sorpresa se le escapara mientras leía cómo la nueva política del Ministerio sería convertir Hogwarts en una escuela obligatoria, de la que ahora estaría al frente ni más ni menos que Severus Snape. El hombre que había matado a Dumbledore le quitaba el puesto.

—¿Y la profesora McGonagall? —protestó, con voz queda—. O el resto de profesores. Esto no puede... —Entonces, tragó saliva—. Llevarán a todos los hijos de muggles a Hogwarts.

Su padre asintió.

—Sabes para qué.

Brigid se estremeció. Apartó el periódico, preocupada.

—No tengo más remedio que volver, ¿verdad? —preguntó, con un hilo de voz. Hasta ese momento, no se había planteado realmente aquella opción. Sabía que Harry, Ron y Hermione no volverían. No había pensado en seguir sus pasos, pero mientras contemplaba el artículo, no pudo evitar preguntarse si debería—. Es eso o esconderme.

Se puso en pie. Nova. Susan. Tenía que saber qué iban a hacer. ¿Volverían? ¿Se ocultarían como el resto de su familia? ¿Y el resto de sus compañeros? ¿Qué harían? ¿Y en qué se convertiría Hogwarts bajo el mando de Snape?

—Los Carrow también estarán allí —dijo, tomando nuevamente El Profeta—. Alecto Carrow, Estudios Muggles. Amycus, Defensa Contra las Artes Oscuras. Amaya, Historia de la Magia.

Sabía de la desaparición de la profesora Charity Burbage. Debían de haber retirado a Binns de algún modo. Eso había permitido a los Carrow hacerse con el puesto, ahora que la plaza de Snape también quedaba libre. Brigid negó con la cabeza, sintiendo ira y miedo a partes iguales. Se habían hecho con Hogwarts y a saber qué podrían hacer aprovechando esa posición. ¿Qué pasaría con los nuevos estudiantes de origen muggle? ¿Y con los que ya llevaban varios cursos allí? ¿O el resto de alumnos cuyas familias mantenían conexión con la Orden del Fénix?

—Deneb. —Su padre le puso la mano sobre el hombro. Brigid se volvió hacia él, con el rostro inundado en pánico—. Creo que deberíamos hacer una visita a Sword Cottage.

Brigid tardó un momento en recordar qué era aquello: una de las casas de la familia Potter en las que se había refugiado el matrimonio con su hija menor, Sirius y Nova Black, Susan Bones y Remus Lupin. Simplemente asintió.

—Tendremos que ir mediante Aparición —continuó diciendo su padre. Brigid asintió nuevamente.

Cuando Regulus le ofreció el brazo, ella lo aceptó sin pensar demasiado. Instantes después, y con una horrible sensación de mareo, Brigid se encontró frente a la puerta principal de la casa. Fue capaz de contener los deseos de vomitar, pero se dijo que nunca se acostumbraría a ello.

Fue Regulus quien llamó a la puerta. Susan la abrió tan solo diez segundos después. Estaba pálida, pero abrazó a Brigid tan pronto la vio. No le costó mucho imaginar que ya estaban al tanto de las noticias de Hogwarts.

—¿Quién es, Susan? —escucharon gritar a Sirius. A Brigid no se le pasó por alto cómo su padre tensaba los hombros ante aquella voz.

—¡Brigid y Regulus!

—¡Bree!

Nova apareció en el vestíbulo al momento, dirigiendo una débil sonrisa a su prima. Saludó a su tío con un gesto y tomó con decisión la mano de Brigid.

—Venid al salón, estamos todos allí —explicó, guiándoles—. Supongo que ya sabréis lo de Snape y los Carrow.

—Por desgracia —masculló Brigid.

Ariadne abrazó a la joven tan pronto entró, mostrándole una amplia sonrisa pese a su rostro cansado. James, con Medea en brazos, le saludó sin levantarse del sofá. Remus y Sirius no estaban presentes, pero aparecieron poco después de que los recién llegados tomaron asiento.

Una vez todos estuvieron cómodos, se instauró el silencio. Brigid buscó con la mirada los ojos de Nova y Susan. Ambas, sentadas frente a ella, mantenían el semblante grave. Fue finalmente la menor de las Black quien, negando con la cabeza, dijo:

—Vamos a tener que volver a Hogwarts. No parece haber otra opción, ¿no es así?

—Si supone un peligro para vosotras, siempre habrá otra opción —replicó James—. Necesitamos tener garantizada vuestra seguridad.

—No es como si estuviera garantizada en ninguna parte del país —opinó Susan, arqueando las cejas—. Nadie está a salvo ahora mismo. No hay refugio por completo seguro. Creo que eso ha quedado claro.

—No estarás diciendo que realmente quieres ir —comentó Remus, arqueado una ceja. Susan se encogió de hombros.

—No quiero, pero tampoco quiero quedarme encerrada aquí sabiendo que, igualmente, todos corremos peligro —respondió Susan—. En Hogwarts no pueden matarnos. No pueden empezar a matar a los estudiantes. Sería demasiado, incluso para Quien-vosotros-sabéis. Pondría a varios de sus apoyos en su contra. Pero si nos encuentran aquí o en cualquier otro lugar, especialmente cuando deberíamos estar en la escuela, ahí sí podrían hacerlo. Sin consecuencias.

—Eso no significará que podáis estar seguros allí, Susan —intervino James—. Sabemos cómo son Snape y los Carrow. Podrían crear todo tipo de castigos. Torturas. Y sabéis que vosotros seríais su principal objetivo. No podemos permitirlo.

—Pero necesitaréis a informantes desde Hogwarts para saber lo que realmente sucede. —Brigid no levantó la mirada del suelo—. Habrá niños en peligro allí. Nosotros podemos ayudarles. Podemos hacer saber al exterior lo que sucede. Si no vamos, ¿cómo lo sabremos?

—No vais a arriesgaros simplemente para haver de espías —replicó Sirius, negando categóricamente—. Es una estupidez.

—¿Y cuál es la otra opción? ¿Escondernos durante meses, sabiendo que en cualquier momento pueden encontrarnos, atacarnos? ¿Y que, una vez eso pase, habría que volver a empezar? —Nova tenía una expresión que Brigid nunca había visto en su rostro. Un pánico enorme y una resolución a la par—. Brigid tiene razón. Y Susan. Nos arriesgamos igualmente aquí. Si vamos a estar en peligro, al menos podemos estar haciendo algo bueno allí.

—Altair —habló su padre—, no es buena idea y lo sabes. No vamos a permitir que tres niñas...

—Tres niñas que ya han participado, como mínimo, en dos batallas contra los mortífagos —replicó Nova, frunciendo el ceño—. Eso cuenta para algo, ¿no es así?

Un tenso silencio cayó nuevamente en la habitación. Nova miraba desafiante a su alrededor. Susan, junto a ella, era la viva imagen de la tranquilidad: ya había asumido que regresaría a Hogwarts, sucediera lo que sucediese. Y Brigid... Sus ojos fueron a su padre y luego a Ariadne. Ninguno había opinado aún.

—Estoy segura de que hacíais cosas más peligrosas con nuestra edad —habló finalmente ella—. Y no digo que esté bien, pero os pido que lo entendáis. Harry, Ron y Hermione están ahora quién sabe dónde, buscando un modo de acabar con esto. No sabemos nada de Prim. Nuestros amigos probablemente regresen a Hogwarts, especialmente ahora que es obligatorio. Conocemos los riesgos. Sabemos a lo que nos estamos enfrentando. Pero este es el modo en que podemos ayudar. Y puede ser la manera en la que nuestras vidas corran menos peligro.

—Me uní a las filas del Señor Tenebroso bajo obligación a los dieciséis años. —Brigid se volvió con brusquedad hacia su padre cuando le escuchó hablar. Regulus tenía la mirada perdida—. No tardé demasiado en comenzar a pasar información de mi bando al enemigo mediante una espía de la Orden de diecisiete años que también estudiaba en Hogwarts en esos momentos. Dudo que ninguno estuviera seguro en ningún momento. —Sus ojos fueron a Ariadne, que parpadeó, desconcertada—. No deseo nada parecido para ti, Deneb, pero entiendo la necesidad de tomar parte en esto. Si prometes cautela e informar de todo lo que descubras... —Dejó escapar un suspiro y, negando, concluyó—: Puedes ir.

—¿Por qué no...? —empezó Ariadne.

Obliviate —susurró Regulus—. Te hice olvidar todo.

Hubo diversas reacciones ante aquello, pero Brigid solo prestó atención a Ariadne que, tras unos instantes, asintió despacio.

—Tenía mis sospechas —admitió, despacio—. Había demasiados huecos que no tenían sentido sin... sin ti, supongo. —Negó y, tras intercambiar una mirada con James, que había buscado su mano y ahora la sostenía con delicadeza, preguntó—: ¿Puedes revertirlo?

—Sí.

—Está bien. —Sus ojos azules, tan idénticos a los de su hijo que Brigid fue llevada por un momento a su despedida en la boda, fueron hasta ella—. No quiero para ti lo mismo que nosotros tuvimos que sufrir. Para ninguna de vosotras. Perdimos mucho en ese tiempo.

—Ya hemos perdido mucho —replicó Susan, con voz suave—. Queremos intentar no permitir que eso vuelva a suceder. Iré contigo, Bree, ya lo sabes.

Ésta asintió, sonriendo débilmente. La expresión decidida de Susan calmó algo del miedo que sentía en su interior.

—Yo también —dijo entonces Nova, volviéndose hacia su padre. Sirius la miró con ojos tristes. Nova suavizó el tono—. Estaré bien, papá. Pero es ahí donde puedo ser útil. Quiero ir. Tendré cuidado. No estaré sola. Déjame hacerlo, por favor.

Tras unos segundos, Sirius terminó asintiendo. De ese modo, quedó decidido: Brigid, Nova y Susan regresarían a Hogwarts. Ahora, solo quedaba ver si eran verdaderamente capaces de hacer algo útil en el castillo y confiar en no estar cavando su propia tumba.














casi una semana tarde y después de más tiempo del que me gustaría, pero aquí tenéis el capítulo de cumpleaños de bree :)

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