Capítulo 7
Al de ojos marrones le fue imposible el evitar observar con gran detalle cada rincón de la habitación, desde el momento en el que Gregory desapareció de su campo visual. Obviamente, cerró la puerta antes, pues no le apetecía ser pillado curioseando.
Lo primero que le llamó la atención fue la enorme estantería que tapaba por completo una de las blancas paredes de la sala. Esta se hallaba llena de toda clase de libros, aunque destacaban las novelas policíacas, algún que otro clásico de misterio y multitud de enciclopedias. Todo ordenado por orden alfabético: típico de Gregory Fields.
Al dirigir la mirada a otra de las paredes, el chico se topó con un mapamundi con señales en ciertos lugares. DeLorne no pudo evitar el deslizar sus dedos por las zonas marcadas. ¿Tal vez eran los sitios que el rubio había visitado? Había una gran cantidad de lugares señalados en negro, y desde luego, los Fields tenían pinta de ser viajeros. Es decir, no eran tan ricos como la familia de Token Black, pero podrían permitirse gran cantidad de este tipo de caprichos.
Seguidamente, Christophe se fijó en la amplia colección de premios, medallas y trofeos que el mismo Gregory poseía. Desde un trofeo de un concurso de deletreo en la escuela Primaria, pasando por una gran variedad de certificados y diplomas; incluso tenía una medalla de un concurso que ganó cuando estaba en el coro escolar.
-Ce bâtard, ¿cómo puede triunfar en la vida tan fácilmente...? -gruñía el mercenario, entre dientes.
Entonces, sus oscuros ojos se posaron sobre un par de patines sobre hielo. Aún recordaba sus días de infancia en Yardale. Cada invierno, él y Gregory se pasaban los días enteros patinando en un estanque congelado próximo a sus casas, el cual estaba algo escondido y casi nunca era visitado por otras personas. Ambos aprendieron a patinar juntos allí.
Tras hallarse perdido en sus memorias por unos instantes, volvió al mundo real. Seguidamente, Christophe se topó con la cama del chico. Sobre el cabecero de esta se encontraban algunas fotos colgadas. El chico se sentó encima del lecho ajeno.
De repente, el olor a Gregory perfumando sus sábanas invadió sus fosas nasales. Es decir, toda la habitación estaba impregnada con su aroma; no obstante, su fragancia se hacía más fuerte en la cama, por cualquier motivo. Y pensar que estaba sentado sobre el colchón donde Gregory dormía cada noche, donde lloraba, e incluso donde probablemente se masturbaba de vez en cuando.
El Topo sacudió la cabeza, tratando de evadirse de aquellos pensamientos que comenzaban a atestar su mente. Dirigió la mirada a las fotos.
En la primera fotografía, descubrió a un niño rubio de unos 10 años y la alegría personificada en su rostro. Este tenía en brazos a un cachorro de color gris y orejas relativamente grandes para su tamaño. Ambos observaban a la cámara, compartiendo tonos muy parecidos de azul en sus ojos. Christophe dejó escapar una sonrisilla de entre sus labios.
Contemplando la siguiente imagen, el chico se sorprendió al verse junto a Gregory, con unos 12 o 13 años. En ella, el rubio mostraba una de sus carismáticas sonrisas mientras guiñaba un ojo a la cámara; por otra parte, El Topo aparecía con una mueca, sacando la lengua.
-Cómo pudo ser siempre tan malditamente fotogénico, ugh -se quejó en voz baja, avergonzado de salir de esa forma en una foto que seguramente Gregory miraba todos los días.
Tras algunas fotografías más, se paró a contemplar una en especial. Un Gregory de 6 años sonreía a la cámara, mostrando la falta de sus incisivos centrales superiores, con una medalla en la mano. A ambos lados del chico, sonreían dos jóvenes adultos. La mujer de la derecha, de larga melena rubia, lunar en la mejilla derecha e hipnóticos orbes celestes, era la viva imagen del niño. Por el contrario, el hombre de la izquierda portaba una mirada de tonos grisáceos y su cabello castaño peinado hacia atrás. Sin embargo, ambos mostraban una sonrisa llena de orgullo, su hijo no había hecho más que comenzar su vida colmada de triunfos.
-¿Observando las fotos? -una suave voz acabó con la distracción del mercenario. Por acto reflejo, Christophe se levantó de la cama de un salto: ni siquiera había oído la puerta abrirse-. No, no te preocupes. No me importa que las mires.
El más bajo, riendo levemente, se acercó a su amigo. Tras sentarse sobre su lecho, le hizo un gesto para que se acomodase de nuevo. En ese momento, DeLorne se dio cuenta de que su socio solo llevaba una toalla alrededor de su cintura. Trató de apartar la mirada, pero se encontró con el rostro y cuello del rubio, por los que aún resbalaban gotas de agua. Gregory se percató de que le estaba mirando y dibujó en sus labios una sonrisa llena de dulzura.
-Sabes, en esta foto teníamos 13 años -pronunció el inglés, acariciando la imagen mencionada con sus dedos índice y corazón, con tanto cuidado como si estuviese palpando una pieza de porcelana-. Recuerdo que mamá acababa de comprarse un teléfono móvil nuevo, y se lo quité para hacernos esta foto.
Gregory continuó observando las demás imágenes, en silencio. El francés aprovechó para contemplar sutilmente el perfil del chico, como esculpido por dioses. Sin embargo, la diversión se le acabó en cuanto Fields recordó un dato importante.
-Oh, mierda. Estaba tan concentrado en las fotografías que olvidé que estaba desnudo -rió el rubio, despeinándose a propósito antes de levantarse y buscar algo de ropa.
El Topo apartó la mirada de repente, sofocado. Es decir, llevaba viendo a Gregory en situaciones semejantes desde que eran niños. ¿Por qué se sentía... "distinto" ahora?
Los segundos donde el chico buscaba unos bóxers que ponerse se le hicieron eternos al moreno, quien era incapaz de elevar la mirada. Cuando por fin se puso la ropa interior, el mercenario se tranquilizó un poco más. Miró de reojo el aún húmedo cuerpo del muchacho. Su torso se estrechaba según se acercaba a las caderas, pero notó que tanto su espalda como sus muslos habían sido trabajados. No pudo abstenerse de morderse el labio inferior.
-Christophe, ¿estás bien? -finalmente, Gregory se vistió con una camisa y pantalones de pijama a juego. Su rostro tenía un semblante preocupado, ya que su amigo parecía nervioso.
-V-voy a ducharme -El Topo no podía permitir que el más bajo le viese en ese estado, por lo que abandonó a toda prisa la habitación.
-Al final del pasillo a la izquierda -señaló Fields, con un tono lo suficientemente alto para que el chico se enterase. Sonrió.
Gregory volvió a sentarse sobre su cama, observando las fotografías que colgaban en la pared. Tras prestar especial atención a cada una de ellas, se fijó en una en particular. No pudo evitar examinar con detalle los rostros de las personas de la imagen, deslizando sus dedos por estos, como hizo anteriormente con la foto en la que aparece con Christophe.
-Joder, no sabéis cuánto os echo de menos -murmuró, con una sonrisa triste-. Mamá, papá.
De repente, escuchó algo parecido a una vibración; esto le devolvió al mundo real. Tras unos instantes buscando el origen de aquel sonido, descubrió que procedía de la mochila de su socio. ¿Verdaderamente estaba bien fisgonear en la mochila de un mercenario? Sin embargo, el chico inglés no pensó en las consecuencias que eso acarrearía.
Abrió la cremallera de la mochila con sumo cuidado, como si hubiese una bomba dentro de esta; dentro solo había una o dos cajas de cigarrillos, el teléfono de DeLorne (al parecer, este era el causante de la vibración) y ropa limpia, entre otras cosas.
-Vaya, tal vez debería llevarle esto. Va a encontrarse sin ropa interior limpia como salga del baño -el rubio dejó escapar una risilla, imaginándose una situación como tal. Gregory tomó de la mochila los calzoncillos del chico. Se ahogó con una carcajada al ver que estos tenían estampado de camuflaje-. Esto es cliché hasta para mí.
Seguidamente, se dispuso a encaminarse hacia el baño; paró al ver el teléfono de Christophe, el cual había vibrado de nuevo. No debía cotillear, pero incluso había mirado en el interior de la mochila: eran socios, y los socios no tenían secretos entre ellos, ¿no? Además, tal vez estuviese mandándose mensajes con alguna chica linda, y Gregory debía saberlo. Además, ya tenía en mente a alguna que otra "pretendiente" para su amigo.
De todos modos, al encender la pantalla de bloqueo se topó con algo muy, muy distinto.
-Dios... -nada menos que 15 llamadas perdidas de "Chloé". Sin embargo, lo que verdaderamente le heló la sangre fueron los mensajes de la señora DeLorne, los cuales leyó en voz baja-. "¿Estás en el pueblo? Dime que al menos Gregory está contigo", "no hace falta que llames, con que me escribas diciendo que estás bien es más que suficiente para mí", "dime que estás comiendo adecuadamente, y que duermes bajo un techo", "por favor, vuelve a casa".
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