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Capítulo 1.

Hi~ Sigo algo descuadrada porque me está tomando trabajo retomar mi rutina feliz, pero estoy muy emocionada por este fic que por alguna razón sale largo. Friendly reminder de que estos tipos tienen una actitud muy infantil al inicio, sobre todo Ash y se nota, pero es parte del proceso y la evolución, así que ya saben, paciencia conmigo. Muchas gracias a quienes leen.

¡Espero que les guste!

—¡Quítate de encima, Okumura! —Los dientes le castañean pegoteados por una desagradable capa de sangre y tierra, él intenta limpiarse en vano, se encuentra paralizado contra el piso de las canchas de cemento, tiene el pulso disparado y la mirada desenfocada, eso en sus pestañas, ¿es su sangre o la de él? O tal vez, sean restos del almuerzo, pelean como animales—. ¡Sal de encima!

—¿Por qué? —Eiji sonríe, su labio quebrado se ve de un color extraño bajo el insoportable calor de Nueva York, intenta estamparle otro puñetazo, pero esta vez Aslan logra frenarlo, envolviéndole los nudillos entre sus propias palmas. Es una batalla de poder y control—. ¿Acaso eres demasiado débil como para quitarme de encima? Vaya líder que eres.

—No es mi culpa que tú seas un maniático del deporte. —Espeta, empujándolo con el objetivo de cambiar de posiciones y tenerlo debajo, usando cada fibra, hueso y músculo de su cuerpo para poder ganar esta pelea, es doloroso, las costillas no tardan en crujirle resentidas por los golpes, el sudor le quema la cara igual que ácido corrosivo.

—No es mi culpa que seas un debilucho amante de las bibliotecas. —La respiración de Eiji se vuelve entrecortada, sus brazos tiemblan, es como si ambos estuviesen tirando de los extremos opuestos de una misma cuerda y luchasen por ver quién es el primero en ceder—. Eres blando.

—Al menos mis músculos están en mi cerebro, tú debes tener aire dentro. —Se queja, consiguiendo sentarse sin soltar las manos del japonés, manteniéndolo inmóvil.

—¡Auch! —Lo consigue, Okumura queda contra el suelo y el americano no pierde la oportunidad de subirse para retenerlo, ejerciendo presión con sus rodillas sobre esos ridículos shorts deportivos—. ¿Insinúas que los deportistas son tontos? —Gruñe ofendido con el ceño tan tenso que puede contar sus venas hinchadas, batallando sin ceder esa cuerda imaginaria, el aire está pesado, no ve a Shorter ni a sus chicos por ningún lugar entre tantos gritos, está mareado.

—Insinúo que mi coeficiente intelectual descendió solo por esta conversación, ¿o debo deletrearlo por tu terrible inglés? —El hijo de puta intenta patearle las bolas con un rodillazo, estuvo cerca.

—Eres un idiota.

—Lo dice el cerebro de músculo.

—¡Ya quítate de encima!

Pero no lo hace, se mantiene encima, batallando para liberar sus manos y así poder devolverle el puñetazo en vano, Eiji parece leer sus intenciones y las aprovecha, aferrándose al agarre de palmas solo para mantener una leve ilusión de control que le resulta ingenua. El aroma de las bodegas y los implementos deportivos inunda sus fosas nasales, su respiración sube y baja erráticamente en una gastada chaqueta de mezclilla, está embarrado de sudor y se ve como la mierda gracias a Okumura.

El maldito Eiji Okumura.

Si bien, Ash es conocido por ignorar a todo el resto de la humanidad, incluso él sabía quién era este insoportable, se hizo famoso por el salto de pértiga o mejor dicho, por la fotografía ganadora en una renombrada competencia. Todos en la universidad tenían su propia opinión de por qué alguien tan importante como Shunichi Ibe habría viajado desde Japón por un don nadie, supuestamente lo había visto saltar en la televisión, en una competencia de menor rango y quedó fascinado por su expresión, desde ahí todo el mundo habla sobre Okumura y su carrera de atleta, incluso especulan que podría llegar a las olimpiadas de este año y bla, bla, bla. Le interesa un bledo, ni siquiera ha visto esa famosa obra de arte que tanta controversia genera y se supone que tienen copias dentro de la facultad, le da lo mismo, es un dolor de culo, literalmente ahora que intenta darle otra patada, ¿acaso se cree conejo? Qué molesto.

—¡He dicho que te quites! —Eiji logra darle un rodillazo en las costillas que le quita todo el aire, Ash tiene que usar fuerza de voluntad absoluta para no abrazarse el estómago y liberarlo.

—No entiendo por qué te esmeras tanto en defender a Yut-Lung, es un histriónico insoportable. —Refunfuña, empujando el agarre entre sus manos con tanta fuerza que consigue aterrizarlo sobre el pavimento, así le gusta, Eiji se mira mucho menos amenazante con las manos atrapadas y las piernas inmovilizadas, está a su merced, se siente como un depredador jugando con su comida.

—¡Yue tiene derecho a formar una pandilla si quiere!

—No lo tiene.

—¿Según quién?

—Según las reglas de este lugar.

—Reglas que inventaron unos abusivos. —Jadea, su propia voz perfora sus tímpanos entre los gritos alrededor, si bien, se encuentran en medio del campo de batalla, se siente ajeno a lo que ocurre con el resto, lo único que le importa es patearle el trasero a este insolente y demostrarle quién manda.

—Eres irracional. —Se queja, tensando sus puños hacia el cemento, es acá cuando se da cuenta de que para retener a Okumura han entrelazado sus dedos y eso por alguna razón se concibe... ¿Suave? Se supone que el salto de pértiga es un deporte físicamente exigente, ¿cómo es tan suavecito? Calor no tarda el subirse hacia sus orejas y expandirse hacia el resto de su cara como mecha de dinamita, por alguna razón de pronto se ha vuelto demasiado consciente de la fricción y la cercanía entre ellos dos.

—Tú eres el irracional. —Eiji intenta patearlo otra vez y no lo consigue, provocando que un gruñido frustrado escape de lo más profundo de su garganta—. ¿Solo vas a quedarte arriba mío?

—Tengo mejores cosas que hacer además de retenerte.

—Entonces golpéame de una vez, sé que te mueres de ganas y estás pesado.

—Lo haría sino me estuvieras dando la mano tan fuerte. —Entonces el japonés se ruboriza con tanta violencia que lo deja sin aire.

—¡Qué asco! ¡No te estoy dando la mano!

—¡Lo estás haciendo! —Ash le pone enfrente el agarre—. Mira, me estás dando la mano.

—Ya, estás libre. —Eiji rompe el agarre y usa su palma libre para empujar a Ash de los hombros, por supuesto no se mueve un solo centímetro, puede ser un deportista pero la brecha corporal lo pone en desventaja, está sometido—. Ahora golpéame de una vez.

—¿Acaso eres masoquista? —Espeta, repasando el rostro de Okumura con su mano libre para saber dónde le va a pegar, presionando su mejilla amoratada y aquel labio partido con una ínfima punzada de culpa—. ¿Quieres que arruine esa cara bonita?

—¿Bonita? —Eiji parpadea como si acabase de confesarle algo inconcebible—. ¿Me dijiste bonito?

—¿Eh?

—¿Crees que soy bonito?

—¡Claro que no! —Tiene que tomar aire luego de gritar, su trabe se ha vuelto tenso entre sus manos aún atadas, su respiración se gatilla in crescendo, como los chillidos a su alrededor o los disparos de una guerra, se pregunta si Griffin habrá tenido que lidiar con algo así y niega, no va a pensar en esto, no quiere, le duele, le duele tanto el tema que se ha hecho pedazos y esos pedazos buscan desgarrar a alguien más igual que una jauría de hienas famélicas.

—¿Ash? —Pero entonces Eiji lo llama y...—. ¿Estás bien? —Odia esa consideración.

—Me rompiste una costilla ahí atrás, no eres quién para preguntar. —Tensa su puño en el aire, listo para estamparlo contra el cobrizo moteado que arde en esa regordeta mejilla, el aire que pasa entre sus dientes quema por la sangre, arde, es un ardor insoportable que se ha vuelto familiar e inclusive placentero.

—Lo sé. —Okumura no batalla más—. Es solo que has vuelto a poner esa expresión, te miraste muy triste de repente y por eso te lo pregunté, me asusté.

¿Por qué Eiji...?

Cuando ni siquiera a él mismo le importa.

—¡Eiji! —El horrendo chillido de Yut-Lung Lee revienta su burbuja y lo arrastra otra vez a la pelea—. ¡Quítame a este mastodonte de encima! —Es Shorter el antedicho, quien luce jodidamente complacido por haber inmovilizado a ese palillo de huesos y carne.

—¡Yo me encargo!

El pobre Shorter ni siquiera alcanza a reaccionar cuando de una patada en la cara termina en el piso, Sing ha hecho su aparición, dejando a Wong soltando un aullido en la tierra, encogiendo sus piernas hacia su pecho en un trémulo ovillo de dolor. Aslan batalla contra las olas para regresar al momento, pero se siente ido, lejos e irreal, aun con el cuerpo de Okumura debajo, nada se siente correcto, algo está mal o quizás, él está mal, sí, probablemente sea eso y Griffin lo haya visto, por eso buscó a Max y lo pasó a llevar, por mucho que lo intente disimular su hermano sabe, es la copia de la copia.

—Oye Lynx, a ver si los músculos en tu cerebro te salvan de esta. —Eiji no duda en aprovechar aquel estado de distracción para darle un rodillazo en las bolas porque es un tramposo y así, finalmente liberarse.

—Pequeña mierda. —Dejándolo tirado en las canchas—. Me las vas a pagar. —Pero apenas le quedan fuerzas para levantarse, ha caído contra el pavimento, intentando recuperarse.

—Ya veremos.

El resto de la pelea es difusa, la pandilla de Ash logra recobrar sus energías para sostener una batalla que ni siquiera recuerdan porqué comenzó pero se ha vuelto una cuestión de honor. En el caos del calor, con el sudor pegoteado a sus delgadas prendas y el cabello reducido a una maraña mugrienta, nunca pierde de vista a Eiji, y tan pronto como tiene oportunidad de enfrentarlo, le salta encima, tal como un lince lo haría con su presa. Deja que sus puños lo enfrenten con todas sus fuerzas, aunque varias veces termina por golpear al vacío en el fervor de la adrenalina. No recuerdan cómo finaliza aquella disputa, no obstante, la imagen de Okumura abrazando a Yut-Lung Lee para escapar quema sus pupilas con un fuego de destrucción masiva.

—¡Dejaste que nos humillaran! —Arthur lloriquea, intentando acomodarse los nudillos con un solo tirón, si bien, había escuchado lo peligroso que era Sing, no pudo comprobarlo hasta ver cómo les pateó el culo pese a su ínfimo tamaño—. Y así te haces llamar líder, patético. —Escupe, una mancha de sangre pende de su boca hacia el cemento ardiendo por el verano.

—Tuve que enfrentar a la mitad de esos idiotas antes de ir por Okumura. —Se excusa.

—Tuviste la oportunidad de partirle la cara y te quedaste congelado. —Los pesados pasos de Arthur retumban por las paredes huecas de la facultad, se posiciona enfrente de Aslan, dándole una mirada absoluta de soberbia que le retuerce las tripas y le deja un sabor a cuajada podrida en la lengua—. Los vi, fue tu culpa haber perdido.

—No eres quien para hablar, un enano te quebró ambos nudillos. —Ah, lo ha cabreado. Lo confirma cuando lo estampa contra la pared, le es hilarante que esa sea su primera respuesta, tan cavernícola, aunque claro, no debería esperar otra cosa si apenas deben quedarle neuronas vivas.

—¿Qué dijiste? —Gruñe, tensando sus puños en la camiseta blanca de Ash, alzándolo para imponer dominio y control, arrugando la frente y ensanchando su nariz con ráfagas de respiraciones que lo hacen lucir como un Neanderthal, sí, le sienta de maravilla.

—Me escuchaste. —Aslan niega hacia sus hombres de confianza para que se mantengan quietos—. Es fácil criticar mi desempeño pero a ti te noquearon apenas la pelea empezó, eres débil.

—Estás desafiando tu suerte, Lynx. —El aludido se libera del agarre con un simple manotazo.

—¿Qué vas a hacer? —De pronto, Aslan es el depredador y Arthur el sometido—. ¿Desafiarme por el liderazgo otra vez? Pensé que ya habías tenido suficiente humillación. —Los ojos de su compañero se empañan de una espesa y densa capa de odio, es intimidante pero en ningún momento procura demostrarlo, asumirá las consecuencias que vengan.

—Ten cuidado con Okumura. —Finalmente gruñe, dándose vueltas—. Que no te gane otra vez.

Sus subordinados lo llenan de silbidos y piropos por su capacidad para imponer respeto, el pecho se le ensancha con una sensación que no logra identificar aunque le arde hasta la tráquea, desde hace varios días algo desagradable arde en su pecho y lo consume.

—Estuviste increíble, hombre. —Shorter lo golpea en la espalda en una muestra bruta de afecto.

—¡Sí! ¡Sí! —Bones salta, complacido—. Eso fue genial.

—Aunque Arthur tenía razón en una cosa. —El tono de su mejor amigo cambia, goteando severidad, acá viene, casi puede oír el sermón—. Te pasó algo con Okumura. —Los demás ya se han empezado a encaminar hacia sus respectivas clases, es temprano y no pueden darse el lujo de seguir faltando (excepto él, es un genio certificado, dah)—. ¿Por qué no le pegaste? Lo tenías a tu merced.

—Porque...

«Porque no se deja sola a una persona llorando, llorar solo es triste», fue lo que Eiji le dijo y parecía comprender en carne propia de lo que estaba hablando.

—¿Por qué?

—Da igual.

No quiere pensar en él.

No quiere pensar en ojos de gacela ardiendo con voluntad inquebrantable en el fragor de la pelea.

No quiere pensar en esos mechones de noche ondeando contra facciones increíblemente juveniles mientras lucha con todas sus fuerzas para vencerlo.

No quiere recordar lo mucho que le rompió el corazón la conversación que entablaron la tarde cerca de las canchas deportivas ni lo doloroso que fue hablar por primera vez de Griffin.

No.

Definitivamente no lo pensará.

Pero la mente de Aslan vuelve a vagar a ese encuentro y le punza mucho el alma, haber hablado del malestar lo hizo más real y eso es aterrador, por muy ingenuo e incluso idealista que suene, presenta una imagen de Griffin heroica y engrandecida, es de sus tesoros más valiosos de la infancia y aceptar que no es tan perfecto como pensó y no solo eso, que no es su prioridad cuando Ash realmente veló por su reencuentro, le destroza en miles de pedazos el corazón. Esos trozos se acumulan y acumulan en pilas de escombros que están en constante derrumbe, no puede sacarlas, no sabe sacarlas y aun si tiene espacios seguros para hablarlo (¿de verdad los tiene? Porque todo se siente violento), no es capaz de ponerlo en palabras y se las traga, consiguiendo que la pila se haga cada día más alta, dura e impermeable, igual que una fortaleza. Así que su manera de sacarla es con la pandilla.

Suspira.

Recuerda al leopardo en una de sus historias favoritas, apareció en las nieves del Kilimanjaro escrita por Hemingway, la obra habla sobre una montaña en el Kilimanjaro a 19.710 pies de altura, lleno de nieve. Los Maasai llaman a la cumbre occidental «la casa de Dios», cerca de la cima yace marchito y congelado el cadáver de un leopardo. ¿Qué hacía tan arriba? Nadie es capaz de explicarlo. Compara su situación con este leopardo y le resulta jodidamente acertado, Ash se siente atrapado dentro de una carcasa congelada, siente cómo la escarcha recubre lentamente su cuerpo y es incapaz de gritar por ayuda, es acá, observando al hielo engrosar y resignándose a asfixiarse en este malestar que se cuestiona por qué escaló tanto la montaña, ¿se perdió cazando a su presa hasta que llegó a un punto en el que no podía volver? ¿O subió y subió, poseído por algún instinto y se desplomó intentándolo?

¿Estaba intentando bajar?

¿O subir más alto?

De cualquier manera sabía que ya no podía volver.

Y sí, puede sonar exagerado, no debería darle tanta importancia si ni siquiera abusaron sexualmente de él y en ese momento ni siquiera lo entendía, no le pasó nada, fue afortunado. Se miente y Ash es consciente de eso. Porque aun si no pasó nada "grave" (¿qué diablos sería grave?, ¿por qué alguien más debe definirlo?), todavía llora aterrorizado al recordarlo, reviviendo noche tras noche sus ocho años y cuando intenta poner el tema en la mesa, pedir ayuda o confort es ignorado. La incomodidad no debe hacerse visible y cae en este ciclo vicioso donde se calla, sus trozos se acumulan, los muros de su carcasa se vuelven más impermeables y no hay salida.

—No creí que Sing fuera tan intimidante, él era tu sucesor, ¿no es así? —Shorter asiente, trayéndolo de regreso a la realidad, sacándolo temporalmente de su carcasa para que esté presente.

—Nunca tuve la oportunidad de entablar una relación cercana con él.

—Eso fue antes de que traicionaras a los chinos, ¿verdad? —La pregunta de Bones escapa sin tacto y ni siquiera parece importarle, se ha metido una pila de patatas fritas a la boca, siendo incapaz de disimular su sonrisa, aun si el ambiente es ligero, Ash juzga que tiene encima un bloque de concreto.

—Lo fue. —La molestia vibra en su voz—. Gracias por el tacto.

—¿Qué diablos pasó entre tú y Yut-Lung de todos modos? Solían pasar mucho tiempo juntos. —Ash no lo sabe, evitaba al señorito como si fuese una peste y jamás quiso profundizar en la relación. Se arrepintió, por supuesto, porque a fin de cuentas no es diferente a Griff o Max si finge que todo está bien al ser incómodo indagar, ¿cómo entablar relaciones genuinas y profundas sin intimidad?

—Dejamos de tener los mismos intereses. —Shorter bufa y miente—. Lo normal.

—Aja. —Ash lo empuja un poco más.

—Empezó a juntarse con Eiji y... —Pero no empuja lo suficiente—. Nada. —Nunca lo hace.

¿Son amigos de verdad sino saben nada del otro?, aparece con intrusión en su mente. Bien, conocen en varios aspectos al otro y no lo negará, pero también, siente que hay una especie de barrera entre Shorter y él que le impide verlo bien, sí, son... Bros. De alguna manera a pesar de tan hosco carácter se las ha arreglado para hacerse amigo de personas mejores que él mismo, no más populares, listas o adineradas. Se hizo amigo de personas más buenas en el mejor sentido: generosas, reconfortantes e incondicionales. Pero eh acá el dilema otra vez, si se supone que son incondicionales, ¿no debería poder confiar en ellos o al menos en Shorter para hablar de esto? Aunque quizás, sea solo su rollo y efectivamente esté exagerando. Después de todo, Griff y Max lo creen así, ¿por qué ellos no?

—¿Cómo van las cosas en tu casa? —La atención de Aslan se dirige hacia los bordes metálicos de la mesa, se encuentran al aire libre en el campus, todavía tiene el cuerpo hecho mierda por la pelea, pero no cree que le duela por causa física—. Con el matrimonio y todo eso.

—No puedo creer que se vayan a casar. —Contiene una arcada al pronunciar esa palabra prohibida, estirando sus piernas por debajo de la banca astillada, con lo que pagan de mensualidad deberían lijarlas al menos—. Griffin Glenreed. —Okey, ahora sí va a vomitar.

—Max se escucha como alguien genial. —Alex suelta el pensamiento abriendo una lata de refresco, la espuma no tarda en chorrear desde su puño tenso hasta el óxido de la butaca—. ¿Tan malo será? —Y acá está otra vez, la minimización del sufrimiento. No tienen que consolarlo, ni nada, solo quiere que lo escuchen, que reconozcan que esto le afecta y es real, nada más.

—Tienes razón. —Pero es diferente oír a escuchar—. Estoy exagerando.

—Ash... —Shorter intenta formular una idea.

«Habla conmigo, vamos a mi casa y hablémoslo», quiere que le diga.

Y que añada: «No estás exagerando, esto te hace daño y eso es suficiente».

—Te verás guapo con el traje. —Pero Shorter tolera su silencio y eso es mil veces peor.

—Eso espero. —Su sonrisa es tan forzada que le duelen hasta los dientes—. Regresando al tema de los chinos. —Y sí, lo dice a propósito como una pequeña venganza—. Tendremos que intensificar nuestras medidas, no podemos permitirles que nos transgredan así, ¿quiénes se han creído?

—¡El jefe tiene razón! —Bones alza una lata de Coca-Cola—. ¡Vamos a patear traseros chinos!

—Ejem.

—Excepto tu trasero chino, por supuesto. —Aslan carcajea ante el terrible arreglo emocional que ofrece Kong—. ¡Demostrémosle a Yut-Lung quienes mandan!

—¡Salud! —Chocan las latas y ríen.

Pero al final del día debe regresar a casa.

Y lo odia, odia estar en ese sitio. Antes de que Griffin viniera a Nueva York eligieron juntos a través de cartas y escasas llamadas cómo sería el lugar que arrendarían y llamarían hogar, Cape Cod no era un pueblo terrible, sin embargo, tuvieron infancias repletas de carencias y eso era algo que soñaban con compensar, se encargaron de definir desde los extravagantes implementos de cocina que tanto adora su hermano hasta los elegantes estantes con toneladas de libros, Ash estuvo esperanzado con poder construir finalmente un hogar suyo suyo, completamente propio y seguro donde no hubiesen más entrenadores de béisbol o rumores molestos. Por eso, cuando ese preciado encuentro sucedió y se sumó ese entrometido sin su permiso... Dolió. Se sintió pequeño, invalidado y sin voz, sensación que no hizo más que intensificarse al notar la manera en que escamoteaban a Barba Azul. Recuerda haberse dicho a sí mismo: «Es obvio que no quieren hablar, ¿para qué seguir insistiendo?».

¿Para qué?

¿Para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?, ¿para qué?...

Y se lo sigue preguntando. Recuerda haber estado pensando en una canción puntual mientras Griffin lo dejaba atrás en su vida para irse con Max, duraba menos de cinco minutos, tenía una tonada muy pegajosa y de mal gusto pero al menos era suya, algo de Aslan y Griffin.

Oh my darling, oh my darling.

Oh my darling, Clementine.

Hasta que Max la cantó y se dio cuenta de que él era quien estorbaba dentro del hogar. No Max. No Griffin.

Él.
—Aslan, has vuelto. —Max lo recibe con una sonrisa brillante y nerviosa, ha detenido el tecleo del ordenador, probablemente esté trabajando en otro terrible artículo para el New York Times.

—Ash.

—¿Eh?

—Te he dicho que me llames Ash, no Aslan. —El periodista cierra su computador con lentitud, tensa la boca ansioso y eso solo le retuerce las tripas, se siente plantado en la entrada del apartamento, como si estuviese a punto de pisar un campo minado o iniciar una tercera guerra mundial.

—Lo siento, Ash. —Asiente, cerrando la puerta y quedándose pegado alrededor de la entrada, mira a Max como si fuese un intruso trabajando sobre la preciosa isla de granita para la que Griff ahorró y al final fue a comprar con este impertinente, no con él—. ¿Cómo te fue en clases?

—Lo mismo de siempre, aburridas. —Deja caer la mochila en el piso, golpetea con sus converse embarradas las relucientes baldosas ocre mientras intenta mantener la compostura exasperado, no va a permitirle a este sujeto vislumbrar una sola fibra de fragilidad.

—Tienes la cara moreteada otra vez. —Ni soportará semejante tono de reproche en su voz, no es Jim para reprocharle, ni mucho menos lo validará como una figura de autoridad, ja—. ¿Qué te pasó?

—Me caí.

—Tienes sangre en tu polera.

—Probablemente es kétchup del almuerzo.

—Ah.

Se quedan en silencio, mirándose desde los distintos extremos del apartamento, más que un hogar, se asemeja a una prisión y de repente, extraña mucho Cape Cod, al menos Jim hizo lo que pudo para que se sintiera cómodo aun si había carencias. Max no usará ese rol paternal, ¡vamos!, siendo franco el tipo ni siquiera lo quiere, si habla con él es para ganarse a Griffin y eso lo hace sentir jodidamente enfermo. Intenta regularizar su respiración, tensando un puño en su camiseta, sus músculos siguen resentidos por la pelea, Okumura supo dejarlo herido.

—Sobre la boda... —Oh no. No. No. No. No hablará de esto ahora—. A Griffin y a mí nos haría muy felices si llevaras los anillos. —¿En serio ese es el mejor tema que se le ocurre?, ¿qué tan bruto debe ser para no ver la evidente incomodidad que exuda su cara?

—Él no me ha dicho nada todavía. —Se limita a responder con calma, no le dará la satisfacción de haberlo alterado, aun si escucha a los pedazos en su interior desmoronarse, la torre se tambalea, se va a derrumbar si sigue acumulando. Silencio, silencio, silencio.

—Comprendo. —Max se acaricia la nuca una y otra vez, sus grasientos cabellos hacen un crujido tan molesto e insoportable que Aslan debe apretar los dientes para contener algún tic—. No tienes que verme como amenaza, realmente creo que podemos ser amigos. —No existen palabras suficientes para expresar la indignación que lo golpea en ese momento—. Buddy.

Buddy. —El tic en su ojo palpita con violencia.

—Sí, puedes confiar en mí. —Le asegura con una sonrisa de pura fachada, se acerca con prepotencia, cruzando los brazos sobre su pecho, con todas sus barreras alzadas—. Griff me contó durante mucho tiempo sobre ti, estaba ansioso por poderte conocer.

—¿Te contó de mí? —Irónico si apenas lo llamó—. Supongo que no te contó sobre Cape Cod.

—No mucho. —Max ladea la cabeza, genuinamente confundido, sus dedos se tensan alrededor de la funda del computador, sus piernas se contraen en los soportes de la silla, la atmósfera se siente tan densa que ya no respira, pero se derrumba, nunca ha dejado de derrumbarse y lo sabe, no tiene un espacio seguro para hablar y es patético intentarlo, pero una ínfima parte de él quiere confesarlo, esperando un resultado diferente y se odia por eso.

—Yo solía jugar béisbol.

—¡Ah, eso! ¡Sí me contó! —Palidece—. Lo sé todo, no te preocupes. —Y el desgraciado le golpea la espalda como si no fuese nada, dejándolo paralizado dentro de su carcasa.

—¿No me vas a preguntar?

—¿Por qué? No fue la gran cosa.

—Tienes razón. —Se aparta—. No fue la gran cosa.

Y se va otra vez.

Piensa en la farsa que son, por muy familia que se hagan llamar no son más que desconocidos, como un conjunto de carriles paralelos cuyos conductores de vez en cuando bajan la ventanilla para verse sin más que un saludo casual, ninguno sabe realmente lo que sucede con los otros, son extraños, ajenos, tan inmersos en su propio carril que el resto de la autopista es invisible. Y aunque Aslan cree haberse sentido así desde siempre, ahora es diferente, ahora siente que es el único conduciendo en una autopista desierta en un vehículo que se derrumba y está a punto de explotar, por muy ajenos que los demás estaban en sus pistas paralelas, ya no están más. Lo han dejado solo, completamente desamparado, en un lugar desconocido del que no sabe si podrá regresar algún día.

¿Acaso quiere ser encontrado?

Cree que no y lo confirma cuando se arrastra de vuelta a la universidad, pasea por los rincones más desolados, pasa por las canchas de deportes y observa las secuelas de la pelea en el pavimento, solo quiere esconderse un rato, tal vez desahogarse o ahogarse y luego volver, listo para seguir adelante con la farsa y fingir que todo está bien.

—¡No es justo! —Pero por supuesto, justo cuando quiere revolcarse en su miseria la vida es una hija de puta que no lo deja—. ¡Me niego! No lo haré por mucho que me lo pidas, Ibe-san. —Reconocería esa voz molesta en cualquier lugar, ¿por qué?, ¿qué mal hizo en otra vida para que lo castiguen así?

—No puedes seguir saltando, no en esas condiciones.

—¡No es justo! No puedes obligarme a contarle a los demás, no lo haré, puedo hacerlo, puedo salir adelante, estoy tan cerca, por favor, solo necesito tiempo para arreglarme.

—Sino le cuentas a tu entrenador le tendré que contar yo.

—No puedes hacer eso.

—Claro que puedo, es mi deber Ei-chan. —Aslan retrocede frente al gimnasio, aunque las puertas de metal están cerradas consigue escucharlo todo perfectamente y no se quiere involucrar—. Es mi trabajo cuidarte, por favor entiéndelo.

—No eres mi papá. —Oh.

—Ya veo. —Mierda—. Lamento haberme propasado.

Se escucha el crujido de la puerta desde el interior, probablemente el tal Ibe-san salió del otro lado. Ash traga duro, cree que le debe esto a Eiji por la conversación del otro día, debería darle privacidad, no es un idiota, no usará este momento de debilidad en su contra tampoco, es mierdoso estar así y mejor que nadie lo entiende. Se gira sobre sus talones, listo para ir al otro extremo de la universidad, probablemente a la biblioteca ha suplicarle al vigilante que la abra solo una hora, cuando...

Eiji está llorando.

—No seas blando. —Se reprocha a sí mismo en voz alta—. No es de tu incumbencia. —Sus dedos juguetean alrededor de las manillas de metal, la vacilación quema en gruesas gotas de sudor que empapan hasta la punta de sus dedos—. Te dio un rodillazo en las pelotas, no vale la pena ayudarlo, ni siquiera te agrada, no lo hagas, no te involucres, este no eres tú, a ti te da igual.

No se deja sola a una persona llorando, llorar solo es triste.

Ugh.

¿Por qué le pasan estás cosas a él?

Su estómago es un revoltijo de emociones que rompen en su interior igual que olas salvajes apenas toma la manecilla de metal, la culpa lo carcome, irá por una cuestión de decencia y reciprocidad, ni siquiera le agrada, es tonto que se involucre, Eiji no debe quererlo ahí, de hecho, debe ser el último ser humano al que quiera ver en estos momentos. Pero si se va... Si lo ignora... Si permite que la pila dentro de Eiji crezca al punto de colapsar como los demás hacen con la suya.

No actuará así, no cuando sabe lo duro que es estar tan solo.

—¿Hola? —Así que entra al gimnasio de una vez.

—¿Qué haces acá? —Y claro que Eiji se ve disgustado por su presencia, lo odia.

—Estaba pasando por acá.

—Vaya músculos cerebrales que tienes, la universidad ya cerró, Einstein. —Ash hace un esfuerzo sobrehumano para no contestar algo grosero, se repite cual mantra una y otra vez que la debe estar pasando mal aun si es Okumura de quien habla.

—Puedo venir a la universidad a la hora que me plazca.

—¿Qué viniste a hacer tan tarde?

—¿Qué te importa? —Entonces, Eiji arroja un alarido de pura frustración y cae rendido sobre el primer escalón de las gradas.

—Eres insufrible.

—¿Entonces qué haces hablando conmigo si soy tan insufrible?

—¡Tú empezaste a hablar conmigo! —Vuelve a gritar tironeando su cabello, arrojando el cuello con dramatismo hacia atrás, provocando que el sudor penda—. Debería patearte otra vez.

—Si eso te hace sentir mejor, adelante.

—¿Eh?

—Ya me escuchaste. —Ni él sabe lo que ha dicho—. Patéame, no seas gallina, Okumura.

—¿Acaso eres masoquista? —Qué original el comentario, copión.

—Considéralo una retribución por el otro día, anda, patéame. —Eiji vacila, golpeando los bordes de la grada antes de levantarse, la ira escalda entre sus pupilas, lo nota por su ceño arrugado y puños constipados, cada paso hace un eco insoportable contra el suelo de madera.

—¿Hablas en serio? —Ambos tienen la guardia alzada.

—Adelante, luego te dejaré en paz.

—Bien.

Ash se queda quieto con una mueca inexpresiva frente a Okumura, tiene los brazos extendidos y las piernas flojas, dándole completa libertad para que lo ataque donde quiera. La mirada cobriza repasa una y otra vez su cuerpo, viendo dónde quiere agredir, es una expresión astuta, le intriga. El moreno retrocede un poco, es apenas un bamboleo en el aire antes de golpearlo, Aslan aprieta los párpados por pura inercia, espera la patada y... Jamás llega.

¿Por qué?

Se puso en bandeja de plata.

Cuando abre los ojos encuentra a Eiji hecho un ovillo en el piso, está llorando desconsolado, gruesas lágrimas se han acumulado alrededor de sus regordetas mejillas, confiriéndoles un aspecto rosado e irritado, sus alaridos le recuerdan a un pequeño animal herido, entra en pánico, no sabe qué hacer, nunca ha tenido que reconfortar a alguien ni tiene las palabras correctas. ¿Se queda? Pero tampoco quiere transgredir su privacidad o presionarlo. Los pensamientos se le esfuman cuando Okumura se abraza hacia sus rodillas igual que un niño, esto lo hace pedazos, probablemente proyecta su propia soledad en el japonés pero lo ayuda a empatizar. Así que se sienta a su lado sobre el piso, las tablas rechinan con el roce de sus zapatillas, aunque se acomoda cerca no lo toca, espera alguna reacción en silencio con paciencia.

—¿Nunca has sentido que las cosas están tan mal que ya no las puedes arreglar? —Eiji no se levanta cuando deja escapar la pregunta, al contrario, se hunde aún más contra sus rodillas, luciendo frágil y pequeño, ¿cómo alguien tan vulnerable puede golpear tan fuerte? Vaya dualidad.

—Lo he sentido. —Es honesto, sus dedos juguetean entre sus cordones de zapatillas, siguen sucios, Griffin lo regañaría si lo viese así, pero Griffin no estaba al llegar a casa, Griffin quiere a Max.

A Griffin no le importa más.

—La he sentido más veces de las que me gustaría. —Entonces, Eiji separa su rostro de sus rodillas y una angustia desbordante arremete su corazón, no entiende la razón, pero lo lastima verlo tan frágil.

—¿Cómo la superas?

—Hay días en donde no la supero y me quedo así, revolcándome en mi propia miseria. —Murmura, deprimiéndose por sus propios consuelos—. Hay días donde parece que se quedará siempre y hay días donde yo siento que soy esa angustia y si se va, me iré también.

—No ayudas. —Va a rebatirle, sin embargo, Eiji se ríe y Dios, es agradable el sonido—. Apestas en esto.

—Lo sé. —De pronto, se rasca la nuca con una presión extraña y chispeante atrapada en su pecho, como un fuego artificial a medio explotar—. ¿Puedo saber qué pasó? —El japonés vacila, alzándose de a poco del refugio construido por su propio cuerpo, la imagen le recuerda al florecimiento de un girasol, solía verlos en Cape Cod.

—Me lesioné. —Se mira más lábil tras pronunciarlo—. Me lesioné y estoy aterrado.

—No sabía.

—Sé lo que vas a decir. —Bufa, intentando mitigar sus temblores entre sus propios brazos—. No es para tanto, es una estupidez y lo sé. No es la gran cosa.

«No fue la gran cosa, Ash».

—Pero el salto de pértiga es mi vocación, es eso que me hace ser yo, no puedo pensar en perderlo, no creo que valga la pena vivir si tengo que renunciar, no creo que las cosas sigan teniendo sentido para mí, el deporte me salvó, si lo pierdo quedaré peor, me hundiré aún más profundo que el abismo del que me sacó. Sé que puedes pensar que estoy exagerando, que es una tontería y probablemente te rías, pero lo es todo para mí, esto es...

—No exageras. —Eiji parpadea perplejo, quedándose congelado ante dos simples palabras—. Esto es importante para ti, no le debes explicaciones a nadie. —Sabe que está musitando en voz alta las cosas que le gustaría recibir y nadie le ha conferido, pero se siente un poquito mejor dándolas—. Te lastima perderlo y ya, en tu lugar, yo me sentiría de la misma manera.

—Ash.

—Lamento que estés pasando por esto. —Es al entablar contacto visual otra vez que se percata de la gran cantidad de lágrimas que escapan de esos ojos cafés, deslizándose por sus pómulos hasta su mentón, cayendo en goteo corrosivo hacia las tablas del gimnasio—. ¿Dije algo malo? —Niega.

—Es la primera vez que se lo cuento a alguien e intento hacerlo real.

—¿Cómo se sintió?

—Horrible. —La respiración se le corta ante la melancolía que escurre esa mirada bruna, es doloroso verlo temblar así de impotente y vulnerable sobre sí mismo, quiere confortarlo y prometerle que las cosas mejorarán, que por muy duro que todo se vea ahora, de alguna manera saldrá. ¿Hola? Es Eiji Okumura de quien habla, el único lo suficientemente desquiciado y estúpido para confrontarlo.

—Lo supuse.

—Gracias por escucharme, Ash. —El nombrado traga duro, atreviéndose a extender su palma hacia la nuca del moreno para acariciarlo, para detener aquella omnipotente sensación de soledad que aun estando acompañado abruma.

—Lamento mucho lo de tu lesión. —Repite, repasando sus rebeldes mechones con ternura, permite que la impotencia explote, que salga, deben pasarlo o si no se ahogarán, lo sabe, la torre dentro de él se remece—. Aunque me alegra que me hayas podido contar.

—Eres raro. —Dice eso antes de inclinarse hacia Aslan, provocando que sus hombros choquen y una corriente de pura electricidad se expanda entre sus venas, acumulándose en un golpe de adrenalina en lo más recóndito de su corazón.

—Tú eres el raro.

Oh, pero es Ash el ruborizado.

Se quedan en silencio al lado del otro sobrellevando sus tormentas personales, Ash recuerda aquella metáfora de los carriles y los automóviles, tal vez está recorriendo esa misma carretera solitaria que Eiji recorre y por eso la empatía o quizás, se ha derrumbado tanto que ha llegado a este extremo de consuelo. Será un problema para mañana de cualquier manera, relaja los párpados, reposa encima del hombro del moreno, permite que una calidez desconocida lo inunde entero, es violento, es casi agradable. Se quedan charlando de cosas sin sentido durante un rato para bajar la angustia, ninguno quiere irse a casa así de mal, llegando a un consenso silencioso donde Aslan le acaricia el cabello en lo que debe ser el peor confort del mundo y Eiji se lo permite, es gracioso.

—¿Por qué abriste la puerta? —Finalmente Okumura pone el tema—. Podrías haberte ido. —Es lo que habría hecho usualmente.

—No lo sé. —Balbucea, repasando con paciencia la parte baja del cuello de Eiji, justo al borde de su polera deportiva, la textura resulta esponjosa y lisa—. Accidentalmente me crucé contigo mientras estabas vulnerable y asustado. Y aunque te cueste creerlo, no soy un completo imbécil.

—Supongo que estamos a mano en ese sentido. —El corazón se le estruja ante esas palabras.

—Tienes razón. —Eiji sonríe triste—. Volvemos a nuestra rutina de siempre. —Y Ash genuinamente espera que su vida regrese a la normalidad.

Pero las cosas nunca volverán a la normalidad, no después de encontrarse, no después de que Eiji entró de golpe.

Intentaré hacer los otros capítulos menos largos, porque que paja leerme, pero a pesar de eso, desde mi perspectiva creo que las escenas igual fluyen bien y si están ahí es por algo, nunca pongo nada por qué sí. Estoy contenta por haber podido mantener este fic semanal, otra vez, tiene escenas muy lindas para más adelante y amo la transición de estos dos. Mil gracias por leer.

¡Nos vemos el otro fin de semana!

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