Capítulo 11
Unas horas más tarde, el francés se dignó a aparecer, y casi se le sale el corazón al ver a Fields dormido en el suelo, en la que había sido su morada hasta ahora. ¿Qué mierda hacía allí?
En silencio, agarró una de las sábanas dobladas sobre la mesa y la colocó encima del durmiente. Solo porque aquel idiota iba a pillar un resfriado si se quedaba allí a la intemperie.
Pese a ello, en el momento en que el mercenario se colgó la mochila a su espalda tras recoger sus pertenencias restantes en la casa y se disponía a abandonarla, un etéreo hilo de voz lo sobresaltó de nuevo.
-Christophe... No te vayas.
Paralizado, el mencionado se giró. Contempló sin perder detalle cómo su amigo se levantaba, aún con la sábana colgando. No quería admitirlo, pero su rostro adormilado le causaba ternura de forma singular.
-¿Dónde estabas? -el de alborotado cabello rubio se acercó despacio al más alto, mostrando cierta preocupación.
-Por ahí -el moreno agarró el asa de su mochila, un tanto tenso ante la situación-, pero no te importa.
-Sí que me importa -tras frotarse los ojos, tomó un semblante serio y miró a los ojos al francés-. Tu madre está muy preocupada, ¿sabes?
-Vaya, otro motivo para largarme lo antes posible de aquí.
Tratando de irse de una vez por todas, sin mostrar debilidad alguna, dio la espalda al de ojos claros para abandonar la casa del árbol.
-Espera, Christophe. Venga ya, no seas crío. ¡Christophe, escúchame! –el inglés agarró desesperadamente la muñeca del más alto, para así llamar su atención.
El mercenario se giró hacia él, dedicándole una mirada fulminante antes de intentar zafarse de su agarre; no obstante, el de ojos azules pudo identificar una mueca de dolor en su rostro. Fue solo por un instante, pero él la vio.
Entonces, Gregory confirmó lo que se temía. En cuestión de segundos, las vendas que El Topo llevaba cubriendo su muñeca comenzaron a teñirse de un oscuro tono rojizo. Como acto reflejo, el chico se libró con brusquedad del agarre ajeno. A Christophe le dolía, podía sentirlo en su mirada.
El más bajo no se dio por vencido. Continuó forcejeando con su socio hasta que se deshizo de la manchada venda.
Venda que había ocultado hasta ahora el sufrimiento en silencio de Christophe DeLorne.
-Laisse-moi, stupide! –se quejaba, tratando de apartar las manos del chico con toda la fuerza de la que podía hacer uso.
Gregory no pudo evitarlo: tomó de nuevo la muñeca de su amigo, esta vez con más delicadeza. No pudo contenerse al deslizar, con toda la gentileza de su cuerpo, sus dedos por las heridas nuevamente abiertas en la piel del francés. Christophe, ahora en silencio, observaba las blancas manos del joven. Sus dedos eran cálidos y, mientras acariciaba la muñeca de este, con la otra mano sujetaba su dorso, sin ejercer fuerza alguna.
Ambos podían sentir cómo el otro temblaba.
Seguidamente, Fields elevó la mirada lentamente, hasta posarla sobre los oscuros ojos del mercenario. Ojos que, poco a poco, se cristalizaban. El rubio sintió un nudo en la garganta al ver a DeLorne en ese estado. Se sentía paralizado, incapaz de reaccionar. Aquellos orbes que le observaban de tal forma por primera vez le hacían imposible mover un solo músculo; ni siquiera le permitían apartar la mirada.
Nunca pensó que tras aquellas vendas que siempre llevaban se esconderían los cortes con los que canalizaba su ira.
Pero Gregory debía reaccionar, su colega lo necesitaba. Por tanto, reunió toda la fuerza de su ser y, justo antes de que la primera lágrima resbalase por la mejilla del moreno, el joven inglés soltó la mano del chico, para así envolver el cuerpo ajeno con sus brazos, atrayéndolo hacia sí con fuerza.
Para su desgracia, antes de quedar del todo cubierto por Fields, El Topo lo empujó. Acto del que ambos se arrepentirían.
Y así, Christophe DeLorne abandonó el que había sido su hogar hasta entonces.
[...]
Ni el francés se había percatado de las oscuras nubes que acechaban South Park, hasta que comenzó a llover en plena noche. Iba a empaparse si continuaba corriendo, ¿pero acaso importaba?
Al alejarse lo suficiente del pueblo, cuando las luces solo eran tenues espejismos en el horizonte, llegó a Stark's Pond. El chico, exhausto, intentó recobrar el aliento dirigiendo la mirada al cielo. Cerró los ojos, sintiendo la fría lluvia resbalar sobre su rostro; eso era lo que menos dolía.
¿Qué acababa de suceder?
Su cansada mirada descendió hacia sus muñecas, tras sentarse en un banco frente al lago. La sangre se mezclaba con las gotas de lluvia, lo que dibujaba extrañas formas sobre su piel.
Gregory lo había descubierto. ¿Qué le diría ahora?
Lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Con un doloroso y amargo sosiego. No debía importarle lo más mínimo lo que este estúpido niño rico pensase. ¿O sí?
A quién quería engañar. Siempre le importó.
-... Christophe.
No conocía el motivo, pero no le sorprendió oír la apagada voz de Fields tras él. No sabía si era casualidad, pero siempre esperaba que el chico apareciese junto a él de la nada.
¿O acaso solo tenía la esperanza de que sucediese?
Irónico, puesto que hace años se marchó y lo abandonó en Yardale de la noche a la mañana.
El Topo hizo oídos sordos, así que el más bajo se acercó despacio; decidió que sentarse al lado del muchacho sería una buena idea. DeLorne, por su parte, miró al recién llegado por el rabillo del ojo. Aún llevaba la sábana sobre los hombros, aunque ahora estaba empapada. Ambos lo estaban.
-Creo que-...
-Estoy bien aquí -intervino el moreno, denotando su frialdad.
-Creo que deberíamos refugiarnos en algún sitio –repitió, colocando su mano sobre la del chico.
-¿Me has oído? He dicho que estoy bien aquí -esta vez elevó la voz, la cual se sentía rota. Un leve temblor se hacía notorio en su cuerpo-. Vete, vas a resfriarte.
-No pienso irme sin ti.
-... Vaya -una leve carcajada, Fields se levantó-, es gracioso. Es completamente opuesto a lo que hiciste hace años.
-Christophe, vamos a hablar de esto en otro sitio.
-No voy a volver a la casa del árbol, ni aunque te arrodilles ante mí.
-Christophe.
De repente, Fields se inclinó, acercándose al chico. Pegó su frente a la de este, sus frías narices se rozaban con gracia. Aquellos orbes, claros como el mismísimo cielo, acorralaban al mercenario.
-Vámonos, ¿sí?
Silencio. Ambos estaban perdidos en la mirada del otro, como si el tiempo se hubiese detenido. Si aún quedaba algo de espacio entre ellos, éste iba acortándose poco a poco.
-T-tengo una -el francés se separó un poco, pues le costaba mantener la compostura-, eh, una tienda de campaña en un claro del bosque. La he colocado hoy, para trasladarme. Uh... eso es.
DeLorne se levantó como un resorte, golpeando sin querer la barbilla del rubio con la cabeza. Una vez más.
-Oye, ¿tienes algo en contra de mi barbilla?
-Tengo algo en contra de ti en general. V-vamos.
El resto del camino se dio en silencio, El Topo caminaba delante. Sentía cómo los ojos de Fields recorrían su cuerpo, y eso le ponía demasiado nervioso. Sin embargo, el rubio simplemente no podía apartar la mirada de sus muñecas; no era una vista agradable, ni mucho menos. Solo... algo le impedía dejar de mirar.
Ambos chicos optaron por no decir una sola palabra hasta que llegaron a la tienda de campaña, a la que entraron sin dudar.
-No es gran cosa, pero-... Q-quel diable?!
-¿Eh? -en cuestión de segundos, Gregory había terminado de desabotonar su empapada camisa, dejándola a un lado-. Si te dejas la camiseta mojada, vas a coger un resfriado.
El mercenario tragó saliva, sus oscuros ojos se apartaron de la figura del inglés mientras se deshacía de su propia camiseta.
Al momento, su piel se erizó al sentir un cálido tacto rodeándolo. Gregory se había pegado a él, tapándolos a ambos con una manta seca. La candente piel del más bajo contra la suya propia lo hacía estremecer.
-¿Tienes frío?
-Eh, non. Estoy bien.
-Por cierto, no tendrás algo para, ya sabes... -sus orbes celestes resbalaron hacia los cortes de su compañero. Este suspiró, dispuesto a abandonar el calor. Para su sorpresa, Fields tomó la mano de este, evitando que se apartarse-. Espera, no tienes que alejarte mucho: te enfriarás de nuevo.
Tras chasquear la lengua, el moreno cumplió con la petición de su socio; mientras, el último sacaba su teléfono móvil del bolsillo y, tras toquetearlo por un momento, comenzaba a sonar 'Undisclosed Desires' de su grupo preferido: Muse. "Es para caldear el ambiente", sonrió débilmente al recibir una mirada irritada por parte del más alto. A pesar de ello, se trataba de la banda favorita de ambos, lo que la hacía muy especial (puesto que era una de las pocas cosas que tenían en común en cuanto a gustos).
Cuando DeLorne alcanzó unas vendas y alcohol para entregárselos al inglés, este se arrimó más aún para "mantener el calor". Delicadamente, agarró el dorso de una de sus manos y la acercó a su regazo, poniéndola boca arriba. Con suma diligencia, comenzó a verter un poco de alcohol en las heridas. El Topo aguantó un gemido, mordiéndose el labio.
-Podrías habérmelo dicho, Christophe. Sabes que puedes contar conmigo.
-Tsk –se dignó a decir el aludido, ambos concentrados en las heridas en su piel.
-No lo tomes como algo sin importancia, esta clase de "tendencias" no son buenas.
-¿Y qué más da? Sabes que mi madre me apuñaló cuando aún estaba en su vientre, y aquí sigo. Unos cortes no me harán nada.
-Siempre dices lo mismo –tras terminar su trabajo, el de ojos azules dejó el alcohol y las vendas sobrantes a un lado-. Pero no deberías correr el riesgo.
-Sabes que no voy a hacer ninguna estupidez. El suicidio es una opción para los débiles –el francés acarició sus muñecas nuevamente vendadas, frunciendo el ceño.
-El suicidio no es ninguna opción. De cualquier modo, no ganas nada hiriéndote.
-¿Y qué ganas tú evitando que lo haga?
-Christophe... -Fields miró a su compañero. Sin vacilar, acarició algunos oscuros cabellos que resbalaban por su frente. El de ojos marrones lo observó confuso, las mejillas de ambos estaban encendidas.
-¿Qué?
-No me permitiría perderte por tal tontería, sabes -sus cálidos dedos bajaron a su mejilla. El Topo se sentía paralizado, sudaba frío-. Aunque aún sigo molesto contigo.
-N-no digas mariconadas.
Sonrió.
Y, en un abrir y cerrar de ojos, los labios de Gregory Fields se habían posado sobre los de Christophe DeLorne. Rompiendo la distancia, de una vez por todas. A pesar de que duró por unos segundos, se sentía como si hubiese durado por una eternidad. Le costaba procesar lo sucedido, cuando fue acorralado de nuevo por aquellos intensos orbes azules. Y aquella sonrisa, aquella jodida sonrisa.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro