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Capítulo 38


Termino de ponerme el pijama cuando me sitúo frente al espejo del baño con el peine en una mano y sin más tardar me desenredo el pelo intentando no tirarme muy fuerte ya que aún me dolía la cabeza del alcohol que había tomado en aquella discoteca. Habíamos llegado hacía un buen rato a la habitación del hotel, y el insufrible me había obligado a meterme en la ducha para por lo menos que se me quitara un poco de la borrachera que llevaba. Además, en el momento que me saqué la camiseta a la hora de meterme bajo el chorro de agua, comprobé que tenía una mancha en la parte delantera por donde el pecho, así que supuse que me había vomitado encima y no podía olvidarme del aliento a alcohol que desprendía mi boca. Por eso, cuando acabo de peinarme y de lavarme los dientes por segunda vez, con la ropa mojada en la mano debido a que había decidido lavarla un poco a mano en el lavabo, la dejo bien tendida sobre una de las sillas que había allí, y salgo a la terraza donde se encontraba el insufrible apoyado sobre la barandilla.

Me acerco hasta él colocándome de la misma manera en la que él estaba apoyado. El aire que hacía a esas horas de la noche era de gran ayuda para mi dolor de cabeza. Solté un suspiro. Aproveché que no se había percatado de mi presencia para distraerme con su voluptuoso cuerpo que parecía tallado en mármol y que se había desecho de la camiseta hacía un rato ya. Observo los dibujos de tinta que le cubrían la piel. Su brazo izquierdo, que era el que tenía a mi vista, tenía una mandala sobre el hombro de tamaño medio. Desde aquí no podía verle el tatuaje de los números romanos que llevaba en el pecho arriba. Fui subiendo hasta detenerme en los movimientos de sus labios al aspirador el humo del cigarro y soltarlo.

De un momento a otro éste formó una media sonrisa traviesa antes de pronunciar las temidas palabras que me hicieron comprender que había sido consciente de mi mirada sobre él:

—Creo que tenía razón cuando decía que te gustaba observarme, ¿eh muñeca? —la sangre me subió por las orejas encendiéndolas y que me abrasaran.

Me pasé la lengua por los labios humedeciéndolos bajo la atenta mirada de Connor que ya había tirado el cigarro por la terraza.

—Que dolor de cabeza —fue lo primero que dije olvidando por completo que me había pillado mirándole. Toqué mi frente con la mano. Acompañado de su risa, éste se movió de sitio para después quedarse frente a mí encerrándome con sus brazos a ambos lados de mi cuerpo. Me sentí pequeña en ese momento.

—Eso te pasa por pasarte con el alcohol, muñeca —su tono fue con sarcasmo.

—Oh, ¡cállate! —me froté las sienes para menguar aquel inmenso dolor. Pero nada. —Por cierto, Mr. Sexo, ¿vamos a seguir con las clases de moto? —Era consciente que había cambiado de tema, pero solo porque me acababa de acordar del apodo ridículo que le puse cuando aún estábamos en la discoteca. Éste arqueó una de sus cejas. Se pasó la mano por su pelo dejándoselo más despeinado de lo que ya estaba. Ahora cada mechón miraba en una dirección diferente. —¿Qué?

—Pensé que te olvidaría de ese mote —negué sonriendo traviesamente. —Cuando quieras seguimos con las clases. ¿Y se puede saber porque ese mote muñeca?

—¿Mr. Sexo? Pues porque eres el rey del sexo.

Connor arquea de nuevo su ceja en un gesto de perplejidad.

—Así que el rey del sexo, ¿eh? —y sin avisarme de su siguiente movimiento, me levantó en volandas sobre su hombro dejándome las vistas de su trasero y mientras gritaba como una loca teniendo en cuenta de que me dolía la cabeza, entró al interior de la habitación.

Emilia y yo caminamos al mismo tiempo que vamos hablando y ojeando los distintos escaparates de las tiendas que había a nuestro alrededor. Nos encontrábamos en La Gran Vía. Una de las principales calles de Madrid. Los transeúntes que también visitaban aquella zona, nos daban a entender que debía ser muy popular. Había un montón de personas caminando de allí para allá que casi no podías dar un solo paso sin que llegarás a chocarte con alguien, y muchísimo menos cuando era diciembre que la gente iba solo para ver las luces que se situaban colgadas de los cables de alta tensión. La verdad es que eran preciosas y más cuando habíamos decidido salir por la noche, y ahora estaban encendidas iluminando las calles. Decidimos dejar a los chicos solos y pasar una tarde de chicas sin que nadie nos estorbará porque hacía mucho tiempo que nunca estábamos juntas; es más, creo que la última vez que estuvimos juntas sin Derek y sin nadie, fue en el gimnasio cuando le conté que por casi golpeaba a Maddie. Olvidando aquellos pensamientos de mi cabeza, rodeo a un joven que caminaba de manera contraria a mi paso y que, si no fuese porque me di cuenta, habríamos acabado chocándonos. No me paré a mirar de quien se trataba. Seguí andando junto a Emilia. Era domingo por la noche.

Terminando nuestra primera semana en España desde que llegamos.

Me detuve cuando comprobé que Emilia había hecho lo mismo frente a un escaparate de una tienda de rosquillas y dulces navideños que solo con echarle un simple y pequeño vistazo a esos manjares, se te hacía la boca agua. No pudimos evitar no entrar dentro. Al fin y al cabo, las dos éramos unas golosas sin cuidado. El interior del local desprendía un delicioso aroma. Una mezcla entre masa de galletas y hojaldre se colaba en mis fosas nasales. No podíamos olvidarnos de la decoración del lugar: en la entrada vimos que tenía un toldo de color rosa palo con el nombre del local en él. Nada más entrar nos fijamos en las paredes de color fucsia claro que hacían juego con los sofás que había en algunas mesas. Las mesas eran cuadras y algunas venían con sillas y otras con sofás. Las sillas eran rosa oscuro. Por último, el suelo de baldosas color arena te daba un aspecto acogedor. El ambiente era bastante cálido allí dentro. Me froto las manos que estaban congeladas del frío de la calle. Emilia y yo nos acercamos al mostrador.

Una mujer nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Era un tanto rechoncha y su pelo canoso nos dio a entender que no se trataba de una chica joven como la que estaba a su lado. La mujer, que llevaba unas gafas cuadradas rosas sobre la cabeza, nos miró con dulzura.

Su voz fue una especie de melodía para nuestros oídos cuando pronunció las primeras palabras:

—¿Qué desean jovencitas? —nos miró una vez más con un brillo en los ojos. Parecía que le gustaba trabajar en esto.

Después de unos minutos más tarde, cogemos las cosas que habíamos pedido y caminamos hacia una mesa que había libre. Hinqué un mordisco a la magdalena de arándonos sin azúcares que me había pedido. Definitivamente vendría más veces a esta pastelería. La boca se me hacía agua cuando el esponjoso y delicioso trozo de la magdalena se derretía por mi lengua y bajaba por mi garganta. Emilia hizo lo mismo con uno de sus Macaron. Soltamos una risa floja al ver nuestras caras. ¡Parecía que nunca habíamos comido dulces!

Perdimos la noción del tiempo en aquel local. Cuando quisimos darnos cuenta, ya eran las once de la noche y teníamos que darnos prisa si queríamos regresar al hotel después de ver las luces por última vez.





—La verdad que ha sido muy divertido —comentó Emilia resguardándose del frío diciembre con una chaqueta.

La verdad que sí. Nos lo habíamos pasado muy bien estando esta noche juntas. Reanudamos nuestro camino luego de pagar el chocolate caliente que Emilia se había pedido en un puesto ambulante que había en la plaza. No entendía como aún le quedaba espacio en la barriga para más dulces, si prácticamente se había comido todos los Macarons que pidió en la pastelería anterior. Íbamos hablando de trivialidades. Nos reímos al recordar el bochornoso momento que habíamos pasado antes cuando sin querer un señor mayor nos había confundido con sus nietas y nos había pellizcado los mofletes cariñosamente, —obviamente le dijimos que se había confundido y se disculpó avergonzadamente—. Oía el movimiento que hacían las hojas de los árboles que se movían con el suave viento. Las luces de las farolas se encendieron iluminando cada rincón por donde pisábamos. Fuimos hacia una de las paradas del autobús debido a que ya estábamos demasiado cansadas como para seguir andando hasta el hotel. De un momento a otro, cuando ya estábamos casi cerca de la parada, sentí que mis pasos empezaban a reducir el ritmo de la velocidad. Tropecé con mis propios pies. Mis ojos se detuvieron en la persona que aparecía en el póster de la parada del autobús. Emilia debió de darse cuenta. Se paró a mi lado y con la mirada siguió el recorrido que realizaba la mía... hasta comprender porque me había detenido.

Mi madre aparecía en la parada del autobús. Con su sonrisa alegre y sus ojos radiantes de felicidad, posaba para anunciar lo que parecía ser un anuncio de ropa interior. Estaba delgada, pero eso no quitaba que fuese perfecta. Mi madre sabía cómo ponerse ante la cámara para que estuviera mucho más que la palabra "perfecta" y de cómo debía soltarse para parecer natural. De repente me empecé a marear. Todo me daba vueltas y cuando intenté seguir caminando, las piernas me flaquearon. Emilia me ayudó agarrándome del brazo para evitar que me cayese. Le di las gracias en mi mente por estar aquí conmigo. Quería regresar al hotel.

Solté el aire que hasta ahora no me había dado cuenta que había estado conteniendo.

—¿Nos vamos al hotel? —su voz era tranquilizadora.

Asentí.

No tenía fuerzas. Parecía que me había quedado sin voz en menos de cinco segundos. Quería llegar y meterme bajo las sábanas de mi cama. Por ese motivo, no tardamos mucho en subirnos al autobús cuando éste se aparece frente a nosotros.

Aquí tenéis nuevo capítulo de LMB. Espero que o disfrutéis. Siento no subirlo ayer como prometí, pero tuve un día muy ocupado y no me dio tiempo. Luego más tarde tendréis el capítulo 39. No olvidéis de votar y comentar.

¿Mr. sexo?

¿Que os ha parecido el nuevo mote de nuestra protagonista?

DEDICATORIAS:

MakaAlbrann, LaChicaAnonima18, AdictaAlChicoDelPan, BeMyKata, GrisbelBrito, Yomira_Hernandez, Alis0nCrawf0rd, CristineTxM, -Sweethazelnut- y Panteritaaa.

Besos a todos.

Gran Vía en Multimedia. *

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