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Epilogo



Luego de días de luto, el harem volvió a irradiar felicidad pues una nueva era había llegado, la sultana Rana se traslado al palacio siendo la madre del príncipe mayor debía actuar como tal y recibir el puesto jerárquico que merecía.

—Es un hermoso día gracias a Allah.—Rana habló.

—Mi hermano tiene el puesto que merece...

Bayaceto era el nuevo sultán del imperio otomano, no había hombre más poderoso que el, y pasarían años antes de que alguien le sobrepasara.

—¡Allah guie su espada! ¡Que Allah guíe su espada! ¡Que Allah guíe su espada!

—Ha decidido darle el puesto y titulo oficial de madre sultana.—Hasret la halagó.—Tenerla en nuestro palacio da alegría al corazón de todos los sirvientes.

—Espero aprender mucho de usted durante los años de vida de nuestro sultan, anhelo ser tan apreciada como usted cuando Orhan asuma el trono y yo sea la madre sultana.

Hasret la miró de reojo a lo cual Rana se silenció instantáneamente, si quería que su hijo llegara al trono debía entrar nuevamente al corazón del sultán pues el ya había escogido un heredero al asignarle Manisa a su hijo Ferhan el cual era como su mano derecha en asuntos del imperio, no había duda de que aquella inteligencia había sido heredada por su madre.

—Faltan muchos años para conocer a nuestro próximo sultán, Rana.—Mihrimah actuó de mediadora entre las miradas de las dos mujeres.—No le recomiendo a ninguna pensar en cual de sus hijos sucederá a mi hermano, quien quiera que piense en ello será considerado traidor.

—No se preocupe madre sultana.—Hasret habló.—Conozco bien las consecuencias de tan solo levantar una sospecha de traidor... El difunto príncipe Mustafá hizo un ejemplo de ello.

La torre quedó en silencio durante el resto de la ceremonia, finalmente Hasret pudo reunirse con su sultán en sus aposentos recibiéndolo con los brazos abiertos.

—Bayaceto... Mi sultán, mi vida, estoy tan feliz de verte.—El plantó un beso en su frente.—Agradezco que hayas depositado tu confianza en nuestro Ferhan... Espero que a Berat no le haya molestado tu decisión.

—Gracias a Allah se contentó con el consejo, lo que mi hijo desea es navegar y cumpliré con eso... Pronto partirá hacia nuevas tierras en busca de nuevos leales para el imperio.—Anunció.—Pero no lo dejaré partir hasta después de anunciar que te he tomado como esposa.

—Ser tu esposa es un gran honor.—Sonrió recordando la ceremonia secreta que habían tenido durante el tiempo de luto impuesto para el anterior sultán.

—Quiero que ayudes a Mihrimah en los temas del harem, ella te considera mucho al igual que mi madre cuando aun vivia.

—Que nuestra querida Sultana descanse en paz junto a su esposo e hijos.

—Amén.

La Haseki sostuvo la mano de su marido dándole su apoyo, sabia que en el fondo sus padres seguían haciéndole falta, después de todo ella entendía ese sufrimientos pues años atrás ella también había sido arrebatada de la tierra que la vio nacer privándola de la compañía de sus padres.

Los años en el harem pasaron, la pelea por el trono y la muerte había sido vista mientras el tiempo de hacía cruel con los bellos rostros jóvenes de quienes alguna vez habían sido amigas, el tiempo se llevó con el la vida de dos jóvenes príncipes, por la influencia de su madre habían escogido un mal camino cayendo en el mismo agujero que habían cavado.

—¡Atención! ¡La madre sultana está aquí!

Fue anunciada al salir del harem y nadie dudó en reverenciarla, en la puerta la estaban esperando Emin Aga quien ya tenía varias canas a la vista, su hija quien llevaba el embarazo de su segundo hijo y su nuera Safiye quien llevaba de la mano a sus nietos.

—Mi querida Hanzade, me alegra verte aquí.—La mujer de 50 y tantos años besó la frente de su niña.

—A penas supimos que mi padre...—Tragó saliva intentando no llorar.—No quería que estuvieses sola.

—Nuestra madre sultana nunca estará sola.—La voz de Safiye se escuchó.

—Es el primer día que me llaman de esa forma... Cuando llegue al harem de Kutahya soñaba con ser la mujer más poderosa de este imperio, pero ahora mi mayor deseo es tener a tu padre conmigo.—Suspiró reteniendo sus ganas de llorar.

—El sultán Bayaceto fue un hombre justo, lo acompañó durante años y ahora es tiempo de que guíe a nuestro nuevo sultán.

—He organizado una fiesta para celebrar a mi hermano Ferhan, Berat vendrá en unos días.

Su mayor alivio fue el que su hijo mayor amara el mar, lo suficiente como para estar dispuesto a renunciar a su derecho de algún día llegar al trono y olvidarse de la vida en tierra firme, pero el corazón de Hasret seguía destruido, todos los días llegaba a su cabeza el último respiro de los hermanos que alguna vez amo como a sus propios hijos.

—¿Han tenido noticias de Mehmed?—Cuestionó.

—A veces me envía cartas, ahora es feliz con su madre en Venecia... Hiciste lo correcto al enviarlo allá madre.

—Al menos pude salvarlo a él.

—Sultana, lo que ocurrió con los príncipes no fue su culpa...

—Aún así, ojalá estuvieran aquí conmigo... Mis príncipes.

La alegría en el harem iluminaba cada parte que alguna vez estuvo oscura, las mujeres bailaban y otras tocaban instrumentos para animar a la familia real, todos habían sido invitados incluso la olvidada Mahidevran quien ya había perdido su título de sultana, pero hubo alguien que no se había aparecido... Hasta ese momento.

—¡La sultana Cihan está aquí!—La voz del Aga hizo que su corazón se detuviese.

Todos excepto El sultán y su madre se levantaron a reverenciarla, ahí estaba ella y a pesar de la edad Hasret vio al instante a la misma Cihan de siempre, la mujer a la que le había quitado todo y más.

—Mi sultán.—Reverenció sin siquiera voltear a ver a la castaña.

—Que gusto me da verla sultana, ¿Por qué no nos había visitado antes?—El todavía joven Ferhan habló ofreciéndole un asiento.—Su esposo, Baris Pasha siempre habla sobre usted.

Luego de que Cihan se marchara del palacio Hurrem hizo que el antiguo Sultán la casara cuanto antes para que no volviera a causar problemas, Baris Pasha fue el elegido con quien tuvo solamente una hija a la que llamó como su difunta madre, Hatice.

—Hatice está feliz de estar aquí, vine a felicitarlo y bendecirlo, ojalá su Sultanato sea próspero.—Le mostró una sonrisa.—Con su permiso iré a los aposentos que nos asignó a descansar, fue un largo viaje.

—Adelante.—Le hizo un ademán para que lo hiciera.

La mujer se marchó tan pronto como llegó y Hasret no perdió el tiempo, ya no le quedaba mucho de todas formas.

—¡Cihan!—La llamó en uno de los tantos pasillos donde alguna vez discutieron.

Se detuvo y la volteó a ver sin expresión alguna, ninguna reverenció a la otra tan solo era Hasret caminando hacia ella.

—Dime Hasret, ¿El sufrimiento que hiciste pasar a otros te hizo conseguir todo lo que deseabas?

—Cihan, no he venido a discutir sobre el pasado.

—No solo hablo del pasado.—Negó.—Hay tantas cosas que me he guardado por años, destruiste a tantas personas, derramaste sangre de inocentes y traicionaste a quienes te eran fieles... ¿Valió la pena?

—Tenía que defenderme, si no lo hacía este lugar iba acabar conmigo...—Tragó saliva.—Las cosas para ti siempre fueron fáciles, no tienes la menor idea de lo que es ser vendida, ser tratada como un objeto y que siempre te hagan menos. Yo derrame lágrimas de sangre y arderé en el infierno por mis pecados, pero tuve que hacerlo, tuve que poner mi vida sobre la del resto y subir a donde nadie pudiera lastimarme.

El silencio de la sultana motivó a Hasret a detener aquella rivalidad de años.

—Pero aún así, estoy aquí frente a ti para pedirte perdón...

—¿Qué?

—Algún día Allah me dará el castigo que merezco, no pienso seguir cargando con esta culpa.—Negó.—Cuando llegue al castillo fuiste la única persona que desinteresadamente cuido de mi y te page con la peor de las traiciones.

Cihan se veía sorprendía al escucharla.

—Soy esa Arpia Romana y todos me recordaran así durante siglos, pero al menos quiero que tú sepas que desde lo más profundo de mi corazón... Nunca quise lastimarte, aunque al principio todo fue por protegerme, termine amando a Bayaceto como nunca amé ni volveré amar a nadie.

Ahí estaba la gran sultana Hasret suplicando por el perdón de una sultana sin poder alguno, Cihan la observaba algo incrédula.

—Aurora...—Murmuró.—Ojalá la vida nos hubiera dado otro destino...

Nuevamente aquel silencio que causaba escalofríos.

—Que Allah limpie tu alma y puedas encontrar la verdad.—Por primera vez en su vida, la reverenció.—Te perdonó, Hasret.

La madre sultana Hasret guió al joven sultán convirtiéndolos en unos de los más recordados de su tierra, su sultanato fue fructífero y maravilloso, 20 años gobernaron juntos hasta que los ojos de su progenitora se cerraron llevándola junto a su esposo, el luto de su muerte llevó días antes de que el sultán se pusiera en pie otra vez.

Poco fue el tiempo de Ferhan quien murió dejando a su sucesor de la mano de su madre Safiye, otra mujer tan fuerte como lo habían sido su madre y abuela.

Durante el resto de años se escuchó la historia de un príncipe que perdidamente enamorado de su esclava la había convertido en su única favorita, la mujer quien había sido considerada poco agraciada fue la mano derecha de su esposo e hijo, aquella hermosa joven que tuvo que madurar para sobrevivir en aquel mundo seguiría viva en los corazones de todos aquellos a quienes había ayudado.

Por siempre serían El sultán Bayaceto y su amada esposa, Haseki Hasret Valide Sultan.

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