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Capítulo 5.

Hi~ Me picaban las manos por seguir con este fic pero el mermay llegó y me mató por más de un mes de hecho, así que fue bien lindo retomar esta dinamica y por ende, sus actualizaciones semanales que me dejan respirar, a estas alturas me es más importante sacar los fics adelantes que sacarlos en cierto tiempo, se sobrevive como se puede. Muchas gracias a las personas que se toman el cariño para leer esta pequeña historia. El capítulo de hoy es bien denso en Eiji, porque es uno de los más ricos en cuestión de sus conflictos y su mundo interno, el otro es más relax.

¡Espero que les guste!

Uno.

Dos.

Tres.

Debe inhalar profundo, volviéndose consciente de las cosas que se encuentran en el camarín, de la fría porcelana del lavamanos contra sus dedos, de las gotas desteñidas cayendo desde sus pestañas, su flequillo y su nariz hacia su barbilla, de su mirada cansada y oscura, sus ojos son negros, rasgados y solían molestarlo por eso, pero no llama su atención aquel matiz cobrizo, sino la oscuridad que los envuelve, una oscuridad propia de las personas cansadas y lo que transmite, una oscuridad exclusiva de las cosas rotas y los sueños muertos.

Cuatro.

Cinco.

Seis.

—Ei-chan.

No lo escucha, se queda acá, clavando sus uñas en los bordes afilados del lavamanos, teniendo que tolerar la angustia que arremete en su corazón y escala hacia su garganta, se asfixia, Eiji posee ganas de llorar tan pero tan fuerte que se le desgarren las cuerdas vocales para ya no tener que lamentarse más, está cansado, no es capaz de vislumbrar ni el inicio ni el final y se encuentra paralizado. Piensa en el ridículo libro favorito de Ash, ese de leopardos congelados y se pregunta si así se habrá sentido aquel depredador al llegar a la cima, si aquel es el sentimiento propio de quienes se han ido y se les fuerza a permanecer. ¿Por qué? ¿Por qué debe permanecer en esto?

Siete.

Ocho.

Nueve.

—No es el fin del mundo, saldremos de esta.

—Ibe-san...

—Saldremos adelante, sé que ahora te sientes mal y no fue fácil visitar al médico pero ya pasará, sé más positivo. —Lo intenta animar en un mensaje no solo invalidante, sino doble vinculante, con una mirada cálida que le dice acojotusufrimiento y al instante de hacerlo le da un portazo en la cara—. No te llenes la cabeza de cosas malas. —Fácil decirlo para ti sino estás lesionado—. Anímate. —¡Eres un genio! ¿Cómo no se me había ocurrido antes animarme? Olvidé que la tristeza es voluntaria.

—Gracias. —Pero Ibe no tiene la culpa y no se desquitará con él.

—No estés triste, anda, dame una sonrisita.

Una sonrisa temblorosa nace en sus labios, ¿por qué los que consuelan siempre acaban jodiendo de alguna manera aún más la situación? Su mirada salta horrorizada a su tobillo, le duele que no pueda arreglarse, le duelen las palabras de los especialistas y de su posible rehabilitación, él mismo se hizo ese desgarro al no tener más cuidado en las prácticas, al no mirar su límite hasta finalmente terminar lesionado, sin embargo, no esperaba tener que lidiar con eso. Y él desearía esfumarse, así no tendría que tolerar el asco garrafal, suficiente tenía con las palabras de mamá y la presión de papá antes de morirse. Pero está harto de sobrevivir. No quiere más entrenamientos, ni Olimpiadas, ni becas, ni nada. Solo quiere respirar, ¿desde cuándo es pecado estar agotado?, ¿y si está desarrollando alguna depresión? Le da terror lo duro que se ha vuelto levantarse.

Nueve.

Nueve.

Nueve.

Y entonces, se abraza así mismo con el uniforme deportivo aún puesto, se empapa con su pena igual que lo haría con una manta, porque nadie puede comprender lo ajeno que se siente, no es su cuerpo ni su piel, él no estaba tan defectuoso antes de ir al médico, no quiere más diagnósticos, tiene ganas de hundir sus uñas y arrancarse esta capa imperfecta o ser alguien más, quiere huir, quiere huir muy lejos, a un lugar donde no se profese hipócrita por ser el rostro del bienestar deportivo mientras por dentro se pudre. Ni siquiera puede sacarlo, envidia a los seres humanos con el privilegio de estarse sintiendo a morir pero él no, él es la cara de la salud, del deporte, de la pasión.

¡Es el Fly boy!

¿Cómo la cara de la salud podría estar enferma? Ni pensarlo.

Y ve esas dos cicatrices atravesando su tobillo y no puede sostenerlas, no soporta la idea de haberse convertido en un cúmulo de defectos, quiere llorar y el llanto no sale, no desaparece, no pasa, sigue ahí, imposible de digerir y atravesar, sigue clavado igual que una espina infectada, no puede sacarla, no con las palabras amables de Ibe, no con las soluciones sencillas de Yut-Lung, no con la presión de su hogar, no con el orgullo del entrenador, la admiración de Sing, la camaradería en la pandilla, todo el mundo entero, ¿por qué sus límites nunca son suficientes?, ¿por qué no es relevante que se sienta tan mal? Por eso corre, corre y corre y salta y eso lo mata. Eh ahí el problema.

Eiji no puede seguir saltando.

No sin un tratamiento apropiado.

No hay tratamiento apropiado a corto plazo y las Olimpiadas están cerca.

—No es el fin del mundo. —Vuelve a repetir Ibe en un intento por consolarlo, sabe que lo dice en la buena intención, no obstante, sin querer reactiva todas esas cosas que lo han envenenado y no han dejado de hacerlo jamás, lo que Eiji recibe es: «estás exagerando y ahogándote en un vaso de agua».

—Lo sé, sé que no es el fin del mundo. —Tiene los puños tensos alrededor del lavamanos, toma aire como si fuese un pez fuera del agua, se concibe mareado y maltratado—. Ese no es el problema.

—¿Entonces? Ya escuchaste al doctor, es posible hacer una buena rehabilitación.

—No tengo tiempo para una rehabilitación antes de las Olimpiadas, Ibe-san. —El nombrado se frota el ceño, se encuentra sentado en las bancas de madera junto a los bolsos del equipo, no debe tardar demasiado, la práctica va a comenzar y su tristeza es dispensable, puede esperar, es más importante que salte—. Escuchaste a mi entrenador, él tampoco cree que sea tan grave.

—¡Ese hombre no sabe nada! —Es extraño verlo alterado, porque Ibe suele mantenerse cortés hasta en las situaciones más descabelladas, sin embargo, se ha levantado y estampado un puño contra las relucientes baldosas ocre del vestidor—. Te duele correr, no puedes seguir corriendo.

—Tampoco puedo dejar de correr. —Le explica, dándose vueltas, intentando enfocarse en el agitado ritmo de su respiración o en las parpadeantes luces blanquecinas del camarín, en cualquier cosa que le prevenga un ataque de pánico, no tiene tiempo para sufrir uno, debe practicar más duro—. No es algo a lo que quiera renunciar, es mi desahogo, lo que me hace feliz, esto es mío, esto...esto soy yo.

—Nadie te está pidiendo que renuncies, es solo por un tiempo.

—¿Y si me someto a este nuevo tratamiento y quedo peor? —Permite que uno de sus miedos salga de debajo de su cama y se materialice, que se imponga igual que un monstruo de sombras y suéteres viejos de papá, no hay manta para protegerlo—. ¿Qué pasa si quedo peor?

—¿Entonces esta es tu solución? ¿Fingir que no existe el problema?

—¡Tú no sabes lo duro que ellos pueden ser! —Grita con la voz rota, se abraza a sí mismo, no quiere mirar hacia sus zapatillas o las cicatrices lo harán vomitar, ni siquiera son tan feas o grandes, debería estar agradecido de que no se le hayan hinchado tanto por su propia imprudencia—. Todo el equipo tiene puestas sus esperanzas sobre mí, me quieren por eso, ¿crees que serán comprensivos si acabo contándoles sobre la lesión?, ¿crees que mi mamá será comprensiva si renuncio a esas Olimpiadas?, ¿crees que mi papá estaría orgulloso de eso?

—Ei-chan.

—No. —Le duele el corazón—. Nadie me perdonaría si fracasara en esto.

—Yo lo haría, deja de ser tan duro contigo mismo. —Pero no puede, de alguna manera su ambiente se las arregla para recordarle constantemente todas esas cosas que debería ser y no es actualmente, tanto en la pandilla, en su hogar como en el equipo, ¿a quién engaña? Hasta en la universidad—. Es doloroso ver a alguien tan joven actuar como si su vida hubiera terminado, incluso tu ánimo decayó, deberías ver a un psiquiatra o un psicólogo, estás en un lugar peligroso.

—¿Un psiquiatra? —Se congela—. ¿Sabes lo estigmatizado que seré si alguien se entera? ¿Qué pasa si me diagnostican depresión o algo peor? Adiós al equipo deportivo y una carrera en esta línea, me estaría apuntando el arma en la cabeza. —Y eso es lo más maravilloso, dicen ser acogedores con los problemas o el sufrimiento, pero al momento de la verdad hasta parece que disfrutan esas dolencias ajenas, esas que lo encierran en una etiqueta de «inadaptado», diciéndole lo qué puede o no hacer en su condición, forzándolo a jugar con reglas diferentes—. Me obligarían a renunciar, por favor, no me obligues a dejar esto, amo el salto de pértiga más que a mi propia vida.

—Saltar te hace mal y no lo estás haciendo tan bien.

—No hago mal mi rol de Fly boy, no te atrevas a insinuarlo. —Y eso es lo que más se valida—. No he bajado mi rendimiento en el equipo deportivo a pesar de todo, jamás he hecho algo que pondría en riesgo la posición de la universidad o su representación en los campeonatos.

—Pero tampoco estás bien. —Intenta hacerlo razonar desde la preocupación—. No te discriminarán por estar enfermo, todos tenemos derecho a estar enfermos.

—Lo harán. —No habla desde una distorsión cognitiva, lo ha visto incontables veces—. No necesitan a débiles en el equipo, me sacarían y perdería todo mi valor.

—Ei-chan...

—Mi vida es el salto de pértiga. —Entonces le explica, sintiendo que en su corazón reside una cicatriz igual a la de su tobillo—. Mi vida se acabó sino puedo seguir con esto adelante, nada valdría la pena.

—Puedes encontrar nuevas cosas que te gusten.

—¿Y es así de fácil? —Cierto, no es que Eiji haya dedicado literalmente toda su existencia a la pasión de saltar y volar, no es que haya renunciado a una infinidad de cosas propias de la juventud, pateado su relación con su papá hasta que murió y soportado la presión que lo corta como lija al considerarlo irremplazable—. Qué tonto soy, había olvidado que el salto de pértiga es un capricho.

—No dije eso.

—Pero eso quisiste decir. —Y por la manera en que su boca tiembla le da la razón—. Si renuncio por este percance quiere decir que todos los sacrificios que hice hasta ahora han sido en vano. —Incluso el no haberse disculpado y cedido con su papá, ahora está muerto, ¿cómo arreglará eso si cede? No.

—Si tú no se lo dices al comité lo haré yo.

—No puedes hacer eso.

—Puedo hacerlo. —Recuerda la operación, ese día que estaba muerto de miedo sin saber qué sería de su futuro y su misma existencia en una camilla sin la mamá que le diera la mano y un papá ausente incluso en la muerte, recuerda haber pensado en las competencias que no podría participar y luego un gigantesco y aplastante ¿para qué? Supone que en caída libre las cosas carecen de sentido, caen por su propio peso y ya—. Soy tu tutor, es mi responsabilidad informarlo.

—Haces eso y no te lo perdonaré jamás. —Gruñe igual que un animal herido—. No puedes quitarme el salto de pértiga, es todo lo que tengo.

—No es todo lo que tienes, me tienes a mí.

—Ibe-san. —Le advierte—. No quieres guiar la conversación por ese camino.

—Además, no te lo quitaré yo. —Shunichi se para con dureza de la banca—. Te lo quitaste tú mismo, ¿en qué estabas pensando cuando te lesionaste? Correr de esa manera...

—No estaba pensando cuando corrí esa carrera. —Se defiende, enfermo de que todos los demás le reprochen las mismas cosas que él se reprocha a diario, echándole sal a la herida, clavando la espina con un martillo—. No estaba pensando en nada cuando esto pasó, no me lesioné a propósito.

—A veces tengo la impresión de que sí. —Ibe se acomoda el bolso encima de su hombro—. A veces creo que ni siquiera tú te supiste poner un alto y este fue un grito de auxilio desesperado para poder ser escuchado, ¿entiendes lo contradictorio que sería ignorarte ahora? Te he dejado ir muy lejos.

—No eres mi papá para tratarme así. —Y vuelve a sacar esas palabras repletas de veneno—. Apenas eres un tutor.

—¿De verdad piensas eso? ¿Luego de todo lo que he hecho por ti?

—Sí. —Se arrepiente apenas ve aquel brillo bonachón extinguirse en esos ojos cafés, la crueldad que ejerce le quiebra el corazón, no quería decir eso pero las disculpas le clavan la lengua como espinas.

Perdóname, no me dejes solo por favor, estoy muy asustado.

Estoy perdido.

—Has lo que quieras ¿bueno? Pero no me pidas que me quede para verte destruirte, porque no me quedaré.

Y se va.

Aunque ha sido injusto al desquitarse con Ibe, ha sido más injusto por mentir. Eiji memora despertar de la operación con la incertidumbre atorada al cuello, luego de rezarle a cada dios existente dentro de Izumo por su recuperación, sintió que una parte de él mismo quería que el daño fuese irreparable y nunca más pudiese correr. Porque aunque correr es su libertad, es una libertad en jaula, demanda tiempo, esfuerzo y prácticamente le ha succionado toda la vida, así que no pudo evitar preguntarse en quién se convertiría si estuviera obligado a desistir a su vocación, ¿seguiría siendo él mismo?, ¿o se quedaría siendo la carcasa de quién fue? Eliminaba este pensamiento horrible de inmediato, por supuesto, y aun así, siempre quedaba el resqueme del eco ahí, esperando, asechando, asomándose por el rabillo de su ojo cuando menos lo esperaba. ¿Qué haría si tuviera la libertad para fracasar? Si bien, él eligió el salto de pértiga, hace mucho se siente...pesado.

No sabe nada, solo sabe que estira esto como un chicle sinfín y sus consecuencias se agravan mucho más mientras más ignora el tema, pero es un automóvil sin frenos por una inclinación y va a chocar, no puede detenerlo, no puede saltar porque el cinturón se ha atascado contra su pecho, incrustando su piel igual que los bisturíes de la operación, no puede abrir la ventana, está rota y los vidrios arañan cuando intenta tocarlos, no puede gritar, no hay nadie, solo le queda esperar esos últimos segundos de horror antes de chocar.

Pensar en las cosas que hizo.

Pensar en las cosas que jamás hará.

—Fly boy, te estamos esperando. —Tiene que obligarse a abandonar estos pensamientos y ponerse esa sonrisa brillante que todos tanto adoran para regresar a las canchas, salió de la práctica usando la excusa de que tenía dolor estomacal cuando se encerró en el baño a llorar e Ibe lo halló, patético.

—Voy enseguida, entrenador. —El aludido asiente orgulloso, asomándose por la puerta de caoba.

—Vi que Shunichi estaba contigo. —Le dice, rodeándolo con el brazo por los hombros, hundiéndole los dedos hasta los huesos y presionándolo más y más, estirando este chicle, este segundo de horror.

—Se fue. —Se limita a decir con la cabeza gacha, sumiso, esta disonancia entre la pandilla y el salto de pértiga siempre le ha parecido curiosa, a pesar de su personalidad imponente contra los hombres de Ash, es incapaz de sublevarse ante esta autoridad—. Tuvimos una discusión y se fue.

—Qué bien. —Dice con el ceño tenso, parece pensativo, absorto en la maraña mental imposible de adivinar, aquel cuerpo fornido lo hace sentir cohibido, le muestra sin censura la diferencia entre un profesional y un amateur—. Él limita tu potencial, no deberías escucharlo tanto.

—Ibe-san solo se preocupa por mí, no ha hecho nada malo.

—¿Nada malo? —Sonríe forzadamente—. Dijiste que acaban de discutir.

—Yo he sido quien se ha equivocado, yo debería disculparme. —Pero el entrenador ignora la queja y da un tarareo divertido mientras se incorporan a la salida.

—Es un problema cuando el amor se convierte en una limitación ¿no?

—Yo no... —Le hunde los dedos en los hombros más y más, ordenándole estar de acuerdo, poniendo la opinión del entrenador como una verdad inmutable y su opinión como un papel arrugado y sucio.

—¿Cierto?

—Cierto.

—Y nosotros no queremos nada de eso con las Olimpiadas tan cerca, deberías pasar más tiempo en el equipo y menos tiempo allá afuera, ellos no te entienden. —¿Y usted sí? ¿Alguien entiende lo duro que es esto? ¿A alguien le importa?—. Sé que te debe doler la lesión todavía, si me permites puedo ayudarte con eso sin necesidad de perder el tiempo con rehabilitación o alguna de esas tonterías.

—¿Qué clase de ayuda? —Eiji tiembla ante la sonrisa que le ofrece, traga duro, escuchando los gritos de los chicos en las canchas—. Los doctores no me dieron más alternativas.

—¿Doctores? —Bufa—. ¿Ellos qué saben? Algún día deberías visitarme en mi oficina, Fly boy.

—Sí, entrenador Fox.

Y sabe que es irracional el deseo a resistirse a su tratamiento, sus tobillos solamente le han causado dolor y problemas desde la lesión, pero aun así, mientras no vea la gravedad de estar enfermo siente que tiene posibilidad con el salto de pértiga y puede seguir fingiendo, que no ha dejado que ese rival que lo saboteó gane. Una vez que se someta a rehabilitación no podrá fingir que volará y tendrá que aceptar que ese sueño por el que se sacrificó toda su vida es una locura imposible, ya no podrá fingir que no es un inválido en ese sentido y tendrá que encerrarse en esa etiqueta de «inadaptado», tiene miedo de pasar por otra rehabilitación, no quiere los terrores nocturnos, no quiere pesadillas, ni ese constante malestar hasta en los huesos, ni tener que usar yesos o cremas, ni sentarse con su propia lástima mientras ve a los demás volar, ni los queloides ni las cicatrices, ni nada. Sí, sabe que es falacia pensar que cuerpo y mente son dos entidades separadas que compiten entre ellas y aun así...No va a permitirle a su cuerpo ganar sobre su alma.

En el salto de pértiga el límite personal se encuentra determinado de antemano según altura, poder de patada y ancho de empuñadura, Eiji es el más pequeño de todo el equipo y aun así se las arregló para superarse y llegar lo más alto que podía, ha vencido a rivales el doble de su tamaño y cada día, aunque Ibe lo vea como algo patológico en una negación, él lo ve como esperanza porque elige creer que puede seguir volando, elige el salto de pértiga y por ende, se elige a sí mismo.

No será su peor limitación.

No se hará eso.

Así que va al ensayo y le da una razón al entrenador Fox para estar orgulloso, salta hasta que piernas y tobillos se le resienten, salta por los aplausos, salta en el escenario y danza en el aire igual que una bailarina de ballet en el teatro de La Scala, vuela, sonríe, hace una reverencia y recibe las rosas rojas, tan rojas que impresionan muertas a sus pies.

Se elige aunque elegirse de esta manera lo mate.

—¡Eso fue increíble! —Sing salta a sus brazos cuando la práctica se ha acabado, tiene el cabello muy mojado y apesta a sudor, probablemente corrió desde sus lecciones de boxeo para poder mirar toda la preliminar del equipo—. No cabe duda de tu talento, ese es mi Fly boy, ¡qué orgullo me das!

—Sing. —El aludido salta como si acabase de comer un bote de azúcar, sus ojitos relumbran con una esperanza contagiosa que lo hace reír, reír de verdad—. Estás pesado.

—¡Irás a las Olimpiadas a patear traseros extranjeros!

—Nosotros somos traseros extranjeros acá. —Eiji le explica, divertido—. ¿Pateo nuestros traseros?

—¡De otros extranjeros! ¡Unos más feos!

—¿Nos estás llamando feos? —Eiji no oculta la ofensa en su voz, suficiente tiene con el complejo de Lynx hacia sus músculos de Popeye, no necesita más.

—Vaya si eres un genio. —Yut-Lung se burla con una mueca mordaz—. Con razón tus calificaciones.

—¡Yue! —Sing gimotea con un puchero que le recuerda a un cachorro pateado—. No seas cruel.

—¿Cruel? Es la verdad, sé que ocultas tu reporte de notas a Lao.

—¡El punto es que Eiji ha crecido mucho! No puedo creer que vaya a ir de verdad.

—Sing, lo estás atosigando. —Yut-Lung rueda los ojos, jugueteando con las puntas de su cabello con sus yemas, los mira con una sonrisa tímida y afilada, le encanta el abanico de expresividad que aquel chico dispone, lo hace sentir constantemente en develación de un misterio—. Ni siquiera te bañaste.

—¡Eiji tampoco! Los deportistas no se bañan para conservar sus poderes, dah.

—¿Quién te dijo eso? Acabo de salir de las duchas. —El japonés se defiende, sintiendo el sudor caer desde la musculosa negra de Sing hasta su reconfortante suéter, manchando el estampado de Nori Nori con una plasta negra que podría ser radioactiva—. Yue tiene razón, apestas tanto. —Y no quiere sonar grosero, sin embargo el hedor lo obliga a taparse la nariz y a apartarse, la fetidez es una mezcla entre yogurt rancio y leche cuajada con Axe.

—Es la fragancia a masculinidad. —Proclama con orgullo, acomodando sus palmas en su cintura—. Así huelen los verdaderos hombres.

—Cariño, si todos los hombres olieran así yo sería heterosexual. —Yut-Lung los separa con un tirón, sus manos se deslizan al interior de su mochila para sacar una botella plateada de desodorante que rocía sin piedad en el más bajo—. Hay que exorcizar tu peste.

—¡Yue! ¡Este es perfume de niñas!

—¡No es perfume de niñas! —Chilla indignado, intensificando la cantidad de perfume que deja salir del dispensador—. Las flores no tienen género.

—Yo no quiero oler a flores. —Se queja, haciendo una pataleta digna de su nueva contextura—. ¡Ya basta!

—Mejor que huelas a flores que a podrido como Wong, casi muero contra su axila en la última pelea que tuvimos y eso me hizo creer en el infierno. —Yue arruga la nariz exageradamente y el reflejo le confiere una apariencia de bruja que lo hace sonreír más relajado, intenta despegarse de lo ocurrido en el entrenamiento con Ibe y estar acá, con sus preciados amigos—. Vi a satanás a los ojos.

—Pensé que tú eras satanás.

—Cuando me conviene. —Tararea, agarrando a Eiji de la cintura y a Sing del brazo, imponiendo una marcha fuera de las canchas deportivas—. Deberíamos ir a tomar para celebrar.

—Tú siempre quieres una excusa para tomar. —La pandilla los espera con motocicletas a las afueras de la universidad—. ¿Vamos a ir todos?

—No han dejado de quejarse sobre lo estresados que están y pensé que una buena cerveza sería un gran refuerzo de recompensa, soy un líder benevolente y debo tirarles un hueso de vez en cuando.

—¿Eso significa que tú pagarás?

—No soy tan benevolente. —Bufa, fulminándolo con la mirada, igual que en esas novelas que tanto adora leer a escondidas—. Aunque a nosotros nos puedo pagar una botella de vino buena.

—¡Eres el mejor!

—Tú no. —Lao intercepta, dejando caer su cigarro al piso para apagarlo con la planta de su zapatilla, se aparta de la multitud con una mirada desafiante y altiva—. Eres demasiado joven para beber.

—¡No es justo! —Y aunque Sing suele odiar que lo traten como un bebé—. Tú tomabas a mi edad.

—Exacto. —Disfruta un poco que lo sobreprotejan en este sentido—. Beber mata las neuronas, por eso todos estamos tontos menos tú.

—Ejem. —Yut-Lung tose, ofendido—. ¿Todos menos Sing? —No es una pregunta, su mirada afilada lo deja más que claro, es el líder de la pandilla y exige respeto como tal.

—Todos menos Sing. —Pero Lao es terco y tiene un favoritismo desvergonzado por su hermanastro menor—. Deberías limpiarte las orejas de vez en cuando. —Yue se agarra el pecho mortificado como si acabase de sufrir un ataque al corazón y ahora tuviese síntomas de parálisis, se para con firmeza, sus botas hacen eco ante las motocicletas, le arrebata un casco a uno de sus subordinados y decreta.

—¡Lao invita las cervezas hoy!

—¡Yo no...! —Pero la multitud no lo escucha, se encuentran demasiado ocupados vitoreando por el alcohol y los bocadillos gratis, golpeándolo en la espalda y alzándolo igual que un héroe de guerra.

—¡Okumura! —Yue se sube a su motocicleta, haciendo ronronear el motor, convirtiéndose en foco de atención y en estrella—. Te quiero en mi asiento trasero ahora. —Los demás chiflan eufóricos.

—Sí, jefe. —Y Eiji obedece, enredando sus brazos alrededor de la fina cintura de Yut-Lung, enlazando sus piernas y apoyando su cuello contra esa cascada bruna para darles de qué hablar—. Te encanta hacer drama y crear rumores innecesarios, ¿no es así?

—Vivo por mi drama.

Es extraña la sensación de irrealidad y seguridad que le confiere pertenecer a una pandilla, de forma honesta Eiji no podría tener menos interés en las disputas por territorios, de hecho, el deporte suele usar su mente 24/7, sin embargo, no existe nada más divertido que pasar el tiempo así, en el asiento trasero de Yut-Lung aunque sea peligroso estar en una motocicleta con las Olimpiadas tan cerca, en una explosión de aire, éxtasis y risas bajo el ronroneo de los motores, con la burla de Sing desde esa vieja motocicleta que conduce Lao hasta la cálida sensación de abrazar a su mejor amigo, de oler las flores en sus cabellos y dejar de ser tan pequeño, pasar a ser algo importante y trascendental, pensar que podrían seguirlo amando aunque falle y deba ir a rehabilitación o al psiquiatra. Pero ¿es verdad? Si claro, sin duda lo aman fuera del Fly boy, no obstante, si renunciara a la pandilla...

«Jamás me harías eso, eres Eiji, tú siempre me cubres la espalda».

No.

Claro que no.

¿Y no era esto lo que había querido siempre? ¿Ser tan indispensable para otra persona que no fuese capaz de reemplazarlo? Y ahora lo tiene, no puede pretender disfrutar de las ventajas de la amistad sin asumir las responsabilidades, si pretende ser incondicional debe serlo.

Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. Debe. D-D-Debe.

Nueve.

Nueve.

Nueve.

—Mierda. —De repente Yue frena con brusquedad y los motores cesan, Eiji tensa sus brazos contra el vientre de su amigo, saliendo de su trance, teniendo que enfocarse en la carretera—. Arthur.

—Vaya, vaya. —Hay una barrera de pandilleros esperándolos antes del desvió hacia la cantina, huele a gasolina, mugre y plomo, Arthur saca algo de sus bolsillos con cinismo—. Si son nuestros preciados chinos, no los esperábamos acá. —Se ríe, tirando una afilada cuchilla al aire una y otra vez, haciendo que gire antes de atraparla con la punta de sus dedos, una línea blanca sobresale de sus nudillos—. Si saben que este es nuestro territorio, ¿verdad?

—La carretera no es territorio de nadie. —Yue se quita el casco, clava un pie contra el pavimento—. Pensé que hasta un Neanderthal como tú lo entendería, pero al parecer sobreestimé tu inteligencia nula, es una lástima. —Eso lo irrita, lo nota por la manera compungida en que aprieta el cuchillo.

—Tienes una boca muy sucia ahí.

—Puede ser más sucia. —Ríe divertido—. ¿Quieres comprobarlo?

—No gracias, prefiero pagar por mis prostitutas.

—Claro que tienes que pagar para tener sexo, es la única manera en que alguna chica te toleraría.

—Dices eso porque no has conocido una verga de verdad. —Espeta hacia Eiji como si el insulto fuese para generarle dolor, la navaja vuelve a girar en el aire como si fuese uno de los boomerangs de Sing u otro juguete infantil.

—Tal vez. —Canturrea, bajándose por completo de su motocicleta, acomodando sus palmas detrás de su espalda con suma gracilidad, acercándose sin recelo y Eiji admira tanto aquella capacidad para vivir sin miedo o arrepentimiento, para mantener la cabeza erguida sin disculpas—. Pero te aseguro que he conocido la suficiente cantidad de vergas para saber que la tuya es del tamaño de un maní.

—¡Eres una puta de...! —Pero Yut-Lung detiene el puñetazo de Arthur entre bostezos, lo frena entre una de sus palmas con una mirada de absoluto tedio y agotamiento, como si este fuese un percance antes de poder tomarse su elegante botella de vino y dormir—. ¡Suéltame!

—¿Qué? ¿Acaso no querías una pelea? ¿Acaso esa no fue la razón por la que nos emboscaste? —El más joven usa la fuerza propia del pandillero para someterlo—. ¡Pues acá estamos!

—¡Dale una paliza! —La pandilla no tarda en apoyarlo, bajándose de sus respectivas motocicletas—. ¡Tenemos cubierto tu trasero extranjero, Yue!

—¡No ayudas, Sing! —Chilla dándole una patada en la quijada a Arthur—. ¡Si quieres ayudar empieza a golpear yanquis!

—¡A la orden, jefe!

Sucede en un segundo.

De alguna manera Arthur logra liberarse del agarre de Yut-Lung Lee y cual depredador se le abalanza encima, provocando que Okumura se estampe contra el pavimento, no tiene oportunidad para alzar los brazos y protegerse la cara, se encuentra inmovilizado recibiendo puñetazo tras puñetazo furioso con los pulmones apenas recogiendo aire, el sujeto se ha sentado encima, pesa y sabe dónde ejercer presión para noquearle el flujo de oxígeno, lo marea, no tanto como cuando su atención se dirige a su tobillo y el terror es lo que lo envuelve, por supuesto. Le da un pisotón que arde como el infierno, no una, no dos, sino unas treinta veces mientras sus gritos desgarran su cogote y las náuseas nublan todo, aunque usualmente sería capaz de defenderse, el entrenamiento lo dejó muerto.

—No sé por qué Ash siempre tiene tantos problemas contigo. —Sus rodillas ejercen aún más presión en su tobillo, el dolor es garrafal, es como si quisiesen descoser las líneas alrededor de su piel y abrir la herida nuevamente, no, es como si quisiese arrancarle la pierna entera—. No eres rival para mí.

—¡Basta! —No suplica, ordena—. ¡Suéltame! —Intenta patearlo, golpear o protestar en vano, hace mucho Eiji no sentía el agotamiento físico, su cuerpo no le responde más poniendo límites que nunca escucha—. ¡Arthur!

—Wookie tiene razón, pones una expresión deliciosa cuando estás adolorido. —Sus latidos pasan a una toma lenta, la mugre se le ha metido hasta la nariz, la segunda capa de piel sudada le quema.

—¡S-Suéltame!

—¿O sino qué? Ash me felicitará si destruyo a su tan preciado rival, me ascenderá de cargo.

—¡Ash dijo que yo era su presa! —Y el comentario le brota desde lo más profundo del alma, no sabe por qué pero extraña al aludido, si bien llevan años enfrentándose jamás han sido crueles pese a los lados contrarios—. E-Esto no le gustará. —Entonces, una sonrisa maliciosa que enciende alarmas en su cabeza por doquier es esbozada por Arthur, Eiji no ve a los demás, probablemente lo arrastró con ese objetivo en mente, aislar al eslabón más débil y aniquilarlo.

—Supongo que lo sabremos cuando sea muy tarde ¿verdad?

—Eres un hijo de puta. —El insulto lo hace carcajear.

—Y tú eres un idiota si crees que de verdad le importas a Lynx.

—¡Arthur!

—Dulces sueños, samurai boy.

Lo último que siente es un puñetazo contra su quijada antes de que el mundo desaparezca.

Nuestros recuerdos de la infancia, a menudo fragmentos breves y apenas tangibles que juntos forjan el álbum de fotografías de nuestra vida, son lo único que nos queda para entender nuestras historias y explicarnos por qué somos lo que somos. Inclusive antes de su venida a USA el recuerdo más lindo e íntimo que guarda de su padre se siente lleno de pérdida, solo que en este entonces no lo entendía al ser tan joven. Es sobre su primera competencia de pértiga, su padre odiaba el deporte, decía que lo distraía de las cosas importantes de la escuela, que era la razón de sus notas mediocres y que aún no encontrase una novia buena y aun así, allí estaba, en primera fila, con los ojos brillando de orgullo y asombro apenas Eiji saltó el soporte y le aplaudió con el corazón desnudo.

Clap. Clap. Clap.

«Ese es mi hijo» dijo entonces.

Es una de las memorias más bonitas que Eiji conserva, es antes de que sus mejillas regordetas fuesen dos agujeros chupados por la enfermedad, cuando su piel era bronceada, casi dorada, no de un gris deprimente y cuando sus ojos todavía chispeaban vida en lugar de...nada, las enfermedades no solo se llevan la vida de quienes las padecen sino de toda su familia. Y a fin de cuentas, esa es la verdadera razón por la que no renuncia a la pértiga y es reticente sobre su lesión, incluso con su padre postrado no dejó de ir a los entrenamientos ni de sacrificarse por el deporte, él se lo pedía, sabía que era para distraerlo por lo duro que era esta nueva realidad pero Dios, amaba llegar de las prácticas y contarle lo que había pasado. Y si se rinde en eso, si renuncia, está renunciando a esa parte, a esos recuerdos y por ende, a su propia explicación de sí mismo.

—¿Yue? —Se levanta adolorido, no hay nadie alrededor y si lo hay, su visión se profesa muy cansada para mostrárselo. Se arrastra por el piso, examinándose, no hay ninguna magulladura tan grave para ir a un hospital o algo así, pero las piernas le tiemblan apenas da el primer paso, cae igual que Bambi al pararse sobre hielo—. ¡Yue! ¡Sing! —Los llama, desesperado, intenta respirar para no ahogarse.

Nueve.

Nueve.

Nueve.

Pero no puede y aunque no comprende la razón todavía, hoy se siente especialmente lastimado. Se para con todas sus fuerzas, piensa arrastrarse hacia el dormitorio y tumbarse en su manta. Sí, es un plan perfecto: descansará un par de horas y luego se levantará listo para entrenarse, probablemente Yue le pregunte por esas heridas pero ¡vamos!, probablemente tendrá las propias y se reirán, no es nada, Eiji está bien, mejor, Eiji está de maravilla, ¡sí! Mañana se levantará y...

—¿Eiji? —Y corta la actuación—. ¿Qué haces acá?

—T-Tú... —Ni siquiera sabe qué explicación darle, lo ha pillado desprevenido en la comodidad de su hogar igual que un invasor, su cabello rubio está revuelto cual nido de pájaro con una expresión tan somnolienta que le resulta adorablemente vulnerable—. Dijiste que podías ayudarme con el ensayo.

—Sí, pero son las dos de la mañana. —Ash no es duro con su tono, solo impresiona confundido con su camiseta embarrada de café y sus ojeras azuladas.

—Ah, qué tonto, no vi la hora. —Se ríe, rascándose la nuca con vergüenza, ni siquiera sabe su razón para estar acá, ¿qué esperaba? Al final siempre se las arregla para estorbar.

—Eiji... —Pero Ash no lo deja irse, extiende su mano para atajar su codo, como si supiera que viene muy herido y no por su cara, sino porque sangra su corazón—. ¿Por qué has venido?

—El ensayo. —Balbucea, alzando la mirada, de pronto le entran unas horribles ganas de llorar pero acá no hay contenedores de baño donde pueda encerrarse y se está rompiendo—. No sabía a dónde más ir. —Confiesa con la boca temblorosa, sintiendo cómo se desborda y acaba sollozando frente a su autoproclamado enemigo, es patético—. Lo siento, esto debe ser una molestia.

—No. —Le sorprende que Ash lo tire para estrellarlo contra su pecho y abrazarlo, es bastante sabido lo mucho que este hombre aborrece las muestras de afecto físicas y aun así, lo acuna, lo hace sentir extraordinariamente protegido estar entre sus brazos, el japonés se aferra con fuerza a esa camiseta blanca y llora, grita, patalea, se quema, arde, todo duele de golpe o tal vez, todo siempre ha dolido—. Estás bien, estás a salvo.

—No sé por qué estoy así. —Jadea entre sollozos, sintiendo que se rompe en miles de pedazos y esto no tiene arreglo, pensando en la muerte de papá y en lo arrepentido que está de escoger el salto de pértiga sobre él, debió quedarse más tiempo a su lado y ahora nada de lo que haga arreglará el daño ya hecho y el tiempo perdido—. No sé por qué pero tengo mucha pena.

—Está bien tenerla. —Un hipeo escapa contra el pecho de Ash, le ha empapado la polera, debe serle tan asqueroso consolarlo de esa forma, mostrándose como un cúmulo de defectos, desplegando lo verdaderamente inadaptado para vivir que se encuentra—. Estás bien.

—A-Ash... —Sus puños se tensan contra su espalda, tiene ganas de arrancarse el tobillo que le duele tanto tras la paliza de Arthur, quiere odiar a Ibe y su preocupación, quiere odiar toda esa implacable presión para no odiarse tanto a sí mismo—. Lo siento por hacerte pasar por esto. —Pero es incapaz de hacer algo de lo anterior, así que se descompone un poco más.

—Vas a estar bien. —El pandillero le cepilla el cabello muy cerca, es un toque dulce, gentil y bastante agradable, es seguro—. Vas a estar a salvo.

—No puedes saberlo.

—Tal vez. —El más joven se aparta—. Pero mientras estés en mis brazos no dejaré que nada te pase.

—¿Por qué? —Su pregunta escapa aterrorizada, casi puede ver a sus palabras haciéndose trizas bajo esas converse rojas y gastadas, Ash se dedica a trazarle pequeños círculos en la espalda, sus lágrimas no dejan de caer, no puede detenerlas y debe verse miserable, sin embargo, este chico lo acuna con una ternura que no creía posible y ama este tacto—. ¿Por qué me protegerías?

—¿Qué no es obvio? —Le cuestiona con esos 200 de IQ—. Porque eres mi presa, lo dejé claro.

—Eres un idiota.

—Pero has dejado de llorar. —Y entonces se ríe de verdad, sintiéndose mejor, pasan al apartamento que huele a jengibre, libros viejos y confort—. Eiji va a quedarse a dormir. —No entiende para quién es aquella declaración hasta que su mirada es atrapada por un hombre al lado de Max en la cocina, el rubor se le sube hasta las orejas por el espectáculo que armó, mierda, qué vergüenza.

—Y-Yo no... —Apenas tartamudea.

—Por favor. —Pero el hombre con rostro amable y ojos bonachones lo detiene—. Por favor quédate, hace demasiado frío para que vuelvas y a Aslan le hace bien la compañía.

—Bueno. —No tiene energías para batallar más—. Gracias. —O quizás no quiere batallar contra eso.

No da más pelea, se hace un ovillo en el cuarto de Aslan, el que por supuesto, luce como madriguera de nerd genérico con sus escaparates repletos de libros, con camisetas extraordinariamente blancas y manchadas tiradas por doquier y un par de fotografías pegoteadas con descuido en la pared, esto no se parece en nada al estilo glamoroso que tanto atañe a Yue y justamente por eso lo hace sonreír, hay algo encantador en ver a Ash esconder su ropa interior pateándola bajo la cama, acomodándose a su lado igual que un gato celoso con su espacio.

—Entonces... —Empieza, hundiendo su espalda contra los bordes de la cama, se han sentado sobre el suelo, una chaqueta de mezclilla cubre sus hombros debido a lo delgado que es el uniforme y eso lo hace sentir mejor por muy ínfimo que parezca—. Viniste a terminar tu ensayo de leopardos.

—¿Te sorprende? —Bromea—. No hay nada más importante que Hemingway o Salinger, lo dejaste más que claro en nuestra sesión pasada.

—Cierto. —Le da la razón—. ¿Prefieres no hablar de eso? —Y eh acá una diferencia importante con Ash y los demás: le pregunta lo que prefiere. Aun si no lo sabe y es un desastre, le hace saber sobre lo relevante que es su comodidad y su consentimiento, es tan lindo que le presiona el pecho.

—No sé. —Bufa, dejando que su nuca penda hacia la cama, sintiendo la suavidad del colchón rozarle los cabellos y empujarlos hacia las mejillas como capullos que se cierran—. Tuve una pelea dura con Ibe-san esta mañana, me dice que debería hacerme responsable de mi lesión y tratarla bien, porque si sigo de esa manera puedo lastimarme las articulaciones a un punto irreversible.

—¿Y qué piensas de eso? —Y podría mentirle, de hecho, se ve tentado a hacerlo—. ¿Qué te parece?

—Que tengo miedo. —Pero no lo hace—. Tengo miedo de rehabilitarme, sé que debo hacerlo, pero Ibe-san no entiende que hacerlo a la vez implicaría tener que aceptar que nunca podré saltar como antes y no sé, quiero fingir un poco más, solo un poco, antes de estrellarme con la realidad.

—Eiji. —Y acá viene, el mismo regaño o las palabras de aliento genéricas, está preparado—. Lo dices como si fuera algo muy terrible. —No llegan.

—¿No lo es? —Da parpadeos de lechuza confundida, se sienta más erguido, contemplando directo a esos ojos brillantemente verdes y esplendorosos, el fulgor plateado de la luna sobresale con el oro de la lámpara artificial.

—Creo que cada quien tiene derecho a vivir sus duelos a su propio tiempo y a su propia manera, no creo que sea malo que quieras fingir un poco más, a fin de cuentas, debes amar mucho el saltar para llegar a esos extremos, pero creo que podrías ir de a poco, que podrías equilibrarlo recibiendo guía médica u otra clase de apoyo. —Los labios de Ash tiemblan, frunciéndose como si quisiese decir algo más y se contuviese—. Creo que debes sentirte muy presionado y debe dolerte.

—No tienes idea. —Gimotea, pateando una de sus camisetas por inercia—. El equipo actúa como...

—No. —Le interrumpe—. Por ti. —Y lo lee con una claridad impresionante—. Creo que eres bastante cruel contigo mismo, por eso, está bien que cedas y empatices con tu propio sufrimiento.

—Oh.

Es raro, la lógica habitual propone que si algo molesta o provoca ansiedad no se siga recreando, por eso somos los traumas de los que huimos todavía y nos casamos con los conflictos irresueltos. Creía que se protegía con ese silencio, juraba que su supervivencia dependía de no explicarse, porque las reacciones que suelen aparecer son dos: "no le des tanta importancia" (Ibe) o "si yo pasé cosas más terribles tú también puedes" (Yue). Y no ansía ninguna de esas, Eiji no busca que le resuelvan la vida, tampoco quiere que comparen su dolor con el ajeno y los pesen en una balanza, ni que ignoren eso que pone justo en la mesa, solo quería esto...escucha, nada más.

—¿Por qué no fuiste con Yut-Lung? —Y como si Ash pudiese leerle los pensamientos, lo cuestiona.

—Amo a Yue pero tiende a usarse para motivarme. —Le explica, arruga la nariz y la mueve igual que un conejito mordelón—. Él la ha pasado bastante mal con su familia, así que suele decirme que voy a estar bien, que si él pudo yo igual y aprecio que comparta eso, pero si impone tanto su experiencia no queda espacio para la mía, ¿entiendes? Me alegro y enorgullece que él haya superado tanto pero yo todavía no estoy en ese lugar y me siento inútil por no estar ahí todavía. —Entonces, deja que el aire salga de sus pulmones y relaja los párpados, inhala profundamente.

—Eso es el amor: darlo todo, sacrificarlo todo, sin el menor deseo de obtener algo a cambio. —Mira a Ash, mira esos ojos verdes, brillantes e indómitos arder a su lado—. Lo dijo Albert Camus. —Y ríe.

—¿Acaso les dan un manual a los nerds para saber eso? —Y exhala.

Nueve.

Nueve.

Diez.

—¡Eiji! —Gimotea—. Mi punto es que debes amar mucho a Yut-Lung para protegerlo al no contarle esto.

—¿Cómo...?

—Su ego es frágil, no es un secreto. —Se burla con una sonrisa felina.

—Sabelotodo. —Y Eiji se encoge amurrado en esa chaqueta de mezclilla, aspirando el aroma familiar de su enemigo mientras teme ser engullido por el pasado y a la vez es pasado, incluso yendo a través del quirófano no será libre hasta que libere a su mente, porque Eiji es dueño de su malestar y aquel malestar lo posee.

—Debes querer mucho a tu novio. —Entonces Ash insinúa y eso le tira la cara—. Ya tuvimos la charla sobre esto, lo sé, pero realmente me hacen dudar de su amistad. —Dice con suspicacia y ¿recelo?

—Te lo dije, Yue no es mi tipo. —Medita—. Me gustan guapos.

—No te gusto yo, no te gustan guapos. —Y la indignación se vuelca en su pecho igual que una ola.

—¿Tan alto tienes el ego? —Su voz se eleva un par de tonos en la habitación, despertando la mueca traviesa del contrario—. ¿Realmente te crees el hombre más guapo de la tierra?

—Tal vez. —Tararea.

—Apuesto que ni siquiera te haces skincare. —Bufa, recordando lo insistente que es Yut-Lung sobre el uso de bloqueador solar en la pandilla y limpiador facial luego de las peleas—. Tu cara debe estar repleta de heridas medio escondidas y otras imperfecciones.

—¡No es verdad! —Chilla con su chillona voz—. Mi piel no tiene nada de malo.

—A ver. —Entonces Eiji se arrodilla y acuna el rostro de Aslan para examinarlo de cerca, navega una curiosa mirada cobriza por su piel, parece porcelana, es nívea y pulcra, como si la hubiesen removido de un cuento de hadas—. Creo que te saldrá un brote de espinillas. —Miente descaradamente entre carcajadas contenidas—. No es para nada atractivo, incluso puedo ver el enrojecimiento asomarse.

—¡No es verdad! —Cumple su objetivo de darle una patada a su ego—. Estás intentando ofenderme.

—No, es la verdad. —Eiji se mantiene terco y reticente, sus dedos navegan desde su frente hacia su mentón, se detiene en sus mejillas, en el lugar donde un adorable rosado sobresalta la constelación que había permanecido oculta—. Tenías pecas de niño. —Dice embelesado, delinea los vestigios de puntillos dorados que yacen sobre su lienzo angelical, es un salpicado encantador—. Qué lindo.

—¿L-Lindo? —Y de pronto, Ash se pone diez tonos más rojos y el japonés lo suelta.

—Las pecas. —Se defiende, el corazón le golpea rápido bajo el pecho y el aire se ha vuelto caliente—. Tú eres bastante feo, Lynx. —Terrible actuación, sabe que lo descubrirá.

—¿Yo? —Pero algo en su presencia impresiona afectar la inteligencia superior de Ash—. Pero si eres tú quien tiene toda la cara magullada. —Y sin pedirle permiso ni perdón acuna su mentón con mero objetivo de molestarlo, más, no llega tan lejos, porque sus ojos se ven arremolinados de pena—. Tu carita está muy lastimada. —Es su turno de ponerse de mil colores por tan cursis palabras, ¿carita?, ¿quién diría que tiene un lado tan blando?

—Tus hombres. —Niega y se detiene—. Arthur.

—Arthur es un maldito dolor de culo. —Gruñe, mostrando garras y dientes—. Me tendré que ocupar de él más tarde antes de que empeore. —Sin embargo, se encuentra lejos de esa amenaza, lo único en lo que consigue enfocarse es en lo bien que se siente que Ash lo toque así, suave, lento y tierno, eso casi lo hace concebirse importante para el pandillero, casi, esa es la palabra clave.

—Ash. —Entonces lo llama, atreviéndose a acomodar sus dedos encima de los del rubio, a entrelazar respiraciones y provocar una mirada repleta de terror y expectación—. Gracias por escucharme.

—Ya sabes lo que dicen. —Ríe maniático, el sudor baja desde su frente como si acabase de hacer la rutina de ejercicio del entrenador, sus mejillas están rojizas y sus pupilas yacen dilatadas—. Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca. —Eso le roba una sonrisa a él.

—No creo que el dicho aplique para algo como esto. —Le explica sin entender bien a dónde va.

—¿Pero? —Y se lo pregunta divertido, vislumbrando de antemano lo que dirá.

—Pero me gusta más así. —Sus frentes se apoyan contra la otra, la chaqueta de Ash lo mece del frío en un toque íntimo y prohibido—. Me gusta este consenso silencioso que tenemos.

—Mientras nadie más sepa no hay daño, ¿verdad? —Piensa en Yue y en los demás chicos, en lo útil que les es por pertenecer en la pandilla y en lo útil que dejará de ser si descubren su simpatía mutua con Ash Lynx, piensa en todas las catastróficas consecuencias y se aparta.

—Verdad. —Pero no lo suficiente—. Es un secreto.

Aunque no lo admita, sabe que su vida se encuentra atada a la de Ash Lynx de una u otra manera.

Tenemos actualización el viernes para retomar la tradición de cuando se sube este fic, el capítulo se enfoca en Ash y nos da una mirada más completa de Griffin y porqué estos hermanos topan en el conflicto del silencio, es bien lindo y tonto, mucho más relajado que este, así que espero les guste. Mil gracias por tanto.

¡See ya!

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