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Regalo oculto

Sentado en el suelo de su habitación, abrazando sus rodillas, miró el único cuadro que había. Una pequeña cabaña en el bosque en una tarde lluviosa. Le había comprado el cuadro a Hoseok por un precio ridículamente alto. ¿Por qué?

Una noche salió de la casa de sus padres furioso porque a su mamá le había parecido buena idea comprometerlo con la hija de una de sus amigas. Él era gay y no cambiaría su sexualidad para complacer los sueños de su madre. Pensó que la mejor manera de desquitar el mal humor era haciendo uso del cuerpo escultural de Hoseok. Pero sus planes tuvieron un pequeño cambio.

Su bombón estaba llorando abrazando una almohada. Ni siquiera se molestó en abrirle la puerta, Hyungwon tuvo que entrar con un poco de rudeza y un par de trucos. Le molestaba ver a las personas llorar porque no sabía qué hacer para hacerlas sentir mejor. Y se convenció de que ese era el motivo por el que compró la pintura.

—¿E-estás bromeando? —preguntó Hoseok aceptando el pañuelo que le ofrecía.

Hyungwon rodó los ojos.

—No. La pintura es hermosa y de un artista en ascenso —limpió con su pulgar el resto de glaseado que estaba embarrado en la mejilla de Hoseok y le sonrió—. ¿Tienes idea del valor que tendrá esa pintura en unos años?

—No mucho. Por algo el comprador se arrepintió cuando la vio —murmuró bajando la mirada—. El hombre dijo que estaba pidiendo mucho por ella y que no valía ni la mitad de lo que él me estaba ofreciendo.

—¡Pues es un pésimo conocedor del arte!

Saltó de la cama y corrió en busca del cuadro envuelto en hoja de cartón. Lo levantó con cuidado y mordió su labio inferior. Era más grande de lo que parecía, perfecto para cubrir el espacio en blanco que había frente a su cama.

—¿Cuánto pides por él?

—Hyungwonnie, no —sonrió abandonando la cama para ir tras él—. Te agradezco que quieras animarme, con que estés junto a mí está bien. No tienes que malgastar tu dinero.

—Mil dólares.

—¿Qué?

Hyungwon dejó el cuadro sobre la mesa y caminó hacia su bolso. Buscó su cartera, sacó la tarjeta y rezó internamente para que su padre no se enterara de la compra o estaría muerto. Con una sonrisa la puso sobre la mano de Hoseok.

—Mil dólares por la pintura y un extra si la llevas al auto —dijo con calma.

Los ojos de Hoseok volvieron a llenarse de lágrimas y esa vez, Hyungwon no pudo detenerlo.

Esa tarde Hoseok cubrió su rostro de besos, lo abrazó con fuerza y le hizo el amor con tanta delicadeza que Hyungwon quiso morirse de lo bien que se sentía.

Levantó la mirada del suelo y la fijó en la pintura. Después de esa noche llegó a su casa y dudó mucho en ponerla en su pared porque nunca antes se había detenido en ver los cuadros de Hoseok y temía haber hecho una mala compra. Ahora, no existía más arrepentimiento. Era una pieza bellísima que le daba color a su habitación de tonos fríos y tristes. Cada mañana al despertar, sus ojos se desviaban a la pintura y sonreía por inercia.

—Idiota. ¿Por qué no puedes hacer nada mal, Hoseok?

Con el ánimo por los suelos se arrastró a su armario. Un baño caliente y ropa cómoda lo haría sentir mejor. O menos patético. Mientras buscaba en lo más profundo de sus cajones su pijama blanca de huellas de perros, su mano golpeó una superficie lisa, pero menos dura que la madera. Confundido sacó toda su ropa hasta dar con la misteriosa superficie. Era una caja de regalo. Sacó la caja recordando quién se la había dado y por qué estaba ahí.

—Hoseok —leyó en una pequeña tarjeta sujetada con el listón rojo. Suspiró sentándose sobre sus pantorrillas sin dejar de mirar el regalo.

Ahora lo recordaba. Hoseok le había hecho un regalo hacía ocho meses, antes de su último viaje al extranjero. Pero no sé había molestado en abrirlo porque simplemente no valía la pena, seguramente se trataba de una baratija. Además, Hoseok no tenía un trabajo estable que le ayudara a costear un regalo digno de él.

—¿Por qué justo ahora me aparecen estás estupideces? —se quejó dejando la caja en la alfombra. Fingió no verla y se ocupó en buscar su pijama, sin embargo, su curiosidad pudo más—. ¡Maldición! Espero que no sea un jodido perfume de imitación.

Volvió a poner la caja sobre sus piernas y la abrió lentamente. Apartó el papel de colores y contuvo la respiración.

—Un Shiryū de dragón —susurró con un nudo en la garganta. Levantó la caja del muñeco de acción y soltó un pequeño grito. Era real. Su sueño de niño por fin se había cumplido.

Abrazó el muñeco sintiendo sus ojos picar.

Hoseok lo recordó. Él había puesto atención cuando le habló de su deseo de niño. Cerró los ojos permitiéndose recordar la única vez que le abrió su corazón a alguien más.

—¿Quieres ver alguna serie mientras esperamos la pizza?

Hyungwon estiró sus extremidades mientras sacudía la cabeza. El sexo había sido increíble, como siempre, y su estómago reclamaba alimento. Aceptó solo por ver más tiempo la espalda desnuda de su amante y tener una sesión de besos calientes. Sus intenciones se vieron interrumpidas por la intro de su serie favorita.

—¡Oh! Yo amo los Caballeros del Zodiaco —dijo levantando el rostro de la almohada. Gateó hasta la orilla de la cama, que era donde estaba Hoseok, y se sentó en su regazo con la vista en la televisión. No dijo nada cuando el mayor lo rodeó con ambos brazos y recargó su cabeza en su hombro—. ¿Sabes?

—¿Mmmh?

—A mi papá no le gustaba que yo viera caricaturas —comentó arrugando la naríz. Hoseok rio sobre su piel—. Él siempre decía que eran una pérdida de tiempo y que me alejaban de lo que de verdad importaba.

El entonces pelirrojo chasqueó la lengua.

—¿Qué clase de hombre es tu padre?

Hyungwon lo golpeó en el brazo mientras contenía su propia risa.

—Uno muy aburrido.

Hoseok le dio la razón.

—Mis papás trabajaban todos los días y casi no estaban en casa, pero ellos siempre buscaban pasar tiempo conmigo. Incluso mi mamá me compró todos los muñecos y pasaba las noches jugando con mi papá —contó Hoseok, acariciando los brazos del alto.

Suspiró bajando la cabeza.

—Mi papá nunca quiso comprarme un muñeco —susurró Hyungwon—. No importa cuánto lo deseara, él decía que solo los niños de bajo nivel tenían esos juguetes.

—¡Eso es mentira! Todos los niños los tenían.

Hyungwon encogió los hombros. Se removió en el regazo del mayor y sonrió al sentir el pene semi duro presionando su trasero.

—Como sea, ya no importa. Ahora me gusta otro tipo de muñecos de acción —susurró Hyungwon antes de conectar sus labios en un beso.

Miró una vez más el muñeco y sonrió. Con mucho cuidado lo sacó del empaque y admiró sus detalles. Era un muñeco original de Shiryū, su personaje favorito. Hoseok había acertado en eso.

—Estúpido chico de pecas, no me vas a quitar lo que me pertenece —exclamó poniéndose de pie—. Lee Hoseok, es mío.

Jooheon lo vio dar vueltas y vueltas alrededor del escritorio hasta que se cansó y le ordenó detenerse.

—Cielos, me estás mareando con tantas vueltas —presionó dos dedos contra su frente y resopló—. ¿Qué te pasa ahora? Creí que el episodio de celos ya había terminado.

Hyungwon sacudió la cabeza.

—No estoy celoso.

—¿Entonces qué explicación tienes para tu actitud? —Jooheon lo miró con una expresión de burla—. Pareces un león enjaulado.

—Hoseok me regaló el muñeco que deseaba desde niño —soltó sentándose en el sofá delante de Jooheon.

—¿Cuándo se vieron? ¿Ayer?

—No. Fue hace meses, no lo había abierto porque no me pareció importante —explicó nervioso—. Joo, necesito a Hoseok de vuelta.

Su mejor amigo asintió. Se inclinó hacia adelante en espera de indicaciones.

—¿Qué piensas hacer?

—¡No lo sé! —exclamó Hyungwon—. Primero que nada, ¿Conseguiste lo que te pedí?

No respondió con palabras, en cambio, deslizó una carpeta negra sobre la mesa de cristal. Hyungwon la abrió y en ella encontró una hoja con direcciones, horarios y muchas fotografías.

—Trabaja a tiempo parcial en un mini market del barrio. La mayoría de sus horarios son por la mañana y toma un descanso de dos horas al mediodía día para almorzar —dijo Jooheon de memoria—. Después del trabajo va a la tienda de materiales de arte a buscar a su novio para tener una "cita" o se van juntos al departamento de Hoseok. No viven juntos. El chico, Lee Yong Bok vive con su tía en un pequeño departamento arriba de la tienda de materiales. Los fines de semana, en especial los sábados, Hoseok se queda todo el día en el edificio probablemente a pintar cuadros y los domingos sale de paseo con su novio. Se conocen desde hace cinco meses, pero se hicieron pareja hace dos.

Hyungwon terminó de ver las fotografías y se recostó en el sillón.

—¿Cómo sabes todo eso?

Jooheon encogió los hombros.

—Te sorprendería saber que tan pendiente están tus vecinos de tus movimientos y lo fácil que pueden dar esa información por unos cuantos wones.

Una sonrisa cruzó el rostro de Hyungwon. Si bien el dinero no era la respuesta, ayudaba a facilitar el trabajo. Y por mucho.

—Prepárate Honey, tenemos que hacer una visita al súper.

Jooheon se quejó pero igual se levantó y lo siguió.

—No entiendo por qué sigues arrastrándome en tus planes. Algún día de estos matarás a alguien y yo seré tu cómplice.

Hyungwon se detuvo antes de abrir la puerta. Bajó la cabeza y giró el picaporte.

—Yo jamás me mancharé las manos con sangre insignificante. Tendrás que hacerlo tú.

—Claro. Cómo si fuera tan estúpido para matar a alguien porque tú lo ordenas.

Se dio la vuelta y le palmeó la mejilla con cariño.

—Honey, yo siempre consigo lo que quiero. Y si necesito que te conviertas en asesino, lo harás —dijo con una sonrisa siniestra.

Jooheon frunció el ceño quitándose la mano extraña de encima.

—¡Cállate! A veces si das miedo.

—De eso se trata.

Con miedo o sin él fue tras su mejor amigo. Hyungwon era un hijo de puta la mayoría del tiempo, pero Jooheon estaba seguro que esta vez había quedado prendado del hombre de la varita mágica.

Hyungwon lo jaló del brazo y se escondieron detrás del mueble de los fideos instantáneos. Milagrosamente habían conseguido entrar a la tienda sin ser vistos por el cajero y todo gracias a una abuelita que no lograba decidir entre dos marcas de arroz.

—Maldición. El color naranja es horrendo, ¿por qué en él se ve hermoso? —preguntó golpeando una bolsa de fideos.

Jooheon rodó los ojos y levantó la sopa que estaba en el suelo.

—Eso es porque lo miras con ojos de amor. Yo pienso que se ve gordo.

—¡Cállate idiota! —exclamó. Hyungwon palmeó su cabeza y salió del escondite—. Por si no sabes, Hoseok no está gordo. Es un hombre muy saludable y con un cuerpo musculoso. Mojarías tus pantalones si lo vieras sin ropa.

Hyungwon desvió la mirada hacia la caja registradora, pero se dio cuenta de sus propias palabras. Dio dos zancadas y levantó a Jooheon por el cuello de su camisa.

—Atrévete a mirarlo sin ropa y te mato.

—Estás loco. No me interesa mirar a tu hombre —dijo Jooheon.

El alto lo liberó, le acomodó la camisa y sacudió su corbata.

—Lo siento. Todo esto me tiene muy tenso.

Su amigo comprendió.

—Todavía podemos dar la vuelta y llamar a alguno de tus otros amantes.

—No, está bien.

Mientras caminaba hacia Hoseok se dio cuenta que él no tenía más amantes. En todo el tiempo que llevaba conociendo a Hoseok no se había visto con otros hombres. Sí, había ido a muchos bares y fiestas en cada uno de sus viajes, pero jamás estuvo con alguien más. No mentía cuando decía que viajaba por trabajo y cuando lo hacía por mera diversión, Jooheon y él salían a beber y bailar hasta que sus organismos no toleraban más alcohol y no sentían sus piernas.

Nunca había tenido una pareja estable porque odiaba las ataduras y la exclusividad. ¿Pero por qué rechazaba cada coqueteo? ¿Por qué aceptó las propuestas de sexo casual? ¿Por qué solo buscaba a Hoseok?

Levantó los ojos una vez llegó al mostrador. Ahí encontró la respuesta. Su cuerpo solo respondía al de Hoseok. 




La verdad aquí si me dio tristeza Won, pero igual se portó mal con Hohito 😥

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