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02. SOOBIN


Soobin estaba feliz. Aquella noche había quedado con sus amigos para ir a una discoteca de las afueras de la ciudad. Llevaba tiempo deseando volver a juntarse con ellos y beber hasta el amanecer, además, aquella tarde Jay le había confesado que había comprado unos gramos de “chocolate” a un amigo de su primo que acababa de entrar a la universidad.

—¡Hoy no puedes faltar por nada del mundo, Soobin! —La voz de Jay a través del teléfono sonaba entre suplicante y autoritaria—. No veas lo que me ha costado conseguir los carnet falsos para nosotros cuatro. Ese cabrón de Sunghoon no para de sablearme —se quejó—. Yo creo que me tima.

Soobin rió.

—¿Estás seguro que nos creerán cuando digamos que tenemos mayoría de edad? —preguntó divertido—. Sunoo sigue teniendo carita de bebé.

Jay suspiró.

—Por eso he pagado 50 000 wones por esos carnet, Soobin —rechistó—. Que por cierto, todavía me debes el dinero —añadió—. No vaya a pasar como en Halloween que tardaste cinco meses en pagarme el alcohol de ese día, y eso que por encima te faltaron 10 000 wones que nunca me devolviste —le recordó.

Soobin rodó los ojos.

—Cállate —pidió amasándose la sien con los dedos—. Me da dolor de cabeza cada vez que te pones en plan cobrador de impuestos.

—Me da igual —cortó Jay—. En resumen, hoy sí o sí te quiero en una hora dónde siempre. Llevamos dos semanas sin vernos por culpa de tu madre.

Soobin resopló.

—Ya sabes que no me deja salir en épocas de exámenes —le recordó—. La última vez que reprobé por salir la noche anterior, me lanzó la zapatilla con tanta puntería, que me dio en toda la cara.

Jay contestó algo a través del teléfono pero Soobin fue incapaz de escucharle debido a los gritos de su madre llamándole desde la planta de abajo.

—¡Soobin! —volvió a gritar su madre—. ¡Baja un momento!

Soobin rodó los ojos y resopló.

—Jay, te tengo que colgar —le informó—. El demonio me llama.

—Más te vale venir hoy, no acepto un no por respuesta—le amenazó—. Y trae los 50 000 wones de los carnet si no quieres quedarte en la calle.

Soobin hizo oídos sordos a la última frase de Jay y colgó la llamada.

—¡SOOBIN, QUE BAJES YA!

—¡QUE YA VOY, MAMÁ!

El moreno salió de su cuarto y bajó de dos en dos las escaleras de su casa, dirigiéndose hacia la cocina. Cuando llegó, le extrañó ver a su madre con un hermoso vestido de noche en vez del roñoso delantal que siempre utilizaba.

—¿Por qué estás así vestida? —preguntó Soobin. En cierto modo, ver a su madre con ese vestido le inquietó. Verla así vestida solo significaba una cosa…

—Tu padre y yo vamos a salir esta noche —respondió su madre, haciendo que la inquietud de Soobin aumentara aún más—. Vamos a cenar con los Park, así que te quedas a cargo de Haneul hoy.

Haneul era su hermanita pequeña de seis años. Soobin adoraba cuidarla, ya que era una niña muy dulce y tierna que nunca le daba problemas. Pero aquella noche comenzó a odiar el tener una hermana.

—¡Pero mamá, no puedes hacerme esto! —protestó Soobin—. Iba a ir con Jay y los chicos a…

—¿A emborracharte otra vez para llegar pasadas las 5:00 am como siempre? —rebatió su madre—. Ya sabes que no me gusta esa gente con la que te juntas. Tú no eres así.

Soobin resopló.

—¡Pero llevo dos semanas sin verlos!

—Y cómo sigas así serán más de dos semanas —le amenazó—. Y no te quejes que al menos nunca te he prohibido ir con ellos.

—¿Y no pueden quedar con los Park otra noche? —insistió Soobin—. O si no…

Pero la mirada afilada que dirigió su madre le hizo callarse. Cuando su madre le miraba así sabía que estaba todo perdido. Era mejor no enfadarla o acabaría convirtiéndose en una diana con patas para su zapatilla.

Soobin resopló. Ahora tendría que llamar nuevamente a Jay y aguantar otra charla insoportable de él sobre lo harto que estaba de que no acudiera a la mayoría de las quedadas con ellos. O también podría ahorrarse esa discusión y no llamarle. Eso es. Eso haría.

Se despidió a regañadientes de sus padres y se dirigió hacia el piso de arriba, a la habitación de su hermanita. Al fin y al cabo, no tenía nada que hacer.

Abrió la puerta y se encontró con una chiquilla de cabello negro sentada en el suelo, jugando con unas muñecas. Cuándo la pequeña se percató de su presencia, miró hacia él con ojos brillosos y le sonrió mostrando unos hermosos hoyuelos.

—¡Oppa! —La niña dejó sus muñecas en el suelo sin cuidado y corrió a abrazar a su hermano—. Mamá me dijo que hoy me cuidarías, ¿podemos ver una peli? —pidió.

Soobin sonrió correspondiendo al abrazo de su hermanita. La alzó en brazos y bajó con ella hacia el salón.

—¿Entonces te apetece una noche de pelis? —preguntó mientras la sentaba en el sofá.

La niña asintió animadamente. Soobin rió y agarró el mando de la televisión.

—De acuerdo —accedió—. Pero no pienso poner ninguna peli de princesas Disney —le advirtió con tono divertido.

Haneul hizo una pequeña mueca y Soobin le revolvió el pelo. Encendió la TV y se levantó del sofá dirigiéndose hacia el armario del salón. Sacó una caja llena de DVDs y la dejó sobre la mesilla del salón.

—¿Qué deberíamos ver hoy? —le preguntó Soobin sentándose junto a ella.

Haneul revolvió la caja con sus pequeñas manitas, alcanzó una de las películas y se la mostró a su hermano, sonriente.

—¡Esta!

Soobin suspiró.

—No —negó mientras le quitaba el DVD de sus manos y volvía a guardarlo en la caja—. Hemos visto “Barbie y la costurera” miles de veces. Además, te he dicho que nada de princesas —añadió.

La pequeña hizo una mueca de enfado y cruzó los brazos.

—Dijiste nada de princesas Disney —rebatió—. Barbie no es una princesa Disney.

Soobin resopló y rodó los ojos. Adoraba a su hermanita, pero a veces detestaba lo inteligente que podía llegar a ser a pesar de su corta edad.

—¿Y si vemos otra? —probó Soobin—. ¿Qué te parece Scooby Doo?

Pero la pequeña negó con la cabeza.

—Quiero esa.

Soobin suspiró nuevamente y accedió:

—Está bien. Ponemos Barbie —desistió—. Pero el próximo día veremos lo que yo quiera.

La pequeña aplaudió fervientemente y abrazó a su hermano mayor.

—¡Eres el mejor, Soobin-oppa!

Soobin puso la película y fue a la cocina a por palomitas y dulces. Sabía que su madre le acabaría riñendo si se enteraba que daría de cenar eso a Haneul pero, ¿qué más daba? Su madre no estaba ahí para echarle la bronca. Debía ser un buen hermano para Haneul y, ¿qué mejor hermano que uno que le dejaba poner las pelis que ella quisiera y además le daba dulces para cenar?

En cuanto Soobin puso las palomitas en el microondas, comenzó a notar una vibración procedente del bolsillo de su pantalón. Sacó su teléfono y observó el nombre de la pantalla, dudando entre contestar o no. Al final lo hizo.

—¿Sí? —preguntó.

—¡Soobin! —La voz de Jay a través de la línea sonaba furiosa—. ¿Dónde narices estás? ¡Llevamos casi una hora esperándote en el parque!

Soobin tragó saliva. Sabía que Jay volvería a enfadarse si no salía esa noche pero no había nada que pudiera hacer, así que pensó que lo mejor que debía hacer era decirle la verdad para que al menos no fueran a esperarle en vano.

—Mis padres me han dejado a cargo de Haneul esta noche —confesó—. Se han ido a cenar fuera y debo cuidarla. Lo siento, no me esperen.

Jay resopló al otro lado de la línea.

—¿Y no puedes venirte cuando Haneul se duerma? —sugirió—. Tu hermana nunca da problemas y por una noche que se quede sola no pasará nada.

Soobin dudó. ¿Y si algo llegaba a pasar mientras ella estaba sola?

—Venga, Soobin —insistió Jay—. Hace mucho tiempo que teníamos planeada esta noche. Vamos a ir a la mejor discoteca de Seúl, ¿tú sabes la cantidad de chicas buenas que hay en ese lugar? Va a ser una noche inolvidable, Soo. Te vas a acabar arrepintiendo de no venir.

Soobin se mordió el labio inferior. Era cierto que Haneul nunca había dado problemas. Es más, una vez se dormía no solía despertarse por la noche y, además, sus padres volverían tarde. No tenía porqué enterarse nadie. Jay tenía razón: si no acudía esa noche, probablemente fuera a arrepentirse toda su vida. Conocía a sus amigos y seguro iban a estar durante todo el curso restregándole en la cara la cantidad de chicas con las que habían estado esa noche. Y Soobin no quería quedarse atrás.

—Dame una hora —accedió el pelinegro—. Voy a ver “Barbie y la costurera” con Haneul, conociéndola se dormirá antes del final. La llevaré en brazos a la cama e iré para allá. Espérenme en la discoteca. Los llamaré cuando llegue.

—¿Qué vas a ver qué? No me dig… —comenzó estupefacto Jay, pero Soobin ya había colgado el teléfono antes de que este pudiera terminar la frase.

Soobin no podía evitar sentirse inquieto. Su pierna derecha no paraba de moverse y había comenzado a morderse las uñas. La película acababa de terminar y su pequeña hermanita estaba dormida en un rincón del sofá. Era el momento, pero… ¿de verdad iba a hacerlo?

Decidido, se levantó del sofá y alzó a su hermanita en brazos. La niña, al notarlo, se despertó.

—¿Oppa? —preguntó somnolienta mientras un bostezo provocaba que su boquita se abriera ampliamente.

Soobin sonrió.

—Shh —susurró mientras subía la escalera rumbo al dormitorio—. Vamos a dormir.

La pequeña asintió levemente y con sus brazos rodeó el cuello del mayor, apoyando la cabeza en el hombro de este.

Soobin abrió la puerta con cuidado de no dejar caer a Haneul y entró en el cuarto. Dejó suavemente a la niña sobre el colchón y la tapó con cariño. Cuando iba a darse la vuelta para abandonar la habitación, la pequeña le llamó.

—¿Puedes dormir conmigo? —pidió—. Mamá y papá no están y tengo miedo.

Aquel nudo en el estómago de Soobin volvió a resurgir. El moreno se mordió el labio inferior, pensativo, mas se giró hacia ella, mostrando una dulce sonrisa, eliminando todo rastro de preocupación que segundos antes habían surcado su rostro.

—Creí que ya eras mayor para dormir sola —musitó sonriéndole.

La niña hizo una mueca que a Soobin le pareció muy tierna. Soobin sonrió y recordó que él solía hacer lo mismo cuando era pequeño. Familiares y amigos cercanos siempre se sorprendían de lo mucho que se parecían ambos hermanos en gestos y personalidad.

—¿Y si encendemos a Rex? —preguntó Soobin, agarrando la lamparita en forma de dinosaurio que había sobre la mesilla de noche.

La pequeña asintió animadamente y Soobin se agachó frente al enchufe para conectar la lamparita. De pronto, el dinosaurio se encendió, iluminando levemente la habitación.

—¿Así mejor? —preguntó Soobin.

La pequeña asintió y Soobin terminó de arroparla, dándole un dulce beso sobre su frente.

Una vez comprobó que la pequeña se había dormido, salió por la puerta rumbo a su habitación.

A esas horas la calle estaba desértica y hacía frío. Soobin se abrazó a sí mismo con sus brazos intentando entrar en calor. Mierda, debería haberse abrigado más. De pronto, el estruendoso sonido de su móvil sonando y rompiendo el silencioso ambiente casi le provocó un infarto. Buscó torpemente el aparato en los bolsillos de su pantalón y contestó, no sin antes realizar una maniobra extraña con sus manos para evitar que el teléfono se estampara contra el suelo.

—¿Sí? —preguntó temeroso.

Su corazón latía a mil. No sabía si era por el susto que se había dado al ver que casi rompía su móvil, o el miedo que le provocaba la idea de que su madre  descubriera lo que había hecho.

—¡Soobin! —En cierto modo, que el dueño de la voz fuera Jay, le tranquilizó—. ¿Dónde narices estás? ¿Vas a venir o no?

—Sí —respondió a medida que aceleraba el paso—. Estoy cruzando el parque. En nada llego.

—¿Al final has dejado a tu hermana en casa? —preguntó Jay.

Soobin soltó una carcajada que sonó más bien a una forma de reducir su ansiedad.

—No —contestó sarcástico—. La llevo conmigo.

Jay suspiró a través de la línea. Soobin podría jurar que en ese momento Jay estaba rodando los ojos, exasperado.

—Déjate de tonterías y mueve tu culo hasta aquí —le apuró Jay—. Nos estamos helando de esperarte.

Soobin entornó los ojos, divisando cuatro figuras oscuras al fondo de la calle. Uno de ellos estaba un poco más apartado del grupo, sujetando lo que parecía ser un teléfono móvil en su oreja.

—Espera, creo que los estoy viendo. —Soobin agitó su mano derecha animadamente intentando hacerse notar entre la distancia.

El chico del teléfono móvil dirigió una mirada hacia él.

—Te veo —respondió a través de la línea y tras eso, el pitido de fin de llamada comenzó a sonar.

Soobin guardó el celular en el bolsillo de su pantalón y aceleró el paso hasta llegar a ellos. Una vez saludó a todos y aguantó la regañina tanto de Jay como de Sunghoon, el grupo entero avanzó hacia la discoteca.

En ese momento, todos sus amigos parecían tranquilos charlando animadamente, menos Jake quién, mordiéndose las uñas, preguntó:

—¿Creen que los carnet falsos funcionarán?

—Funcionarán —le tranquilizó Sunoo.

—¡Tú eres el que menos tranquilo debería estar!

—¿Qué insinuas?

Sorprendentemente los carnet falsos de Sunghoon habían funcionado, ahora los cuatro chicos se encontraban dentro de aquel antro. La música sonaba alto y las luces de colores más los olores extravagantes inundaban todo el lugar.

Rápidamente la adrenalina de lo prohibido se adueñó de su cuerpo y Soobin se olvidó de todo lo que había dejado atrás: la discusión previa con su madre, sus malas notas del instituto y sus obligaciones como hermano mayor. Ya nada de eso importaba. Ahora la noche se resumía a él y sus cuatro amigos: Él también tenía derecho a divertirse, a la mierda sus padres.

Los minutos fueron pasando desde su llegada y los vasos de plástico se fueron llenando una y otra vez de diferentes licores y mezclas. La visión fue tornándose borrosa, la música ensordecedora, el equilibrio endeble y las acciones cuestionables. Pero ese es el punto de las fiestas, ¿no?

No pasó mucho tiempo para que todos de aquel lugar terminaran igual de ebrios y drogados, o en sus palabras, pasándola bien.

Sunoo y Jake estaban teniendo un duelo de shots en el bar y ninguno parecía querer dejarse. Sunghoon se había escabullido cerca de una esquina con una universitaria para hacer de las suyas, mientras que Soobin y Jay estaban en el patio terminándose una cajetilla de cigarros entre los dos, mientras conversaban y bebían vodka con otros chicos más.

Conclusión: Receta para el desastre.

De pronto, dos chicas muy atractivas y jóvenes, pero no lo suficiente para menores como ellos, se acercaron coquetamente a ellos para proponerles "bailar".

Por supuesto que no se negarían, estaban demasiado ebrios como para pensarlo.

La rubia tomó a Jay de la mano y tiró suavemente de esta para conducirlo a pista de baile, del mismo modo hizo la alta morena con Soobin. Volviendo a los interiores, la música volvió a resonar en sus pechos. Todos bailaban eufóricos y ellos no se quedarían atrás.

Jay apegó a la rubia a su cuerpo tomando sus caderas, moviéndose contra ella al ritmo de la música. Soobin dejó de mirar para concentrarse en su acompañante. Felizmente para él, la pelinegra fue quien dio el primer paso, acercándose con picardía mientras bailaba y cantaba la canción.

Soobin era nuevo en estos temas, no sabía qué hacer o cómo actuar, se sentía nervioso y hasta incómodo, pero el alcohol hace maravillas. La pelinegra se acercó aún más y empezó a bailarle impúdica, Soobin se quedó congelado un segundo por la inexperiencia, pero no duró mucho,  pues la universitaria lo acercó del cuello y besó a Soobin. Él se dejó y pronto le siguió el ritmo al beso…

No supo cómo sucedió, pero de alguna forma terminó en las sillas del patio junto a sus amigos, cada uno con una chica diferente, él con la universitaria de antes fumando en sus piernas, sintiéndose gracioso y atontado.

Apenas podía seguir el hilo de la conversación porque le pesaba la cabeza, aún así se esforzaba. Rió con sus amigos y disfrutó del cigarro que le ofrecía aquella joven, pero de pronto sintió una vibración prolongada en el bolsillo de su pantalón. Supo que era una llamada, probablemente de sus padres o de algún amigo, como la estaba pasando bien, lo ignoró, sin embargó, la vibración era persistente. Ya a la cuarta llamada, Soobin se rindió, resopló y sacó el celular de su bolsillo para responder, no sin antes pedirle con amabilidad a la chica que se levantará de su regazo un momento.

Era su vecina, la señora Yim Yoojeon. ¿Que haría llamando ella tan tarde?

——¿Señora Yim? ——balbuceó somnoliento.

——¿Soobin? ¿Estás en casa? Llamé a tus padres también y tienen el celular apagado.

——S-Sí, ¿qué sucede?

——Oh, nada cariño, entonces me imagino que ya lo notaste y te encargarás de ello. Está saliendo humo de la casa. ¿Han hecho una parrillada o encendido la chimenea? Porque es mucho humo.

No hubo respuesta pronta.

——¿Soobin?

Un leve olor a quemado acompañado de una tenue luz en su habitación la despertó. La niña bostezó y se frotó los ojos sin saber qué pasaba. De pronto, observó como aquel dinosaurio que estaba posado en su mesilla comenzó a emitir leves chispas. La niña se acercó a él sin entender lo que ocurría. Cuando de pronto aquel objeto explotó, la pequeña gritó y se apartó hacia el otro extremo de la habitación.

Tan pronto como aquella lámpara se quebró, una fuerte llamarada comenzó a absorber la mesilla que la sujetaba, formando una enorme hoguera a su alrededor.

La niña volvió a gritar, esperando que su hermano le escuchara y le ayudara a escapar. Sin embargo eso no pasó. Tal vez él estaba dormido.

La pequeña decidió armarse de valor y salir corriendo por la puerta, abandonando su habitación antes de que esta se sumiera entre las llamas. Mientras corría por el pasillo, observó cómo una nube enorme de humo salía hacia el pasillo desde la puerta de su dormitorio.

Una vez llegó al cuarto de su hermano y abrió la puerta, se quedó paralizada.

—¿Oppa? —llamó, pero no obtuvo respuesta alguna.

Él no estaba allí. Tal vez se había enterado del incendio y se encontraba en esos momentos en la planta de abajo, utilizando el teléfono fijo para llamar a los bomberos... Con lágrimas en los ojos y aún con el miedo y la adrenalina en su cuerpo, Haneul salió corriendo por el pasillo escaleras abajo, sin parar de gritar el nombre de su hermano, buscando desesperadamente. Avanzó por toda la estancia, gritando y tosiendo por el humo del fuego que ya comenzaba a inundar toda la casa.

Los minutos fueron pasando y cada vez se le dificultaba más respirar con normalidad, se sentía fatigada y notaba como el sueño comenzaba a adueñarse de su cuerpo. Sin embargo, no se rendía. Debía encontrar a su hermano para poder huir juntos.

Pero él tampoco estaba ahí… Estaba segura que había mirado en cada recoveco de la casa, sin embargo, no había rastro de Soobin. Pero, él no podría haber huído sin ella, ¿verdad? Él no sería capaz… Tal vez había acudido a dónde los vecinos a buscar ayuda, tal vez los teléfonos de la casa no funcionaban por el fuego. Sí, probablemente era eso.

La pequeña volvió a toser y miró escaleras arriba, observando como el fuego había salido de su habitación y comenzaba a propagarse por todo el segundo piso. Sin parar de toser e intentando luchar en busca de oxígeno, la niña consiguió aferrarse a la puerta de la entrada para salir de aquel infierno. Agarró el manillar de la puerta e intentó abrir la puerta, sin éxito.

Haneul gimió de terror e intentó girar nuevamente el pomo desesperadamente, como si aquel trozo enorme de madera que la separaba de su libertad fuera a ceder en algún momento. Pero la puerta no se abría. Estaba cerrada con llave.

Gastando lo último de energía que le quedaba en su pequeño cuerpo, la niña corrió alrededor de la casa, tanteando las ventanas e intentando abrirlas una por una, pero estaban igualmente con el seguro con llave que Soobin había puesto antes de marcharse, pues temía que la pequeña se enfermara por la fría ventisca nocturna o que alguien quisiera entrar a robar.

No había escapatoria.

Finalmente, varios minutos después, la pequeña cayó al suelo agotada de toser y decidió rendirse al sueño. Antes de cerrar los ojos agradeció que su hermano estuviera bien y deseó con todas sus fuerzas que este volviera a tiempo con ayuda.

Porque su hermano volvería por ella.

Soobin salió corriendo de aquel antro ignorando los gritos de sus amigos a sus espaldas, especialmente los de Jay. Su corazón latía tan fuerte que sentía como si fuera a salirsele del pecho. Miró otra vez la pantalla de su teléfono, observando la decena de llamadas perdidas que tenía. Por suerte, ninguna era de sus padres.

Ignorando aquellos mensajes de notificación, marcó por décima vez el teléfono de su casa. Pero no había respuesta, ni siquiera daba un solo tono de llamada. Estaba claro que el teléfono estaba desconectado.

“O se ha quemado”, pensó.

Soobin sacudió su cabeza, alejando aquellos pensamientos de su mente. Haneul estaba bien, lo más probable era que hubiera conseguido salir de casa y en estos momentos estaba esperandole en el jardín, escondida entre los matorrales por el miedo. Además, seguramente no era para tanto, su vecina siempre tendía a exagerar. Probablemente llegaría a casa y estaría todo en orden.

Su celular seguía vibrando por la entrada de nuevas llamadas, pero no tenía tiempo para responder

A pesar de intentar tranquilizarse a sí mismo con aquellos pensamientos, notaba como aquel nudo que sentía justo en la boca del estómago iba haciéndose cada vez más y más molesto, provocándole alguna que otra náusea. Aquella sensación de que algo malo había pasado no desaparecía. Debía llegar a casa cuanto antes y comprobar que estaba todo bien. Que Haneul seguía allí.

Siguió corriendo por las oscuras calles sin importarle que todavía se sintiera mareado por el alcohol previamente ingerido. En varias ocasiones se había tropezado, pero había conseguido evitar la caída, no sabía si era porque todavía conservaba algún que otro reflejo o porque la desesperación que sentía en aquellos momentos le incitaba a seguir adelante a pesar de los obstáculos, como las ganas de vomitar que sentía.

De pronto, el agudo sonido de unas sirenas en la lejanía hizo retumbar el ambiente nocturno. Aquel molesto ruido hizo que los latidos de Soobin aumentaran la velocidad, al igual que sus pasos. Con el corazón en la garganta, giró la esquina de la manzana, rezando internamente para que todo fuera mentira y su casa se encontrara en el mismo estado en el que la dejó horas atrás.

Sin embargo, no fue así.

Soobin detuvo sus pasos al ver la imagen, incapaz de encontrar la fuerza interior suficiente como para continuar. Sentía como sus piernas comenzaban a flaquear y no respondían a sus órdenes de seguir adelante.

Junto a la entrada de su casa, o mejor dicho, de lo que era su casa, había varios furgones de bomberos y ambulancias aparcados y demasiada gente chismosa alrededor que no le permitía tener una vista clara de lo que sucedía. Varios sanitarios y bomberos estaban accediendo a la vivienda. Aunque ya no había llamas alrededor, la enorme humareda que salía de las ventanas seguía siendo visible y por lo tanto, dificultaba el acceso a lo que era su hogar.

Soobin pensó que estaba soñando, en parte por el adormecimiento provocado por el alcohol. No podía ser real.

Desesperado, buscó en el océano de personas a su hermana, preguntó al borde de un ataque de pánico a una por una, si es que habían visto a una niña pequeña, castaña, de ojos grandes y mejillas regordetas, si habían visto a su hermana. Cada "No, lo siento" fue una estocada extra a su corazón ansioso.

Al no recibir respuesta, se acercó trotando a las dos ambulancias que se encontraban allí e intentó acceder a su interior en un momento de desesperación, llevándose una bronca por parte de los sanitarios que ni siquiera escuchó. Cuando vio que no estaba allí, corrió hacia el jardín gritando su nombre, pero seguía sin haber rastro de Haneul.

De pronto, un pensamiento angustioso cruzó su mente, haciendo que ese molesto nudo en su estómago ascendiera hacia su garganta, provocándole náuseas. De repente se sintió completamente sobrio. No podía ser. Haneul no podía seguir en el interior de su casa, si así fuera, los bomberos ya la habrían sacado, ¿verdad? Entonces, ¿por qué no estaba por ninguna parte?

Sin pensárselo dos veces y esclavo de su desesperación. Soobin saltó los cordones policiales de la entrada y esquivó al personal que intentaba retenerle, con el único objetivo de acceder a la vivienda y buscar por sí mismo a su hermana. Sin embargo, justo cuando iba a cruzar el umbral de la puerta, un enorme cuerpo bloqueó su entrada, provocando que Soobin chocara contra él y cayera de culo al suelo.

No tardó ni dos segundos en levantarse e intentar volver a acceder a la vivienda, pero esta vez aquel hombre le retuvo con sus enormes músculos. Soobin se revolvió entre sus brazos, sin éxito.

—¡Súelteme! —empezó a llorar desesperado —. ¡Mi hermana sigue ahí dentro! —continuó, gritando aún más alto—. ¡Tengo que sacarla!

Volvió a intentar zafarse de aquel hombre, pero lo único que consiguió fue cansarse aún más. Aquella situación había conseguido hacer desaparecer todo el alcohol de su sangre, pero la debilidad y el mareo seguían todavía ahí, por lo que para el hombre no fue difícil mantener al chico sujeto.

—Suélteme...—repitió en un sollozo, esta vez en un tono de voz que se asemejó más a un susurro—. Mi hermana… Ella… —intentó continuar, pero sentía como si justo en ese momento hubiera perdido toda la fuerza. Se sentía débil.

Alzó la cabeza hacia el hombre que le retenía, derrotado. El hombre se mordió el labio inferior, observando con una mirada consternada.

—Lo siento mucho, chico —murmuró—. Intentamos de todo, pero ella…

Soobin dejó de escuchar al hombre en el momento en el que observó como una camilla visiblemente ocupada por un cuerpo bajo una sábana salía de la casa, acompañada por dos sanitarios que la arrastraban.

—¿H-Haneul?

Aquella imagen le dio las fuerzas suficientes para zafarse del hombre que le retenía y salir corriendo hacia la camilla.

—¡Haneul!

Soobin alcanzó a los sanitarios antes de que introdujeran la camilla en la ambulancia. Se puso delante de ellos, con las manos en alto, evitando que estos pudieran continuar su camino. Uno de los hombres intentó detenerle, pero lo que parecía ser una enfermera evitó que su compañero avanzara hacia el chico, agarrándole del brazo.

—Déjale. —Fue lo único que dijo, triste.

El hombre asintió con pesar y dejó paso para que el chico se acercara a la camilla. Soobin se situó a un lado de esta, incapaz de controlar el temblor de su cuerpo. Tragó saliva, mientras lentamente fue destapando la sábana que cubría aquel cuerpo, con sumo cuidado, con muchísimo miedo.

No había otra explicación, pero él tan solo estaba protegiéndose de lo obvio.

Soobin sintió como parte de su alma comenzaba a desgarrarse cuando aquella imagen de su hermana, con gran parte del cuerpo calcinado, se hizo visible ante sus ojos.

Sus ojos pequeños estaban cerrados, su rostro se veía grisáceo por el humo y la ceniza, y ese aura angelical desistió de dejar su cuerpo a pesar de que este estaba inerte. La niña se veía como un pequeño ángel incluso así. Y su hermano tan solo quiso morir.

Soobin jamás sintió un dolor similar, jamás. Sordo y agudo como ninguno, como si muchos clavos estuvieran retorciéndose en sus entrañas, como si alguien estuviera arrancándole el corazón en carne viva, como si estuviera muriendo…

Escuchó un pitido estruendoso en sus oídos, de fondo alaridos que exudaban el peor de los dolores, probablemente suyos. Como pudo agarró su pequeña manita, comenzó a llorar con más fuerza sobre el cuerpo. Dejó de sentir sus piernas y se dejó caer a la acera sin soltar esa mano tan pequeña que había sostenido tantas veces en el pasado con cariño, esa manita que ya no podría ver volver a besar o tomar nunca más culpa de su irresponsabilidad.

¿Por qué?

Su hermana estaba muerta y él había sido el culpable.

Soobin se secó de tanto llorar negándose a dejarla ir, sumido en sus pensamientos incriminatorios, queriendo morir, pero esto se vio interrumpido con un grito desgarrador que le obligó a apartar la vista del cadáver de su hermana.

Los siguientes segundos pasaron muy rápido. De pronto, vio a una mujer de vestido rojo caer al suelo con un llanto desconsolado y a un hombre corriendo hacia dónde estaba él, con una mueca de absoluto terror.

Sus padres habían llegado.

Nota:

¿Listos para conocer la historia de los demás? No se olviden de seguir a DrisStoica

Besos. Y nos vemos la próxima semana con Huening.

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