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Capítulo 17

"Acabo de dejar a Ashley", escribió El Topo, sentado en el autobús que lo llevaría de regreso a South Park. "La cita ha sido un verdadero desastre".

"Ven a la casa del árbol", leyó en la pantalla. "Mi madre y Evelyne no volverán hasta tarde, no te preocupes".

El corazón le dio un vuelco.

¿Tal vez debería contarle a Gregory? No, ni de coña. En primer lugar, fue él mismo quien lo animó a asistir a la cita; si Fields sintiese lo mismo, ¿por qué mierda lo habría incitado a ir? Además, a pesar de que el rubio era un muchacho muy "abierto de mente" e, incluso coqueteaba con él de vez en cuando, no sabía de ninguna relación en la que Gregory hubiese estado con alguien de su mismo sexo. Sí, había tenido alguna que otra pareja, pero todas eran chicas.

Chicas a las que Christophe odiaba, inexplicablemente.

Pero ahora tenía una explicación concreta, o eso creía: celos. El Topo, sintiéndose malditamente celoso por un puñado de niñas. ¿Dónde se había visto eso?

Una vez que el chico francés bajó del autobús, comenzó a caminar apresuradamente hacia la casa de los Fields. A pesar del frío cortante de la calle, el calor de su pecho lo resguardaba: latía a tal punto que pensaba que se le saldría del pecho de un momento a otro.

¿Realmente iba a confesarse?

Tal vez.

O tal vez no.

Su cabeza estaba hecha un completo desastre.

Finalmente, llegó a su destino. Subió la escalera de cuerda mientras intentaba recobrar el aliento.


-Christophe, ¿qué te ocurre? –el de ojos celestes elevó una ceja divertido, asomándose a la barandilla-. Me atrevería a decir que vienes huyendo de una psicópata Ashley que te persigue desde Denver.

-Casse-toi –llegó a decir, aún con la respiración agitada.

-Y bien, cuéntame. ¿En qué sentido ha sido "un verdadero desastre"? –el inglés retomó la conversación, y El Topo se sentó bajo la ventana; el más bajo lo imitó, situándose a su lado.

-Ya te lo dije, la chica no me gusta. Ella se ha dado cuenta, y me largué para evitar cagarla más. Otra vez.

-¿Otra vez? Vaya, vaya, ¿acaso has tenido otras citas antes y no me lo has dicho?

-No me refería a eso, sabes perfectamente que no es así. Estoy hablando por lo de mi... madre. Fue con ella con quien la cagué.

-Oh... Y, ¿te gustaría explicarme el motivo? ¿Por qué crees haberla "cagado" con tu madre?


Aquellos claros ojos observaban al francés con preocupación, dirigiendo toda su atención al chico. Este suspiró, tratando de esconder su inquietud.


La expresión de Chloé cambió drásticamente al descubrir lo que la esperaba sobre la cama de su hijo. Con una cara inexplicable, tomó entre sus manos aquella revista tan "especial"; no podía creerlo, ¿desde cuándo él...?

Evitó a toda costa investigar más a fondo, incluso evitó abrir la revista. Decidió guardarla y esperar a que Christophe regresase: definitivamente, quería una explicación.

Mientras tanto, la mujer trataba de no darle vueltas al tema, pero no podía evitar pensar en ello. ¿Qué le diría a su hijo? ¿Cómo reaccionaría al ver que su madre había entrado en su habitación y descubierto tal material? Probablemente de la peor forma posible, pues el carácter del adolescente siempre había sido fuerte, al igual que el suyo propio cuando tenía su edad. Siempre se resguardaba en la cólera cuando se sentía inseguro, por lo que era todo un reto tratar con él. Justo como Chloé.

A decir verdad, la madre no sabía exactamente qué hacía su hijo cuando dejaba el hogar. Suponía que saldría con Gregory, o tal vez iba a dar una vuelta por ahí. Cada vez que llegaba a casa, el olor a cigarro impregnaba su ropa y cuerpo, pero solo eso. La mujer confiaba en que el chico solo daba una vuelta para fumar, ya que nunca había rastros de alcohol u otras drogas, lo cual agradecía (en cierto modo).

Finalmente, la señora DeLorne escuchó la puerta abrirse. Al asomarse al vestíbulo, vio cómo el joven estaba a punto de subir las escaleras, cuando esta carraspeó.


-Me parece que tenemos que hablar, ¿no es así?

-No tengo nada que hablar contigo –sentenció, sin dirigirle la mirada.


Chloé trató de contener su ira, respirando profundamente. Este siempre le contestaba de este modo, pero había llegado a un límite. Tras intentar relajarse por un par de minutos, subió las escaleras con decisión.

Al abrir la puerta de la habitación de Christophe, el humo inundó sus fosas nasales; la mujer puso una mueca de repugnancia. Tras toser varias veces, dirigió la vista a su hijo, quien se hallaba sentado en el lateral de su cama, dándole la espalda.


-Si quieres fumar, hazlo fuera. No tengo por qué soportar constantemente la peste a humo.

-Es mi habitación, puedo hacer lo que quiera en ella.

-Agradece que no te he prohibido fumar hasta ahora, así que no te quejes. De todos modos, si te centrases más en los estudios que en el tabaco, podrías optar por una buena carrera y un trabajo en condiciones; además, si no salieses tan seguido... -la mujer tomó aire, y finalmente, lo dijo- no me sentiría tan sola.

-Ah, que ahora eres la más indicada para hablar de trabajo, ¿eh? ¿Acaso no fuiste tú quien dejó su propia carrera universitaria?

-... Christophe, no sigas. No me gusta por dónde está yendo esto.

-Sí, ¿y recuerdas por qué lo hiciste?

-Ya basta, Christophe.

-¡Por amor, Chloé, ¿te acuerdas?! ¡Abandonaste tus estudios, a tu familia, abandonaste tu jodida vida por un tío que te dejó preñada y te abandonó! Y te quejas de mí, ¿verdad? Pues te voy a confesar algo: eres tú quien tiene la culpa de todo, por dejarte arrastrar por un capullo y cegarte por "sus promesas de amor". Y, ¿sabes qué? Deberías agradecer al cabronazo de tu Dios de que no consiguieses abortar, porque entonces sí que estarías sola.


De repente, en la casa de los DeLorne se escuchó un sonoro golpe, seguido de un silencio estremecedor. En cuestión de segundos, la mejilla del muchacho se había enrojecido considerablemente a causa de tal guantazo. La madre temblaba, sus ojos se inundaban poco a poco.


-C-creo que esto es tuyo –con la respiración agitada, Chloé tartamudeó al extender su brazo y mostrarle la revista. El chico, con la mano en el lugar del impacto, parpadeó atónito al contemplar la situación. Seguidamente, le arrebató de las manos el material, clavando su fulminante mirada en los ojos húmedos de su ahora pálida madre: esta juraría que, por un momento, vio cierto brillo en los ojos de su retoño. ¿Acaso estaba a punto de...? Tras guardar la revista gay en su mochila, se la cargó a la espalda y, pisoteando el cigarro tras tirarlo al suelo, caminó hacia la puerta. Antes de marcharse, se volvió hacia la mujer que lo había traído al mundo, dirigiéndole la palabra por última vez.

-Es vuestra culpa que mi vida sea un puto desastre.


-... Joder –respondió el rubio, una vez que su amigo terminó de relatar lo sucedido.

-Saqué el tema, Gregory, lo saqué a "él" –DeLorne se llevó las manos a la cara, su voz temblaba. Fields acarició su espalda-. Siempre le recriminaba el tema del aborto, sí, pero nunca lo mencioné a él. Nunca quise hacerlo... Pero lo hice.

-Es algo complicado, Christophe, te entiendo. Es normal que quisieses huir de una situación tan incómoda. No fue la mejor opción, pero es comprensible.

-Soy un cobarde.


Entonces, el más bajo rodeó el cuerpo de su socio con los brazos, transmitiéndole el calor que necesitaba antes de romper a llorar.


-No eres un cobarde, Christophe. Reaccionaste de forma defensiva ante ese estado de tensión, eso no es de cobardes; además, considerando el fuerte carácter que tenéis tanto tu madre como tú, la situación se vuelve más difícil aún. Pero es totalmente válido y comprensible. Sí, tal vez cometiste un error al evitar todo contacto con ella, o incluso con el resto del pueblo, pero todo error tiene solución. Y pienso estar contigo en todo momento, voy a ayudarte en todo lo posible para que recuperes tu coraje, tu valor, y puedas hacer finalmente las paces con tu madre.

-... -El Topo correspondió el abrazo, cediendo al cálido cuerpo del inglés-. ¿Crees que me odia?

-Por supuesto que no, no digas tonterías. Siempre os estáis peleando, pero es tu madre, al fin y al cabo. No podría odiarte, por mucho que digas o hagas. Además, estoy seguro que lo olvidará todo una vez regreses.

-G-gracias, creo que... lo pensaré –murmuró, escondiendo su rostro en el pecho ajeno, aspirando aquel aroma que le transmitía tanta tranquilidad cada vez que perdía la cordura-. No sé qué haría sin ti.


El moreno se apartó rápidamente, limpiándose las lágrimas con la manga de la camisa para hacer como si no hubiese dicho lo último. Fields, sin embargo, lo había oído todo.

Este tomó la mano del de ojos oscuros, desvelando su rostro de nuevo. Con su otra mano, acarició la mejilla del muchacho, mirándolo a los ojos.


-No sabes cuán feliz me hace que digas eso.

-N-no lo decía en serio, yo-...

-Sabes, debo admitir que también me alegró cuando me enviaste aquel mensaje. No debí haberte obligado a ir a la cita, pensaba... Pensaba que causarme celos a mí mismo me ayudaría a aclarar mis dudas. Sin embargo, cuando me dijiste que ella no te gustaba, y que había ido mal, me sentí totalmente aliviado. Suena bastante egoísta, y siento que hayas tenido que ir contra tu voluntad por mi culpa.


Gregory sonrió, El Topo lo observaba perplejo.


-¿Dudas...?

-Así que, si me permites –el rubio se acercó, rozando ambas frentes a la par que acariciaba la mejilla ajena con el dedo pulgar-, me gustaría comprobar una cosa más para aclararme del todo.

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