Capítulo 34: Mi naturaleza, mi problema
Vampiro. El diccionario lo define como una criatura mítica que se alimenta de la sangre de los vivos. Ergo y, utilizada de manera metafórica, se describe a una persona codiciosa que abusa o se aprovecha de los demás.
Es la naturaleza de los mortales sucumbir a nuestros deseos más obscuros, y es la mía ¿ser un abusivo que se aprovecha de los demás? Solo defiendo mis ideales. Hago lo que me place porque sé que puedo hacerlo y no pueden detenerme. No pueden.
● ● ●
Seok-jin pasa sus nudillos por agua en el lavamanos de la cocina. Ha interpuesto su palma abierta para evitar que Taehyung mordiera a Jung-kook, recibiendo él los colmillos. Después de eso, le da una paliza que lo deja suplicando en el piso, pero aun así sigue golpeándolo hasta disipar su ira.
Detesta ceder ante Taehyung en ocasiones. Se dice a sí mismo que Nam-joon jamás debería verlo así, con esa actitud que considera una grave debilidad, pues Seok-jin se ve como su dueño y protector, quien lo cuidará hasta el fin de los tiempos; por eso siempre debe parecer fuerte e imponente en su presencia.
Luego de proporcionarle un poco de su sangre a Jung-kook para que las heridas sanen, el vampiro suspira, carga al chico inconsciente en sus brazos y lo deja en los de su "compinche".
―Vas a bañarlo bien, vestirlo, cambiar las sábanas ensangrentadas y asegurarte de que la habitación tenga una buena temperatura para Jung-kook. ¿Me oíste, pedazo de basura?
Pero el aludido no le contesta; su respiración sigue agitada.
―Y si no haces lo que te ordeno... Yo mismo tomaré al chico frente a ti. Lo degollaré después de hacerlo eyacular en tu asquerosa cara, con la expresión de orgasmo más grande y repulsiva que puedas imaginar.
Por primera vez, el joven vampiro rebelde siente nervios ante Seok-jin.
―T-tu no lo harías... ―balbucea, aferrándose al cuerpo de Jung-kook mientras traga saliva.
―No me provoques. Mi paciencia contigo prende de un hilo.
―¿Sí? Pues... si tocas a Jung-kook, yo tocaré a tu preciado Nam-jo...
El inmortal mayor ríe bajo y con frialdad.
―Oh, tú no tocarás a mi Nam-joon. Antes te extingo. Quien avisa no traiciona, Taehyung.
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Kim suspira, como si una contractura lo estuviera consumiendo, y apoya las manos contra el mármol de la mesada. Observa cómo la sangre se desliza por el drenaje junto con el agua. Pasa saliva; el hambre lo acecha. La imagen de Nam-joon irrumpe en su mente, y sus colmillos afloran. Lucha contra el impulso de subir las escaleras, abrir la puerta del dormitorio de par en par y adherirse a su cuello como una sanguijuela.
En un intento por controlar su instinto, toma una bolsa de sangre de la nevera. Como un alcohólico en abstinencia, la pincha con los colmillos y succiona hasta no dejar una sola gota. Luego, aspira una áspera bocanada de aire, mientras el tinte rojo de sus ojos se disipa poco a poco. Limpia las comisuras de su boca con sus dedos, que de inmediato lleva a sus labios. Se siente medio lleno, mas ni remotamente satisfecho.
Alza la cabeza y fija la mirada en el techo. Reina la calma en el dormitorio de Taehyung ahora. Percibe que ha hecho lo ordenado: cambió las sábanas, encendió nuevamente la chimenea, aseó y vistió a Jung-kook, y ahora lo recuesta en la cama. Lo arropa con una manta, y como un huérfano perdido en una noche fría, busca consuelo en el calor de su pecho. Deja caer la cabeza, mueve los brazos del chico para que lo rodeen, y después se aferra a su cintura. Sus ojos se fijan en el cielo nocturno a través del ventanal. Está atrapado en un mundo que no le permite descansar, encapsulado en un rencor recurrente que lo hace estallar más de lo que quisiera, sin dejar paz a su conciencia.
Seok-jin abre la pequeña bodega en la cocina y toma una botella de uno de sus mejores tintos. Lleva consigo dos copas. Deja todo sobre la mesa y suspira. Luego, saca del bolsillo interno de su saco el extracto de la droga que le había proporcionado a Taehyung para sus retorcidas fechorías.
«Es mi naturaleza hacer lo que se me venga en gana, porque no pueden contra mí. Porque soy un ser superior», piensa, mientras contempla el pequeño recipiente con el líquido azulado.
Finalmente, guarda el frasco, carga la botella con las copas, y desaparece de ahí con el aire de un suspiro. Ha pasado más tiempo del que le hubiera gustado; piensa que Nam-joon se habrá dormido, y no se equivoca. Al abrir la puerta, lo encuentra recostado entre las luces de las numerosas velas, aunque sus ojos se abren al oír el sonido de la puerta.
―Tardaste mucho. ¿Todo bien?
―Solo un pequeño contratiempo, pero nada que deba preocuparte ―responde, dejando el vino con la cristalería sobre el mueble. Cierra la puerta y con calma añade―: ¿Te desperté?
―Tú siempre me despiertas...
―¿Ah, sí? ―Lo interpreta como un coqueteo, incluso sabiendo que no lo es.
―En este lugar, con alguien como tú rondándome, sería imposible dormir profundamente ―dice, sentándose en la cama.
―Sí, bueno... No decías eso en el sótano de la casa de huéspedes, cuando te "rondaba".
―Ese es un comentario injusto, dada mi clara desventaja física...
―Acércate.
Seok-jin lo interrumpe con suavidad, ofreciéndole la refinada copa de cristal. Su sonrisa es discreta pero seductora, sus movimientos calculados. El joven se aproxima y la toma, incapaz de apartar la mirada, olvidando por completo lo que estaba diciendo. El hombre llena su cáliz con la misma parsimonia.
―No terminaré borracho después de unos sorbos como aquella vez, ¿verdad? ―pregunta Nam-joon con un deje de picardía.
―No. ―Sonríe―. No es una cosecha tan fuerte, te lo prometo.
Choca delicadamente su vaso fino de cristal con el suyo en un breve brindis y bebe. Nam-joon lo imita en esa última acción, aunque, cauteloso, da un sorbo más pequeño.
―¿Está bueno?
―Lo está ―responde y degusta de nuevo.
Seok-jin lo contempla con una lujuria apenas contenida, notando cómo su nuez de Adán se mueve al recibir el líquido. Cada detalle lo embelesa: el eco sutil del vino deslizándose por su garganta, el roce de sus dedos contra el vidrio de la copa, los suaves suspiros que escapan de sus labios. Sin poder contenerse, su lengua humedece sus propios labios, mientras su mirada se oscurece con deseo. Quiere devorarlo.
Le parece una pena absoluta que él haya decidido ponerse otra camiseta para deshacerse de la que le rompió, junto a la camisa y esa chaqueta de cuero que le quedaban espectaculares. Lamenta no tener el paisaje pintoresco de su torso desnudo. Lo que daría por...
―¿Qué? ―pregunta el chico de repente, haciendo retroceder los bajos instintos del vampiro, quien carraspea un poco y corrige su postura insidiosa.
―Te observo. Divago. ―responde, honesto, y engulle lo último de su vino―. Siempre lo hago ―añade, deja su copa sobre el mueble y le dedica la mirada.
Nam-joon, casi hipnotizado por su hegemonía irresistible, que parece envolver incluso su sensatez en una autoridad innata, ni siquiera es capaz de parpadear, solo puede llevarse el cristal a los labios para beber otra vez.
―Hagamos un pequeño juego.
―Ay no... Tú y tus juegos retorcidos...
―Vamos, no te pongas así ―dice con una ligera risa en la voz―. Siempre acabas disfrutando de ellos, o acabas y disfrutas, como prefieras, cariño ―añade con una mueca pícara, llenando su vaso fino de nueva cuenta.
―Eres un bastardo descarado ―dice, sin poder evitar una leve sonrisa ante su juego de palabras, simple y estúpido a sus ojos, especialmente viniendo de alguien como él.
―Seguro conoces ese juego moderno popular entre los jóvenes de este siglo. "Verdad o Castigo".
―Definitivamente no jugaré Verdad o Castigo contigo.
―Puedo entenderlo ―dice, llenando el cáliz de su chico―, sobre todo por la parte de castigo ―agrega, y le guiña un ojo.
Se percata en ese momento del calor muy tenue que trepa por el rostro de su bello mortal.
―Pero, ¿sabes?, no tiene por qué ser sexual.
Nam-joon, plenamente desconfiado, lo mira con una ceja enarcada mientras bebe. Seok-jin atesora esa imagen en su memoria como algo digno de venerar, sin siquiera pestañar.
―Está bien, no tan sexual... Que sea Verdad contra Verdad. Yo pregunto y tú debes responderme con sinceridad.
―¿También podré preguntar yo? ―Se lo oye intrigado.
―Por supuesto. Aunque bien sabes que yo jamás miento.
―De acuerdo. Si estás tan confiado, adelante. Es más, ¿por qué no inicias tú, colmillín?
El referido sonríe encantado con el apodo. Toma su copa, carraspea y comienza:
―¿Qué harías si te digo... ―Gira delicadamente la muñeca, haciendo que el vino baile en el vidrio―... que adulteré el vino? ―completa y lo mira a los ojos.
El muchacho detiene en seco el próximo sorbo que iba a darle a la bebida, mirándolo con un asombro comedido.
―¿Adulteraste... el vino?
―Con una droga que te dejará completamente a mi merced ―responde, sacando del bolsillo de su saco el pequeño frasco que cargaba consigo.
Nam-joon enmudece unos segundos, mostrando un semblante circunspecto.
―Estás mintiendo.
―¿Lo hago?
―Admito que por un segundo casi te creo. Pero tendrías que ser muy estúpido para adulterar una bebida que tú mismo estás consumiendo.
Seok-jin cierra los ojos y comienza a reír con un tono grave y bebe.
―Bueno... Tal vez con mi condición de inmortal, los narcóticos no tienen efecto en mí ―dice, alzando una ceja y haciendo un ademán con su brazo.
El joven traga saliva y se queda pensativo.
―No pensaste en eso, ¿o sí, chico? ―Liba otro poco de vino―. Además, la botella ya estaba abierta cuando la traje.
El vampiro tiene un punto. El muchacho observa la botella y el corcho a un lado.
―Así que tuviste tiempo de deshacerte de la jeringa con la que introdujiste la sustancia.
El hombre lo mira con atención.
―¿De qué otra forma la pondrías de manera segura? ―continúa Nam-joon―. Además, siendo una droga líquida, tardaría mucho menos tiempo en degradar mi sistema. Estimo unos tres minutos, de tres a diez. Llevamos aquí unos seis, ¿tal vez siete?
―Once minutos, para ser exactos.
―Y mírame, estoy tan lúcido que puedo decirte que estás mintiendo. Nice trick, you're bluffing ―concluye, llevándose el cristal a los labios y es él quien le guiña un ojo ahora.
Un suspiro se queda atrapado en la garganta de Seok-jin, y una contracción nerviosa quiere aparecer en su rostro, pero la reprime, así como reprime sus deseos de mandar esa maldita copa contra la pared, volcarlo sobre el suave colchón y comerle la boca con una pasión desenfrenada. Aprieta los dedos, buscando calmarse. Admite que la dulce agonía de tenerlo en frente y estar encerrado con él sin poseerlo, le fascina.
―Atento hasta el más mínimo detalle... Qué erótico.
Nam-joon bufa en medio de su trago. Había escuchado comentarios de ese tipo de diferentes chicas en el pasado, aunque ellas usaban la palabra "sexy", pero viniendo de un hombre, y de un hombre como Kim Seok-jin, le resulta simplemente increíble.
―Hipotéticamente hablando ―retoma―, digamos que sí le puse algo a la bebida... ¿Qué pasaría?
―Tú y yo sabemos lo que pasaría, Seok-jin. Me asustaría, sí, pero al final del día siempre termino a tu merced, como bien expresaste.
Kim se halla curioso, por lo que lo deja continuar.
―La verdadera pregunta sería: ¿Qué pasaría si yo, drogado, te suplicara que no me hicieras nada?
Seok-jin detecta aquella luz tenue dibujando el arco bajo de sus párpados. ¿Era el rumor de una lágrima? ¿Por qué habría lágrimas? ¿Por qué lo irrita la sola idea, si verlo llorar para él es algo fascinante? Otra vez esa sensación de una punción aguda en su pecho.
Decidido a no permitir que esa agua cálida termine de surgir, pone una mano sobre su cabeza y corre unas hebras de su cabello. Atrapa en su mano el cáliz que el joven deja caer ante la impresión repentina.
―Tesoro mío... ―Desliza su mano y acaricia su rostro―. ¿Esa es tu pena? Respóndeme tú ahora: ¿Cuándo yo te he tomado sin que lo quisieras?
Nam-joon se queda en silencio.
―Te dije que ser honesto no es un problema para mí, mucho menos si se trata de ti. Pero tu problema, amante mío... Es que no terminas de aceptar los hechos concretos, y esos son que, aunque te genere rechazo la idea... ―Acerca sus labios a su oído―, me deseas.
Seok-jin da un pequeño beso sobre la oreja y un escalofrío atiborra a Nam-joon, su respiración se vuelve más notoria.
―Nunca te haría nada que no quisieras... ―susurra áspero y con mucho aire―. Nada que no disfrutes... ―agrega, y roza su mejilla con la impropia, sintiendo cómo la piel cálida se eriza.
Los ojos del chico se cierran por inercia, pero el vampiro es cruel: sus labios apenas se rozan, negándose a ceder al anhelo del muchacho, quien busca un beso que complete el consuelo en su aflicción. Sus miradas se encuentran, sus rostros separados por un suspiro, iluminados por la tenue luz de las velas.
―Es cierto, Nam, mi naturaleza es engañosa; se apadrina el abuso, pero a ti jamás te he mentido, nunca. Y tú... Siempre que puse mis manos sobre ti... ―murmura y lo toma por la cintura de repente, apegando sus cuerpos―. Lo cierto es que... ―Pasea sus ojos por su rostro―. No me has apartado ni una sola vez.
―Eso es porque...
―Porque la curiosidad te cautiva, y te gusta, ¿no es así, Nam?
―Solo quieres...
―Todo de ti. ―Lo mira―. ¿No te lo dije ya? Necio... Te lo hice saber desde el principio.
Seok-jin roza el aire que se escapa entre los labios de Nam-joon. Haceel ademán de besarlo, pero, juguetón, se lo mezquina. Interpone la copa y laarrima a los labios de su chico en su lugar.
―Bebe... anda... ―murmura muy cerca, inclinando el vaso fino.
El joven obedece, y ni bien el líquido desciende por su garganta, el vampiro lo sorprende con un beso, tomando las últimas gotas de vino que quedaron en sus labios. Nam-joon responde, animado a continuar, pero Seok-jin se detiene para beber él mismo del cáliz. Apenas deja pasar el vino por su paladar cuando vuelve a buscar sus labios, esta vez con más intensidad, dejando que el líquido resbale y humedezca sus bocas, mientras los sonidos que escapan se hacen más evidentes. El vampiro se controla, moviéndose lento, inclinando su cabeza primero hacia un lado, luego hacia el otro. Abren sus bocas, entrelazan sus lenguas, mirándose por unos segundos y regalándose suspiros que, al unirse de nuevo, quedan atrapados en sus gargantas, aumentando las sensaciones que poco a poco los envuelven y arroban.
Seok-jin disfruta del contacto, del placer que supone la lentitud de los movimientos y las caricias de sus músculos húmedos, que parecen aglutinarse y separarse en un vaivén deliberado. Nam-joon, por su parte, ya no se resiste; se deja llevar porque, en el fondo, disfruta lo que ese hombre despierta en él. En esa privacidad, se permite explorar lo desconocido, dejar de lado las reservas y analizarse en una posición que jamás imaginó ocupar. Sabe que está mal, que no puede haber bondad en este vínculo. Seok-jin es un monstruo, y aceptar eso lo llena de contradicciones. Pero este monstruo, irónicamente, calma su miedo, lo lleva a mirar de frente aquello que siempre le pareció prohibido, inaceptable. Por momentos se siente patético, incluso ridículo, pero el fervor que enciende en él lo empuja a querer más, a buscar refugio en sus brazos. Seok-jin es egoísta y posesivo, pero también le ha demostrado que nunca lo soltará ni lo dejará caer.
Los besos continúan, enlazándose como eslabones uno tras otro. El inmortal espía ese bello rostro de ojos cerrados, ceño apacible, y el dulce orificio suave y jugoso que le pide acceso en silencio. Ama los excitantes suspiros graves que escapan de su garganta, mientras sus manos masajean sus glúteos y acarician la zona de su recto, aún cubierta por las telas que lo visten. Desplaza entonces los besos húmedos a su cuello. Nam-joon tiembla al principio, temiendo por los colmillos, pero la atención que le brinda Seok-jin es suave, relajante y excitante.
Lo tiene arrinconado contra el mueble. Las manos del muchacho recorren su cuerpo: la espalda baja y la cerviz, con dedos que tiemblan un poco. No lo culpa; sigue siendo una prueba para sí mismo.
Pronto, los suspiros del chico se intensifican cuando el vampiro mueve su pelvis contra la impropia y aprieta sus nalgas con fuerza. Lo toma por la cintura, lo alza y lo sienta sobre el mueble. Después, abre sus piernas e interpone su cuerpo entre ellas, apoderándose de sus labios una vez más.
―Quiero profanarte, amante... ―suspira al separarse―. Pero mantendré mi palabra... A menos que tú...
―Sí.
La respuesta del joven lo toma por sorpresa; no puede evitar pasear sus ojos sobre los suyos.
―¿Qué cosa? ―Busca con desespero una reafirmación.
―Quiero...
―¿Sí?
―Házmelo ―suspira, con su rostro incandescente.
―Nam... ―Cierra sus ojos en agonía, frotándose contra su rostro.
―Quiero tener sexo contigo.
―Me desarmas, chico... ―musita, con una expresión de dolencia.
Sin embargo, Nam-joon pone un límite a su lascivia:
―Pero no será amor... solo será sexo.
El hombre enfrenta su mirada, oscura y desafiante.
―Eso... está por verse ―dice, y levanta una de las comisuras de su boca.
»Tus pantalones ―ordena, luego de borrar su sonrisa, mientras se despoja de su saco y desabotona su camisa opaca.
El muchacho cede; Seok-jin lo ayuda en la tarea. Luego, levanta y remueve su camiseta, dejándolo listo y sin envoltura alguna para él. Contempla su desnudez, el paisaje que lo obsesiona, cada línea de su anatomía como un pecado tentador. Con una mano firme, le da la vuelta y lo empuja suavemente contra el mueble. Lo observa desde el reflejo del espejo, sus ojos destilando posesión. Su boca roza el cuello de Nam-joon antes de dejar un rastro húmedo que desciende lentamente por su columna. Cada beso parece quemar, dejando al chico tembloroso y expectante.
―Quédate quieto ―masculla, con una voz ronca que lo envuelve.
Nam-joon obedece, su cuerpo vibrando entre la anticipación y la entrega. Seok-jin se arrodilla tras él, sus manos firmes separando suavemente sus caderas. Sin perder tiempo, su lengua traza un camino hacia su entrada, lamiendo con paciencia y cuidado. El chico jadea, su respiración se torna errática, sus manos buscan apoyo contra el mueble.
―F-fuck... Jin... ―murmura, cerrando los ojos mientras el calor se apodera de él.
El hombre sigue, su lengua moviéndose con una mezcla de destreza y devoción, preparando a su amante con movimientos que son tanto prácticos como seductores. Los jadeos del chico se transforman en suspiros profundos, y su reflejo en el espejo muestra su rostro encendido de placer.
Cuando Seok-jin se levanta, desliza sus manos por los muslos de Nam-joon y lo posiciona. El vampiro se pega a él, alineándose cuidadosamente, después de lubricarse, sus ojos siempre fijos en el reflejo frente a ellos.
―Míranos ―ordena suavemente, guiando el rostro de su chico hacia el espejo.
El primer movimiento es lento, casi reverente, mientras el joven se arquea y emite un gemido que resuena en el ambiente. Seok-jin lo sostiene con fuerza, sus manos acariciando su torso desnudo, sus labios rozando su oído.
―Eso es... deja que te tome como mío ―musita, empujando con más profundidad, sus cuerpos encajando en un ritmo que los consume a ambos.
La imagen espejada captura cada movimiento, cada expresión, amplificando el momento. Seok-jin lo mira, encantado por la forma en que Nam-joon se rinde a él, mientras el chico no puede evitar mirar sus propias reacciones, atrapado entre el placer y la vulnerabilidad.
―¿Puedes sentirlo? ―susurra, su tono grave y entrecortado―. Este momento... es nuestro.
El acto persiste, ardiente y pasional. Nam-joon jadea, dejando caer su frente sobre su brazo, suspirando con cada nuevo recibimiento.
―Nam... No ocultes tu rostro, déjame verte.
―N-no quiero verme...
―No te veas a ti en el espejo. Mírame a mí... Sedúceme con tus expresiones de lujuria y orgasmo... Si no lo haces me voy a detener... ―sopla las palabras, y con sus manos recorre su pecho, su abdomen y su sexo, sabiendo perfectamente dónde tocar para enloquecerlo.
El joven deja escapar un plañido suplicante, realza un poco el rostro y el vampiro lo sujeta del pelo, hasta que sus ojos se conectan a través del espejo. Aquello no es un tirón de cabellos, es un masaje que lo despeina. Su otra mano que toma posesión de su quijada y mantiene su rostro firme tal y como lo quiere. «No cierres los ojos», le pide en otro susurro.
―Si los cierras siquiera un poco... me voy a detener justo cuando estés al límite.
―Eres horrible... ―refunfuña entre dientes.
―No me mientas, Nam... o me vas a hacer enojar... ―Sonríe con picardía―. Sería una pena que eso pase, ¿verdad? ―dice y da otra estocada, escuchando la voz dulce de su amante escapársele.
»Vamos, es una orden. Manos sobre el mueble. Muéstrame tu cara.
Recorre su cadera con sus manos en tanto sus pelvis se acoplan como si fuesen una sola. Sus dedos rozan su vientre y, con un cambio sutil en el ritmo, intensifica la conexión. No necesita palabras para saber que todo está bien; los gemidos de Nam-joon lo dicen todo, con la calidez que emana su cuerpo. Ese calor lo consume, lo deja afiebrado, y siente que debe detenerse antes de ceder al impulso de clavar sus colmillos en él ahí mismo.
El muchacho deja caer la cabeza, agotado, y Seok-jin aprovecha para relamerse los labios, víctima de la abstinencia. Con ambas manos lleva hacia atrás las hebras negras de su cabello, descubriendo su rostro sudoroso. Dicho acto capta la atención del chico quien alza la mirada. Sus ojos se encuentran por medio del reflejo, y la tensión se potencia. Jamás ha visto a Seok-jin tan agitado, y esa imagen le resulta increíblemente sensual.
Lujurioso, perdido en el embrollo de sus deseos, Nam-joon comienza a moverse por su cuenta. Seok-jin apenas alcanza a balbucear cuando siente cómo su amante toma la iniciativa, separando y juntando sus pieles, marcando con cada movimiento el sonido húmedo y obsceno de su unión. El joven gime, bajo, contenido, pero suficiente para que un cosquilleo extraño le recorra la columna al vampiro quien cierra los puños, tratando de reprimir el instinto asesino que amenaza con dominarlo, y suspira con fuerza.
Nam-joon, perdido por la excitación, desliza una mano hacia su miembro y comienza a tocarse. Pero Seok-jin la detiene con cuidado, guiándola hasta la superficie del mueble. Coloca sus propias palmas sobre las de él, inmovilizándolas, como si quisiera recordarle que, en ese instante, todo el control le pertenece.
―Sigue como lo estás haciendo ―susurra, con sus ojos en el acto.
Nam-joon, obediente una vez más, sigue las instrucciones cuando le pide acelerar o frenar. Sus jadeos se sincronizan y acrecientan. "Labor eficiente de verdaderos amantes", piensa Seok-jin, en su absurda idealización de que esto tal vez roce algo parecido al amor.
Incluso las mentes más brillantes sucumben ante la dopamina del sexo.
Un jadeo profundo escapa de Nam-joon, y las gotas se desprenden de él, cayendo entre sus piernas temblorosas, marcando el suelo con su calor.
―Eso que hiciste, Nam... fue espectacular ―elogia Seok-jin con voz grave, dejando pequeños besos sobre su espalda. Los suspiros del chico acarician sus oídos, y él sonríe, pleno de satisfacción―. Ahora hagámoslo como se debe. Vayamos a la cama, primor... ―le habla al oído, con una mezcla de ternura y autoridad.
Allí, ambos se desbocan. Seok-jin está entre las piernas de su chico nuevamente, moviéndose con vehemencia, rozando oscilaciones violentas. Nam-joon busca soporte aferrándose al brazo que oprime su cadera. Su cabeza se hunde en los almohadones y el aire escapa de su pecho en bocanadas irregulares, con la mandíbula abierta, gimiendo con un padecimiento que destila puro placer. Seok-jin lo acompaña, encendido, aumentando la velocidad, volviendo toscos los choques de sus pieles y más agudos y prolongados los gemidos de su amante.
―¡J-Jin...! M-más despacio, por favor... ―jadea, apretando los párpados.
―Lo lamento, hermoso... ―murmura, moviéndose con lentitud ahora. Se inclina hacia su rostro, dejando pequeños besos en su cuello―. ¿Te hice daño?
Nam-joon niega con la cabeza, aunque sus gemidos persisten, acompasados con los movimientos pausados del vampiro. Intenta recobrar el aliento y calmar su corazón, todavía sacudido por la intensidad del momento.
―Da... Dame un respiro... y volvemos a intentarlo...
―Claro, encanto. Como tú ordenes.
Con una delicadeza inusual, como si se tratara de una almohada más, Seok-jin le da la vuelta al cuerpo del chico, contemplando su espalda. Masajea sus glúteos antes de aplicar más lubricante sobre su miembro. Nam-joon se lo pide con un suspiro, un sonido que perfora el alma del vampiro e inflama su interior como fuego vivo. Vuelve a tomarlo, como si fuera el mayor privilegio de su existencia maldita. Inicia con penetraciones lentas hasta adquirir mayor ritmo.
Nam-joon estruja las sábanas entre los dedos, mientras Seok-jin lo sostiene con un brazo rodeando su cuello y su mano grande contra su cadera, para acompañar los impulsos constantes que le brinda. Sus labios recorren su nuca, su lengua marina su piel, mientras cada gemido que su chico le regala alimenta su excitación. Seok-jin también gime, con padecimiento y anhelo, no por una dolencia, sino por el deseo de sobrepasar los límites, de estallar dentro de su amante. Nunca antes se había sentido tan encendido, tan vivo. Nam-joon llegó a creer que podría estar cansado. Muy ingenuo de su parte.
Finalmente, un clamor extremo irrumpe entre ambos. Sus cuerpos tiemblan, y el fervor los lleva a un punto donde el placer se expande más allá de lo físico. Su piel se eriza, sus corazones laten al unísono, y el éxtasis los deja exhaustos, flotando en el agotamiento compartido.
―Mi amor... ¿Me dejas probarte? ―masculla Seok-jin, con sus dedos en la línea del mentón de su chico, sus labios cerca de su oído.
El muchacho asiente débilmente. No obstante, los colmillos del vampiro no van a parar a su cuello como estipula. Aunque no es una inserción profunda, no puede evitar liberar un quejido, y a partir de ese instante, todo se torna borroso.
● ● ●
Seok-jin, todavía dueño de notables suspiros, apenas puede reconocerse. Jamás en la vida le ha faltado el aliento como ahora, por nada, además de la idea de tener a su Nam-joon entre sus brazos, que ahora es una agridulce realidad. Está recostado sobre él, con la cabeza apoyada en su pecho, rodeándolo por la cintura, sintiendo el sutil ascenso y descenso de su respiración aún agitada. Inesperadamente, la mano grande de Nam-joon comienza a acariciar su cabello, tan gentil y dulce que no puede concebirlo, aunque le resulta desconcertante.
―Me encanta tenerte conmigo ―musita sobre su piel―. Ámame algún día... Ámame pronto... Te lo pido ―balbucea con la voz entrecortada y ronca, dibujando con los dedos pequeñas figuras invisibles sobre su pecho.
Por primera vez, el calor del cuerpo ajeno no le resulta una incomodidad. Es un refugio, una armonía que lo envuelve y lo embriaga. Nam-joon, con las manos estacionadas sobre sus omóplatos, se ha dejado llevar por el sueño. Seok-jin lo observa en silencio, como si quisiera memorizar cada detalle de ese instante, el leve temblor de sus pestañas, la curva relajada de sus labios. Y, por un momento, el vampiro se permite creer que este calor, este descanso, podría durar para siempre.
● ● ●
El sol pronto saldrá, y Seok-jin sabe que debe correr las cortinas, pero ¿cómo abandonar la utopía en la que está sumergido? ¿Cómo podría? Pero debe hacerlo. Se levanta, y en ese momento ve a través del gran ventanal, como un francotirador profesional, un punto en la vasta distancia que delimita la parte frontal del terreno: Park Jimin se acerca al inmenso portón principal, sin intención de detenerse ahí.
―¿Qué demonios...?
Voltea inmediatamente para ver a Nam-joon ya acomodado y profundamente dormido en la cama. ¿Cómo podría moverlo rápido y sin lastimarlo? Incluso si lo hiciera, el joven vampiro se daría cuenta y estaría perdido. Si entra en la casa, el aroma de Nam-joon, de Tzuyu y también de Jung-kook inundarán sus fosas nasales. ¡¿Pero qué diablos?!, ya debe estar oliéndolos.
El vampiro opta por tranquilizarse y apelar a su poder de observación y lógica. Su paso es pausado, su postura firme y su rostro relajado, aunque revestido con seriedad. Si supiera algo de los humanos estaría aquí con compañía, listos para decapitarlo.
Recuerda su altercado con Taehyung. Si bien no estuvo presente, sabe que algo ocurrió entre ellos, y el joven Park querrá respuestas.
«Deben ser sospechas... Debe querer respuestas...», piensa, mientras se aparta de las cortinas.
Es un hecho para Seok-jin que Jimin quiere tener una conversación, y por supuesto que se la dará. Es por eso que se asea rápido, escoge su mejor traje y baja las escaleras como toda una celebridad para luego abrir su puerta principal con total parsimonia.
―Park Jimin. ¿A qué debo el honor de tu visita?
―Buenos días tenga usted, Seok-jin-hyung-nim. ―Hace una reverencia―. Perdonará mi atrevimiento, pero iré directo al grano. He venido a llevarme, bajo mi custodia, al humano Jeon Jung-kook que usted esconde aquí.
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¡Hola! Volvimos a las actualizaciones los días miércoles, si no surgen complicaciones de por medio.
Este capítulo me quedó un poco más largo. Pensé en dividirlo, como me tocó hacer con el 32 y 33, que iba a ser un solo capítulo. Pero en esta ocasión me pareció un despropósito; no estaba TAN largo, por eso lo dejé todo junto. Soy consciente de que están siendo muchos capítulos y no me gustaría volver la lectura pesada tampoco.
Queda bastante por ser contado todavía en esta historia, les agradezco infinitamente su apoyo, y ojalá la sigan disfrutando. n-n~♥
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