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Capítulo 20.

Hi~ El capítulo de hoy siento que es uno de los más intensos a nivel de Eiji y su desarrollo y profundidad así que ando muy contenta con el resultado, pero para variar, quedo muy largo así que disculpas de antemano por eso. Mil gracias a las personas que se toman el cariño para leer.

¡Espero que les guste!

Eiji desvía su mirada desde el suelo hacia la chica que tiene enfrente, está llorando en silencio, tiene la boca muy apretada mientras sostiene una novela ante su pecho como si pudiese usarla de escudo, sí, un escudo para su corazón, tiene los ojos irritados por la depresión y su piel (que en algún instante fue de un sano cobrizo) es de un amarillo casi pajoso y enfermizo, es una chica preciosa que le rompe el corazón por sus lloriqueos desesperados, sus lágrimas gotean por sus mejillas irritadas, pegándole el cabello rizado a la cara, es la encarnación del pesar, a Eiji no le falta mucho para verse así. Baja el mentón, no ansía hacer contacto visual con nadie, anhela pasar desapercibido y de hecho no disfruta idea de qué hace acá (miente), ha venido a la clínica estudiantil para silenciar los reproches de la voz mental que resuena en su cabeza sobre su salud.

—Quiero renunciar.

—¿Eh?

—Quiero renunciar a mi carrera.

Entonces ella apenas habla, su voz se escucha asfixiada, como si se estuviese atragantando con saliva o con sus propias palabras, tiene la mirada clavada en el piso y eso... es un reflejo demasiado visceral.

—Quiero renunciar a mi carrera, mamá. —Escucha a la chica balbucear, la ve apretar su libro encima de su pecho mientras las lágrimas caen y caen, no parece humana, si no un saco de arena desgarrado que solo deja la tristeza dentro—. Quiero dejarlo, perdón, lo siento por decepcionarte, pero prefiero matarme a seguir viviendo con tanta presión, ¡ya no lo soporto!

—Oye. —Eiji la llama preocupado por lo que acaba de decir—. ¿Estás bien? —Y claro que no lo está, acaba de verbalizar ideación suicida, aunque supone que este debe ser literalmente el mejor terreno para verbalizarla y ser contenida.

—Quiero renunciar.

—¿Estás bien? —Pero la chica no impresiona escucharlo y sigue balbuceando, inmersa en su mundo.

—Voy a dejarlo. —Nadie más le presta atención y se interroga si así será él para los otros, si se habrá convertido en un saco desgarrado para Ibe, para su madre, para el equipo e inclusive para la pandilla.

¿Qué tal Ash?

¿Es un saco desgarrado para Ash? ¿Es una carga? No, le dijo que no lo era esa noche que se rebalsó.

—Debí pedirle que viniera conmigo. —Se reprocha para sí mismo, porque le ha bastado con sentarse en las sillas plásticas del consultorio frente al mesón de salud mental para verse paralizado por terror y arrepentimiento—. Esto es un error, debería irme.

Traga duro.

Toma aire.

Mira sus zapatillas otra vez.

No se va.

Contiene el llanto.

Van cuatro meses y cinco días desde que se operó a causa de la lesión y el tobillo le duele un infierno.

Cuatro meses y cinco días, no ha cambiado nada. ¿Nada? Ja. No. Miente. Ha normalizado estar mal.

Sigue igual de mal (si es que no peor) y es en estos momentos de desesperación cuando se cuestiona si tendrá algún arreglo, le duele al punto de aspirar cercenarse ese tobillo y desearía tener con quién desahogarse sobre el sufrimiento que le ha generado el salto de pértiga, el esfuerzo titánico que Eiji hace para levantarse, para comer, para no desmoronarse en clases, pero si lo hace...¿para qué? Sabe de antemano la objeción que sus seres amados le darán, lo regañarán por no cuidarse, lo arrastrarán a un consultorio mental y lo dejarán ahí, tratándolo como si fuese una carga, diciéndole que requiere cambiar y ¿hola? Si pudiera cambiar ya lo habría hecho.

—No llores Ei-chan, piensa en cosas positivas, la vida es bella. —Recuerda que una de sus tías le dijo eso tras el funeral de su papá y él sintió tanta rabia e impotencia ante esa buena intención.

—No puedo.

—Ni siquiera te estás esforzando por ver el lado medio lleno del vaso.

¿Lado medio lleno del vaso?

¿Habla en serio?

Mi papá acaba de morir, no sea insensible, ¿cómo quiere que vea el lado medio lleno del vaso? Acabo de enterrarlo.

Se sintió como una persona asquerosa por guardar rencor hacia alguien que únicamente estaba para ayudarlo, ¿y cómo le pagó a su tía por esos buenos deseos? Con cólera, porque aun sabiendo eso y teniéndolo más que claro tuvo mucho dolor, sintió que esas palabras eran una horrible minimización de lo trascendental y dolorosa que es la muerte.

—Tiene razón. —Fue lo que respondió cuando su madre le apretó con fuerza el hombro como si ella leyera su mente y viese las intenciones oscuras en su corazón—. Lo intentaré, seré más positivo.

—¡Esa es la actitud, Ei-chan!

—No incomodes a los demás. —Le pidió en un susurro cuando su tía se alejó—. Reponte más rápido, yo y tu hermana ya lo hicimos, estamos bien.

—No están bien, Masako se encerró en el baño a llorar.

—Al menos tuvo la decencia de no incomodar al resto. —Mamá le gruñó tensando aún más el agarre sobre su hombro—. No me des problemas, no quiero hijos de carga.

De afuera se ve simple, es obvio que las personas que no se hallan empañadas o más bien, ahogadas, por el propio malestar son capaces de vislumbrar la salida con claridad, pero Eiji se halla entrampado con respecto a sí mismo, él intuye perfectamente lo que debe hacer para "estar bien" (¿eso codicia?, ¿estar bien?) pero existe una parte de él mismo que no puede...y es un sentimiento de agujero negro que se encuentra estacado bajo su corazón y lo drena todo. Lo hace silenciar y no solo eso, lo desafía.

¿Sino puedes estar bien en estas condiciones donde no haces nada, cómo lo harás en el mundo real?

Sino puedes estar bien ahora, nunca lo estarás.

Y entonces se dice a sí mismo: «Mañana cambiaré, lo prometo.

«Mañana prometo estar mejor».

Pero es acá, en el mugriento consultorio que cae en la cuenta de que lleva cuatro meses y cinco días repitiéndose esas palabras y prometiéndose un mañana que no llega jamás, empeorando, poniendo excusa tras excusa sobre cómo aplazar esta decisión irreparable, teme haber tocado fondo. Y la peor parte es que no se debe a falta de consciencia de enfermedad, al contrario, él es bastante consciente de la gravedad de su lesión pero no puede cambiar por sí mismo y mierda, es jodido necesitar ayuda, tener toda la voluntad y la disposición para recibirla, estar motivado a la mejoría y pese a lo anterior, no poder recibirla.

La ayuda es más grande que tú, se escapa de tus palmas y es algo intangible a lo que todos los demás tienen acceso pero tú no, es como si estuvieras vagando absolutamente perdido en un laberinto, no tienes idea de dónde estás o a dónde vas, los muros son demasiado altos y no puedes escalarlos, así que vas completamente a ciegas, caminas y sin importar cuánto caminas no llegas a la salida, aunque escuchas las risas de afuera y por ende, sabes que existe la salida, y te resientes, no contra los demás, sino contigo mismo, cada bifurcación dónde viraste ha sido elección única y puramente tuya, así que es tu culpa estar ahí dentro. Y aun así, la peor parte no es estar atrapado, sino que te juzguen quiénes se encuentran afuera del laberinto, burlándose de ti y señalando qué te quedaste dentro por flojera.

Por comodidad.

Porque te gusta estar ahí dentro. Te gusta estar mal.

No porque no puedas.

No porque te cueste.

No porque no sepas.

No porque trates.

Y lo dicen como si no hubieras corrido desesperado en busca de la salida, como si no te doliera hasta el alma por el cansancio y no tuvieras más callos que pies, como si solo te hubieras tirado en el suelo, esperando que te rescataran, como si disfrutaras tu jaula y no hubieras hecho lo dable para salvarte, aun sino es "suficiente", trataste.

Eiji piensa en lo duro que fue criticando el alcoholismo de su padre y se pregunta si esto será karma, si este es su castigo por nunca tratar de entenderlo o empatizar y quedarse en esta posición cómoda afuera del enredo, no todo es deseable o voluntario, no todos pueden salir por sí solos del laberinto, no todos pueden pedir ayuda. Y nadie debería juzgar eso. Vuelve a elevar el mentón, mira a la chica llorando desesperada apretando su librito, admite la complejidad infinita de la salud mental, lo duro, solitario y mierdoso que es estar acá por los estigmas. Si fuera una cuestión de voluntad no existirían los suicidios, la depresión, la ansiedad, la fobia, el PTSD, abuso de drogas, los trastornos disociativos, los trastornos alimentarios, estrés, etc. No. No es cuestión de: "ver el vaso medio lleno", hay factores biológicos, psicológicos, interpersonales, físicos, contextuales y conductuales que atañen.

Si fuera tan simple no habría gente sufriendo por esto.

Punto.

—Lo siento mamá, no lo soporto, no puedo, no quiero seguir viviendo.

Pero hay personas muriéndose, hay personas que tocan final, hay personas que no entienden cómo pedir ayuda y hay personas que llevan cuatro meses y cinco días ahogándose en un cuadro depresivo y es obvio a estas alturas. No puede seguirlo normalizando. No es normal sentir que sobrevive y que la vida se haya vuelto algo tan sofocante que solo respira cuando está con Ash, no es normal que ya no pueda mantenerse despierto en clases y esté a punto de perder ese año por anteponer la pértiga, no es normal despertarse con dolores paralizantes a las 3 am, llorar de la nada, tener crisis de pánico apenas escucha el celular y pensar en romperse el otro tobillo porque a estas alturas odia tanto todo lo que su pasión implica que siente que sino para la pértiga, la pértiga parará con él.

No es normal.

Necesita ayuda.

Ayuda profesional. No convertirá a Ash en centro de terapia y necesita apoyarse si anhela apoyarlo.

—¿Eiji? —Pero entonces escucha una voz familiar y toda esa determinación previa se esfuma con el viento entre sus labios. No. No. No. No puede pasarle esto ahora—. ¿Eiji Okumura?

—Lao.

—Tú... —El nombrado frunce el entrecejo antes de examinarlo de arriba hacia abajo, sabe que se ve como la mierda, desde que Yue no ha vuelto al dormitorio las cosas parecen ir mucho peor pero Yue es tema aparte que empuja para enfocarse en una siguiente reacción: sobrevivir—. ¿Qué haces acá?

—Nada. —Se para con brusquedad, aún quedan diez minutos para la hora con el psicólogo, por ende no deberían llamarlo todavía, tiene tiempo para esconderse en el baño y...

—Eiji Okumura. —Pero claro, la vida nunca ha sido benevolente con sus humillaciones—. Favor ir al box cuatro de la consulta.

—Ajá. —Entonces Lao alza una ceja y cruza los brazos—. Creo que ese es tu nombre.

—No, no lo es.

—Estoy seguro de que lo es.

—Debes estarme confundiendo con otra persona, mi nombre es bastante común.

—Apestas mintiendo, Okumura.

—Entonces finge que crees mis mentiras.

—Eiji. —Se acerca y eso lo hace sentir tan indefenso como un conejito sangrando ante un carroñero.

—Me equivoqué. —El japonés agarra su bolso cegado por el pánico, sus dedos se resbalan alrededor de la correa de cuerina y cae al piso, dando vueltas todas sus cosas—. No te preocupes, yo las recojo.

—Eres tan nervioso siempre. —Es muy tarde y Lao ya se ha arrodillado en las pulcras baldosas azules con olor a desinfectante del centro, metiendo sus ropas y los libros de clases a las que no ha asistido en semanas porque necesita invertir todo su tiempo practicando, pronto harán la selección para las Olimpiadas—. ¿Tomas homeopáticos?

—¿Qué?

—Homeopáticos. —Entonces dice, agitando los frascos que el entrenador Fox le pasó—. Es medicina homeopática.

—Ah sí. —Palidece—. Me ayudan con el estrés de los exámenes.

—La medicina homeopática no se ve así. —Un par de pastillas cayeron fuera del frasco, Lao las toma con reticencia antes de examinarlas—. De hecho, estas se ven como mierdas pesadas y adictivas.

—¿Puedes decirlo solo con mirarlas? —Se ríe, arrebatándole el bolso.

—Puedo decirlo, tuve experiencia con malos psiquiatras. —Y le sorprende lo abierto que se muestra con el tema porque bueno, no son precisamente cercanos, Eiji no ha tenido el coraje para plantearle esta situación ni a su familia, ni pareja ni amigos—. Por eso estoy acá. —Dice como si fuese evidente.

—Pero tú te ves tan...normal. —La palabra escapa de sus labios sin su consentimiento, siente su cara caliente y tensa el bolso encima del hombro—. Lo siento, eso sonó grosero.

—No. —Pero el hermanastro de Sing no se muestra ofendido—. Sé bien a lo que te refieres y estuve ahí antes. —Lao apunta dos sillas a las afueras del consultorio, cerca de una máquina de café—. Ven, acompáñame un rato.

—No tengo tiempo.

—Es solo un café.

—No puedo. —El japonés balbucea, retrocediendo paniqueado—. Llegaré tarde a mi siguiente clase.

—Okumura. —Su voz escapa como una esquirla de hielo—. Tomate un café conmigo ahora.

—Sí, señor.

Obedece por dos razones: primero, no quiere que Lao le cuente cosas a Sing sin su consentimiento, menos a Yue (donde quiera que esté) se imagina el rechazo de la pandilla, recuerda con escalofriante vividez la soledad que sentía antes de conocer a los chinos y se niega a volver a ese lugar. En segundo lugar, Lao es extraordinariamente aterrador y hosco. El resultado es que acaban en un silencio filoso, sentados en las sombrías sillas a las afueras de la consulta, cada quien sostiene un vaso de papel del tamaño de un alfiler con un café de tempera estancada humeando hacia sus narices.

—Te he notado más deprimido pero no quería decirte nada porque bueno... —Lao comienza con su discurso torpe y estrellado—. No eres asunto mío.

—Ya veo. —Eiji se encoge en la silla, mira los números fosforescentes cambiar en la pantalla y suspira por haber perdido su propia hora, le tomó meses conseguir hora con salud estudiantil, pero inclusive si hubiese entrado y hubiese iniciado terapia su realidad es distinta a la de Yue o Ash, su realidad es que con el sobrecupo habría tenido que esperar por tres meses para tener sus sesiones psicológicas, no puede costear algo particular y sostener la beca de deportes—. Tienes razón, no soy asunto tuyo.

—No. —Lao golpea el borde del vaso, impresiona nervioso, casi incómodo—. Pero eres importante para Sing. —Eleva el mentón y entablan contacto visual—. Tú y Yut-Lung.

—Lao.

—Aunque el último sea una diva insoportable que me saca de quicio apenas le escucho la voz, claro.

—¡No insultes a Yue! —Entonces saca energías para luchar por su preciado amigo—. Es nuestro líder y deberías defenderlo, no tirarlo para abajo.

—Genial, ya te escuchas como Sing. —Y Lao suspira hastiado—. Qué desagradable que lo defiendan si ni siquiera se quita los tacones para pelear, ¿es necesario que vaya siempre tan arreglado? Somos pandilleros, no modelos y no me hagas empezar con sus rutinas de skincare obligatorias ¡diez pasos!, ¿cuántas veces necesitas lavarte la cara? ¡¿Qué diablos es un serum y por qué necesito ponerle baba de caracol a mi rostro?! Hombre, eso es asqueroso.

—¡Yue es genial y Sing sabe reconocerlo! —Entonces gimotea, pateando el piso igual que un conejo mordelón—. Solo estás celoso de su admiración.

—¿Celoso? Ja. —Escupe la carcajada—. No voy a entrar a discutir algo tan absurdo y ridículo contigo.

—Entonces no digas cosas absurdas y solo admite que muy en el fondo Yue te agrada, sino, no harías todos los pasos de su rutina ni lo defenderías en las batallas.

—Lo hago por obligación.

—O tal vez te agrada.

—¿Qué?

—¡Sí! —Exclama más relajado—. Podría incluso gustarte si llegaras a conocerlo, dale la oportunidad.

—¿Gustarme? —La boca de Lao tiembla, sus mejillas explotan de rosa y el sudor chorrea—. ¡No me cambies de tema, Okumura! —Le gruñe con la piel erizada.

—No te cambio de tema, tú cambiaste de tema. —Y vaya, al parecer Ash lo ha hecho más terco.

—Ya basta.

—Yo no estoy haciendo nada, tú querías tomar un café. —Sonríe, pensando que Aslan se lo contagió, lo pone contento observar que aunque sea en una ínfima reacción ha cambiado gracias a su amante, se ha hecho más fuerte y ha puesto más límites—. ¿Decías?

—Tienes que dejar de patear tu salud o va a llegar un punto en el que no podrás regresar. —Declara, retomando el objetivo inicial de la plática con un ambiente tan tenso, le recuerda cuando en Jurassic Park los protagonistas no podían ni siquiera respirar o el tiranosaurio los vería.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Entonces, ve una expresión que jamás había visto en su amigo (alto, ¿son amigos? Esto es confuso).

—Te lo dije. —Lao le da un sorbo forzado a su bebida—. Tengo experiencia en toda la mierda fuerte.

—¿Por qué? —Acaba de preguntarle algo sumamente personal y se arrepiente al instante, es triste, pero Eiji últimamente solo siente arrepentimiento y frustración, porque quiere mejorar pero a pesar de intentarlo su esfuerzo no es suficiente y no le alcanza—. No tienes que responderme sino quieres.

—Está bien. —Asegura relajando su espalda—. Porque mucho tiempo traté de hacer lo que tú haces.

—¿Perdón?

—Mucho tiempo traté de hacer lo que tú haces. —Y eso lo deja bastante ofendido, Eiji es sensible con respecto a la validez de su experiencia y no le gusta que la den por sentada—. Me aplacé porque necesitaba cuidar de Sing y criarlo bien, así que busqué de tus soluciones parches para mantenerme fuerte. —Lao agita el frasco, las pastillas chirrían en su interior como si fuesen granadas en un campo minado—. Salió mal, tuve que dejar la universidad al año para ir a rehabilitación.

—No tenía idea.

—Claro que no, no hablo del tema. —Bufa, enternece ambivalente con respecto a mostrar fragilidad ante Eiji—. Ni siquiera se lo conté a Sing, solo desaparecí y luego volví, ¿nunca te dio curiosidad que fuera más viejo que mis otros compañeros de primero?

—Dijiste que te cambiaste de carrera.

—Y de burro me crees. —¿Acaba de llamarlo burro?

—¿Perdón? —Y esta vez se defiende—. No tenía ningún motivo para desconfiar de lo que tú mismo me contaste, ¿acaso debo andar paranoico siempre?

—Ese es tu problema, Okumura. —Lao arroja el vaso de café hacia un basurero de metal frente a la máquina—. Eres demasiado ingenuo, confías en todo el mundo asumiendo que sus intenciones son solo positivas y honestas.

—¡Eso no es verdad!

—¿Qué hay del entrenador entonces? —Lao vuelve a agitar el frasco con medicina—. ¿Crees que te está "sanando"? ¿Crees que te "ayuda"?

—Me he sentido mejor desde que las tomo. —Bufa, arrebatándole el empaque de una vez por todas y volviéndolo a meter dentro del bolso.

—Claro que te sientes bien cuando recién inicias una adicción, el problema vendrá cuando te hagas tan adicto que él te tendrá en sus manos y no podrás hacer nada para liberarte. —Lo reprocha entre los gritos de la multitud, Eiji hunde sus dedos contra la tapita de plástico y se niega a creer que aquel entrenador que ha hecho hasta lo imposible para mantenerlo en la posición de Fly boy tenga alguna intención negativa—. No te está empujando a tu límite, te está destruyendo.

—También lo hace con los otros chicos del equipo.

—¿Estás seguro? —Lao se levanta, sacudiéndose las rodillas de los jeans—. ¿Por qué no le preguntas a tus compañeros entonces? —No responde—. ¿Ves? Probablemente él adivinó que eras el eslabón más débil de tu cadena y por eso te atacó.

—No soy el eslabón más débil. —Gruñe—. Por algo soy la mano derecha de Yue.

—La debilidad no es algo necesariamente malo. —Le explica—. Todos somos débiles en algo, sea en fuerza física o por tener un corazón blando, creo que el entrenador supo tomar tu fortaleza que era el salto de pértiga y convertirla en tu debilidad. —El número de Lao relumbra en la pantalla a través de la consulta—. Yo espero que no te des cuenta cuando sea demasiado tarde y acabes en un centro de adictos o usando muletas.

—¡Lao!

—Ya sabes lo que pienso. —Dice—. No me entrometeré más.

Mira fijo el pasillo por el que Lao desaparece y de repente, su tiempo, su vida y su propia autonomía se le escurren entre los dedos en un golpe de lucidez en dónde Eiji puede apreciar con claridad cómo acabó atrapado en su laberinto, viendo todos los pasos que han desembocado en la lesión, observa lo simbólico que es en su historia el poco autocuidado que se da y cómo sigue a pesar del sufrimiento hasta que ¡sorpresa! Se convierte en una carga para sí mismo.

—Es mi trabajo cuidarte, por favor entiéndelo.

Ibe trató de cuidarlo.

Ibe no lo veía como una carga.

—No eres mi papá.

Y tiene muchas ganas de ver a Ibe y de disculparse por las cosas tan crueles que le dijo, de confesarle que mentía al decirle que no era su papá, que al contrario, siempre deseó que lo fuese porque acunó su malestar como esperó que su papá biológico lo hiciera y que si se colocó a la defensiva fue porque tenía miedo de decepcionarlo, porque no soportaría ver esa mirada en sus ojitos cálidos y lo lamenta y lo ama y lo extraña, lo extraña más de lo que extraña a su padre fallecido y es horrible por siquiera pensar en eso, ¿cómo se atreve? Mamá jamás se lo perdonaría.

«No seas una carga».

Pero mamá no se comporta como mamá porque ya no hay un papá.

Y Eiji extraña mucho a Ibe.

Así que se permite correr a través del laberinto, atravesando las paredes espinosas, las bifurcaciones que parecen una copia de la otra, corre, corre, corre y arranca una rama, sino es viable salir andando, va a volar.

—No te le vuelvas a acercar a Ei-chan. —Sin embargo, apenas llega a la oficina del fotógrafo escucha una discusión tan tensa que estruja su propia garganta y lo deja sin aire—. Sé lo que estás haciendo.

—¿Qué se supone que estoy haciendo? —Eiji abre la puerta, más, no reparan ante su presencia, hay dos figuras acomodadas en los extremos opuestos del estudio, está oscuro—. ¡Adelante! Ilumíname.

—Lo estás presionando, conoces la gravedad de su lesión y tú lo estás destruyendo. —Si bien, ya ha oído al fotógrafo bramar colérico desde que estaban en Japón, es la primera vez en que su expresión le da miedo, sus cejas se encuentran tan arqueadas que han ensombrecido la ternura característica en sus pupilas, su boca está rígida cual témpano y sus palmas forman puños encima de su escritorio, está más furioso que cuando rechazaron su tesis—. Detente, te lo estoy pidiendo de manera amable.

—¿Qué podrías hacer tú? —Pero el entrenador no impresiona más que divertido por el espectáculo.

—Lo que haga falta, no permitiré que lo destruyas.

—No seas tan dramático, no lo estoy destruyendo ni lo estoy obligando a hacer nada, de hecho, veo el potencial que tiene Okumura y estoy tratando de convertirlo en el diamante que es.

—¿Presionándolo hasta que atente contra su salud? ¿Acaso lo has visto? Se ve más desanimado que nunca, se supone que eres su entrenador, ¿dónde está tu responsabilidad con Ei-chan?

—Soy responsable de él, estoy tomando ese trozo de carbón y puede que en estos momentos duela que lo esté presionando tanto, pero cuando sea un diamante reluciente me lo agradecerán, puedes decir que solo estoy ayudándolo a cumplir con sus propias expectativas. —Tararea, acomodando las manos detrás de su espalda, moviéndose enfrente del escritorio igual que un león enjaulado.

—¿Sus expectativas? —Escupe.

—Sí, sus expectativas. —Y entonces Ibe arroja un falso y cortante ja—. ¿Qué es tan gracioso?

—¿Realmente necesitas que te lo diga?

—Por favor, sabelotodo.

—Ambos sabemos que eso es mentira. —Traga saliva, sin saber si interrumpir o darse la vuelta para que terminen en paz esta charla, es de mala educación espiar a los demás—. Tú haces que se sienta obligado a responder a tus expectativas, ya ni siquiera impresiona disfrutarlo.

—¿Cómo puedes saber eso? —Fox sonríe de lado—. Lo has abandonado cuando más te necesitaba, apenas hablas con él. —Se pone frente a frente—. ¿O me equivoco?

—Puede ser. —Ibe gruñe, herido, como si cada intercambio en esta conversación fuese un disparo.

—¿Entonces? —Se burla—. ¿Es tu instinto, papá?

—Lo conozco. —Declara sin jamás agachar la cabeza y eso hace que Eiji recuerde porqué eligió a ese tímido fotógrafo para ser su tutor, su héroe y su ejemplo a seguir. A pesar de su apariencia Ibe jamás permitió que lo amedrentasen en cuanto a sus creencias, es apasionado y esa pasión fue la que alzó sus alas aun sin saber que las tenía—. No se ve cómo en la fotografía que tomé, no se ve como aquel Fly boy al que conocí siendo tan... libre. —¿Libre? ¿Alguna vez sintió eso?

—Una fotografía, por favor. —Bufa, dándole un manotazo a la copia que Ibe luce en su estudio entre una risa áspera y de repente, el pecho le presiona demasiado, se ha vuelto muy consciente del ritmo de su respiración y es como si cada bocanada de aire fuese un taladro en sus pulmones—. Se supone que no debería haber esperado más de alguien tan emocional que deja que sus falsos sentimientos de paternidad lo nublen, te comportas como una mujer histérica y aún así me decepcionas.

—¡No son falsos! —Ibe eleva la voz en un crescendo—. Yo cuidé de ese chico.

—Y no obstante, ese chico te odia. —No es verdad—. Y no obstante, ese chico me ve a mí como una nueva figura de protección y cariño. —No es verdad, el entrenador me da miedo, no me gusta, no lo quiero—. ¿Cómo se siente haber fracasado papá? —Fox se ha parado frente a Ibe, la brecha corporal le da un aspecto aterrador y bestial que Eiji odia.

—No soy un fracaso y no pretendo ser su padre.

—Bien, porque no lo eres. —Eso lo destroza—. Y ni siquiera tiene la confianza para recurrir a ti, te detesta. —Mentira. Mentira. Mentira. Mentira.

—Solo... —El fotógrafo baja los hombros, rendido—. Solo no lo lastimes, por favor respeta su límite, Ei-chan no conoce su propio límite y eso está bien, siempre lo he admirado por eso, pero no cuando su propio límite empieza a pasarle la cuenta y le cobra con su salud.

—Ibe-san.

—Le ponía un alto por eso, porque sabía que él no se lo pondría, no porque no creyese en él, diablos, soy la primera persona que cree ciegamente en él y se siente orgulloso, pero no podía quedarme en silencio mientras él se destruía a sí mismo. No podía soportar que... —La palma del entrenador sobre su hombro lo silencia.

—Él está en buenas manos. —Como si siempre hubiese sabido que se encontraba en el público, alza la mirada y choca con sus ojos—. ¿No es así? —Ibe luce genuinamente angustiado con su presencia, esto no era lo que deseaba de su encuentro, el japonés tiene muchas ganas de acurrucarse bajo los brazos de su tutor como un pollito y despojarse de su orgullo, pedirle como un niño que lo resguarde de Fox porque en el fondo, le tiene terror y se siente malditamente presionado.

—Ibe-san. —Se las arregla para llamarlo y no se da cuenta de lo ajeno que escapa hasta que aparece una amargura desmesurada—. No quería escuchar a escondidas, pero necesitaba hablar contigo.

—Todo lo que necesites hablar con él, puedes hablarlo conmigo. —Los pasos del entrenador suenan igual que bombas contra las pulcras baldosas, sus dedos se acomodan encima de su hombro y aquel toque lo remonta a la charla con su tía y la presión de su mamá—. Puedes tratarme como tu mentor.

—Pero... —Busca a Ibe repleto de pánico, la cabeza se le ha calentado en un golpe de fiebre y la bilis ha quemado su garganta, el piso se siente irreal—. Pero Ibe-san es mi mentor.

—Le quedó demasiado grande el saco. —Su mano desciende hacia su espalda, lo está guiando hacia las afueras del estudio, no quiere irse—. Vámonos.

—Todavía tengo cosas que quiero hablar con él.

—¿Para qué? Ibe renunció a ti y no existe nada que te ataña a ese hombre además de la costumbre y la emocionalidad, cosas que te hacen débil y debemos aniquilar.

—Aún es el mentor en mi carrera.

—Debes priorizar. —No se escucha más como una petición, es una orden—. Hablé con tu madre por teléfono hace poco, le expliqué lo brillantes que son tus planes para las Olimpiadas si sigues así.

—¿Habló con mi madre? —Palidece.

—Por supuesto, soy tu mentor.

—¿Por qué? —¿Con qué derecho?

—Porque le prometí que no serías un peso muerto para el equipo, le prometí a tu madre que sacaría el brillo que tienes escondido. —El pánico inunda su corazón y de pronto, se concibe desconectado.

—¿Cómo consiguió su número? Yo no se lo di.

—Es mi trabajo saber cosas de mi superestrella, ¿no es así? —Voltea para atrás y le suplica a Shunichi en silencio que todavía conserve algo de ese instinto tan especial y paternal que constantemente lo ha salvado, ese que dijo: «nunca dejes de volar» y convirtió ese pasatiempo en una vocación con un simple flash—. Ahora vamos, tenemos que discutir lo que el doctor te dijo y tu nuevo régimen.

—Me dijo que no había nada malo.

—Ah, si el doctor Meredith lo dice debe ser verdad.

—¿Lo conoce?

—Es un hombre de mi absoluta confianza. —Y algo en su sonrisa—. Probablemente el dolor sea solo tu imaginación, lo vi varias veces en la guerra. —No le gusta.

—Se siente real.

—Pero no es real te dicen. —El agarre se tensa como si quisiese hacerle polvo los huesos—. Vamos.

Es solo tu imaginación.

No es real.

Ibe-san.

Sigue al entrenador por el resto del día mientras piensa en su libertad, supone que existía posibilidad de quedarse en la oficina de Ibe aun con la presión impuesta por Fox, sin embargo libertad es lo que menos le pareció en esa elección. ¿Acaso esto es la libertad? Debería estar contento, cada momento que transcurre lo pone más cerca de las Olimpiadas, es real, va a ser el representante a nivel nacional y eso le abrirá miles de puertas para su futuro, por ende, debería estar feliz y debería ser lo bastante fuerte para tragarse este dolor y soportarlo. Un último paso. Un último paso y mañana estaré mejor, lo prometo. Pero en el fondo, Eiji sabe que este no es el último paso y que sino se hace tiempo para estar mejor ahora y ya, nunca lo estará y esto lo terminará destrozando o peor, convirtiendo aquella presunta libertad en una prisión. Así que... ¿cómo podría reconocer la libertad si nunca la ha tenido?

¿Es libre con Fox?

¿Es libre en su familia?

¿Es libre en la pandilla?

Mientras se arrastra al apartamento de Aslan en un estado de absoluta disociación piensa en lo que dijo el entrenador sobre presionarlo para que sea un diamante, una tarde de estudios en la que Ash lo ayudaba con su ensayo apareció el tema y su amante le explicó que si bien el diamante y el carbón son ambos carbono, el carbón resulta un mineral demasiado impuro para convertirse en el diamante que Fox pretende alardear al presionarlo, por ende, por mucha coacción que ejerza Eiji no disfrutará de esa presunta metamorfosis. Pero es el Fly boy y ¿no le han inculcado toda su vida para que aspire más alto? ¿Para qué desafíe la naturaleza y se convierta en un diamante? ¿Para que consiga huir del laberinto? Piensa en cada desastre que se había imaginado e intentado ser.

Pandillero. Fotógrafo. Saltador de pértiga. Buen hijo. Hermano mayor. Mejor amigo. Pareja. Amado. Feliz. Libre. Honesto. Respetuoso. Nada.

Nada.

No ha dado talla ni siquiera para Fly boy.

¿Qué tal para Ash?

¿Puede ser suficiente para Ash sino es suficiente para él mismo?

Y si es así...

¿Podrá soportarlo?

—Eiji. —Y de repente concibe un alivio arrollador al encontrarse con esos jades extraordinariamente cariñosos recibiéndolo en su hogar, el aroma de galletas recién horneadas, la estruendosa carcajada de Max y la calidez que desprende su novio lo inundan entero. Es agradable, es relajante, está vivo.

—Ash. —No puede evitar abrazarlo con tanta fuerza que inclusive se sorprende a sí mismo, siempre creyó que sería un novio de poca piel, que se sentiría cohibido y hasta atrevido tocando a su pareja y ni hablar de pedir cariño porque ¿con qué derecho exige algo?—. Aslan. —Pero acá está con ambos brazos envueltos alrededor de la fornida aunque pequeña cintura del rubio, con su cara presionada contra su pecho, con su oreja apoyada justo en su corazón, famélico por caricias, hambriento de Ash y de sus mimos, su temperatura, su aroma, su tacto, su sabor, su textura, su todo.

Tócame y sostenme fuerte.

No me dejes ir.

—Hey. —Es feliz acá, podría quedarse para siempre—. ¿Pasó algo? —Claro que no se le escapa nada al lince de Nueva York, viendo en retrospectiva incluso siendo "enemigos" se percataba de las cosas que le hacían daño y las ansiaba evitar. Es afortunado, es tan afortunado que apenas lo puede creer.

—Estás calentito.

—Eiji. —Lo regaña—. No me cambies de tema, ¿pasó algo?

—No es nada. —Miente pero no porque quiera mentirle, va a contarle apenas se acurruquen dentro de la cama, sin embargo, no es el momento y quiere disfrutar de esa falsa despreocupación un poco.

—Eres un terrible mentiroso. —Entonces suspira, presionándole un beso encima de la frente que le derrite el corazón igual que un bombón—. Tienes suerte de ser lindo.

—También te extrañé. —Ríe, despegándose no mucho, solo lo suficiente para poderle presionar un beso bajo el mentón—. Te extrañé mucho. —Y Ash se ha ruborizado con tanta sinceridad que le deja una sonrisa boba en la cara porque es adorable. Si bien, ama esa faceta de líder ruda y fría que tanto le muestra a su pandilla ésta en definitiva es su favorita, acá, cuando puede ser tan infantil, honesto y vulnerable como lo desee.

—También te extrañé. —Entonces admite, envolviéndolo de la cintura, acunándolo contra su propio cuerpo como si quisiese esconderlo del resto del mundo y lo hace sentir tan seguro entre sus brazos, así lo sabe, así se sentía la verdadera libertad, así se siente—. ¿Qué? ¿En qué piensas? —Así se siente ser amado de manera incondicional, en las buenas y en las malas, no necesita hacerle las malas más bonitas a Aslan, no va a dejarlo de amar por estar mal y eso es... liberador.

—En que te amo. —Muy liberador—. Y vengo con hambre.

—¡Grandioso! —Griffin agita un cucharón desde la cocina—. ¡Estaba pensando en prepararte natto!

—¿No se supone que esa mierda es solo de desayuno?

—¡Aslan! —Griffin lo reprocha antes de que pueda—. Es la comida favorita de tu novio, no seas así.

—Pues mi novio tiene un terrible gusto. —El comentario mata el romance y lo coloca a la defensiva, si existen temas que Eiji defenderá con garras y dientes son: el natto y Nori Nori.

—Si eres mi novio, supongo que lo tengo. —Aslan luce absolutamente indignado por el comentario, sus cejas se han arrugado para dar indicio de un puchero, su mirada se ha entrecerrado y como Lynx es tan maduro procede a tirarle las mejillas hasta que chilla—. ¡Eso duele! —Gimotea, más, liberarse es en vano gracias a la brecha corporal.

—Para que aprendas a no ser grosero con tu dulce amante.

—Dijo el grosero.

—¡Eiji! —Gimotea tirando aún más de sus mejillas.

—¡Y no eres para nada dulce! ¡Eres amargo!

—¿Quieres que te coma a besos para comprobarlo?

—¡Adelante!

—¡Ya dejen de pelear en la entrada! —Es Max quién intercede y los mete dentro—. Los vecinos van a empezar a hablar cosas raras.

—Cómo que viven puros homosexuales en esta casa.

—¡Aslan! —Griffin deja caer la cesta de galletas recién horneadas de mala gana encima de la mesa.

—¿Qué? Pero si es verdad.

—Sí, pero podrías ser más amable al decirlo. —El más joven rueda los ojos—. ¿Qué fue eso? —Griffin saca a relumbrar su carácter, Eiji ha descubierto una agradable afinidad con su introversión en aquel sentido—. ¿Acaso me rodaste los ojos? —Sus manos se han acomodado encima de su cintura y vaya, no se mira muy intimidante con delantal y una colita, ya ve de dónde Ash sacó las malas costumbres.

—No. —Miente terriblemente—. Yo jamás haría eso, es obvio que te respeto.

—Ajá.

—¿Qué? Tú preferías ser feliz con una mentira a enfrentar la verdad.

—No te preocupes. —Entonces Eiji palpa la espalda del Callenreese mayor con mucha suavidad—. A mí tampoco me respeta, no creo que respete a nadie.

—Apuesto que respeta a Holden.

—Porque él es Holden. —Los ojos de Griffin se vuelven aún más brillantes con dicho descubrimiento.

—¡Ah! —Grita emocionado—. ¿Cómo no lo vi antes? ¡Es obvio!

—¡Griff! —Y Ash gimotea pateando el piso porque ¡es un copión!—. ¡No te pongas de su lado! ¡Para!

—¿Por qué no? —El castaño abraza a Eiji por los hombros—. Es mi favorito entre ustedes dos, ¿acaso no es obvio?

—Gracias. —Le devuelve la sonrisa antes de terminar el abrazo, su mano apenas le llega hasta media columna y es más musculoso de lo que aparenta bajo el delantal—. El sentimiento es mutuo, Griffin.

—¿Ah sí? ¿En esa vamos a estar?

—Así parece.

—¡Entonces...! —Busca con la mirada a Max, se para con determinación, trata de abrazarlo sin lograr concretar su misión, su mano se queda en el aire, una mueca nace entre sus lindas facciones, es esa misma que pone cuando tiene un plato de natto enfrente (inculto)—. No puedo hacer lo mismo con el viejo, es demasiado asqueroso.

—¿Perdón? —Lobo parpadea en reiteradas ocasiones, procesando lentamente lo dicho—. ¿Te crees muy agradable para que yo te prefiera a esos dos? Griffin y Eiji son adorables.

—Yo soy adorable.

—¡Claro que no! Eres un gato mañoso y arisco que me araña la cara apenas disfruta la oportunidad.

—Exactamente, soy un encanto. —Refuta con una sonrisa de Cheshire orgullosa.

—¿Ah sí? Pues yo también soy un encanto.

—No lo eres.

—Sí lo soy.

—No. —Lo corrige—. Eres un anciano, estás prácticamente en la misma categoría de Jim, eso no es para nada adorable, de hecho, es asqueroso que pienses que eres adorable, ¿estás en crisis de edad?

—¡Tu padre tiene más de cincuenta años! ¡Yo apenas voy por los treinta!

—Exacto, ambos son momias fosilizadas.

—¡Mocoso! —Y Eiji no puede evitar reír mientras ve a Max darle coscorrones a su novio de mentiras y sostienen de esa precaria actuación cuando es obvio lo mucho que se aman—. ¡Eres un hijo chillón!

—¡Y tú un papá de mierda!

Debe ser lindo tener una familia así.

Debe ser lindo ser así de amado.

Qué envidia.

¿Envidia? Sí. Aunque en una primera instancia le cuesta digerir la emoción debido al estigma interno sobre que no debe tener emociones negativas o más bien, desagradables, con respecto a su amante o eso lo convertirá en una mala pareja, se da cuenta de que no es una envidia mala, al contrario, es un sentimiento de quiero-ser-parte-de-eso y se permite saborearlo y no mostrarse tan perfecto, no porque sea perfecto, es consciente de que se aleja de la perfección (¡y qué bueno!) sino que muchas veces sintió que debía actuar de esa manera o fingir serlo.

No es perfecto.

No tiene que "estar siempre bien".

No tiene que ser el soporte emocional de medio mundo.

Se van a dormir, amontonan varias frazadas sobre la cama de Ash, hace frío y les agrada forjar esta ilusión de refugio. Se acuestan en silencio frente al otro, sus pies juguetean ante la orilla del colchón, las manos de Aslan navegan con curiosidad y expectación por encima de su cintura, las siente tocarlo cerca de las costillas y luego hundirse contra su cadera, y tiene hambre del cariño que le ofrece, está famélico, por eso se acurruca más cercano, se lo hace saber, el americano responde más que gustoso a su demanda, acogiéndolo sobre su tórax, aunque duerme desnudo del torso, su pecho es calentito.

Me siento tan seguro a tu lado.

Me siento acogido.

Te amo.

—Hoy traté de ir al psicólogo. —Y entonces le sale natural decírselo, escucha a la respiración de Ash cortarse sin que detenga sus mimos en su espalda baja—. Tienes razón, no estoy muy bien y necesito ayuda de un profesional.

—Vaya. —Los ojos verdes de su novio brillan aún más en la oscuridad, son sus faroles en la tormenta y su mapa en el laberinto—. Pensé que tendría que insistirte más para que cedieras.

—Fui pero no entré. —Las manos de Eiji se encogen sobre el pecho de Aslan, de repente lo que pasó en la consulta lo azota de golpe, lo tira igual que una ola gigantesca—. No pude entrar, me encontré con Lao y me dio vergüenza que... —¿Qué le dio vergüenza de todas maneras?—. Qué supiera sobre mi malestar, que supiera que estoy tan mal, que he caído tan bajo como para pedir ayuda y ser una... una carga.

—Oh Eiji.

—Me cuesta mucho aceptarlo y siendo franco ni siquiera sé qué haría con un psicólogo, no creo que mis problemas sean tan importantes para ir a terapia, ¿de qué hablaría? —Y le sumamente doloroso la manera en que esa confesión fluye desde su sangre y bombea por doquier—. Además tendría un terapeuta al azar por el convenio estudiantil y las horas están colapsadas, lo vería una vez al mes en cada sesión ¿y eso de qué sirve? —Piensa en la chica y se pregunta si sobrevivirá con un sistema de salud mental tan deficiente, le da pena que nadie le dé la importancia correspondiente a esto—. No creo estar hecho para la terapia, Ash.

—Eiji.

—Lo siento, te decepcioné.

—Cariño. —Pero su amante no se muestra decepcionado cuando le eleva el mentón, lo hace suave, lento y cariñoso, tratando de transmitirle con cada toque que se encuentra acá—. Creo que subiste demasiado alto tu propio Kilimanjaro. —Entonces Eiji bufa.

—Sabes que odio las referencias a Hemingway.

—Por eso mismo las uso.

—Idiota. —Ríen.

—Creo que te estás adelantando, me siento sumamente orgulloso de que le hayas dado el valor que corresponde a tu propio sufrimiento, me siento orgulloso de que hayas pedido la hora y más de que hayas asistido tú solo, aunque no tienes que hacer las cosas solo. —Aslan frunce el entrecejo, parece estar pensando sus palabras en demasía y eso lo enternece, porque le preocupa herirlo y eso implica que le toma el peso a su propio esfuerzo—. Creo que tienes muchas cosas de qué hablar en terapia.

—¿Me estás diciendo que soy inestable emocionalmente? —Bromea.

—Se lo dices al inestable emocionalmente. —Ambos se ríen—. No creo que exista un problema muy "grande" o muy "pequeño" para iniciar una sanación, creo que basta con que te haga sufrir y ya.

—Mhm. —Eiji se acurruca aún más, no rompe el contacto visual y es intenso, lo hace más consciente de lo fuerte que está latiendo su corazón y de lo fuerte que lo escucha explotar contra sus tímpanos.

—¿Qué significa eso? —Se burla, inclinándose, bajando hasta que sus narices se tocan.

—Que tienes razón y odio admitirlo.

—Es un punto para mí.

—El único. —Resopla con falsa indignación, consiguiendo que tanto un mechón dorado como negro salten hacia la almohada—. ¿Te incomoda que vaya a terapia? —Ash luce pasmado por la pregunta.

—¿Quién...? ¿Quién te hizo sentir así? —Sus puños se tensan contra el pecho del rubio, sus piernas se encogen y de nuevo quiere hacerse un ovillo.

—Te dije. —Musita, escondiéndose entre el hombro y el cuello de Aslan, huele reconfortante y yace una calidez de sol acogedora, ahora que lo piensa "girasol" es un apodo que le cae de maravilla, Eiji siempre está buscando a Aslan, orbita a su alrededor—. No es bien visto en mi casa.

—Con todo respeto, tu familia es una mierda. —Ríe.

—A veces. —El colchón cruje delatando lo inquieto que debe sentirse el lince, sus piernas se enredan y al contrario de su pecho, este toque es frío, tiene la presión baja como una niña, piensa—. ¿Puedes acompañarme la próxima vez?

—¿Eh?

—Quiero que estés ahí cuando yo... —Traga duro, dándose el coraje para sacarse esta espina y repite que Ash no lo amará menos ni lo verá como una carga por compartirle el dolor, una pareja se supone que hace eso, que acompaña en las buenas y malas y él confía en Ash, le confía la misma vida—. Yo quiero que estés en el consultorio, creo que eso podría darme energía para cuando quiera huir, solo si tú quieres, no te tienes que sentir obligado. —Lo calla con un beso.

—Me encantaría estar ahí. —Y Eiji está seguro de que el corazón le salta a la garganta cuando choca cara a cara con Aslan, sus ojos lucen imposiblemente verdes arrullados por la oscuridad, están cerca, y esa cercanía es tan íntima que es incapaz de diferenciar a quién le pertenece ese latido—. Aunque debo confesarte que me encantaría ser lo suficiente para apoyarte, entiendo que necesites el apoyo de un profesional también y me alegra que lo busques.

—Ash. —Lo regaña—. No puedes ser mi centro de terapia.

—Lo sé.

—Menos considerando que tú también estás trastornado.

—¡Oye! —Y entonces lo aparta, indignadísimo—. ¿Cómo que estoy trastornado?

—¿Crees que es normal ser tan tsundere con el pobre Max? Lo molestas con la vejez con una maldad tan grande que no me sorprendería que estuviera llorando desconsolado en estos momentos.

—¡Yo no...! —Su mirada se suaviza y aflora un arrepentimiento infantil—. ¿Crees que esté llorando de verdad?

—No. —Bromea—. Lo dije para molestarte.

—¡Pequeña mierda! —Aslan salta a besar su cuello solo para hacerle cosquillas y no fue el final por decirle esto y atreverse a ser honesto, por dejarse cuidar y amar tal como es, sin tapujos ni cortesías, solo una cruda verdad por la que irónicamente Ash parece amarlo aún más.

—¡Ash! —Gimotea—. ¡Basta! ¡Me haces cosquillas!

—Mi conejo terco. —No dice más ni le da tiempo para reaccionar, lo envuelve entre sus brazos y lo atrae hacia su pecho—. Gracias.

—¿Por qué? —Eiji se permite mimar, sus toques han ascendido hacia los pálidos hombros del rubio, aunque sus músculos se marcan a la perfección de alguna manera resulta escuálido porque claro es dos años menor y apenas levanta el trasero para leer—. ¿Por qué me agradeces?

—Porque debe ser muy difícil para ti . —Empieza—. Debe ser difícil para ti permitirme estar ahí y tal vez, aceptar que eres merecedor de este apoyo y compañía. —Y de repente, el corazón se le apretuja horrible, como si Ash hubiera dicho en voz alta una verdad que desconocía y le pone nombre a todo.

—Gracias por quedarte conmigo a pesar de todo.

—Dijiste para siempre. —Le musita—. Para siempre será.

—Lo haces sonar casi como un matrimonio.

—Quizás deberíamos considerarlo. —Ash lo acuna de la espalda, memorizando cada curva ocultada por la fibra del algodón, deja sus dedos flotando entre sus costillas, sus músculos de pertiguista y su pancita rellena de natto, es reconfortante, es hogareño, es su hogar—. Así podríamos hacerlo oficial.

—¿Hacer oficial qué? —Entonces Aslan le sonríe con esa expresión que...

—Eres mi familia. —Finalmente lo admite—. Eres parte de mi familia, onii-chan. —El aludido sonríe, hundiendo su cara contra el pecho de su amante, dejándose vencer por el sueño y por Morfeo.

«Mañana prometo estar mejor» entonces piensa.

Y esta vez, lo dice en serio.

Como ya se habrán dado cuenta estamos en la patita final del fic y bueno, siempre reforzar que cada persona tiene su propia situación personal e historia, no todos pueden pedir ayuda o salir del laberinto por sí solos, si ustedes pueden es grandioso, pero no todos pueden y es acá cuando debe interceder un profesional. Este punto es importante para Eiji, eso~ Mil gracias por leer esta pequeña historia.

Nos vemos la otra semanita.

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