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- Estamos en guerra - declaró el hombre, hablando despacio, paladeando con desprecio sus propias palabras. 

- ¿Qué? - las dos mujeres hablaron a la vez. Se miraron entre ellas, decidiendo quién hablaría primero. 

- ¿Pero, cómo? - Aurora habló primero finalmente. - Quiero decir, ¿qué tenemos que ver nosotros con peleas vecinas?

Ígor puso los ojos en blanco; no quería hablar del tema. Todos los problemas relacionados con las islas vecinas y la posibilidad de un estado de guerra era lo único que le rondaba la emnte desde hacía medio año, y estaba cansado. Pero esto, por desgracia, no había hecho más que empezar. Y duraría mucho tiempo más. 

- Sabéis que las Islas de Capricornio, nuestros vecinos más lejanos de este lado del meridiano, son cazadores de dragones, ¿verdad? - habló Igor finalmente, a lo que las dos mujeres asintieron. - Bien, - Igor continuó - pues justo por eso están teniendo problemas con las Islas del Norte. 

- ¡Pero las Islas del Norte están a veinte mil leguas! - le cortí Ingunn. - ¡De hecho, no deberíamos navegar tan lejos! Las criaturas primaverales como nosotros no podemos sobrevivir allí, y nuestros barcos no están preparados para el hielo - hizo una breve pausa, esperando que su hermano dijera algo. Como no dijo nada, continuó: - Y por si todo eso no es suficiente, ¡ninguna criatura primaveral ha viajado nunca hasta allí y ha vuelto para contarlo!

Aurora miraba con preocupación, de hito en hito, a su cuñada y a su esposo. Igor parecía pensativo. 

- Bueno, si me dejáis explicároslo, - comenzó, pausado, mirando a ambas mujeres con la calma de un marinero - tal vez lo entendáis. Ingunn asintió con la cabeza, algo más calmada; pensando que quizás ya se les habría ocurrido alguna solución que no fuese navegar hasta las Islas del Norte. En la mente de Aurora, sin embargo, todo eran temores y malos augurios. Cogió su taza de té con las manos temblorosas, y le dio un pequeño sorbo a la bebida. 

- Cuatro meses atrás, - comenzó Igor, mirando a un punto más allá en la pared - la alarma fue activada. Todos los marineros viajamos hasta Capricornio. Cuando llegamos, Harack el Rojo nos recibió. - su entrecejo se arrugó, absorto en su propia historia. - Siendo como era el jefe de la isla, nos explicó los problemas que estaban teniendo y el por qué de dar la alarma. Los cazadores de la isla habían detectado dragones; dragones que llegaban allí desde las Islas de Norte. - hizo una breve pausa, saliendo de su ensimismamiento, dirigiendo la mirada hacia su hermana. - Esa misma mañana, un centenar de dragones Del Hielo aparecieron volando, y el cielo sobre nuestras cabezas se tiñó de blanco. Los cazadores de Capricornio empezaron a capturar a los dragones. - Igor suspiró; mientras contaba su hiestoria, iba reviviendo los momentos narrados. Y lo que estaba a punto de revelar no era de su agrado. - Lo que ninguno sabíamos era que esos dragones llevaban jinetes. 

El semblante de Aurora palideció al instante. Ingunn se llevó las manos al pecho, reprimiendo una exclamación. 

- ¿Qué sucedió entonces? - preguntó Aurora, las lágrimas estaban a punto de resbalar por sus mejillas. Igor la miró largamente, armándose de voluntad para seguir hablando. 

- Capturaron también a sus jinetes. Con la mala suerte de que, entre ellos, estaba el Guardián de la Reina - el gran hombre bajó la cabeza, incapaz de seguir mirando a las mujeres. 

- ¿El Guardián de la Reina? - preguntó Aurora, ahora más intrigada que conmovida. - ¿De quién se trata? - se cortó a si misma durante un instante, y volvió a formular otra pregunta: - ¿Y quién es esa Reina?

- Su nombre era Thobias Overland - reveló Igor. - El caso es que, en las Islas del Norte, también tienen ritos y tradiciones, pero no como los de este lado del meridiano. En este caso, el Guardián y la Reina tienen un pacto. Un pacto inquebrantable e infinito. Ninguno de los dos se libra jamás de él, y este pacto se va heredando generación tras generación, independientemente de quién sea la Reina o el Guardián. 

- ¿Y a qué viene todo esto del pacto? - preguntó Ingunn, deseosa de saber más. - No entiendo la conexión entre la tradición norteña y esta guerra en la que se nos ha metido. 

Igor puso los ojos en blanco y se masajeó el puente de la nariz, exhausto. Si ya era difícil de entender para él, más le costaba explicarse bien para que el resto lo entendiera. Además, no estaba acostumbrado a hablar tanto. 

- El pacto se basa en el mutuo beneficio - empezó. - El Guardián jura bajo La Luna la eterna protección de la Reina, aunque tenga que arriesgar su vida para ello. A cambio, la Reina le promete la resurrección de su primer hijo. 

- ¿Ella tiene el poder de resucitar? - preguntó Aurora, asombrada. Esos poderes sólo los tenían los Astros Cardinales, y sólo podían ser concedidos bajo un conjuro muy poderoso. 

- Y además, también tiene el poder del Espíritu de Hielo - asintió el hombre. - De hecho, puede otorgar el don de la resurrección, y al mismo tiempo otorgarle a la persona resucitada el poder de la inmortalidad y poderes en general. - se encogió de hombros. - La verdad es que sabemos muy poco de la cultura del Norte.  

Al ver que ninguna de las mujeres hablaba, decidió terminar, de una vez por todas, la historia que había comenzado a narrar minutos atrás. 

- De esta manera, cuando llegó a los oídos de la Reina que Thobias Overland había sido capturado, la furia la invadió, declarándonos así la guerra. 

Ingunn miró a Aurora, y después, a Igor. No podía creer lo que estaba oyendo. Su pueblo, su hogar, su marido, en guerra. 

- Hay algo más - suspiró Igor, deseando terminar. - Para la seguridad de nuestra gente decidimos navegar hacia el Norte, y que la guerra tenga lugar allí. Suficientes muertos ha habido ya. 

- Pero - Ingunn empezó a hablar; siendo cortada por su hermano. 

- No es discutible, Ingunn. - entonces se levantó de la silla y, tras dar un beso en la frente a las dos mujeres, abandonó la habitación. Ingunn y Aurora se miraron una a la otra con el horror plasmado en sus rostros. Sus esposos irían a luchar a territorio desconocido y, además, en una guera que nada tenía que ver con ellas. Maldito tratado. Estaban aterradas, y horrorizadas. Podrían morir allí, en la batalla. 

Igor se coló entre sus pensamientos cuando entró de nuevo a la habitación. 

- Partimos al alba - dijo. - He de prepararlo todo e irme a la cama - se acercó a su esposa y la besó suavemente. - Debo estar descansado. - Abrazó a su hermana y después volvió a deesaparecer escaleras arriba. 

Ingunn se puso de pie de un salto. 

- Debo irme a casa, tengo que hablar con Hareck - dijo nerviosa. Dejó la casa sin siquiera despedirse de Aurora y corrió como alma que lleva el viento hasta su propia morada. Cuando llegó, al abrir la puerta, se encontró a su marido, frente a una gigantesca jarra de cerveza y con el rostro impasible. 

- Cariño, estoy en casa - Ingunn se acercó despacio a Hareck, y le abrazó por la espalda. Hareck se giró y la besó con pasión. De pronto, comenzó a llorar. Ingunn le tomó la cara entre sus manos y dejó un suave beso en su frente. 

- Ingunn, voy a extrañarte tantísimo... - dijo susurrando, entre sollozos. El alma de Ingunn se quebró en mil pedazos. Una pequeña lágrima cayó deslizándose rápida por su mejilla. 

- Querido, sólo serán un par de meses - trató de consolarlo, y al mismo tiempo, consolarse a ella misma también. - Unos meses y volverás a casa, con nosotras - dijo, dándole fuerzas y esperanzas, acariciándose la barriga. 

Hareck la miró, sonriendo y con los ojos empañados. 

- ¿Y qué ocurrirá si jamás regreso?

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