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19


Kutahya
1554

Los hijos de Hasret se habían reunido a verla, no era mentira que ella se había refugiado en sus aposentos por días a penas comía y bebía.

—Mis hijos...—Habló sentándose en su cama para recibirlos.

—Madre, ¿Por qué estás tan triste?—Ferhan hablo sentándose junto a ella.

—Dínoslo madre, yo mismo haré pagar al que te haya molestado.—Berat gruñó.

—Príncipes, estoy bien nadie me ha hecho nada.—Fingió una sonrisa.—No tienen de que preocuparse.

Ella tomó en sus brazos a Ferhan el cual al ser su hijo menor era al que más protegía.

—No saben cuanto los amo, mis pequeños, son lo único que me da alegría en este mundo.—Sonrió.

—Madre, te juro que cuando crezca nadie se atreverá a decirte una sola cosa mala.—Berat aseguró.

—No tengo duda de eso, ustedes serán unos grandes guerreros...—Ella levantó su vista a su primogénita.—Y mi pequeña Hanzade, será la sultana más hermosa que alguna ves se haya conocido en este imperio.

Hanzade mostró una sonrisa mientras tenía su ceño fruncido, al parecer era la única que se había dado cuenta de lo que su madre había dicho "Son lo único que me da alegría en este mundo" Usualmente ella agregaba a su padre pero por primera vez no lo había siquiera mencionado y ya no se le hacía extraño pues ya nunca se reunían si quiera a comer algo.

—Madre, con tu permiso.—La pequeña se levantó.

—¿A donde vas? Princesa.

—Recordé que tengo unos libros y tengo que terminar de leerlos para las clases.—Ella se acercó para besar la mano de su madre y luego ponérsela en la frente.

Sin más salió de la habitación, tenía un solo pensamiento en su cabeza, ¿Que había pasado para que sus padres se distanciaran?

—Quiero ver a mi padre.—Hablo estando frente a los aposentos del mismo.

—No puedes pasar, sultana, el príncipe está ocupado.—Contestó el guardia de la puerta.

—Déjame pasar o-

Ella se mantuvo en silencio cuando una mujer salió de la habitación, quizás esa era la razón.

—¿Quien eres? Señorita.—Habló curiosa.

—Soy Defne.—Se inclinó para reverenciarla.

—Defne, ¿Que haces en los aposentos de mi padre?—Su rostro formó una mueca de disgusto.

—Hmm...—No podía decirle las cosas tal cual, todavía era una niña pequeña.—Yo soy la favorita del príncipe.

—¿Favorita? En este palacio no hay favoritas, la única para mi padre es la sultana Hasret.

—Hanzade.—Una voz la llamo a sus espaldas.

—Hermano Orhan.—Lo saludó a la distancia antes de regresar su mirada a Defne.—Mi madre es más bonita que tú.

Fue lo ultimo que pronunció antes de acercarse al hijo mayor de Bayaceto, su hermano, aunque no compartían a la misma madre lo amaba como tal pues no había motivo para odiarse gracias a la armonía que compartían las sultanas Rana y Hasret.

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Hasret se mantenía callada mientras reposaba en su cama, pero su cabeza la estaba atormentando repitiendo esas palabras en su cabeza.

"Realmente te amo, realmente te amo, realmente te amo, realmente te amo, realmente te amo, realmente te amo."

Una y otra vez, sabía que si continuaba así iba a morir por la pena, ¿Acaso un corazón roto podría ser suficiente para acabar ese dolor? La respuesta era clara.

No.

Ella se levantó de la cama por primera vez en días, pero sabía que sus piernas no tardarían en fallarle así que se apresuró a buscar entre sus pertenencias aquello que la dejaría descansar, esculcando entre un pequeño cofre finalmente encontró ese frasco que contenía la verdad.
Sus pensamientos se estaban debatiendo, hacerlo o no, beber aquel veneno para acabar con todo o mantener su cabeza levantada mientras la persona que amaba la cambiaba por otra mujer.

Sus hijos, ¿Que sería de ellos? Rana los cuidaría eso estaba claro pero no sería lo mismo, ¿Como podía ser tan cruel como para dejarlos desamparados? Sin duda en siglos la recordarían como la peor madre de la historia Otomana, pero ya no le importaba, ya no pensaba con claridad, solo quería escapar de aquello.

—Allah, perdóname por lo que voy hacer.—Destapo aquel frasco mientras sus lágrimas resbalaban.—Allah, no dejes a mis hijos solos te lo suplico.—Su mano temblaba mientras acercaba el líquido a su boca.—Allah, es el más grande...

Finalmente bebió el contenido mientras sus sollozos empezaban a ser audibles, dejó caer el frasco al mismo tiempo que se recostaba en el frío suelo esperando a que algún ángel o demonio viniera por su alma.

—¡Sultana!

Ahí estaba.

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