«05»
.
.
.
Algunos días más tarde de aquella discusión, las cosas empeoraron, si es que podían hacerlo más.
Estuvo durmiendo en la sala, alejado. Durante estas mañanas, al encontrarnos en el baño, ni siquiera hacía contacto visual, solo tomaba su cepillo de dientes y se iba. En una ocasión, mientras me lavaba la cara le llamé para decirle que no tardaría para que él pudiera ocuparlo y ducharse. El silencio dolió. Creí que tal vez con el paso de los días los ánimos se enfriarían, pero lo cierto es que íbamos de mal en peor.
Lo mismo sucedió en el comedor o la cocina. Cruzarnos e ignorarnos, estar en la misma habitación era como si ambos fuéramos un par de fantasmas en distintas dimensiones. Había estado haciéndose cargo incluso de comprar diariamente comida para calentar en el horno de microondas y eso me hacía sentir frustrado. Él sabía que no debía abusar de ese tipo de comidas por su operación hace algunos años. Su metabolismo no estaba para aguantar ese estilo de vida, así como el doctor le prohibía beber. Tragaba mi furia contra él por su descuido, pero sabía que ya no debía preocuparme si él no le interesaba. Si quería destruirse a sí mismo, que lo hiciera.
Compartir la casa sería un verdadero tormento, así que he estado pensando, irme yo primero. Después de todo, él pagó la mayor parte, yo solo completé lo que faltaba con algunos ahorros. La casa no me pertenece y no veo motivos para seguir alargando esta tortura de mirarlo a diario hasta que el divorcio salga en un mes. No quiero. Me niego. No puedo. No lo resisto. Soy débil. Tan débil que me he tragado las ganas de pedirle perdón e intentarlo de nuevo, aun sabiendo que no hay más que salvar. Me iré, antes de que sea más duro… aunque, eso signifique, que también deba dejar mi trabajo aquí.
Los niños estaban tan entusiasmados con el festival. Pero, si decido quedarme cerca, entonces tal vez deba dejar la universidad. Mi cabeza iba a explotar de tanto pensar. En realidad no quisiera estar cerca y aunque me duela, los niños deberán entender. Suspire y me dejé caer sobre la silla frente a mi escritorio. Abrí la portátil y luego mi correo. Lo primero que debía hacer era pedir un reemplazo y anunciar mi renuncia. Escribí mientras me convencía a mí mismo que el cambio era bueno, de que lo podría lograr. De que debía dejar de ser dependiente de alguien más. Debía hacerlo por mí.
También le había contado a unos amigos cercanos acerca de mi situación pero ninguno sabía sobre el divorcio. No se lo había dicho a nadie. Para ellos, simplemente las cosas van un poco mal, les dije, que no estábamos teniendo un buen momento. Seokjin y Taehyung me había ofrecido quedarme con alguno, a lo cual, deberé aceptar hasta poder encontrar algún trabajo cercano y pagarme un departamento. Mientras tanto, sobreviviría con lo que pude conseguir de la venta de mi auto. No quiero estar cerca por más tiempo. Si pude acostumbrarme a una vida con él, también debía acostumbrarme a vivir solo.
Tome el celular y le marqué a Seokjin. Él era mi primera opción ya que vivía solo en cambio Taehyung ya compartía su departamento con su pareja. No quería ser un mal tercio. Después de dos tonos, él respondió.
— ¿Si. Jimin?
— Hola, hyung, ¿estás ocupado?
— No, no. Para nada. Siempre tengo un momento para ti. ¿Qué sucede?
Tarde un poco antes de continuar. Seokjin era muy inteligente, sabía que no me serviría de nada andar con rodeos, tarde o temprano terminaría sabiendo.
— Hyung... Necesito, donde quedarme...
Sin planearlo, mi voz se cortó. Era patético de mi parte, lo sabía. Pero no lo pude evitar. A través del teléfono escuché su repentina preocupación.
— ¿Estas bien? ¿Qué pasó? ¡No me digas que no me preocupe Park Jimin!
Eso último me hizo reír. Desde que lo conozco, ese chico ha sido lo más cercano a mi familia. Es como si realmente fuera mi hermano mayor.
— ¿Vendrás por mi mañana? —le pedí.
— ¿Y tú auto?.. Oh, ¿Sabes qué? Olvídalo. Mejor no me digas nada ahora, de lo contrario conduciré hasta ahí en este mismo momento. Sí, yo iré por ti. Y tendrás que contarme todo. ¿Me oyes?
— Gracias.
Tendré todo listo.
— Bien. Te veré mañana, Minnie.
— Hasta entonces.
— Hasta mañana.
Corte la llamada luego de eso. Mi decisión estaba tomada. Fui hasta el closet y saqué una maleta para comenzar a empacar. No necesitaba tanto, solo lo básico. No me importaba dejar las cosas que él me había comprado en estos últimos años. Busqué mi ropa, mi cepillo, mi cargador y mis documentos importantes. Entre ellos, estaba nuestra acta matrimonial. Por puro impulso sentí las ganas de romper ese papel y, casi, casi lo hice. Pero no pude. No me atreví. Ese insignificante papel valía tanto para mí. Fue el comienzo de una nueva vida, libre de ataduras y complejos. Lo dejé en la misma carpeta en la que estaba y la dejé en el fondo del segundo cajón. Cuando tuve todo lo necesario arrastré mi maleta hasta el pasillo de la entrada. Así estarían a la mano para el día siguiente.
Justo cuando me disponía a ir a hacer algo para cenar ligero, el timbre de la puerta sonó y tuve que regresar. Era extraño, ya que no me visitaba nadie y ya era tarde. Fui a abrir, pero sorpresivamente no había nadie afuera, nadie, con excepción de un pequeño ramo de hermosas violetas en el suelo de madera del porche. Me agache para levantarlo, echando otra mirada alrededor por si veía a alguien sospechoso. Al no encontrar a nadie volví adentro. Como siempre, una pequeña nota color durazno.
“Violetas para alegrar los corazones rotos.”
Alegría. Me vendría bien un poco de ella en este momento. Me dirige hacia la cocina para buscar un jarrón de agua para las flores y prepararme un sándwich de mermelada cuando de repente la puerta se abrió.
Me quedé pasmado al verlo parado allí, viéndose increíble con su gabardina negra sobre el antebrazo y sus ojos se clavaron en mi maleta mientras cerraba. Tardó unos segundos antes de que levantara la vista hacia mí. Desvié la mirada y continúe con lo que hacía. Llené un pequeño jarrón de cristal con el agua fresca del grifo de la cocina. Escuché como dejaba su abrigo sobre el sofá de la sala, antes de preparar mi sándwich. No esperaba volver a escuchar su voz.
— No tienes que irte. —murmuró. Lo alcance a oír, pero quería corroborarlo.
— ¿Disculpa? —fingí no poner atención.
— Que no tienes por qué irte. Ésta es tu casa también. Seré yo quien se vaya. —mencionó como si nada. Por un momento me quedé sin palabras. Sin embargo mi decisión estaba tomada. No más flaqueos.
— Por si no lo recuerdas es mayormente tuya, no me importa lo que hagas con ella. Quédatela o véndela. No tienes que seguir preocupándote por mí. —le dije con tranquilidad.
Aunque no podía evitar sonar frío, más como un reclamo. De reojo alcancé ver su aspecto cansado y como se sentaba en el sofá en total silencio. Continúe poniendo las flores. Eran hermosas y la curiosidad se metió en mi cabeza. ¿Quién era?
— ¿Violetas para alegrar los corazones tristes? —le escuche decir. Miré en su dirección y vi la nota en sus manos. El me sonrió de una forma que para nada era sincera. — ¿Te fugaras con tu admirador? ¿Estabas esperando que te dejara el camino libre para poder irte como la víctima de todo? ¿Ibas a irte con tu amante? —espetó.
— ¿Crees que soy como tú? ¿Con qué derecho me dices eso? —le reclame. — No quiero discutir más, creé lo quieras.
Guardé todo de vuelta en el refrigerador, el hambre se me había ido. Estúpido, era un gran estúpido. Antes de voltear, él estaba tras de mí, me tomó de los hombros y me pegó contra la puerta de la nevera. Sus ojos ardían de una forma que no había visto nunca. Estaba furioso.
— ¡Suéltame! —le grité, traté de quitarlo pero solo conseguí que me volviera a empujar.
— ¿Y decías que yo era el infiel? ¿Quién te manda flores sino tu amante? ¡Dime quien es! —gruñó bruscamente. Alargó una de sus manos y tomó las flores.
— ¡Deja eso! —lo tomé de la camisa e intente quitárselas, pero su espalda me lo impedía. Abrió la puerta de un gabinete y cerró con fuerza, rompiendo las flores y arrancándole los pétalos. — ¡Eres un idiota! ¡Te comportas como todo un imbécil! —le grité, y golpeé su espalda.
— Dile a tu amante que te compre otras. —espetó con sorna. — También dile que consiga un buen empleo porque lo necesitara para darte la vida a la que estás acostumbrado. ¿No vivirás de palabras lindas y florecitas todo el tiempo, no?
— ¡Por lo menos él me da flores! —escupí sin pensar. Estaba realmente frustrado con su maldito egoísmo.
— ¡Y lo aceptas! ¿Cómo te atreves a juzgarme? —dijo.
Esto no iría a ningún lado con los dos insultándonos. Trague mi fastidio y di la media vuelta para irme. Pero él me agarró del brazo.
— ¿A dónde crees que vas? ¡No hemos terminado!
— ¡Déjame en paz! ¡Me iré donde me dé la maldita gana irme! —me solté de su agarre y me largué a la habitación. No tenía ganas de verlo. Me lastimaba. Me hacía odiarlo con sus palabras injustas.
— ¡No me dejaras hablando solo! ¡No te iras con nadie! ¡Eres mi esposo todavía! —farfulló viniendo tras de mí.
Antes de poder llegar a la puerta y girar la perilla, me sujetó por el hombro, me dio la vuelta y chocó su cuerpo contra el mío, aplastándome. Sus ojos se clavaron en los míos sin la menor intención de soltarme, respirando con fuerza, reteniendo su furia.
¿Celos?
No, él no podía celarme, no tenía derecho.
Sus manos me sujetaron ambos lados de la cara y sus labios agredieron los míos con un beso forzado. Lo empujé, quise apartarlo de mí. Era un desgraciado egoísta. No quería que me fuera con alguien más pero él sí tenía el derecho de meterse con quien quisiera y luego ignorarme.
Su cuerpo se pegó más al mío, aprisionándome sin espacio para que mis codos lo empujaran. Odiaba esto, lo odiaba. Odiaba sentirme usado. Y eso era lo que estaba haciendo ahora, jugando con mis sentimientos. Jugando con el poder que sus labios infringen sobre mi cordura. Mi respiración faltó ante su ataque, mi corazón se alborotó ante falsas esperanzas.
¿Por qué me hacía esto? ¿Por qué me besaba si me detestaba?
Mis manos dejaron de empujar y me aferré a su camisa. Correspondí aquel amargo beso lleno de resentimientos, de recuerdos, de tristezas, y felicidades. Lo respondí ante la firme promesa de que sería el último. La última vez antes de irme, de poner un freno a esta enfermiza relación.
Lo amé, aún lo amo, y tal vez lo siga haciendo, pero me hacía daño. Así como también yo le hice y hago daño a él. Subí mis manos hasta su cabello, moví mis labios con la misma intensidad. Su mano alcanzó la perilla y abrió mientras entrábamos a la habitación.
Una última vez. Sería la última.
Por qué solo el amor puede doler así.
.
.
.
.
.
.
MIN∆BRIL
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro