Un mes después de integrarse en la central, Beomgyu era como un aprendiz más.

O no, Beomgyu en realidad era un aprendiz algo especial...

—¡Beomgyu no toques eso!

—Pero brilla ¡mire!

Soobin se llevó una mano a la cara, tratando de tener paciencia.

—Al igual que con el fuego, Beomgyu, es de esas cosas que no debes tocar aunque se vean bonitas —explicó sujetando el brazo del chico para alejarlo de la brillantina tóxica.

Beomgyu puchereó.

—Nunca me dejan tocar nada —se quejó sentándose de nuevo en su escritorio.

—Se supone que debes aprender a actuar como un humano. Tocar eso —señaló— le causaría heridas severas a un humano.

Beomgyu rodó los ojos. ¿Qué sentido tenía? ¿Para qué quería ser un humano si no podía divertirse?

—Y no ruedes los ojos —advirtió el mayor, ubicándose de nuevo frente al pequeño androide.

Beomgyu volvió a rodar los ojos, solo porque le divertía sacar de sus casillas a su apuesto mentor.

Soobin le miró intensamente, llamas reflejadas en sus ojos.

—Bien —dijo inexpresivo— esta noche te quedas en tu habitación.

—¡Pero-

—Pero nada, a las nueve te echo de aquí.

Sí, en definitiva su relación no iba por donde se supone que debía ir.