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Capítulo 10

Un capricho

Sentado en el sillón con su pequeño tesoro en brazos, acarició sus bonitos rizos pelirrojos perfectamente definidos mientras veían la televisión. Su hija apenas comenzaba a comer y a tomar gusto por la comida, preferencialmente las frutas. Eso había devuelto algo de color a su agotado rostro lleno de pecas.

— No te duermas, princesa, aun no es tiempo. ­

— Estaba descansando mis ojitos papi.

— Ya dormiste un rato— la sentó a su lado—. ¿Quieres algo de comer?

Su pequeña asintió apenas, y por mucho ese pequeño gesto alivió a su padre—. ¿Hay yogurt? Mi abuela siempre me da eso en la tarde...

— Si hay, ¿qué tal si parto un poco de fruta también? ¿quieres?

— Poquito... es que no quiero comer mucho...

Besó y abrazó a su tesoro, sacándole una sonrisita preciosa que le iluminaba la vida—. Lo bueno es que mejoras, poco a poco — se levantó del sillón, haciendo que ella lo siguiera para que no se quedara mucho tiempo en reposo—. Luego podrás empezar la escuela de nuevo, jugar con tus amiguitos...

— ¿Ya puedo ir a la escuela?

— En tu próxima cita con la pediatra lo sabremos, princesa... ¿ya te aburriste de estar en casa de la abuela?

— A la abuela no le gusta que yo vea caricaturas, dice que son diablodicas — enfurruñó su carita al cruzar los brazos—. Solo mi abuelo Fergus juega conmigo, pero luego va a trabajar y me aburro.

Se sintió un poco mal por su hija al tener que convivir con una abuela tan amargada, pero sabía que en le enseñaba algunas cosas, como: bordar y tejer, al menos... igual de aburridas, a su parecer; pero podía desarrollar algún gusto por ellas. Se planteó por poco dejarla unos días con sus tíos, y así tener una excusa perfecta para visitarlos, pero ellos no vivían lo suficientemente cerca como para hacerlo; o pedirles de favor que cuidaran unos días a su hija, sabía perfectamente que, si le pedía eso a su tía, ella no se negaría por nada del mundo. Pero la distancia era mucha.

La puerta principal se abrió, dejando pasar un suspiro enorme y luego el sonido hueco de tacones siento arrojados con furia al suelo —. ¡Llegue!

— ¡Mami! — llamó su niña desde la cocina, quien camino para encontrársela en la sala de estar.

— ¡Mi amor! ¿cómo estás, belleza?, ¿te sentiste mejor ahora?; ¿qué hacías en la cocina?, ¿quieres que te prepare de comer, corazón? — la atacó con varias preguntas al mismo tiempo que se ponía en cuclillas para besarle todo su rostro. Se encaminó del lugar que provino su pequeña, encontrando ahí a su esposo —. Hola, Jack. ¡Uh, manzana!

Jack le pasó un trozo de la fruta antes de meter el resto en el tazón que preparaba para su niña —. Hola Mer... ¿cómo estuvo tu día?

— Igual que otros días — se sentó exageradamente en la silla de la mesa, moviendo un poco sus pies cansados—. ¿Te había dicho que odio los tacones?

— Es tu lema, de hecho — rió, dándole a su hija el yogurt y la fruta, sentándola en la mesa al lado de su mamá—. Debo ir a prepararme.

— Cierto... no me acostumbro a que trabajes de noche, ¿no es aburrido?

Lo pensó un poco, antes de poder contestarle certeramente—. No, más bien es cansado, pero no lo hago más aburrido solo por eso. Hay una chica embarazada, y un señor un poco mayor en mi clase, ellos siempre están atentos y preguntando. Creo que vale la pena esforzarse por ellos.

— Vaya, un embarazo... ¿y es muy joven?

— Apenas dieciséis años, pero es una chica inteligente.

Mérida bufó socarronamente —. Inteligente, no creo mucho. ¿Te imaginas embarazarte tan joven?

— Ah... sí, no lo sé, ¿por qué no se lo preguntas a Adi?

— ¿Estás diciéndome tonta?, ¡eso es diferente, y lo sabes! — carcajeó.

Jack comenzó su camino a las escaleras para poder volver a vestirse formalmente, y su esposa lo siguió.

— Bueno, no sé tú, pero yo aún me sentía demasiado joven cuando nació. No estaba listo y tú menos. Así que sí mi alumna para ti es una tonta; nosotros somos igual de tontos.

— Pero nuestra Adi bebé es un amor, — le sonrió con un mohín en la boca—. ¿Acaso te arrepientes de ver su carita de manzanita?

— Yo amo a mi hija, y estoy seguro que esa chica también amara a su bebé, por más joven que lo haya tenido. Así que no me chantajees con eso del arrepentimiento, no te funcionara — le dio un golpecito en la frente con dos dedos desconcertándola un poco y siguió su camino.

Ella protestó, sin haber logrado su cometido y comenzó a reír de nuevo—. ¿No te cansas de pensar bien sobre los demás todo el tiempo?, es decir, no todos tienen que ser tan buenos.

— Tampoco tienen que ser tan malos.

— ¡Ves! — lo golpeó fuertemente en la espalda, haciendo que su columna se curveara al frente.

— ¡Ay! ¡oye!

— ¿Por qué siempre eres así de... optimista?

El peliblanco se planteó más seriamente esa pregunta de lo que hubiese pretendido gustar. Optimista, no creía serlo la mayor parte de su tiempo como lo afirmaba Merida, sin embargo, tampoco es que podía negarlo del todo. Sucedía que pasó por ciertas situaciones en su vida que lo ayudaban a identificar con certeza cuales eran las buenas personas, con buenas intenciones, y las malas; que solo llegaban a su vida para joderla. O en su defecto, que ya fueron parte de su vida y existieron nada más para hacerla mierda. A pesar de eso, fueron más los buenos que ayudaron a que no viera al mundo entero como su enemigo jurado. Creía con convicción que al menos eso era un punto a favor.

Parpadeó un par de veces, encogiendo por igual sus hombros respondiendo vagamente en lugar de lo que decentemente era lo correcto responder.

— Tú no lo sabes; pero cada mañana le pongo vodka a mi café.

Merida soltó aquella chillona carcajada, siguiéndolo por las escaleras—. ¡Tu secreto para el optimismo vale oro!

— Lo sé — guiñó su ojo mezclando ese gesto con una provocativa sonrisa divertida—, así que no le digas a nadie.

— Será secreto de estado, lo prometo.

La pelirroja besó a su esposo manteniendo sus brazos alrededor de su cuello acariciando el cabello de la nuca—. Ahora largo, literal debes irte.

Jackson reía alejándose de ella para comenzar a vestirse—. Solo di que no me quieres aquí.

— Lo diría, pero uno de nosotros tiene que cocinar. Y esa no seré yo.

— Ja, ¿sabes qué? Mejor ya vete —la echó de su habitación, para poder vestirse en paz.

Bastaron un par de minutos para que estuviera listo para irse. En su pecho carcomía culpa en cuanto besaba a Merida antes de irse, probó con ignorar lo que sentía y deshacerse de aquel reproche que su movida consciencia agitaba con cada beso. Y es que se preguntaba: ¿habría sido capaz?, ¿estuvo dispuesto a engañarla de esa manera?, ¿con Elsa? La conciencia le pesaba por el simple hecho de haberlo considerado. No lo merecía, por supuesto que tenían sus bajos, pero faltarle así el respeto a su dignidad... ella era una buena persona, una hermosa madre con su bebita. Pensar constantemente que habría sido perfectamente capaz de besar a otra mujer, de hacerlo con otra... era difícil.

Negarlo, era peor a que existiera. Y el problema existía y lo negaba. Le atraía Elsa, era una mujer perfectamente deseable en tantos sentidos que se cohibía pensando en cada uno de ellos. Se preguntaba hasta qué punto llegaba esa seducción tan errada y prohibida.

Al día siguiente en la escuela era temporada de exámenes, y realmente esperaba que sus alumnos sacaran buenas calificaciones. Al menos que la mayoría tuvieran una alta nota, ya que significaba que su trabajo no era en vano. Los había separado a todos y cambiado de lugar a los que sabía que podía pasarse copia de sus respuestas.

Ya habiendo entregado la última hoja, dijo: — ahora denle vuelta a las páginas y comiencen. Recuerden leer las indicaciones y también deténganse a entender las preguntas.

Las preguntas abiertas eran casi la mitad de la prueba y la mitad de la nota, pero dedicó tiempo para dar las clases y una semana más para un repasó con esos temas. Además, era obligación de ellos ponerse a estudiar. No podían fallar, al menos eso creía.

Patrullaba a los alumnos paseándose por casa trecho del salón revisando sus respuestas o simplemente evitando que estos copiaran de alguna forma y que fueran deshonestos más con ellos mismos que con él. Claro que era inevitable que algunos encontraran la forma, pero después de todo, lo único que lograban era seguir ignorantes.

Al estar de nuevo por la puerta, divisó a una mujer morena de cabellos oscuros entrando al pasillo con algunos de las cosas que Elsa solía portar en siempre cuando daba sus clases. El director le iba platicando algo que no entendía al tener la puerta cerrada. Aquella mujer desconocida le miró por un segundo al pasar por su puerta, y le sonrió con amabilidad, siguiendo su camino hasta que ya no pudo verla más por el marco de vidrio de la puerta.

Se sintió confundido para empezar. No les habían comentado que se integraría una nueva maestra de arte; de todos modos, no debía distraerse demasiado. Esos chicos eran de cuidarlos a todo momento en las pruebas.

Al final de la clase recogió en la salida del salón los exámenes viendo por encima algunas respuestas perfectas, otras demasiado perfectas que incluso podrían ser sacadas de un libro; por lo tanto, supo claramente que algunos sí habían copiado. Nunca iba a entender cómo podían hacerlo si él los vigilaba todo el tiempo. Y no podía decir que sabía algunos métodos, pues él nunca tuvo la necesidad de copiar. También vio horrores históricos que provocarían probablemente que sus ojos sangraran.

— Marinette, sonó la campana — se acercó a ella, viendo como respondía todo a una velocidad desesperante — Debes entregar la...

— ¡Solo un segundo! — habló más rápido de lo que escribía, cortándolo a media frase — E-Estoy a punto de terminar.

— Marinette no puedo esperarte mucho. Son las reglas. Tus compañeros creerán que tengo preferencias y eso no es correcto. Tu prueba...

La chica echó un suspiro agotador antes de llevar su espalda contra la silla, estirando su mano junto con las hojas del examen entregándolo incompleto. Jackson pudo echarle un ojo a la chica, notando que tenía ojeras bastante marcadas bajo sus ojos.

Conocía a Marinette y le preocupaba si salía mal, puesto que era una de sus mejores alumnas—. Nunca llegas tarde cuando estamos en exámenes, ¿pasó algo?

— Me desvelé haciendo el cuadro para el taller de arte — masculló con visible agotamiento y enojo—: Lo dejé a último momento creyendo que podría. Es un asco, ni siquiera sé porque estoy en ese taller, me desconcentro de las materias que si son importantes.

— He visto tu trabajo, es muy hermoso. Y apuesto que a la profesora le gusta también — le sonrió—. Quieres estar ahí porque también es importante para ti.

— Pero las materias...

— Encuentra el modo de organizar tu horario, hoy no fue tu día en esta prueba; pero imagino que en arte tu desvelo valdrá la pena.

La sonrisa sincera y dulce de la chica apareció apenas en su rostro cansado. Asintió con la cabeza hacia él, antes de tomar sus cosas—. Gracias, profesor. Nos vemos luego.

— Hasta luego.

Aunque eran contados los que tenían respuestas horrorosas, no evitaba que se sintiera impresionado por la barbaridad de incoherencias que poseían las respuestas.

— Tú hiciste tu trabajo, Jack — susurró para sí viendo ciertas papeletas, impidiendo que su boca se torciera lográndolo fatal—. Bueno... eso creo.

Guardó esas pruebas en una carpeta que guardaba en su maletín y salió del salón para ir a revisarlas en la sala de maestros, que realmente tenia intriga de ver que más habían escrito esos chicos.

— ¿Viste a la nueva? — le dijo Eugene en cuanto pasó a su lado—, ¿Elsa dijo algo sobre renunciar?

Oh, mierda, ¿había renunciado sin decir nada?, ¿se sentía incómoda por su culpa?, ¿era algo así?

— No, en realidad no sé nada sobre eso.

— Ah...

Entrando a la sala de maestros, vieron a esa nueva mujer sentada en el sofá mientras leía algo en su cuaderno. Al verlos entrar, volvió a vérsele una sonrisa amable que pasaba rayando un poco la timidez.

— Mucho gusto, soy Honeymaren — se presentó cortésmente, levantándose del sofá.

Los hombres se presentaron debidamente con aquella amabilidad con la que esa mujer lo había hecho; sin embargo, la curiosidad les llevó a preguntar rápida y sutilmente la cuestión que se plantearon antes de entrar.

— ¿Eres nueva aquí? — preguntó el moreno sentándose en la silla frente al sofá, donde ella estaba nuevamente sentada.

— Oh, no, solo estaré unos días como suplente — respondió en breve—. Elsa está concentrada en un proyecto y me ha pedido que la substituya en sus clases.

Eugene hizo una mueca sin entender aquello—. ¿Cómo? ¿no planea salir?

— Le ha pasado antes — explicó—. No suele pasar más de una semana, aunque por teléfono se escuchaba muy agotada.

— Vaya... ¿y es mucho trabajo?

— No estoy segura, pero sé que en unos meses tiene su exposición. Además, es la primera que hace después de su viaje. Es importante para ella que todo sea perfecto; y ciertamente, Elsa es la mujer más perfeccionista que conozco en cuanto a su trabajo.

Eugene pudo seguir platicando con ella sobre lo que sea que sus labios estuvieran hablando, pues desde que dejó de escucharlos no le tomaba mucha importancia. El peliblanco experimentaba una clase de alivio al saber que Elsa estaría alejada por un poco más de una semana de la escuela. Ciertamente creía que era mejor no tentar su suerte y más bien debería ser él quien se alejara de esa prohibida provocación. Ese deseo tan indebido que abría pasó a una falta total a su moral. Realmente no pretendía pensar más en ello, pues supuestamente quedó en buenos términos con la platinada y lo que fuera no pasaría a más.

No obstante, no sería sincero consigo mismo que aparentaba querer alejarse. Creía que como no pasaría nada, podría al menos disfrutar de una charla con ella mientras la observaba. Lo que era todo un deleite extraño al verla cubierta bajo capaz de ropa holgada, que por insólito que le fuera; se veía excepcionalmente bonita. Y su voz aterciopelada y elegante...

Sacudió su cabeza, y mejor metió de lleno su tiempo a revisar los exámenes de sus estudiantes.

Durante aquellos días no era muy distinto su estar en la escuela, casi se sentían como los días antes de no tener una maestra de artes. Sin embargo, podía escuchar a diversos alumnos preguntarse por aquella mujer, sobre sus clases y preguntándose si ya era muy tarde para inscribirse a ese taller. Jackson no habló lo suficiente con Honeymaren, solo cuando la veía o en la sala de maestros, pues su estadía se extendió a una semana más en la ausencia de Elsa. Él se preguntaba: ¿qué era aquello en lo que estaba trabajando?, es decir, por supuesto era algo sobre su profesión; sin embargo, ¿cuánto le estaba costando? Su compañera había comentado que no sería más de una semana. ¿Tardaría más?

Como si fueran eternos los días, llegaba por fin la semana deportiva a la escuela. El equipo de futbol que Eugene aseguraba entrenar hasta que ellos no pudieran más, habían ganado dejando a la escuela con la emoción por sus compañeros. Las chicas de béisbol tenían su momento de gloria por igual, andaban por ahí gritando de la alegría por la victoria ganada después de haber perdido en los juegos pasados. Varios otros equipos de diferentes deportes estaban solo esperando su turno para que pudiesen competir con otras escuelas al igual que los demás. La energía de todos estaba por los cielos.

Era una lástima que también en esa semana, se debía entregar las calificaciones de sus pruebas. Muchos otros maestros envidiaban a Eugene, ya que al menos en su campo todos los alumnos le querían y disfrutaban.

Jackson había ya entregado calificaciones deprimentes a otros grupos. Se preguntaba si debía dejarle más tarea hecha a mano, ya que escribiendo era la forma que el usaba para memorizar datos.

— No estoy contento con los resultados de algunos de sus compañeros; pero he de decir que son el grupo que han tenido calificaciones más decentes.

— ¿Nos está contento por nuestro triunfo, profesor? — presionó Sullivan, aquel chico presumido que pretendía hablar cada que nadie se lo pedía—. Al menos hicimos eso bien.

El profesor alzó una ceja mirándolo sin nada de gracia en el rostro—. Eso ha sido bueno, pero aquí no estamos hablando de eso. Y, por cierto, James; tuviste la peor calificación de esta prueba. Así que es mejor que escuches lo que tengo que decirles...

— De todos modos, esto no me va a servir de nada — espetó ese chico, con una sonrisa socarrona en el rostro que Jackson no pudo tolerar—. Es decir, es inútil aprender todo eso cuando en el deporte eso no es importante.

Jack cruzó sus brazos echando un suspiró que le llegó hasta lo último de su paciencia—. Entonces mi clase y el tiempo que invierto aquí, no importa, en tu opinión.

— No estoy aquí porque quiera, si soy sincero.

Sus compañeros lo vieron como si estuviese loco. A pesar del buen trato y el ánimo que su profesor les presentaba en cada una de sus clases, todos estaban conscientes de lo fuerte que era así mismo su carácter.

El profesor asintió, dejó los exámenes en el escritorio y se acercó a la puerta abriéndola—. Entonces, hazme un favor y a tus compañeros; sal de mi clase.

— ¿Qué? — el chico bajó la guardia, y parecía hacerse pequeño en su silla.

— No te interesa mi clase; no me interesa enseñarte. Sal de mi clase y no nos hagas perder el tiempo con tu altanería — repitió severamente sin apartarle la vista, desafiándole a levantarse y caminar frente a sus compañeros hasta la salida. Y cuando no lo hizo, Jack volvió a cerrar la puerta con fuerza—. Si no vas a salir, vas a tener la decencia de callarte cuando hablo.

Como odiaba las situaciones así. Luego no encontraba la forma de tener una clase normal y como la había planeado antes de entrar. Igualmente felicitó a los que se esforzaron y alentó a seguir estudiando más a los que no pudieron alcanzar una nota máxima. La clase fluyó casi normalmente, pues aún tenía ese trago amargo del comienzo y verle la cara a ese muchacho insoportable no ayudaba.

Durante el receso le tocaba dar vueltas rutinarias por los pasillos, mientras otros maestros vigilaban otros rincones de la escuela que los estudiantes usaban para cosas más íntimas. También se podían evitar escenas de acoso escolar, las cuales eran muy poco frecuentes, pero nunca menos importante.

Pasó por el pasillo del salón de arte, esperando ver de nuevo a la señorita Maren sentada sobre la mesa del frente mientras estaba en su celular. Justo como la vio durante su tiempo libre. No obstante, sobre una de las mesas había cabello platino esparcido gracias a que Elsa estaba recostada y dormida; aprovechando que el salón estaba vacío, imaginó el profesor.

Se dio cuenta que no estaba dormida, en cuanto tomó un lápiz de color y comenzó a trazarlo en su libreta de bocetos.

Se debatió por un momento el irrumpir en el salón. Cuando pensó que seguir su camino era lo mejor, ella levantó la cabeza y al mirarlo le sonrió.

— Hola — vio que sus labios le saludaban a través de la ventanilla de la puerta.

Cuando abrió la puerta para entrar al salón, ella se acomodaba en su silla sonriéndole como siempre, iluminando aquellos ojos celestes.

— ¿Te ibas sin saludar?

— Creí que estabas dormida — le sonrió y después se sentó en el taburete frente a ella.

— Oh, créeme, quisiera estarlo — tomó su despeinado cabello arreglándolo en una coleta decente—. No he dormido bien últimamente, pero tampoco es que pueda conciliar el sueño.

— ¿Es por tu exposición?

— Sí... — suspiró, tomando de nuevo el lápiz de color azul y deslizándolo sobre su libreta para dejar color en lo que dibujaba—. Fueron días enteros bocetando hasta la madrugada, pintando hasta quedar dormida; incluso comí muy poco, porque no quería malgastar el tiempo cocinando... Y, aun así, lo que hice no me convence. Pero ahora no quiero pensar en ello, solo me hace enfadar.

Jack se inclinó sobre la mesa recostando un brazo y su barbilla sobre su muñeca. Prestaba atención a como Elsa coloreaba a detalle un par de ojos azules con una expresión en específico: sorprendidos. No tenía más detalles como el resto del rostro; sin embargo, lucían tan realistas que no necesitaba de eso. Ella era tan precisa y dedicada mirando con fijación lo que estaba realizando, que era como si hubiese trasportado su mente a los colores y estos hicieran su voluntad. Los lápices eran una extensión más de su cuerpo y cuando ella los usaba, danzaban elegantemente sobre el papel. Incluso se veía mágico.

— Eso se ve realmente bien — señaló el dibujo en la libreta, ladeando su rostro al notar como proporcionó de sombra incluso a las pestañas—. Tienes mucho talento.

— Muchas gracias — sus labios se curvearon hacia arriba preciosamente antes de admitir —: Son tus ojos... quería dibujarlos, y estos días lo hice en mi tiempo en mi estudio.

Los sorprendidos ojos del dibujo fueron exactamente lo que Jack rehízo en su rostro. Intentó no sonrojarse pues su tez pálida lo delataría, pero no podía esconder los impulsos de sus impresiones. Se sintió tímidamente cohibido en cuando ella admitió eso, sorprendido y un poco avergonzado; por alguna razón.

— ¿Los míos?, ¿por qué los míos?

Elsa encontró de lo más adorable el que ese hombre se ruborizara. Aunque dejaría ese pequeño deleite para ella, pues no deseaba incomodarlo.

— Eres expresivo... naturalmente me atraen los ojos que trasmiten aquello que sus labios no quieren admitir. Tú tienes ese don, aunque quizá no lo sepas.

— Parece como si me estudiaras — afirmó aferrándose a la extrañeza que le provocaba que sus ojos estuvieran plasmados en un dibujo.

— Y lo hice. Usualmente me aprendo las características de lo que quiero dibujar hasta el más pequeño detalle — se puso de pie rodeando la mesa para finalmente llegar frente suyo. La luz de la mañana entraba ampliamente por la ventada, iluminando su rostro y esclareciendo sus ojos detrás de los lentes que llevaba puestos de momento. Ladeó su rostro un poco, alzando su mano para acariciar la cima de su pómulo perfilado con la punta de sus dedos—. Dime Jack, ¿alguna vez has modelado para alguien?

Al ver la épica reacción en su rostro, no pudo hacer otra cosa más que reír, contestándole así —: Es claro que no — sonrió suavemente alejando su mano de su cara—. Cuando te vi quise hacerlo... dibujarte, claro.

El peliblanco se rió relajando por fin sus hombros—. No iba a mal pensarlo.

— Por si acaso — Elsa guiñó un ojo divertidamente. Dio unos delicados pasos hacia atrás, mirándolo en todo su artístico esplendor. Lo había dicho antes, pero lo afirmaba: él era digno de ser una escultura de la Grecia antigua—. Quiero ser la primera en pedírtelo. Quiero retratarte, y quiero hacerlo lo más profesional y formal que pueda. Si estás de acuerdo, por su puesto...

Jackson no pudo controlar sus gestos corporales, pasando así una mano por su cabello para que esta quedara por ultimo en su cuello—. Me halagas, pero es que no sabría qué hacer.

— No será la gran cosa, lo prometo — agregó después —: además, como hablamos con fines profesionales, te pagaré el tiempo que me brindes.

Bueno, tan "profesional" no había sido con Tadashi. El hombre que llamó y contrató para una pintura que le encargaron como proyecto libre. Y aunque esa situación fue tan distinta a la de Jack que no había punto de comparación, no llamaría de nuevo a Tadashi como parte de la misma agencia de modelos que pertenecía con Rapunzel. De hecho, ni siquiera debería llamar a Rapunzel; pues ya cruzó con ella todos los límites del lado que no mostraba para nada lo competente que era. No obstante, al menos ese muchacho no tenía una esposa quien le reclamara. Con Jackson sí que sería muy distinto a esa vez.

Jack arrugó su nariz por un segundo—. No aceptaría el dinero, de todos modos. Me sentiría incomodo si lo hiciera.

— ¿Entonces aceptas?

— No lo sé... creo. No sé — de pronto, soltó una risilla que llamó toda la atención de los oídos de la mujer a su lado. Jack acomodó sus lentes que no tenían la necesidad de ser acomodados en el puente de su nariz, siendo esa una señal de que estaba un poco nervioso—. Es que es chocante, y como te lo dije antes: no sabría qué hacer.

Elsa regresó adelante los pasos que retrocedió. Le ofreció una sonrisa amigable e inocente; suave y tranquilizadora. Esperando que con eso bastara para que cediera a su severo y maldito capricho que mantenía su mente ocupada. Creía que, al pintarlo, su bloqueo y estrés ante su proyecto desaparecerían.

— Relájate, no harás mucho. Yo te diría como hacerlo — tomó su mano con toda la confianza y libertad que obtenía por su parte, fijando sus zafiros hipnóticos en los de él—. Soy muy buena maestra, después de todo.

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