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𝑛𝑢𝑒𝑣𝑒

Al otro día, al despertar, las plantas ya no eran verdes, ya no estaba esa selva abundante que habían visto aparecer, ahora todo estaba seco y negro, como si un incendio hubiera pasado.

Ambos se miraron con algo de incógnita, fue Sunoo quien se separó de las manos que siempre tenían unidas y fue hasta el cristal, viendo las plantas que tanto disfrutaba con vida ahora muertas.

Su mano se alzó frente al cristal, golpeando el vidrio con un dedo, nada pasó.

— ¿Qué ocurrió? — murmuró Sunoo.

Sunghoon miró alrededor, se sintió terrible que las plantas estuvieran muertas, y aún peor de no saber el por qué.

— ¿Es una señal? — preguntó Sunoo, su ceño se frunció— ¿Y... Si nosotros seguimos?

— No— Sunghoon habló en tono contundente—. No, Sunoo, no voy a permitirlo— se acercó a él, colocando una mano en su cintura, acercándose a su rostro, dejando que el menor se concentrara en sus ojos como siempre, hasta estar más tranquilo.

Sunoo miró un momento los labios del mayor, y lo pensó un segundo, antes de alzar la vista de nuevo y posar sus labios sobre la nariz de Sunghoon, en un diminuto beso.

— ¿Te estás acercando de apoco? — preguntó Sunghoon, con algo de burla.

Sunoo negó, con una sonrisa.

— Como técnicamente no lo recuerdo... Sería mi primer beso y quiero esperar un poco más...

Sunghoon asintió, con una mueca en los labios.

— Sería una pena si lo robo— murmuró, recibió un golpe en el pecho de parte del menor, haciéndolo reír.

— Tonto...

Y ninguno le prestó atención a las plantas mientras estas se deshacían en polvo, dejándolos con la misma nada que habían tenido desde el principio.

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