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Capítulo 16

-No puedo creer lo que estoy haciendo –gruñía el chico de ojos marrones, mirando la pantalla de su teléfono mientras esperaba un autobús hacia Denver.


Optó por releer la conversación que mantuvo con Ashley, en la que cedía a tener la cita y planeaban (más bien, "ella" planeaba) la hora y el lugar del encuentro. Al parecer, a la joven la llevarían en coche (pensó en el padre de ésta, ¿pero no habían tenido problemas el día anterior?), por lo que él haría uso del transporte público.

Christophe bostezó, acariciándose el cabello. Aún no era capaz de asimilar siquiera cómo iba vestido: Gregory se había encargado perfectamente de seleccionar la camisa blanca (que, según éste, contrastaba bastante bien con la tez del muchacho) y los pantalones pitillo que llevaba.

No podían pasearse por las tiendas del pueblo, pues alguien podría verlos. Así que el mismo Fields se encargó de llevar a la tienda de campaña una gran variedad de prendas que El Topo podría llevar a la cita, todas de su propiedad. DeLorne detestaba admitirlo, pero el hecho de que el chico le hubiese prestado tanta atención de ese modo no le disgustaba del todo. Además, la ropa tenía impregnado el aroma de Gregory.

El moreno agitó la cabeza, tratando de evadirse de esos pensamientos. De cualquier forma, ya estaba deseando regresar para quitarse esas incómodas prendas.


-Esa camisa te sienta mejor de lo que creía, Christophe. Deberías replantearte el llevar prendas blancas más a menudo.


El Topo maldijo en su lengua materna, y finalmente llegó el autobús. Decidió sentarse al final del todo, volviendo a leer la conversación. Miró el reloj: las cinco y media. La muchacha lo estaría esperando dentro de treinta minutos en la puerta principal del parque de atracciones. Aún no sabía cómo se había metido en aquel lío.

Sin embargo, se sintió bastante molesto por los ánimos de Gregory. ¿Por qué mostraba tanta emoción porque tuviese esa estúpida cita? ¿Acaso quería que lo dejase en paz de una vez?

Christophe aún no tenía sus sentimientos demasiado claros sobre Gregory. Siempre estuvieron muy unidos, pues se conocían desde niños. No obstante, aún recordaba con exactitud el día en el que el rubio le dijo que se mudaría a un pueblo en Estados Unidos: todo por su maldito promedio. Desde ese día, decidió no perdonarle jamás.

Pero la cosa no fue así.

El de ojos oscuros siempre fue un crío muy conflictivo, a pesar de que Fields conseguía equilibrarlo milagrosamente. Era su único amigo en Yardale, el único que sabía sobrellevar su difícil temperamento. De este modo, una vez que el niño se marchó a South Park, DeLorne estuvo totalmente solo: su carácter empeoró considerablemente, casi todos los días se metía en problemas en el colegio, él y su madre discutían por cualquier cosa y pasaba más tiempo castigado en su habitación que en otro sitio. Además, comenzó a fumar a temprana edad, e incluso se dedicaba a culpar a Dios de todo lo que le sucedía.

En un momento dado, Chloé decidió llevarlo a un psicólogo con el objetivo de tratar su mal comportamiento y problemas de ira. El niño odiaba ir a aquel sitio sobre todas las cosas.

Sin embargo, el doctor propuso medicarlo. Christophe se negaba a tomar aquellos estúpidos sedantes, por lo que esta opción quedó descartada tras unos meses. Así, tras probar en vano varios tratamientos, incluyendo distintos medicamentos y terapias, el psicólogo pensó en una última idea.

El niño tenía un inevitablemente fuerte carácter (heredado de su madre, a decir verdad, pero Chloé no lo comentaría delante del chico), ¿pero no era junto a su amigo Gregory que se tranquilizaba, aunque fuese solo un poco? Con aquel niño era la única situación en la que "mejoraba"; además, si tal vez su entorno cambiara, podría conocer a otros niños con los también congeniase.

Entonces, ¿por qué no mudarse a South Park?

La madre del moreno se replanteó esta propuesta durante bastante tiempo, incluso consultó varias veces a Audrey por teléfono para obtener una segunda opinión. Finalmente, estuvo decidido.

Y, justo como el doctor dijo, así fue. El chico no dejaría su hábito de fumar, y seguiría siendo problemático.

Pero al menos no estaría solo.

Cuando Christophe se dio cuenta, el autobús había parado: acababan de llegar a Denver. El chico bajó del transporte y sacó el teléfono móvil de su bolsillo, con el objetivo de guiarse con su GPS hacia el lugar de reunión. Al parecer, tan solo estaba a unos quince minutos andando desde la parada en la que estaba.

Durante el camino, no prestó demasiada atención a lo que le rodeaba; estaba sumido en sus pensamientos. Ni siquiera sabía por qué había accedido a ir a esa cita, de todos modos. ¿Acaso le gustaba aquella chica? Estaba completamente seguro de que no era así.

¿Lástima, probablemente?

No, Christophe DeLorne no era una persona que sintiese "lástima" por los demás, y menos por alguien a quien apenas conocía de un par de veces.

Entonces, ¿por qué?

¿Por complacer a Gregory?


-¡Christophe, aquí!


El chico de ojos marrones elevó la mirada de la pantalla, para visualizar a Ashley a unos metros de él, justo en la entrada del parque temático. A pesar de que se encaminó hacia ella primero, la propia muchacha fue quien corrió hacia él, al ritmo de los volantes de su falda.


-¿Has tenido que esperar mucho?

-Qué va –sonrió Wright, con un leve rubor en sus mejillas-, solo ha sido un ratito. En fin, ¿vamos?


La más baja lideró el camino hacia las taquillas, e incluso el chico notó su entusiasmo. Con suerte, la tarde pasaría rápido.


-Siento haberte arrastrado hasta aquí, espero que no te moleste pasar la tarde conmigo –decía la de ojos color avellana, a la par que jugueteaba con un mechón de su pelo esperando en la cola.

-No tenía nada mejor que hacer.


Cuando llegó su turno, cada uno compró su respectivo billete y entraron al parque.

El Topo observó aquel lugar detalladamente: había gran cantidad de gente, sí, pero el sitio era bastante bonito. No importaba dónde mirase, siempre encontraría una gran variedad de luces de diversos colores iluminando el recinto; tanto familias como parejas paseaban por el lugar, haciendo cola para las diversas atracciones, haciéndose fotos con las mascotas o descansando por un rato para comer. De cualquier forma, se trataba de un sitio lleno de vida y felicidad.

De repente, el chico sintió cómo le agarraban de la manga de la camisa: se trataba de Ashley.


-E-esto, ¿te importaría...? –al obtener la atención del francés, sin soltarle aún, Wright señaló con el dedo índice a una de las mascotas que se estaba haciendo una foto con un niño.

-Como sea...


Una vez que el crío dejó de achuchar al animal, la propia chica se acercó a éste, tratando de evadirse de su timidez. El gran gato persa saludó a la muchacha y, mientras la abrazaba, DeLorne tomó una foto con el teléfono móvil de ella.


-¿No quieres una tú también, Christophe? –preguntó Ashley, tras despedirse de la mascota y correr al encuentro del joven para continuar caminando.

-Uh, no, no me gustan demasiado las fotos.

-Sabes, ese gato se parecía tanto a mi pequeño Febo... Necesitaba hacerme una foto con él, aunque espero que no se ponga celoso.

-¿Tienes un gato?

-Así es. De hecho, era clavadito a ese. Pero mi Febo parece más bien una pelusa enorme, es difícil deducir si está gordo o simplemente tiene mucho pelo.

-Al menos no es una perra con la fuerza de diez soldados –gruñó el chico, al venirle a la cabeza aquella escena en la que Anukis saltó a los brazos del moreno, mientras Gregory reía sin ayudarlo.

-Vaya –Wright dejó escapar una risita-. ¿Entonces tienes una perra?

-No, qué va, no me gustan los perros en absoluto. Ella es de Gregory.

-Ah, sí –la chica dejó de reír-. Sí, creo haberlo visto paseándola alguna vez. De cualquier modo, ¿nos montamos en eso?

[...]

Tras varias horas sin parar, de atracción en atracción, los jóvenes habían decidido darse un respiro y sentarse en un banco, en compañía de un helado para cada uno.

Christophe suspiró. Dirigió la mirada hacia la izquierda, a la par que degustaba su cucurucho de dulce de leche.

Ojalá Gregory estuviese allí.

No quería admitirlo, pero durante aquella tarde se había dado cuenta de que, a cada situación que sucediese, el chico rubio venía a la cabeza. Deseaba disfrutar de las preciosas vistas del parque temático desde la noria junto a él, gritar a pleno pulmón mientras caían desde lo más alto de la montaña rusa (y quién sabe, tomar su mano si se sentía asustado), compartir un algodón de azúcar entre los dos. Sí, se avergonzaba de pensar en algo tan cursi, pero daría lo que fuera porque, en ese instante, Fields apareciese frente a él. Como hacía siempre.

De repente, el mercenario palideció. ¿De eso se trataba?


-Christophe, ¿estás bien? Te noto algo, cómo decirlo... "ausente".


El Topo elevó la vista: estaba comenzando a hacerse de noche, y el parque cerraría pronto. Miró de reojo a la muchacha, que lo observaba preocupada. Ahora mismo sus pensamientos se hallaban demasiado desordenados como para darle una respuesta concreta a Ashley.

¿Cuánto tiempo hacía desde que le gustaba Gregory? ¿Y por qué no se había dado cuenta hasta ahora?


-Ashley... -el de ojos marrones se levantó del banco, Wright lo seguía con la mirada-. Verás, yo...

-Me lo imaginaba –ella suspiró, sin moverse-. No debí haberte obligado a venir, fue demasiado egoísta de mi parte. Déjame adivinar, estás enamorado de otra persona, ¿no es así?


Él no lo veía como un "enamoramiento", no es como si se tratara de la protagonista de un fanfic de esos. Sin embargo, Gregory le gustaba. Le gustaba mucho. Y se sentía estúpido por no haberlo descubierto antes.


-Digamos que... Me gusta alguien. Lo siento, yo-...

-Lo entiendo, y soy yo quien siente haberte obligado. Debiste haberme rechazado desde un principio, me hubiese ahorrado las ilusiones.

-L-lo siento.

-No te disculpes, Christophe –Wright lamió su helado de vainilla, sin expresión alguna-. Ya sabía que no tenía posibilidad alguna, y menos contigo. Es decir, solo soy una niñata, ¿verdad? No tengo la inteligencia y belleza de Wendy Testaburger, o la picardía y el carisma de alguien como... Elliot Peterson.

-No es así, simplemente... -DeLorne apretó los puños, dejando caer lo que quedaba de su helado-. Creo que mejor me voy.

-No te preocupes por mí. Nos vemos el lunes, Christophe. O eso espero.


El más alto se dio la vuelta. Quería disculparse de nuevo, despedirse apropiadamente; pero la voz no salía de su interior, estaba demasiado desconcertado como para hablar.

El chico se fue, y Ashley lo observó desde el banco sin alterar su expresión de ningún modo. En cuanto desapareció de su campo de visión, las lágrimas empezaron a resbalar de sus ojos.

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