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7

—💭—


Despertó sintiéndose alguien completamente nuevo.

Se giró en la cama y observó al pelinegro dormido.

Los rayos de luz que entraban por las celosías hacían ver su suave cara mucho más hermosa de lo que ya era. Aquellas ojeras que parecían inmarcesibles ahora simplemente no existían, parecía tan vivo, tan hermoso, tan perfecto.

Pensaba que sentía lo que era el real amor. Sentía tanta admiración por la persona que tenía a su lado, con su pequeña boca semiabierta y los pequeños ronquidos que de esta salían.

Se acercó lentamente a la cara de Sunghoon y depositó un pequeño beso en su nariz. Un beso que expresaba más que un sentimiento. Un beso que despertó algo dentro de él que no sabía que existía.

Aquella bestia imparable que no quería dejar a nadie con vida, aquella bestia que quería besarlo hasta el anochecer.

Antes de que pudiese acercarse nuevamente, las linternas marrones se hicieron presente frente a él, observándolo con confusión.

—Buenos días —dijo en un susurro antes de sentarse en la cama y estirarse, logrando que todos y cada uno de los huesos de su espalda tronaran.

—Hola —susurró también, animándose a pasar un brazo por la cintura del mayor y abrazarlo mientras él permanecía acostado.

Se sentía con la confianza necesaria para hacerlo, pues lo de ayer lo hacía sentir seguro de comportarse así con él, más allá de tener un anillo y un certificado de casamiento.

Sunghoon posó la mano arriba de la suya por un segundo mientras la observaba, para luego sacarla con brusquedad y pararse para salir de la habitación.

Algo dentro de él se rompió en pedazos.

¿Qué había hecho para merecer estos tratos? ¿Solo lo había usado?

—Vístete y baja a desayunar, hoy vendrá la terapeuta a revisarte y ver tu avance —habló antes de salir de la habitación.

Desayunó como todas las mañanas y se dirigió al salón a ver por la ventana y esperar a la terapeuta. No le quedaba más que aceptar que Sunghoon era así por su culpa. Era su culpa el haber revivido de un momento a otro y arruinarle la vida.

La terapeuta dijo que iba avanzando muy rápido, y que quizás en algunas semanas, ya podría volver a caminar solo que con ayuda de muletas. Era una muchacha muy amable, lo trató con mucha dulzura y eso le hizo recuperar un poquito la confianza. Aunque no aprobaba las miradas que le dedicaba a Sunghoon.

Quizás, solo quizás, se había olvidado de que estaba casado con él.

Volver a caminar era algo que lo ponía feliz, pero solo a él.

La cara del pelinegro era sumamente expresiva, y cuando la terapeuta le informó aquello, el disgusto se hizo evidente.

"No se puede recuperar tan rápido, tres o cuatro meses más estaría mejor antes de usar muletas. Se lastimará y la culpa será suya" fue su respuesta.

La terapeuta solo asentía a las respuestas del mayor, pues no podía hacer nada más, él le pagaba después de todo.

Le dolía que él fuese así, sus actitudes lo herían y ya estaba cansado de sentirse como un inútil saco de papas sin futuro alguno.

—¿Por qué no pareces estar feliz? Volveré a caminar, no seré una carga para ti después de eso —se atrevió a preguntar después de que aquella muchacha cruzara la puerta y se fuera lejos con su auto.

Sunghoon lo observó detenidamente, intentando procesar aquellas palabras.

—Porque es imposible que puedas caminar en tan poco tiempo, mírate Sunoo —lo señaló—Estás débil, es una mentira lo que dijo. No puedes recuperarte tan rápido, eres incapaz.

«Incapaz»

Era incapaz ante sus ojos y eso era triste.

—¿Por qué no negaste que soy una carga?—preguntó, quizás esperanzado.

Pero no podía sentir nada más que dolor cerca de Sunghoon.

—Porque lo eres, Sunoo, y vas a serlo hasta el día en el que yo muera —respondió y salió de allí.

Las lágrimas no tardaron en rodar por sus mejillas. Se sentía tan impotente y patético.

Era un tonto por pensar y creer que realmente Sunghoon lo amaba. Era obvio que no lo amaría, porque él no era el Sunoo que era antes, era alguien nuevo, no era su verdadero esposo.

Lo más triste era que él sí podía llegar a amarlo.

Caminaría y se iría, no le quedaba más.

Lloró en silencio, sintiéndose la persona más horrible del mundo y quizás lo merecía por haber vuelto al mundo a molestar.




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