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two



CHAPTER TWO
valyrian gifts
(año 111 d.C)




A sir Harrold casi le dio un ataque cuando entraron a la sala del trono.

—Por los dioses —dijo sir Harrold, horrorizado por la vista del trono de hierro entre la oscuridad de la gran cámara.

—No se preocupe, sir —dijo Rhaegar, reprimiendo una risita que sabía sólo terminaría de sacarle más canas al Guardia Real. Rhaegar delineó el borde de la manga de su camisa, la mirada fija en el trono—. Yo me encargo desde aquí.

Por el semblante de sir Harrold, no estaba muy convencido de dejar al príncipe heredero de Poniente a solas con un hombre conocido por ser tan impredecible como su dragón era sanguinario. Caraxes y Daemon eran uno solo desde que se vincularon, lo que no hacía garantías tampoco sobre el temperamento del Príncipe Canalla. Sin embargo, a Rhaegar no le importó, por lo que sir Harrold tuvo que resignarse y cerrar las puertas a su espalda.

Él avanzó, el sonido de sus pasos resonaron en el silencio. La figura sentada en el trono, como un rey calculador e imponente, no pareció perturbarse por la llegada de Rhaegar; demasiado cómodo entre las peligrosas espadas y la promesa de fuego y sangre con la que Aegon, Rhaenys y Visenya doblegaron a Poniente a los pies de los Targaryen, de la magia del dragón.

Un escalofrío de anticipación subió por el cuerpo de Rhaegar, los vellos invisibles de sus brazos se erizaron. Esto no era más que una danza, una tentación pecaminosa; giros y giros de fuego de dragón que esperaban al que se quemara primero.

Sabes que sentarte allí puede ser considerado traición —dijo Rhaegar, sintiendo que la canción de fuego en sus venas se avivaba cerca de un igual—. ¿Verdad, kepus?

Las sombras del trono permanecieron quietas, impasibles; a la espera de que un dragón bebé solitario se acercara a la cueva del Caníbal y no viera jamás la luz del día. El sonido de repiqueteo, el eco y la pequeñez de Rhaegar en la grandeza de la sala del trono, sólo parecieron divertir a Daemon, que sonrió de forma ladina.

Sólo mantengo el asiento caliente para ti, taoba —dijo Daemon, la fluidez de su alto valyrio era igual de afilada que el borde de Hermana Oscura.

Rhaegar mordió su labio inferior, obligándose a ignorar la sensación de calor esparcida desde la parte baja de su columna hasta lo más alto del cuello; esa intimidad ofrecida por el alto valyrio en sus conversaciones, donde la gente común no los entendería y los septones temían demasiado al fuego de dragón para entrometerse.

Escuchar a hablar a Daemon en la lengua materna de los Targaryen no era algo a lo que Rhaegar estaba desacostumbrado; pero había cierto deje de posesión en su pronunciación de la palabra taoba, cuando Daemon la dirigía a Rhaegar, que siempre conseguía doblegarlo, lo hacía actuar como un idiota bajo la mirada burlona de su tío.

Rhaenyra me ha dicho que hace mucho no pasas por la corte —dijo Rhaegar, deteniéndose en la parte baja del trono, a unos pasos de las filosas espadas que servían de advertencia para cualquiera con las agallas de acercarse al símbolo del Conquistador.

«Aegon El Conquistador decidió volverlo lo más incómodo posible», había dicho su padre una vez, al Rhaegar de ocho onomásticos que estaba horrorizado por la idea de sentarse ahí un día para regir Poniente. «Un rey siempre debe estar alerta de su entorno. Si el trono lo corta, entonces no es un rey digno».

En los sueños más perversos de Rhaegar, esos en los que estaba más inclinado a ser Maegor que a ser Jaehaerys; no podía evitar preguntarse si el trono lo aceptaría cuando el momento llegara. Si le colocarían la corona y subiría las escaleras, un camino de espadas y filos, con tal de ocupar su lugar legítimo como descendiente de Aegon. O, por el contrario, el trono llenaría su cuerpo de cortes y los conquistadores lo rechazarían como sucesor del linaje. Si él sería Maegor II y una espada atravesaría la garganta de Rhaegar, por no ser digno de la dinastía y los dragones. A veces lo imaginaba, a veces el sueño se detenía y vómito subía a su garganta; pero él nunca lo dejaba irse.

Era el precio del trono de hierro. Poco para todo lo que Aegon, Visenya y Rhaenys hicieron en la Conquista; poco para que el príncipe prometido de la Canción de Hielo y Fuego viniera de su linaje y salvara al reino de la larga noche.

La corte es demasiado tediosa —dijo Daemon, su tono de voz hastiado e irritado, como cada vez que veía a Otto Hightower. El odio mutuo entre ellos era hilarante—. Me han dicho que tú tampoco estás ahí últimamente.

Vertí toda una jarra de vino encima de la Mano en mi último día de copero —dijo Rhaegar, sin poder evitar sentirse contagiado de la carcajada de Daemon al inclinarse hacia él, la luz del ventanal iluminando sus rasgos valyrios llenos de mezquina felicidad—. Kepa prohibió mi presencia hasta la mayoría de edad, o hasta que me disculpara con la Mano.

Me imagino que le dijiste dónde podía meterse su disculpa ¿Cierto, ñuha zaldrīzes?

Prefiero esperar otra luna hasta mi décimo y sexto onomástico, Kepus. —Rhaegar se encogió de hombros—. No estoy arrepentido de lo que hice, no me disculparé con la Mano.

Daemon sonrió.

Sȳz taoba.

Esta vez, Rhaegar estaba seguro de que su cuerpo entero estalló en llamas. Que se tropezó en Dragonstone y terminó en Montedragón, rodeado de los dragones salvajes y hambrientos, relamiendo sus colmillos a la vista de una presa. No había ninguna explicación lógica para la sensación de calor que ascendía por las venas de Rhaegar, uniéndose a la magia de su sangre, casi obligándolo a inclinarse a la voluntad de aquella voz ronca.

Su tío usaba esas mismas palabras, ese mismo tono, cuando hablaba con Caraxes.

Buen chico.

Como si fuera una posesión, como si le perteneciera.

Rhaegar se mordió el labio inferior con más fuerza. No quería que ningún sonido traicionero saliera de su boca, porque sería vergonzoso y lo llevaría a una reflexión personal para la que no tenía cabeza en el momento.

—Si no estás aquí por la corte —dijo Rhaegar, devuelta a la lengua común y con toda la intención de desviar el tema a un lugar más seguro. Un lugar donde el rostro de Rhaegar no se sintiera coloreado rojo sangre o su pecho no pareciera a punto de estallar por lo fuerte que le latía el corazón—. ¿A qué volviste?

—Escuché que prepararon un torneo —dijo Daemon, bajándose del trono de hierro. Tenía un collar de rubíes y acero alrededor de la muñeca, en la misma mano con la que sostenía un libro de cuero viejo—. Otro príncipe Targaryen viene al mundo. ¿Ya escogieron su huevo de dragón? ¿O tendrá que esperar a vincularse a uno sin jinete? Sé que Vermithor y Silverwing están en Dragonstone.

—A madre le daría un ataque si el bebé en su vientre fuera en búsqueda de aventuras a Montedragón —dijo Rhaegar, una sonrisa divertida recorrió su cara. Acababa de imaginarse a madre en el escenario y la escena era hilarante—. No, Rhaenyra escogió un huevo del pozo. De Dreamfyre, como Syrax. Y ella quiere que sea una niña.

—Mi pequeña dragón es una chica inteligente. —Daemon asintió—. ¿Eligieron un nombre?

—Visenya —dijo Rhaegar, sin inmutarse por el apodo a su hermana. Daemon le daba apodos a todo el mundo; incluso a Otto "el cabrón" Hightower—. Baelon, si es niño. Padre no quiere escuchar nada más que afirmaciones de que es el último.

Daemon se detuvo frente a Rhaegar, mucho más alto de lo que él aspiraba a ser. El aroma a cuero, dragón y Arbor Gold inundó los sentidos de Rhaegar, teniéndolo tan cerca, más de lo que había estado en años. Las aventuras a las Ciudades Libres de su tío sólo aumentaron con el pasar de las lunas y cuando Rhaegar llegó a la edad donde no se le permitía patalear para que lo cargaran, el contacto entre ambos se redujo.

No se dio cuenta de cuánto lo había extrañado.

—Te he traído algo —murmuró Daemon, la sonrisa ladina y burlesca se convirtió en una más genuina, más bonita; esa que sólo le daba a él o a Rhaenyra cuando les contaba historias de Valyria.

—¿Un collar? 

—Eso es para Nyra —dijo Daemon, su ceño se frunció con fingida irritación—. El libro, taoba.

Rhaegar no pudo evitar la risita que escapó de sus labios, como una doncella que celebraba su onomástico, al coger el libro forrado de cuero de las manos de Daemon. No tenía rotulo; pero el olor a dragón, antigüedad y a tinta seca lo hizo inhalar hondo, mientras leía las palabras escritas en las páginas, un trazo de elegancia que tanto caracterizaba a su cultura perdida. Alto valyrio.

—Las catorce flamas de Valyria —susurró Rhaegar, un nudo en la garganta le impidió respirar de forma correcta. El rugir de sus venas le latía en los oídos—. ¿Cómo lo conseguiste?

—Hermana Oscura y yo hicimos un trato al que la rata de biblioteca no pudo negarse —dijo Daemon, viéndose bastante complacido consigo mismo por los ojos cristalinos de Rhaegar—. Feliz onomástico, Rhaegar.

—Mi onomástico es en una luna.

—Entonces te lo volveré a decir en una luna.

Rhaegar jadeó, en un intento de disimular su sollozo. Sin importarle el decoro o la educación de los septones; enrolló los brazos alrededor del torso de Daemon y se colocó de puntillas, el rostro enterrado contra el jubón negro, que olía a Caraxes como el resto de él. No pasó ni un segundo antes de que se sintiera rodeado por la presencia imponente y cálida de su tío.

—Te extrañé, Kepus —confesó, el murmuro ahogado en el cuerpo de Daemon.

—Yo también te extrañé, ñuha zaldrīzes —dijo Daemon, su mano sujetaba con fuerza la parte trasera de la cabeza de Rhaegar, dedos enredados en los rizos plateados—. Ahora, quiero saber qué tanto ha mejorado tu alto valyrio.

—Mi alto valyrio sólo mejora cuando estás aquí —bromeó Rhaegar, su sonrisa era tenue. El dragón podrido entre ellos era evidente ahora, cuando Daemon se alejó de él, lo suficiente para verlo a los ojos con seriedad—. Escuchar la pronunciación de los septones me produce jaqueca. Nyra tenía mejor pronunciación a los cinco.

—Eso es una calumnia y lo sabes, lēkia.

Rhaegar había estado tan inmerso en la presencia de su tío que ni siquiera escuchó las puertas del salón del trono abrirse. Rhaenyra, vestida de un dorado igual de opaco y hermoso que las escamas de Syrax, con decoraciones bordadas de sutiles rojos en forma de escamas, los miraba a los dos de pie en lo alto de las escaleras. 

Los diez y cuatro onomásticos de su hermana no hicieron más que aumentar la belleza etérea y divina de la Vieja Valyria que nació con Rhaenyra, esa que la caracterizó desde que era una niña pequeña. Daemon la llamó una vez la mujer más hermosa de los Siete Reinos, coronándola como El Deleite del Reino y que cualquiera que estuviera en desacuerdo se enfrentaría al filo de Hermana Oscura, por la arrogancia de intentar rivalizar a una princesa Targaryen. 

El corazón traicionero de Rhaegar se estrujó al pensarlo. No era ignorante de la cantidad de Lores que codiciaban a su hermana; los hombres que vendrían a Desembarco del Rey desde distintas partes de los Siete Reinos para formarse en fila por una oportunidad de pedir la mano de Rhaenyra en matrimonio, cuando su diez y seis onomástico llegara. Sabía lo que ella pensaba de eso, prefiriendo una muerte gloriosa en dragón y batalla antes que cumplir los deberes reales asignados a las mujeres.

Rhaegar daría lo que fuera por conservar la alegría de Rhaenyra mientras ella y Daemon entraban a una discusión juguetona en alto valyrio; incluso si tuviera que cortarle la garganta a cada uno de los lores a los que se les salían los ojos mirando a Rhaenyra. Él quería darle la felicidad y libertad a su hermana que, como heredero, no tenía.

La corona pasará a mi hermano cuando sea el momento, Kepus —comentó Rhaenyra, las manos escondidas detrás de la espalda, su aspecto de niña inquieta e inocente colocó una sonrisa en los labios de Rhaegar—. Sentarte en el trono es considerado traición, podría hacer que te ejecutaran.

¿El viejo sir Harrold no pudo morderse la lengua? —inquirió Daemon, ignorando la risita de Rhaegar y la mirada burlona de su hermana—. Rhaegar y yo solucionamos ese problema, mi pequeña dragón. Recibe mi regalo sin hacer pucheros.

—Yo nunca hago pucheros —dijo Rhaenyra, haciendo un puchero.

El collar envuelto alrededor de la muñeca de Daemon estaba hecho de acero valyrio moldeado en un patrón de doble cadena, con dijes circulares forjados en rubíes; del que colgaba un dije de óvalos entrelazados en forma de flor unidos por otro rubí más grande que los demás. Era hermoso, igual que cada una de los accesorios que Daemon le daba a Rhaenyra, y Rhaegar podía decir que a ella no le dolió mucho quitarse el collar de oro en su cuello para reemplazarlo por el de su tío.

Hermosa —dijo Daemon, de forma aprobatoria.

—Cada vez la mimas más —decidió Rhaegar, sin pasar por alto el sonrojo de su hermana ante el cumplido—. La última vez que le trajiste un anillo, no se lo quitó ni para bañarse.

—Cállate, baboso —espetó Rhaenyra, dándole una mirada iracunda—. Tú tampoco te quitas los anillos que Kepus te regala.

Rhaenyra hizo énfasis en su punto con un ademán a las manos de Rhaegar, decoradas por anillos gruesos y otros delicados, bastantes similares a los que la misma Rhaenyra y Daemon tenían. Sin embargo, había uno en particular del que era extraño verlo sin desde que se lo dieron: enroscado alrededor del dedo del medio, el anillo de metal con forma de dragón miniatura de alas extendidas fue un regalo para Rhaegar en su décimo onomástico.

—Me da gusto saber que mis regalos son apreciados —dijo Daemon, con una sonrisa divertida a los dos. Los había visto discutir tanto que ya ni parpadeaba cuando trataban de golpearse el uno al otro; a pesar de los regaños de las septas por esas manías poco femeninas que Rhaegar influenciaba en Rhaenyra.

—Oh, tus regalos son muy apreciados —se burló Rhaenyra—. La última vez que hubo lluvia, Rhaegar se negó a volar a Aegarax por estar con la nariz metida en uno de esos libros que le trajiste desde Lys.

Rhaegar se sonrojó. A Aegarax le encantaba volar bajo la lluvia, uno de sus climas favoritos a pesar de que, junto al invierno y las tormentas, era de los climas más repelidos por los dragones, y Rhaegar no era conocido por negarle cosas a su amado guerrero esmeralda; aunque nunca al nivel de los mimos de Rhaenyra a Syrax. De verdad, esa vaca mutante se fracturaría las alas algún día.

—Estaba ayudando a Kepa con su maqueta de Valyria —protestó Rhaegar, negándose a darle una mirada a los ojos violáceos y calculadores de Daemon, los que sentía que le quemaban el cuello—. No podíamos decidir dónde se ubicaba el edificio que el libro mencionaba.

—¿Desde cuándo te ha importado esa maqueta?

—Desde que me despojaron de mi puesto como copero por humillar a la Mano. —Rhaegar olfateó con indignación—. Tengo que mantenerme en las buenas energías de Kepa para que se le quite el enojo porque no me disculpé con él, Nyra.

—No entiendo por qué tendrías que disculparte. —Rhaenyra se encogió de hombros—. La Mano se lo buscó.

Daemon soltó una carcajada. Él los acercó a ambos hacia su pecho, abrazándolos fuertemente. El aroma a Arbor Gold y cuero inundó los sentidos de Rhaegar al instante, provocándole una repentina oleada de calor y expectación.

—Sabía que había una razón por la que eran mis sobrinos favoritos.

Rhaegar y Rhaenyra le dieron una mirada poco impresionada.

—Somos tus únicos sobrinos.

—Cuando esta semana termine, tendré otro sobrino al que mimar con regalos —dijo Daemon, como si lo considerara—. Tal vez los reemplace y me deshaga de ustedes dos de una buena vez, ya que no parecen apreciarme como deberían.

—Nos extrañarías demasiado dándole ataques a la corte y a nuestros padres, Kepus —dijo Rhaenyra, con una sonrisa burlesca. Luego, arrugó la nariz—. Uf ¿No te has dado un baño, Rhae? Apestas a sudor y gente común.

—Tú apestas a dragón y no me escuchas quejándome ¿O sí, Nyra?

—Los dos apestan —dijo Daemon, zanjando la discusión de inmediato—. Dense un baño y disfruten el espectáculo. Iré a atormentar a mi hermano.

—El rey —corrigió Rhaegar.

—Fue mi hermano antes de que siquiera lo consideraran en la línea de sucesión, taoba. —Daemon lo miró con obviedad—. Lo llamaré mi Rey cuando saque la lengua bípeda de ese cabrón de Hightower de la Torre de la Mano y de Desembarco del Rey también.

—¿Devuelta a Antigua? —sugirió Rhaenyra.

—A los siete infiernos si es necesario.

Rhaegar y Rhaenyra se atragantaron juntos, viendo a Daemon irse de la sala del trono con el aire a grandeza de un Canalla; ese título que se le había dado por la corte y los nobles que no sabían cómo controlar su lengua al tratarse de un príncipe Targaryen. Los hombros altos y altaneros de su tío, la postura en la que caminaba, con toda la intención de comerse el mundo, hizo que el estómago de Rhaegar diera un vuelco.

Tal vez sí debió comer algo antes de su entrenamiento. Se colocó enfermo del estómago en el peor momento posible.

—¿Qué fue ese sonrojo?

—¿Qué fue esa risita?

Ambos Targaryen se dieron una mirada cautelosa.

—Sólo lo extrañé —murmuró Rhaegar, incómodo del semblante de su hermana. Rhaenyra, además de ser la única capaz de soportar su llama, también tenía una habilidad perfeccionada con las lunas para leerlo igual que leía libros en alto valyrio. Y Rhaenyra era una prodigio en alto valyrio—. La vida en Desembarco del Rey es más divertida cuando él está aquí. Tal vez los dioses nos sonrían y le de un ataque a la Mano cuando lo vea.

—Ojalá —dijo Rhaenyra, acariciando el collar de acero valyrio.

Rhaegar no estaba lo suficientemente ajeno para darse cuenta que su hermana no respondió a su pregunta; aunque podía hacerse una buena idea de lo que ocurrió hace unos momentos, lo que cambio dentro de la mirada estrellada y lila de una Rhaenyra con diez y cuatro onomásticos, no seis o siete. Puede que Poniente y la Fe todavía miraran con mala cara al incesto; pero Rhaegar no era ajeno a las tradiciones de su familia y su cultura.

Y Rhaenyra siempre tuvo preferencia por Daemon, tanto como Rhaegar la tenía.

La idea lo hizo retroceder de inmediato. Ese era un mal camino de pensamiento, uno en el que se negaba a perderse.

—¿Cuántos dragones de oro apostamos a que un maestre visitara los aposentos de padre esta noche? —preguntó Rhaegar, en su lugar.

—Oh, no. —Rhaenyra le sonrió—. No hago apuestas estúpidas; el maestre estará allí antes que dé la hora del murciélago.

Riéndose de su pobre padre y rey; los dos hermanos abandonaron la sala del trono y la extraña energía entre ellos se quedó allí, enrollándose y en espera, como un dragón a punto de escupir fuego y dejar un baile de cenizas a su alrededor.




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