Capítulo 14: Mi disposición
Pasan de las tres de la mañana, la mansión está apagada, mis inquilinos dormitan. Sin embargo yo, estoy muy despierto y no me encuentro solo en la obscuridad. ¡Ardo! En el pasillo, toco el rostro de mi amante como si buscara desarmarlo y devoro sus labios con los míos mientras me excito, pero también me controlo; no quiero que mis colmillos salgan por error. Si llego a morderlo ahora, si su sangre me toca, le abriré las puertas a la bestia y eso no será agradable para él. No quiero arruinarlo, lo está haciendo tan bien: abre su boca para mí, me regala su lengua y permite que mis labios mojados estrechen, succionen y aprieten los suyos, generando sonidos tan o más obscenos que nuestras respiraciones de por medio. Nam-joon pierde el aliento; no le doy tregua. Se hace grande y pequeño debajo de mí en busca de una bocanada de aire, pero no pasa mucho hasta que lo atraigo de nuevo a mis dominios y sigo alimentándome de él sin usar los picos en mis molares. Con una última lamida a la suave piel que recubre su orificio bucal, pongo fin a la fragua de besos y lo dejo respirar en paz.
―¿Bebes vino, Nam?
―Sí...
En un parpadeo lo llevo de vuelta al comedor para que ocupe una silla. En otro pestañeo regreso con una botella helada y dos copas en mi otra mano. Sirvo el tinto; él aguarda para que tome mi cáliz de cristal. Qué considerado. Lo arrimo al suyo y dejo que los vidrios se estrechen, creando un tintineo.
―¿Por qué brindas?
―Por tus labios, que saben a gloria. Por permitirme tocarte con mi boca, porque es uno de mis caprichos más voluptuosos ―declaro, mirándolo a los ojos.
Él desvía sus pupilas con discreción; es bueno para ocultar las emociones en su rostro, pero a mí... nadie puede esconderme nada. Puedo escuchar tu corazón acelerarse, Nam-joon.
De repente, tras dar el primer sorbo, mi pobre chico tose agresivamente.
―Lo siento... ¿Olvidé mencionar que esta cosecha es bastante concentrada y tiene un sabor muy fuerte?
―Sí ―contesta tajante y me mira indignado.
―Ups... ―Sonrío con cinismo y le acerco una servilleta para que se limpie esas gotas. Él la agarra, un poco huraño, y se limpia.
»Te ves lindo cuando te enfadas, Nam ―susurro y no recibo respuesta.
Él vuelve a tomar su copa y advierto:
―Debes beber con calma, sorbos pequeños.
Nam-joon me mira por unos segundos y luego a su copa. La deja sobre la mesa y toma de un arrebato la botella para llevar el pico a sus labios y dar un trago desmesurado. Planta la base del recipiente sobre la mesa y suspira audible, casi con un gruñido.
―¿Satisfecho? ―Enarco una ceja―. ¿A qué se debió eso?
―A que quiero embriagarme y olvidar mis malditas penas...
―¿No prefieres brindar?
―¿Por qué? ¿Por ser un cornudo contento? ¿Porque la mujer que creía era el amor de mi vida no tuvo mejor idea que encamarse con mi disque amigo? ¡Me cago en mis muertos! ―grita y arroja la servilleta con desprecio al piso. Lleva las palmas a sus ojos y suspira con agobio, con cansancio y tristeza.
»No puedo creerlo... ―resopla, conteniendo su llanto inútilmente.
Si yo le infringiera daño físico, de seguro gritaría y me pediría parar. Pero si es su propia mano la que abre una herida... Mortales... tanto tiempo caminando entre ellos y no los entiendo. Nam-joon insiste en caerse a pedazos, maltratarse, por algo que ya no tiene remedio, por seres sin valía. ¿No sería más fácil pasar página de una vez?
Me quedo cavilando, con mis ojos fijos en él mientras bebe, hasta que, transcurrido un tiempo que no calculo, su voz le da una caricia a mi atención:
―¿Tú te embriagas? ―me pregunta, y yo me embeleso con su timbre apagado y rasposo.
―Solo de ti ―respondo en el momento con coquetería, realzando mi rostro, separando apenas el pómulo de mi mano y sonriendo discreto.
Hace pequeños sus ojos y me devuelve el gesto, entonces esos pequeños pozos se marcan en sus mejillas. Me apunta con su índice, todavía con la botella en una mano, la copa en la otra y me dice:
―Eres un bastardo muy lindo.
¿Pero qué rumores llegan a mis tímpanos? ¿Acaba de hacerme un cumplido?
―¿Crees que soy lindo? ―Sonrío ladino.
Me inclino hacia delante en mi silla, situada junto a la de él, para acortar la distancia. Es en este momento, por primera vez, que me contempla con juicio, sin muecas de enfado o desagrado. Aunque debo decir... que ya está ebrio.
―Sí... eres un hombre apuesto, aunque tu actitud huele a mil demonios.
―Es que soy el equivalente a uno.
Nam-joon hace un ruido opaco con su garganta y esboza una sonrisa en tanto llena de nueva cuenta su copa.
―"Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, algo que es más grande que nosotros y que nos sigue como una sombra. Esto..."
―(...) es nuestro demonio ―lo interrumpo y completo―: Franz Kafka.
Él me mira a los ojos y asiente.
―Tengo una para ti, amante. Espero que se vuelva tu favorita: "La vida es más fácil de lo que piensas. Todo lo que necesitas hacer es aceptar lo inaceptable, encontrar paz en lo no resuelto y confiar en el proceso de tu vida".
―Haruki Murakami.
―Correcto.
Los labios de mi chico tiemblan un poco, sus ojos se enrojecen de nuevo y el agua salada destila por sus mejillas, acabando con su armonía, aunque desata mi quimera favorita.
―¿Por qué riegas tu rostro como rosa por lo que no tiene enmienda? ―pregunto, atrapando la primera lágrima con una de las falanges de mi índice.
Me resisto a mi fantasía por ti, Nam-joon.
―Porque... aún los quiero ―dice, sorbe por la nariz e intenta huir llevándose el vino a su boca, como si se tratase de un elixir de oblivio.
Pobre criatura desesperada y perdida por su desamor. Sigo sin comprender. ¿Esto también forma parte del cuerpo del amor? Es dogma que se debe sufrir cuando uno ama, ¿no? Eso he oído. ¿Por qué los mortales van tras algo que les produce daño? ¿Tiene conexión con infringirse daño a sí mismos? ¿Son acaso los mortales masoquistas disfrazados de infraseres vulnerables?
En su próximo intento por llenar el cáliz, el líquido va a parar al piso cuyos salpicones embadurnan todo. Su expresión así como su reacción y movimientos son lánguidos y torpes.
―Lo siento... ―Conecta sus ojos con los míos.
―¿Qué tan perjudicado te ha dejado la bebida?
―No estoy tan ebrio, fucking bloodsucker.
―Si te pones así de irreverente te castig...
―¿Quieres castigarme? ―Me corta en seco―. Adelante.
Oh... Tú no acabas de decir eso...
No demoro ni medio segundo en ponerme de pie, lo tomo del brazo y en la exhalación siguiente estamos en una de las salas de estar en la planta baja, de mis favoritas, porque ahí conservo el piano de cola.
Suelto el brazo de Nam-joon a la vez que él mismo se aparta de mi tacto, sin dejar de verme a los ojos con algo de reproche por ese vertiginoso traslado que le ha revuelto un poco el estómago.
―Siéntate ―comando, aunque no de manera ruda y hago un pequeño movimiento con mi cabeza, señalando el extenso sillón clásico con detalles ornamentales y elegantes.
Sin emitir objeción alguna, él se sienta. Nam-joon me sorprende: está claramente inebriado tras haberse casi acabado ese vino añejo y fuerte, y aun así puede mantener su postura y expresarse de manera coherente. Estoy seguro de que si le hago alguna pregunta pretenciosa podría responderla diligentemente.
Ocupo mi lugar frente a él, extiendo mi brazo, tomo su corbata y tiro despacio de ella para sacarla fuera de su saco.
―¿Qué vas a...?
―Silencio. ―Le otorgo una mirada tajante.
»Sé por qué haces esto. ―Tiro de la prenda azulada―: quieres purgarte a ti mismo por tu ingenuidad y tu falta de criterio ante lo acontecido con las personas que amas y creíste que te amaban. No tienes que hacerlo. ―Niego con la cabeza y me inclino contra su persona; él me sostiene la mirada, incrédulo.
»La falta la cometieron ellos, no tú. ―Doy otro tirón a la tela y hago más pequeña la distancia entre nuestros ojos, nuestras narices y nuestros labios―. ¿Sabes? No me agrada mucho la palabra "castigo" para infringirla en ti. Me gustaría más decir que "me entregarás tu disponibilidad por el tiempo que yo considere prudente". Pero debes estar de acuerdo y no poner queja alguna.
―Solo... solo quiero una excusa para entregarme exhausto al sueño y dejar de pensar...
―"Entregarme". Me gusta esa palabra. ¿No vas a admitir que te gusta?
―Es un estímulo. Por supuesto que tendrá una respuesta física en mí.
―No me refiero a eso... ―Niego de nuevo con la cabeza y una sonrisa se me escapa.
Nam-joon, sabes de lo que hablo, deja tu negacionismo de lado y otórgame tu atención a mis vocablos.
―Cuando comience, ya no podrás refutar absolutamente nada.
―Bien...
Con su réplica, ambigua y temblorosa, abro mi primer acto bajando y aflojando el nudo de su corbata.
―Quítatela ―ordeno con un susurro que se aprecia muy bien en la amplitud y el silencio del cuarto cerrado.
Él me hace caso y sin despegar sus ojos de los míos abre un poco más el nudo para que pase su cabeza y retira la prenda.
―Entrégamela ―alcanzo a decirle, antes de que él pueda hacer algún otro movimiento.
Nuevamente me obedece y la deposita en mi palma.
―Ahora quítate el saco y arrójalo al piso.
Puedo sentir cómo su respiración se altera y sus latidos se aceleran ante mi último comando. Lo hace. Desprende los botones y con una tranquilidad que no posee en absoluto, escondiendo su pulso tembloroso, se remueve la prenda y con un movimiento descuidado deja que caiga a los pies del sofá. Percibo su cuerpo afiebrado a causa del alcohol y cómo el sudor comienza a manifestarse lentamente. No necesito verlo, estoy entretenido desanudando su corbata, puedo sentirlo con cada poro de mi piel, como si me pusiera sus manos encima y yo me ahogase en el deleite más exquisito.
Vuelvo la mirada hacia él y sin demora extiendo la tela azul rodeando y cubriendo el área de sus ojos.
―¿Qué...?
―Sin hablar.
―A-al menos dime qué piensas hacer.
―Si te digo... se perdería el encanto ―le murmuro a la oreja―, ¿no te parece eso injusto?
Su respiración se torna más irregular y lo escucho pasar saliva. No me hagas esto, por mil demonios, ¿quieres que cometa un crimen?
Lo tomo por los hombros de un arrebato y hago que su torso encuentre el mullido asiento del sillón. Su alteración es evidente.
―¿Jin...?
―Shh... Guardarás silencio hasta que yo lo diga ―ordeno, tomando uno de los cojines y lo acomodo debajo de su cabeza.
● ● ●
En los ojos del vampiro se refleja un lustre particular. Está emocionado como un niño al que le han concedido por fin su tan deseado capricho.
Se despoja de su saco y corbata. Su rodilla se halla en medio de las piernas del muchacho; la desliza por el tapizado del sofá, aunque sin llegar a su zona íntima. Planta las manos a la altura de sus costillas y se inclina a probar sus labios con un deje de perversión, a empaparse en el tentador fluido ajeno y sofocarse de satisfacción por unos cuantos segundos que parecen ser eternos, pero esa eternidad es una que no detesta en absoluto.
Se aleja para contemplar su manjar y ve cómo el chico relame sus labios, agitado. Seok-jin lleva sus manos al cuello de su camisa para desprender los botones; Nam-joon se sobresalta un poco ante la invasión repentina, tomando sus muñecas y el vampiro, cegado por sus deseos individualistas, agarra sus articulaciones y las aplaca contra el sillón, a la altura de su cabeza.
―Quieto. Estás a mi disposición ahora, no lo olvides.
El joven no contesta, tampoco pone resistencia, pero sí comienza a respirar más pesadamente. El hombre sobre él vuelve a su tarea y en el primer intento el botón sale despedido ante ese tirón brusco. «¡Maldición!», se aqueja en sus pensamientos e intenta canalizar su ansia para poder controlar su fuerza, o de lo contrario podría lastimarlo.
«Si no me controlo le haré daño», se repite para sí mismo, inspirando profundamente.
Lo intenta de nuevo, con toda la calma que puede aglomerar en cada falange, y botón por botón desprende las alas negras de esa camisa y desliza su palma para acariciar la suave y cálida dermis. Nam-joon siente el escalofrío inmediatamente y ante el tacto helado su cuerpo se contrae. Seok-jin incorpora su otra mano y recorre toda la extensión de su pecho, obteniendo jadeos y respiraciones que encuentra deliciosas. Se detiene en la zona de los pectorales y ve ahí esos pezones endurecidos por el frío y también el estímulo. Comienza a hacer movimientos circulares alrededor de ellos consiguiendo la sinfonía deseada por parte del chico. Desciende una vez más y empieza a besarlo. «Juega con mi lengua», le susurra. «Rodéala como un dulce y lámela como nieve helada. Excítame...», le pide entre besos y agitadas respiraciones sobre sus labios. Ya sea por ese pequeño pacto indecente o achaques del alcohol, el muchacho obedece y recibe su toque incesante contra su piel, hasta que lo siente desprenderse de sus labios y bajar por su barbilla, dejando un sendero de toques húmedos. Sigue por su maxilar, apretando un poco la piel y después por su cuello.
―J-Jin...
―Relájate, no te voy a morder ―masculla y sigue con lo suyo.
Aprieta la piel, lame y succiona; logra resistirse a sus impulsos descomedidos y no muerde, aunque sí deja marcas rojizas por doquier, no solo en el cuello, sino también en la zona de la clavícula y el pecho, ya que sigue bajando. Allí, su boca encuentra una de sus tetillas la cual no duda en humectar con su lengua. Nam-joon despide una exhalación audible seguida de otra. Seok-jin masajea la otra con su mano mientras degusta. Rodea, atrapa y succiona, pero no muerde.
―Nam, no solo eres hermoso, también delicioso ―le dice, y vuelve a enterrar su cavidad bucal contra su piel, haciendo que el joven pierda el aliento con cada suspiro.
»¿Se siente bien? ―pregunta, y desliza su sinhueso por la piel, realzando el rostro al impropio―. Quisiera oírlo.
―S-sí... se... se siente bi-bien...
―Qué gusto... ―susurra y continúa, regodeándose de la retahíla de jadeos que toma lugar a continuación.
Su descenso sigue por su abdomen, dejando a su paso besos, absorción y pellizcos sobre esa piel tersa. Se estaciona en el ombligo y deja otro pequeño beso allí, palpa con los labios, lame y relame con un afán mayor, como si se tratase de una boca de la cual no desea desprenderse. ¿Cómo podría? Con los constantes gemidos bajos y graves que libera Nam-joon, llevando sus manos al metal al extremo del sofá, apretándolo con fuerza y mordiéndose el labio.
―Aquí... ―bisbisea, palpando con sus dedos la zona debajo del ombligo―. Aquí quiero morder.
―¿Mo-morder? E-espera...
―Afloja el cuerpo, o podría lastimarte.
El muchacho intenta protestar una vez más, pero la sensación del filo de los colmillos del vampiro sobre la región inferior de su abdomen lo deja gélido, le eriza la piel de todo el cuerpo y hace que apretuje los labios con fuerza. Seok-jin se siente generoso: no piensa enterrar sus colmillos, solo hacer una abertura superficial para que la sangre corra un poco. El muchacho grita, mas el hombre inmortal no detiene su cometido, absorbe y bebe del dulce néctar que se filtra, luego acaricia con su lengua y pellizca con sus labios. Nam-joon sisea y jadea con un deje de padecimiento, pero para los oídos del vampiro es una orquesta de lo más placentera, porque todo sonido que despide de su boca para él es música, es reliquia, tesoro y placer. Continúa con su labor cuando de repente siente al chico llamar su nombre débilmente, cosa que lo lleva a alzar la cabeza y ahí lo ve, devolviéndole la mirada, pues se había levantado la corbata de los ojos.
―Eso no está bien, ¿por qué lo has hecho?
―Porque no puedo más...
Seok-jin se irgue y retira la corbata, mirándola en su mano.
―Cariño, tú no sabes todavía lo que es no poder más... pero con todo gusto te lo mostraré.
El tiempo se descompone de manera diferente para ambos en los minutos siguientes: Seok-jin se halla desempeñando un circuito sin fin, mientras que Nam-joon está atrapado en la eternidad de cada segundo. Sus manos están firmemente sujetas al extremo del sillón con su propia corbata y el vampiro que hace sombra a su cuerpo, apretándolo y degustándolo como su dulce favorito, ha atrapado su cuello, ha ensartado el filo de sus dientes agudos y bebe lo poco que hace brotar con vehemencia para luego dar pequeños mimos en la zona. «Eres exquisito», sopla a su oído, estremeciéndolo. «Podría besar tu dulce piel toda la noche, todas las noches», susurra, y lame su oreja, sintiendo sus escalofríos. «Nam... tu voz se oye tan dulce ahora mismo», musita entre pequeños besos y suspiros. En tanto le regala esos arrullos, sus manos recorren su cerviz, el contorno de sus axilas, su pecho y abdomen, brindándole además, de tanto en tanto, una caricia o apretón a sus cabellos y agasajos húmedos a sus labios, surcando la superficie o adentrándose a tocar su paladar, sus molares; lamer sus paredes y rozar su campanilla. Todo esto con sus ojos fijos en los impropios, pues ya que había decidido romper el encanto, aprovechará para no perderse nada de lo que pudiera provocar en su semblante, que se remueve inquieto como toda su anatomía, deseando alejarse para obtener una pausa ante tan vertiginoso viaje. Pero, cuando menos se lo espera, el vampiro abandona sus labios para atacar con parsimonia su cuello, sacándole unos cuantos jadeos audibles.
―¿Qué aprendimos, Nam?
―Eres... un hijo de puta... ―resuella.
―Sí, me entusiasmé con los mordisquitos, pero también tienes la culpa por poner tu cuerpo rígido, incluso cuando te advertí que no lo hicieras.
―Desátame...
―Aún no, tengo ganas de seguir divirtiéndome. ¿Tú no?
―Púdrete...
―Vamos, ¿vas a negarme que lo disfrutas? ―le dice, recorriendo su pecho descubierto con sus manos, masajeando con suavidad. Al sentir el cuerpo del chico contraerse se muerde el labio bajo con deleite.
Justo cuando está a punto de volver a atacar su cuerpo con su boca oye las fuertes campanadas del reloj de pie a unos metros, lo que lo lleva a erguir la postura y posteriormente dirigir su vista hacia el ventanal, percatándose así de que la claridad está aumentando y pronto el sol emergerá. Seok-jin baja los párpados y resopla. Todo parece indicar que, a fuerzas, su diversión ha llegado a su fin.
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Espero que les haya gustado "el postre". No piensen que esto termina acá tampoco, vamos escalando.
Mil gracias por su apoyo n-n. ♥
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