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Capítulo 21

La atmosfera de la casa entere se tornó oscura, pesada, el aire que circulaba entre ellos dos era frío y cortante. Se dio cuenta de que admitió algo terrible. Toda la habitación fue ocupada por el crudo silencio que reclamó su espacio antes del desastre. Esa mirada furiosa y confundida observándole como un demonio desde ese lado de la sala. Sabía la cantidad de problemas, disputas, insultos que se ganó en el instante que él abrió su boca para decir algo como eso. Sobre todo, era consciente del daño horrible daño que había causaba.

No era una verdad cualquiera. Había sido infiel. Admitirlo tampoco fue sencillo, no, sentía que de sus labios brotaba ponzoña. Sin embargo, prefería mil veces a que ella lo supiera de sus labios venenosos a que se diera cuenta ella sola, que hiciera algo mucho peor como un escándalo por la calle si fuera de esa forma. Veía todos los escenarios posibles y ninguno era bueno para ellos, tampoco quería perjudicar Elsa, ella no tenía nada que ver con su decisión, no tenía que cargar con su culpa.

Escuchó como ella emitió un sollozo, un sonido de frustración y rabia.

—Repítelo —masculló, apretando sus dientes con fuerza. Su voz temblaba de ira y por las próximas lágrimas que saldrían de sus ojos—. ¡Repite esa mierda, Jack!

Ni siquiera sabía cómo podía verla a los ojos, o hablar. Mierda, no sabía qué hacer realmente. Jackson se puso de pie, solo presenciando el desastre que causaba.

—¿Desde cuándo fue eso? —volvió a cuestionar la mujer frente a él—. ¡¿Cuántas veces hiciste eso?!

—Mérida... —se detuvo cuando su mejilla recibió una merecida cachetada que lo hizo guardar silencio por un segundo. Él susurró muy suavemente—. Lo siento...

La pelirroja lo empujó tomando su camisa entre los puños de sus manos mientras intentaba procesarlo con lágrimas comenzando a brotar de sus ojos. En ese instante no sabía ni siquiera sabía cómo estaba controlando todo lo que sentía. Quería gritarle, sentir asco, odio, quería empujarlo lejos de ella. Quizá la impresión de que eso estuviera pasando le impedía reaccionar por completo. Sin necesidad de que ella insistiera demasiado le confirmara que estuvo con alguna perra ofrecida. ¡Qué maldito asco!

El estómago le ardía al sentir ese vacío, y aun sintiendo ese vacío le aturdían las ganas de vomitar. Quería por un segundo creer que sus sospechas no eran para nada ciertas, que era solo él cambiando sus rutinas o siendo alguien nuevo. Era mejor haberse quedado con la duda y no saberlo. Fue tan imbécil de decírselo el mismo. ¡Se lo dijo como si nada! ¿Acaso no pensó por un segundo lo que ella sentiría? La pelirroja tuvo un ataque de pensamientos horribles en ese momento. Su mano le picó cuando lo abofeteó en cuanto escuchó una disculpa de su parte. Una disculpa. Una maldita y miserable disculpa.

—¡No mereces nada! ¿En serio crees que una disculpa de mierda será suficiente? —arrastró su melena hacia atrás, riéndose con un tono amargado, decepcionada—. ¿Lo siento? ¡¿Es todo lo que malditamente vas a decir?! ¡"Estuve con otra mujer"! ¡Me das asco!

Jackson podía sentía el odio emanar de ella, podía verlo, respirarlo. Solo le quedaba aceptar aquello que fuera a decirle, incluso si lo abofeteaba. No merecía menos. Se sentía ahogado, mareado, pero no podía hacer nada para cambiar lo que pasó. Tampoco cambiar lo que fuera su reacción, no esperaba que ella reaccionara de otra manera.

Sus palabras casi tropiezan al salir de su boca, incluso estaba por decir frases insulsas, pero ni siquiera sabía que podía decir en esa situación.

—¡No estoy orgulloso de eso! ¡De nada de eso! —negó su cabeza, tragó aun cuando su boca estaba seca—. Sé que no va a cambiar nada pedirte perdón, y créeme que lo último que quería era mentirte más, seguir con una mentira no era justo. Sé que parece un discurso barato, pero realmente lo siento. Sé que no vas a perdonarme, pero lo único que quiero hacer es pedirte perdón. No te mereces eso, no merecías que yo te faltara el respeto de esa manera.

—¿No estas orgulloso? ¿por qué, cariño? —le escupió las palabras amargamente, con sarcasmo, limpiando sus lágrimas—. ¡¿Vas a decirme que cogiste con culpa a esa perra?! ¡No seas cínico!

Su mano ardió cuando se estampó de nuevo en su mejilla, lo empujó y tomó la tela de su camisa haciéndola puños en sus manos, llorando con rabia por toda esa maldita situación. Mérida tenía sus sentimientos exaltados, golpeados y estrujados. Se sentía traicionada, herida, iba a llorar porque perdió lo que ella creía algo bueno en su vida. Creía que él era un hombre que valía la pena para estar, pero solo era uno que apuñalaba por la espalda a la persona que más confiaba en él. No sabía desde cuando le veía la cara de estúpida y sinceramente tampoco deseaba saberlo, lo único que quería en ese instante era descargar esa furia en su interior. El pecho quemaba como un maldito infierno.

—No vengas y me digas que no me lo merecía, que no querías hacerlo, que no debías faltarme el respeto. Sabías lo que hacías, eras consciente de eso y simplemente lo hiciste —gimoteó, apretando sus puños sobre su pecho—. ¿No querías mentirme? Apuesto que tampoco querías lastimarme, ¿no?

El peliblanco tomó los puños que ella presionaba en su pecho, en cuando ella, naturalmente deshizo el agarré, actuando con asco, como si la hubiera tocado algo mugriento y desagradable.

—¡Yo creía en ti! ¡Creía que eras el tipo de hombre en el que siempre podría confiar! —gritó, desgarrándose la garganta limpiando su rostro con la furia, enojada de llorar y verse débil—. ¡No eres más que un maldito fraude! ¡Me hiciste creer que tú...!

—¡Yo nada! ¡Nunca te di la impresión de nada! Ni siquiera nos conocíamos bien cuando nos casamos y lo sabes —pasó sus manos sobre el rostro, exhalando aire de sus pulmones bastante fuerte—. Te lo digo, Mer, sé que nada de esto está bien, comenzando conmigo, nunca estuve bien tú solo creíste que sí lo estaba; pero solo escuchas lo que quieres. Lo único que hice fue lastimarte y hacer este matrimonio un lugar infeliz. Si te di la impresión de ser alguien... lo que sea, perdón. Perdóname, lamento ser un fraude, un mentiroso y sobre todo arruinar la confianza que me tenías. Perdóname por no poder ser ese hombre que creíste que yo era.

La pelirroja lo observó y por primera vez se le hizo difícil entre ver al personaje que estaba frente suyo y el esposo con él que había compartido su tiempo. Parecía que estaba con un completo extraño. Mérida secó su rostro, respiró entrecortadamente intentando disminuir su enojo.

—Vas a decirme quien es —le ordenó, alejándose por completo de él—. ¿Quién es esa mujer con la que estuviste?

Mérida notó cuando él se tensó, que su mirada cambió de alguna forma especial que le provocó gritar internamente. Sabía que por más que le pregunta no era tan estúpido para decir el nombre de aquella zorra que simplemente se había puesto entre ellos.

—Sabes que no te lo diré, Mérida. Él del error fui yo, yo voy a asumir esto.

—¿Entonces vas a cubrirla? —se sentó, su boca seca no le permitía poder tragarse su enojo, el nudo en su garganta—. ¿Sabes que tarde o temprano lo sabré, cierto?

—¿Para qué, exactamente? Mer, el problema lo hice yo.

Mérida no dijo nada más, su garganta dolía tanto que ya no tenía la fuerza para seguir continuando con una discusión. Sus ojos ardían, sus lágrimas se secaron en sus mejillas. De pronto se sintió demasiado agotada. Lo que sucedió la abrumó demasiado, tanto que en cuestión de segundos atravesó diversas emociones, desagradables emociones, cansaba a cualquiera.

—¿Por qué lo hiciste, Jack? ¿Por qué no esperaste a que todo esto terminara? ¿Por qué no solo...? —ella volteó a verlo, él era... él. Lo odiaba, odiaba esos lindos ojos azules, lo quería. No soportaba esa situación tan dividida—. ¿Fui yo, cierto? ¿Te empujé a hacerlo?

—Mérida... —se enmudeció por un prolongado momento, relamiendo sus labios—. Tú y yo sabemos que tenemos nuestros problemas, muchas diferencias y cosas que simplemente nos desgastan, ambos lo sabemos. Es nuestra realidad. Pero nada de eso, absolutamente nada justifica lo que hice. De ninguna manera es una justificación —Jack se acercó a ella, agachándose a su altura, de nuevo sostuvo la mirada con esos culpables ojos azules—. No mereces esto y juro que lo lamento.

—Tal vez si me amaras no lo hubieras hecho, no tendrías nada que lamentar.

Decirlo en voz alta le dolió más que solo pensarlo.

—¿Sientes algo por ella? —lo preguntó sin pensarlo demasiado, se arrepintió segundos después hacerlo por impulso. Enojada no sabía cómo controlar sus emociones, mucho menos sus palabras—. Olvídalo.

Jack apartó su mirada, no esperaba que ella quisiera preguntar algo como eso. se tiró al suelo sentándose cerca del sofá frente a ella. Solo sentados en silencio, pensando en todo lo que habían pasado hasta llegar a ese punto. Pasaron buenos momentos, pero estos no duraron lo suficiente para llevarlos a un punto de discusiones sin tregua. De cierto modo, a este punto ambos heridos y desgastados emocionalmente. Sintiéndose mil años más viejos por todo el estrés de sus problemas, sus diferencias. El peso de esa traición.

Mérida quedó en un punto en blanco, pensaba en nada y en todo al mismo tiempo. Ya había hablado con su madre acerca de esas vacaciones anuales, pero ahora ¿debía ir? Con todo el peso de esto, disimular que estaba bien solo para no levantar sospechas de su familia. Lo último que quería era lidiar con los comentarios de su madre, pero tampoco deseaba estar cerca de ese asqueroso traidor. Y su pequeña, ¿cómo mierda iba a decirle todo eso? ¿cómo solo iba explicarle que sus padres no estarían más juntos? No tenía las fuerzas necesarias en ese instante de hacer nada de eso. Solo quería no pensar en nada.

—Mañana me llevaré a Adi a esas vacaciones con mi familia, y cuando vuelva, solo espero no encontrar tus cosas en casa. Cuando vuelva comenzaremos todo lo que tenga que ver con el maldito divorcio —le dirigió una amarga mirada al peliblanco—. ¿Es lo que querías, no es así? Ahora es más que claro que solo querías irte libremente y sin ataduras a cogerte a esa zorra.

—No es así —protestó de inmediato—, no es el mejor momento para decirlo, pero nuestros problemas van más allá de esto Mer, te dije que nunca voy a justificar esto con ellos, pero te pedí el divorcio porque nuestro matrimonio hace tiempo dejó de ser algo saludable.

—¡Yo no lo veía así! —alzó la voz, no lo suficiente para ser un grito, pero si para hacerle saber lo mucho que le frustraba—. Tú lo ves solo por tu lado, pero ¿qué pasa con él mío? ¡Te quise como a nadie!

—Pienso en ti, Mérida, ¿crees que no? —exhaló aire despacio, no queriendo decir demasiado porque realmente no estaba en la mejor posición para decir nada—Te aprecio, y sé que llegué a quererte demasiado, pero no podemos seguir viviendo una vida solo con el recuerdo de algo que sentimos.

En ese instante se sintió lo suficientemente débil, cuando él se acercó a limpiar su rostro susurrando que lamentaba esa situación, lo dejó hacerlo porque era tan poco dura para poder resistirse a eso. Aunque discutió con él, seguía sin poder creer que era algo real. La infidelidad fue lo último que creyó que recibiría de su parte. Él Jackson que conocía era muy distinto al que tenía frente a ella, como una persona distinta. Le ardía y dolía en su corazón derramar lágrimas por él. Era demasiado lo que sucedía, era doloroso seguir queriendo un recuerdo como él decía. Dolía tanto que desprenderse de esa manera era cruel, era como si le arrebataran algo que amaba de las manos de un segundo a otro, había sido así. Él se lo arrebató con su traición. Una horrible traición.

—Ya no quiero seguir con esto —murmulló, inclinándose colocando sus codos en las rodillas, restregando sus manos en la cara—. Ya no sé qué más decir, nada de lo que diga o me queje podrá cambiar lo que hiciste. Tampoco estoy dispuesta a perdonarte nada, y sé que no vas a decirme nada que sea de relevancia para mí. No quiero seguir discutiendo, ya estoy harta.

La pelirroja se levantó del sillón despacio y subió las escaleras de la misma manera, como si el peso de todo ese tiempo discutiendo le pasara factura.

Jackson se recostó en el sillón siguiendo sentado en el suelo, mirando un punto fijo en la nada. Él sabía que con solo admitirlo sería catastrófico, ahora tenía que enfrentarse a eso y hacerse cargo de todo lo que había causado. Hacerla llorar por su traición le carcomía, se ganó su odio y su desprecio en tan solo en cuestión de unas palabras. No era ni de cerca la manera correcta de ponerle fin a una relación, sobre todo porque era nefasta e hiriente; y ellos tenían una hija. Ahora ella creía que el divorcio era solo por Elsa, y no era así, sabía que muy en el fondo ella se daba cuenta de que no era por eso.

No se justificaba por lo que había hecho, pero tampoco se retractaba de lo que le dijo a ella. Hacía ya tiempo que su matrimonio acabó, dudaba mucho ser el único que se dio cuenta de eso. No podían seguir viviendo en el recuerdo de algo que sintieron una vez, sobre todo porque se conocieron más jóvenes, un poco ingenuos sin saber identificar que eran personas que no podían terminar juntas. Solo pensaron que se enamoraron, pero en realidad solo se hacían daño.

Como fuera, lo que pasara después de esa confrontación importaba. Era claro y obvio que tendría que irse de la casa; ello lo echó prácticamente. Hubiera pensado bien las cosas antes de hacer un desastre, pero ahora que estaba bajó el ojo del huracán pensaría con calma sus siguientes acciones. Quien sería la más afectada de todo eso era su pequeña hija, se veía ahora así mismo como una sabandija miserable al no pensar en ella, como se sentiría y como todo esto la afectaría.

De verdad lamentaba la forma en la que se dieron las cosas, como se lo dijo a Mérida. Tampoco fue la mejor manera, sin embargo, ¿si no era así como lo haría? Dudaba de verdad que hubiese una manera mejor de admitir una infidelidad. Incluso, las personas más miserables ni siquiera lo decían, dejaban que sus parejas se dieran cuenta ellas solas. Él no podía ser así, ya bastante culpable se sentía con solo serle infiel y mantener esa mentira durante ese tiempo, como para encima esperar que ella sola se diera cuenta. No podía ni siquiera imaginarse el infierno que hubiese sido si lo hubiese encontrado con Elsa. El vacío en su estómago no se iba, de todos modos. Sus manos seguían heladas y apreciaba esa pesadez en su pecho que le provocaba sentirse sofocado.

Despertó cuando su cuello se quejó del dolor provocado de dormir en una posición tan incómoda por dormir en el sofá. En cuanto se incorporó fue su espalda la que le hizo darse cuenta que su sillón era el lugar más malditamente incómodo para dormir horas.

—Buenos días, papi —lo saludó su alegre pequeña bajando por las escaleras con su pequeña mochila roja colgando de su espalda—. ¡Ya casi nos vamos papi! ¿No vienes con nosotras?

—Hola, manzanita —tomó su manita acercándola a él—. No iré con ustedes, pero debes portarte bien, ¿sí? ¿terminaste tus tareas ayer?

—¡Sipi! ¡Todas las terminé yo solita!

Esa pequeña si le hacía sonreír con solo decir unas palabras. Acarició su cabello y la cargó un momento rodeándola con sus brazos.

—Eres mi niña lista —besó la cima de su cabello—. Estoy orgulloso de ti.

Escuchó los pasos de Mérida por las escaleras, ella también estaba lista para marcharse. Tenía el equipaje realizado, parecía bastante pesado, entonces recordó que eran dos semanas donde ellas estarían fuera. Le ofreció ayuda para llevar eso al auto, al no recibir una respuesta concreta más que un levantamiento desinteresado de sus hombros, procedido a ayudarla y a despedirse de su hija mientras abrochaba el cinturón de seguridad en el asiento trasero.

Mérida se quedó un momento fuera del auto, dirigiéndole una gélida mirada.

—Cuando vuelva no quiero encontrar tus cosas aquí.

Jackson exhaló aire lentamente—. Lo sé, entiendo.

—De acuerdo.

—Mérida, espera... —estuvo a punto de meterse dentro de su auto cuando él la detuvo tomando su brazo, esa mirada de asco que le dio hizo que la soltara—. Sé que estás enojada, y estás en todo tu derecho de estarlo. Es solo que necesito saber que esto no influirá en mi relación con Adi. Estarán dos semanas lejos, quiero poder llamarla.

Mérida sostuvo sus ojos en los de él, su ceño de molestia solo se doblegó por un segundo. Su respuesta fue un sí, solo con aun asentimiento de su cabeza. Ni siquiera quería dirigirle la palabra en ese momento. En realidad, dudaba que solo dos semanas la prepararan lo suficiente como para querer dirigirse a él de nuevo.

Jackson las vio hasta que ellas finalmente doblaron la esquina. Se concebía mejor al saber que al menos podía mantener la comunicación con su hija, eso le confortaba de alguna manera. se dio cuenta que en realidad no tenía suficiente tiempo para prepararse e irse a trabajar. Aunque siendo honesto condigo mismo, tampoco se sentía con las ganas suficientes para ir. En fin, hizo lo que pudo y se fue a trabajar preparándose en tiempo record.

Al llegar a la escuela encontró su teléfono justo en el lugar donde lo dejó la noche anterior, conectado al cargador de la pared junto a su escritorio de la última clase que dio. Cuando verificó tenía las llamadas perdidas que Mérida le dijo ayer por la noche.

El último de sus alumnos entró al aula, puso la mejor cara que pudo con todo lo que tenía en su mente y los miró con una sonrisa bastante forzada.

—¡Bien, comencemos la clase de hoy!

No fue nada pesado, la mejor estrategia de un profesor que no quería hacer nada ese día era hacerlos trabajar en grupo con alguna actividad de clase bastante insulsa y sencilla que bastante fácil podrían hacer individualmente, pero si era en grupo intuía que sería más entretenido para ellos hablar con sus amigos una vez terminaran lo que hacían. Al menos no tendría que lidiar tanto con ellos.

Al final de la clase solo recibió las tareas que dejó y algunos alumnos que también entregaron trabajos atrasados para no dejar la materia de nuevo. Llevó todas esas carpetas a las mesas del jardín de la escuela donde le tocaba supervisar en el receso, donde al menos había muy poco ruido y podría distraer su mente mientras revisaba los buenos y desastrosos trabajos de sus alumnos.

—Buenos días, profesor —el saludo provino de la única maestra vestida como una protestante de los hongos. Elsa le sonrió, le sorprendió verla con el cabello recogido, casi siempre lo llevaba suelto o en una trenza. Lo que no fue nuevo fueron las manchas de pintura cerca de su rostro y en el cabello—. ¿Por qué siempre te escondes de todos?

Él le medio sonrió antes cerrar el trabajo al que calificó con una nota deplorable.

—Es más tranquilo aquí que en el comedor, ¿no crees? —le señaló el banco frente a él en la mesa, cuando ella se sentó, se acomodó las gafas y siguió calificando los trabajos—. ¿Cómo estás?

—Estoy un poco nerviosa —admitió mordiendo su labio inferior, llevando las mangas de su sobretodo hasta cubrirse las manos con la tela estirada—. Ya falta solo tres meses para mi exposición y no tengo todas las pinturas que prometí. Es una locura, ¿sabes? No es tan sencillo como creen.

—¿Tienes un bloqueo?

—Un bloqueo, pereza, presión; un festín de todo en realidad —miró con curiosidad las carpetas que dejaba a un lado calificadas, tomó una y lo siguiente que hizo es reírse negando con la cabeza—. Tú sí que eres cruel. ¿Por qué todo lo hacen a mano?

Él sonrió—. Bueno, si lo piensas, al menos así no solo copiaran y pegaran en Word. Leerán lo que pondrán y al menos me aseguro que hacen las tareas.

Elsa revisó un poco aquel trabajo que tomó, dándose cuenta que tenía una buena calificación. Poseía una caligrafía preciosa notándose el tiempo que este estudiante le invirtió a su tarea. Cuando se dio cuenta en la portada decía que era trabajo de Nathaniel. Sonrió ante eso, él era un chico bueno y dedicado en todo lo que realizaba, no dudaba que tendría un futuro brillante. Aún si él no lo creyera por el bajo autoestima que tenía debido al bullying que recibió.

—Tienes razón, al menos así se esfuerzan —dejó de nuevo la carpeta en la pila con las demás—. Aunque eso no le quita lo cruel, son muchas páginas.

Jackson se limitó a reírse entre dientes sin apartar la mirada de su labor, solo por algunos segundos reacomodarse los lentes que se le deslizaban del puente de su nariz. Elsa por un momento creyó que algo le sucedía, usualmente le hablaría mucho más que algunas frases. Tal vez se quejaría de lo mal profesor que se consideraba al notar las malas calificaciones de sus estudiantes, o le explicaría aquel tema de la tarea y de lo simple que era resumirlo. Sin embargo, estaba tan extraño, ni siquiera sabía cómo ponerlo en palabras.

La platinada metió sus labios en su boca por un segundo, pensando en si era correcto preguntarle si estaba bien. Iba a hacerlo, de todos modos.

—Jack, ¿está todo bien?

Jackson dejó su labor para dirigirle la mirada, la cual ella le regresaba con intriga e interés bailando en sus ojos.

—¿Por qué lo preguntas? —estiró la mano para limpiar esa manchita de pintura cerca de su oreja.

—No solo sé... —tocó el lugar que él había limpiado dándose cuenta de su desastre. Dejó de tomarle importancia y volvió su mirada hacia él—. Estás distinto el día de hoy, raro, ya lo eres un poco pero hoy te pasa algo.

Por un segundo Jackson se rió suavemente por lo raro que ella ya lo consideraba. No era de extrañarse que ella se expresara así. Sin embargo, esa risilla fue desapareciendo de a poco al darse cuenta que realmente tenía algo que decirle. Aunque no sabía que tanto iba a afectarla, después de todo él no quería involucrarla en nada más.

—En realidad, debo hablar contigo, Elsa.

—¿Sobre qué? —cuestionó ladeando un poco la cabeza—, por como actúas debe ser importante.

Jackson dejó a un lado los papeles que calificaba y centró su mirada en ella, quien le observaba tan atenta y tan confundida—. Realmente no sé cómo vayas a tomarlo siquiera, es decir, no quiero involucrarte en nada de esto, pero aun así te lo quiero decir.

De pronto la que comenzaba a sentirse extraña, era ella.

—¿Jack? —metió sus labios dentro de su boca, como si así pudiera sellarlos para que nada saliera de ellos.

—Ayer discutí con Mérida acerca de divorciarnos —soltó él, como una bomba nuclear que le hizo un hueco en el estómago—. No te lo haré muy largo, fue una extensa noche debido a eso. Una cosa llegó a otra, ella sospechaba mucha más de lo que yo pensaba, y, juro que me sentí terrible debido a eso; terminé admitiendo que había estado con alguien más.

Perpleja, pasó varios segundos sin contestarle nada en absoluto. No cabía duda que ahora en su estómago sí que la ahogaba un hueco del tamaño del gran cañón. Los labios se le secaron y un sentimiento de culpabilidad la tomó tan sorpresa que imaginó por un momento como se sentiría ser arrollada por un tren. Debió imaginarse como tuvo que sentirse aquella mujer al enterarse en algo tan repugnante como eso. Y lo peor, que su propio marido tuviera, no sabía si decir agallas o estupidez, para admitir su infidelidad. Pasó por su mente la vez que la conoció, actuó tan a la defensiva. ¿Cómo no iba a hacerlo? Si algo sabía era que la intuición femenina raramente se equivocaba.

—Tenías razón, no sé cómo tomármelo.

—Lo siento, tengo está mala costumbre de decir cosas sin pensarlo demasiado.

Elsa recostó su espalda en el respaldo de la banca, sus mejillas se inflaron cuando expulsó el aire inhalado por su boca—. Que desastre, estoy metida hasta la médula.

—Fue mi decisión, Elsa, entre tú y yo él casado soy yo, por ende; el del compromiso soy yo. No debes lidiar con nada que me corresponde a mí.

—¿Y eso cómo me hace menos culpable a mí? —replicó cruzando sus brazos bajo su pecho, presionando su estómago vacío—. Acepté estar contigo sabiendo que estabas casado. Quizá en el momento eso ni siquiera me importó un poco. Eso me hace una completa perra.

Ah, como iba de bien su linda mañana hasta ese momento.

—No te llames así de nuevo.

Cuando alzó la mirada, se dio cuenta que era la primera vez que Jack la observaba con un toque de molestia en esos oscuros ojos azules.

—No puedo controlar como puedas sentirte, pero no dejaré que te llames así de nuevo.

La platinada apartó sus ojos de los suyos, llegándose a sentir un poco intimidada ante ese mirar. La hizo sentir regañada, como una niña que dijo alguna palabrota. Relamió sus labios un poco para humedecerlos. Pasaron varios minutos ahí sentados sin decir absolutamente nada, en un ambiente nada ligero o cómodo. Era la gracia de pasar juntos, que nada se sentía raro entre ellos. Sin embargo, en ese momento era todo lo contrario a la comodidad.

—¿Le dijiste que era yo? —le cuestionó tras ese ensordecedor silencio.

Cuando él negó con la cabeza, se pudo relajar al menos un poco. No quería dar la cara ante nada de eso. No deseaba pasar por algo así de nuevo.

En cambio, Jackson tomó sus manos acariciando un poco sus nudillos. Sus manos eran más grandes, un poco ásperas y en ese momento estaban un poco heladas, pero fue por instinto que ella al tacto presionara sus dedos contra su piel.

—Elsa, no sé lo que pase por tú mente, pero no quiero que te preocupes por esto. No tienes nada que ver y, aunque soy muy estúpido, no lo soy tanto como para decirle tu nombre. Como te dije antes, no quiero implicarte.

—¿Qué vas a hacer ahora?

Él se alejó, cruzando sus brazos y negando con su cabeza tras exhalar aire. Alzó sus hombros, su mirada se trasladó en algún punto del pasto.

—No lo sé —admitió sinceramente—, ella estará fuera de vacaciones con su familia. Tengo hasta que vuelva para organizar mi mente.

La platinada nunca se atrevió a preguntarle nada acerca de su matrimonio, tal vez solo un par de veces sin profundizar lo suficiente. Sin embargo, en ese instante quiso preguntarle que lo trajo a una situación como esa. Qué le hizo pedir el divorcio o porque decidió estar con ella sabiendo que estaba casado. Recordó que una vez él solo le contó algunas cosas, que su matrimonio claramente se encontraba atascado y disfuncional.

—Jack, de ahora en adelante, ¿qué pasará con esto? —ella los señaló a ambos, bajando sus manos a su regazo—. ¿Deberíamos parar? Es decir, tampoco fui tan monógama, ¿sabes? estuve con otras personas mientras estaba contigo. Y lamento si no es lo que esperabas, pero, bueno...

No supo que más decir después de eso. El hombre frente a ella no le apartó la mirada ni por medio segundo. Incluso cuando ella fue la primera en no seguir observando esos profundos ojos azules. En ese instante más bien eran una tormenta en la marea, solo él sabía lo que pasaba por su mente. Lo más importante en ese momento para ella, es que no se sentía juzgada por su mirada, eso de alguna manera le hizo sentir bien. Lo vio levantarse para sentarse a su lado de la banca, dejó sus lentes sobre la mesa y trato de que lo viera a los ojos. Su estómago se sintió caliente, vacío, extraño.

—Escúchame, lo que hagas cuando no estás conmigo, es asunto tuyo —levantó un poco los hombros, sin saber que decir al respecto—. Nunca nos involucramos demasiado, pero no es algo que me moleste si es lo que piensas.

—Solo creí que debía decírtelo. De todos modos, ¿aun así quieres seguir conmigo?

Oh, las cosas que le pasaron por la mente en ese instante. De inmediato se sintió mal por todo eso.

—No estoy en una buena posición en este instante como para decirlo nada más —se le escapó su más sincera risa—. Me siento mejor desde que estoy contigo. Suena muy egoísta y contradictorio cuando acabo de decirte que no nos hemos involucrado tanto, pero es mi verdad —admitió apartando el mechón de cabello que le obstruía la vista a sus ojos celestes—. Lo que quieras hacer con esta relación sin compromiso, estará bien.

Sin compromiso¸ esa palabrita que ella usaba tanto y que se reía de ella. ¡Sin compromiso! ella misma estaba hablando como si hubiera más que eso y él se percató más rápido de lo que ella lo haría. Tembló, dándose cuenta de todo lo que implicaba ahora esta discusión con Jackson. Ese vacío en su estómago creció potencialmente. Metió más los pies al agua, tanto que ahora estaba en aguas más profundas.

—Bueno, yo puedo solo irme y ya está —recargó su mejilla en la palma de su mano, desvió la mirada hacia otro lado que no fuera él para evitar el tema de sus mejillas comenzando a ponerse calientes—. Sin embargo, no es tan sencillo para mí tampoco. Ninguno de los dos está en una buena posición... Y es que, Jack, tú esposa me da miedo. Luce como una mujer que da buenos golpes, y yo apenas y puedo levantarle la mano a una mosca para apartarla. Si no te importa, no quisiera salir golpeada por una esposa enojada porque me acosté con su marido, que me lo merezco, estoy bastante de acuerdo; pero no quiero.

Jack asintió intentando no reírse de esos gestos que ella hacía cuando hablaba rápido y nerviosa, y aunque ella quería evitarlo, se rió a su lado. Se encontraba muy nerviosa por toda esa maldita situación tan extraña, reírse un poco de su palabrería tonta (aunque muy en el fondo sabía que era cierto) ayudaba a bajar la tensión que sintió al tener que enfrentar su responsabilidad.

—No te rías —le empujó suavemente moviéndose un poco a su lado—. Estoy hablando muy en serio. Ella me da miedo.

Asintió sonriendo un poco, exhalando el aire en sus pulmones—. Comprensible, a veces también le tengo miedo.

Elsa deshizo su sonrisa poco a poco, queriendo pensar realmente bien toda esa situación. La culpa también la corroía como si en lugar de sangre tuviera acido corriéndole por las cloacas que llamaba venas. No quería pensarlo, pero incluso recibir latigazos en la espalda sonaba mejor que esa sensación de asco que sentía de sí misma al pensar que realmente no quería apartar a Jack de su lado.

—Jack, ¿cómo te sientes mejor desde que estás conmigo? —de nuevo cubrió sus manos con las mangas flojas de su suéter, presionó sus labios antes de continuar hablando—. Si lo piensas bien, no me conoces tanto más allá del sexo. Y tampoco yo te conozco demasiado. Entonces ¿cómo...?

—Tengo toda la intención del mundo de seguir conociéndote si me dejas hacerlo.

Ambos dieron un brinquito cuando el irritante sonido de la campanilla resonó en todo el lugar. Jack inmediatamente echó un vistazo a su reloj, dándose cuenta que la media hora de receso acabó y ni siquiera pudo sentir el tiempo. Pasaron solo unos minutos para él.

Elsa ayudó al peliblanco a organizar los trabajos que dejó regados por la mesa y los puso en la columna que él estaba haciendo. Seguido de eso esperaron que algunos alumnos si entraran a clases y salieran de esos rincones para que no se quedaran solo ahí. Finalmente caminaron en silencio para llegar a sus clases, no era incómodo, sin embargo, sabían que todo lo que hablaron quedaba en el limbo. Jackson tenía un desorden en su cabeza, muchas cosas que hacer y eso le aturdía. Y no solo eso, debía lidiar con todo lo que abarcaba la discusión de ayer. Era un caos.

Jack debía dar esas últimas clases antes de que sus alumnos se largaran esas dos semanas festivas sin hacer absolutamente nada y los profesores fueran a ese viaje anual. Se suponía que descansaban y hacían distintas actividades, pero también recibían algunas capacitaciones de educación y todo lo que tenía que ver para tratar a los alumnos. Elsa aún pensaba si ir o no, Eugene y Punzie le insistían que fueran juntos y aprovechar bien ese hotel pagado.

—Jack, ¿irás al lago?

—No, nunca me gustado la idea de ir. Además, tengo cosas que hacer, ¿sabes? —suspiró, sacándose los lentes y limpiarlos con su camisa—. No tengo mucho tiempo para organizarme, así que de todas formas no podré ir. ¿Tú sí?

—Lo estoy pensando.

—Dicen que es bueno, no lo sé, no me apetece ir a ese lugar. Todo lo paga el gobierno, así que no sé, ¿aprovecha? —volvió a mirar su reloj—. Debo irme, ya estoy llegando tarde.

—Nos vemos luego...

Jackson la observó por varios segundos, sus hombros decaidos y esa mirada perdida de ella no era algo que notaba seguido. Relamió sus labios, acercándose a ella esperando que nadie notara ese tipo de cercanía suya. Lo último que deseaba eran chismes.

—Elsa lamento haberte dicho eso tan de la nada, no quería involucrarte y ahora solo luces preocupada.

—Tenías que decirlo, de cualquier manera. Y solo estoy pensandolo, es normal que también me sienta culpable de esto —tomo su mano, presionándola un poco. Hizo un esfuerzo en al menos sonreirle un poco—. Vas a llegar tarde a tu clase, hablaremos luego.

No podía hacer mucho al respecto de eso, pero ahora no solo cargaba los sentimientos destrozados de su esposa, también cargaba con los de Elsa. Se volvería loco en cualquier momento. 

—De acuerdo, hablaremos después.

Por su lado ella volvió a su aula a limpiar el desastre de algunos de sus alumnos. Limpiando esas manchitas de acuarela sobre las mesas y el polvo en las ventanas. Cuando no tuvo nada que hacer se sentó en su lugar a distraerse en su teléfono, deslizando entre Pinterest u otras aplicaciones en busca de inspiración de cualquier tipo. No pudo. Lo intentó por al menos cinco minutos, pero supo que, si en cinco minutos no se pudo concentrar, no lo haría en diez ni en veinte. Tenía otras cosas en la cabeza. Quería saber cómo Jack le había dicho a su esposa todo eso, como llegó a ese punto donde creyó que era buena idea decirlo. Es decir, no creía que fuera un eterno secreto, pero tampoco que fuera de esa forma tan inesperada y solo así, tan pronto. Tuvo que haber pasado algo, quizá pasar cierto límite. De verdad quería preguntarle más cosas a Jackson que en ese momento en el patio no pudo, pero tampoco es que se sintiera con el derecho a saber nada de eso. No creía tener derecho a preguntarle nada.

Dejó el teléfono sobre la mesa y se escudó colocando sus brazos sobre su pecho. Su mirada se perdió entre los dibujos que dejaban sus estudiantes sin terminar para la siguiente hora, muchos de ellos eran talentosos y otros se notaban que de verdad lo intentaban. De pronto sintió mucha vergüenza de siempre mancharse de pintura, Jack estaba limpiando su rostro cada segundo y era vergonzoso. Procedió a limpiarse con las toallitas húmedas que cargaba siempre hasta no dejar otra estúpida mancha de acrílico. Deshizo su apretado peinado dejando sus ondas caer sobre su hombro y amargar su cabello de lado.

¿Qué tal si Mérida la buscaba? ¿Qué pasaría si de verdad quisiera saber quién se acostó con su esposo? De hecho, esa parte de verdad le daba miedo. Jack podía decir que no la involucraría, pero muy probablemente esa mujer quisiera buscarla para arrancarle la cabeza de su lugar para decirle que arruinó su hogar y le robó a su marido sin tener consideración que tenían una pequeña niña. Que por su culpa arruinó a su familia. Iba a humillarla, a tomarla del cabello y arrastrarla por el suelo.

Elsa detuvo en ese instante sus pensamientos, sobre todo porque todo eso era solo un amargo recuerdo. Aunque era algo que no quería que volviera a sucederle.

—Que desastre —susurró para sí misma recostando su torso sobre la mesa—. Jack, tú y yo solo causamos un gran desastre.

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