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Capítulo 4.

Hi~ Hola mis bonitos lectores, creo que esta semana he andado bien muerta en cuestión de actualización porque literalmente se me juntaron demasiadas cosas cerca, pero otra vez, amo demasiado este fic para pausarlo, de hecho si pudiera, estoy segura lo escribiría a diario pero se me haría nada. Muchas gracias a las personitas que se toman el cariño para leer. Hoy nos vamos con Eiji por primera vez.

¡Espero que les guste!

—¿Se ve extraño mi uniforme? —Yue parpadea ante la pregunta, no es un simple parpadeo natural y educado, este se asegura de ser histriónico, indignado y exagerado, cuestión de dejarle en claridad a Eiji sobre lo ofensivo que es su interrogante, ¿cómo se atreve?

—¿Hablas en serio? —Vuelve a sobresaltar su razonamiento tras preguntar, estira los zapatos en las mugrosas baldosas del camarín, contemplando la delicada manera en que esos shorts deportivos le envuelven las piernas, son torneadas y bronceadas, son la clase de piernas a las que definitivamente se les acercaría en un bar—. ¿Acaso me estás tratando de joder? —Entonces Okumura patea el piso.

—¡No! —Y gimotea—. Me preocupa verme, ya sabes.

—¿Qué? —Yut-Lung se endereza en la banca de madera, contemplando a su mejor amigo frente a esos mugrientos lavabos, el agua le pende como gotas de acuarela entre los mechones esponjados y entintados, es lindo—. ¿Te preocupa verte qué?

—Muy... —Frunce la mandíbula, arrastrando la atención hacia el arco de cupido, se abraza un bíceps desnudo en esa delgada musculosa—. Corpulento. —Entonces Yue arroja un bufido de prepotencia desde lo más profundo de su garganta, el sonido es agudo y penetrante, se sobrepone al constante goteo que esas duchas maltrechas y malolientes les han ofrecido—. Como Popeye el marino.

—¿De dónde sacaste esa estupidez? —Lloriquea, arrojando su nuca hacia atrás con dramatismo—. De todos los deportistas guapos que pudiste elegir te comparas con una caricatura de ancianos.

—Alguien me lo dijo.

—¿Mando a golpear a ese alguien?

—No es necesario.

—¿Quieres que vaya a patearle las pelotas yo mismo? Esa escoria no debería tener descendencia.

—¡Yue! No todo se resuelve con la violencia. —El nombrado rueda los ojos, sí, sí, es verdad, no todo se resuelve con violencia y bla, bla, bla, incluso toma un curso de paz e historia, sin embargo, ciertas situaciones lo ameritan, como Shorter Wong por ejemplo, debió cortarle las bolas cuando pudo, esa basura no debería reproducirse jamás—. No estoy molesto por el comentario.

—Pues a mí me impresionas molesto, por eso me estás preguntando. —Alza una ceja con obviedad, se inclina para leer al japonés, provocando que las rejillas de madera suelten un crujido cansado.

—Es que no se escucha muy atractivo que te digan eso. —Musita, bajando la cabeza con las mejillas levemente sonrosadas y es adorablemente vomitivo, igual que un cachorrito—. Por eso pregunté.

—¿Acaso te gusta esa persona para que te importe? —Y de pronto, los tonos se vuelven mil veces más furiosos y violentos.

—¡No! —Demasiado a la defensiva—. Odio a esa persona, no me importa lo que me diga.

—Ajá.

—¡Pero es tan irritante! No es mi culpa que posea un cuerpo de fideo en comparación, pero no, se cree mucho con esa melena dorada perfectamente peinada y lacia y esos ojos verdes más brillantes que las estrellas, además, ¿has visto su piel? Probablemente apenas se lava la cara y parece un ángel con un aire de James Dean, es injusto, claro que se burla de mis músculos. —Él parpadea de verdad, metabolizando esas palabras como si fuesen veneno de rata en sus entrañas, siente las burbujas de ácido explotar hacia su garganta y gatillarle una arcada—. Ni siquiera es tan atractivo.

Esa descripción.

No. No. No.

Definitivamente no puede ser él.

Sí, Yue se convence a sí mismo, no tiene sentido, si bien, Lynx se asemeja a una sucia patata frita de los basureros más tristes de McDonald's, su melena no es dorada, sino de un mostaza pajoso opaco, sus ojos son verdes pero igual que la hiedra venenosa y eso no la hace linda ¿verdad? También verde es el color representativo de la envidia y de otros personajes desagradables como el Grinch y Shrek, sí, se lo imagina perfectamente, a ese grotesco ogro con su burro Wong amenazando con llevarse a su preciado mejor amigo, sobre su cadáver. Okey, otra vez, está sacando conclusiones apresuradas, así que sigue con su hilo mental. Su piel es anémica hoja papel higiénico no ángel, y su aire no grita para nada James Dean sino sociópata, como Holden Caulfield. Y por supuesto, no es guapo. Por ende Eiji Okumura no habla de ese remedo de pandillero con complejo de furro.

—Además me recuerda a un gato mañoso con esa personalidad insoportable. —Mierda, sí habla de Ash Lynx.

—¡Te gusta esa chica! —Sing lo grita conmocionado a su lado, sus ojos parecen hacer estrellas por la simple confesión y Yut-Lung no quiere ser el bandido que le quiebre el corazón—. Tiene sentido.

—¡No me gusta! —Mientras más gimotea, más evidente es su mentira—. Lo odio, ¿no escuchaste?

—No es una chica. —Prefiere decir él en su lugar—. Es un hombre.

—¿Cómo sabes? —Sing se mira ofendido por la poca seriedad que obsequió a su argumento—. Las chicas son así de irritantes. —Claro que el mocoso habla como si las niñas todavía tuvieran chinches, por muy galán en construcción que sea tiene mucho que madurar todavía.

—Porque el trasero de Eiji grita que es gay.

—¡Yue! —Se ríe al hacerlo enojar—. ¿Cómo que solo mi trasero? —Y para su sorpresa le interroga aquello genuinamente ofendido, así que va a empujarlo un poco más allá. Sus manos forjan la mirilla de un lente de cámara en el aire, enfocando desde el torso hacia el rostro del japonés.

—Esto podría pasar como heterosexual si te esfuerzas mucho. —Dice, provocando que Eiji arrugue el ceño, infle las mejillas y esboce un puchero que aunque pretende intimidarlo solo lo hace querer decir: «aww, cosita»—. Pero esto... —Baja su ángulo lentamente, se enfoca en esas finas y estrechas caderas, en su cintura adornada por una serie de abdominales donde no le molestaría lavar su ropa y en esos muslos de bronce que enmarcan un trasero perfecto—. Esto es gay.

—Se llama hacer deporte. —Bufa, cruzándose los brazos sobre el pecho—. Mis piernas necesitan de una gran cantidad de músculo para que rinda.

—Tus compañeros de pértiga no se ven así de candentes. —Canturrea, sabiendo que siempre tiene la razón porque es Yut-Lung Lee, dah—. Tú por otra parte, tienes un aura gay.

—Es reduccionista llamarme así. —Bufa—. Me gustan las personas más allá de su género o su sexo, eso no me hace gay aunque pueda atraerme un hombre. —Claro que su mejor amigo piensa eso, más coherente con su corazón de abuela no pudo ser, qué fastidio.

—¿Cómo te gustan las personas? —Sing indaga, genuinamente interesado, meneando sus zapatillas hacia los soportes de la banca, sin quitar la atención de Eiji un solo segundo—. Tengo curiosidad por el tipo de persona que te robaría el corazón.

—Nunca lo había pensado. —Okumura se lo toma en serio, apoyándose contra las frías baldosas del camarín, apretando la frente como si el gesto pudiese forzar sus engranajes mentales y darle rienda suelta a su imaginación—. Supongo que no tengo un tipo definido.

—Por favor. —Bufa aburrido—. Todos tenemos un tipo. —Wong definitivamente no es el suyo.

—Bien... —Lo intenta más fuerte—. Mi tipo de persona es alguien dulce supongo, alguien que pueda verse extraordinariamente arisco por afuera pero en realidad esa sea una fachada para protegerse, porque seguramente la ha pasado mal y eso me duele, alguien inteligente y que no tema demostrar de lo que es capaz, alguien apasionado por un montón de libros aburridos y que me haga reír, pese a hacerme enojar, alguien herido que quiera sanar y no sepa cómo, alguien lindo y adorable aunque odie que usen esas palabras, alguien bueno, alguien que me vea de verdad.

No. No. No.

Ni muerto permitirá esto.

—Alguien que sea hermoso. —Sonríe tímido, con las mejillas sonrosadas y los ojos tan relumbrantes como un cielo estrellado en un eclipse de luna—. Alguien que sea hermoso de alma como...

—¿Cómo quién? —Eiji parece tomar conciencia de las cursilerías que estaba diciendo, gracias a Dios.

—¡Alguien que no sea rubio ni tenga unos estúpidamente lindos ojos verdes ni la nariz de botón ni un carácter del demonio!, ese es mi tipo. —Chilla atropellado, rascándose la cabeza una y otra vez.

—¡Ah! —Entonces Sing grita como si acabase de encontrar la respuesta para la paz mundial—. ¡Ya sé quién es! Es obvio.

—¿Lo sabes? —Y Eiji luce absolutamente mortificado, retrocediendo contra las baldosas del camarín igual que un conejito herido mientras Lee se contiene, evitando ir y cometer un crimen de odio entre los estantes de la biblioteca pública, porque se niega a aceptar que hable del dolor de culo Lynx.

—Lo sé. —Canturrea, alzando y alisando el cuello de su chaqueta, galante—. Soy yo de quién estás hablando, Eiji. No tienes que ser tan tímido, si te gusto puedes decírmelo a la cara y tal vez salgamos.

Oh, Sing.

Mi dulce, dulce y tonto Sing.

—¿Crees que eres arisco? ¿Desde cuándo? —Yue dice en su lugar y debería estar agradecido con su benevolencia, no sabe qué harían estos dos si no los bendijese con su presencia.

—Obviamente, soy como un gato. —Entonces procede a hacer una mímica de garras con las manos y a arrojar un sonido felino que rebota entre las paredes del camarín—. ¿Ves?

—Ash te llamó chiguagua. —Eiji contiene su carcajada en su palma, utiliza cada fibra de su voluntad para no estallar ante el pobrecito de posible amor unidireccional.

—Ash. —Se detiene en ese detalle, asqueado—. ¿Quién es Ash? No lo conozco.

—Lynx, quise decir. —Ríe aún más frenético, Yue se pregunta si habrá un vacío legal que le permita cometer homicidio contra alguien tan exasperante e irritante como el aludido, le haría un gran favor a la comunidad lgbtiq+, les quitaría un peso de encima—. Me confundí, no he desayunado antes del entrenamiento. —Una excusa pobre y patética.

—Últimamente pareces menos irritado con su presencia. —Okumura traga duro, juguetea entre los bordes de su polera y así sabe que miente, porque aprieta la prenda con tanta fuerza que llegan a blanqueársele los nudillos—. ¿Pasó algo entre ustedes dos?

—No. —Chasquea—. Aunque él me ha ayudado con esto de la pértiga, al menos a hablarlo.

—¿Con qué? —Lo empuja más lejos, temiendo que se rompa—. No entiendo.

—Ya sabes. —Suspira, herido—. Con lo de la lesión.

—Pero eso no es la gran cosa en comparación a todo lo que has enfrentado, Eiji. —Sing lo suelta con inocencia, balanceando sus pies desde el fondo de la banca hasta las losetas iridiscentes por el alba.

—No sé, estoy un poco asustado.

—No es para tanto, puedes contra una pequeña lesión, eres el fly boy, ¡puedes contra todo! —Pero Eiji baja la cabeza.

—Sí. —Y se ríe—. Tienes razón.

Mierda.

Ve a Eiji arrastrarse hacia la banca de madera a su lado, lo mira caer sin vida o energías igual que un costal de harina y quiere decir algo, pero no sabe qué. Es complicado querer animar a alguien siendo un propio desastre, se siente hipócrita en cierta medida e impotente, porque querer a otra persona implica inherentemente lidiar con una intensa necesidad de cuidado, no porque el otro lo imponga, sino porque lo ama y esa es razón suficiente. Sin embargo, últimamente Eiji resulta impermeable y reticente, como si guardase una herida tan profunda que la estuviese constantemente zurciendo en su corazón para que nadie la vea, pero mientras más la cose, más obvia se hace y más difícil es zurcir otra vez por los restos de hilo que quedan y por no haberla limpiado correctamente, «debe dolerte», quiere decirle, «debe dolerte sentir que tienes que cargar con el mundo encima».

E inmediatamente desea gritarle: «no tienes que hacerlo, no cargues con el mundo encima».

Pero no lo hace.

¿Por qué? Simple, su relación con Eiji es sagrada, se conocieron gracias a Shorter (lo haya querido o no) y desde ahí la tiene acomodada en un altar que llena con flores: con girasoles al encarnar aquella jovialidad tan propia de Okumura, con dalias por la incondicionalidad y la exuberancia, con lirios de alegras mis días, con narcisos por el deseo aunque no sea deseo sexual, con rosas clichés, margaritas de pura inocencia y sobre todo, lo llena de madreselva. Su altar yace repleto de dichosas flores tan coloridas, estamos hechos el uno para el otro, significan. Porque Yut-Lung lo cree así. Ama a Eiji, así de simple, no de manera romántica, ni sexual, ni nada, ama tenerlo a su lado, ama esta amistad. Por eso es jodidamente aterrador lidiar con la posibilidad de que en un santiamén por alguna respuesta equivocada Okumura se marche y lo abandone por siempre, con un altar que era de los dos y ahora son puras flores muertas, que lo deje desamparado, al odiar quién es, quién verdaderamente es, tal como Shorter lo hizo.

—Lo harás increíble. —Dice en su lugar, acariciándole la espalda con suavidad, es indigno de tocarlo si ni siquiera es capaz de consolarlo—. Esa lesión no es nada. —No quiere decir eso, pero las palabras le juegan una mala pasada de puros nervios. Lo siento, lo siento, lo siento tanto.

—Gracias. —Entonces, Eiji se levanta—. ¿Me irán a ver saltar?

—¿Qué clase de pregunta es esa? —Sing bufa, ofendido—. Somos tus mayores fans. —Y al menos, pueden darle esto.

—Gracias.

Por otro lado, Eiji se encuentra igualmente confundido, siempre ha creído ser alguien estable, como si su identidad hubiese quedado definida en una línea recta desde su nacimiento, aunque con cierto modo sabe que eso es mentira, que no es totalmente la persona que tiene enfrente al espejo ni ese que se deleita con la compañía de Yue y Sing, es como si todo el tiempo hubiese fingido ser un cubo cuando en realidad es un dodecaedro de muchos lados, imposibles de conocer y descifrar. Desearía ser más simple, desearía no estar tan herido.

—¡Vamos, Okumura! —Los chicos del equipo de pértiga lo reciben con sonrisas brillantes apenas saca un pie del camarín—. ¡Puedes hacerlo!

¿Puede?

Traga duro, intentando enfocarse en mejorar, pronto irá a las Olimpiadas y no concurre espacio para las dudas, las dudas usan tiempo, el tiempo se usa para practicar, sino practica no mejorará, no tiene espacio para preocuparse de estas cosas, pero a la vez, tener que invertir cada segundo del día favor a su entrenamiento no le deja tiempo para recuperarse y le da pena no tener tiempo para estar bien o para vivir, Eiji siente que no tiene tiempo para respirar. Niega, sus yemas raspan la barra, es helada, suave y familiar, huele a óxido, se vuelve más pesada, ¿siempre fue así de pesada?, ¿él se hizo débil?, ¿o solo se ha vuelto más consciente de lo que siempre ha sido? Concéntrate, se reprocha.

—No tienes tiempo para perder en tonterías. —Se lo grita a sí mismo, intentando aplacar las miradas expectantes de sus compañeros y de la pandilla, incluso Lao vino a verlo, no se llevan tan bien pero acá está porque formar parte de un grupo implica ser familia y lo está apoyando, es lindo.

No puedes fallarles, idiota.

Da una gran bocanada de aire, igual que un pez fuera del agua en su agonía y corre por la pista, clava la pértiga en el suelo, tira el tubo, chocando por apenas un centímetro bajo su tobillo, lo que si bien, no es suficiente para arruinar su pulcro despliegue, la piel le arde un infierno por el esfuerzo, duele, le duele mucho y quiere parar. Pero le aplauden con energía desde las gradas, es un campeón, es el fly boy, es perfecto. Debe seguir, levantarse y terminar con esta maldita práctica, así que se aguanta, sonríe y se mama el dolor como su padre lo haría.

¿Por qué empezó a saltar? Se lo pregunta en este eterno bucle de práctica sin ni siquiera disfrutarlo, se ha vuelto una tortura, recuerda que amaba la sensación de libertad que le confería. Ah, sí, libertad era la razón, todo el mundo es libre, Eiji nunca ha envidiado al resto por eso, si lo hiciera sería como un conejo que envidia maullar, algo que jamás ocurrirá al ser imposible, pero últimamente la gente habla de eso como si fuera algo que Eiji pudiese tener o que debiese desear tener, le duele. Es cruel, incluso Ibe, es como si se inmiscuyese en su vida todo lo posible y lo desordenara, es frustrante.

No piensa más.

Corre, corre, salta.

Corre, corre, salta.

Tic, tac.

De nuevo. Corre, corre, salta y vuela. Corre, corre, salta y vuela. Corre, corre, corre, corre, corre, tic, tac, tic, tac, corre por su vida, corre, corre, corre, corre, se le agota el tiempo, corre, corre, no llega, no va a llegar a tiempo a su vida, corre, corre, corre más veloz o perderás el país de maravillas, Alicia.

Eiji pierde la cuenta de las carreras que da cuando empieza a oscurecer, su cuerpo suplica que pare, que se está exigiendo demasiado, pero le aplauden, le aplauden y lo incitan a seguir porque alguien debe hacerlo y ese alguien es él. Y no es que lo obliguen, nadie le apunta un arma contra la cabeza.

—¡Okumura es una bestia! —Pero sus compañeros lo abrazan y los toques son de camisas de fuerza.

—Tú madre debe estar orgullosa, su hijo irá a las Olimpiadas.

—¿Te parece bien si aumentamos los entrenamientos, chico? —Esa no es una pregunta—. Porque ya estás bien, estás recuperado, no fue para tanto.

—Estoy bien.

—Me alegra escucharlo, aunque no es cómo si tuvieras que hacer otra cosa, eres un estudiante y es todo, no tienes más responsabilidades. —El entrenador se ríe y Eiji muere—. Extraño los días en que tampoco hacía nada y tenía todo el tiempo del mundo. —Ja.

Y es una verdadera mierda, está enrabiado, está enfermo de que lo pasen a llevar de esta forma, el tiempo es algo tan preciado y nunca siente que lo tiene, no cree alguna vez haber sentido que aquel tiempo era suyo y ahora que finalmente estaba haciéndolo con la rehabilitación física, que mejoraba un poquito, le da pena que le hagan las cosas tan difíciles. Está agotado, tiene unas horribles ganas a evaporarse un rato, de descansar, está ahogado, sin importar qué tanto luche para nadar o lo muy violento que nade se hunde, y se da pena. Le da pena haber llegado a ese extremo. Ese terror es mil veces más intenso al ver lo feo que se pone su tobillo día tras día, ¿pero cómo decir que no? «Mamá no iré a las Olimpiadas porque estoy en dolor. No puedo representar al equipo amigos, lo siento. No puedo seguirme exponiendo a peleas entre pandillas, Yue. No puedo seguir fingiendo, la lesión pasó, me afectó y nadie le toma el peso. No puedo seguir siendo tan cruel conmigo mismo».

No. No. ¡No!

«No».

Tan corta, tan fácil, un simple sonido más que una palabra, es cuestión de abrir los labios y ya.

No quiero. No puedo. No te lo debo.

No.

No logra pronunciarla. Porque «no quiero hacerlo, me siento mal» nunca es motivo suficiente para que los demás le den peso a su malestar, así que no puede detenerse y empeora y Eiji se cuestiona todos los días qué será suficientemente mal para ponerle un parale, ¿cuándo no pueda caminar?, ¿cuándo tengan que amputarlo por alguna infección? Porque sentirse mal no es suficiente.

—Te esperamos en el bar a celebrar. —Es Lao quien se lo dice, al parecer fue el único que notó su mueca de incomodidad en medio del fervor, es un malagradecido, debería estar contento con aquel presunto éxito, no comportarse como un idiota infeliz—. Los destrozaste en el entrenamiento.

—Iré apenas me cambie.

—Oye... —Lao frunce la boca, siguen en las canchas, los chicos del equipo de pértiga se tiran barriles con bebidas energizantes para festejar, Ash tiene razón, parecemos neandertales, lamenta—. ¿Estás bien? —Entonces pregunta.

—¿Eh? —El chino frunce el ceño, evidentemente desagradado por las reglas de la familia/pandilla.

—Hace poco Wookie te atacó. —Le explica—. Debe dolerte todavía. —Y mierda, no lo esperaba.

—No alcanzó a hacerme gran cosa. —Lao asiente, reticente.

—Si cualquiera de los idiotas llega a hacerte algo siempre estamos cerca, no podemos permitir que el traidor de Wong o Lynx nos ganen. —Ríe, intentando reincorporarse, paseando su atención desde los chillidos de asco de Yue por la grasienta bebida a la sonrisa azucarada de Sing por el charco—. Si te patean el trasero será una vergüenza para todos. —Rueda los ojos, el único ser humano que tuvo problemas cuando entró a la pandilla fue Lao, así que la ironía lo divierte en cierta manera.

—Yo no fui a quién Wong le quebró la quijada.

—¡El hijo de puta me las pagará! —Sonríe, queriendo repentinamente hacerse tiempo para al menos desconectarse de las ambivalencias que la pértiga implica—. ¿Vienes? —Tomarse un descanso será muy grato, ya no soporta la presión y quiere relajarse, alejarse de esto y elegir su tiempo, sí.

—¡Okumura! —Pero el entrenador lo llama—. Recoge las cosas, te hará bien el ejercicio.

—Los alcanzo luego.

Y Eiji aguanta.

Aguanta. Aguanta. Aguanta.

Recoge las cosas sintiéndose miserable y de pronto, la presión en el pecho lo obliga a tragarse toda esa desbordante pena, porque es fuerte y no puede quebrarse, porque es el apoyo de sus amigos y no tiene quién lo apoye, porque nadie lo va a amar si los demás descubren que no es el ángel inocuo, el fly boy del cielo, el santo, el perfecto, el protector que le han impuesto. No pidió la presión extra, gracias. Y aunque nadie lo obligue a seguir jugando en ese papel cada día que lo idealizan más incita a que esconda estas cosas desagradables y se meta en la cabeza la idea de que al instante de caerse y no levantarse, de que si se atreve a rendirse y toma la decisión que quiere, será todo.

—Okumura. —El aludido se da vueltas al desconocer la voz, no estaba preparado para el puñetazo que recibe justo bajo la nariz.

Se cae de bruces al suelo, los equipos deportivos abandonan sus manos, no, significa que va a tener que recogerlos otra vez, recogerlos otra vez implica menos tiempo para hacer su tarea, por ende debería cortar dos horas de sueño o mejor, no dormir para levantarse a practicar y siente que sufrirá de un maldito ataque de pánico.

—¿Quién...? —Apenas logra articular.

—De verdad tienes descaro, le diste una golpiza a Arthur. —Uno de los subordinados del nombrado, lo que le faltaba. Pero el pandillero que apenas reconoce de cara hunde sus zapatillas en su vientre y le tira el tobillo hinchado, duele—. ¿Acá te lesionaste?

—Suéltame. —Intenta patearlo, sin embargo, su cuerpo se encuentra drenado, no responde.

—Al jefe le gustará esto.

—Suéltame. —Gruñe al borde del pánico, sintiendo que los huesos se le van a salir de la piel—. ¡Ah!

—Eso, dame más de esa expresión.

—¡Eiji! —Y ahí está Aslan en un abrir y cerrar de ojos, agarrando al tipo por el cuello, estampándolo contra la pared con una furia malditamente aterradora—. Te advertí. —Al pandillero le tiemblan las piernas y Okumura queda deslumbrado, incluso si es más bajo se mira intimidante—. Es mi presa.

—S-Sí...

—¿Sí qué? —Traga seco, a punto de romper en llanto.

—¡Sí, jefe!

—Toca lo que es mío otra vez y no vivirás para contarlo. —Lo suelta y el sujeto no tarda en escapar—. ¿Estás bien? —Pero el japonés no lo está escuchando más, se encuentra paralizado observando a los conos repartidos en las canchas por la pelea, el viento los empuja, se alejan, le tomará tiempo ir por ellos.

—Los implementos deportivos. —Balbucea, desconectado—. Se van.

—¿Cuál es el problema? —No lo pregunta con menosprecio o burla, es genuina su preocupación—. Puedes recogerlos de nuevo. —La mecha se consume.

—¿Recogerlos de nuevo? —La frustración hierve en su sangre y presiona su cabeza como si fuese agua a punto de erupcionar—. ¡¿Acaso crees que no tengo más que hacer?! —Explota, no da más.

—Cálmate. —Eiji le da un manotazo, parándose de golpe.

—¿Acaso es tan malditamente difícil verme como persona? —Desquita su rabia en Lynx, tomándolo de la chaqueta de mezclilla para azotarlo contra el contenedor, la furia le escurre entre los dientes—. ¿Acaso nadie cree que soy un ser humano? Ni siquiera me tratan como tal, ¿por qué debo soportar eso?, ¿por qué tengo que vivir esta tortura?, ¿por qué nadie me deja estar bien y ya? ¡No!, claro que no, deben hacérmelo más difícil, cosa que me duela, que me asfixie, cosa que sangre y muera.

—Eiji...

—No doy más. —Y entonces está llorando—. No doy más, ya no quiero seguir así, estoy tan cansado, es agotador tener que fingir estar bien todo el tiempo, no puedo. —Está llorando contra el hombro de su némesis como si fuese un niño pequeño destrozado—. Quiero parar, quiero renunciar a todo, quiero irme muy lejos, donde nadie me conozca y me pueda molestar, quiero sanarme y no puedo.

—Eiji. —Aslan le acaricia las mejillas para que lo mire, su toque es gentil y dulce, es concordante con esos ojos verdes—. Te veo. —Dice—. Veo que la estás pasando mal y lo lamento. —Es tan cálido, es amable, es ligero—. No tienes que cargar con el mundo entero.

—Tengo que hacerlo. —Gimotea, derrumbándose en el suelo, Ash no lo suelta—. ¿Qué sabes tú?

—No tienes que cargar con el mundo entero. —Quiere gritarle, golpearlo, abofetearlo, Ash no sabe nada, quiere odiarlo, quiere odiar para volcar esta destructiva rabia—. No tú solo, puedes cargarlo conmigo. —Y eso lo rompe, lo hace miles de pedazos.

Son contadas las veces en que Eiji se puso mal frente a alguien, cuando lo hacía en su casa lo retaban, le decían que no era para tanto y se lo creía, así que empezó a funcionar así, siempre bien, porque la gente lo quería bien y era incómodo estar mal. Tenía que ser ese ideal perfecto, pero para Ash no es nada de eso, al contrario, se llevan mal, conoce lo más feo de Eiji y solo eso y aún así, acá se halla, trazando pequeños círculos en la espalda, tolerando su moqueo, no le dice que es exagerado o tonto o que busca llamar la atención, sino que lo acuna con una ternura extraordinaria, lo mece hasta que deja de temblar. Piensa en lo que dijo, piensa en el dolor, en la asfixia y en lo mucho que se desangra, pero nunca se desangra lo suficiente, no cruza esa línea y debe seguir acá, preguntándose una y otra vez qué ha hecho tan mal para que ni siquiera lo traten como un ser humano.

—Perdón. —Se disculpa, estrellando sus palabras contra el cálido pecho de Ash, siente el golpeteo de su corazón bajo esa misma ropa que lleva siempre y le encanta cómo le luce—. Estoy exagerando, estoy bien.

—No hagas eso. —Vuelve a sostenerlo del rostro—. No estás exagerando. —Dice por él, porque Eiji todavía no puede—. Y tampoco estás bien. —Y esos ojos verdes tintinean en su propio país de las maravillas, es sublime.

—Gracias. —Balbucea todavía mareado por ser visto—. No debí reaccionar así, estaba fuera de mis cabales.

—¿Qué te pasó? —Se encoge de hombros, genuinamente destrozado—. Te ves demacrado.

—Supongo que fue mucho. —Siendo sincero, ni el japonés sabe qué ocurrió para explotar así—. He estado cargando con más antes y no pasó esto.

—Tal vez ese es el problema. —Su regaño es dulce, no prepotente como lo esperaría—. Has estado acumulando demasiado y en algún momento te pasaría la cuenta ¿verdad? Cualquiera con neuronas lo sabría.

—Pues perdona mi falta de neuronas. —Ash abre la boca, indignado.

—Es increíble que eso sea lo único que te quede de lo que dije. —Gruñe, esbozando una especie de puchero que lo hace reír, porque es adorable, este no es un lince, sino un gatito mimado.

—Oh, me quedó otra cosa. —Canturrea—. Escuché que me llamaste tu presa. —Entonces, Aslan se ruboriza y el moreno sabe que ha ganado otra batalla verbal, ¿200 puntos de IQ? Por favor—. ¿Qué se supone que es eso? No tenías que hacerlo.

—Claro que sí. —Pero intenta mantenerlo racional aunque no le suelta la cara—. Los linces comen conejos.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Eres un conejo, yo soy un lince. —Dice como si fuese lo más obvio del mundo y él debiese saberlo.

—No soy un conejo solo porque salto. —Se defiende—. Yo vuelo.

—Tal vez, pero eres esponjoso y adorable como un conejo. —Se defiende el muy sabio.

—¿Acabas de llamarme esponjoso y adorable? —Y están tan cerca, tocándose todavía, es íntimo, lo suficiente para que ambos se pinten tan rojos que impresionen a punto de soltar humo de las orejas.

—¡No! —Chilla, soltándolo de golpe, consiguiendo que Eiji se pegue el mentón contra el suelo y Ash golpee la bodega con la espalda—. Eres adorable como esos conejos mordelones, para nada lindo.

—Ajá. —Rueda los ojos, levantándose de la caída y esperando no haberse roto la cara—. Los conejos son universalmente lindos. —Entonces los defiende, son los únicos animales con personajes decentes en los libros a diferencia del señor leopardo congelado—. Es una regla para la especie, incluso si son mordelones.

—No los que muerden, esos no son lindos.

—¿Quieres que te muerda para comprobar?

—Sí.

—¿Sí?

—Adelante, ¿no eras tan hombrecito? Muérdeme.

—Pues te voy a morder de verdad, ahora los conejos comen linces.

—Entonces cómeme.

—¡Bien! Será un placer comerte entero.

Ambos se quedan en silencio, dándose cuenta de la estupidez cósmica que acaban de decir, Eiji está más rojo que un tomate mientras que Ash ya ha pasado a los tonos púrpuras, se separan en el pasto a rastras, los conos ya han volado lejos y esto es una pérdida de tiempo, pero lo hace reír, se ríe por primera vez de verdad. Al carajo el tiempo, al carajo las responsabilidades, al carajo las Olimpiadas, al carajo hoy día, no puede odiar lógicamente si está en esta discusión tan irracional.

—Ya no puedo ser malo contigo. —Finalmente Eiji suspira—. Se siente raro luego de la breve tregua que tuvimos, no es por lástima o algo así, es por confianza. —Ash se relaja, aliviado.

—Pensé que era el único que se sentía de esa manera. —Se levanta, sacudiéndose la mugre de los jeans, de esos jeans rasgados que le dan un aire de James Dean—. Entonces...

—Entonces... —Okumura recibe la ayuda con timidez, el roce es eléctrico y agradable.

—¿Quieres ir a comer un hot dog para pasar el mal rato?

—Depende. —Tararea—. ¿Tu hot dog o el mío?

—¡Eiji! —Chilla porque es un chillón, poniéndose escarlata hasta las orejas—. Me retracto, creo que te odio otra vez.

—También te quiero, Holden Caulfield. —Bromea, encaminándose hacia la salida.

Al diablo, hoy quiere estar con Ash y ya.

Por supuesto Ash compra perritos calientes a las afueras de la biblioteca pública, no debería ser una sorpresa que frecuente aquel lugar si toda el aura grita su nombre, no obstante, le es extrañamente grato a pesar de lo ajetreado que se mira Nueva York, los arcos de mármol le dan un toque privado, íntimo y protegido que le gusta, los carritos de enfrente le confieren vida y con el silencio, inclusive se puede escuchar algún lago cerca, irónico que sepa tan poco de la ciudad, pero a Yut-Lung le daría infarto si se entera por dónde ha andado. Se sientan en las escaleras, el pan se aprecia caliente entre sus manos, no debería comer esto con una competencia tan cerca, eso significará más ejercicio y...

—¿Qué ocurre?

—¡Está demasiado picante! —No le importa nada más que Ash, supone. El picor no tarda en quemar sus papilas gustativas, obligándolo a apretarse la nariz y presionar los párpados, genial, otra vez está llorando, al menos la razón ahora es comprensible.

—Qué mocoso. —Se burla—. Llorando por mostaza. —Entonces Aslan le da un gran mordisco al hot dog y el japonés se lo toma como un desafío, como algo que manchó su reputación y necesita de una redención.

—Soy un deportista, no acostumbro a esa clase de alimentos malos o mi entrenador me matará. —Se defiende, permite que el sabor se derrita en su lengua, se sorprende, tras aquel agresivo picor el cosquilleo resulta adictivo, incluso agradable—. Tengo una dieta estrictamente sana.

—¿Es así? —La mirada de Ash se enfoca en sus muslos desnudos por los shorts y eso lo tensa—. Yo pasó comiendo estos cuando peleo con Griff, me suben el ánimo.

—Es injusto que seas tan guapo si comes basura. —Bufa, estirando sus zapatillas hacia el escalón inferior, sintiendo el chirrido de la arenisca bajo sus pies.

—¿Me acabas de llamar guapo? —Bromea.

—E-Es lo que las chicas dicen. —Se defiende—. Solo por eso.

—Ah. —Sonríe—. Ya veo.

—Debes ser muy popular con las chicas. —La conversación con Sing le ha afectado la cabeza—. De seguro tienes una novia preciosa. —Y claro que Ash no le contestará eso, si tuviera a un ser preciado Eiji podría usar esa información en su contra y empezar a movilizar las pandillas, tonto.

—No tengo una novia. —Pero frunce el ceño, deteniendo el perrito caliente justo en el aire—. ¿Por qué asumes que es una novia?

—¿Eh?

—¿Por qué asumes que es una mujer? —Le cuestiona divertido, empujándolo del hombro y el roce lo pone nervioso, tan nervioso que siente sus latidos saltarle a la lengua pero debe ser por el calor y no va a pensar más allá de eso—. Puede ser un hombre. —Bufa.

—Claro que no. —Entonces, Aslan jadea, como si llamarlo heterosexual fuese el insulto más grande en la faz de la tierra, qué bebé.

—¿Por qué no?

—Porque te ves tan... —Eiji le da un mordisco al hot dog antes de continuar—. Americano.

—Eso es racista. —Se queja—. Y es irracional. —Le concede la victoria, es verdad.

—Yue tiene un radar especial y dice que eres heterosexual, así que le creo. —Así que es honesto y eso parece cabrear mil veces más al lince de Nueva York, quien deja de lado el perrito caliente, justo en las escaleras y eso lo incita a hacer lo mismo a pesar de seguir con hambre.

—Esa víbora me detesta, seguramente ni siquiera existo en su radar.

—Es verdad, Yue ni siquiera se detiene en tu existencia. —Sigue analizando en voz alta—. ¿Entonces tienes un tipo? —Ash frunce el ceño, pensativo, antes de darle la sonrisa más maravillosa y brillante que ha visto jamás, eso le punza en el pecho, la presión es sofocante y aguda, lo lastima, ¿por qué?

—Adorable. —Musita—. Creo que me gustan las personas adorables, pero necesitan tener carácter, ser tercas, luchar por lo que aman de una manera jodidamente linda e irritante.

—¿Cómo un conejito mordelón? —Suelta sin saber por qué.

—¡Sí! Justamente. —Vitorea—. Me gustan los conejitos mordelones.

Silencio.

Se quedan en silencio porque ninguno puede soportar el potencial de estupidez que gatillan ante la mutua compañía. Es tan tonto, si fuese cualquier otra situación estaría estresado, presenta mil cosas que hacer todavía, no se ha hecho la limpieza ni los ejercicios que el kinesiólogo le recomendó para sanar, dejó a los chicos plantados en el bar, existe un ensayo que escribir para mañana. Pero se ríe, es una carcajada pesada, áspera y para nada linda que aun así hace reír a Ash. Porque esto se siente bien de alguna manera, estar comiendo perritos calientes y diciendo tonterías sin significados es tan agradable, hace tiempo no respiraba y la mejor parte, es que se siente visto. No porque Yut-Lung no lo vea, ni Sing, ni Ibe, ni el equipo o la pandilla, pero desean ver algo de él que no es tan él en realidad y eso lo hace sentir... Mal. ¿Desde cuándo su pasión es su prisión? Dijo que moriría sino podía saltar, es verdad, todavía lo es. ¿Entonces qué?

—¿Amas el salto de pértiga? —Y Ash se lo pregunta como si pudiese leer su mente y eso le roba una sonrisa, porque antes de que se pierda a sí mismo esos jades ya lo están buscando.

—Lo hago. —Suspira, relajándose sobre el escalón de concreto, vislumbrando cómo los colores de la noche empiezan a descender en una acuarela de cerúleos y grises—. Pero no es divertido cuando te lo imponen ¿entiendes? —Aslan asiente, como si realmente lo hiciera.

—Si hipotéticamente te invitara a que practicáramos deportes juntos... —Eso capta su interés, por muy atractivo y buena genética que disfrute Lynx se nota que odia el ejercicio—. ¿Qué me dirías?

—Solo tienes una forma de averiguarlo, señor 200 de IQ.

—Deberíamos empezar a practicar juntos. El béisbol es importante para Griff y antes de lo que pasó me gustaba. —No le ha preguntado por el hecho puntual, ni lo necesita para saber que Aslan ha pasado por algo jodidamente duro en soledad—. Quiero intentarlo otra vez.

—No sé nada de béisbol. —Bufa y es una excusa.

—Te puedo enseñar. —Le musita—. Así cambias de aire, podrías practicar salto de pértiga para ti y para nadie más, porque yo seré tan malo que solo te divertirás. —Y es injusto que alguien sea tan adorable como Ash Lynx. Alto, ¿qué está pensando? Él no es para nada adorable, pero los latidos le explotan en los tímpanos y sus manos están a punto de tocarse en el aire—. Solo si quieres.

—Me encantaría. —Se ha puesto rojo, sus dedos trazan figuras al azar alrededor de las gradas, el aire está caliente y el pecho le pega con fuerza—. ¿Has hablado con Max?

—Aún no puedo. —Eiji lo entiende—. Pero quiero invitarlo a mi primer partido de béisbol si es que llega a ocurrir, quiero mostrarle más que hablarlo, no tiene sentido. —Es su turno de negar.

—Lo tiene. —Afirma—. Creo que es bastante grande que ya quieras hablar con él. —Y él lo mira con esos ojos que han aprendido a derretir el hielo que ni sabía recubría su corazón—. Debo decir que me siento algo orgulloso de ti, has aprendido a comunicarte con los demás, cada día estás más lejos de ser un sociópata como Holden, te felicito. —Aslan bufa.

—Idiota. —Su cabello dorado salta y deslumbra contra los últimos rayos del sol, parece oro líquido, piensa—. ¿Todavía no terminas el ensayo? —Niega, deprimido, regresando de a poco a la realidad.

—El deporte me quita mi día, estoy en problemas con las otras clases. —Musita, encogiéndose hacia sus rodillas, ni siquiera tuvo tiempo para cambiarse de ropa y le da pena—. Creo que tenías razón sobre que los deportistas son tontos. —¿Cómo no serlo sino le da más?

—¿Hablas en serio? —Se escucha indignado—. Asistes a clases que no imparten en tu idioma natal, deberías darte más crédito, haces más que Shorter, el vago no asiste a las clases por flojera. —Y es linda la manera en que arruga la nariz al mencionar a su mejor amigo—. ¿Necesitas ayuda?

—¿Eh? —Eiji parpadea, expectante.

—No creo que me maneje en toda la materia, pero acabarás más rápido con ayuda. —Y no puede creerlo.

—¿Harías eso por mí? —¿Por qué? Quiere preguntarle, ¿por qué eres tan lindo conmigo? Me odias.

—Sin duda alguna. —El japonés asiente, conmovido, sabiendo que se encuentra demasiado cómodo con quien aborrece y que no puede arrastrar esta mentira para siempre—. Entonces... —Tararea.

—¿Tú casa o la mía? —Y Aslan se ríe con complicidad, haciéndolo sentir en las nubes.

—Definitivamente la mía.

—Considéralo una cita.

Me encorazonan mucho estos dos y todas las relaciones del fic, me gustaaan muchooo. Así que emocionada por seguir desde el pov de Eiji por un rato. En anuncios que no tienen que ver, ¿saben que día es mañana? 1 de mayo, hell yeah, es decir, el mes de las sirenas comienza y si bien, yo me dije que no haría absolutamente nada porque no me odio tanto para destruirme en el estres de los 31 días de desafios, me ganó, así que tenemos mi primer confort fic magico con estreno mañana, estoy jodidamente nerviosa porque ya anticipe que no llegare a tiempo, pero el au magico me resulto muy cute por mi Eiji sirena, así que bienvenido quien quiera abordar conmigo.

Fuera de eso, ¡nos vemos la otra semana en este fic! Mil gracias por leer.

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