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[ 4 ]

— En serio, Mariana. En serio no puedo hacerlo. No puedo, no puedo, no puedo. 

Repetía sin cesar Roier mientras era arrastrado por su manager hasta el Set de grabación.

— Claro que puedes hacerlo. Deja de decir eso. 

— No, no, no. No puedo. Siento… S-siento que me voy a desmayar. De hecho ya estoy viendo borroso ¡Lo juro! ¡AUXILIO, UNA AMBULANCIA AQUÍ! 

Exclamó cuando estaban llegando a la entrada del lugar.

Mariana se detuvo haciendo que Roier chocara con su espalda, y se giró para rápidamente cubrirle la boca al menor.

— Dios, Roier. ¿Puedes callarte? —Pidió más como una queja.— Te estás comportando como si fueras a tu sentencia de muerte. 

Roier balbuceó algo sobre la mano del más alto. Este automáticamente la alejó haciendo una mueca de asco y se la limpió en el saco de vestir.

— ¡Qué asco, mien! —Dijo mientras frotaba la mano en la tela. Luego preguntó:— ¿Qué has dicho?

— ¿Sabes que me puedo morir por exceso de vergüenza? Si voy allí y hago el ridículo, definitivamente me voy a morir y va a quedar en tu pinche conciencia para siempre. 

Mariana miró hacia arriba como si le estuviera rogando a algún dios por más paciencia para aguantar las pendejadas del castaño. 

— ¿De qué vergas estás hablando? Eso es imposible. 

— ¿Ah, sí? Míralo de esta manera…—Roier se enderezó intentando dar una imagen más convincente para lo que iba a explicar.— Entro allí, hago el ridículo, me da un ataque de pánico, las personas comienzan a acercarse a mi, me presionan, no hay una ambulancia cerca, todo empeora, me da un paro cardíaco y, bum. Adiós Roier “Amado hijo, hermano y amigo. Te recordaremos siempre con amor y alegría…”

Su manager rodó los ojos.

— Eres un pinche exagerado. ¿Acaso escuchas lo que dices? 

Sin duda Roier no escuchó ni una palabra. Tampoco escuchó a Mariana cuando repentinamente se lanzó al suelo para ponerse de rodillas y juntar sus manos en frente del mayor. 

— Mariana, en serio. Nunca te he pedido nada. —Comenzó a rogar ganándose una mirada de completa sorpresa.— Por favor, ¡Por favor! Hay que irnos. Ahora. 

— Roier… ¿Qué mier-

— Oh, ahí están. Ya era hora. —Habló una joven chica de cabello rubio cuando los encontró en la entrada. Inmediatamente su mirada se posó en Roier quien seguía en el suelo.— ¿Qué es esto? ¿Un tipo de ritual antes de empezar? Ugh, no importa. ¡Chicas, vengan aquí! 

Un grupo de mujeres que llevaban camisetas negras con la palabra “Staff” escrita en letras blancas se acercaron velozmente hasta donde estaban. 

— Llevenla a prepararse y repasar sus escenas. 

Roier no tuvo tiempo de decir algo más cuando rápidamente lo tomaron de los brazos y lo llevaron dentro del set. Mariana solo pudo ver su rostro mortificado antes de seguirlo junto a la rubia.

— Disculpe, mi cliente está un poco… Alterada. ¿Es posible que podamos saltarnos la parte de “repasar”? 

La chica ni siquiera lo miró cuando respondió:

— Voy a hacer como que no escuché eso. 

Y Mariana tuvo que morderse el labio inferior para no soltar una maldición. Esa joven tenía muy mal carácter. ¿Cómo se llamaba?

Se inclinó un poco para leer el pequeño pedazo de plástico en su camiseta. 

“Rivers” 

Cuando llegaron a dónde habían llevado a Roier, este parecía un gato asustado y aferrado a su asiento. Podía ver su cabello encrespado y todo. Gracias a dios, pronto aparecieron Aroyitt y Mayichi para retocar su maquillaje y arreglarle el peinado. También una de las chicas del Staff puso un bellísimo ramo de Amapolas rojas en sus tensas manos.

— Muy bien, Melissa. Repasemos… —Habló Rivers mientras levantaba un librero en su mano para comenzar a leerlo muy brevemente.— Los músicos empiezan a tocar, suenan las campanadas, entras por el pasillo, ansiosa y emocionada (puedes darnos una gran sonrisa, ¿Sí?), ves a tu futuro esposo en el altar, hacen contacto visual, apresuras el paso, llegas, el sacerdote hace las preguntas, ambos aceptan, se miran y-

— AHH-CHÚ —Y Mariana estornudó de la nada haciendo todo el ruido que fuera posible para luego levantar ambas manos excusandose ante la intensa mirada de la rubia.— Lo siento, hay mucho polvo por aquí… 

Rivers entrecerró sus ojos dudando de él antes de volverse hacia Melissa.

— Como decía; tú y tu pareja se miran y- —Nuevamente Mariana interrumpió con un repentino ataque de tos demasiado exagerado provocando que la más baja apriete el libreto entre sus manos y lo voltee a ver.— Tú y yo vamos a tener serios problemas. 

La voz robótica volvió a salir de los parlantes interrumpiendo la amenaza de Rivers y anunciando que todos fueran a sus lugares. 

El corazón de Roier se detuvo por un milisegundo. Ni siquiera había escuchado el dichoso “repaso” por estar imaginando todas las posibilidades de que eso fuera a salir mal. 

— Y-y-yo n-no, no p-puedo, no-

— Lleven a Melissa a su posición ¡Rápido! 

Ordenó la rubia y Roier sintió que era arrastrado nuevamente por el Staff hasta llegar a la entrada de una iglesia. Alguien enderezó su espalda mientras Aroyitt terminaba de arreglar su cabello y alguien más rociaba con un poco de agua las flores en sus manos para que se vieran más naturales. 

En un instante todas esas personas lo abandonaron. Pudo escuchar la voz de Aroyitt deseándole suerte, o diciéndole que se rompa una pierna… o que no se rompa una pierna. No lo sé. No la había escuchado bien por el fuerte ruido de su inminente fracaso detrás de aquella puerta doble de madera oscura. 

La voz de un megáfono comenzó una cuenta regresiva hasta llegar al final y exclamar “Acción”. 

Roier apretó el ramo entre sus manos, sus ojos se humedecieron y las puertas se abrieron de par en par delante suyo. Los actores que hacían de invitados se voltearon a verlo, incluso sus padres que estaban en primera fila junto con la mujer que había actuado de novia en el primer comercial. Todos esperando a que entrara. 

Los instrumentos comenzaron a tocar. 

Se escucharon las campanadas. 

Y Roier…

Roier no se movió. Ni un milímetro. Es más, ni siquiera lo intentó. 

Sus manos apretaban fuertemente el ramo, no parpadeaba y sus piernas temblaban bajo la falda, mientras que su mirada estaba firmemente puesta en la cámara que era sostenida en frente suyo. 

— ¡Corte! ¡CORTE! 

Exclamó un hombre de la edad de sus padres haciendo que las camaras se apagaran y Roier por fin pudiera respirar. 

Se apoyó con ambas manos sobre la puerta a su costado, llenando sus pulmones del poco aire que había perdido en esos minutos cuando el hombre llegó.

— Ro- ¡Mel! Melissa, querida… —Dijo el hombre soltando una risa nerviosa ante su casi catastrófica equivocacion.— ¿Qué diablos acaba de pasar ahí? 

Roier enfrentó al hombre con un rostro afligido y cansado. Estuvo a punto de balbucear unas torpes disculpas y huir de ahí, pero antes de que hiciera eso, dos manos aparecieron detrás suyo para tomarlo por los hombros.

— ¡Maximus! Amigo, tienes que disculparla. Melissa está un poco nerviosa, ya sabes, es su primera vez. Jaja. —Explicó Mariana presionando un poco de más los hombros del menor. Luego se puso a su lado y le dió una mirada que hizo a Roier tragar en seco.— Melissa no quiere decepcionar a nadie y lo va a volver a intentar, ¿Sí? 

La mirada perdida y asustada del más joven no le dió mucha confianza al director.

— ¿Estás seguro? 

— ¡Sí! ¡Claro que sí! ¿Tú qué dices, Meli? —Roier abrió su boca para responder pero Mariana no lo dejó hacerlo.— ¡Mira! Si hasta se quedó sin palabras de la emoción. ¡Qué chica tan entusiasta! 

Maximus suspiró y se acarició las sienes antes de dar una respuesta final.

— Está bien. —Luego se volteó a su asistente, Rivers.— Que todos vuelvan a sus lugares. Retomaremos desde el principio. 

Rivers sacó un megáfono de, vaya a saber dónde, y repitió las palabras de su jefe antes de que ambos se retiraran. 

Cuando las puertas se volvieron a cerrar, Mariana giró exageradamente a Roier hacia él.

— ¡Escúchame, tú puedes hacerlo!

— ¡No, no puedo!

— ¡Sí que puedes, pendejo! La sangre de un artista corre por tus venas. ¿Eres un Luzuriaga o no? 

— L-lo soy…

Contestó dudoso. El manager se inclinó y fingió que no lo había escuchado.

— ¿Qué dijiste? 

Roier levantó su mirada y tomó una gran bocanada de aire.

— Soy un Luzuriaga.

— ¡Eso! ¡Repitelo, mien!

— ¡Soy un Luzuriaga! 

— ¡Eres un Luzuriaga! ¡Tú puedes hacerlo! —Volvió a exclamar mientras lo sacudía por los hombros.— Ahora vé allí, solo camina hacia adelante y deslumbralos a todos con tu sonrisa. ¿Sí? 

Roier asintió múltiples veces con la adrenalina recorriendo su ser, pero esa misma adrenalina se esfumó cuando Mariana lo soltó y lo dejó solo en frente de la gran puerta. 

Ahí estaba de nuevo. El pánico escénico invadiendo su cuerpo desde la cabeza hasta la punta de sus pies. 

“Vamos, Roier. Puedes hacerlo, eres un Luzuriaga.” Se dijo a si mismo mientras la misma voz de antes daba la señal para que comiencen. 

Las puertas volvieron a abrirse.

Los instrumentos volvieron a tocar. 

Y las campanadas se volvieron a escuchar.

“Solo sonríe y camina hacia adelante. Solo camina” 

Roier cerró sus ojos con fuerza y contuvo su nerviosismo lo más que pudo para atreverse a dar el primer paso.

La cosa es que solo pudo hacer eso, dar un solo paso. Porque al segundo, su horrendo tacón se enredó en la larga falda blanca del vestido y perdió el equilibrio. En cuestión de segundos Roier ya estaba de cara al suelo de la iglesia. 

La sorpresa fue tal que los músicos dejaron de tocar, se escucharon varios jadeos y luego todo fue puro silencio. Roier ni siquiera quería levantar su rostro por la vergüenza. Lo único que se pudo notar fueron sus orejas tiñéndose de rojo. 

El director se llevó una mano a la cara mientras su asistente suspiraba. Rivers tomó el megáfono una vez más y lo encendió:

— Por favor, arreglen su maquillaje y cabello. —Ordenó a ambas chicas encargadas que rápidamente se acercaron a Melissa.— ¡Nada de descansos! ¡Hay que hacerlo otra vez!

Así fue. Lo hicieron una, y otra, y otra, y otra vez. 

Y en cada una de esas veces Roier siempre encontraba la forma de “cagarla”, por así decirlo. No dejaba de temblar ni de paralizarse. Y claro, tampoco de tropezarse con la falda del vestido y esos estúpidos tacones. Incluso cayó encima de algunos actores de reparto por no poder caminar como una persona normal en vez de un ciervo recién nacido. Fue tanta la vergüenza que, al siguiente intento de toma no se resistió y trató de huir. Obviamente Mariana se encargó de traerlo a rastras de vuelta a su posición y de recordarle que había hecho una promesa con su hermano. 

Pff, Slime no estaba allí para ver qué su promesa se cumpla. Pero de todas formas Mariana se ocupó perfectamente de hacerlo sentir culpable por fallarle a su hermano mayor. 

Por eso, debía intentar dar lo mejor de sí mismo. Era ahora o nunca. 

¡Dios! Solo era caminar por un pasillo. ¿Por qué de repente su cuerpo se tenía que comportar extraño cuando encendían las cámaras? 

— Todos a sus lugares… —Anunció Rivers desde el megáfono con una voz cansada mientras el director se encontraba completamente desplomado en su asiento.— Toma quince.

“Vamos, Roier. Puedes hacerlo. Tú puedes hacerlo” se animó a sí mismo.

Estaba cansado de fallar. Estaba cansado de caer ante el mínimo error. 

Solo tenía que llegar al altar. 

¿Qué importaba si estaba vestido de mujer en contra de su voluntad? 

Si lo hacía bien, eso acabaría pronto. Sus padres se pondrían felices, su hermano estaría satisfecho, Mariana dejaría de ser como un grano en el culo y volvería a casa, a su hermosa cama y su cuarto repleto de cómics. 

“Solo hazlo Bien”

— ¡Acción! 

Aquí vamos de nuevo.

Puertas abiertas. Música. Campanas. Ya hasta se había memorizado la melodía. 

Roier respiró hondo, cerró los ojos y tomó una parte de la falda de su vestido para levantarla, así evitando una próxima caída. 

Entonces, dió el primer paso.

Su mirada se mantuvo alzada hacia el frente, más bien, en el ventanal de colores que decoraban la falsa iglesia para poder ignorar la gigantesca cámara que colgaba enfocandolo solo a él. Era un poco difícil, pero ya de tantas veces de haber hecho el ridículo frente ella uno comenzaba a acostumbrarse, ¿No? 

Bueno… algo así. 

Solo debía seguir caminando con una sonrisa temblorosa sin darle importancia a las reacciones involuntarias de su cuerpo al pánico escénico. Y para su sorpresa, lo estaba logrando. 

Daba un paso tras de otro mientras las miradas se posaban en él, quizás deseando que no volviera a meter la pata. Logró hacer contacto visual con sus padres al llegar a la primera fila.

Luzu se limitó a asentir extendiendo las comisuras de sus labios levemente mientras que Quackity alzó sus pulgares hacia él con una enorme sonrisa. Quiso reírse de lo diferentes que eran entre sí y esa simple acción le dió más fuerza de voluntad para que siguiera caminando.

Ahora sentía la mirada de todos en su espalda. Las sentía como un gran peso en los hombros pero pronto se sacudió esa idea de la mente.

Tenía que lograrlo. Estaba tan cerca. 

Llegó a los escalones del altar, miró hacia abajo y apretó las manos en su falda blanca antes de subir el primer escalón.

Pero cometió un grave error cuando volvió a levantar la vista. 

Dos amatistas lo miraban con demasiada atención encontrándose con las avellanas con destellos de miel. Era ese tipo. El pelinegro que le llevó flores al camerino. Claro, ese era su “futuro esposo” falso. 

Y Roier solo tenía que llegar a él, tomar sus manos y fingir una boda. Fácil. 

Sí, se oía bastante fácil si no se hubiese puesto nervioso con esa simple mirada atenta provocando que se sonrojara, pisara mal con su tacón alto y se derrumbara justo en frente de él. 

Esta vez pudo detener el inminente golpe de su rostro contra el suelo poniendo sus manos antes de que llegara. 

Pero eso era todo. 

Ya la había cagado otra vez.

— ¡CORTE! ¡DETÉNGANSE AHORA! —Rugió la joven rubia por el megáfono asustando a alguno de los presentes cuando dejó caer el mismo e intentó acercarse a Melissa. Por suerte, Mariana y el director la detuvieron antes de que ocurriera un homicidio.— ¡Sueltenme! ¡Sueltenme que la voy a matar! 

Maximus logró tomar el megáfono para hacer un último anuncio.

— ¡Todos tranquilos! ¡Todo está bajo control! Vamos a tomarnos un descanso, ¿Sí? 

Roier juraba que escuchó un suspiro de alivio en unísono de todos los presentes antes de que comenzaran a abandonar sus posiciones. Incluso él soltó el aire retenido en sus pulmones. Pero lo que sentía no era alivio. Estaba muy alejado de eso.

Cerró sus ojos con fuerza y dejó caer su frente sobre el suelo permitiendo que la vergüenza, el pánico y la frustración tomaran por completo su cuerpo, manifestándose en pequeñas lágrimas que se acumularon a los costados de sus ojos. 

Increíble. No había cambiado nada en quince años. 

Lo único que faltaba es que mojara sus pantalones. O bueno, su vestido.

— Ro-

Su padre preocupado, intentó acercarse pero Luzu le cubrió la boca cuando casi comete el error de exponer su verdadera identidad delante de tantas personas. Y mientras escuchaba la pequeña disputa de sus padres detrás suyo, alguien se aclaró la voz.

Roier no quiso levantar su mirada. No quería verse más patético de lo que ya lo era. Pero terminó haciendo caso cuando una mano se posó en su hombro con delicadeza. 

Se secó las lágrimas con el dorso de su mano y se encontró con el portador de aquellas amatistas inclinado en frente suyo. Su rostro volvió a tomar color.

— ¿Estás bien? 

La castaña apretó sus labios sin poder decir ni una palabra por el molesto nudo que había en su garganta. Igualmente asintió desviando la mirada.

Spreen hizo una mueca sin creerle, podía ver los rastros de lágrimas en sus mejillas. Así que no dudó en extender su mano hacia ella como un silencioso gesto ofreciéndole su ayuda. 

Melissa observó su mano por unos largos segundos antes de darse por vencida y tomarla. El chico la ayudó a ponerse de pie y ella lo soltó para sacudir la falda del vestido deshaciéndose del polvo. Sus manos temblorosas volvieron a delatarla.

Spreen quería decir algo. Pero no sabía exactamente qué. Tenía que decir algo que pudiera ayudar a la más jóven con su nerviosismo.

Y cuando separó sus labios, una voz quebradiza lo interrumpió:

— L-lo siento.

Roier se esforzó en decir aquellas palabras con la voz más femenina que pudo. Realmente se sentía tan apenado de que las cosas estuvieran saliendo tan mal. 

Y todo era su culpa.

— Eu, tranqui. No tenés que disculparte por eso. —La mirada avellana brilló hacia él con sorpresa.— ¿En serio pensaste que iba a salir todo bien a la primera? 

Realmente no, respondió en su mente soltando un corto suspiro. 

Pero tampoco creyó que tendrían que repetir su entrada más de diez veces. No podía ser tan patético. 

— Lo entiendo. Es tu primera vez y estás nerviosa. Pero tampoco tenés que mortificarte con eso. Mirá… —El más alto rebuscó algo en su bolsillo mientras hablaba.— Yo también he estado en tu lugar muchas veces. 

— ¿En serio?

— Sí, obvio. Nadie se convierte en un buen actor sin pasar por estas cosas antes. —En eso, Spreen finalmente sacó lo que tanto buscaba en su bolsillo pero lo mantuvo en su puño cerrado.— Cada vez que estaba nervioso esto fue lo que me ayudó a superarlo. 

La joven separó sus labios expectante de lo que el chico iba a mostrarle en su mano.

¿Qué podría ser? 

¿Un botón de pánico? 

¿Un juguete para la ansiedad? 

¿Una… ?

¡¿Una droga?! 

No, no, no. Roier no consumiría ninguna droga. ¡Dios! 

Pero todas sus ideas se vieron desplazadas cuando Spreen abrió su mano mostrando el contenido en ella y…

— Una… ¿Canica? 

Melissa miró la pequeña esfera y luego volteó a verlo como si se tratara de una broma.

— Oh, no. No es cualquier canica. —El actor la deslizó por sus dedos.— Esta fue la primer canica que me regaló mi abuela. Ella decía que era única y especial porque podía hacer desaparecer los nervios como por arte de magia. Solo tenés que apretarla en tu mano, acercarla a tu pecho y contar hasta diez. Funciona, te lo aseguro. 

Le tendió la pequeña canica a la joven, quien la tomó con su mano libre dudando de las palabras del pelinegro. Aún así la acercó y observó a detalle. 

Tenía un color marrón mezclado con dorado. A Roier le parecía muy bonita. 

— Dale, fijate. No perdés nada con intentarlo. 

Roier no era una persona que creyera mucho en la magia. Existían cosas que eran difíciles de explicar, claro. Y lo único que podías hacer era respetarlas. Pero no estaba muy seguro de que una canica le quitaría el pánico escénico. 

Frunció el ceño y volvió a levantar su mirada hacia Spreen. 

No conocía en nada a ese chico pero debía admitir que estaba actuando muy convincente con toda esa situación…

...

¿Y si era verdad? 

Hizo una pequeña mueca con sus labios, tomó aire y se rindió. 

Tenía razón. ¿Qué perdía con intentarlo?

Apretó la pequeña esfera en su mano y la acercó a su pecho.

— Ahora cerrá los ojos y contá hasta diez.

Siguió las instrucciones y empezó a contar mentalmente.

1, 2, 3

A la mierda. Esto no iba a funcionar.

4, 5, 6

Estaba perdiendo el tiempo, definitivamente lo estaba haciendo.

7, 8

Mmm… Esto…

9

Raro.

Y 10.

Mágicamente su mente se quedó en blanco. Abrió sus ojos de forma lenta y ya no sentía su cuerpo hecho un desastre. En realidad, se sentía…

Tranquilo

— ¿C-cómo…? 

— ¿Ves? Te dije que era mágica. —Respondió Spreen con una sonrisa orgullosa.— Ah, y para no perder la costumbre…

El actor acercó su mano hacia el ramo de Amapolas rojas que la joven aún sostenía y le robó una. La giró entre sus dedos y dió un paso hacia delante para acomodar la flor roja en el largo cabello castaño. 

— Al menos esta no tiene un insecto que vaya a volar a tu nariz. 

Roier no tuvo tiempo para reaccionar. Solo observó el gesto con asombro y curiosidad hasta que cayó en cuenta de a lo que se refería. Entonces bajó la mirada y soltó una ligera y corta risa al recordar ese momento. 

El único buen recuerdo que mantenía de aquel tortuoso día. 

Spreen por su parte volvió a alejarse, satisfecho con lo que había logrado.

— ¡Muy bien! ¡Todos regresen a sus lugares! —Anunció Maximus desde el megáfono.— Lo intentaremos una vez más desde cero.

Luego de apagar el megáfono comenzó a rezar en murmullos para que todo saliera bien esta vez. 

Roier apretó la canica en su mano y respiró hondo antes de volver a su posición detrás de las enormes puertas. 

Tenía que usar esa nueva calma para lograrlo. Ninguna toma más. Tenía que hacerlo ahora. 

Él podía hacerlo. 

“Yo también he estado en tu lugar muchas veces”

La voz del actor resonó en su mente.

“Esto fue lo que me ayudó a superarlo” 

Si esa canica pudo ayudar a un chico como ese, alguien que había hecho infinidad de trabajos así, entonces también podría ayudarlo a él. 

¡Acción! 

Las puertas, la música y las campanas.

Roier dió el primer paso con una valentía que no se vió en las anteriores tomas fallidas. Y el segundo paso fue igual. Solo titubeó cuando llegó a mitad de camino y por el rabillo del ojo se cruzó con su peor pesadilla. 

Esa odiosa cámara. 

Sus pasos se detuvieron y su mirada se paseó dudosa por el set de grabación, así fue hasta que las avellanas volvieron a encontrarse con las amatistas esperándolo en el altar. 

La cámara no apuntaba a Spreen así que este logró modular un “calma” con sus labios sin emitir sonido alguno. Y una pequeña sonrisa se formó en los labios de Roier antes de que siguiera caminando.

Ese chico era realmente amable. Creyó que sería igual de coqueto que en el camerino pero en realidad era muy amable. 

Roier llegó a los escalones del altar.

Bueno, seguramente lo era porque pensaba en él como una chica bonita, tal y como lo había dicho Mariana. Pero a pesar de eso, ¿Quién se preocuparía tanto en ayudar a un desconocido (desconocida en este caso) con sus nervios? 

Subió el primer escalón. 

En serio, en serio era un buen chico. Quizás hasta podrían ser amigos si la cosa fuera diferente. 

Cuando estaba terminando de subir, una mano se extendió en frente suyo.

La mano de Spreen.

La sonrisa de Roier creció. Sin duda la tomó aceptando su ayuda y quedando justo en frente suyo. 

Era un muy buen chico. Agradable y amable. Esas palabras se repetían en su cabeza sin escuchar lo que la tercera persona entre ellos estaba diciendo. 

Quizás debió hacerlo, se hubiese evitado muchas cosas.

— Ya puede besar a la novia.

Roier asintió como si escuchara esa frase normalmente en su día a día. Ya saben, como cuando dicen “Es hora de almorzar” o “Hola, ¿Cómo estás?”. Y cuando se dió cuenta de lo que eso significaba ya era demasiado tarde.

Abrió los ojos de par en par. 

— Espere, ¿Qu-

No pudo terminar de hablar cuando una mano se posó en su mejilla con la misma delicadeza con la cual había reposado en su hombro solo minutos atrás. Pero eso no fue lo que lo calló.

Sin duda, lo que realmente lo hizo callarse fue el par de labios finos que se posaron suavemente sobre los suyos dando inicio a un dulce beso. 






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