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Capítulo 3

Bienvenida

Sin duda ninguno de los dos recibiría el dinero de la apuesta... o quizá, él debía cobrar la mitad de eso, después de todo, no se equivocó con lo de la parte Hippie.

Nunca se le hubiera ocurrido que contratarían a una hermosa artista, de verdad creyó que con las expectativas que la escuela tenía, iban a contratar a cualquier aspirante que parecería que consumía crack por la tarde... Bueno, no es que pensara que todos los artistas consumieran, pero algunos realmente daban esa impresión. Quizá por eso en lo laboral, la impresión es fundamental.

Esta artista lucía radiante y llena de vida, con una mirada fresca que le hacía recordar a un cielo sin nubes en la época primaveral. Una sonrisa que exclamaba por encima que adoraba lo que realizaba con los pinceles y los lienzos.

La rubia se aclaró la garganta antes de abandonar la escoba dejando los trocitos de vidrio a un lado. Su mirada de ojos claros le observaba con gusto, provocándole curiosidad del porqué de su actitud — ¿El maestro de historia, dice?

— Sí, eso dije — respondió sin decorar más, asintiendo con la cabeza cortésmente — ¿Ya me conocía?

Y ella le sonrió — Algo escuché...— encogió los hombros — Una alumna te mencionó en mi taller.

— ¿De verdad? — la cuestión llegó a su mente a la velocidad de la luz, ladeó su cabeza al verla — ¿Por qué?

— No es nada malo — reveló casi riéndose por la manera que él había tomado sus palabras — Mis alumnos en el taller no tienen un mínimo conocimiento del mismo Da vinci, que es muy cliché... O de artistas de la época gótica. Supuse que era culpa tuya...

— ¿Mía? — se rió al escuchar esa acusación ladeando su cabeza por un momento dejando que su cabello cayera un poco. La esquina de sus labios se levantó un poco — Puede que sí, no les enseño cosas así.

Elsa alzó la ceja guardando una sonrisa para después — Esas cosas también son importantes, profesor... Aunque sí, entiendo que puede ser aburrido para aquellos a quienes el arte les parece solo un dibujo bonito.

Solo deseaba comprobar que tan cierto era eso de que nada se le escapaba.

— Evidentemente el arte es alguna más que algo bonito — el peliblanco reconocía cuando alguien intentaba ponerlo aprueba.

Arte, los temas de arte no era algo de lo que hablaba con regularidad, porque ciertamente no había nadie a quien le llamara esos temas. No, realmente no había ningún maestro interesado en ese tema. No era una rama en la que se metía desde hacía mucho tiempo, pero recordaba datos. Indagando en su mente descubrió que inmortalizaba en su memoria más de lo que él había creído.

La miró directo a los ojos, sin dudar un momento de su respuesta — No voy a agregar nada sobre Da vinci, todos conocemos que él es uno de los máximos representantes en el renacimiento italiano — tanteó un poco la cabeza a los lados, observando la inocente sonrisa de aquella rubia — El arte gótico, el arte de la edad media. Si no mal recuerdo, Giotto, Donatello... Duccio, fueron representantes importantes de esta maestría. Y Alberto Durero, quien fue el artista más reconocido del renacimiento alemán, logrando ser admirado y mantener contacto con genios italianos como Da vinci y Giovanni Bellini... — y es que una vez empezaba, su mente y lengua se conectaban provocando que hablara sin parar — Sus grabados alcanzaron gran difusión e inspiraron a expresionistas alemanes siglos después... ¿Fue demasiado, cierto?

Elsa no pudo hacer más que reír cuando él decidió no seguir, no como una burla y esperaba no verse mal, pero es que realmente la impresionó. Y, a decir verdad, de todo lo que había dicho sabía al menos un cuarenta por ciento y pudo recordar otros detalles — ¡No, fue increíble! ¡Tienes razón, no te equivocaste en nada! — y es que si no fingía que sabía cada dato que él había lanzado, quedaría como una boba, pero ella no era una Wikipedia andante. Se rió admitiendo su derrota — Acepto que incluso me enseñaste otras cosas que no sabía

— ¿Si? — cuestionó humildemente, un poco avergonzado por no saber exactamente cuándo parar de hablar. Por un segundo creyó haberla aburrido.

La rubia asintió peinando su flequillo hacia atrás — Sí, ha sido fascinante. Pensé que solo sabría sobre la segunda guerra mundial... No digo que sea menos importantes, pero hay otros acontecimientos que deben saberse.

Jack enarcó una ceja devolviéndole la sonrisa — ¿Cómo cuales, por ejemplo?

Él simplemente estaba de pie ahí, como si apropósito lo hubiera hecho para que ella lo observara por el tiempo que le placiera. Era como una clase de escultura creada con el mármol más valioso, que agregaba cada detalle desde las despeinadas puntas del cabello blanco hasta los lustrosos zapatos, la profunda mirada azul galáctico y una amable sonrisa que jugaba bien con ese aspecto tan sencillo y llamativo al mismo tiempo.

Elsa carcajeó tirando su cabeza hacía atrás, no había previsto que él le regresara la tentativa — Bueno, espera un momento — pensó por un instante, no iba a quedar como estúpida. Claro que sabía de historia en general, pero no era rápida como él para recordar — ¿Qué me dices de la crisis de los misiles en el sesenta y dos?

Jack asintió dando su aprobación — Sí, ese es un gran tema.

Sonó un estrepitoso timbre molesto que le hizo sobre saltar en su lugar. Hacía mucho tiempo no escuchaba uno de esos, en las academias eso nunca sucedía.

Jack revisó su reloj dándose cuenta de lo rápido que el tiempo se pasó, como un instante demasiado fugaz — Tengo que irme a clases, espero encontrarnos más tarde.

— Yo espero lo mismo...

Jack le sonrió, acercándose cortésmente hacía ella ofreciéndole su mano — De verdad ha sido un placer conocerte — se despidió fijándose en los suaves ojos de cristal que le miraban amablemente, con una cálida sonrisa que decoraba los labios color carmín.

La platinada con un movimiento elegante estrechó su mano, otorgándole una profunda mirada a los ojos — El placer ha sido todo mío, Jackson.

Con un asentimiento, caminó apresurado hacia su siguientes dos horas y media de trabajo.

Elsa quedó con la mirada clavada a la puerta donde vio por última vez al peliblanco, sonriendo con naturalidad ante la buena bienvenida que había recibido en la escuela, le provocaba sentirse más a gusto en un ambiente que creyó sería más difícil desde el inicio. Bueno, no sabía cómo serían el resto de sus días en esa escuela, pero para ser el primer día no estaba tan mal.

Parecía que las horas en la escuela eran eternas, no mentía. Era su primer día y ya lo sentía muy inmortal. Podría descansar en su cama por un largo rato... o arreglando su habitación, que por supuesto, estaba hecha un maldito asco.

Llegó a su casa pasando sus manos por la espalda para quitarse ese horroroso sujetador. Más parecía una herramienta del diablo. Se despojó del sobretodo y su falda para quedar únicamente en la camisa de tirantes y la ropa interior, con los cuales disfrutaba andar en la privacidad de su casa. El clima era una terrible combinación entre el calor del calentamiento global y el maldito infierno combinados, y no tenía tiempo para instalar aire acondicionado o un ventilador de pared; pero tenía un cartón duro con el que podía abanicarse perfectamente bien.

Se sirvió un vaso frio de agua, sentándose en el sofá más largo para estirar sus piernas.

Lo cierto era que su día no había sido tan malo, ni siquiera fue malo, en realidad. Sus alumnos eran bastante buenos, era impresionante que en una escuela tan pequeña estuviera escondido tanto talento que gritaba por salir a flote. Su mente comenzó a maquinar una espléndida idea con los trabajos que ellos realizarían al final de año en ese taller.

Pensaba en presentarlos en la academia para ofrecer becas, o aún mejor, una exposición de arte en algún museo. No lo decidía, tal vez hiciera ambos. Solamente lo ganarían los que persistieran, en el camino muchos se echarían atrás... Comprendía que lo hicieran, ella alguna pensó en hacerlo porque creía que no era lo suficientemente buena. Muchos en su clase eran excelentes, tanto que le deprimía entregar sus trabajos junto con los de sus demás compañeros. Es que, ¿Para que esforzarse? ¿Iba a mejorar algún día? ¿Qué tal si de todos modos la rechazaban en la academia? ¿Debería dedicarse a otra cosa? Solo quizá no le iba tan malo como en el arte...

Sin duda había recibido la mejores de las ayudas y decidió continuar. Y como lo agradecía.

Y aparte de eso, los profesores. No había hablado con nadie además de Eugene y Jack. No porque no quisiera... Bien, sí que era un poco por eso. Le asustaba un poco que los demás la vieran como un bicho raro, o quizá una mala impresión.

Imaginó de nuevo al profesor de historia, enfundado en ese traje que le iba bastante bien, como le oscurecía la mirada. Fue amable y hasta amistoso, lo que era extraño, siempre tuvo la mala imagen de un profesor anciano malhumorado que daba sus clases con aburrimiento extremo. Jack no parecía un aburrido, para nada un maestro de historia tedioso.

Era atractivo, el tipo de atrayente con el que se deleitaba admirar por horas. Más bien porque tenía ese aspecto interesante encima que lo hacía resaltar con una sonrisa abruptamente blanca. Y esa magnífica mirada. Oh, no olvidaba ese maldito debate en el que la había arrojado sin haberse dado cuenta. No podía decidirse en que tono o grado de azul estaba, pero simplemente se sentía perdida como una nave en el espacio o un barco en alta mar.

La platinada soltó su cabello sacudiendo un poco la cabeza dejando caer las ondas por su espalda — No creí que aceptar este trabajo tendría muchos beneficios.

El sonido de su teléfono la obligó a salir de sus pensamientos, obligándola a levantarse de su cómoda estancia en el sofá para tomar la llamada — Elsa Arendelle al habla.

— Hans Westergard contesta — respondió su amigo del otro lado del teléfono — Estoy escapando de mi jefa.

Elsa se rió burlonamente del pelirrojo volviendo a sentarse en el sofá — ¿Qué hizo ahora la bruja Gothel? ¿Tan mal te va con ella?

— Elsa, no hay mujer más desesperante que esa, esa... ¡Ah! — un agonizante suspiro exagerado la forzó a alejarse el celular un poco del oído — Amo mi trabajo, amo mi trabajo, amo mi trabajo... ¡Amo mi puto trabajo!

— Sí, amas tu trabajo, lo sé — le daba tanta risa los estados tan infantiles de Hans, a veces se preguntaba si de verdad tenía treinta años — Gothel es ruda, pero no es tan mala cuando la conoces... Créeme, trabajé con ella hace mucho, por eso te recomendé.

Hans arrugó la nariz cuando escuchó un nuevo dato sobre la platinada — No sabía que también eras periodista.

— Sí, bueno, algo así — se levantó de su asiento para servirse un poco de agua fría — ¿Y ya se fue?

— Está echando humos por todos lados, pero se desquita conmigo. Parece dictadora, juro que casi puedo ver como convierte su oficina en un horno.

Finalmente, la platinada rodó los ojos — Tú sí que te quejas.

— Cómo sea, ¿cómo le fue ahora a mi artista con los pubertos?

— Pues esos pubertos saben concentrarse mejor que tú, así que mueve tu sexy trasero y ve a trabajar.

— Ya, ya... ¿Pasó algo interesante?

Una sonrisa genuina se marcó en el rostro de la rubia — ¡Son increíbles! Hay chicos realmente talentosos ahí, realmente los adoré.

— Al menos tú tuviste un buen día, quizá convenza a Gothel para cubrir una nota sobre ti y tus pubertos con pintura. Solo quiero hacer algo y no revisar las notas que otros hacen para la dictadora.

— ¿Una nota sobre mí? — cuestionó dejando bailar un tono de gracia en su voz — Tú debes estar muy aburrido como para querer escribir sobre mí.

Hans rió — Créeme, si escribiera sobre ti seguramente ganaría un Pulitzer.

— Ah, sí. ¡Ya trabaja, holgazán!

— ¿Nos vemos está noche?

— Si es para sexo, no gracias, me duele todo.

De nuevo la platinada pudo escuchar la suave y profunda risa de su amigo — Pensaba en llevar unas pizzas y cerveza...

— ¡De acuerdo! Entonces te espero, guapo.

— Adiós, hermosa.

Ah, se sentía tan aburrida. Al tirar su teléfono sobre su sofá, miró alrededor de su casa. No era una casa tan grande, la verdad solo tenía dos habitaciones en la parte de arriba y un baño no muy espacioso. Lo único que había remodelado en esa casa era su cocina, un poco el baño, por eso tenía un poco más de espacio que antes y su estudio. Después de eso se sentía cómoda viviendo ahí. Su estudio era su parte favorita, por su puesto, hacía donde podía encerrarse y olvidarse que afuera estaba un mundo esperando por ella. Antes era más pequeño, pero con sus ingresos pudo poco a poco pagar un agrandamiento de su espacio. Fue el dinero mejor invertido.

La montaña de platos sin lavar estaba siendo estorbo en su cocina, la alfombra no se aspiraba sola. Como quisiera que se aspirara sola. Y su ropa... estaba entre comprar más ropa o lavar la que tenía. Era tan floja, tenía lavadora, no era como si la fuera a enjuagar a mano.

Por eso prefería su hermoso estudio, allí no pensaba en ser responsable y en hacer los quehaceres de toda la casa. Extrañamente era la única zona de su casa que permanecía pulcra... en el sentido que sabía dónde estaba cada cosa, porque de limpia realmente no tenía mucho, sabiendo que las manchas de pintura se veían por todos lados.

Se levantó del sofá, le subió volumen a la salsa y comenzó a limpiar cada rincón de su hogar con la música a tope. Sacudió los sillones, limpió los muebles con desinfectante con aroma a limón, pasó la aspiradora por todos lados mientras bailaba al son de su música favorita.

— I love Rock n' Roll! So put another dime in the jukebox, baby — ella juraba que la estaba cantando, pero sus vecinos añoraban un poco de paz.

Metió toda la ropa sucia en la lavadora y mientras esperaba que eso se mojara y secara, decidió dedicarse a los platos y ollas sucias. ¡Como odiaba que su maldito lavaplatos estuviera averiado! Le daba tanto asco tocar comida húmeda. Sin duda alguna, esa noche no sería tan genial como la anterior.

No era como si la situación con su suegra fuera tan miserable, de hecho, Jack apreciaba como muchas veces Elinor dejaba de ser tan irritable... A veces hasta horneaba deliciosas tartaletas de manzanas y de chocolate. Era bastante apacible si no se tocaban temas desagradables o alguien no fuera maleducado a la hora de cenar.

Por lo tanto, todo eso le era imposible para él, y siempre terminaban las cosas en problemas. Tanto con ella como con Mérida al llegar a casa. Los temas desagradables para ella eran absolutamente todos en los que ella no estuviera de acuerdo, parecía que quería manipular que todos pensaran exactamente lo mismo que ella.

Esa noche ella cumplía cincuenta y cuatro años, toda la familia estaba reunida por secciones, la de adultos y donde estaba su hija. Él estaba en la segunda, viendo como su hijita se recreaba con su juego de té importado de Arcoirislandia, un lugar mágico que solo ella era capaz de ver, donde las hadas, los unicornios voladores y las sirenas existían; y las personas tenían la piel de cada color del arcoíris. Lo más importante, él era el invitado de honor. ¿Quién querría estar en una plática de adultos aburridos cuando podría ser la persona más importante en el mundo mágico de su hija? Sí, las personas sin hijas y sin mundos mágicos.

— Y este pastelito lo hizo Trini, el hada azul, para ti — Adi le entregó a su papá un trozo de una galleta que preparó su abuela en un pequeño plato rosa — Dice que te felicita por vencer al dragón malo.

Jack tomó el platito rosa de las manos de la niña — ¡Oh! Gracias, dile a Trini que estaré ahí cuando necesite ayuda.

— Lo haré, pero luego cuando tú no estés, recuerda que son muy tímidas — la niña cubrió su boca tratando de no reírse de sus bobas amigas hadas — ¿Y ya nos vamos a ir, papi?

— Cuando tu mami se despida de la abuela — cargó a su princesita y la sentó sobre sus piernas — ¿Por qué? ¿Ya tienes sueño?

La pequeña pelirroja sacudió la cabeza afirmándolo — Un poquito...

Merida apareció dejándose caer rendida y con un rostro de absoluto fastidio sobre el suelo al lado de Jack — Odio las reuniones familiares. Siempre terminan hablando de mi ridícula infancia y de las cosas que hago mal, las cosas que hice mal y las que dan por hecho que haré mal.

— ¿Te molesta que te recuerden que hacías el baile de Barnie en todas las fiestas navideñas?

— Eso y que aún me pidan que lo haga — puso los ojos en blanco, dando un leve codazo al escuchar que Jack se reía de ella — Como sea, ¿qué hacen?

Jack bebió de su tasita rosa — Estamos en la hora del té, y creo que lo estás interrumpiendo. ¿Verdad, Adi?

La pequeña asintió con su cabeza, intentando burlarse de su mamá fingiendo ignorarla — Tu querías estar con los adultos, mami.

Merida tomó a su niña desprevenida, para llenar sus mejillas de besos mientras escuchaba su risita infantil sonándole como una linda melodía para sus oídos — ¿Y no quieres que juegue contigo, hermosa?

— ¡Si, si, si! ¡pero suéltame! — chilló sin saber cómo librarse se las cosquillas de su madre, en cuanto la soltó tomó bocanadas de aire — Mami, me quiero ir ya...

Mérida lanzó una mirada apenada a su hija, acariciando su cabello sedoso y rizado — ¿Estás cansada, mi amor?

— Sí...

Volteó a ver a Jack buscando alguna respuesta, pero él simplemente levantó los hombros — Es tu madre, tú decides.

— Bien, vamos... yo también estoy cansada — poniéndose de pie otra vez, le tendió la mano a su hijita quien la tomó rápidamente — Vamos, despídete de los abuelos.

En cuanto llegaron a su hogar, su pequeña pelirroja estaba completamente dormida en el regazo de su madre.

— ¿Crees que está durmiendo bien últimamente? — preguntó la pelirroja mayor cargando a la niña, observándola un poco preocupada — recientemente se cansa más rápido.

Jack abrió la puerta de su casa rápido para que ella pudiera pasar — Quizá juega mucho en la escuela... O es mucha tarea.

— Y si es por tarea... tu deberías ayudarla más, estás con ella más tiempo por la tarde que yo.

Fue el turno de Jack de cargar a Adi hasta su cuarto — Son sus tareas, le ayudo, pero no lo haré por ella, lo sabes.

— Yo sé eso, es solo que es una niña, Jack, necesita ayuda.

— Yo sé cómo la ayudo, y además son tareas de prescolar, no son pesadas. Quizá juega mucho...— dejó a la niña con cuidado sobre la cama apartando mechones de su rostro y quitándole sus zapatitos — No sé... no había notado que se siente cansada últimamente.

Mérida bufó — Claro que no... Y no nos culpó, nuestra cabeza está en muchos problemas aparte.

— Eso nos hace pésimos padres, ¿lo sabías?

— ¿Qué hacemos? — alzó sus ojos apreciando como en su ser crecía de a poco la preocupación.

Le incomodaba que su hija se enfermara de la nada, ¿quizá estaban siendo muy paranoicos? Y que se enfermaran frente a sus narices y que no se dieran cuenta de ellos por problemas entre ellos lo hacían sentir irresponsable y como un pésimo padre.

— Veamos cómo se siente mañana, ¿sí? Si sigue igual de cansada y se llega a sentir mal, la llevamos con un pediatra. Puede que esto sea pasajero...

— Yo espero que sea así... — estirándose un poco se adelantó a su habitación quitándose la ropa arrojándola al cesto de ropa sucia — ¿Cómo fue tu día?

Él también comenzó a quitarse esa molesta ropa para reemplazarla por una simple camiseta sin mangas y unos pantalones de pijama muy viejos — Ah... supongo que bien. Hay una nueva profesora.

— ¿Si? — se metió bajo la sábana de su cama matrimonial posando sus ojos claros sobre él con curiosidad — ¿Despidieron a alguien?

— No, es de un nuevo taller que abrieron. Hace más de un mes no mencionaban nada sobre eso, pero resulta que la semana pasada compraron todo para una clase de arte.

— Oh, ¿y quién es la artista? — cuestionó acercándose a su marido cuando esté entró bajó la sábana reposando su cabeza sobre su pecho — Porque si contrataron a alguien bueno, ¿cierto?

El peliblanco no pudo evitar hundir la mano en la esponjosa y rizada cabellera de su esposa, jugando con los rizos enrollándolos entre sus dedos. Y pensó en Elsa, la rubia de ojos cristalinos que había conocido esa mañana, y que por alguna razón no vio más tarde como había preferido — Pues, me detuve a hablar con ella un poco... Supongo que es buena, no he tenido la oportunidad de ver su trabajo. Es Elsa Arendelle, quizás tu hayas escuchado algo.

Mérida se tomó un momento para reaccionar ante lo que Jack había comentado — Mmm... no, no me suena. Aunque me sorprende que seas el que no sabe de ella, lees de todo.

Ah, como quisiera que eso fuera verdad. Hacía mucho no leía solo por placer, ahora debía repetir los temas que de memoria conocía. Literalmente. Su memoria fotográfica lo obligaba a nunca borrar de su memoria cualquier clase de información que leyera o escuchara, incluso la página en la que estaba. Y muchas veces fue tanto su maldición como un alivio. Pasaba casi tres o cuatro meses la última vez que cruzó por la puerta de una biblioteca, para hojear las páginas de un libro antiguo y memorizar esa valiosa información.

— Hace mucho no vas mucho a la biblioteca...

— He estado ocupado, lo sabes — la miró a los ojos dejando que la esquina de sus labios se levantara apenas — ¿Y tú día?

El humor de su esposa descendió — Mi jefe es un idiota, es realmente un idiota. Me trata como basura, ¿sabes? ser secretaria y atender las ordenes de otros no es lo mío.

— ¿Tan malo es?

Bufó — Bueno, no es tanto un idiota... Es solo que esto de ser secretaría es un asco. Yo debería estar escribiendo grandes columnas en las revistas, tomarme el tiempo para escribir un libro o... Apesta dejar lo que amo hacer, solo porque no gano nada — sus ojos turquesas se toparon con los suyos derramando una gran frustración — Nunca me hagas caso cuando te diga que consigas otro trabajo... A menos, claro, que sea de lo que amas. Nunca debí decirte eso, de hecho.

Jack juntó sus labios con gentileza, suave y lento besando a su esposa de ojos atormentados — ¿Por qué no vuelves a tu trabajo?

— ¿Con esa paga? Necesitamos el dinero, ¿recuerdas?

— Persevera, Mery...Te mataste años estudiando, y no para ser secretaria. Vuelve a tu empleo, trabajaremos ambos con horas extras y saldremos adelante — sonrió confortante a la pelirroja — Hazlo. Escribirás tu libro, escribirás grandes artículos en revistas.

Se sintió mejor escuchándolo decir eso, Jack era su fuente de calma. Siempre fue así de alguna manera, le provocaba besarlo en gratitud y fue eso lo que hizo simplemente. Acariciando cada palabra de aliento con sus labios — Lo haré cuando estemos un poco más estables, ¿sí? Si sacrifiqué mi trabajo, no lo haré en vano.

Jack volvió a unir sus labios — Lo harás bien...

Esa noche fue extrañamente placentera. Esa clase de placer que disfrutas en aquellos pequeños momentos de plenitud cuando todo va bien por al menos un segundo, que deseas muy en el interior que sea eterno. No peleas, no gritos. Simplemente una charla amena que duró horas antes de cerrar los ojos y abandonarse en el mundo de Morfeo.

En la escuela al día siguiente se impresionó viéndose llegar un poco más temprano de lo habitual, los alumnos apenas lograban aparecer.

En lugar de ir hacia la sala para maestros como naturalmente iba todas las mañanas, desvió su camino al taller de arte. Lo comía una enorme curiosidad de saber cómo este lucía, ya que no había tenido la oportunidad de verlo.

— Buenos días, profesor — saludaron sonrientes un par de alumnas que recién llegaban a la institución.

Él les regaló una sencilla sonrisa amable — Buenos días, niñas.

En respuesta aquellas adolescentes se fueron cotilleando haciendo resonar risillas inocentes. Eso era algo que le generaba cierta gracias al joven docente, que algunas de sus alumnas lo encontraran atractivo. Aunque de cierto modo era demasiado incómodo.

El taller de arte anteriormente había sido una simple habitación vacía donde se almacenaban mucha chatarra inservible. Sillas sin el asiento o sin alguna de sus patas, las mesas dobladas, pizarrones quebrados; también muchas computadoras averiadas y tubos de ensayo ya bastante viejos de la clase de química.

Ahora se veía como una habitación completamente distinta. Había mucha luz entrando por la ventana y todo estaba limpió, desprendía un suave olor a madera y a nuevo.

Al frente de la clase, estaba instalado en un caballete una preciosa obra de arte con la firma: Elsa Arendelle en la esquina inferior izquierda. Sus ojos azules apreciaron cada detalle de esa pintura y con cada segundo quedaba fascinado.

La puerta del salón se abrió dejando ver a la dueña de la pintura que observaba hacía unos escasos segundos. A diferencia del día anterior, su mirada parecía mucho más intensa debido al maquillaje que realzaban sus largas pestañas rizadas. Sus ojos celestes se comparaban con el claro más del caribe. El cabello platino podía brillar cuando los rayos del sol daban con sus mechones mientras caían en ondas por debajo de la cintura. El vestido blanco marfil que usaba marcaba su cintura con un cinturón café, le llegaba por debajo de las rodillas, provocando que se viera más bajita de lo que en realidad era; y sus pocas ganas de usar tacones la obligaban a ponerse zapatillas que solo empeoraban la situación de su estatura.

La luz de la mañana y la blanca sonrisa de sus dientes eran una bonita combinación natural — Jackson, buenos días.

Él le devolvió el gesto — Buenos días.

— ¿Te unes a mi taller? — se adentró al aula dejando su cuaderno de bocetos sobre una mesa.

— No querrías tenerme como alumno.

— Estamos aquí para aprender y arreglar desastres, así que...

Jack rió, desviando su mirada al resto del aula — Solo quería observar el salón, antes era un desastre.

— ¿Así que me dieron el salón desastre?

— Algo así — bromeó mirando de nuevo a su pintura, señalándola vagamente — Es hermosa, por cierto. Me es muy inspiradora.

Los labios de Elsa mostraron una sutil sonrisa mostrando los dientes — Muchas gracias, fue de mis primeras pinturas decentes.

— ¿Fue hace mucho?

— Hace casi ocho años.

— Vaya, parece bien conservada.

— Es óleo, puede durar muchos años intacto — le contó mirando por un segundo los ojos azules. Luego miró su pintura con una sonrisita — Sigo amándola como el primer día que la terminé...

Y se distinguía, porque se notaba como la rubia observaba su obra con eterno cariño y aprecio a su trabajo. Adorando la historia de los segundos que pasó trazando cada línea que conformaba su entrada al preciado mundo del arte.

De pronto, ella solo desvió su mirada sonriendo apenada — ¿Desayunaste ya? Quisiera comer algo, pero no conozco a casi nadie. No quiero sentirme como la niña nueva y sola que come apartada de los demás.

Jack la miró extrañado ante el cambio de tema rápidamente, sin embargo, no pudo evitar reír, porque en cierto modo él se sintió igual cuando era nuevo — Claro, pero vamos fuera. Conozco un lugar bueno y cerca.

— Bueno, tú guíame — encogió sus hombros sintiéndose cómoda con él — Te seguiré con gusto, profesor.

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