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Camus (1)

Preludio de perdición (Camus)

Se detiene a pocos pasos de aquella escalinata que lo separa de la última parada antes de llegar a casa, suspira y avanza mirando hacia abajo, el camino recorrido es largo y está cansado. En las puertas de aquella casa yace sentado el dueño, con los codos sobre las rodillas y el mentón entre las manos, con la mirada perdida, y absorto de su realidad, cómo si el mundo fuese una realidad distinta a la que conoce y de la que es presa. Pasa de largo, ignorándolo, fingiendo que ahí no hay nadie, la hostil mirada le observa, niega con la cabeza y avanza hasta la mitad. Su intención es clara

"Camus, que haces, déjalo en paz, no es de tu incumbencia"

Intenta por todos los medios seguir su camino, está cansado y no tiene ánimos de aparentar empatía o algo por el estilo y sin embargo le pareció extraño que su compañero estuviera de esa manera, a menudo lo veía haciendo algo, leyendo, tomando café, entrenando o haciendo cualquier cosa de su ocupado itinerario. Suspiró, negó de nuevo, dio media vuelta y sin pensarlo más tiempo se sentó a su lado, le puso una mano en el hombro para llamar su atención, cosa que funcionó. Los oscuros orbes del contrario se posaron en él.

- Camus, no te vi, tienes permiso para pasar - con un ensayado tono dio aquella respuesta sin percatarse de la curiosidad indeseada en su inesperado acompañante.

No responde, calla por unos largos minutos y el anfitrión piensa que se ha ido, y no le extraña, puesto que su compañero siempre ha sido así, distante, frio y hasta cierto punto inexpresivo, como si no sintiera nada o quizá, al igual que él, ocultaba sus emociones tras una pared de seriedad. Y es que, en realidad, aquella verdad no le interesa. Camus sigue ahí pero ha quitado su mano del hombro de Shura y se ha levantado, se dispone a seguir su camino. Suspira pesadamente y lo mira de reojo.

-Si quieres hablar, estaré en mi templo - una afirmación simple y superficialmente vana, apenas audible llega a oídos del interlocutor y solo asiente.

El joven francés recorre la penumbra de la casa que lo separa de la suya, no cuestiona lo que ha visto, "no me incumbe" se dice y cree que es cierto, quizá solo el insomnio ha atacado a su vecino o tal vez solo está ahí por gusto, niega con la cabeza y apenas entra a su residencia mira hacia atrás, quizá espera a que Shura aparezca por la puerta de su templo y le diga que quiere charlar, entonces sacará una botella de vino, le servirá una copa y hablaran y despues lo despedirá entrada la madrugada y no dormirá, bajará las escaleras infinitas y se encontrará que todos están en el coliseo para entrenar. No pasó.

"Quizá es un asunto personal y lo resolverá él solo, siempre lo hace, siempre se las arregla para darle solución a sus problemas, no tengo de que preocuparme, mañana estará como si nada hubiese pasado"

Aquella primera noche se hubo olvidado del repentino interés en su compañero y no volvió a recordarlo pues la mañana siguiente parecía ser el de siempre, lo saludó con cortesía y se despidió de la misma manera, no cruzaron más palabras porque no era costumbre en ellos hacerlo. Y sin embargo no pudo resistirlo más, en su mente yacía borrosa aquella imagen causándole inquietud, la tarde aún era joven y él no podía con la angustia. Ascendió las escaleras con pesadez y se detuvo en el octavo templo.

Acostumbrado a andar a sus anchas en aquel recinto, ingresó a la parte privada encontrando al dueño en el sillón mirándolo sin sorpresa pero con una mueca dudosa, no era común que entrara sin anunciarse o llegase con las manos vacías, Milo no le tomó importancia alguna y solo se dedicó a observarlo, a ver como se acercaba a su refrigerador, tomaba un par de cervezas y se sentaba a su lado extendiéndole una y tomando de un solo sorbo la suya como si de ello dependiera su vida.

-Sí, Camus, puedes pasar, estoy perfecto y si, te invito una cerveza - se burló cuando puso la botella vacía en la mesa de centro.

-Deja de ser una molestia y ayúdame - casi rogó el francés pero en ningún momento le miró, sus ojos estaba clavados en un punto muerto.

-No recuerdo haber estudiado psicología pero dime ¿Qué te tiene tan desaliñado?, no pareces tú - volvió a mofarse incorporándose.

-Ese es el problema, no sé

- ¿Tiene que ver con la misión que te toca este fin de semana? ¿O es acaso que no pudiste dormir y estás de malas? - preguntó sumamente interesado.

Negó con la cabeza y se dejó caer en el sillón como peso muerto suspirando como si la vida se le fuera en ello, meditó por unos segundos y sintiéndose como un idiota miró a su compañero con pena, mejor dicho, Milo notó el desasosiego en aquella mirada que parecía ser impenetrable, cómo el frio hielo del siberiano paisaje que alguna vez tuvo la fortuna de ver. Se acercó a su inquilino, puso una mano en su hombro y se dedicó a mirarlo.

"No se lo cuentes, inventa otra excusa"

-Vamos, sin pena, sabes que no te juzgaré - animó el escorpiano harto del silencio.

-Anoche vi a Shura afuera de su templo mirando al horizonte como si fuese la cosa más interesante del mundo

- ¿Ajá, Y? - Lo incitó a continuar

-Y al principio pase de largo, no quise molestarlo pero... - torció el gesto - pero regresé y, y - estaba a punto de perder la poca paciencia que tenía - y le ofrecí ayuda.

-Espera, espera - lo detuvo con una seña de sus manos - ¿¡Qué hiciste que!? - le mostró la dentadura e intentó por todos los medios no reírse de su desgracia.

"Ay, Milo, si no fuera mi amigo lo congelaba entero"

-Le ofrecí ayuda, ¿quieres por favor dejarme seguir? - Le reprimió con notoria molestia, escorpio solo asintió - y lo peor de todo - se tomó el cabello con fuerza y desesperación - lo esperé como si de verdad hubiese tomado mi invitación enserio y esta mañana ni siquiera mencionó algo al respecto, pensé que era más formal y que tendría la decencia de agradecerme, mis expectativas fueron muy altas, que imbécil - se dijo así mismo.

Milo solo lo escuchaba e intentaba buscar una razón verídica para que su mejor amigo entendiese que, posiblemente, capricornio ni siquiera le estaba prestando atención, que se encontraba absorto en su mente o quizá era una de esas noches en las que el recuerdo lo atacaba y es que lo sabía, lo había escuchado hablar de ello y sin embargo no se atrevía a enfrentarlo o a decirle que era parte del pasado pues no quería involucrarse en un asunto que sabía, de antemano, no le correspondía porque, a pesar de haber estado ahí, no sabía nada.

-Tal vez pensó que no lo recibirías y por eso, en un principio, no fue, además - le miró cómo queriendo descubrir los secretos en su mirada - insinuaste que estaba perdido en sus pensamientos ¿no? - Acuario asintió - debió ser eso, no te mortifiques, amigo. Sigue sorprendiéndome lo que hiciste.

-No molestes - se fingió sumamente ofendido - solo quise ser amable.

-Pero sabes cómo es Shura, no pide ayuda a menos que esté con un pie en la tumba, quizá también fue eso; ya no recuerdo la última vez que dijo "me ayudan", tal vez fue cuando éramos niños - alzó los hombros restándole importancia, se levantó y pocos segundos despues regresó y le ofreció otra cerveza.

Camus tampoco recordaba la última vez que - exceptuando la noche anterior - vio a su vecino con aquel rostro demacrado, con estragos de insomnio y con la mente divagando en, sabrán los dioses que cosas. Tampoco podía traer al presente un remoto recuerdo del décimo guardián pidiendo ayuda y tal vez lo prefería así, tenerlo dentro del estándar de estoico y frío, calculador y apenas transparente caballero cuyo corte atravesaría la tierra misma. Pero algo no estaba bien y no le gustaba esa sensación.

Mucho menos podía darse el lujo de llegar y exigirle una disculpa o explicación, no era ese tipo de hombre, ni siquiera sabe la razón principal de su molestia y aun así piensa en un millón de motivos y todos ellos lo llevan a la misma conclusión: un inminente caos, del cual no podrá salir o quizá ni siquiera se dé cuenta de que está dentro. Milo, por su parte, apenas puede procesar que Camus haya querido charlar de problemas que no fueran suyos o de él, quizá su amigo actuó por impulso y sin embargo, pensaba en que, muy dentro del acuariano, se comenzaba a gestar la necesidad de conocer a sus compañeros más allá de lo fundamental y superficial.

Le habían dicho que era muy común que, dentro del santuario, se desarrollaran lazos de amistad y de hermandad con desconocidos que, excluidos del mundo normal, permanecerían a su lado incluso ante la oscuridad de la muerte y que - a pesar de no compartir más que el campo de batalla - estaban más que dispuestos a cuidar tu espalda. Ahora, tal vez, creía que aquellas palabras no eran los disparates de un viejo o los delirios de un loco, ahora que lo veía con sus propios ojos estaba convencido y quizá esa era una de las razones por las cuales intentó ayudar a Shura.

No lo había visto más que en las mañanas en el coliseo o en las escasas reuniones con su ilustrísima, no cruzaban más que los saludos y las despedidas, Milo no volvió a hablar del tema y Camus evitaba a toda costa acordarse de ello. Pero las noches se hacían cada vez más largas, cada vez más pesadas y la duda lo consumía; cada vez que ascendía las escaleras lo buscaba en el mismo lugar o en el salón que atravesaba, no obstante, todos sus intentos resultaron fallidos, quizá porque nunca se atrevió a ir más allá de ambas puertas.

Pensó que sería más fácil acercarse a él o tal solo recibir un poco más que los escasos saludos pero ¿Cómo lograrlo si el mismo se sabía de la misma calaña* que Shura?, nunca reparo en tales asuntos puesto que nunca tuvo la necesidad de hacerlo, todos conocían al mal encarado caballero de acuario que mira a todos por encima del hombro, con desprecio, con arrogancia, con hostilidad; incluso tenía la idea de que su vecino lo incluía en alguna de esas descripciones sin embargo ¿no era su vecino clasificado en el mismo grupo que él?

En una de las tan comunes rondas de vigilancia, se vio acompañado - por orden del patriarca - por el décimo guardián quien no quitaba la vista de la calle, de los senderos disponibles alrededor del pueblo, de las montañas, del cielo y del bien oculto camino hacia su hogar; de vez en cuando lo vería a él pero no decía nada, su expresión al igual que su filosa mirada oscura permanecían, como siempre, impasibles. Y él aseguraba tener la misma mueca gélida de siempre. Era su oportunidad.

"Vamos, no seas un cobarde, si quiera dile algo, oblígalo a que charle contigo, no de esa noche, no de aquel asunto, pero que hable"

Y a pesar de desearlo no podía porque las ideas lo habían abandonado. Lo observaba apenas de reojo cuando caminaban y volvía su vista cuando lo creía necesario, no supo en que momento los minutos se hicieron horas y las horas apuntaban al alba que se distinguía entre las altas montañas; Camus iba a perder su oportunidad y lo sabía pero no había más que hacer, quizá no quería recurrir a la única solución con la que contaba. Apenas unos minutos antes del amanecer su acompañante rompió el silencio.

-Camus - lo llamó - me disculpo por la descortesía del otro día - lo miró confundido - no quise molestarte con mis minúsculos problemas y tampoco te agradecí la invitación - Shura miraba hacia el frente mientras hablaba.

-No hay problema, entiendo - agregó sin mostrar algún sentimiento.-No hay problema, entiendo - agregó sin mostrar algún sentimiento.

Aquella actitud establecía que era sincero y que, de alguna manera, estaba apenado pues siendo de otra manera lo hubiese visto a la cara. "Te ha ganado" se decía el onceavo guardián mientras escuchaba atentamente las disculpas de su vecino y pensaba que quizá Milo tenía razón y Shura simplemente no pediría ayuda y ni siquiera se molestaría en compartirlos pues siempre encontraba como apañárselas él solo y desde que tenía memoria lo recordaba así. Esta vez, está seguro, no sería la excepción. Siguieron su ronda hasta entrada la mañana, ninguno hablo del tema de nuevo.

-Camus - lo detuvo antes de que sus pies avanzaran a la puerta de salida de su hogar - te invitó un café esta tarde, para enmendar mi poco tacto.

Solo asintió y se despidió de su vecino con la frialdad que lo caracteriza y que todos conocen pero que muy en el fondo no existía porque solo a uno le había demostrado que podía sentir tan intensamente que pareciera no ser él y que, sin embargo, su deber y su conciencia a menudo le imponían barreras, yugos pesados que mantenía a raya con su seriedad, imposibilitando, quizá, a su propia persona sin que se diera cuenta.

Aquí el primer capitulo del fic.

Me tardé un poquito pero al fin se los traje.

Espero que le tomen cariño, a mí me está gustando mucho.

Ah, por cierto, Feliz Litha/solsticio de verano

Dan R.

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