―Si mueves tus manos de donde están, te las amarraré atrás de la espalda. Si abres los ojos, te los vendaré. ―Fueron las palabras de Taehyung, luego de terminar de desnudar a ese pobre chico que tenía de rodillas contra la cama, con la cabeza ladeada y sus manos a los lados apretujando las frazadas.
―Po-por favor... ―rogaba, trémulo y con sus dientes castañeando de pavor.
―Y callado. Si dices estupideces te amordazaré.
Con un pequeño gimoteo bajo, el joven declaró su rendición forzada. El vampiro comenzó lento con él; quería testearlo a pleno para recuperar el tiempo perdido. Besó su espalda, su cuello y lamió sus orejas, mientras acariciaba con insistencia grosera su sexo. Cada toque y movimiento los realizaba con total lentitud, al punto que el mismo Jung-kook dejaba escapar jadeos que se oían como placenteros, cosa que lo llenaba de rabia e impotencia al no tener control de su cuerpo. El lubricante estaba casi tan frío como sus manos, los toques más íntimos no dolieron, porque el maldito avanzaba poco a poco, llamando a una respuesta sensual, física, pero también expresada en forma de gemidos suaves; eso lo excitaba mucho.
Cuando se llevó a cabo el acto, no le costó nada de trabajo unirse con él. Jung-kook esperaba salvajismo como en ocasiones anteriores, pero el muy desgraciado no solo ejecutaba sus movimientos despacio, sino que buscaba despertar verdadera excitación en él, con sus manos, su pelvis y su boca, agitando al chico lentamente, recorriendo su anatomía y masajeando sus cabellos. Por supuesto Taehyung no hacía esto por querer ser piadoso o generoso, lo hacía para que entendiera que él era su dueño ahora y que lo controlaba a su antojo.
Mientras lo volvía de su entera potestad, recuerdos remotos vinieron a la mente de Jung-kook, cuando era tomado con amor, y se odiaba terriblemente, pues no deseaba ser profanado por ese ser malevolente a su espalda, que con tanta sensualidad lo poseía y él caía, no en un fuego apasionado, sino en un abismo de oscuridad y dolor.
Cuando por fin terminó, Jung-kook tuvo ganas de regurgitar. Había conseguido excitarlo, lo había hecho gemir audible y había dejado su libido satisfecha luego de eyacular. Se sentía doblemente repugnante al rememorarlo.
Taehyung se recostó junto a él en la cama, con sus ojos cerrados, pero sus sentidos muy despiertos. Acarició el cuerpo del chico, el cual se retorció ante su tacto que encontró desagradable y sumamente frío, mientras lloraba y se lamentaba en silencio. Desgraciadamente para él esa "bienvenida" fue solo el comienzo.
● ● ●
―¿Para qué es esto? ―pregunta Jung-kook, temeroso, sintiendo cómo Taehyung rodea su cuello con un material un poco grueso.
―Las mascotas necesitan un collar ―contesta, cerrando la hebilla en el primer agujero, dejándolo bastante flojo y luego le da un toque al cascabel, haciéndolo sonar.
Contempla el accesorio en ese apetitoso cuello y luego sube sus pupilas ácidas hacia el chico.
―Este collar tiene diez orificios. Por cada falta que tengas conmigo, moveré la hebilla y el collar te apretará más. ¿Entiendes lo que digo?
Jung-kook se queda mirándolo, entonces el vampiro le propina una cachetada.
―Te hice una pregunta.
―S-sí...
Quiere masajear su mejilla, pero Taehyung aparta su mano con un toque brusco.
―¿Sí qué?
―Entendí...
El joven vampiro sigue las condiciones dictaminadas por Seok-jin al pie de la letra: lleva a Jung-kook a la cocina para que le sirvan sus comidas diarias y al salón para hacer ejercicio, y se queda ahí en todo momento, mirándolo, contemplándolo, estudiándolo. Cuando el tiempo se cumple vuelven al cuarto y una vez que la puerta se cierra, Jung-kook es empujado, desvestido y ultrajado de una manera diferente cada vez, pero todas y cada una de ellas desagradables a más no poder. Taehyung lo amarra con sogas al cabecero de la cama o al pie. Lo encadena al grifo de la ducha, dejando sus pies en puntillas y volviendo el ataque a su cuerpo mucho más difícil de tolerar. Se proclama como su dueño, se hace llamar con otro nombre y, por momentos, mientras lleva a cabo el acto, lo llama a él con otro nombre. «Soy el monstruo de tus pesadillas, soy el monstruo y tú eres mío para hacer lo que yo quiera». Es una de las tantas cosas que suelta, poseído por su deseo carnal que ralla lo destructivo.
Lo amarra a la cama de vuelta y encinta su boca, por puro morbo, y porque sus chillidos atrapados en su garganta venosa y enrojecida le resultan más excitantes mientras lo profana con saña. Le gusta cuando grita, pero cuando llora es su medidor de intensidad, sabiendo que cuando las lágrimas llegan, debe contener su entusiasmo para no desmayarlo o, en el peor de los casos, matarlo.
―Taehyung... Si matas a Jung-kook se acabó... no habrá otro, porque cada humano es único. Incluso si te encuentras con otro Jung-kook en el mundo, no será el que ya perdiste. Así que te recomiendo que te controles ―le había advertido Seok-jin.
Jung-kook los escucha platicar y llora en silencio. Cada vez que ese maldito lo toma por la fuerza, cuando escucha su jadeo más ronco y lo proclama como suyo por enésima vez con un orgasmo, se repite que quiere morirse, pero Taehyung no lo deja, lo que hace que el pavor del joven acreciente, pues no quiere morir por su mano, mucho menos en sus manos.
―¡¡Ya deja de llorar!! ―le grita y tira de su cabello, ganándose un gruñido.
Lo tiene sometido de cara contra la pared esta vez. Sus manos sobre el buró junto a la cama y las piernas separadas, recibiendo su miembro como un cuchillo que entierra y remueve tosca y cerrilmente.
―M-me lastimas... ―dice con apenas un hilo de voz; su llanto no le permite hablar bien.
―¡¡Deberías estar gimiendo mi nombre, no llorando como un bebé!! ―berrea y tira más de su cabello, obteniendo un sentido jadeo.
Taehyung ya había corrido tres aros del collar de su mascota, y ahora, con este "berrinche", lo ajusta un poco más y lo utiliza para sostenerlo, mientras lo penetra duramente y le corta el paso del aire, entonces lo suelta, lo escucha toser, dar una bocanada de aire y vuelve a empezar. Ahora lo tiene entre sus piernas, con su sexo metido en la boca y hace que siga sus instrucciones al pie de la letra.
―¿Ves... cómo sí puedes ser un buen chico... cuando te lo propones? ―jadea y sisea el vampiro.
En la noche, después de un merecido baño caliente, después de otro asalto carnal de por medio, Taehyung lleva a Jung-kook a la cocina para recibir su cena. Allí, obtiene los ojos juiciosos de Seok-jin fijos en su persona: el chico tiene en un ojo y pómulo leves marcas violáceas.
―Creo haberte dicho algo... ―recrimina, con un tono firme.
―Me contengo más de lo que puedo ―contesta, apoyándose en la pared y se cruza de brazos―. Dale tu maldita sangre para que se cure y déjame en paz.
Seok-jin no está para nada contento con esa respuesta, pero supone que no puede pedirle demasiado tampoco. Viniendo de él, estos son golpes muy sutiles. Mañana ya no sentirá dolor y el color en su piel se normalizará en unos pocos días. No obstante, con su sangre, todo se irá en cuestión de horas.
―Mañana no lo tocas ―dictamina, con una mirada afilada.
―¿Qué? ¡¿Por qué?!
―Porque me tienes harto, porque tenemos un acuerdo y porque se me antoja. Y no intentes desobedecerme porque me voy a enterar.
Con un parpadeo, Seok-jin cambia por completo su semblante, otorgándole uno muy cálido al joven que ocupa su lugar en la mesa.
―Jung-kook, ¿quieres un postre? Te prepararé lo que gustes ―le dice, con un tono entusiasta.
Taehyung chista con una sonrisa, sabiendo lo falso que está siendo. El pobre chico, por su parte, no reacciona. Su espíritu está en el limbo, su consciencia perdida y sus ojos sin brillo alguno. Seok-jin planta su palma justo frente a él haciendo que vuelva en sí de un sobresalto.
―¿Quieres un postre, pequeño? ¿Una golosina? Te daré lo que me pidas.
La sonrisa así como la amabilidad extrema habían caducado.
―Cianuro ―responde, con la voz rasposa y sin ánimo alguno.
―Bueno, te haré una galletita con forma de veneno ―dice cínico, y le revuelve un poco el cabello.
Jung-kook suspira desganado, queriendo vomitar su cena entera sobre el plato. Por un instante creyó que Seok-jin podría ser su guardián para que Taehyung no le hiciera daño. Pero la realidad es que al vampiro poco le importa, puesto que él... él solo tiene interés por una sola persona.
● ● ●
Me dirijo a la habitación en medio del tercer piso, donde tengo ensamblado el gimnasio. Allí veo a mi Nam-joon, recostado en el banco press de pecho, levantando la pesa sobre su cabeza. Puedo sentir desde mi posición su respiración como si lo tuviera a mi lado y el sudor escurriendo por su piel como si se tratase de la mía. Cómo trabaja esos brazos y pecho, sus bíceps y pectorales, su corazón bombeando y los resoplidos que despide. Con el esfuerzo que el ejercicio compete, le habla a Tzuyu y esta asiente con una gran sonrisa. Parecen estar muy a gusto juntos.
Siento estima por esta mujer, pero a veces la percibo como una espinilla enterrada en mi corazón. No es dolor, es una molestia.
Ya los había encontrado así con anterioridad: los dos frente al ventanal, con la luz del sol bañando sus figuras. Nam corrió un mechón de su cabello detrás de su oreja. Se veían hermosos. Yo nunca podría compartir esa dicha con él.
Grité y le ordené a Tzuyu cerrar las cortinas para opacar la luz del día, y cuando volteó solo recibió la ventisca que mi movimiento había dejado. Me llevé a Nam-joon conmigo, me encerré con él en mi recámara y allí lo tuve por más de una hora, retroalimentando el ego de mi posesión con mi boca, comiéndome con ímpetu y humedad la suya. ¿Por qué detenerme aquí?, me dije, y continué hasta que el sol bajó, empapándome de él.
―Jin... por favor... tengo los labios irritados y dolidos...
―¿Quién es la única persona que besará tus labios?
―¿Q-qué...?
―Contesta la pregunta.
―¿T-Tú...?
―Sin bacilar.
―Tú...
―¿Y a quién besarás tú únicamente?
―A-a... ¿ti? Oye, no mm...
Sin brindarle una pobre chance a que me diga algo más, volví a atacar sus dulces labios, inundándome de deseo y placer.
Aquí estoy ahora, de nuevo. En mejor momento no pude haber llegado.
Con un simple movimiento de mi cabeza Tzuyu comprende que debe marcharse. Eso desconcierta a Nam, por lo que deja la pesa en su sitio y se levanta, quedándose sentado y me avista de inmediato.
Ella se detiene delante de mí y hace una reverencia. Tan linda. Luce muy bien la ropa deportiva con el cabello recogido; su estatura y silueta son magníficas.
―Te ves preciosa ―murmuro con una sonrisa discreta. Ella se sonroja vistosamente y hace otra reverencia para luego marcharse.
En cuanto la puerta se cierra por completo, incluso sin mirarlo, puedo sentir los ojos juiciosos de Nam-joon atacando mi espalda y queriendo comer mis hombros. Puedo además escucharlo emitir el reproche en su testa: "¿Por qué hiciste eso?". No consigo contener más mi sonrisa y me volteo, mis ojos sobre su persona mientras me acerco. Aunque más ganas tengo de abalanzarme sobre él y hacerlo mío ahí mismo sobre esa barra. Sí... Casi puedo escuchar sus gemidos opacos debajo de mí mientras me fundo en su interior y él aprieta mi ropa junto con mi piel a punto de pedir clemencia. Pero solo está ahí, sentado frente a mí, con las piernas separadas a los lados de la barra, sus manos en el medio y me mira con esos ojos rasgados que a cualquiera intimidarían, mas no a mí... No a mí.
Parece querer algo con esa mirada tan penetrante, y por supuesto que he venido con deseos de otorgar, solo para él.
―¿Qué quier...?
Le corto su interrogante en cuanto coloco mi índice y anular bajo su barbilla y dejo su garganta expuesta; él pasa saliva y su nuez de Adán se mueve.
No tienes derecho a alterarme tan pronto, chico.
Me acerco y me inclino, rozo sus labios con los míos una vez, luego aprieto un poco y lo repito varias veces.
―Qué salado...
―Es que estoy sudado.
Sonrío sobre sus labios y hago presión con mis dedos sobre sus mejillas para abrir su boca, entonces me adentro en su pequeño y oscuro paraíso húmedo. Me infesto con su esencia y exploro como experto. Él responde a mi beso, crea emes dentro de mi boca y otras que se quedan en su garganta. ¡Demonios!, acabo de sentir espinazos sobre mis hombros. Sus labios resuenan sobre los míos, embadurnados por el estrechar de nuestras pieles y el agua límpida que se esparce y quiere verterse.
Cedo más mi cuerpo sobre él, haciendo que su postura se incline un poco hacia atrás, causando que lleve sus manos en la misma dirección para sostenerse. Navego con mis dedos por sus hebras sedosas recubiertas por una ligera capa de sudor. Llego hasta su nuca y masajeo; hago lo mismo con su hombro y la parte alta de su espalda con mi otra mano.
Esta boca es mía y me grabaré en ella como fuego.
Abro más mi abertura bucal y atrapo la suya. Respiro y me lo como con la piel, lo atrapo con cuidado entre mis dientes, y él accede, se abre para mí, me da permiso de entrar y apoderarme. Qué delicia.
Decido culminar mi acto magistral separándome poco a poco, dando pequeños toques hasta desprenderme lo suficiente para contemplar su rostro emanando goce. Su pecho sube y baja; está acelerado.
―¿Te excitaste? ―pregunto y llevo mi rodilla al espacio entre sus piernas, tocando sus genitales―. Vaya, qué duro estás...
―No me molestes... ―Desvía el rostro.
―Desearía ser tan calenturiento como ustedes, mortales... ―expreso con un poco de hastío y dando un giro a mis ojos.
Pongo mi palma sobre su pecho y lo empujo, haciendo que se recueste sobre el banco.
―¿Qué haces? ―me pregunta intranquilo. Y no lo culpo.
―Sostente de la barra de la pesa, con ambas manos.
Me pone una expresión de duda pero a la vez de curiosidad, puedo entender que pretende ver a dónde quiero llegar, y vaya que tengo un punto para todo esto. Saco del bolsillo de mi abrigo un pañuelo de tela negro. Lo acerco a mis fosas nasales para inundarme en el perfume de mis rosas que conserva y lo acerco a su cara.
―Abre la boca ―le digo, calando profundo en sus ojos.
―¿Qué pretendes?
―Que hagas lo que te digo. Tómalo entre tus dientes. ―Se lo acerco y espero.
Aunque dubitativo, lo hace y me lanza una mirada que despide un deje de reproche.
No hagas eso, Nam. Puede ser peligroso... para ti.
―Cierra los ojos.
Resopla y libera el aire por las fosas nasales. No termino de descifrar si está molesto o solo fastidiado por mi perseverancia y las numerosas incógnitas que despierto en su piel. Me muerdo el labio bajo y llevo mis dedos a sus ojos, bajo los párpados con cuidado y siento el aire caliente saliendo de su nariz; cómo su cuerpo se estremece con mi acercamiento y el movimiento de su pecho.
―Si dejas caer el pañuelo o abres los ojos, pierdes, y tendrás que acceder a mis caprichos.
En ese momento abre los ojos y me mira con indignación. Está escrito en su frente: "¿Es en serio?". Puedo entenderlo, después de todo, hacer mi voluntad es todo lo que le queda desde que lo traje aquí, soy consciente de ello. Pero es más divertido ver cómo poco a poco es él quien cae en las arenas movedizas que son mis manos, lo entrelazo a mí con mis dedos, reclamo su boca y toco su cuerpo como si siempre hubiese sido mío (sé que aún no lo es) y él me lo permite sin poner demasiada resistencia, sin sentir un mal trago, solo lujuria y placer. No es amor, eso también lo sé, es largo el camino.
Con una sonrisa ladina, vuelvo a morder mi labio y le hago un gesto para que vuelva a cerrar los ojos, cosa que hace. Tal y como lo dije, él ahora cede a mí, o al menos no muestra oposición.
Tomo asiento justo en la punta del banco, entre sus piernas. Deslizo mis manos por sus rodillas desnudas y asciendo hasta toparme con la tela de sus pantalones cortos, y aprieto un poco mis dedos sobre la tela de la ropa a medida que me acerco a su ingle. Puedo sentirlo, su corazón acelerado y los ínfimos espasmos en su cuerpo, y por supuesto, ese bulto prominente sigue ahí, atrapado bajo las prendas. Encaro mi toque con la región superior de mi palma y entro en contacto con su centro genital, ahí se avisa su falo. Mi roce es gentil, pero el cuerpo de Nam-joon reacciona con un estremecimiento y un pequeño sonido se queda a medio camino en su garganta. Deleitante. Extiendo el alcance de mi tacto y abarco más terreno.
¿Mencioné que soy sexólogo? Bueno, creo que no hay diciplina médica en la que no me haya especializado, exceptuando la psicología que, aunque es una pseudociencia, se vincula con algunos campos de la medicina. Para mí es una infección hedionda. No me gusta que se metan en mi cabeza. Es personal, un espacio únicamente mío.
Retornando a mis conocimientos en la sexología, sé perfectamente que así como cada persona es un mundo nuevo, un cuerpo también lo es. Pero yo... sé exactamente qué botones oprimir en cada cuerpo que inspecciono. Por sus reacciones y sonidos sugerentes, puedo ver que mi Nam-joon no es la excepción, pero sin lugar a dudas es el más placentero de todos. Su voz suena incluso mejor de lo que imaginé. Lo toco y gime bajo el pañuelo; aprieto un poco y su espalda se arquea; amaga a subir la cabeza.
―No lo olvides, Nam... No debes soltar el tubo de la pesa, el pañuelo, ni abrir los ojos o perderás... ―le digo con un tono apacible, mientras muevo mis manos en su zona púbica, en sus genitales y muslos internos.
Lo estoy desarmando tan lento, tan íntimo. El éxtasis comienza a apoderarse de mis instintos, también estoy agitado y mi visión se nubla ante mis bajos deseos. Asgo el elástico fruncido de los pantalones deportivos y de un tirón los bajo, dejando al descubierto su falo erecto. Las emes que no alcanza a liberar por la boca me abruman en un suspiro; el aire no se va del todo de mis pulmones, dejándome con asfixia por unos segundos. Por poco rompo su ropa.
Contrólate, maldito esquizofrénico, o le harás daño.
Mis manos no responden porque no quiero usarlas. Deseo hacerlo con mi boca, pero mis colmillos amenazantes están asomando sus puntas. No puedo... si llego a morderlo ahí... podría ser fatal. Debo enfocarme y usar las manos. Rodeo la circunferencia del tronco de carne con una mano, obteniendo un espasmo menor, y rozo con la palma de la otra el glande, cosa que lo aviva bastante, puedo distinguirlo en sus audibles respiraciones. Escucharlo es una delicia, escudriñar con mis ojos curiosos debajo de su playera su piel abrillantada por el sudor y ver cómo su torso se contrae, haciendo que cada músculo se marque.
El reloj sigue contando los segundos, los minutos. Mis movimientos lentos, pero efectivos. Creo que Nam comienza a percatarse de lo que es una tortura placentera y eso me fascina. Son mis manos después de todo. Lo tomo, manipulo, direcciono, lo toco y lo siento mío, aunque sé que no lo es todavía. Me encanta la idea de que lo disfrute, no tiene que decir una sola palabra, yo lo sé y él también, aunque tal vez su ego frágil lo lleve a negarlo a la primera.
Su miembro está húmedo, mis manos también, mis dedos. Pero no me canso de tocarlo, mucho menos de oírlo.
―Ji-Jin... ―balbucea, luego de dejar caer el pañuelo y me mira.
―Nam... has perdido.
―Jin... tócame más fuerte... por favor...
―¿Eso quieres?
―No pensarás tenerme más de una hora así como los besos de aquella vez...
―Si me lo pides lo haré, Nam. Si no me lo pides también lo haré...
―No, por favor... so-solo...
―Tú calladito y haz lo que te diga ―ordeno, y abandono su pene unos momentos para plegar hacia arriba su camiseta―. Quítatela ―comando.
Con el aire escapándosele de manera garrafal, pellizca los extremos de la prenda y termina de quitársela.
―Tus manos en la barra que sostiene la pesa ―ordeno una vez más.
Él me obedece y yo regreso a mi masaje erótico. Siento sus ojos no en mí, sino en lo que estoy haciendo.
―¿Te gusta? ―le pregunto sin mirarlo.
―Sí... ―responde en voz baja.
Tu voz cuando estás excitado... es un acto criminal, Kim Nam-joon.
Estrangulo el tronco unos segundos y él lleva su cabeza hacia atrás con un gemido áspero.
―¿Pu-puedes... ir más a prisa?
―Sí, pero no quiero.
―Maldita sea, Jin...
―Rompiste las reglas, así que sopórtalo.
De repente noto el cambio en la luz. Percibo que no hemos estado entretenidos por más de una hora como aquella vez que le comí la boca en mi cuarto, de seguro han sido dos. En el proceso me ha implorado exactamente diecisiete veces, un ruego más adorable que la anterior y cada vez con menos fuerza en su voz.
No es mi intención que se desmaye tampoco, así que le permito terminar; es una gran descarga. Pero no le otorgo descanso, me esmero en masajear con ímpetu toda la extensión de su glande en la cúspide. Los retorcijones que le da a su cuerpo ya nublado en éxtasis y los gemidos que despide me estremecen, lo juro.
―J-Jin...
Volvemos a mi parte favorita: las súplicas.
Las palabras ya no salen, no consigue articularlas, solo plañidos y jadeos roncos.
―Nam... ¿Estás bien? ―pregunto, volviendo mis movimientos más lentos.
No obtengo respuesta verbal, solo un vistazo a su cara con el placer instalado, el sudor esparciéndose en su cuerpo y mis manos sobre él.
―Nam... ―insisto.
―Jin...
―¿Te encuentras bien?
―N-no...
―Vamos... ¿Vas a decirme que no lo estás disfrutando?
―N-no es eso... Se... Se me cierran los ojos...
―Está bien, te dejaré descansar... después de que atiendas mi capricho.
―¿Qué...?
―Quiero beber tu sangre.
―E-está bien... ―dice, ladeando su cabeza y exponiendo su cuello para mí.
―No de ahí. ―Niego con la cabeza―. De aquí... ―digo, palpando con mis dedos su pierna, más precisamente su muslo interno, muy cerca de la zona inguinal.
―¿Qué? Pero...
―Nada de peros, no te hice una pregunta, sino que te lo informé.
―Ahí... me va a doler mucho...
―Sí, probablemente. Pero lo hubieras pensado antes de faltar a mis pedidos.
―Bastardo...
―Solo por eso, morderé ambos muslos. ¿Alguna otra adición?
―No me... causes tanto dolor...
―Si me lo pides así, Nam... te lo concederé. ¿No crees que soy muy piadoso?
No obtengo respuesta.
―Bueno, nos quedaremos aquí otra hora y...
―¡No! No... Sí. Sí eres piadoso, ¿de acuerdo? Eres piadoso. ¿Contento?
―Si te sigues portando tan mal te voy a castigar...
―Lo siento...
Su voz lo delata: está exhausto. Contengo mi sonrisa y poco a poco bajo mis pupilas hacia la zona deseada. Recorro con mi palma ese muslo prominente, el músculo sartorio y aductor. Muevo la tela de los pantalones y desciendo con mi rostro. Humedezco el área con pequeños besos y también lamo, en tanto mis colmillos afloran. Nam-joon deja oír un fuerte siseo en cuanto muerdo. Succiono con cuidado y bebo hasta quedar satisfecho. Realizo los mismos pasos con su otra pierna, dejándolo casi inconsciente y gimoteando por lo bajo de dolor.
―Sé que duele Nam, pero como te has portado bien te daré un obsequio ahora ―le digo, enfrentando su rostro y acariciando su cabello.
Él aprieta los párpados y continúa quejándose. Asomo mi lengua un poco sobre mis labios y con la punta de mi colmillo la perforo, entonces la sangre comienza a dejarse ver.
―Abre la boca, cariño ―comando, acariciando sus mejillas.
Interno mi músculo húmedo dentro de su boca, dejando que mi sangre haga contacto contra su lengua y paladar, mientras nuestros labios se encuentran, se juntan, se estrujan y se bañan con la esencia del otro.
Sí... Así te digo "dulces sueños"... amante.
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