Capítulo 43
Vuelta a Los Ángeles.
Ya habían pasado dos días desde que aterrizamos y ya estaba comenzando a extrañar España. Sabía que hasta dentro de mucho tiempo no volvería allí, pero tenía que aceptarlo. De Connor no había sabido nada desde que bajé del avión al lado de Emilia y llegamos a nuestra habitación. Recuerdo que nos acompañaron y que solo me despedí de mi primo como si la persona a la que había confiado mis mayores temores, la persona que me había soltado aquellas palabras que me habían destrozado en mil pedazos... no estuviera allí con nosotros. Derek en ese momento pareció darse cuenta porque nos preguntó la razón por la que nos comportábamos así. Yo no hablé. Connor básicamente dijo unas cuantas palabras de su ya obsceno vocabulario de siempre y se largó sin nada más que añadir. Mejor así. Eran las palabras que me decía a mí misma para engañarme porque no dejaba de recordar todo lo vivido, lo pasado y las duras palabras.
"—¡Como si no supieras para que se usa!" —esas palabras resonaban en mi cabeza desde que subimos al avión hasta que bajamos.
El primer día después de llegar aquí, no tuve tiempo de deshacer la maleta debido a que Emilia me exigió (mejor dicho, me obligó) que debíamos ir a cenar por ahí porque se le había antojado hambre de comida china. Si. A mi buena y queridísima amiga Emilia se le había antojado comida china. No podía haber sido pasta o cualquiera otra cosa. No, tenía que ser china. Por ese mismo motivo no tuve tiempo de deshacer la maleta y ahora en mi tercer día después de volver me encontraba en nuestra habitación con Tiffany colocando las cosas en el armario. No había vuelto a saber nada de Connor desde que llegamos. Asimismo, también me había alegrado de volver a reencontrarme con Tiffany. La había extrañado tanto que justo hace unos minutos atrás la había escrito para que me ayudara con la ropa y así aprovechábamos para contarnos todas las novedades de nuestras navidades. Me había estado contando que al final se decidió a aceptar la invitación de su padre para ir a cenar a su antigua casa con su madrastra, con la que no se llevaba del todo bien y mucho menos con los hijos de ésta que eran tres o cuatro años mayores que ella.
—Así que Tom el mayor de los hijos, solo se dedicaba a hablar de su equipo de fútbol —finalizó Tiffany dejando la camiseta doblada sobre mi cama.
Solté una diminuta risa mientras agarraba la camiseta y la guardaba en uno de los cajones. Creo que nunca me acostumbraría a la nueva Tiffany. Cuando la conocí era bastante tímida sobre todo cuando se la presenté a Emilia, Derek y la persona que ahora no quería nombrar. Sin embargo, ahora ya parecía estar más cómoda con nosotros. Tenía que reconocer que Tiff desde un principio siempre me había parecido una chica de lo más atractiva y cuando la vi por primera vez después de las vacaciones con el pelo alisado, no la reconocí al principio.
—Al menos viste a tu padre —hablé sentándome por fin en la cama. Ya había terminado. Asintió. —Yo quizá vaya el próximo 31 de diciembre a pasar Noche Vieja con mi padre y...
Antes si quiera de llegar a terminar la frase el portátil que había dejado sobre el escritorio encendido, me avisó que una nueva notificación me había llegado. Me levanté y caminé hacia el para poco después ver que me hubo llegado. Era un correo electrónico.
Lo abrí. Era de un tal Erick Golden. Empecé a leer su mensaje:
Estimada señorita Foster:
Me pongo en contacto con usted porque hace poco leí su correo diciendo que le interesaría hacer sus prácticas en mi editorial. Además, el Señor Klaus, su director de la universidad es un gran amigo mío y me ha hablado de usted, aunque no me dijo mucho y esperaba que usted y yo habláramos en persona para conocernos un poco más. ¿Qué me dice? Si está interesada puede mandarle un correo a mi secretaria concertando una cita para recibirla encantado. Le dejaré su correo más abajo.
Espero que tenga un buen día señorita y gracias por las molestias,
Atentamente,
Erick Golden.
La sonrisa que me salió al acabar de leer el correo no me cabía en mi cara. Era tan grande que prácticamente podía tocar el sol desde aquí. Hace días, en uno de los momentos en que en España estaba lloviendo y no podía hacer nada, aproveché para mandarle un correo a la editorial que el director me ofreció. Nunca creí que me fueran a contestar. Pero allí estaba yo. Frente al portátil mirando ilusionada como me habían respondido. Bajé con el ratón hasta el final del mensaje para buscar el correo que el tal Erick decía que me había dejado de su secretaria. Efectivamente estaba allí. Muy por debajo de la firma del señor Golden. Salí del correo y apagué el ordenador para dejarlo de nuevo donde estaba, esta vez con la tapa bajada. Más tarde le mandaría un correo concertando la cita para ir. Cuán volví a darme la vuelta me encontré con una Tiffany extrañada y sin entender a qué tanta felicidad, ya que justo cuando me había volteado aún no se me había quitado la sonrisa del rostro.
—Era de la empresa donde puede que haga las prácticas —afirmé radiante de alegría. Tiff ya sabía lo de la editorial, porque el día que el director me citó en su despacho, justo cuando salí se lo conté. —¿Nos vamos? Emilia nos va a llevar a la discoteca de la otra vez.
Tiffany asintió. Me dio la enhorabuena y sin más tardar salimos de la habitación. Eran las diez de la noche.
—¡Voy a pedir otra!
La voz de Emilia salía amortiguada por culpa de la atronadora música que sonaba en aquella discoteca que no tuvo más remedio que acercarse a nuestros oídos para gritarnos sin que tuviera que volver a repetirnos las cosas. Asiento bebiendo el último trago de mi copa para luego ofrecérselo dándola a entender que me pidiera otra a mí también. Esta asiente y gira su cabeza hacia Tiffany para preguntarle con la mirada si quería que la pidiera otra, pero esta simplemente negó con la cabeza enseñando su vaso todavía lleno. En cuanto Emilia se marcha hacia la barra antes de que la gente se apiñara en ella y ya no pudiera meterse a pedir, yo me acerco a Tiffany y golpeando su hombro con el mío llamo su atención. Su cabello oscuro recogido en dos trenzas despeinadas marcaba mucho sus mechas californianas. Tiffany iba un pelín más arreglada que yo esa noche. Llevaba un vestido con los hombros descubiertos de color vino, mientras que yo simplemente no me había dado tiempo de cambiarme (ni ganas) e iba con un vaquero ajustado con un mini roto en una de las rodillas y una camiseta con la cara de Ralph el de los Simpson estampada en ella. Y como hacía frío a estas horas de la noche, lo acompañé con una sudadera larga de color rosa. Sin decir una sola palabra más me levanté y con la mirada la señalé hacia el centro de la pista de baile. En cuán me dio su aprobación, tiré de ella para levantarla y llevármela hacia allí. La canción que sonaba en estos momentos era una bastante movidita y atronadora. La conocía. Sabía que se trataba de I Cry de Flo Rida. Tiff y yo comenzamos a saltar al ritmo de la melodía sin importarnos nada ni nadie que rondara a nuestro alrededor. Minutos más tarde Emilia se unió a nosotras regañándonos porque nos decía que no la habíamos esperado y que al principio al no vernos en nuestra mesa se había asustado. Luego de entregarme mi vaso con mi bebida rellenada volvimos a bailar. Sin que me importará derramar líquido al suelo.
Empezaba a tener calor. Mi cuerpo se sentía cansado de tanto saltar y bailar. Cuando me pasé la mano por la frente noté que la tenía empapada seguramente en sudor. Ya me había terminado mi tercer vaso de Ron Cola y ni siquiera sabía qué hora era. Como no quería marcharme y presentía que Emilia tampoco porque bailaba sin detenerse a mi lado, caminé hasta la barra para pedir algo más... pero fue un error. Justo allí se hallaba Connor. Junto a unas tías que se le habían acercado y que no dejaban de toquetearle los grandes y fuertes brazos. Llevaba una camiseta negra de manga corta dejándole al descubierto los tatuajes de los brazos. Unos vaqueros desgastados fijo que ajustados y una Converses negras. Estaba sentado en un taburete de espaldas a la barra y con los brazos sobre ella. Parecía no estar presente en estos momentos. Tenía la mirada fija en cualquier punto sin importancia al otro lado del local.
Respiré hondo. No podía seguir ahí parada viéndole como una idiota. Seguro que ni sabía que estaba allí. Además, me dejé bien claro que no quería saber más de él así que, ¿por qué me molestaba que esas tías le estuvieran tocando? ¿Por qué me incomodaba tanto su presencia? Descarté la idea de los celos. No podía ser eso. No quería que fuera eso.
Me acerqué al único hueco libre que había en la barra y justamente tenía que ser muy cerca de él. Intenté que no notará mi presencia. Al principio lo conseguí, pero de pronto me di cuenta de que tendría que alzar la voz para pedir la bebida y que me escucharía. Traté de calmarme y cuando lo conseguí, llamé al camarero olvidándome por unos segundos de su presencia.
—Otro ron cola por favor.
El camarero asintió y mientras esperaba, me puse a tamborilear con las uñas sobre la barra como si de distracción se tratase. En ese momento percibí su mirada encima de mi sien. Lo sabía por el escalofrío que recorrió mi columna vertebral y que solo sucedía cuando el me miraba.
De repente fue como si la música se hubiera detenido y solo escuchara un pitido en mis oídos y nuestras respiraciones en un incómodo silencio. Por suerte mi bebida llegó rápido, pero se le olvidó ponerme una de esas pajitas modernas que me había puesto antes, así que cuando fui a pedir una, el camarero no debió escucharme porque fue a atender a otro:
—Perdoné, una pajita. ¿Perdoné? —insistí como mínimo tres veces y nada.
Poco después vi que una mano se detuvo enfrente de mi cara sujetando una de esas mismas pajitas. Me giré y le vi. Fue la primera vez desde que regresamos de España que me cruzaba con sus ojos. Su rostro no transmitía ninguna emoción alguna. Es más, ahora mismo parecía tener menos sangre en las venas que el mismísimo Grinch. Bajé la mirada hacia su pajita que me ofrecía y la volví a alzar enarcando una ceja.
—Toma. Usa la mía. Yo no la he usado —. En su voz pude notar un atisbo de cansancio. Su tono también era neutral. Sin sentimientos.
Sin más de un simple gesto con la boca agarré la pajita que me ofrecía y la colé en mi vaso. No os voy a mentir si os dijera que no rocé sus dedos con los míos cuando la cogí, porque sí que lo hice. Nuestros dedos se rozaron una milésima de segundos que se sintieron como eternos. Tengo que confesar que cuando sus verdes ojos se pararon en los míos violetas, me dieron los malditos murciélagos en el estómago y las ganas de saltar a él. No sabía si era por el alcohol que ya me estaba subiendo a la cabeza o simplemente porque hacía mucho que no le veía, pero después me venía a la memoria la bolsa de droga que me encontré hace días y las palabras que me soltó al final y de nuevo volvía al punto de partida. El silencio seguía entre nosotros. Más incómodo que de costumbre. Di un sorbo a mi Ron y para cortar aquel silencio le pregunté por mi primo:
—¿Y Derek no ha venido? —Mi pregunta le sacó del ensimismamiento que llevaba encima. Había sido bastante tonto preguntarle eso ya que mi primo no estaba por ninguna parte, pero fue lo primero que se me ocurrió.
Éste dio un sorbo grande a su copa y siguiendo sin emoción en sus palabras, me respondió:
—No. Tenía cosas que hacer.
—¿Qué cosas? —no sé porque me salió aquella pregunta con un tono preocupante, pero si hubiera querido retirarla, ya habría sido bastante tarde. Sus labios se inclinaron hacia arriba en una diminuta sonrisa. Sexi. Irresistible. Y tuve que apartar los ojos rápido para no caer en la tentación de besarlo.
Chupé la pajita tratando de concentrarme en cualquier otra cosa que no fuera su sonrisa perfecta que tanto me gustaba cuando salíamos juntos.
—Ha encontrado curro y me dijo que el primer día no quería llegar pareciendo un zombi —respondió al fin sin hacer desaparecer la sonrisa que desde que le había visto hace rato con aquellas tías no tenía. —¿Y tú?
Su pregunta me congeló. No lo podía describir mejor. Sentí de nuevo aquellos mamíferos chupa sangre también conocidos como murciélagos revoloteando en mi interior. Me repetía a mí misma que dejara de ponerme así por una simple pregunta que él me había lanzado. Volteé para mirarle de nuevo extrañada.
—Genial —no sabía que más decirle.
—Muñeca si me dieras la oportunidad de explicarme de lo que pasó en España... —le corté. No quería recordar aquel día. Ya era demasiado con no quitarme de la cabeza sus palabras hirientes, como para volver a recordarlas; y mucho menos ahora que me lo estaba pasando bien con mis amigas. No quería arruinarles ni arruinarme la noche.
—No hay nada de qué hablar. —Me separo de la barra para marcharme de nuevo a donde Emilia y Tiffany estaban bailando sin apenas percatarse de con quien estaba hablando. —Y no me llames muñeca ¿vale? Me voy a bailar.
Justamente cuando di nada más que tres pasos alejándome de él, Connor volvió a hablar. Su respuesta no me la esperé en ningún momento, pero, aunque por una milésima de segundas me salió una sonrisa en los labios sin que pudiera verla, la borré de inmediato y volví a retomar mi camino sin quitarme sus palabras de la cabeza:
—Hazme el favor de no bailar así. No sabes las ganas que tenía de sacarte y llevarte al baño de lo sexi que te veías.
El olor a coche nuevo estaba en mi puesto número tres de los mejores olores del mundo. En primer lugar, tenía el olor que desprendían los libros recién comprados y en segundo lugar el de la lluvia. Por primera vez desde que me lo regalaron podría estrenar mi coche recién nuevecito. Aún podía acordarme de ese mismo día. Tuve miedo porque antes de que me lo diera mi primo, había creído que él y Emilia estaban enfadados conmigo porque no me hablaban. Después de tirar de cualquier manera el bolso que llevaba, entro en el coche. Me abrocho el cinturón, compruebo que todos los espejos estén correctamente colocados y finalmente y luego pasar mínimo unas cinco veces de emisora y no encontrar nada, decido conectar mi móvil para poner mi música. Justo cuando la voz de Justin Bieber comenzó a cantar las primeras notas de su canción Yummy yo arranqué el coche directo a la carretera. Me dirigía hacia la empresa del señor Golden. Habían pasado dos días desde que me encontré a Connor en aquella discoteca. A la mañana siguiente de despertarnos después de llegar de la discoteca me puse en contacto con la secretaria del señor Golden para pedir cita y aquí estaba. En mi coche precioso yendo hasta allí. Los días de diciembre se me estaban pasando rápido. El mismo día que le mandé un correo a la secretaria, también hice lo mismo con papá, pero en ese caso fue por teléfono móvil. Le dije que el treinta y uno iría a pasar Noche Vieja con él. Claramente aceptó.
Solo me quedaban seis días para ir a verle. Seis días para que diciembre acabara.
Aparco en un hueco libre que había encontrado junto a otro coche que parecía ser mucho más caro que el mío. Un Corvette como el de mi padre, pero en lugar de rojo, este era de un color negro mate. Apagué la radio, saqué las llaves del contacto, cogí el bolso y cuando me aseguré que tenía todo, salí del coche cerrando tras de mí. Me metí el móvil dentro del bolso y comencé a caminar hacia la entrada de la editorial. Se llamaba Golden's: Editorial & Periodism. Cuando entro mi vista se maravilló. Era a simple vista bastante grande. Los colores estaban entre dorados y blancos. Blanco para las paredes y dorado para los adornos que decoraban las paredes, el mostrador donde una mujer se encontraba detrás —supuse que era la secretaria— y había un sofá también blanco. Un ascensor con las puertas doradas se encontraba al final del recibidor.
Me acerco al lugar donde estaba la secretaria. Una mujer de unos treinta y tantos años o así con el pelo de un color muy peculiar: lo llevaba azul oscuro por la parte de arriba y poco a poco se veía como el color iba degradándose hasta convertirse en un azul turquesa en las puntas.
Me sonríe en cuanto me ve llegando a ella. Le devuelvo la sonrisa.
—Tú debes ser la señorita Foster, ¿no es así? —Asiento.
—¿Eres tú la misma secretaria que me ordenó la cita? —mi pregunta salió de mis labios como si llevara toda la vida ahí encerrada. Esta me sonrió. No pareció molestarle mi pregunta, ya que, en su lugar, asintió.
Antes de que pudiera volver a decir nada, su mirada de un color azul turquesa como su pelo se detuvo en algo, o más bien alguien, que se localizaba a mi espalda. No sé porque, pero en ese momento tuve muchos nerviosismos. Lentamente me empecé a dar la vuelta hasta quedarme de frente a un hombre trajeado de unos treinta y pico o cuarenta, allí parado. Me miraba con una gran sonrisa mientras sujetaba unas carpetas amarillas en las manos. Se fue acercando a mí con paso decidido y cuando estuvo lo suficientemente cerca, habló:
—Tú debes ser Baby Foster. Bienvenida —le entregó las mismas carpetas que tenía hace unos segundos en la mano a su secretaria sin quitarme la mirada de encima. Tenía que reconocer que el hombre se conservaba bien para la edad que tuviese (que seguía sin saberla). Su cabello un poco rizado y corto resaltaba un color negro azabache con algunas diminutas canas sobre esta, pero casi imperceptibles. Sus ojos eran de un extraño color chocolate pero que se mezclaba con un tono grisáceo. De nuevo, tenía que reconocer también que me resultaba extrañamente familiar, pero debían ser imaginaciones mías. Lo que sí es que era demasiado apuesto. Demasiado. —Cathy guarda estos documentos —le dijo a la mujer. Luego volvió a mirarme. Sonrió nuevamente —Soy Erick Golden.
Le tendí la mano con gusto. Después de un buen rato en silencio y sin moverme apenas, al fin había conseguido espantar los nervosismos.
—Encantada.
—Tu director es muy buen amigo mío y ya me ha comentado tus buenas notas y que eres de confianza así que... —le seguí hasta el ascensor que vi al entrar. Erick le dio al botón y este en menos de un segundo se abrió. Aluciné con el interior. Un espejo al fondo. Las paredes de un tono negro realeza y el suelo de moqueta caro. Tenía cuatro plantas. Le dio al último —Así que solo te haré una pregunta, ¿está lista para la pregunta?
Asentí. Enrosqué los dedos unos con otros nerviosa. ¡Mierda! De nuevo volvían los nervios.
—Mi pregunta es: ¿quieres y estas preparada para trabajar aquí?
Me quedé de piedra que si no llegaba a ser por Erick no me percataba de que el ascensor había llegado a su piso correspondiente. ¿Ya estaba? ¿Así de fácil? Y como no quería que pensada que era muda o algo parecido, asentí rápidamente con la cabeza con una sonrisa fugazmente en los labios y un gracias por mi parte.
Este también sonrió.
—Genial. Hablaremos de tus horarios en mi despacho.
Y justo eso fue lo que hicimos. No fue muy difícil ponerme mis nuevos horarios y yo ni siquiera me quejé. Acepté encantada. Mi horario era de por la tarde, así que sería fácil. Solo tenía que salir de clases y venir hasta aquí; eso sí, tendría que hablar con algunos profesores para que las asignaturas que tenía por la tarde, me las cambiaran. Pero después de todo estaba realmente feliz. En cuanto salí de allí y al montarme otra vez en mi coche, grité de alegría.
¡Iba a hacer las prácticas!
Aquí tenéis el siguiente capítulo. Espero que lo disfrutéis como he hecho yo al escribirlo y no os olvidéis votar y comentar que os ha parecido.
Han aparecido nuevos personajes, ¿creéis que van a ser simpáticos o no?
Del 1 al 10 cuanto le ponéis al capítulo??
DEDICATORIAS:
MakaAlbrann, LaChicaAnonima18, sidielysgg, Panteritaaa, SheilaCandel, Gabanasrahi, jennymaghamster, dahiabi, morely_mch, zuxanitha, DayanaMontera, LaChicaRomance, Im_Pikalu138, GrisbelBrito458, AdictaAlChicoDelPan, BeMyKata, Yomira_Hernandez, NatashaRodriguez314, AMO_LA_NATA, beasarria_dianaip29, NataliaRojas417, GianellaLuna7, JoyGamboa3003PititosVerdeees y GiigyArmendariz
Espero que lo disfrutéis mucho. Besos a todos.
*Pelo de Cathy en multimedia
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