seven
CHAPTER SEVEN
baelon's egg
(año 112 d.C)
La mañana de Rhaegar iba bastante normal... hasta que su hermana entró en sus aposentos viéndose a punto de soltar un berrinche que se escucharía incluso en la península de Valyria.
Una oscura tela myriense cubría el cuerpo de Rhaenyra. El único color que distorsionaba el tema medianoche del vestido era un delicado bordado rojo en forma de dragones sobre el pecho descubierto; un rojo tan profundo que, alejado de la luz solar, se confundía entre el resto del negro. Rhaenyra estaba visiblemente furiosa, los ojos liliáceos parecían a menos de un segundo de escupirle fuego de dragón al primero que se acercara a ella y la irritara.
—Tranquila, Vhagar —dijo Rhaegar, dándole una mirada desconcertada al desastre que era su hermana pequeña—. ¿Qué pasó contigo? ¿No te dieron pasteles de limón antes de las lecciones de las septas?
—Peor —respondió Rhaenyra.
—¿Peor a que te nieguen pasteles de limón?
Él ni siquiera sabía que Rhaenyra podía considerar algo peor a que no le cumplieran sus caprichos; menos si se involucraba en dichos caprichos a los pasteles de limón. Siempre fue una niña muy mimada (Rhaegar no negaba que tenía su propia culpa en ello) y amaba esos pasteles; eran el postre favorito de la princesa y los Dioses ayuden a los cocineros del castillo como no hubiera al menos un plato repleto de estos en la mesa de la cena cada día.
Rhaenyra se sentó en la silla a su lado con una expresión turbulenta.
—Lord Corlys ofreció la mano de Laena en matrimonio a nuestro padre.
Bien, eso no era lo que esperaba escuchar.
De manera lógica, Rhaegar sabía que era cuestión de tiempo antes de que alguno de los lores de la corte ofreciera la mano de una casta y fértil hija al Rey. La idea no le resultaba desconocida, después de lo sucedido lunas atrás en esa reunión que había espiado junto a Laenor; pero Rhaegar había estado tan ocupado con sus deberes como príncipe heredero y en ignorar la existencia de Viserys que olvidó por completo que un nuevo matrimonio para el Rey ya era un acontecimiento sugerido en la mesa del consejo.
—¿En cuestión de qué, exactamente? —inquirió. Manos entrelazadas sostuvieron el mentón de Rhaegar, codos apoyados sobre la mesa en un gesto de irritación. Odiaba cuando sus mañanas se veían agriadas por la política—. Dudo que Lord Corlys haya tomado alguna vez una decisión en su vida sin asegurarse primero de que la ganancia será mayor que la perdida.
—La princesa Rhaenys no está muy feliz tampoco —comentó Rhaenyra, con el ceño fruncido. Él casi tuvo miedo de que la madera combustionara ante sus ojos; bajo el puro peso del poder vengativo de un dragón tan caprichoso como era su hermana pequeña.
—No arrugues el ceño, dulce hermana —reprendió Rhaegar. Alzó una mano y acarició la mejilla de Rhaenyra—. Arruinará tu hermosa cara.
Ella sonrió.
—No puedes adularme hasta erradicar mi enojo, hermano.
—¿No puedo? —Rhaegar se burló—. Vamos, cuéntame más acerca de este impío matrimonio. Seguro puedo hacer algo que provoque a Lord Corlys para desistir con la idea.
Sí, él era culpable de todos los cargos por lo mimada que estaba Rhaenyra. No iba a avergonzarse de su incapacidad a negarle cualquier cosa a los ojos de dragón de bebé en el arsenal de manipulación de su hermana; menos cuando se trataba de algo tan importante como lo era Laena para ella. Rhaegar invocaría el espíritu del Conquistador y haría de la Fortaleza Roja otro Harrenhal si Rhaenyra se lo pidiera.
—De acuerdo con lo que oí, es de gran importancia que las dos familias más grandes que quedan de Valyria se unan —dijo Rhaenyra, con un suspiro de resignación. Ella era tan fácil de convencer cuando se trataba del ego—. Mantener una imagen conjunta de nuestra fortaleza frente a los Ándalos. Las cosas han estado un poco tensas desde el Consejo de Harrenhal.
—Sí, eso creí —confesó, soltando un suspiro. No podía tener ni un día tranquilo en este castillo olvidado por los dioses—. ¿Y la razón no dicha sobre ello?
Ella se removió en su silla, incómoda. Rhaenyra dio un vistazo a la puerta cerrada, luego a Rhaegar y devuelta a la puerta, como si considerara. Aquella acción lo alertó de inmediato; su hermana menor nunca mostró cautela para los chismes de la corte, ella nunca estuvo tan consciente del juego político para morderse la lengua con las conversaciones delicadas.
Rhaenyra era un dragón de principio a fin; ostentosa y llamativa, no hecha ni educada para esconderse en las sombras o estar al acecho. Los dragones volaban directo a la presa, con los colmillos preparados y un dracarys en la boca. Ellos son las criaturas más visibles en la historia del mundo conocido; el juego de tronos era una cosa a la que debías acercarte con pinzas y mucha discreción. Siempre a la espera de un ataque traicionero, no uno de frente y honorable.
—Laena me dijo que Laenor le dijo que escuchó a sir Vaemond Velaryon discutir con Lord Corlys una luna atrás —comentó Rhaenyra, en alto valyrio. Siempre una buena opción si deseaban esconder secretos de las paredes con oídos que tenía la Fortaleza—. Esta dichosa Triarquía secuestró una nave Velaryon y la situación en los Peldaños alcanzó su punto crítico, lēkia. Laenor cree que Lord Corlys cree que si Laena es coronada Reina, el Rey se verá obligado a actuar.
Oh, Laenor. Siempre con el papel de Maestro de los Susurros. Rhaegar no tenía idea de qué haría sin la vena entrometida y de mujer cortesana en su mejor amigo.
—Dioses míos —murmuró Rhaegar, echándose hacia atrás en la silla. El recuerdo de las pilas de papeleo sobre la administración de Dragonstone le provocó una punzada de dolor—. Necesito vino fuerte para esto.
—¿Dorniense?
—Sí.
Una mueca fugaz cruzó el rostro de Rhaenyra. El vino favorito de Rhaegar era Arbor Gold; que quisiera vino fuerte dorniense era una señal de lo mal que estaban las cosas en cuestión de su tranquilidad mental. Cuando él más quería paz, menos la obtenía. Dioses, alguien dele algo de sentido común al Rey antes de que los sueños de dragón le exploten la cabeza a Rhaegar. No ha tenido una noche de sueño placentero desde los cinco.
—¿Crees que puedes convencer a Lord Corlys de tomar otra ruta? —inquirió Rhaenyra, sus labios en un puchero—. Laena ni siquiera aspira a ser Reina. Ella quiere encontrar y reclamar a Vhagar y vivir aventuras en las Ciudades Libres; no quedarse a verse bonita para los hombres de la corte. Sabes cómo es Laena, hermano.
—Puede que se me haya ocurrido una mejor idea para asegurarle el apoyo de la Corona a la flota Velaryon —señaló Rhaegar, con cautela. No deseaba darle ilusiones a Nyra; no cuando se trataba de Laena—. En realidad, ya era una idea en mi mente, por la situación de los Peldaños. Resulta que Dragonstone también está involucrada en ese lío.
Rhaenyra miró los papeles acumulados en la mesa.
—Nunca seré Reina —decidió ella.
—¿Tampoco reina consorte?
—Si esa es tu manera de pedir mi mano. —Rhaenyra olfateó en fingida ofensa—. Puedes darte por rechazado, hermano. No aceptaré algo menos que oro y joyas y romanticismo de alto nivel. La sequedad de las septas es lo suficiente deprimente, no necesito que mi matrimonio tenga un escalón menos que simple pasión.
Rhaegar rodó los ojos.
—Siempre es oro y joyas.
Las puertas de los aposentos se abrieron con un pesado golpe en el suelo. Sir Harrold entró, su capa blanca con bordes plateados ondeaba a sus espaldas. Sir Harrold desempeñó el papel del escudo jurado de Rhaegar luego del asesinato de sir Erick (y Rhaegar todavía no podía pensar en él sin querer echarse a llorar); pero ahora, con esos bordes plateados que lo indicaban como el nuevo Lord Comandante de la Guardia Real, también fue ascendido a escudo jurado del Rey.
Lo que dejaba a Rhaegar sin escudo jurado, de nuevo. Aunque en esta ocasión, tenía ideas diferentes a permitir que la Mano escogiera a su protector. Rhaegar no era un idiota. No cometería dos veces el error de una primera.
—Sir Harwin Strong, mi príncipe —anunció sir Harrold.
Detrás de sir Harrold, estaba el hombre que invadió la mente y las cavilaciones más profundas de Rhaegar desde el intento de asesinato fallido; incluso si prefería no rememorar el final del asunto o su molestia con el Rey evolucionaría a niveles desconocidos. Sir Harwin Strong, con sus rizos oscuros y hombros anchos, era un placer para la vista enfundado por su capa dorada como caballero en la Guardia de la Ciudad.
—¿Debería irme, lēkia? —preguntó Rhaenyra, en alto valyrio y con toda la actitud de que no quería irse.
—No, quédate ahí —ordenó, de la misma manera. Rhaegar ofreció una sonrisa a sir Harwin, confundido pero atento; y a sir Harrold, que parecía dispuesto a romper sus votos antes que involucrarse en otra travesura del príncipe—. Gracias, sir Harrold. Puedes retirarte, tengo un asunto que tratar con sir Strong.
Sir Harrold hizo una reverencia y cerró las puertas.
—Mi príncipe —dijo sir Harwin, imitando la reverencia del Guardia Real—. Princesa Rhaenyra.
—Disculpe la molestia de hacerlo llamar sin aviso, sir —comenzó Rhaegar, devuelta a su asiento en la mesa. Rhaenyra arrebató un dulce del tazón de aperitivos y lo mordisqueó—. Solo quería hacerle un par de preguntas.
—Un par de muchas, Quebrantahuesos —murmuró Rhaenyra, con una risita. Siempre el Deleite del Reino, ella.
—Bien. —Rhaegar asintió—. Siéntese, por favor.
—Preferiría no, mi príncipe —dijo sir Harwin, sin moverse de su lugar. Los hombros rectos y la mirada rápida, analítica, que sir Harwin dio a los aposentos no fue algo que pasó desapercibido para los ojos atentos de Rhaegar.
Interesante.
—Si así lo desea —dijo Rhaegar, encogiéndose de hombros con aparente indiferencia. Rhaenyra soltó otra risita—. Quiero empezar agradeciéndole por lo que hizo hace unas lunas, sir. Fue un evento muy desagradable para mí y para lady Alicent. ¿Espero que el Rey le haya dado su recompensa por ello?
—Salvar la vida del heredero dragón no es una gesta menor —dijo Rhaenyra, cuando sir Harwin dio la impresión de protestar. Ella le siguió la corriente a Rhaegar incluso sin saber lo que planeaba. Ah, cómo la adoraba—. Lo mínimo que debió hacerse era un torneo en su honor, sir Harwin.
—Solo cumplía mi deber, sus altezas.
Rhaegar y Rhaenyra se miraron de reojo.
—¿Hace cuánto es caballero en la Guardia de la Ciudad?
—Poco menos de un año —respondió sir Harwin, todavía confundido; pero rápido para reaccionar.
—¿Y me imagino que fue seleccionado por mi tío?
—Sí. —Sir Harwin parpadeó dos veces. No retrocedió; aunque se volvió cauteloso de repente—. El príncipe me escogió él mismo, como hizo con la mayoría de caballeros actuales en la Guardia. No fui un caso especial, mi príncipe.
—Aun así, tampoco es una gesta menor llamar la atención de mi tío —dijo Rhaegar, con un chasquido de lengua. Rhaenyra asintió, en una aparente emoción—. ¿Cómo fue esa selección, sir Harwin? ¿Cuál es el método de mi tío para ver a un hombre y decidir que es competente para proteger a la ciudad?
El semblante de sir Harwin se endureció.
—Lamento decir que eso es información que no puedo ofrecerle, mi príncipe. —La voz de Harwin salió pesada y tosca; sus hombros más tensos donde ya estaban moldeados en alerta—. El juramento a la Guardia y lealtad a mi Lord Comandante no me lo permite.
—Su Lord Comandante fue destituido del puesto cuando intentó matar a mi hermano —señaló Rhaenyra, arrebatando otro dulce del tazón.
—El príncipe no hizo tal cosa —dijo sir Harwin.
Estaba enojado, aquello era visible en sus ojos oscuros y expresivos; aunque se mantuvo respetuoso ante ellos. Rhaegar estaba cada vez más entusiasmado con este hombre.
—Mi tío ya no es Lord Comandante, como dijo mi hermana —comentó, tamborileando sus dedos decorados con anillos en la madera. Las alas extendidas de un dragón de acero le cosquillearon la piel—. Soy su príncipe, sir. Puedo simplemente ordenarle que me diga cómo hacía mi tío para elegirlos y tendrá que acatar mi orden.
—Entonces deberá quitarme la capa y exiliarme de la ciudad, príncipe Rhaegar. —Harwin lo miró a los ojos y Rhaegar vio un destello de violencia creciente en ellos. Bien—. Porque no traicionaré los secretos del príncipe de esa manera.
—¿Y si le ofrezco dragones de oro? —preguntó, con verdadera curiosidad.
Harwin apretó la mandíbula.
—Me quitaría la capa yo mismo antes de recibirlos.
Rhaegar asintió lentamente. Rhaenyra parecía impresionada, su mirada liliácea se desplazó de él a Harwin, que permaneció de pie e inmutable frente a ambos; incluso cuando Rhaegar se acercó con una bolsa cerrada en mano, de la que salía un sonido de tintineo con el más mínimo movimiento de esta.
Harwin miró la bolsa, se desabrochó la capa y la dejó doblada en sus brazos, junto a su espada. Luego hizo una reverencia; con todo el aire de estar listo para largarse a la primera señal de que no se vería irrespetuoso dándole la espalda al príncipe. Rhaenyra emitió un sonidito ahogado de sorpresa; aunque Rhaegar sonreía.
—Una última cosa. —Rhaegar tarareó, la satisfacción burbujeaba en su pecho—. Felicidades, acaba de tener un ascenso. Deseo que sea mi escudo jurado.
—Yo... —Sir Harwin parpadeó. Toda señal de pelea murió en su cara—. ¿Le ruego me disculpe?
Rhaenyra soltó una risotada.
—Me ha demostrado que tiene las cualidades que busco en un escudo jurado —dijo Rhaegar—. Lamento ponerlo aprueba, sir Harwin, pero era necesario. Le sorprendería la cantidad de cosas que pueden aprenderse de una persona con la guía correcta en una conversación. Y si mi tío confía en usted, yo también.
—Usted acaba de decir... —El pobre Harwin se veía aun más perdido que antes—. Acaba de decir que el príncipe trató de matarle.
—Yo no dije eso, Rhaenyra lo dijo. Yo solo corroboré la información de que mi tío ya no es Lord Comandante de la Guardia de la Ciudad. —Rhaegar se encogió de hombros—. No rompería ningún juramento si me decía cómo lo eligió, y de todas formas decidió no hacerlo, sir Harwin. Me demostró que es un hombre leal, un hombre capaz y preparado. Ni siquiera aceptó mi ofrecimiento de sentarse.
—Los hombros tensos lo delatan —señaló Rhaenyra, cuando Harwin se miró a sí mismo como si buscara un hueco en la máscara que portaba.
—Y, más importante —dijo Rhaegar—. Las únicas veces que miró a Rhaenyra directamente fue cuando ella intervenía. Mi hermana es la mujer más hermosa de los Siete Reinos —añadió, al notar el ceño confundido en el rostro de Harwin—. El Deleite del Reino, en realidad. Y usted no se desvío de nuestra conversación para contemplarla, ni una sola vez. Conoce su trabajo y está enfocado en ello, no se distrae con facilidad. Créame, he oído historias de las aventuras de la Guardia de la Ciudad en los burdeles.
—Los hombres ven un par de pechos desnudos y pierden el norte —murmuró Rhaenyra, con tono cantarín.
Rhaegar se rió del ligero sonrojo que picoteaba las mejillas de Harwin. Se preguntó si Harwin era de esos caballeros que pasaban su tiempo libre entre las piernas de una puta en Lecho de Pulgas, como el resto de sus hermanos en armas y la Guardia Real; los mismos que hacían juramentos de castidad a nombre de los Siete. Rhaenyra tenía razón, solo bastaba un par de pechos desnudos para que un hombre débil cayera de rodillas.
—Por eso, me demostró que tiene lo que necesito en un escudo jurado —concluyó, con más solemnidad que antes.
No podía dejar morir a nadie más. Rhaegar no soportaría tener en sus manos la sangre de sir Erick por una segunda vez.
—Y no cree que nuestro tío intentó asesinar a Rhaegar —agregó Rhaenyra.
—Exacto. —Rhaegar acarició la mano de Rhaenyra sobre la mesa—. Eso significa que tiene cerebro, sir Harwin. A diferencia de otras... personas.
—La Mano —Rhaenyra "tosió".
—Si acepta mi oferta —continúo—. Será nombrado escudo jurado del príncipe heredero; tendrá un aumento de sueldo y no tiene que recaer en los juramentos pusilánimes de la Guardia Real para ello. —Rhaegar tarareó ante el semblante sorprendido del caballero—. Es una tradición que el escudo jurado del Rey sea el Lord Comandante de la Guardia Real; pero las leyes ándalas no dicen nada sobre los escudos jurados de los herederos o demás personas de la realeza.
—El único que conoce las leyes mejor que Rhae es su propio padre, sir —comentó Rhaenyra.
—Con lo sucedido en Lecho de Pulgas. —Rhaegar carraspeó, un poco incómodo ahora—. Me di cuenta que necesito confiar con mi vida en la persona que tiene mi espalda. Y mi tío lo llamó su mejor hombre cuando desperté ese día maldito. Como dije; si él confiaba en usted, sé que yo puedo hacerlo. Entonces, ¿qué dice?
Sir Harwin Strong fue proclamado como el escudo jurado del príncipe Rhaegar Targaryen en el décimo quinto día de la tercera luna del año 112 después de la Conquista. El único que no se veía feliz con el giro de los acontecimientos fue la Mano del Rey, cosa que el príncipe anotó como una victoria propia a su historial.
***
Un llamado de Rhaenyra tomó a Rhaegar por sorpresa.
Estaba dándose un baño de agua hirviente luego de su entrenamiento matutino. Laenor, sentado a la mesa, lo colocó al día en alto valyrio con los asuntos delicados del reino de los cuales Rhaenyra no se enteraba como copero; más que nada porque ni siquiera la dejaban entrar a la cámara durante esas reuniones en particular. Había un par de sirvientas allí; niñas nuevas que se colocaron igual de rojas que las escamas de Meleys cuando Rhaegar salió desnudo de la tina.
—Y Kepa está haciendo más planes para la futura coronación de Laena —dijo Laenor, viéndose desconcertado y a punto de vomitar. Rhaegar sabía que solo lady Laena podía provocarle alguna reacción emocional a su primo deshidratado de ellas—. Debe haber otras opciones de ābrazȳrys para el rey, ¿no? Pensé que los buitres saltarían con ofertas apenas acabara el luto por la Reina.
—Nada formal, primo —dijo Rhaegar. Las sirvientas comenzaron la rutina de vestirlo; aunque la niña con la toalla tragó hondo cuando se acercó demasiado a su abdomen—. Si se han presentado más solicitudes aparte de Lord Corlys, fueron debajo de la mesa.
—Odio la política —decidió Laenor, con un suspiro—. ¿Qué estás planeando, de todos modos? ¿Vamos a volar?
—¿Lo dudas? —se burló, mientras la sirvienta abrochaba la capa negra con dragones rojos que decoraban el borde. Fue un regalo de Rhaenyra por su onomástico—. No he podido volar en Aegarax desde que el maestre me confino a la Fortaleza, y hubo tormenta unas noches atrás. Ya me debe de extrañar, mi pobre niño.
—Todavía no entiendo cómo a Aegarax pueden gustarle las tormentas. —Laenor parpadeó desconcertado—. Tu hijo del infierno es muy raro, primo.
Fuego de dragón, gritos desesperados, lluvia salpicada en su cara y el sonido de las olas rompiéndose contra su cuerpo cuando se hundió en el mar. Rhaegar parpadeó para alejar el recuerdo de la pesadilla; había hecho las pases hace mucho tiempo con sus sueños de dragón y la extraña afición de Aegarax por el clima no lo perturbaría.
Ya no tenía seis; ni un tío al cual acudir para sentirse seguro durante las peores noches a las que se enfrentaba con la pesadilla de su muerte. El Rey se había encargado bastante bien de ocuparse de aquello último, frente a sus narices.
—No lo llames hijo del infierno —reprendió, en un susurro desganado. No tenía cabeza para discutir por el apodo a Aegarax hoy.
Hubo un golpe de advertencia en la puerta. Harwin entró a los aposentos del príncipe, con un semblante contrariado y los ojos inquietos. Rhaegar supo de inmediato que eran malas noticias. Las sirvientas hicieron una profunda reverencia y salieron de los aposentos a paso rápido. Harwin se había vuelto una presencia constante en la Fortaleza Roja desde su nombramiento como escudo jurado de Rhaegar; el personal del castillo sabía que eran muy pocas las cosas que lograrían perturbar al heredero de Harrenhal de verdad.
—La princesa Rhaenyra pide su presencia —anunció Harwin—. En realidad, exigió que la viera ahora mismo en sus aposentos.
Laenor y Rhaegar compartieron una mirada desconcertada.
—Se supone que mi hermana está en una reunión del consejo privado —dijo Rhaegar, con la ceja izquierda alzada—. ¿Se canceló acaso?
—No lo sé, príncipe. —Sir Harwin se encogió de hombros—. La princesa Rhaenyra parecía molesta.
Y una Rhaenyra molesta era la segunda venida de Visenya.
En los aposentos de Rhaenyra, la vista del semblante pensativo de su hermana provocó un agujero profundo en el vientre de Rhaegar. Ella era una princesa de principio a fin; traída al mundo y educada por madre para volverse algún día la reina consorte de Rhaegar, una bonita esposa que le abriría las piernas y daría a luz a sus herederos. Ese era todo el papel que se esperaba de Rhaenyra, no que se preocupara. Las expectativas de una Reina con voz y voto en los asuntos de Poniente murieron junto a la Reina Alysanne.
—Hāedar —murmuró Rhaegar, colocándose de rodillas junto a la tina—. Ñuha gevī hāedar.
Rhaenyra se encontraba hundida en una tina de agua hirviente, con los hombros caídos y la frente mojada por una fina capa de sudor. Lady Laena estaba de pie junto a ella, una toalla mojada que ella retorcía en sus manos con preocupación. Laena dio una mirada a Laenor, luego a Rhaegar y por último a Rhaenyra, que no reaccionó a su presencia.
—Daemon entró al pozo y robó un huevo de Dreamfyre —dijo Rhaenyra. Sus palabras y voz eran tan bajas que bien podrían haber sido un soplido del viento—. El que escogí, para valonqar.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Rhaegar. Hacía mucho que no escuchaba el sonido de aquel nombre, prohibido en todo menos en ley para las personas que habitaban la Fortaleza. Él estaba enojado con su padre, con la Mano y el consejo por la forma en que desterraron a su tío; por lo que ni siquiera protestó cuando los susurros de las dos sílabas fueron acallados en chistidos o amenazas de quedar sin lengua.
Todavía se hablaba de él, sí. Las lenguas bípedas de Desembarco del Rey mantenían vivo la memoria del Príncipe Canalla, el Príncipe de la Ciudad, el jinete del anfíptero sangriento, el tío de Rhaegar; pero nunca se decía el nombre. Los rumores del destino del traidor que intentó asesinar a Rhaegar y la división obvia en la Casa del Dragón eran demasiado recientes; la ausencia de su tío demasiado dolorosa para soportar los recordatorios de su existencia.
—Baelon —dijo Rhaegar, con el pecho apretado—. ¿Por qué se llevaría el huevo, Nyra?
—No lo sé. —Rhaenyra frunció el ceño—. Pero lo quiero devuelta. Ese huevo no le pertenece a él, es de Baelon. No me importa si lo calcifican y nunca se rompe y se vuelve una reliquia; siempre será de Baelon.
Soltó un suspiro. Sabía lo difícil que había sido para ella acostumbrarse a la idea de que perdieron a su madre y hermano con pocas horas de diferencia; él notaba la forma en que Rhaenyra todavía miraba la silla vacía y silenciosa a un lado del Rey cuando cenaban juntos. Rhaegar, a diferencia de ella, podía hacer uso de sus deberes como distracción y no sentía ninguna vergüenza por eso. Prefería pensar en el papeleo de Dragonstone que hundir sus penas en la imagen de madre con el vientre abierto y sangre que manchaba sábanas prístinas.
Rhaenyra ni siquiera tenía un séquito de damas que la adularan por el día. Su única amiga era lady Laena, que había pasado más tiempo en Driftmark esas últimas lunas del luto a la Reina por la tensión entre la Casa Velaryon y la corona. Si no se contaba a sí mismo como compañía para Rhaenyra, ella estaba sola.
Su pobre y dulce hermana.
—¿Cuál fue la decisión del consejo? ¿Del Rey?
Ella pareció aun más molesta después de oírlo. Rhaegar no le reprocharía esa reacción: también se irritaba con cualquier mención del Rey.
—Envío a Otto Hightower y la Guardia Real a Dragonstone, incluyendo sir Criston.
—Ah, ¿por fin tendremos los restos del cabrón para enviar a Antigua? —Rhaegar sonrió, sin que le perturbara la alusión al escudo jurado dorniense de su hermana pequeña—. Kepus le cortará la cabeza con Hermana Oscura antes de ceder el huevo. Oh, que amables son los dioses con nosotros.
Rhaenyra lo miró; el asesinato una promesa en sus ojos liliáceos.
—Quiero ese huevo devuelta a Dragonpit —siseó ella, enterrando sus uñas afiladas en la muñeca de Rhaegar con violencia. Él se tragó un resoplido—. Kepus solo lo entregará si es a ti, no a Otto Hightower o a la Guardia Real. Dragonstone será una masacre para antes de la hora del ruiseñor y lo sabes.
—¿Y es un inconveniente porque...?
—Porque el derramamiento de sangre no nos devolverá el huevo —ella gruñó, como si Rhaegar fuera un idiota ignorante apropósito y eso la irritara a niveles inimaginables—. Y no creo que quieras la sombra de una masacre en las canciones sobre tu reinado, hermano.
Oh, habló en lengua común. Definitivamente estaba molesta.
—El culpable de esto es el Rey —dijo Rhaegar. Detrás de él, juró escuchar un murmuro cansado por parte de Laenor—. ¿A quién se le ocurre buena idea enviar a Otto Hightower, de todas las personas, para un enfrentamiento con Kepus? La sangre de esos hombres estará en las manos de Viserys, no en las mías.
—¡Rhaegar Targaryen!
—Está bien, está bien. —Él rodó los ojos—. Tranquila, Nyra. Iré por el maldito huevo de Baelon.
—Dioses, esto va a terminar tan mal —murmuró lady Laena.
Fue Laenor al final el que tuvo que distraer a los guardianes del pozo con quejas sobre la pereza y desmotivación de un Seasmoke bastante confundido; dándole a Rhaegar el tiempo suficiente para que sacara a Aegarax de su cueva de hibernación y escapara en lomos de dragón, con dirección a la sombra rocosa y fría de Dragonstone, mar arriba. El Rey estaría muy molesto cuando se enterara de esto.
Solo otra motivación para hacerlo. La meta de vida de Rhaegar estas lunas era causarle un ataque y dolores de cabeza a Viserys.
—Bueno, Rax —Rhaegar suspiró, los nudillos pálidos por la fuerza del agarre en las cadenas. Aegarax emitió un gorgoreo de escucha—. Es hora de volver a ver a Kepus. ¿Estás preparado, ñuha jorrāelagon? Caraxes debe extrañarte.
Aegarax agitó las alas, aumentando la velocidad con evidente entusiasmo. Caraxes y Syrax eran los únicos compañeros de vuelo de su guerrero esmeralda; la idea de encontrarse a uno de ellos cuando pasó tanto tiempo confinado al pozo debía ser la gloria para Aegarax, lo que hizo sentir mal de inmediato el corazón vinculado de Rhaegar. Su pobre niño.
Rhaegar inhaló hondo cuando la neblina se disolvió en el brillo dorado del ocaso, dándole una vista irrefutable a la majestuosidad volcánica del antiguo puesto de armada valyrio. Dragonstone, las tierras del príncipe heredero, el hogar de generaciones de Targaryen desde Daenys; el castillo en el que Aegon tuvo su sueño y se planeo la Conquista de Poniente.
Sus tierras, ocupadas todo este tiempo por el hombre acusado del intento de asesinato de Rhaegar. Más temprano que tarde se enfrentaría cara a cara con su tío después de cuatro horribles lunas separados el uno del otro.
¿Era demasiado tarde para que Rhaegar se escapara de regreso a Desembarco del Rey?
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