Capítulo 19
Los pasos apresurados del único chico en la calle salpicaban a medida que pisaba los charcos a causa de la lluvia del día anterior. Aun así, eso no impediría que se dirigiese a la casa de los Peterson. Elliot ya le había dado la señal de inicio a su "plan", pero Matt lo consideraba injusto. Injusto para sus compañeros, para sus profesores. Injusto para él mismo.
A cada pisada se arrepentía más de haber salido a la calle, se sentía cobarde, cobarde y egoísta. Su amigue le había pedido ayuda a él y solo a él; sin embargo, Matt Morris no era más que un gallina: todo por negarse en el último momento a colaborar en su falso suicidio.
A pesar de ello, rechazar su petición no era el único motivo por el que iba a visitarle.
Por lo visto, sus padres habían dado el paso definitivo: acababan de firmar legalmente los papeles de divorcio. Había sido una noticia que impactó con creces al chico, pues nunca pensó que la relación fuese a desembocar en tal trágico desenlace. No solían discutir delante de él, por lo que dedujo que la llama simplemente se había apagado. Aunque tal vez solo habían reservado las disputas para los momentos en los que su hijo no estuviese presente.
Pero eso no era lo que verdaderamente le preocupaba. Debido a la separación, la custodia recaería sobre la madre, y por tanto Matt se iría a vivir con ella de vuelta a Changwon. En resumidas cuentas, abandonaría la vida que había construido en el pueblo de Colorado, dejándolo todo atrás sin siquiera haber sido consultado primeramente. Dejando atrás a Elliot.
No podía irse, no en ese momento. Su amigue estaba pasando por una época bastante mala, y quería estar allí para elle. ¿Qué pasaría si encima se iba del país?
Obviamente, no quería dañar a Elliot, pero no le quedaba otra: debía contarle lo que sucedería, para aprovechar de esta forma las semanas que les quedaban juntos.
Además, tenía el tiempo justo para confesarle sus sentimientos.
Los pasos de Matt se aceleraron a medida que la casa de Peterson se hacía más nítida en su campo de visión, al igual que sus latidos. De una vez por todas, se situó frente a la puerta principal. Llamó al timbre.
-¿Elliot? Soy yo... ¿Estás en casa?
Sin respuesta. El chico de gafas resopló, ¿por qué tenía que ser tan cabezota?
Volvió a llamar, pero con el mismo efecto que antes. Estaba seguro de que ya intuía que Morris se negaría al final y, por tanto, se había molestado. Sin embargo, el chico no podía dejar las cosas así. No quería que se enfadasen, no antes de despedirse para siempre.
Entonces, recordó que bajo el felpudo solían guardar una llave de repuesto. Llave que solo éste conocía, a causa de la confianza que los padres de Elliot tenían en él, quien solía responsabilizarse de la irresponsabilidad de su hije.
El chico se agachó, hallando la llave en cuestión, justo donde había supuesto que estaría. Una vez que la tomó, la introdujo en la cerradura y abrió la puerta.
Tras cerrarla con sumo cuidado, agudizó el oído: cierto murmullo provenía del piso de arriba, probablemente de la habitación de le pelirroje.
-¿Elliot?
No dudó en subir las escaleras, tratando de descubrir a qué se debía tal cuchicheo. ¿Tal vez estaba con alguien? Intentó apartar al instante esa idea de su mente, aunque no admitiría que la razón principal eran los celos. Conocía bien a Elliot, y no solía llevar a gente a su casa así como así.
A menos que fuese su pareja.
Pero no le había mencionado a nadie recientemente. ¿Acaso había vuelto con aquel vampiro con el que salió hace un tiempo? Lo dudaba.
Aunque... ¿y si...?
Por inercia, el chico medio coreano dejó escapar un fuerte suspiro al descubrir que el rumor que provenía de la habitación solo se trataba de música.
La sonrisa que se dibujó al instante en sus labios fue inevitable al oír el sonido del ukelele. Siempre que Matt visitaba a Elliot (aunque solo fuese para ayudarle a estudiar), terminaban sentados en su cama: le primere se sentaba con las piernas cruzadas, el segundo se tumbaba al lado. Elle comenzaba a acariciar las cuerdas de su preciado ukelele; de vez en cuando cantaba versos sueltos. Él cerraba los ojos y se dejaba llevar. A veces, incluso, olvidaban que tenían un examen realmente importante para el que debían hincar los codos. Ese era el efecto del instrumento de Elliot Peterson, capaz de amansar incluso al maniático de Matt Morris.
El muchacho recordó varias situaciones en las que, al abrir los ojos y encontrarse aquellos hermosos orbes verdes, tan concentrados en la música y rebosantes de tranquilidad, había sido invadido por unas terribles ganas de besar los labios ajenos. No se trataba de la persona inquieta y, en cierto modo maliciosa, que sus padres y los demás en el instituto conocían. Era le verdadere Elliot Peterson, un ser completamente distinto que amaba crear y reflejar sentimientos con música, en la soledad de su habitación. Y había otorgado a Matt el privilegio de compartir aquellos sentimientos, el privilegio de visitar aquel mundo interior, a través de su ukelele.
Tal vez ese era uno de los motivos por los que se sentía "enamorado". Conocía a la verdadera persona que se escondía tras Elliot, y le gustaba. Le gustaba mucho.
Esto fue suficiente para armarse de valor: iba a declararse una vez atravesara el umbral de la puerta: ya nada podía pararlo. Quién sabe, tal vez los sentimientos fuesen correspondidos. ¿Por qué le habría mostrado su mundo si no?
Matt tomó aire, y abrió la puerta.
Pero, por desgracia, no todo sucedería tal cual había planeado.
Al chico se le puso la piel de gallina al observar con sus propios ojos cómo la persona de la que estaba enamorado flotaba, con la ayuda de una cuerda que abrazaba su cuello colgando desde el techo de la habitación.
-... ¿Elliot?
Las piernas del pelinegro flaquearon, era incapaz de moverse. No podía creer lo que se cernía ante sus ojos, ni siquiera era capaz de escuchar la música pregrabada que sonaba en el reproductor de la habitación: ahora todo era silencio.
El muchacho estuvo a punto de perder el equilibrio, pero evitó la caída tras agarrarse a la estantería a su lado. Caminando con lentitud, se aproximó a Elliot sin dejar de contemplarle. Una vez que estuvo suficientemente cerca, acarició una de las manos que colgaban de forma delicada. En cuanto sintió el suave y aún cálido tacto, las lágrimas no tardaron en escaparse de sus ojos.
Aunque apenas podía ver u oír, hizo todo lo posible para subirse a la cama con cautela y soltar a su amigue. Al deshacer el nudo, abrazó a Peterson a pesar de que estuvieron a punto de caer. Una vez retomada la compostura, le cogió en brazos para recostarle sobre la cama, como habían hecho durante tantas tardes. Morris se tumbó a su lado, acariciando su mejilla.
Aun sin vida le parecía la persona más hermosa que jamás había visto.
El chico continuó llorando sin cesar, abrazado a Elliot y escondiendo el rostro en su pecho. Se sentía tan culpable y egoísta, nunca debió ceder, nunca debió abandonarle. Pero ya era tarde.
Ahora era Elliot quien lo había abandonado.
De repente, su pie rozó algo. Se incorporó, topándose con el preciado ukelele de Peterson, junto a una nota. Una nota con su nombre.
Matt se limpió las lágrimas, y tomó entre sus manos el pedazo de papel. Una vez abierto, sonrió melancólicamente al ver la linda caligrafía en tinta azul: la reconocería en cualquier lugar.
A Matt:
Si estás leyendo esto, probablemente acabes de encontrarme. Quién lo diría, ¿verdad? En cierto modo, me da lástima hacerte pasar por este mal trago: tener que verte frente a frente con un cadáver. Sin embargo, prefería que la persona que me viese así fueras tú.
Como habrás descubierto, todo el tema del "suicidio" no era un simple castigo. Bueno, obviamente quería vengarme de esos hijos de puta que me hicieron daño durante todos estos años. Pero había algo más, ¿sabes?
No podía más.
Sé que esta no es la mejor opción, pero llegados a este punto, largarme fuera probablemente mi remedio más cercano. La medicina, la terapia, todo eso ya no funcionaba. Y querría alegrarte, hacerte ver que tú me ayudaste. Y, en efecto, lo hiciste. Pero no era suficiente.
De cualquier modo, te agradezco que hayas estado junto a mí hasta el último momento. Incluso accediste a colaborar en mi muerte, y no cualquiera haría algo así.
Eres realmente lindo.
Creo que estos últimos días empeoraron mi condición, debido a lo de las pintadas, peleas (tanto con alumnos, profesores e incluso mis padres), estrés escolar y demás. Lo único que me ha estado ayudando habéis sido tú y mi ukelele.
Por eso, quiero que seas tú quien tenga lo que más he apreciado en esta vida. Quiero que aprendas a usarlo, gástalo sin miedo. Justo como yo habría hecho.
Prométemelo, ¿vale?
Bueno, creo que ya va siendo hora de despedirme propiamente. Te lo aseguro, no quiero uno de estos funerales tan dramáticos o que me hagan una ceremonia en el instituto. Solo espero que mi muerte sirva como ejemplo, que las personas vean que el daño es real. Que las consecuencias puedes ser peores de lo que creen.
Y en cuanto a ti: chico, vales más de lo que crees. Demuéstralo, no dejes que esos ignorantes te hagan caer de la nube tan rápido.
Y sé feliz, por favor.
Prométeme que lo serás.
Elliot.
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