Capítulo 8
El Topo cerró la puerta al entrar en el baño. Tras deshacerse de su camiseta, limpió parte del vaho que quedaba en el espejo debido a que Gregory se había duchado antes. Observó detalladamente su torso, con alguna que otra herida. Unos segundos después, se frotó los ojos; las bolsas bajo estos comenzaban a notarse.
Se dispuso a quitarse la venda que cubría una de sus muñecas, cuando abrieron la puerta sin permiso.
-Quel diable-...? ¡Idiota, ¿no te enseñaron a llamar a la puerta antes de entrar?! -exclamó un exaltado Christophe.
-De hecho, sí -el chico se mostraba serio: algo extraño en él-. Toma, pensé que lo necesitarías.
El rubio le lanzó la muda limpia sin previo aviso, aunque el moreno captó la ropa interior al vuelo.
-¿Has mirado en mi mochila? -el mercenario se acercó peligrosamente, fulminándolo con la mirada.
-Tenemos que hablar, date prisa en ducharte.
Sin cambiar su neutra expresión, Fields le cerró la puerta en la cara a salir. El francés elevó una ceja, ¿qué mierda le ocurría? Aunque meditó durante unos segundos, optó por desnudarse finalmente y entrar a la ducha. Su rostro se veía tremendamente irritado de nuevo.
Dejó que el agua cayese sobre su cabeza y espalda por unos minutos, la frente apoyada contra la pared y los ojos cerrados; quemaba un poco, pero era lo que menos le molestaba en ese momento. Gregory era tan pedante a veces, ¿qué le habría hecho enfadar de esa forma? No es como si al mercenario le importase, pero simplemente le picaba la curiosidad. ¿Tal vez se había molestado por las fuertes reacciones del francés ante su actitud juguetona?
Desafortunadamente, a su cabeza volvieron los momentos tan embarazosos que habían tenido lugar a lo largo del día. ¿Por qué no salían de su mente? Era algo estúpido, pero no podía evitarlo. ¿Qué le ocurría?
Cuanto más intentaba evadirse, más rememoraba aquella sensación que casi le hizo explotar cuando se produjo aquel inusual choque de caderas, todos esos cruces de miradas y momentos de intimidante roce, entre otras cosas.
Para la desgracia de DeLorne, todos esos recuerdos y sensaciones fueron mezclándose de forma exasperante y enrevesada. Dando lugar a una imprevista e irremediable erección.
-Ça ne peut pas être possible... -no podía procesar con exactitud lo que estaba teniendo lugar en su cuerpo, se sentía terriblemente avergonzado de no poder "manejar la situación".
Cerró los ojos por un rato. Por culpa de aquellas traviesas imágenes que le estaban jugando una mala pasada, sumadas al calor del baño y la tórrida corriente de agua que recaía sobre su cuerpo, DeLorne se ausentó de la realidad por un momento. Pero ese único momento fue suficiente para perder el control.
No fue hasta que un ahogado gemido salió de entre sus labios, que abrió los ojos y se vio reflejado en el espejo frente a la ducha: su cabeza aún permanecía reclinada contra uno de los azulejos, cabellos oscuros resbalando por su frente, húmedos por una mezcla de agua y sudor propio. Observó cómo su mano izquierda se apoyaba en la misma pared, y sin embargo, bajó la mirada hacia donde la otra mano se movía precipitada y rauda.
El Topo apartó la mano de forma violenta, sintiendo un fuerte dolor en la parte baja de su abdomen a causa de la reciente falta de atención a su necesidad. El chico se mordió el labio inferior y se dio leves palmadas en las mejillas, tratando de llevar la mente a otra parte y calmar sus deseos.
Sin embargo, ¿acaso importaba?
Gregory probablemente estuviese charlando con Evelyne en la cocina para matar el tiempo, o jugando con Anukis en la sala de estar. De cualquier forma, nadie se enteraría de lo que dijese o hiciese encerrado en aquel cuarto de baño en la planta alta de la casa de los Fields. Y en ese momento se estaba sintiendo ciertamente necesitado: tras pensar por unos instantes, decidió no dejar aquel trabajo a medias.
Después de todo, se trataba de un mercenario, ¿no?
[...]
-Gregory suele hablar bastante sobre ti -intervino el ama de llaves, colocando sobre la mesa dos platos de macarrones con queso-, me contó que sois amigos de la infancia, ¿no es así?
-Uh... sí -murmuró el chico, comenzando a comer con algo de inquietud; sus largas piernas permanecían cruzadas bajo la mesa, y su conciencia intranquila le hacía creer que el rubio sentado frente a él estaba leyendo sus pensamientos y conocía todo lo sucedido hace unos minutos.
-En efecto -aportó Gregory, con una sonrisa en sus labios. Como si nadie hubiese pasado-, prácticamente aprendimos a andar de la mano.
-Eso no es así, creo que-...
-Es una forma de hablar, Christophe -se interpuso de forma tajante, sin darle opción a proseguir. El moreno frunció el ceño ligeramente.
-De todas formas, es una suerte que aún estéis tan unidos, incluso después de que Gregory se mudase aquí: tal vez sea obra del destino.
De repente, el teléfono fijo comenzó a sonar. Evelyne se excusó, caminando hacia el salón para responder a la llamada. Tras unos minutos comiendo y sumidos en un incómodo silencio, la mujer apareció de nuevo, teléfono en mano.
-Es la señora, Gregory.
-Está bien. Discúlpame -se dirigió a su colega con un semblante frío, levantándose de la mesa y encaminándose hacia Evelyne. Christophe puso una mueca.
Cuando Fields tomó el teléfono, la mujer abandonó el salón. Seguidamente, el chico se sintió por fin solo y cómodo para hablar.
-Hola, mamá.
-Hola, tesoro -en cuanto escuchó la voz de su madre, Gregory no pudo evitar sonreír. Aquella voz tenía algo especial: tenía un timbre casi perfecto, tan tranquilizante como si de pastillas contra el insomnio se tratase. Era algo único, como el canto de un ángel a oídos del chico-. ¿Te llamo en un mal momento? ¿Qué tal todo por allí?
-No, no, está bien. Estoy bien. Estaba cenando.
-¿Tan tarde? ¿Acaso tienes visita?
-Eh... -Gregory tragó saliva. ¿Cómo pudo deducir que había alguien cenando allí?-. Bueno, es Christophe. Sí, se ha quedado a cenar.
-Me lo imaginaba, sabía que algún día aparecería por casa. ¿Y cómo está? ¿Sigue teniendo fobia a los perros?
-Un poco, aunque va mejorando. Muy lentamente, claro está. Por cierto, ¿qué tal allá por Hollywood?
-Oh, nos va bastante bien. Llevamos el rodaje al día, y todos los actores se esfuerzan en gran cantidad. Por cierto, ¿sabes que anoche cené con Jennifer Lawrence y el resto del reparto? Pero además de trabajadora, la chica es verdaderamente simpática. Decía que soy "la directora más carismática con la que ha trabajado", ¿te lo puedes creer?
-Era algo de esperarse.
-Venga ya, no soy tan buena.
-Es cierto. No eres tan buena; eres la mejor.
-¡Ya está bien, Gregory! -la risa de su madre; al de ojos claros se le encogió el corazón.
-Vale, vale. ¿Y qué tal... qué tal está papá?
-Oh... Bueno -las carcajadas de la señora Fields cesaron, poco a poco-, al parecer está trabajando en unas ruinas en Ohio, pero por lo visto tienen muy poca cobertura allí. Hablé con él por última vez hace casi una semana, pero me dijo que te llamaría en cuanto pudiese. Evidentemente, estas semanas andan muy ocupados. Ya sabes, la vida del arqueólogo. Ah, vaya. Lo siento, cariño, tengo que dejarte. Hablamos mañana, ¿te parece? Y dale recuerdos a Christophe. Te quiero, cielo.
-Te... quiero –demasiado tarde, ya había colgado.
El mercenario jugueteaba con el tenedor cuando el joven inglés entró al comedor de nuevo. Este se despeinó levemente con la mano antes de sentarse y dejar escapar un pequeño bufido.
-Mi madre te manda recuerdos –dijo de forma seca, y continuó cenando. El Topo no se esperaba eso.
Audrey Fields, ¿cuánto tiempo hacía que no la veía? Aún recordaba aquellas tardes en la casa del inglés, en Yardale, las cuales pasaban disfrutando de los mejores días de su vida.
-¡Como tardéis mucho pienso comerme vuestra merienda! -una angelical aunque burlona voz llegó a los oídos de los niños desde la cocina, a la vez que un aroma embriagador inundaba sus fosas nasales.
Nada más oírla, tanto Christophe como Gregory dejaron lo que sea que estuviesen haciendo y atravesaron el jardín a la velocidad de la luz, para entrar en la cocina. Donde una hermosa mujer les esperaba con una bandeja de magdalenas recién hechas: como un inalcanzable sueño de verano.
El sonido de las cigarras contrastaban extrañamente con 'Ode To My Family' de The Cranberries, canción que sonaba en la radio mientras los niños disfrutaban de los dulces y la señora Fields los observaba a la par que comía una de sus magdalenas. Incluso el niño francés conocía la pasión de la mamá de su amigo por esa banda. Les había contado miles de veces cómo el papá de Gregory la llevó a uno de sus conciertos y le pidió matrimonio allí.
-¡Mamá, las magdalenas tienen pepitas de chocolate negro! -se quejó el rubio, al cual le faltaban los incisivos centrales superiores. Sin embargo, continuaba comiéndolas como si nada. DeLorne, por su parte, se dedicaba a beber un trago de leche fresca tras haber mordido con ferocidad el esponjoso y cálido dulce.
-Ya sabes que a Christophe no le gusta el chocolate con leche, cariño -rió suavemente la mujer, pasando su flequillo por detrás de su oreja. El resto de su cabello estaba recogido en un moño: algo informal, pero que a la vez creaba un aura de elegancia en ella.
-¡Venga ya, mami! ¡Tu hijo soy yo, no él!
Risas.
El resto de la comida se dio en silencio y, más tarde, los chicos llevaron sus platos vacíos a la cocina.
-Sube un momento a mi habitación -pronunció el más bajo antes de subir las escaleras, apenas dirigiéndole una mirada a su amigo. Éste, algo molesto por el cortante tono que Fields estaba empleando, optó por seguirle al piso de arriba.
Cuando llegaron, Gregory cerró la puerta tras él. El joven clavó su mirada en los orbes oscuros, con un aura acechante.
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