Capítulo 2
El taller de arte
No iba a poder estar tranquilo en toda la noche si sabía que Mérida había estado derramando lágrimas por él... Bueno, por esa pelea, no es que tuviera la culpa en sí. Inevitablemente, ella seguía esperando que fueran a hablar más tranquilos.
Como sea, al peliblanco no le atraía la idea de dormir en el sofá por culpa de otra pelea y que, claro, que su mujer estuviera ofendida con él.
Después de hacerle de cenar a su hijita, la observó hacer sus tareas que por culpa de su abuela debía estar realizando hasta las nueve y media de la noche. Su niña estaba bostezando en la mesa, con sus ojitos peleando por no cerrarse de una vez, cuando terminaba su última multiplicación.
— Ya... — abrió su boca grandemente bostezando como una osa bebé, mientras frotaba sus ojitos con sus puños — Ya terminé papi...
— Te felicito, guerrera — el padre se agachó a la altura de su niña y la tomó en brazos. La pobre criatura no soportó un segundo más y terminó por recostar su cabeza en el hombro de su papá — Bien, vamos a dormir, princesa.
La acostó en su cama, le quitó los zapatos y arregló su mantita favorita sobre ella. Besó su frente antes de salir cerrando la puerta con sumo cuidado. Recogió sus lápices, los cuadernos y colores para meternos a su mochila que tenía al frente una estampa de un oso rosado con un tutu.
Le costaba seguir con su política, pero eran pocas la veces que ayudaba a su hija para hacer tareas. Le explicaba cuando se lo pedía, sin embargo, creía un completo error ver a padres haciendo ellos la tarea en lugar de los pequeños. ¿Cómo pretendían que aprendieran? Luego era culpa del profesor supuestamente no enseñar bien a sus hijos. Evangeline sabía que su papá no la ayudaría en todo, así que se esforzaba en poner atención. Sus notas eran un orgullo para sus padres, y ella solita lo lograba.
A continuación, Jackson dejó escapar el aire acumulado en sus pulmones, sabía que ahora debía obligarse a lidiar con el carácter de Mérida. Estaba cansado de todo, era lo último que quería, pero aun así se levantó de su sillón favorito y decidió caminar escaleras arriba a su habitación. Sin embargo, tuvo que detenerse a mitad de las escaleras completamente pasmado al notar que su esposa salía de su habitación.
Por un segundo se hizo a la idea que quizá iba por un vaso con agua... o quizá querría ver a Adi, pero por supuesto no esperaba que bajara hasta donde él estaba y le besara. Lo besaba como si estuviera arrepentida de algo. Pero la cosa es que ella nunca parecía arrepentida de nada.
En cuanto sus labios se separaron acompañado del sonido un leve chasquido, ella sonrió al ver la cara que Jack había puesto — ¿Confundido?
— Ah... — el peliblanco parpadeó un par de veces antes de centrar sus pensamientos — Demasiado. ¿Qué pasa? ¿Qué hiciste con Mérida?
— Yo... lo siento, ¿sí? No quería sonar como si toda la culpa de nuestros problemas la tuvieras tú.
Ladeó la cabeza, advirtiéndose a sí mismo que probablemente estaría viéndose como un bobo — ¿De verdad?
Lo golpeó levemente en el hombro, tratando de no reírse ante su estado de bobería. Aunque ella estaba consciente de que ella tampoco se disculpaba muy seguido — No haces que disculparme sea fácil, Jack... Sí, lo digo en serio.
— No me culpes, nunca pides disculpas.
— Lo sé... Sabes que me enojo rápido. Tú eres mucho más paciente que yo, aunque no es justo que por eso yo no lo haga tampoco... Lo siento, ¿sí?
Sonrió a medias, tomando las exuberantes caderas de la pelirroja atrayéndola a él — Está bien... Solo tratemos estos temas más tranquilos, sabes que con el dinero nadie sale contento.
— Lo sé — retiró los lentes que su marido portaba dejándolos en la bolsa de la chaqueta que aún tenía puesta, y de la nada colgó sus piernas de la cintura de él — Entonces... ¿Nos arreglamos?
Una ceja negra ascendió encima de los ojos profundamente azul rey que dominaba a la Mérida alzada — No lo sé... ¿No estabas muy enojada conmigo?
— Si me miras así, no veo porque estarlo.
La vida de marido y mujer entre estos dos era algo complicado, arreglarse no siempre salía bien, en otras ocasiones hasta dejaban de hablarse por días. A veces ni el sexo lograba grandes cambios. Incluso se creería que muchas veces el sexo solo los mantenía juntos por una necesidad carnal. El sexo era bueno, pero hasta ahí. El peliblanco no tenía mayores palabras para describir lo que pasaba en la cama con su esposa. No es como si ninguno hiciera gran cosa de todos modos.
La pelirroja no tenía mayor iniciativa que dejarse llevar por su esposo, y él realmente ya no encontraba en qué posición colocarla para lograr mayor satisfacción para ambos. Cuando deseaba experimentar con ella otras cosas, más allá del sexo convencional. Sexo caliente, depravado, que la haría rogar más y los hiciera verse como un par de locos pervertidos, ella se sentía incómoda. Prefería lo conocido y seguro. ¿Por qué incomodarse? Es que no lo entendía, eran una pareja que hablando de sexo se entendía muy bien.
Se conformaba, de todos modos, no eran de esas parejas que lo hacían cada nunca.
Y cuando ambos terminaron, se besaron y Jack tenía la esperanza de al menos hablar un poco con su esposa y calmar las aguas de otra manera... Pero ella solo deseaba dormir, así que apagaron las luces y eso fue lo que hicieron.
Con el brillo aniquilador de aquella mañana, pegando en el rostro de una hermosa mujer, la hacía despertar de a poco removiéndose sobre las suaves nubes que tenía por sabanas sobre su cama. Suspirando complacida por la caliente noche que anteriormente había vivido.
Elsa estiró su cuerpo sobre la cama, relajadamente, intentando ponerse de pie y, sin embargo, no pudo lograrlo por el dolor en su cuerpo. Estaba acabada, cansada. Si se estiraba alguna parte de su cuerpo, estaba segura que iba a tronarle. Eso era como un viento de verano, delicioso y refrescante, que le provocaba morderse los labios y apretar duramente los muslos, solo recordar su maravillosa noche que había mantenido y conservarse cuerda para no repetirla justo esa mañana que no podía.
— Tad... — murmuró, tratando de abrir los ojos y ponerse en marcha — Dashi, despierta, ¿Qué hora es?
Rezongando por el sueño interrumpido, el hombre se despertó arrastras para alcanzar su móvil — Diez a las ocho.
— Ah... Es temprano — se acomodó del otro lado sobre el pecho del pelirrojo que la recibió en sus brazos enlazando sus piernas.
Hans se rió de ella, bostezando como reacción matutina — Yo que tú no me pondría cómoda, para ti creo que no es temprano, ¿no es tu primer día en la escuela?
A la rubia se le bajo la presión de una vez. ¡Iba a llegar tarde su primer día en el primer trabajo en la escuela!
Como odiaba ser impuntual.
— ¡Oh mierda! — se levantó tan deprisa, que no advirtió tener cuidado y dio un fuerte codazo a los genitales del pelirrojo.
— ¡Me vas a dejar sin hijos, mujer!
— ¡Lo siento!
Las prisas le llevaron a darse una patética ducha de unos cinco segundos, combinado con el hecho que se puso la primera falda larga rosa palo que tenía al frente con una pequeña abertura que al caminar tendría la consecuencia de mostrar un poco una de sus largas piernas, seguido se puso una camisa blanca de tirantes, y encima un sobretodo café claro. No iba a perder el tiempo en eso de maquillarse excesivamente como acostumbraba algunas veces, con corrector de ojeras y algo de rímel le harían lucir más despierta.
Se colocó sus sandalias y puso su maletín donde había depositado sus pinceles, lo único que había preparado con anticipación. Los hombres con los que se había aventurado la noche anterior estaban preparándose igual para abandonar su hogar.
— ¿Nos vemos otro día, Els? — le preguntó el pelinegro besándole el hombro — Sabes que puedes llamar, hermosa.
Después de lo que la había hecho experimentar, no estaba dispuesta a dejarlo ir. Se giró, curveando la perversa sonrisa que le obsequió el mismo diablo para atrapar a los hombres que ella quisiera. La sonrisa de demonia con labios rojos — Sería una mentirosa si te digo que no te quiero otra vez por acá — dejó la marca de sus labios carmesíes en el cuello de aquel hombre, rozándole la lengua al último segundo — Ven cuando quieras, te estaré esperando.
Tanto poder en unas simples palabras. Podía rendir a un sultán si quisiera — Te tomaré la palabra, nos vemos, bella.
Hans en cambio, decidió quedarse un momento más con aquella mujer. Observándola como hasta siendo un completo desastre, podía ser cautivadora.
La platinada amarró el extenso largo de su lacio cabello en una precisa y cuidada coleta — ¿Me llevas, Hans?
— Claro. ¿No estás nerviosa?
Ella agitó su cabeza mostrando una amplia sonrisa de entusiasmo — Claro que no, me siento ansiosa. Me encanta hablar del arte y que otros aprendan de eso... Además, será la oportunidad perfecta para promocionar mi nueva exhibición.
— ¡Cierto! Pero al estar en una escuela llena de pubertos... ¿Usaras sujetador?
Ella se tocó los senos, apreciando la incomodidad del sujetador que le cubría y apretaba — Pues tengo que, los chicos se fijan más en esas cosas. Aunque debo decir que lo odio, ya estoy acostumbrada a salir sin esta cosa.
Se apresuró a tomar su bolso rojo favorito y el pequeño maletín negro donde estaban sus pinceles y brochas guardadas para que no se arruinaran — ¿Nos vamos?
El auto se detuvo frente a la escuela, ambos amigos se fijaron en la cantidad de alumnos que entraban bromeando entre ellos. Era notable cuando entraban los revoltosos y las chicas más guapas también. Elsa notó a los grupos de amigos extraños y a los que se veían aplicados. Aunque no podía juzgar por la portada.
El estómago se le enredó, le volcó y casi la hace vomitar de los nervios — Bien, ahora sí que estoy nerviosa.
— Lo harás perfecto. Así que entra, no te dejes intimidar y patea traseros... No literal, pero sabes a lo que me refiero.
La sonrisa se le torció a una mueca — Deséame suerte, Hans.
— ¡Suerte, Elsa!
Caminar por el estacionamiento de aquella escuela fue una de las cosas más incómodas que experimento en primera estancia. Las miradas se juntaron en ella, con curiosidad algunos o comentarios innecesariamente obscenos. No dejó que eso la intimidara en ningún segundo, mantuvo el porte firme con el que planeaba tratar a los que se atrevieran a pasar encima de ella.
Ah, pobre de aquellos que si quiera llegaran a tener la osadía de tratarla irrespetuosamente de frente. Ella sería una maestra accesible, amable, pero ninguno de ellos quería ver la otra cara de su carácter.
Entrando a los pasillos de la escuela fue casi lo mismo. No toleraba tener tantas miradas sobre ella, era sofocante tener que parecer como si nada. Le dijeron que tenía que primero ir a la sala de maestros, pero en realidad no estaba dispuesta a eso ahora. Pronto conocería a sus compañeros de trabajo, por ahora necesitaba saber que tan buenos eran los materiales que tenía para sus estudiantes. Si eran de primera mano o les había importado una mierda llevar algo de segunda.
Tal y como el director se lo prometió, el aula en la que daría clase estaba toda iluminada por luz natural. Con más de cinco ventanas que le permitían el claro del salón. Olía a nuevo, plástico y pintura. Los caballetes despedían olor a madera barnizada. El papel acuarela tenía el grosor adecuado para las técnicas húmedas. Reviso que las mesas estuvieran en la inclinación adecuada para permitirle a los alumnos trabajar con seguridad.
La pintura que había enviado también estaba ahí, cubierta por una manta negra.
— Todo se ve perfecto por acá...
No sabía porque se sentía nerviosa. Quizá era nuevo tratar con personas más jóvenes, estaba acostumbrada a gente más de su edad. Trabajaba de maestra en la academia de artes, pero en muy pocas ocasiones de tiempo completo.
Solía aislarse semanas y semanas en el estudio de su hogar pintando inmensas obras de arte en las que se concentraba con cada trazo y dedicaba cada segundo de sus días y noches. Estaba montándose en la odisea de esculpir en piedra, y un poco a modelar en barro.
El director de aquella escuela entró al aula haciendo sentir su exagerada elegancia, un porte fuerte y severo acompañado de la más sutil mirada, observa como la nueva maestra se preparaba para su primera clase. El acento inglés le satisfizo el oído — Señorita Arendelle, es un honor tenerla en la escuela.
— Muchas gracias, señor Rolfe — se abrazó a sí misma, jalando la tela de sus mangas sonriéndole avergonzada — Es un gusto que me hayan escogido.
— Muchas de sus obras están siendo exhibidas en museos del país y por lo que sé, tendrá una nueva exhibición en unos meses y que es maestra en la academia de la que egreso.
Le emocionó la idea de que alguien supiera su proyecto, donde estaba justo en ese momento, le hacía sentirse orgullosa de sí misma. Tanto trabajo duro, hacía valer la pena al final.
— Esperaba verla en la sala de maestros — continuó — Deseaba poder presentarla ante los demás compañeros.
— Ah... Lo siento mucho, creí que era mejor venir acá antes de hacerlos llegar tarde a sus respectivas clases.
Él asintió serenamente, sin verle el problema al asunto — De acuerdo. Acomodamos el horario de los alumnos para que pudieran asistir a esta clase. Esperamos que con esta iniciativa el talento de la escuela pueda hacerse ver.
— Estoy segura que habrá buenos estudiantes.
El estruendoso timbre que indicaba el inicio de las clases, le provoco que sus tripas jugaran a revolverse en círculos interminables como espirales. Ese malestar de volvió hasta ponerse verde. ¿Y si llegaban chicos solo para perder el tiempo? ¿Qué tal si era un fracaso? ¡¿Y si nadie se había inscrito?!
El director se despidió, saliendo grácilmente del salón — Mucha suerte, maestra — la puerta se cerró tras él.
— Tranquila, tranquila, tranquila. Puedes presentarte en los museos. Puedes hacer esto, Arendelle.
Sus nervios la carcomían viva en cuanto nadie llegaba, ¿Y si nadie se había inscrito? ¿Y si terminaba por hacer el ridículo? ¿Y si al notar que ninguno llegaba la despedían en ese mismo instante?
Su primera alumna entró cargando una mochila notablemente pesada, tenía el cabello algo despeinado — Buenos días — saludó mientras se sentaba en la silla del frente.
Al verla, el alma le volvió al cuerpo. Necesitaba encontrar la calma. Llenó sus pulmones de aire lentamente, sostuvo eso un par de segundos y luego lo soltó.
— Buenos días... ¿Cómo te llamas?
— Oh, soy Marinette.
— Gracias por ser la primera en estar aquí.
La chica de cabello azul se lo arregló un poco mientras sus mejillas se sonrojaban — Es que estaba emocionada por este taller, lo estaba esperando desde hace mucho.
— Me alegra escuchar eso.
Poco a poco, el aula se fue llenando de chicas y chicos de diferentes aspectos. Unos parecían estar entusiasmados, lo adivinaba por el gesto en su rostro y el brillo en los ojos. Otros esperaban pacientes en su asiento mientras bocetaban algo en sus libretas. Algunos concentrados en su teléfono con los audífonos puestos.
Cuando las mesas se llenaron, Elsa pudo comenzar su clase.
— Bueno... Buenos días. Soy Elsa Arendelle y la nueva maestra de arte — respiró profundo antes de seguir hablando con la boca seca — Debo admitir que estoy contenta de ver que el aula se llenó, sin embargo, al ser un taller sé que muchos poco a poco se irán yendo en el proceso. Antes de que eso suceda, deben saber que los hombres geniales empiezan grandes obras, pero los trabajadores las terminan. ¿Saben quién dijo eso?
El silencio reino el salón, lo cual la decepcionó.
— ¿No? — alzó una ceja, dando la oportunidad de que alguien respondiera — ¿Acaso no tienen maestro de historia? Esa frase es de Leonardo Da Vinci, pensé que al ser tan reconocido y cliché lo sabrían.
— El profesor Frost solo enseña de las guerras.
Oh, genial, un viejito fascinado por las bombas.
— Bueno, pero al menos sabrán lo básico. Como, ¿de dónde es? ¿Cuáles eran sus vocaciones? E igual no tiene que ser solo Da Vinci, también deberían saber quién es Henry Matisse, quién es ampliamente reconocido en el Fauvismo... — y con cada palabra, sentía que todos se perdían aún más — ... ¿No?
Dirigió la mirada hasta la última mesa del salón, donde una chica rubia había alzado la voz — Nos enseña otras cosas, ese hombre parece una Wikipedia andante. Pero hasta el momento no nos ha hablado de nada artístico.
— ¿Cómo te llamas?
— Riley.
Le sonrió — Bueno Riley, gracias por el dato de ese profesor, tal vez me encargue de que les enseñe algo de esto también. Esta clase no es solo para que pinten bonito, quisiera que aprendieran también sobre el arte antiguo.
— ¡Señorita! ¿Es necesario saber dibujar para estar aquí?
— Claro que no. Aprenderán, de eso se trata todo esto. Los que saben dibujar, seguirán aprendiendo — se dio la vuelta y descubrió una pequeña pintura de cuando empezaba — Quiero mostrarles esto que hice hace ya mucho tiempo.
Era una triste cosa fea, que apenas era agradable a la vista. Un cuerpo de una mujer con proporciones que sin duda no eran humanas. Con lo que parecía una mancha verde en lugar de un magnifico bosque de Noruega.
Elsa miró con graciosa ternura su primer trabajo en un taller de arte hacía mucho tiempo — ¿No es tan lindo, cierto? — su clase se rió un poco, observando con una mirada divertida aquel pequeño cuadro — Así empezamos muchos, pero el esfuerzo y dedicación al arte nos lleva a grandes y gratificantes resultados.
Mostró uno de sus cuadros para la academia, que le había hecho ganar una beca. La pintura representaba a una preciosa mujer desnuda al borde de un risco alto y peligroso con olas de bajo podían hacer ver la muerte misma. Una muerte horrible y llena de dolor, con esas piedras en punta que esperaban al final con olas demoledoras. Pero el largo cabello rubio volaba con la brisa primaveral. De hecho, la mujer posaba con los brazos abiertos, haciendo creer que aceptaba una muerte horrible como si nada, pero no, ella iba a volar. Se sentía una extraña libertad al ver que aquella mujer quería dar vuelo con alas invisibles que la llevarían por el cielo rosa, purpura, amarillo. Un arcoíris en forma de cielo. Descansar un rato en las nubes de algodón. Césped que daba vida a la tierra, árboles que parecían aplaudir la libertad de aquella mujer al filo de la muerte.
Esa obra les hizo que la paz invadiera cada uno de sus seres, la armonía de los colores, la sonrisa de esa bella joven que parecía que en cualquier momento lloraría de lo feliz que se sentía. La sensación de libertad inmensurable que daba al sentir que, en lugar de que callera del risco, iba a volar lejos a cualquier lugar en el cielo de colores. Fuera del peligro, lejos del dolor.
Elsa se sintió contenta al ver el rostro de sus nuevos estudiantes, aceptaban con agrado su obra — El arte es la presentación tangible de los sentimientos. Es poesía muda.
— ¿Cómo...? — Marinette seguía embobada con la pintura, sin dejar de verla — ¿Entonces usted se siente así, señorita? ¿Es usted la mujer de la pintura?
Elsa la observó por un momento, tenía la respuesta en la punta de la lengua; pero prefirió no decir nada. Simplemente le sonrió y volvió la mirada a la clase entera — Quiero que ustedes aprender a plasmar lo que sienten, que este taller sea su escape para lo que sea que experimenten fuera de esta aula... Sea bueno, sea malo. Pero antes, iniciaremos con lo básico. Aprenderán a ver con nuevos ojos, a realizar bosquejos, figuras simples...
Una muchacha de cabello castaño, amarado con un listón azul alzó la mano — ¿No podríamos empezar con algo como su pintura?
— Prefiero que inicien desde lo fundamental, después de todo, hay muchos que empezaran a dibujar.
— Lo sé, es que yo, um, digo, tampoco sé dibujar, pero me encantaría hacer algo como lo que usted ha hecho.
La maestra se sintió honrada al escuchar eso, apreciaba sentirse como un ejemplo para alguien. Los nervios que la carcomían al inicio de su clase de habían esfumado para siempre — La práctica hace al maestro. ¡Entonces! Tomen los grafitos y el papel, iniciaremos con el primer ejercicio.
En cuanto aquel taller terminó, su corazón saltaba alegre porque ninguno de sus alumnos era problemático. Era una pequeña burbuja de paz, simplemente esperaba que siguiera así.
Pero la pobre rubia no sabía el caos que era trazar el camino por los pasillos al aula de profesores. ¿Era necesario que gritaran para hacerse entender? ¡Es que ni siquiera podía escuchar sus propios pensamientos! Chicos sudorosos que parecían haber tenido un fuerte entrenamiento en el patio de futbol y que en su jodida vida habían visto un maldito desodorante. Muchachas que caminaban como las diosas del universo, con tacones tan altos y faldas extremadamente cortas. El pasillo era tan diverso, que mientras otras fingían estar en el Miss Universo, otras gritaban a carcajadas haber pateado traseros en el béisbol.
Le encantaba y le horrorizaba a la vez. Tenía ese odio-amor con los espacios llenos.
— Elsa Arendelle. No me digas que tú eres la nueva profesora de artes. De ser así, perdí una apuesta.
Ella contempló un momento la voz, gruesa y burlona, la conocía muy bien — Y aquí esta — volteó, con una sonrisa amplia en el rostro — Mi coach favorito.
— ¿Por qué no dijiste que trabajarías aquí?
— ¡Sorpresa! — extendió sus brazos agitando sus manos como panderetas — Solo se lo dije a Rapunzel.
El castaño advirtió escuchar el nombre de su esposa siendo cómplice — Traidora. Hiciste que mi propia esposa me escondiera algo.
— Llorón. Como si fuera la gran cosa.
Comenzaron a andar juntos por el desastroso pasillo que lentamente dejaba de ser tan transitado por alumnos que iban a otras clases — ¿Cómo te fue?
— Bastante bien... — recogió un mechón de cabello que se le había escapado del flequillo y lo retiró de la frente — Aunque vine algo tarde. Típico de mí.
— Supongo que solo llegaste unos minutos antes, siempre exageras todo. Pero noté que te levantaste de prisa, ¿ya te viste en un espejo? Te ves como una hippie.
La palma de su mano impactó provocando un chasquido en el brazo del moreno — ¡Yo me visto así! Y me gusta, no me veo tan hippie... ¿De qué apuesta hablabas?
— Ah... eso — soltó una carcajada antes de soltar su verdad — Aposté con un amigo quien sería el profesor de arte. Yo dije que un viejito amargado y el que una viejita hippie.
Empezó a considerar la clase de ropa con la que se cubría, viéndose con aquella vestimenta de último segundo, apostaba que se miraba ultra hippie — Creo que perdió en lo de viejita... y no soy hippie, pero se acercó. ¿Quién es?
— Jack, es el profesor de historia. En algún momento te lo toparas por ahí, siempre va corriendo de una clase a otra.
Ah, el profesor de historia — Lo mencionaron en mi taller, ¿sabes? Al parecer, no enseña nada de la historia del arte, dudo que sepa algo siquiera.
— ¡JA! Que no sabe algo — el tímpano de la rubia se vio afectado por la exagerada carcajada que abrió paso en la boca del castaño, que la observaba como si hubiera dicho alguna locura — Tú no sabes nada, mujer. Habla un poco con ese sujeto y cambiaras de opinión.
— Me dijeron eso antes... es de ver, ¿No crees?
— Lo creo. Y te dejo, yo debo ver que las chicas de soccer no se maten entre ellas. Créeme, entre chicas y chicos, sé que los chicos no se mataran más rápido — la abrazó de despedida, aunque era una ligera excusa para hablarle al oído — Sé que Rapunzel y tú no solo hablaron ese día, sucias.
Pasó sus manos lentamente por el cuello, acariciando el cabello castaño del entrenador, que estaba a nada de ponerla contra la pared, aprovechando que el pasillo estaba casi vacío — Tú nos das permiso, ¿o no?
— ¿La pasaron bien, hermosa?
Los labios de diabla se curvearon sobre el oído de Eugene, reposando los labios un instante sobre su oído, ronroneando en él — Tú mejor que nadie sabe que sí, Eugene, la pasamos realmente bien...
— Oh, sí, lo creo — en su mente ahora se reproducían las excitantes imágenes de Elsa y su esposa compartiendo un húmedo beso, enredando sus pequeñas lenguas mientras suaves gemidos acompañaban cuando volvían a juntar sus labios. Alucinaciones de ellas amasando sus blandos senos de suave piel tersa, sus lenguas dejando brillantes de saliva los pezones rosas de la otra, dejándolos duros y erguidos deseando con fuerzas ser acariciados. Deliciosamente sensibles. Imaginaba a sus dedos irrumpiendo en sus apretados coños y procedían a comerse entre ellas... — Sé que la pasaron bien — Decidió que dejar de imaginar sería lo correcto, estar en la escuela era su principal punto de apoyo para dejar de hacerlo. Escondió su rostro entre el cuello de la platinada estremeciéndole con su aliento caliente — Como las amo. Juro que las adoro. Te veo luego, traviesa.
La platinada sonrió dulce e inocentemente — Espero que sea pronto.
La rubia siguió su camino hacia la sala de profesores, para esperar un poco ahí para su segundo taller hasta después de las diez, así que tenía tiempo de sobra para conocer el resto de la escuela.
La sala de docentes no era la gran cosa en realidad, una pintura barata de algún bodegón de frutas impreso en un papel aún más barato. Paredes insípidas pintadas de blanco... un blanco mugroso por el tiempo, sofás que alguna vez fueron rojos reposaban en el centro de toda la habitación. Una mesa que portaba un florero con unas margaritas muertas de, probablemente, muchos meses. Había una pared abierta que llevaba a otra habitación que tenía un pequeño letrero de: Cocina.
Al pensar por un momento si se sentaba o no en los sillones o en la silla de madera de la mesa, se escuchó de la nada el sonido de cristal quebrándose proveniente del espacio de la cocina. Elsa dio un saltito llevándose la mano al pecho, pensando que estaba sola en aquella habitación — ¿Todo bien, allí?
— Ah... — era la voz de un hombre, pensando más bien lo que proseguiría a su oración interrumpida — Sí, sí, sí. Todo bien.
La platinada decidió que lo mejor cerciorarse que todo estuviera en orden y no se hubiese lastimado quien sea que fuera, no dudo en dar unos pasos para entrar a la cocina. Al principio se asustó al ver a un señor ya muy canoso agachado en el suelo recogiendo el cristal roto sin protección alguna por si se cortaba, sin embargo, cuando este levantó el rostro, terminó muy confundida.
Era un hombre joven, tal vez incluso un poco más joven que ella. Aquella mirada le arrancó toda su atención, penetrando sus ojos con el azul más perfecto, él que le hizo recordar de pronto a los glaciares que se profundizaban con el océano. O un azul frío galáctico, con muchas estrellas alrededor. En cuanto este se puso de pie ella tuvo que hacer solo un poco hacia atrás la cabeza para seguir admirando sus ojos de galaxia.
— Ah... ah...— balbuceó, inclinando su cabeza hacía un lado sin darse la oportunidad de parpadear un poco. Su mente estaba calcando cada línea facial de ese hombre, inconsciente de que lo hacía. Pero se sentía demasiado estúpida teniendo la boca abierta, sin continuar la oración — ¿Necesitas ayuda?
El peliblanco sacudió su cabeza, provocando que el cabello se le moviera un poco ante el leve movimiento — Solo fue un accidente.
— ¿No te cortaste? — escudriñó las manos del profesor, en busca de alguna herida.
Él la deslumbró con una sonrisa de dentadura irrealmente blanca — Estoy bien, gracias... — sin embargo, pronto lo vio fruncir un poco el entrecejo mirándola de repente con bastante curiosidad — ¿Y tú...? Perdón, es que no te había visto antes. ¿Estás perdida? ¿Buscas la oficina del director?
— ¿Me veo como una estudiante? — inquirió levantando sutilmente una delineada ceja.
— No, no, no. Ah — Jack se dio la vuelta para botar los restos de lo que era la taza favorita de una de las profesoras amargadas, que había tomado solo porque a él también le gustaba el diseño exterior — Bueno, no me refería exactamente a eso. Pensé que eras una nueva mamá o quizá la tía de alguna de los chicos de por acá.
La platinada se carcajeó fuertemente de lo que escuchó. ¿Es que de verdad el director no había hablado nada de ella?
Decidió esclarecer la duda de ese profesor sonriéndole divertida después de haberse reído con ganas — Voy a dar el taller de arte en la escuela, soy Elsa Arendelle, mucho gusto — estiró su mano para estrechar la de él.
Jack le estrechó la mano obsequiándole una agradable sonrisa de bienvenida — El gusto es todo mío, Elsa.
Ella le regaló una sonrisa brillante ante tal cálido recibimiento — ¿Y yo con quien tengo el placer?
— Jackson... Bueno, Jack — acortó, sacudiendo levemente su cabello tras la corrección, mostrándole una sonrisa amable — El maestro de historia.
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