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01. YEONJUN

La familia Choi era la definición de "familia perfecta".

Su matrimonio siempre había sido estable, colmado de amor. Hacía menos de tres años que Choi Junho y Kwang Hyejin se habían unido en sagrado matrimonio, jurándose amor eterno frente a un altar, frente a su familia y tantos amigos, frente a las cámaras y prensa…

¿Qué se decía ahora de los Choi? Oh, estos estaban en su mejor época.

Choi Junho era el CEO de una de las constructoras más importantes de Corea, mientras que Hyejin, su hermosa esposa, era la hija primogénita de un inversionista millonario de gran escala. El dinero era su menor preocupación, pues vivían en la casa soñada de muchos, en el barrio más lujoso y privado.

Y eran felices, realmente lo eran.

O por lo menos eso les hacían creer a todos.

Porque dentro de la ostentosa morada, una historia diferente era contada.

La mujer estaba sentada en la taza del váter, observando aquel palito de plástico que yacía en sus manos, observando como si de alguna manera aquel resultado fuera a cambiar mágicamente.

Suspiró pesadamente. No podía ser. No ahora. No era el momento. Aquello debía ser un error pero, ¿eran posibles los falsos positivos? 

Oyó el sonido de unas llaves al moverse y segundos después a alguien entrando por la puerta principal. Se levantó rápidamente y tiró aquella prueba a la papelera del aseo. Se lavó la cara, borrando cualquier rastro de las lágrimas que minutos antes habían estado inundando sus ojos, luego salió del baño, huyendo de su pesadilla, como si nada hubiera pasado. Como si todo estuviera bien. 

Él no debía enterarse. Debía deshacerse de esa cosa que crecía en su interior cuanto antes. Debía huir de allí, sin ninguna carga. 

Bajó las escaleras para encontrarse con su marido, con aquel hombre que alguna vez había llegado a querer, pero que ahora, tan solo mirarle provocaba en ella ganas de vomitar. Todo parecía normal en él, salvo aquella marca roja que pudo vislumbrar en su cuello. Esa era nueva. 

—¿Has vuelto a estar con esa zorra? —preguntó sin tapujos, apretando la mandíbula por la rabia que sentía.

—Buenas noches —respondió él con calma—. Vengo cansado de trabajar, no quiero que empieces con tus tonterías, Hyejin. 

—¿Cansado de trabajar o de follarte a esa puta? —escupió la mujer. 

El hombre la miró fijamente con ojos intimidantes. 

—Basta —Había sido una amenaza.

La mujer apretó los puños con rabia. Lo odiaba, lo odiaba a morir. A él y a la puta de su secretaria. 

El hombre rodeó a su esposa, ignorándola, y se dispuso a subir las escaleras hacia el cuarto que todavía compartían. 

Con cada día que pasaba, la odiaba más. Había días que solo deseaba golpearla hasta callarla para siempre. Como aquella noche. Pero no podía hacerlo. Si esa zorra moría, él se metería en problemas. Y los problemas se hacen públicos muy rápido. Debían aparentar. 

Hyejin todavía seguía parada en el hall de aquella enorme casa, observando con odio como aquel cabrón subía las escaleras. 

"Pronto" pensó "pronto me iré de aquí". 

Apoyó la mano sobre su vientre todavía plano y lo miró con una mueca de asco. No dejaría que aquel feto viviera. Haría todo lo posible para abortarlo sin que él se enterara. Necesitaba empezar de nuevo.

Choi Junho dejó caer su maletín sobre la cama y suspiró. No recordaba cuando su matrimonio se había convertido en aquel infierno ni cuando comenzó a joderse todo como lo estaba actualmente. Cerró los ojos e hizo memoria: Ah, sí. Fue todo desde la aparición de Xiaoting, aquella hermosa secretaria procedente de Shangai que comenzó a trabajar para él un año atrás. Aquella mujer que había despertado en él aquellos sentimientos de deseo y lujuria que no pudo controlar.

Pero tal vez no fue su culpa, pensó. No completamente. Él no se hubiese ido con Xiaoting si su mujer hubiera sabido satisfacer sus necesidades adecuadamente. Eso es, él era inocente. La culpa había sido de ella por haber descuidado su matrimonio. Ella era la culpable. Sólo ella. 

Junho se dispuso a desabrocharse los botones de su camisa, aún sumergido en sus pensamientos, cuando de pronto, lo vio. Sobre la mesilla de su esposa había una cajita rectangular de cartón. 

Le pareció extraño, ya que aquella mujer vivía por y para la pulcritud de su casa. No tenía sentido que ella dejara algo sin recoger, sobre todo en SU zona de la habitación. 

Se acercó a la mesilla y la tomó. Aquel trozo de cartón se sentía liviano, como si estuviera vacío. Le dio la vuelta para comprobar de dónde procedía y de repente sintió palidecer. 

No podía ser. 

Abrió la caja con tanta fuerza que casi la rompió y lo único que pudo sacar de ella fue el papel doblado de las indicaciones del test. Entonces comprendió la situación. 

Comenzó a abrir los cajones de las mesillas, los armarios, a buscar incluso debajo de la cama y entre las sábanas. Todo para encontrar aquel dichoso cacharro. Necesitaba saber el resultado.

De pronto, se paró en seco. No tenía sentido que aquel test estuviera en aquella habitación. Si se necesitaba una muestra de orina lo más lógico sería que…

Salió corriendo de la habitación en dirección al lavabo y entonces ambos se encontraron de bruces. Hyejin observó con terror a su marido desde el final de las escaleras, viendo como este estaba a escasos metros del aseo. Debía detenerle. ¿Cómo había sido tan tonta de dejarlo ahí?

Hyejin corrió hacia su marido, decidida a evitar que este descubriera aquel secreto que debía guardar. Si él se enteraba, lo perdería todo y no podría escapar.

Se lanzó sobre él sin medir las consecuencias. Él era mucho más alto y fuerte que ella, estaba claro que la iba a apartar de la manera en la que lo hizo: con una facilidad que hizo que a ella le hirviera más la sangre. El golpe que se dió al caer contra el suelo dolió mucho más de lo que quiso aparentar. 

Intentó levantarse del suelo lo más rápido que pudo, incluso aunque eso le costara un gemido de dolor. Corrió hacia el baño, esperanzada porque él no lo hubiese encontrado todavía. Pero ya era tarde.

Ahí estaba Junho, parado en medio del enorme aseo, con la prueba en sus manos. Observó como sus músculos comenzaban a tensarse y entonces Hyejin lo supo. Supo que debía huir.

Era ahora o nunca.

Hyejin retrocedió y bajó por las escaleras lo más rápido que pudo. No se preocupó en recoger nada, ni siquiera en calzarse. Debía salir cuanto antes de aquel lugar. De aquella pesadilla.

Con lágrimas en los ojos vislumbró el enorme portón. Esperanzada alargó su brazo, a punto de tocar la manilla. Pero entonces sintió un dolor agudo en todo el cuero cabelludo y una fuerza que le hizo retroceder y doblarse sobre su espalda. Aquel hijo de puta la había agarrado del cabello.

Hyejin gritó, luchó, pataleó e incluso durante un momento consiguió zafarse de él. En cuanto se liberó, trató de arrastrarse hacia la salida, aunque en el fondo sabía que aquel hombre no iba a dejarla cruzar el umbral.

Y entonces escuchó un golpe seco que la hizo caer, y seguidamente, notó cómo su mejilla comenzaba a arder. Hyejin frotó su mano en el lugar donde había sido golpeada, con el fin de paliar el dolor. 

Junho la levantó del suelo agarrándole el cuello con fuerza desmedida, luego estrellándola con la misma contra la primera pared que tuvo a la mano. La obligó a mirarle; había miedo en los ojos de la mujer. Él podría matarla.

—¡¿Pensabas ocultármelo, perra maldita?! —le gritó a la cara fuera de sí —. ¡¿Qué ibas a hacer con ese niño?!

Hyejin colocó sus manos por sobre las de su agresor, tanteando por aire. La ostentosa sala de la casa Choi se reducía a la respiración alterada del hombre y a los estertores de su pobre esposa.

Hyejin pensó en algo para que el castigo fuera menor. Negó fogosamente con la cabeza, suplicándole con la mirada por aire.

——Sé que tú tampoco quieres al mocoso —logró decir apenas Hyejin. Ahora que había sido descubierta, tenía que convencerlo por las buenas. Ella no quería arruinar su vida, no ahora siendo tan atractiva y joven. De todas formas su matrimonio había sido netamente un acuerdo de intereses económicos —. Podemos deshacernos de él ——persuadió, apenas pudiendo hablar por la presión ejercida en su garganta.

Luego sintió otro golpe en la mejilla. Hyejin parpadeó y ahora estaba en el suelo, con un ardor tórrido en la otra mejilla.

—¡¿Estás loca?! ¿Pensabas abortar sin mi consentimiento?

—¡Ni siquiera quieres un hijo conmigo! —le gritó horrorizada.

—¡No, no lo quiero! ¡Pero sobre mi cadáver abortas al bastardo! 

—¡¿ENTONCES POR QUÉ?! —chilló desesperada —N-nadie tiene que saber… —Su voz perdió fuerza, así como sus esperanzas de ser feliz —Por favor, Junho. No quiero a ese niño, no lo quiero. ¡Yo no puedo ser madre! ¡No aún, no ahora! ¡Y no voy a serlo!

—¡CÁLLATE! —exigió, destruyendo la ilusión de su esposa. Respirar, cierto. Tenía que respirar o las cosas terminarían muy mal. Junho cerró los ojos y tomó una inspiración antes de hablar —. Si alguien se entera del aborto, estonces estamos acabados ——Tenía que ser racional con la mujer. Debía ser más inteligente y manipularla en vez de usar la fuerza. Eso haría un hombre inteligente como su padre —. ¿Te gusta vivir en una casa grande y propia? ¿Te gusta poder comprarte todos tus caprichos? ¿No me habías dicho que estabas feliz de por fin dejar ese viejo y feo departamento? Si alguien se entera, se acabó todo eso. Mi empresa vería la ruina por la falta de inversores, y tu padre te desheredará apenas lo sepa. Estaremos jodidos, Hyejin. La gente va a hablar, lo sabes. ¿Quieres eso? ¿Quedarte sola sin una mierda? ¿Una vida llena de deudas?

Había sido una jugada inteligente. Junho conocía a la mujer con la que se había casado, así como también sabía que esa mujer hueca y superficial jamás dejaría de lado ese labial rojo ridículamente caro, ni sus zapatos Gucci ni su bolso Prada. Por algo se había acercado a él en primer lugar, y que fuera uno de los hombres más poderosos y ricos de Corea, tenía mucho que ver.

Vio en los ojos de la mujer pánico, lo que lo hizo sonreír de lado.

Touché.

—No… —admitió su derrota bajando la cabeza.

—Entonces vas a tener a ese mocoso y discusión acabada.

Hyejin empezó a llorar desconsoladamente, tirada en el suelo. Su maquillaje caro corriéndose.

Junho había tenido suficiente por una noche. Ojalá pudiera despertar con la noticia de que su esposa había sido accidentalmente atropellada por un camión, pero maniobrar algo por su cuenta era demasiado riesgoso, así que se valía soñar. Soñar con que el señor Kwang nunca le hubiera presentado a esa víbora, su hija.

El hombre le dio la espalda para subir de nuevo a su habitación compartida con el objetivo de terminar de vestirse. No sin antes soltar una última amenaza.

—No intentes ser más inteligente que yo, Hyejin —La mujer miraba la amplia espalda con asco y nada menos que rabia —. Si intentas hacer algo a mis espaldas o me ocultas algo así de nuevo, no esperes despertar al día siguiente.

El llanto de la mujer se incrementó.

—¡Inténtalo, hijo de puta, así nos matas a los dos!  ¡Hazlo que yo también sé defenderme!

Sin agregar más, Junho subió las escaleras dejando a su esposa llorando en el suelo como un trapo sucio. Sin una pizca de remordimiento.

Sería padre, qué gran desdicha.

El bebé no paraba de llorar.

¿Habían sido horas? Probablemente, pero no era como que a Hyejin pudiera importarle demasiado con el abundante alcohol en su sistema.

Desde que los Choi se enteraron que serían padres, su matrimonio pasó de ser desastroso a insalvable. Las peleas continuaban diariamente; los golpes, la infidelidad, la indiferencia… Oh, sí. Algo nuevo se había sumado a la ecuación: el alcohol.

Hyejin solía pensar que no había nada más vulgar que terminar inconsciente a causa del mismo. Ella no creía que pudiera frenar el dolor. Hasta que lo probó.

Las botellas de licor y los llantos de su despreciable hijo parecían ser su única compañía después de dar a luz. Junho no le había permitido beber durante su embarazo. Ahora que la criatura estaba fuera y su esposo nunca estaba en casa, nada la contendría de intentar olvidar su patética vida aunque sea por un momento.

Era algo casi terapéutico para ella. Era como si después de tres botellas de soju, pudiera ignorar los rasguños en el rostro de su esposo o las marcas moradas en su cuello. Olvidar el dolor y la culpa, aunque sea por un insignificante momento.

Pero la realidad era otra: El hijo que jamás pidió estaba ahí, el esposo que nunca deseó seguía traicionándola sin remordimientos y todas sus posesiones estaban bajo el nombre de dicho desgraciado. En resumen, estaba jodida.

Hyejin miró el reloj de pared colgado en la sala mientras intentaba levantar la cabeza sin mucho éxito, desparramada y descuidada en el sillón. ¿Eran las 3:00 am, en serio? Vaya, si tan solo hace un par de horas había ido a visitar a su vecina con su "amado Yeonjun" en brazos.

"Qué nombre más bello" halagó su amiga y vecina Seolhyun, joven y millonaria como ella, pero feliz. Hyejin odió el nombre tanto como al niño cuando lo escuchó, pero su suegro se había puesto sentimental con el significado del mismo y lo había sugerido. Como no había interés por parte de los padres en buscarle uno, fue como quitarse un problema de encima.

Ahora el malnacido de tan solo un mes de vida estaba llorando sus pulmones fuera como si lo estuvieran quemando vivo. Asqueroso. Seguro tendría hambre de nuevo. ¿Acaso no se cansaba de tragar? Tan solo en la mañana Junho le había obligado a jalones a que le diera de amamantar antes de irse al trabajo.

Claro que ella no quería alimentarlo. Le daba asco la idea, pero con Junho y sus amenazas, no tenía opción. Por lo que si Junho no presionaba, por Hyejin que muriera de inanición.

La peor parte era sin duda cambiarle los pañales. Era asqueroso. Había vomitado las primeras veces, sin embargo, ahora estaba casi acostumbrada a pesar de hacer la tarea con ineficiencia. Guantes, muecas, arcadas y pinzas eran parte del proceso, pero como no había nadie que la viera, no había nadie para juzgarla.

El perro de su marido no movía un dedo por el mocoso, pero la obligaba a hacerlo por ser quien lo trajo al mundo. Y ni siquiera le permitía contratar a una niñera.

"Ya tengo suficiente con tomarte de la mano y sonreír cada vez que salimos de la casa. No hay forma de que lo hagamos dentro de la casa también por tu estupidez y capricho. Es tu hijo, encárgate de él".

Esa era siempre su puta excusa para después de trabajar poder acostarse con una zorra diferente cada noche y regresar a casa alcoholizado en la madrugada.

Ya era una rutina. Rutina que la tenía loca.

Muchas veces cuando veía al bebé, el instinto psicópata que todos tenemos bien oculto salía a la luz. Cómo soñaba con poder ahogarlo para silenciar su llanto de neonato para siempre. Pero de nuevo, no podía. Nunca podía hacer nada de lo que quería.

Fue así que pasaron los primeros meses de vida de Choi Yeonjun: Atrapado en una cuna las veinticuatro horas, llorando o durmiendo todo el día por la falta de atención o hambre de días, ignorado y encerrado en una habitación por sus negligentes padres, asustado por los gritos en las madrugadas…

El niño era un milagro decían todos. Lo que no sabían era que el verdadero milagro, era que estuviera vivo.

Yeonjun cumplió tres años.

Era un niño muy consentido por su abuelos, tíos y amigos de la familia. Le gustaba como mamá y papá lo cargaban, le daban la manita y le decían cosas tan bonitas que pintaban sus regordetas mejillas de rosado. Le gustaba mucho salir. Lo que no le gustaba era volver a casa. Siempre que debían volver, Yeonjun lloraba. ¿Por qué? Simplemente porque en su hogar todo era diferente, muy diferente, y no era capaz de entender el por qué.

Su inocencia no le permitía comprender, pero su subestimada y anormal inteligencia le permitía relacionar su propio hogar con desgracias, mientras que puertas afuera todo era flores. Era por eso mismo que se emocionaba tanto cuando salía y lloraba a moco tendido cuando le tocaba despedirse.

Papá y mamá se convertían en padres distantes y fríos tan pronto como cruzaban la puerta de su hogar. Lo ignoraban cuando les decía que estaba aburrido y lo dejaban encerrado en su habitación cuando no estaban de ánimos para soportarlo, llorando y golpeando con sus pequeños puños la puerta, suplicando por ser liberado. Todavía no entendía qué hacía mal, pero algo muy malo tenía que haber hecho para que fuera castigado de esa forma.

Muchas veces el niño terminaba desmayado en el suelo por llorar tanto, o simplemente dormido por el cansancio. Tenía que mendigar por comida a sus padres. Silenciosamente bajaba las escaleras para no enfadarlos, y cuando estos no estaban gritándose entre sí, Yeonjun aprovechaba y se acercaba a alguno de ellos, jalaba tímida y suavemente con su manita el pantalón o el vestido de ellos, y bajo esos fríos ojos que lo observaban con disgusto desde arriba, hacía un gesto que sus padres entendían como "comida". Con una compota de supermercado enlatada para bebé solucionaban el asunto.

Entonces, Yeonjun terminaba justo como en esos momentos, comiendo una compota de mora, sentado en la alfombra de su casi vacía habitación. Casi vacía a excepción de la cama y una repisa, sin distracciones disponibles para la mala suerte del infante. Al pobre niño siempre le tocaba oír y divisar la verdad que tanto se esmeraban en ocultarle al mundo. Claro que él no estaba considerado ahí. Él era invisible.

Los Choi ni siquiera habían intentado ocultar o disimular las horribles peleas, ni por el bien del pequeño. Siempre era lo mismo.

Mientras Yeonjun comía esa tarde, escuchó un golpe sordo en la planta baja, curioso salió a hurtadillas de su habitación para investigar.

El niño aferró su mano al barandal de las escaleras, sus pies descalzos se sintieron todavía más fríos cuando pudo ver la escena, esta no era muy diferente de todas las que le había tocado ver, pero aún así, cada una de ellas le causaban curiosidad y cierta ansiedad, incluso siendo tan pequeño. La criatura solo podía mirar absorto. De alguna forma, cada día descubría algo nuevo en aquellas escenas que eran todas parecidas. Siempre podía aprender algo nuevo.

—¡Por tu perra madre, Hyejin! ¡Limpia tu mierda!

La mayoría de veces las peleas se originaban o por los celos, o por las botellas de alcohol acumulándose durante las tardes, o por Yeonjun, quien siempre escuchó y fue testigo de todo. Incluso antes de tener uso de razón.

Su madre estaba tirada de piernas abiertas en el sillón rojo, recién despertando de su borrachera por los gritos de Junho.

—¡Déjame tranquila! —balbuceó mientras se masajeaba la sien por la súbita migraña que la atacó.

—¡La misma mierda todos los días contigo, mujer estúpida! No te vas a la cama hasta que dejes todo impecable —masculló autoritario. Siempre tenía que repetirle lo mismo y la estúpida no entendía.

—¡Entendí! ¡Ahora déjame sola! —Se levantó con torpeza del sillón, revelando una mancha oscura en el mismo bajo sus piernas.

Los ojos de Junho se posaron en la mancha gris. Sus ojos se encendieron de manera escalofriante. Y como cada noche, descargó su ira y mala racha en el trabajo con su tonta mujer.

Tomó con brusquedad la tela del ajustado vestido que cubría su estómago y tiró de ella para acercarla a sí, con tanta fuerza que terminó rompiendo la tela.

—¡Mi vestido, hijo de puta!

—¿¡Sabes cuánto cuesta ese sillón, bruta?! —La empujó al suelo con fuerza —. ¡Debería matarte y ya!

Junho se subió a horcajadas de ella, tomó sus muñecas con las manos intentando apresarlas, pero Hyejin tenía garras también.

Ágilmente le proporcionó un rodillazo en su parte baja haciéndolo maldecir entre dientes mientras la soltaba por el enfoque del dolor. La mujer aprovechó la distracción para tomar una botella vacía del suelo y reventársela en la cabeza. Por el impacto, Junho quedó tendido en el suelo maldiciendo, lo suficientemente adolorido como para no poder levantarse.

Bien, era suficiente para tenerlo tranquilo hasta el día siguiente. Felizmente era domingo.

La mujer intentó levantarse, pero cayó desbaratosamente al suelo por su estado de ebriedad, lastimando sus rodillas con los vidrios rotos. Sangre.

Ella rió, rió y rió como si estuviera loca, quizás lo estaba.

—Te odio… —rió viendo la respiración uniforme de Junho —. ¡Te odio! ¡A ti, a tus putas y a tu hijo malnacido! —Tras eso, la mujer rompió en llanto, como siempre hacía después de cada crisis iracunda.

Yeonjun ladeó la cabeza y sonrió.

Definitivamente papá y mamá se amaban mucho.

Los adultos mantenían una amena conversación en la sala de estar hasta que un grito femenino se escuchó desde una de las muchas habitaciones de la mansión, alertándoles.

—¿Qué sucede? —preguntó delicadamente Hyejin. El maquillaje de alta gama realmente le disimulaba las ojeras, y las marcas.

—Fue Solji —respondió su suegro con notable preocupación. Se levantó y miró ansiosamente hacia la segunda planta, seguido de los demás.

—¡Solji! —La madre de Junho dejó la taza de té en la mesa —. ¿Querida? ¿Está todo bien? —vociferó para ser oída por su joven empleada de 20 años. Ella se había ofrecido para darle de comer a Yeonjun, así los Choi podían charlar con tranquilidad. Le gustaba mucho jugar con el niño, así que no había problema.

—¡S-Sí!

Los padres de Junho compartieron una mirada de angustia al notar el inusual tono en la muchacha. Sin decir nada, ambos subieron las escaleras para asegurarse de su bienestar. A Hyejin y Junho no le quedó otra que seguirlos.

Cuando la puerta se abrió y observaron a la muchacha y al niño, una expresión turbada apareció en cada uno de los rostros. De pronto, sus miradas se dirigieron hacia la pierna desnuda de la pelirroja, la cuál estaba sangrando levemente. Todo cobró más sentido cuando vieron el tenedor en la mano de la mucama y los cuatro puntos en su pierna.

—¡¿Pero qué ha pasado aquí?! ——La mujer de sesenta se acercó a la pelirroja y se puso de cuclillas a pesar de los tacones. Solji estaba sentada en una silla más pequeña.

—F-Fue Yeonjun —tartamudeó la joven—. Y-Yo…

—Hijo, ve por el botiquín ahora —ordenó la mujer.

Junho dudó. Pero la mirada seria de su madre le hizo abandonar la habitación para bajar rápidamente las escaleras y traerlo de la cocina.

—¿Cómo que fue Yeonjun? —cuestionó incrédula la mujer mayor.

Todos miraron al niño. Yeonjun era un niño callado. Normalmente solo hablaba con gestos, por eso mismo sus padres subestimaron su capacidad de comprensión. Que no hablara no quería decir que no pudiera entenderlos.

Hyejin maldijo internamente y apretó los puños al comprenderlo todo demasiado tarde.

El niño de mejillas de dumplings parpadeó con pesadez, como si tuviera sueño. Imperturbable por la situación. Parecía un angelito.

—E-Estaba dándole de comer y él quiso hacerlo solo —explicó —. Me quitó el tenedor, estuvimos hablando un poco y de repente l-lo hizo.

Volvieron a mirar al niño, estaba quedándose dormido sentado. Nada de lo que había pasado tenía sentido.

Era un niño pequeño, pero sin duda tenía fuerza, o por lo menos la necesaria para dejar semejante herida. Le había clavado el tenedor en la pierna a la amable chica que siempre jugaba con él cada vez que iban de visita, y ahora tan solo tenía sueño. Actuaba cómo si lo que hubiera hecho minutos atrás fuera la cosa más normal del mundo.

—P-Pero no me explico cómo… —siguió la madre de Junho —. ¿Qué le dijiste exactamente? —A la par, el señor Choi cargó a su nieto y lo dejó en la cama para que pudiera dormir.

En ese momento, el Choi menor volvió con el botiquín en la mano. Su madre lo recibió, se arrodilló y empezó a tratar la herida de la chica, primero deteniendo la sangre y luego desinfectándola con un bastoncillo empapado de clorhexidina acuosa.

—Señora, no tiene que- —comenzó la pelirroja. Pero la mujer no la dejó terminar.

—Claro que tengo, cielo. Ahora dime qué le dijiste a mi nieto —exigió sin cesar su tarea.

—N-Nada. Le estuve hablando un poco —comenzó nuevamente—. Él me sonreía y asentía o negaba con la cabecita como siempre. Le dije que era un niño maravilloso por comerse todas las verduras y que lo quería mucho. Entonces, él me sonrió y… —hizo una pausa, incapaz de creer todavía lo que había ocurrido. La mujer mayor asintió, dándole paso a continuar su relato. La chica tomó aire y lo soltó—. Y de pronto él m-me clavó el tenedor.

—¿Así sin más? —El Choi mayor no podía creerlo. Solji asintió.

Ahora las miradas se dirigieron a los padres del niño que yacía dormido en la cama del cuarto de visitas.

—Junho —habló su madre con tono demandante—, no me digas que le has estado comprando a mi nieto videojuegos violentos. Sabes perfectamente que estos afectan a los niños, en especial siendo tan jóvenes.

—¿Ya tiene una consola? ¿Siendo tan pequeño? —preguntó el hombre con sorpresa. Ninguno de los padres respondió—. Junho...

—L-lo siento, papá —se excusó—. Te prometo que no le volveremos a comprar juegos así. Los tiraremos todos nada más llegar a casa —mintió.

La verdad era que el niño no tenía juguetes y aquello que acababa de pasar no era fruto de un videojuego. Lo que ocurría en su casa cada día, se había ido canalizando durante los últimos años en su hijo. Y ahora él comenzaba a copiar aquellos comportamientos. Debían pararlo de raíz antes de que fuera demasiado tarde.

—¡Nada! —exclamó la mujer mayor poniéndose de pie—. Linda —se dirigió hacia Solji—, tienes semana libre, lo lamento mucho. Puedes irte a casa —Solji asintió, dio una reverencia con timidez y prácticamente huyó de la casa—. Ahora ustedes —devolvió su mirada hacia la pareja—, de una vez por todas nos dejarán volver a su casa para ver qué tonterías le han comprado a mi nieto estos años. No nos dejan ir desde el baby shower —se quejó la mujer.

—Mamá. Somos adultos ocupados —mintió nuevamente Junho—. Ya te avisaremos un día que estemos libres.

Es decir: Jamás.

—Patrañas —bufó su madre.

—Ha sido suficiente por hoy —intervino el mayor de la familia Choi—. Creo que es mejor que lleven al pequeño a descansar —Se giró hacia su hijo, serio—. No quiero que lo expongas a esa clase de videojuegos, no ahora. ¿Comprendes?

—Claro, padre.

Junho cargó al bello durmiente en sus brazos y emprendieron rumbo a casa, donde una nueva discusión se dio en el auto.

Desde el incidente con Yeonjun aquel día, la pareja Choi descubrió que, a pesar de la corta edad del infante y de su posible escasa comprensión de la situación, no les libraba de que algún día aquel secreto que tan fielmente guardaban tras las puertas de su casa se esparciera como la pólvora. Y todo por culpa de aquel mocoso. Estaba claro que ahora no solo debían fingir fuera del hogar, sino también puertas adentro. Al menos hasta que el niño tuviera la madurez mental suficiente como para que pudieran moldearlo a su gusto. Hasta entonces, tenían al enemigo en su propia casa. Debían evitar a toda costa que aquel mocoso hablara o diera pistas sobre la desastrosa situación en la que se encontraba la familia o estarían perdidos.

Aquella noche el matrimonio volvió a discutir, pero para ello se encerraron en su habitación, la cuál estaba situada en el otro extremo de la casa, lejos de la de su hijo. Y por primera vez en muchos años, la pareja estuvo de acuerdo en una cosa: mantendrían a su hijo lo más alejado posible de sus peleas y, para ello, necesitaban que el mocoso se mantuviera ocupado. Lo que no sabían era que su reacción fue demasiado tardía.

Lo consentirían con todo tipo de juguetes y objetos electrónicos con el fin de que este no volviera a dar problemas. Es así cómo debían educar a su hijo, ¿verdad? Si lo que aquel mocoso necesitaba era atención, ellos mismos se encargarían de que no tuviera un solo segundo libre en el día que le hiciera pedirla.

A partir de ese día, la vacía habitación de Yeonjun comenzó a llenarse de juguetes de forma casi obsesiva. Lo que el infante deseaba, se volvía real. Siempre y cuando fuera algo material, claro está. Porque sus padres continuaban sin prestarle la atención que él necesitaba, sin darle lo que el pequeño más aclamaba: amor.

Al principio Yeonjun se sentía feliz. No entendía el porqué desde que le demostró a aquella mujer que tan amablemente cuidaba de él en casa de sus abuelos, que la quería, tal y como papá se lo demostraba a mamá, había hecho que sus padres estuvieran tan orgullosos de él como para colmarle de tantos regalos.

Pero a medida que Yeonjun crecía y aquella habitación se llenaba más y más de juguetes, consolas y una televisión de tamaño envidiable, un vacío en su interior comenzaba a crecer poco a poco. A pesar de tener todo lo que cualquier niño deseara, le faltaba lo más importante, su cariño. Y por mucho que él tratara de acercarse a ellos, sus miradas frías e indiferentes le hacían retroceder con lágrimas silenciosas nuevamente hacia su habitación, sintiéndose solo.

Pero todo cambió cuando Daniel apareció.

Un amigo inversor de su padre, aficionado al mundo marino, le trajo como obsequio un Cyprinus carpio anaranjado de un viaje que realizó a Japón. Sus padres realmente no tenían la intención de quedárselo, pero cuando Yeonjun vio al animal, por alguna razón que escapaba su comprensión, se emocionó e insistió tanto que al final su padre cedió para evitar soportar rabietas. Junho llevó la inicial pecera esfera a su habitación mientras Yeonjun no paraba de saltar emocionado. Por fin tendría con quién hablar.

Por su insistencia, sus padres compraron una pecera prisma mucho más grande que ocupaba gran parte de su habitación. Si él tenía un cuarto enorme, Daniel debía tenerlo también. Decoró su pecera con todos los objetos que pudiera pensarse; una casita en forma de piña para que Daniel pudiera descansar por las noches, varios objetos que lanzaban aire y tiraran burbujas de ellos, piedras de múltiples formas y colores…

En poco tiempo, aquel anaranjado animalillo se convirtió en algo más que un fiel confidente del menor. Se convirtió en su primer y único amigo.

El único con el que Yeonjun sentía que podía hablar.

El único que podría escucharle y aconsejarle.

—¿Dónde está Yeonjun? —preguntó su vecina Seolhyun después de tomar un sorbo de té.

Hyejin se acomodó mejor en su sillón. De repente se sintió incómoda.

—En casa.

—¿No has pensado en llevarlo ya al colegio? —sugirió indirectamente —. Ya tiene casi seis años. Yo tengo un sobrino que recién empezó a ir. Sería estupendo que sean compañeros, ¿no te parece?

—Sí sí —contestó nerviosamente, su sonrisa flaqueando —. Lo que pasa es que mi niño ha estado recibiendo educación en casa. Pero tienes razón, ya es hora —mintió descaradamente. Tenía que hablar con su marido.

Incluso si los Choi se pudrían en dinero, no gastarían en Yeonjun la cantidad que pedía el colegio más caro de la ciudad. No lo valía, así para evitar gastos innecesarios, mandaron a su hijo a una escuela promedio con la excusa de una educación humilde y rica en valores.

Las primeras semanas de colegio de Yeonjun estuvieron relativamente bien según sus padres. El problema comenzó días después que la profesora de Yeonjun llamó para una asesoría urgente.

—Señora Choi, ¿cómo está? —saludó afablemente la mujer —Tome asiento.

Hyejin recorrió el salón donde estudiaba su hijo con una mirada despectiva.

—Gracias —agradeció antes de sentarse en la silla que la joven profesora le indicó —¿Cuál es el problema? —preguntó tan pronto acomodó su bolso sobre sus piernas.

La profesora miró con incomodidad a Hyejin antes de comenzar a explicarle la situación.

—Verá señora —El cambio en su tonalidad le decía a la madre del niño que no sería nada bueno —. Junnie es un niño muy inteligente. A veces nos deja sin palabras a mí y otros docentes por su nivel de comprensión y alto nivel de aprendizaje. Es un niño muy capaz.

Hyejin sonrió con altivez. Después de todo era su sangre.

—Sin embargo, señora Choi, hemos visto comportamientos anormales en Yeonjun y la hemos llamado justamente por eso. Creemos necesario recomendarle a ambos sesiones con el psicólogo de nuestra escuela para averiguar el origen del problema.

La sonrisa de Hyejin se esfumó. Ahora estaba desconcertada e irritada.

—¿Cómo que anormales?

La profesora mostró una mueca apenada.

—Ha estado siendo muy agresivo con sus compañeros. La última clase ahorcó a su compañerita Yunhee porque ella no quiso usar la cartulina azul, en los juegos grupales se la pasa empujando a todos. La semana pasada arañó a otro niño en la cara porque no quería prestarle la pelota, le cortó el cabello a Suni… Han sido varias ocasiones ya, señora. Estos comportamientos escapan de una simple travesura de niño. Hay algo que le está pasando a su hijo.

Hyejin tragó duro. ¿Psicólogo? Ella no estaba loca, y ese mocoso tampoco. ¿Qué diría la gente si se enteraba de que su familia necesitaba de un loquero? Impensable.

—Creemos tener una idea, pero nos gustaría hablarlo directamente con usted para confirmar. Déjeme mostrarle. Un momento, por favor.

La señorita se puso de pie dejando a una Hyejin molesta en el escritorio. La profesora buscó en un archivador grande unas hojas y las sacó, volviendo a la mesa con ellas.

Las deslizó por la mesa mostrándoselas a la madre del autor de los dibujos.

Eso eran, dibujos.

Pero cuando Hyejin los vio, entendió de dónde venía la preocupación de la escuela. Esos dibujos le ponían los pelos de punta a cualquiera.

—Esto es lo que Yeonjun dibuja en las clases de arte, señora.

Eran un total de cuatro dibujos, firmados con crayola negra por la letra amorfa de Yeonjun en la parte de abajo. Pero no solo era ese detalle lo que tenían en común dichos dibujos, sino los elementos que habían en ellos.

—Las horas de arte son libres para que nuestros niños se relajen. La mayoría pintan árboles o casitas, paisajes, a nosotros, o sus familias. ¿Puedo preguntarle si sabe qué es esto?

Los dibujos tenían a tres personas hechas de palito con crayola negra, los tres sonreían. Eran dos grandes y uno pequeño. Claramente era su familia.

El detalle espeluznante eran las posiciones y detalles: En uno de los dibujos, el que se suponía que era Yeonjun estaba un poco más alejado, sonriendo, mientras que los que se suponía eran sus padres, parecía que estuvieran dándose un abrazo, solo que la exorbitante cantidad de crayola roja alrededor de los adultos, era pasmoso.

—¿Sabe qué es eso de color rojo? No quiero sacar conclusiones antes de hablar con usted.

Las marcas maquilladas bajo la piel de Hyejin empezaban a picarle, quería rascárselas. Igual negó con la cabeza.

No había más que preocupación en el rostro de la joven docente cuando deslizó otro dibujo al centro de la mesa.

En este, el que se suponía era Yeonjun estaba en la misma posición que en el dibujo anterior, no obstante, el hombre más grande parecía estar encima de la mujer pelinegra. Había mucho rojo también. En este había corazones del mismo color alrededor.

En el tercer dibujo, tan solo estaban los dos mismos sujetos de palitos, del mismo tamaño y diferente sexo. Los dos estaban dibujados con ojos rojos y bocas abiertas, bocas que no parecían humanas sino monstruosas. Simulaban una conversación. O… una pelea.

El último dibujo era un poco diferente. El sujeto más pequeño seguía en la misma posición quieta y sonriente, pero a su costado habían dos adultos en una posición comprometedora por no decir sexual; el hombre de palillos era el mismo de todos los dibujos, pero esta vez, la mujer había sido dibujada diferente. Ella era rubia, y Yeonjun había tachado su cara con rojo, había presionado tanto la crayola roja que se había formado una pasta.

—No quiero entrometerme —musitó con cuidado la profesora —. Pero, ¿está todo bien en casa?

Hyejin giró la cabeza hacia la ventana.

—Lo está —tajó inalcanzable.

—Señora —intentó insistir la mujer —, estos dibujos no son normales, tampoco las actitudes de su hijo. Todo parece indicar que existe violencia doméstica en su hogar. Si necesita ayuda, no dude en-

—¡Usted no sabe nada! —exclamó sin poder contenerse. Sorprendió a la joven y a ella misma. Tenía que salir del cagadero, de alguna forma sin levantar sospechas —Yo… —suspiró sonando más tranquila —Agradezco su preocupación, pero estamos bien, señorita. H-Han sido los tontos videojuegos que mi esposo le compra a Yeonjun. Hablaré con mi hijo —declaró y se levantó para irse.

—P-Pero señora, el psicólogo… —La profesora también se había levantado. No estaba convencida. No quería dejarlo así.

—No lo requerimos, gracias —Fue lo último que dijo antes de abandonar el salón, dejando oír el golpeteo de sus nuevos tacones rojos por los vacíos pasillos.

Necesitaba tomar medidas extremas.


Al llegar a casa, Hyejin subió a la segunda planta y entró a la habitación del niño para regañarlo a gritos.

"¿Por qué no puedes ser un niño normal?" Eso le había preguntado ella.

Yeonjun seguía secando sus lágrimas mientras pensaba en la respuesta después de que la mujer lo abandonara solo, llorando desconsolado en la alfombra de su habitación.

"Él tenía que recapacitar" Pero todavía no entendía muy bien sobre qué.

Abrazó sus delgadas piernas y apoyó su cabeza ladeada en sus rodillas, las lágrimas siendo retenidas por estas.

—¿No soy normal, Daniel? —preguntó con la voz ronca mirando a su mascota.

"Eres un buen niño, Yeonjun. Si ellos no van a comprenderlo, no les des la oportunidad de hacerlo".

Yeonjun asintió por fin entendiendo.

No les daría la oportunidad de saber.

Para Hyejin fue un alivio que su hijo no volviera a causar problemas desde ese día que lo regañó. Según la profesora, era como si Yeonjun hubiera regresado renovado, como si fuera una persona distinta. Bueno, por lo menos el niño no era tan bruto como para no entender a la primera.

Oh, pero lo que no sabía era que Yeonjun tenía de bruto lo que tenía de ingenuo. Sus profesores no mentían cuando decían que era un niño especial e inteligente. Mucho, de hecho. Así que fue mayormente por eso que para suerte del matrimonio, su niño no les causó más problemas.

Fue en la escuela que Yeonjun pudo aprender correctamente sobre la vida, más allá de lo que pasaba en su casa y le enseñaba un televisor. Comprendió lo que era el amor, le fueron inculcados valores y por fin el niño entendió que lo que reinaba en su hogar, no era precisamente bueno.

¿Pero por qué algo tendría que cambiar?

—¿No debería denunciarlo? —le preguntó a Daniel un año después mientras lo alimentaba.

"Es mejor no crear escándalos, Junnie. No le des la importancia que no merece".

—P-Pero-

"No vale la pena".

Yeonjun bajó la cabeza rendido y asintió, convenciéndose. Daniel siempre fue el más sensato de todas formas.

Su mejor amigo nunca fallaba en aconsejarle lo mejor.

Nota:

Si les gusto el primer capítulo, háganoslo saber para seguir escribiendo. Porque estamos a nada de dejar el proyecto xD. Tenemos varios caps ya avanzados, el siguiente lo subiré la próxima semana. Como ven son bien largos, así que la espera valdrá la pena. Besos ^^.

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